"Ferias
libres: espacios residuales de soberanía popular", de Gabriel Salazar *
por Pablo Páez
Licenciado en Historia y estudiante
del Magister de Desarrollo Urbano Pontificia Universidad Católica de Chile
Las ferias libres de la actualidad,
reconocidas y legitimadas tanto en la práctica como en los discursos,
tienen una historia de al menos sesenta años de vida pública,
y una prehistoria de al menos dos siglos y medio de continua proscripción.
Esta es la genealogía que el historiador Gabriel Salazar nos
invita a conocer.
Fiel a la tradición
de su obra, Salazar plantea un reivindicación histórica
que es en sí un gesto subversivo, pues reconoce en las ferias
libres una forma articulada donde muchos sólo ven aglomeración,
reasignándole un lugar de importancia a uno de los componentes
que seguramente más huellas ha dejado en la historia de la ciudad
capitalista occidental: el comercio informal.
Espacios públicos
y soberanía popular
Quizás el concepto
que más profundamente recorre el texto es soberanía.
Pero el autor no se preocupa de él en términos jurídicos,
sino más bien en cuanto expresión cívica. La obra
narra la historia de sujetos urbanos económicamente marginados,
que para subsistir generaron prácticas de apropiación
de los espacios públicos. El argumento central traza precisamente
un recorrido que va de la carencia a la subsistencia, de la marginalidad
a la inclusión y de la no-propiedad a la apropiación.
Uno de los juicios más
aventurados que hace el autor es replantear las ferias libres precisamente
como actos que recuperan la antigua soberanía del pueblo, reviviendo
la cultura social y el diálogo abierto del ágora. El autor
pone énfasis no sólo en el acto de ocupación y
resistencia que las ferias conllevan, sino también en el tipo
de relación entre ciudadanos que promueven y facilitan. El análisis
toma como punto de inflexión el antes y el después del
Estado moderno, donde el primero se encontraba demarcado por una racionalidad
colectiva que daba fundamento comunicativo y deliberativo al poder,
y el segundo por la fuerza o violencia ejercida desde el aparato central
que establece el poder. La soberanía cívicamente constituida
en el espacio público es lo que la historia ha olvidado, desde
la consolidación de la supra-soberanía del Estado moderno.
Con ello, el surgimiento del poder central se condice en cierta medida
con el retraimiento del hombre público: el ágora se ha
desmembrado, y los sujetos han devenido en individuos no deliberantes,
pasando de ciudadanos a muchedumbre.
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El mítico
Agora griego |
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A lo largo de este proceso,
el autor reconoce los cambios radicales en la organización institucional
y en la configuración histórica del espacio público.
Con el surgimiento de los estados nacionales, el zócalo se vació
de los símbolos, prácticas y poderes de identidad y soberanía
ciudadana, los que se vieron rápidamente reemplazados por los
emblemas y pabellones institucionales. Fue así como se produjo
una escisión entre deliberación colectiva y soberanía
popular, que tuvo una clara expresión espacial: mientras que
la primera quedó restringida a los espacios públicos oficiales,
la segunda hubo de recrearse en otros espacios, más residuales,
escondidos y alejados de la mirada siempre presente del Estado
1.
Las ferias serían
un espacio público único en su especie, donde se despliegan
relaciones libres y abiertas en un permanente flujo de ciudadanos. Son
puntos de la ciudad donde convergen la permanencia con la movilidad,
y de cuyo choque emergen dos cualidades distintivas del ágora
clásica: la “cultura comunitaria” y la soberanía
del ciudadano consumidor. El que la historia del espacio público
en las ciudades latinoamericanas se encuentre escrita con la tinta inagotable
del comercio callejero se explica precisamente porque en ellos se da,
en perfecta sintonía, la relación entre lo flexible, libre
y dialogante de lo informal con el flujo vertiginoso de la ciudadanía
en movimiento. Las ferias se constituyen entonces como lugares que,
anclados en las ciudades, logran poner un alto a la despersonalizada
vida urbana, recuperando de alguna manera el sentido clásico
de lo cívico.
Repasando el devenir de un
espacio público –un terreno siempre en disputa-, la historia
del comercio callejero parece ser entones la historia del control y
la resistencia. Control desde un sistema central cuyo discurso cíclico
de aceptación y represión contra el otro ambulante
lo vuelve una figura siempre tematizada. Resistencia desde los feriantes,
guerrilleros cívicos que sortean los embates del poder al ejercer
una resistencia quizás sin proyección política
ni expresamente revolucionaria, pero siempre expresión de una
soberanía popular, porque para Salazar, el espacio público,
desde su origen, es aquel lugar donde el pueblo ha ejercitado directamente
su soberanía. Frente a un espacio público cada vez más
dominado y administrado por los poderes centrales, donde se intenta
disciplinar no sólo las transacciones comerciales sino también
las relaciones sociales, los patrones culturales y las pautas morales,
el comercio informal se ha transformado en la última arma política
y económica con que las clases populares pueden ejercer sus derechos
ciudadanos.
La dimensión
económica
La mirada sobre el comercio
ambulante y las ferias libres no puede, sin embargo, no abordar su dimensión
económica, porque la pobreza ciertamente es una causa de la invasión
popular al espacio público. Historiográficamente parece
claro que el comercio informal de los pobres ha sido una válvula
compensatoria de crucial importancia respecto de la crónica crisis
del empleo asalariado en Chile. La tendencia sistémica ha incentivado
el deslizamiento de los pobres no asalariados hacia los distintos rubros
de la economía informal, en un intento por maximizar en todos
los sentidos el rol compensatorio de esta economía, pues –como
plantea Salazar- la “compensación” no sólo
tiene que ver con el hecho de que esa economía proporciona “empleos
de recambio” cuando los empleos formales escasean; también
proporciona “identidades y gratificaciones sociales y culturales”
que impiden que las masas frustradas y la pobreza misma se reconviertan
en un movimiento social políticamente peligroso y revolucionario.
Ahora bien, el que este tipo
de comercio haya subsistido tiene un anclaje espacial, ya que en las
ciudades latinoamericanas el productor popular no cuenta con un lugar
legítimo donde vender sus bienes. A diferencia de lo que puede
apreciarse en varias ciudades europeas, aquí el productor debe
salir a las calles para comercializar sus productos. La ubicuidad es
entonces una de sus características, y la carencia una de sus
motivaciones. Esta ilegitimidad implica entonces estar inmerso en una
guerra de guerrillas con las autoridades municipales y metropolitanas,
porque tanto la apropiación como la necesidad de supervivencia
han gatillado un conflicto zonal con la estructura tributaria del sistema.
Para sobrellevar esto, las clases populares se apoyaron en redes solidarias
familiares y comunitarias (no contractuales ni formales), desarrollando
una complicidad cívica con la masa de ciudadanos que necesitan
comprar lo necesario para su vida cotidiana. El comercio informal de
los pobres ha operado históricamente como un tejido social con
capacidad para conservar y preservar algunas de las relaciones cívicas
que antaño configuraban el tejido soberano de las comunidades
ciudadanas.
Pero el
comercio regatón 2,
más que una función económica marginal del sistema
dominante, es una función orgánica e interna de carácter
estratégico en la economía popular. Con él, la
pobreza ha sido capaz de generar su propio espacio público, y
de elaborar un mecanismo que facilita su supervivencia. Pero no sólo
eso: según el autor, la economía informal conserva más
y mejor la autogestión social, la participación comunitaria
y el sentido de igualdad que las instancias que el poder formal ofrece.
Es necesario mencionar, sin embargo, que no toda economía informal
es economía de supervivencia, y que no toda economía informal
es necesariamente popular, en el sentido de estrategia para superar
la pobreza. Por último, es evidente que no toda estrategia para
superar la pobreza comporta la configuración de un espacio público
en el que sobrevivan residuos de soberanía popular. Las ferias
libres, sin embargo, parecen recaudar todo lo anterior: un espacio público
apropiado por las clases populares, con el cual establecen una estrategia
de supervivencia.
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Retazos
actuales de las tradicionales ferias populares |
Cerrando ideas
Como hemos visto, las ferias
libres se encuentran cargadas de significados. Ellas tienen la peculiaridad
de ser alternativas de economía informal centradas en la supervivencia,
dirigidas a superar la pobreza, pero que a la vez reproducen un espacio
público en el que habita –todavía, como cálido
fantasma- el ancestral espíritu cívico del ágora
clásico. Es una forma de economía informal que atrae simpatías
ciudadanas y demuestra capacidad para perdurar a través de los
siglos. Se desprende de lo dicho que el sector informal ha tenido siempre,
y sigue teniendo, un rol estratégico en el abasto de toda ciudad
latinoamericana. Ello permite explicar, en parte, el fracaso de las
políticas municipales y nacionales que han pretendido centralizar,
o erradicar o “embellecer” urbanísticamente este
tipo de comercio.
El contexto urbano actual
se encuentra demarcado por intereses económicos y políticos
que, desde el sistema central, tienden areducir o eliminar los rasgos
clásicos de la soberanía popular; puede decirse que la
participación ciudadana se ha visto reemplazada por la “modernidad”
de la jerarquía, la representatividad, la individuación
y el consumismo, los que se encuentran garantizados por una invasora
e inextricable red de derechos individuales y poderes delegados. Salazar
denuncia cómo hoy se ha desocializado y disgregado la soberanía
popular, estatizando el espacio público y devaluando el contenido
social de los sujetos. Por ello destaca que los pobres, al buscar por
sí mismos y entre sí mismos la supervivencia, reconquistan,
a su manera, una parte significativa de su perdida dimensión
social. Lo que hoy se ha dado en llamar el “capital social”
de los pobres no es sólo entonces un factor sinérgico,
sino que expresa un ejercicio de reconquista del carácter social
de los sujetos; es, a escala mínima, el arquetipo germinal de
la “revolución social” que late bajo la piel del
modelo neoliberal.
De ser así, concluye
el autor, los “conservatorios” de soberanía popular
que constituyen el comercio callejero, aunque contengan hoy sólo
residuos de lo que contuvieron en el período clásico,
necesitan ser relevados, reexaminados y proyectados en ladirección
indicada por los emergentes y sorpresivos “nuevos movimientos
sociales”. Lo cual es necesario no sólo para resolver los
problemas generados por el modelo neoliberal, sino –sobre todo-
para reconstruir la ciudadanía sobre las dimensiones sociales
de su hoy escamoteado poder soberano.
Las ilustraciones y los comentarios asociados a ellas no son parte del artículo original, y su responsabilidad es exclusiva de bifurcaciones
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