El
urbanismo como modo de vida
Louis Wirth *
Introducción
al artículo |
En este
artículo el autor sienta las bases para el desarrollo de
lo que él denomina una “teoría del urbanismo”,
identificando los principales rasgos de la vida urbana moderna
y sus efectos sobre las relaciones sociales, la conducta y la
personalidad de los habitantes de las grandes ciudades. Wirth
es considerado uno de los principales exponentes de la Escuela
de Chicago y sus textos, ya clásicos, han influenciado
a sociólogos, geógrafos y urbanistas a lo largo
y ancho del globo y del tiempo.
“El urbanismo como modo de
vida” fue publicado originalmente en 1938 en el número
44 del American Journal of Sociology. Sus múltiples
republicaciones, su completa vigencia y su total relevancia han
motivado a bifurcaciones para publicar
en la red, por primera vez en español, un artíiculo
que nos acerca un paso más a la comprensión de lo
que se ha dado en llamar el "fenómeno urbano".
La presente versión es una
digitalización de la traducción realizada por Víctor
Sigal, publicada por Ediciones 3 (Buenos Aires, 1962).
Para una mejor comprensión
de la importancia de Louis Wirth en la teoría y la historia
de la ciudad contemporánea les recomendamos el trabajo
de Manuel Tironi titulado "Del
campo a la ciudad al campo (y a la ciudad de vuelta)".
Con este trabajo, además, inauguramos nuestra nueva sección
"Biografías", donde iremos presentando revisiones
críticas de la vida y obra de los autores publicados en nuestra Colección
Reserva. |
Resumen
Este artículo sostiene
que “lo urbano”, la condición que más profundamente
distingue la vida moderna de aquella tradicional-rural, no es una condición
espacial ni una delimitación demográfica o productiva,
sino una conducta, una forma de vida. Para el autor, esta forma de vida
está determinada por las singulares características de
la ciudad en tanto entidad material: específicamente su tamaño,
densidad y heterogeneidad. En consecuencia, “lo urbano”
es el efecto que el tamaño, la densidad y la heterogeneidad de
la ciudad tienen sobre el carácter social de la vida colectiva,
y que puede ser entendida en términos de contactos sociales impersonales,
superficiales, transitorios y segmentados; debilitamiento de las relaciones
primarias y su consecuente sustitución por aquellas de tipo secundarias;
y la promoción de una perspectiva relativista –y por ende-
una mayor tolerancia a la diferencia y libertad de acción.
La ciudad y la civilización
contemporánea
Así como el comienzo
de la civilización occidental se caracterizó por la instalación
permanente de pueblos nómades en la cuenca del Mediterráneo,
el comienzo de lo que es distintivamente moderno en nuestra civilización
se caracteriza por el crecimiento de las grandes ciudades. En ninguna
parte ha estado la humanidad más alejada de su naturaleza orgánica
que bajo las condiciones de vida propias de las grandes ciudades. El
mundo contemporáneo ya no presenta el cuadro de pequeños
grupos aislados de seres humanos dispersos sobre un vasto territorio,
tal como Sumner (1906) describió a la sociedad primitiva. El
rasgo que distingue al modo de vida del hombre de la edad moderna es
su concentración en agregados gigantescos que irradian las ideas
y prácticas que llamamos civilización, y alrededor de
los cuales se aglomeran centros menores. El grado en que el mundo contemporáneo
puede ser llamado urbano no es entera o correctamente medido por la
proporción de hombres que, sobre la población total, vive
en las ciudades. Las influencias que la ciudad ejerce sobre la vida
social del hombre son mayores de lo que indicaría la magnitud
de la población urbana, pues la ciudad no es sólo la morada
y el taller del hombre moderno, sino también el centro de iniciación
y control de la vida económica, política y cultural que
ha atraído a su órbita las más remotas partes del
mundo y entrelazado en un cosmos diversas áreas, pueblos y actividades.
El crecimiento de las ciudades
y la urbanización del mundo es uno de los hechos más impresionantes
de los tiempos modernos. Aunque es imposible establecer en forma precisa
qué proporción de la población total mundial, estimada
en 1.800.000.000 de habitantes, es urbana, el 69,22 % de la población
total de aquéllos países que sostienen la distinción
entre áreas urbanas y rurales, lo es (Pearson, 1935).
Más aún, considerando
el hecho de que la población del mundo está muy desigualmente
distribuida y que en algunos de los países sólo recientemente
tocados por el industrialismo, el crecimiento de las ciudades no ha
sido muy intenso, este promedio subestima la extensión alcanzada
por la concentración urbana en aquellos países donde el
impacto de la revolución industrial ha sido más violento
y de fecha menos reciente.
Esta transformación
de una sociedad rural en una predominantemente urbana, acaecida en áreas
industrializadas tales como los Estados Unidos y el Japón en
el lapso de una simple generación, fue virtualmente acompañada
por cambios que han afectado profundamente todos los aspectos de la
vida social.
Son estos
cambios y sus ramificaciones los que llaman la atención del sociólogo
al estudio de las diferencias entre los modos de vida rural y urbano.
El mantenimiento de este interés es un prerrequisito indispensable
para la comprensión y posible dominio de algunos de los más
cruciales problemas contemporáneos de la vida social, pues promete
suministrar una de las perspectivas más reveladoras para la intelección
de los cambios que están ocurriendo en la naturaleza humana y
en el orden social 1.
Dado que la ciudad es producto del crecimiento antes que de una creación
instantánea, puede suponerse que las influencias que ejerce sobre
los modos de vida no logran extirpar por completo los modos previamente
dominantes de asociación humana. Por lo tanto, y en un grado
mayor o menor, nuestra vida social muestra huellas de una temprana sociedad
folk, de la que son modos característicos de instalación
las granjas, la hacienda (“manor”) y la villa. Tal influencia
histórica está reforzada por la circunstancia de que la
población de la ciudad misma es en gran medida reclutada en el
campo, donde persiste un modo de vida que recuerda aquella forma primera.
De aquí que no nos sea dado esperar el hallazgo de variaciones
abruptas y discontinuas entre los tipos urbano y rural de personalidad.
La ciudad y el campo deben ser vistos como dos polos y todos los establecimientos
humanos tienden a acomodarse con relación a uno u otro de ellos.
Tomando la sociedad urbana-industrial
y la sociedad folk-rural como tipos ideales de comunidades, podemos
obtener una perspectiva para el análisis de los modelos básicos
de asociación humana, tal como aparecen en la civilización
contemporánea.
|
|
El tráfico
en el bullante Chicago de principios del siglo XX. Fuente
|
La vida de Barrio en el Chicago
de 1893
|
Una
mirada al Chicago que dio luz a la Escuela Sociológica
del mismo nombre. |
Una definición
sociológica de la
ciudad
A pesar de la significación
preponderante que la ciudad tiene en nuestra civilización, el
conocimiento de la naturaleza del urbanismo y del proceso de urbanización
es pobre. Ciertamente, se han hecho muchos intentos para aislar las
características distintivas de la vida urbana. Geógrafos,
historiadores, economistas y estudiosos de ciencias políticas
han incorporado los puntos de vista de sus respectivas disciplinas en
diversas definiciones de la ciudad. Aunque de manera alguna se intente
reemplazar a éstas, la formulación de un enfoque sociológico
de la ciudad puede servir incidentalmente para llamar la atención
hacia sus interrelaciones acentuando las características peculiares
de la ciudad como forma particular de asociación humana.
Una definición de
la ciudad sociológicamente significativa busca seleccionar aquellos
elementos del urbanismo que lo caracterizan como un modo distintivo
de la vida humana de grupo.
Caracterizar como urbana
una comunidad sólo sobre la base de su tamaño es obviamente
arbitrario. Es difícil defender semejante definición censal,
que designa como urbana a una comunidad de 2.500 habitantes o más,
y a todas las menores como rurales. La situación sería
la misma si el criterio fuese 4.000, 8.000, 10.000, 25.000 ó
100.000 habitantes pues aunque en el último caso podríamos
sentir que estamos más cerca de un agregado urbano que tratándose
de comunidades de menor tamaño, ninguna definición del
urbanismo puede pretender ser completamente satisfactoria en tanto las
cifras sean consideradas como criterio único. Además,
no es difícil demostrar que comunidades que poseen un número
menor de habitantes del que indica aquel límite arbitrario, pero
que están situadas en la esfera de influencia de los centros
metropolitanos, tienen mayor derecho a ser reconocidos como urbanas
que otras de mayor extensión pero que llevan una existencia más
aislada, en un área predominantemente rural. Finalmente, debe
reconocerse que las definiciones censales están indebidamente
influidas por el hecho de que la ciudad, donde los límites legales
juegan un papel decisivo delineando el área urbana es siempre,
estadísticamente hablando, un concepto administrativo. En ninguna
parte es esto más claramente manifiesto que en las concentraciones
de población de las periferias de los grandes centros metropolitanos
que atraviesan los arbitrarios límites administrativos de ciudad,
jurisdicción, estado y nación.
En tanto identifiquemos
urbanismo con la entidad física de la ciudad, viéndola
sólo como rígidamente delimitada en el espacio, y procedamos
como si los atributos urbanos cesaran abruptamente de manifestarse más
allá de una línea limítrofe arbitraria, no estaremos
en condiciones de elaborar ninguna adecuada concepción del urbanismo
como modo de vida. El desarrollo tecnológico de los transportes
y la comunicación, que marcó virtualmente una nueva época
en la historia humana, ha acentuado el papel de las ciudades como elementos
dominantes de nuestra civilización y extendido enormemente el
modo urbano de vida más allá de los confines de la ciudad
misma. El dominio de la ciudad, especialmente de la gran ciudad, puede
ser visto como una consecuencia de la concentración operada en
ella de servicios y actividades industriales, comerciales, financieros
y administrativos; de líneas de transporte y comunicación;
de equipos culturales y recreativos tales como la prensa, estaciones
de radio, teatros, bibliotecas, museos, salas de conciertos, teatros
líricos, hospitales, instituciones de educación superior,
centros de investigaciones, publicidad, organizaciones profesionales
e instituciones religiosas y de beneficencia. Si no fuera por la atracción
y sugestiones que la ciudad ejerce sobre la población rural a
través de estos instrumentos, las diferencias entre los modos
de vida rural y urbano serían mayores aún de lo que son.
Urbanización no denota ya meramente el proceso por el cual las
personas son atraídas a un lugar llamado ciudad e incorporadas
a su sistema de vida. Refiere también esa acentuación
acumulativa de las características distintivas del modo de vida
que está asociado al crecimiento de las ciudades, y finalmente,
los cambios en la dirección de los modos de vida reconocidos
como urbanos y manifiestos en la gente que, dondequiera se halle, ha
sufrido el hechicero influjo que la ciudad ejerce en virtud del poder
de sus instituciones y personalidades a través de los medios
de comunicación y transporte.
Los defectos imputables
al enfoque de quienes consideran el número de habitantes de una
concentración criterio suficiente para determinar su carácter
rural o urbano, son igualmente imputables en buena parte al planteo
de quienes erigen la densidad de población en criterio único.
Sea que, como criterio para
la determinación del carácter urbano de una concentración
aceptemos el de una densidad mínima de 10.000 personas por milla
cuadrada, propuesto por Jefferson (1909), o el de 1.000, sustentado
por Wilcox (1926), está claro que a menos que la densidad esté
correlacionada con características sociales significativas, sólo
puede suministrar una base arbitraria de diferenciación entre
comunidades rurales y urbanas. Dado que nuestros censos de área
computan la población nocturna más bien que la diurna,
la región de vida humana más intensa –el centro
de la ciudad- tiene generalmente una baja densidad de población,
y las áreas industriales y comerciales de la ciudad, que contienen
las actividades económicas más características,
subyacentes a la sociedad urbana, en realidad serían escasamente
urbanas si la densidad fuera literalmente interpretada como señal
de urbanismo. Sin embargo, el hecho de que la comunidad urbana se distingue
por un gran agregado y una densidad de población relativamente
alta no puede dejar de ser tenido en cuenta en una definición
de la ciudad. En todo caso estos criterios deben considerarse relativos
al contexto cultural general en el que surgen y existen las ciudades,
y sociológicamente relevantes sólo en tanto operan como
factores condicionantes de la vida social.
Las mismas críticas
se aplican a criterios tales como la ocupación de los habitantes
y la existencia de ciertos servicios públicos, instituciones
y formas de organización política. La cuestión
no es si las ciudades, en nuestra civilización o en otras, exhiben
estos rasgos distintivos, sino la de si poseen la potencia para moldear
el carácter de la vida social en su forma específicamente
urbana. Al intentar formular una definición fecunda tampoco podemos
permitirnos pasar por alto las grandes variaciones que se dan entre
las ciudades. Mediante una tipología de ciudades basada en el
tamaño, la ubicación, la edad y la función de las
mismas, como la que intentamos establecer en nuestro reciente informe
al National Resources Committee (1937: 8), hemos podido ordenar y clasificar
las comunidades urbanas en una escala que fluctúa desde pueblos
pequeños y precarios hasta florecientes centros metropolitanos
mundiales; desde aislados centros de comercio situados en medio de regiones
agrícolas hasta prósperos puertos cosmopolitas y conurbaciones
comerciales e industriales. Diferencias como ésas se hacen cruciales
ya que las características e influencias sociales de las diferentes
“ciudades” varían ampliamente.
|
|
La Escuela de
Sociología de Chicago buscó influir en la bullada
realidad social de la ciudad. Con sus aportes teóricos
pretendió dar solución a los múltiples
y novedosos problemas que levantaba la naciente urbe moderna,
heterogenea e industrializada.
Fuente imágenes: www.uwec.edu/Geography/
Ivogeler/w188/ethnic.htm
|
Una definición útil
del urbanismo no debería limitarse a denotar las características
esenciales que todas las ciudades –por lo menos en nuestra cultura-
tienen en común, sino que debería prestarse al descubrimiento
de sus variaciones. Una ciudad industrial diferirá significativamente,
en los aspectos sociales, de una ciudad comercial, minera, pesquera,
universitaria o capital. Una ciudad de una sola industria presentará
una serie de características sociales diferente de la de una
ciudad de muchas industrias, así como lo hará una ciudad
industrialmente equilibrada respecto de una desequilibrada, un suburbio
respecto de un satélite, un suburbio industrial con relación
a un suburbio residencial, una ciudad de una región metropolitana
respecto de una que no pertenece a ella, una ciudad vieja con relación
a una nueva, una ciudad sureña respecto de una de Nueva Inglaterra,
una ciudad del centro o del este con relación a una de la costa
del Pacífico, una ciudad en crecimiento respecto de una estable
u otra decadente.
Una definición sociológica,
como es obvio, debe ser lo suficientemente inclusiva como para comprender
toda característica esencial que los diferentes tipos de ciudades
tengan en común en tanto entidades sociales; de modo igualmente
obvio no puede ser tan detallada como para tomar en cuenta todas las
variaciones implícitas en las diversas clases que hemos esquematizado.
Presumiblemente, algunas de las características de las ciudades
son más significativas que otras en cuanto al condicionamiento
de la naturaleza de la vida urbana, y cabe esperar que los rasgos salientes
de la escena urbano-social varíen de acuerdo con el tamaño,
densidad y diferencias del tipo funcional de ciudades Además,
podemos inferir que la vida rural tendrá la marca del urbanismo
en la medida en que experimente la influencia de las ciudades a través
del contacto y la comunicación. Puede contribuir a la claridad
de las proposiciones que se anuncian a continuación, el repetir
que, mientras que el “locus” del urbanismo como modo de
vida debe ser encontrado, por supuesto, de modo característico,
en lugares que llenen los requisitos que estableceremos como definitorios
de la ciudad, el urbanismo no está confinado a tales localidades,
sino que se manifiesta en grado variable dondequiera que penetren las
influencias de la ciudad. El urbanismo, ese complejo de rasgos que componen
el modo característico de la vida en las ciudades, y la urbanización,
que denota el desarrollo y extensión de esos factores, no se
encuentran pues exclusivamente en establecimientos que son ciudades
en un sentido físico y demográfico. Con todo, deben encontrar
su más pronunciada expresión en tales áreas, especialmente
en las ciudades metropolitanas. Al formular una definición de
la ciudad es necesario tener cierta cautela para no incurrir en la identificación
de urbanismo como modo de vida con cualquier influencia cultural específica,
local o históricamente condicionada que, aunque pueda afectar
significativamente el carácter específico de la comunidad,
no sea el determinante esencial de su carácter como ciudad.
Es particularmente importante
llamar la atención sobre el peligro de confundir urbanismo con
industrialismo y capitalismo moderno. El surgimiento de las ciudades
en el mundo moderno no es, sin duda, independiente de la emergencia
de la moderna tecnología de las máquinas a fuerza motriz,
de la producción en serie y de la empresa capitalista. Pero por
diferentes que, respecto de las ciudades de épocas tempranas
y de un orden preindustrial y precapitalista, hayan llegado a ser, en
virtud de su desarrollo, las grandes ciudades actuales, aquéllas
fueron, con todo, ciudades.
Para propósitos sociológicos,
una ciudad puede ser definida como un establecimiento relativamente
grande, denso y permanente de individuos socialmente heterogéneos.
Sobre la base de los postulados
que esta definición mínima sostiene, una teoría
del urbanismo puede ser formulada a la luz del conocimiento existente
sobre grupos sociales.
vuelve
al comienzo
Una
teoría del urbanismo
En la rica literatura existente
acerca de la ciudad buscamos en vano una teoría del urbanismo
que ofrezca de un modo sistemático conocimientos asequibles concernientes
a la ciudad como una entidad social. Ciertamente, disponemos de excelentes
formulaciones teóricas acerca de problemas especiales, tales
como el del crecimiento de la ciudad visto como una tendencia histórica
y como un proceso recurrente 2,
una rica literatura exponente de ideas de relevancia sociológica
y estudios empíricos que ofrecen información detallada
sobre una variedad de aspectos particulares de la vida urbana. Pero
a pesar de las múltiples investigaciones y libros de texto sobre
la ciudad, aún no contamos con la posibilidad de derivar un conjunto
comprensivo de hipótesis a partir de una serie de postulados
implícitamente contenidos en una definición sociológica
de la ciudad, ni con conocimientos sociológicos generales que
puedan ser verificados a través de la investigación empírica.
Los enfoques más cercanos a una teoría sistemática
del urbanismo, hállanse en un penetrante ensayo, “Die Stadt”
de Max Weber (1925), y en un memorable artículo de Robert E.
Park sobre “La ciudad: sugestiones para la investigación
de la conducta humana en un medio ambiente urbano” (Park, Burguess
y otros, 1925, capítulo 1). Pero aún estas excelentes
contribuciones están lejos de constituir un marco teórico
de referencia ordenado y coherente mediante el cual pueda operar provechosamente
la investigación. En las páginas que siguen trataremos
de exponer un número limitado de características identificatorias
de la ciudad. Dadas estas características indicaremos, a la luz
de la teoría sociológica general y de la investigación
empírica, qué consecuencias u otras características
las acompañan. De este modo esperamos arribar a proposiciones
esenciales que comprendan una teoría del urbanismo. Algunas de
estas proposiciones pueden ser apoyadas por un conjunto considerable
de materiales de investigación, fácilmente asequible;
otras deben ser aceptadas como hipótesis para las que existe
una cierta cantidad de evidencia presuntiva, pero para las que se requiere
una verificación más amplia y exacta. Esperamos que, al
menos, tal procedimiento muestre qué nivel alcanzado y cuáles
son las hipótesis más fructíferas y cruciales para
la investigación futura.
El problema central del
sociólogo de la ciudad es descubrir las formas de acción
y organización sociales que, de modo típico, emergen allí
donde se da el establecimiento relativamente permanente y compacto de
grandes cantidades de individuos heterogéneos. Debemos también
inferir que el urbanismo asumirá formas más características
y extremas en la medida en que se den las condiciones con las cuales
es congruente. Así, cuanto más grande, más densamente
poblada y más heterogénea sea una comunidad, más
acentuadas estarán las características asociadas con el
urbanismo. Debe, empero, reconocerse que en el mundo social las instituciones
y prácticas pueden ser aceptadas y continuadas por razones distintas
a las que originalmente les dieron existencia, y que acorde con esto
el modo urbano de vida puede perpetuarse bajo condiciones bastante distintas
de aquéllas que fueron necesarias para originarlo.
Quizá quepa alguna
justificación de la elección de los principales términos
empleados en nuestra definición de la ciudad. Se ha intentado
hacerla tan inclusiva y al mismo tiempo denotativa como fuera posible
sin cargarla con supuestos innecesarios. Decir que son necesarias grandes
cantidades para constituir una ciudad, significa, por supuesto, grandes
cantidades en relación a un área restringida o a un establecimiento
de alta densidad. Con todo, hay buenas razones para tratar “las
grandes cantidades” y “la densidad” como factores
separados desde que cada uno puede estar relacionado con consecuencias
de relevancia social, diferentes. Al mismo tiempo, la necesidad de agregar
“la heterogeneidad” a “cantidades de población”
como un criterio distintivo y necesario de urbanismo puede ser cuestionada,
ya que es de esperar que el grado de diferencias varíe con la
cantidad.
En defensa
de lo expuesto puede decirse que la ciudad muestra una clase y grado
de heterogeneidad de población que no puede ser enteramente explicada
por la ley de las grandes cantidades o representada adecuadamente por
medio de una curva de distribución normal. Dado que la población
de la ciudad no se reproduce sólo por sí misma, debe reclutar
sus inmigrantes de otras ciudades, del campo, y –en este país
hasta hace poco- de otros países. Así, históricamente
la ciudad ha sido un crisol de razas, gentes y culturas y la base más
favorable para nuevos híbridos biológicos y culturales.
No sólo ha tolerado, sino también gratificado, las diferencias
individuales. Ha unido a gentes de los confines de la tierra por ser
diferentes y, así, útiles unos a otros, antes que por
ser homogéneos y de mentalidades similares 3.
Hay un número de proposiciones sociológicas referentes
a la relación entre (a) cantidad de población, (b) densidad
del establecimiento, (c) heterogeneidad de los habitantes y vida de
grupo, que pueden ser formuladas sobre la base de la observación
y la investigación.
|
|
|
|
|
|
|
|
La verticalización
de la cuadrícula y la conformación del skyline.
Fuente: Instant China. Notes on an urban transformación (1999)
2G Revista internacional
de Arquitectura. Núm.
10. Barcelona, España |
Tamaño
de la población
Ya desde La Política
de Aristóteles 4 se reconoce
que el aumento del número de habitantes de un establecimiento,
más allá de un cierto límite, afecta las relaciones
entre ellos y el carácter de la ciudad. Como se ha señalado,
las grandes cantidades involucran una esfera mayor de variaciones individuales.
Además, cuanto mayor es el número de individuos que participan
en un proceso de interacción, mayor es la diferenciación
potencial entre ellos. Por lo tanto, se puede suponer que los rasgos
personales, las ocupaciones, la vida cultural y las ideas de los miembros
de una comunidad urbana, variarán entre polos más ampliamente
separados que los de los habitantes rurales.
Fácilmente se puede
inferir que tales variaciones dan surgimiento a la segregación
espacial de individuos según el color, la herencia étnica,
el status económico y social, los gustos y las preferencias.
Los lazos de parentesco y vecindad y los sentimientos que surgen de
la vida en común, por generaciones, bajo
una común tradición folk, pueden estar ausentes o, en
el mejor de los casos, ser relativamente débiles en un agregado
en el que los miembros tienen orígenes y culturas tan diversos.
Bajo tales circunstancias los mecanismos de competencia y control formal
suministran los sustitutos para los vínculos de solidaridad en
que descansa una sociedad folk.
El aumento en el número
de habitantes de una comunidad más allá de unos pocos
centenares, necesariamente limita la posibilidad del conocimiento mutuo
y personal de cada miembro de la comunidad. Reconociendo la significación
social de este hecho, Max Weber (1925: 514) señaló que,
desde un punto de vista sociológico, un gran número de
habitantes y una gran densidad de población significan que el
conocimiento personal mutuo entre los habitantes, de ordinario inherente
a una vecindad, no existe. El aumento cuantitativo involucra así
un cambio en el carácter de las relaciones sociales. Como señala
Simmel (1903), “[si] al incesante contacto externo de cantidad
de personas en la ciudad correspondiera de modo proporcional el número
de reacciones internas que se dan en un pequeño pueblo, donde
cada uno conoce a toda persona que encuentra y con cada una de las cuales
tiene una relación positiva, uno estaría atomizado internamente
por completo y caería en un estado mental increíble”
(p. 187-206).
La multiplicación
de personas en un estado de interacción bajo condiciones que
hacen imposible su contacto como personalidades completas produce esa
segmentación de las relaciones humanas interpretada a veces por
los estudiosos de la vida mental de las ciudades como una explicación
del carácter “esquizoide” de la personalidad urbana.
Esto no quiere decir que los habitantes urbanos tengan menos conocimiento
mutuo que los habitantes rurales, ya que lo inverso precisamente es
quizá lo cierto; significa, más bien, que en relación
con el número de gente que se ve y con quien uno se codea en
el curso de la vida diaria, se conoce una proporción menor y
de éstos se tiene un conocimiento menos intenso.
Característicamente, los hombres urbanos se encuentran unos con
otros en papeles altamente segmentados. Sin duda, dependen de más
personas para la satisfacción de sus necesidades diarias que
los habitantes rurales, pero dependen menos de determinadas personas,
y su dependencia de otros está confinada a un aspecto altamente
específico de la esfera ajena de actividades. Esto es lo que
esencialmente se quiere significar cuando se dice que la ciudad está
caracterizada por contactos secundarios antes que primarios. Ciertamente,
los contactos de la ciudad pueden ser cara a cara, pero son sin embargo
impersonales, superficiales, transitorios y segmentados. La reserva,
la indiferencia y el aspecto de hastío que los urbanos manifiestan
en sus relaciones, pueden ser considerados, por lo tanto, como recursos
de auto-inmunización contra las exigencias personales y las expectativas
de otros.
La superficialidad, el anonimato
y el carácter transitorio de las relaciones sociales urbanas
hacen también inteligible la sofisticación y la racionalidad
adscriptas generalmente a los habitantes de la ciudad. Tendemos a limitar
las relaciones con nuestros conocidos a las de utilidad, en el sentido
de que irresistiblemente consideramos el papel que cada uno juega en
nuestra vida como un medio para el logro de nuestros propios fines.
Entonces, mientras que el individuo gana, por una parte, un cierto grado
de emancipación o liberación respecto de los controles
emocionales o personales de los grupos íntimos, pierde, por otra,
la auto-expresión espontánea, la moral y el sentido de
participación que se tiene al vivir en una sociedad integrada.
Esto constituye esencialmente el estado de “anomia” o vacío
social al cual alude Durkheim intentando dar cuenta de las diversas
formas de desorganización social existentes en la sociedad tecnológica.
El carácter segmentario
y el acento utilitario de las relaciones interpersonales en la ciudad,
encuentran su expresión institucional en la proliferación
de tareas especializadas, cuya forma más desarrollada cabe ver
en las profesiones. Las operaciones del nexo pecuniario conducen a relaciones
de rapiña que tienden a obstruir el funcionamiento eficiente
del orden social, a menos que sean controladas por códigos profesionales
y sus éticas ocupacionales. El interés puesto sobre la
utilidad y la eficiencia sugiere la adaptabilidad del esquema colectivo
a la organización de empresas, las que los individuos sólo
pueden integrar en grupos. La ventaja de que goza la corporación
frente al empresario individual o a la sociedad individual en un mundo
industrial-urbano, deriva no sólo de la posibilidad de centralizar
los recursos de miles de individuos o del privilegio legal de la responsabilidad
limitada y sucesión perpetua, sino el hecho de que la corporación
no tiene alma.
La especialización
de los individuos, particularmente en sus ocupaciones, sólo puede
avanzar, tal como Adam Smith lo señaló, sobre las bases
de la ampliación del mercado, lo que a su vez acentúa
la división del trabajo. Este mercado sólo en parte es
abastecido por el hinterland de la ciudad; en gran medida lo es también
por la ciudad misma, que cuenta con grandes cantidades de habitantes.
El dominio de la ciudad sobre la región interior circundante
se explica en función de la división del trabajo que la
vida urbana ocasiona y promueve. El extremo grado de esta interdependencia
e inestabilidad aumenta debido a la tendencia de toda ciudad a especializarse
en aquellas funciones en las cuales tienen la mayor superioridad.
En una comunidad constituida
por una cantidad de individuos que excede a aquélla en la que
puedan conocerse íntimamente unos a otros y sea dado reunirlos
en un solo lugar, se hace necesario comunicarse a través de medios
indirectos y articular los intereses individuales por un proceso de
delegación. Típicamente, en la ciudad los intereses se
hacen efectivos a través de la representación. El individuo
cuenta poco, pero la voz del representante es oída con una deferencia
aproximadamente proporcional al número representado.
Si bien esta caracterización
del urbanismo, en tanto deriva de “grandes cantidades”,
no agota de ninguna manera las inferencias sociológicas que podrían
ser extraídas de nuestro conocimiento de las relaciones entre
el tamaño de un grupo y la conducta característica de
sus miembros, las aserciones hechas pueden servir, en beneficio de la
brevedad, para ejemplificar la clase de proposiciones que podrían
ser desarrolladas.
|
|
La definición
de ciudad de Wirth:” Para propósitos sociológicos,
una ciudad puede ser definida como un establecimiento relativamente
grande, denso y permanente de individuos socialmente heterogéneos.”
En las imágenes
se aprecian Las áreas urbanas -y conurbanas- de Hong
Kong y Beijing.
Fuente: Instant China.
Notes on an urban transformación (1999).2G Revista internacional
de Arquitectura. Núm. 10. Barcelona, España
|
vuelve
al comienzo
Densidad
Como en el caso del número,
también de la concentración en un espacio limitado surgen
ciertas consecuencias de relevancia para un análisis sociológico
de la ciudad. Sólo indicaremos algunas de ellas.
Tal como Darwin lo señaló
en relación a la flora y la fauna y Durkheim (1932) respecto
de las sociedades humanas, su aumento cuantitativo dentro de un área
que se mantiene constante (es decir, el aumento de su densidad) tiende
a producir diferenciación y especialización, dado que
sólo así puede dicha área soportar cantidades crecientes.
De este modo, la densidad refuerza la acción de la cantidad en
punto a diversificar hombres y actividades y a aumentar la complejidad
de la estructura social.
Por el lado subjetivo, como
sugirió Simmel, el estrecho contacto físico de numerosos
individuos produce necesariamente un cambio en los medios a través
de los cuales nos orientamos en el “medio” urbano, de modo
particular respecto a nuestros compañeros. Característicamente,
nuestros contactos físicos son estrechos pero nuestros contactos
sociales son distantes. El mundo urbano acentúa el reconocimiento
visual. Vemos el uniforme que denota el rol de los funcionarios y olvidamos
las excentricidades personales subyacentes al uniforme. Tendemos a adquirir
y a desarrollar una sensibilidad para un mundo de artefactos y nos alejamos
cada vez más del mundo de la naturaleza. Estamos expuestos a
contrastes notorios entre esplendor y escualidez, riqueza y pobreza,
inteligencia e ignorancia, orden y caos. La competencia por el espacio
es grande, de modo que cada área tiende a ser usada de manera
que produzca el mayor provecho económico. El lugar de trabajo
tiende a disociarse del lugar de residencia, pues la proximidad de establecimientos
industriales y comerciales tornan a un área cualquiera, económica
y socialmente indeseable para propósitos residenciales.
La densidad,
los valores de la tierra, las rentas, la accesibilidad, la salubridad,
el prestigio, las consideraciones estéticas, la ausencia de molestias
tales como el ruido, el humo y la suciedad, determinan la deseabilidad
de las diversas áreas de la ciudad como lugares para el establecimiento
de los diferentes sectores de la población. El lugar y la naturaleza
del trabajo, los ingresos, las características raciales y étnicas,
el status social, las costumbres, los hábitos, los gustos, las
preferencias y los prejuicios están entre los factores significativos
de acuerdo con los cuales la población urbana es seleccionada
y distribuida en instalaciones más o menos diferenciadas. Diversos
elementos de la población que habitan un establecimiento compacto
tienden, así, a segregarse unos de otros en la medida que sus
requerimientos y modos de vida son incompatibles unos con otros y en
la medida en que son antagónicos entre sí. De modo similar,
las personas de status y necesidades homogéneas se agrupan inconscientemente,
se seleccionan conscientemente, o son forzadas a hacerlo por imperio
de las circunstancias, dentro de una misma área. Así,
las diferentes partes de la ciudad adquieren funciones especializadas.
Consecuentemente, la ciudad tiende a asemejarse a un mosaico de mundos
sociales, donde la transición de uno a otro es abrupta. La yuxtaposición
de personalidades y modos de vida divergentes tiende a producir una
perspectiva relativista y un sentido de tolerancia hacia las diferencias,
los que pueden ser considerados como pre-requisitos de la racionalidad
y que conducen hacia la secularización de la vida 5.
La vida y el trabajo en común
de individuos que no tienen lazos sentimentales y emocionales, fomentan
un espíritu de competencia, engrandecimiento y mutua explotación.
Se tiende a recurrir a controles formales para contrarrestar la irresponsabilidad
y el desorden potencial. Sin una rígida adherencia a rutinas
predictibles una gran sociedad compacta no sería casi capaz de
mantenerse a sí misma. El reloj y las señales de tránsito
son símbolos de las bases de nuestro orden social en el mundo
urbano. El frecuente y estrecho contacto físico unido a una gran
distancia social acentúa la reserva mutua de individuos desligados
entre sí, la que, de no estar compensada por otras oportunidades
para una respuesta, es causa del sentimiento de soledad. El movimiento
necesario y frecuente de gran número de individuos en un hábitat
congestionado da lugar a roces y a la irritación. Las tensiones
nerviosas que derivan de tales frustraciones personales son acentuadas
por el ritmo rápido y la tecnología complicada, propios
de la vida en las áreas densas.
|
|
|
Instalación
- West 8, 800.000 houses, 1995
Realizada en el NAI, Rotterdam
Esta instalación levantó
preguntas sobre la situación de ocupación extrema
del territorio. Los dardos apuntaron específicamente al
proyecto Vinex, el que tenía previsto construir 800.000
casas en 10 años, en zonas de baja densidad.
Fuente: Paisajes Urbanos (2001),
Revista Quaderns dárquitectura i urbanisme. Barcelona:
España |
Heterogeneidad
La interacción social
existente en el “medio” urbano entre tal variedad de tipos
de personalidad tiende a destruir la rigidez de las líneas de
casta y a complicar la estructura de clases, produciendo así
un entramado de estratificación social más diferenciado
y ramificado que el que se encuentra en sociedades más integradas.
La alta movilidad del individuo, que lo introduce dentro del campo de
estimulación de una gran cantidad de individuos diferentes y
lo sujeta a status fluctuantes en los grupos sociales diferenciados
que componen la estructura social de la ciudad, tiende a hacer que la
inestabilidad e inseguridad en el mundo sea aceptada como una norma.
Este hecho ayuda a explicar, también, la sofisticación
y el cosmopolitismo del individuo urbano.
Ningún grupo monopoliza
la lealtad del individuo. Los grupos a los cuales está afiliado
no se prestan fácilmente a un ordenamiento jerárquico.
En virtud de los distintos intereses que promueven los diferentes aspectos
de la vida social, el individuo es miembro de grupos ampliamente
divergentes, cada uno de los cuales sólo funciona con referencia
a un simple segmento de su personalidad. Tampoco estos grupos permiten
un fácil ordenamiento concéntrico tal que los más
limitados caigan dentro de la circunferencia de los más inclusivos,
como es muy probable suceda en la comunidad rural o en sociedades primitivas.
Los grupos a los cuales la persona está afiliada son, más
bien, tangenciales uno con respecto a otro, o se intersectan de un modo
muy variable.
En parte a causa del poco
arraigo físico de la población y en parte como resultado
de su movilidad social, el cambio de la pertenencia a grupos es generalmente
rápido. Fluctúan el lugar de residencia, el lugar y carácter
del empleo, los ingresos y los intereses; la tarea de unir organizaciones
y mantener y promover un conocimiento mutuo, íntimo y duradero
entre sus miembros es, pues, difícil. Esto se aplica vívidamente
a áreas locales dentro de la ciudad en las que las personas se
segregan en virtud de las diferencias de raza, idioma, ingresos y status
social más que por la elección o atracción positiva
hacia individuos que se les asemejan.
En una proporción
abrumadora, el habitante de la ciudad no es propietario de su hogar,
y, dado que un hábitat transitorio no genera tradiciones y sentimientos
firmes, sólo raramente es en realidad un vecino. El individuo
tiene escasas posibilidades de acceder a una concepción de la
ciudad como un todo o de reconocer su lugar en el esquema total. Consecuentemente,
le resulta difícil determinar cuáles son sus propios “mejores
intereses” y decidir acerca de los problemas y líderes
que le son presentados por los agentes de sugestión de masas.
Los individuos que están así separados de los cuerpos
organizados que integran la sociedad, constituyen masas fluidas que
hacen que la conducta colectiva sea algo tan impredictible y en consecuencia
tan problemático.
Aunque por el reclutamiento
de tipos variados, requeridos para la ejecución de las diversas
tareas así como por la acentuación de su singularidad
promovida mediante la competencia y la gratificación a la excentricidad,
la novedad, la ejecución eficiente y la inventiva, la ciudad
produce una población altamente diferenciada, también
ejerce una influencia niveladora. Dondequiera que se congreguen grandes
cantidades de individuos diferentemente constituidos, se introduce también
el proceso de despersonalización. Esta tendencia niveladora es
en parte inherente a la base económica de la ciudad. El desarrollo
de las grandes ciudades, por lo menos en la edad moderna, dependía
en alto grado de la fuerza concentrada del vapor. El surgimiento de
la fábrica hizo posible la producción en serie para un
mercado impersonal. Sin embargo, la total explotación de las
posibilidades de la división del trabajo y de la producción
en masa sólo es posible con la estandardización de procesos
y productos. Una economía monetaria va aparejada con tal sistema
de producción. Progresivamente y a medida que las ciudades se
desarrollaron sobre la base de ese sistema de producción, el
nexo pecuniario que implica la posibilidad de compra de servicios y
cosas, ha desplazado a las relaciones personales como base de asociación.
Bajo estas circunstancias, la individualidad debe ser reemplazada por
las categorías.
Cuando grandes cantidades
de personas deben hacer uso común de servicios e instituciones,
tiene que surgir un arreglo para ajustar los servicios e instituciones
a las necesidades de la persona promedio antes que a las de los individuos
particulares. Las ventajas de los servicios públicos y de las
instituciones recreativas, culturales y educativas, deben ser ajustadas
a los requerimientos de las masas. Similarmente, las instituciones culturales,
tales como escuelas, cinematógrafos, radios y periódicos,
en virtud del carácter masivo de su clientela deben operar necesariamente
como influencias niveladoras. El proceso político tal como aparece
en la vida urbana no podría ser explicado sin tomar en cuenta
los llamados a las masas hechos a través de modernas técnicas
de propaganda. Si el individuo quiere participar de alguna manera en
la vida social, política y económica de la ciudad debe
subordinar algo de su individualidad a las demandas de la comunidad
más amplia y en esa medida sumergirse en los movimientos de masas.
|
|
Una de las muchas
viviendas sin ventanas en la atiborrada Chicago de comienzos del
siglo XX |
Otro problema
común a las nacientes ciudades capitalistas: el hacinamiento |
vuelve
al comienzo
Relación entre
una teoría del urbanismo y la investigación sociológica
Mediante un conjunto de
teorías tal como el que queda delineado ilustrativamente más
arriba, los complicados y multifacéticos fenómenos del
urbanismo pueden ser analizados en función de un número
limitado de categorías básicas. De este modo, el enfoque
sociológico de la ciudad adquiere una unidad y coherencia esencial,
capacitando al investigador empírico no sólo para enfocar
en forma meramente distintiva los problemas y procesos que caen propiamente
en su campo, sino también para tratar su materia de un modo más
integrado y sistemático. Cabe indicar unos pocos descubrimientos
típicos de la investigación empírica en el campo
del urbanismo, con especial referencia a los Estados Unidos, para verificar
las proposiciones teóricas señaladas en las páginas
precedentes; cabe, asimismo, bosquejar algunos de los problemas cruciales
para un estudio más amplio.
Parece posible explicar
las características de la vida urbana y dar cuenta de las diferencias
entre ciudades de diversos tamaños y tipos sobre la base de las
tres variables: cantidad, densidad y grado de heterogeneidad de la población
urbana.
El urbanismo en tanto modo característico de vida puede ser enfocado
empíricamente desde tres puntos de vista interrelacionados: 1)
Como una estructura física que comprende una base de población,
una tecnología y un orden ecológico; 2) como un sistema
de organización social que involucra una estructura social característica,
una serie de instituciones sociales y una pauta típica de relaciones
sociales; y 3) como un conjunto de actitudes e ideas, y una constelación
de personalidades comprometidas en formas típicas de conducta
colectiva y sujetas a mecanismos característicos de control social.
El urbanismo en una
perspectiva ecológica
Ya que se trata de una estructura
física y de procesos ecológicos somos capaces de operar
con índices aproximadamente objetivos; se hace posible arribar
a resultados bastante precisos y generalmente cuantitativos. El dominio
de la ciudad sobre sus hinterlands se hace explicable a través
de las características funcionales de la ciudad, que derivan
en gran medida de los efectos de la cantidad y la densidad. Muchas de
las facilidades técnicas, oficios y organizaciones surgidas de
la vida urbana sólo pueden crecer y prosperar en ciudades donde
la demanda es suficientemente grande. La naturaleza y escala de los
servicios suministrados por estas organizaciones e instituciones y la
ventaja de que gozan en comparación con servicios menos desarrollados,
de pueblos más pequeños, acrecientan el dominio de la
ciudad y la dependencia de regiones todavía más amplias
respecto de la metrópoli central.
La composición de
la población urbana muestra el funcionamiento de factores selectivos
y de diferenciación. Las ciudades contienen una mayor proporción
de personas en la primavera de la vida que las áreas rurales,
que contienen gente más vieja y muy joven. En esto, como en muchos
otros aspectos, cuanto más grande es la ciudad, más manifiestas
son las características específicas del urbanismo. Con
excepción de las grandes ciudades, que han atraído el
grueso de varones extranjeros, y otros pocos tipos especiales de ciudad,
las mujeres predominan numéricamente sobre los hombres. La heterogeneidad
de la población urbana es aún más evidente a lo
largo de las líneas raciales y étnicas. Los extranjeros
nacidos fuera de aquélla y sus hijos constituyen aproximadamente
los dos tercios de la población de ciudades de más de
un millón de habitantes. Su proporción en la población
urbana declina a medida que decrece el tamaño de la ciudad, hasta
que en las áreas rurales comprende no más de un sexto
de la población total. Igualmente, las grandes ciudades han atraído
más negros y otros grupos raciales que las pequeñas comunidades.
Considerando que la edad, el sexo, la raza y el origen étnico
están asociados con otros factores, tales como ocupación
e interés, se hace claro que una de las mayores características
de los habitantes urbanos es la falta de similitud existente entre ellos.
Masas tan numerosas y de rasgos tan diferentes como las que encontramos
actualmente en las ciudades de los Estados Unidos no habían coexistido
nunca en tan estrecho contacto físico. Las ciudades en general,
y especialmente las ciudades norteamericanas, comprenden una mezcla
de gentes y culturas, de modos de vida altamente diferenciados, entre
los cuales sólo hay, a menudo, una muy débil comunicación,
la indiferencia más grande y la más amplia tolerancia;
ocasionalmente puede darse una rivalidad áspera; siempre el más
agudo contraste.
El fracaso de la población
urbana para reproducirse por sí misma parece ser una consecuencia
biológica de una combinación de factores dados en el complejo
de la vida urbana; la declinación de la tasa de natalidad puede
en general considerarse como uno de los signos más característicos
de la urbanización del mundo occidental. Mientras que la tasa
de mortalidad en las ciudades es ligeramente mayor que en el campo,
la diferencia saliente entre el fracaso de las ciudades de hoy para
mantener su población y el de las del pasado consiste en que
éstas lo debían a las altas tasas de mortalidad, en tanto
que aquéllas, desde que se han hecho más aptas para la
vida desde el punto de vista de la salubridad, lo deben a las bajas
tasas de natalidad.
Estas características
biológicas de la población urbana son sociológicamente
significativas, no sólo porque reflejan el modo urbano de existencia
sino también porque condicionan el crecimiento y futuro dominio
de las ciudades y su organización social básica. Dado
que las ciudades son comunidades consumidoras antes que productoras
de hombres, el valor de la vida humana y la estimación social
de la personalidad no dejaron de ser afectados por el balance de nacimientos
y muertes. La pauta del uso de la tierra, de los valores de la tierra,
de las rentas y la propiedad, de la naturaleza y funcionamiento de las
estructuras físicas, de las viviendas, de los servicios de transporte
y comunicación, de los servicios públicos, éstas
y otras fases del mecanismo físico de la ciudad no son fenómenos
aislados y no relacionados con la ciudad como entidad social, sino que
son afectados por el modo urbano de vida, al que a su vez afectan.
El urbanismo como forma
de organización social
Los rasgos característicos
del modo de vida urbano han sido a menudo descritos sociológicamente
como consistentes en la sustitución de contactos primarios por
secundarios, el debilitamiento de los vínculos de parentesco
y la decadencia de la significación social de la familia, la
desaparición del vecindario y la socavación de las bases
tradicionales de la solidaridad social. Todos estos fenómenos
pueden ser sustancialmente verificados a través de índices
objetivos. Así, por ejemplo, las bajas y declinantes tasas urbanas
de reproducción sugieren que la ciudad no conduce al tipo tradicional
de vida familiar, incluyendo la crianza de los niños y el mantenimiento
del hogar como el “locus” de un círculo completo
de actividades vitales. La transferencia de actividades industriales,
educacionales y recreativas e instituciones especializadas exteriores
al hogar, ha privado a la familia de algunas de sus más características
funciones históricas. En las ciudades es más probable
que las madres estén empleadas, los huéspedes son frecuentemente
parte de la casa, los matrimonios tienden a ser pospuestos y es grande
la proporción de gente solitaria y aislada. Las familias son
más pequeñas que en el campo y frecuentemente sin hijos.
La familia como unidad de vida social está emancipada de los
grandes grupos de parentesco característicos del campo, y sus
miembros individuales persiguen sus propios intereses divergentes en
su vida vocacional, educacional, religiosa, recreativa y política.
Funciones como el mantenimiento de la salud, métodos para aliviar
las penalidades asociadas con la inseguridad personal y social, las
previsiones para la educación, la recreación y el adelanto
cultural, han dado surgimiento a instituciones altamente especializadas,
sea a nivel de la comunidad, del estado, o aún con bases nacionales.
Los mismos factores que han causado esa mayor inseguridad personal también
subyacen en los más amplios contrastes que se dan entre individuos
en el mundo urbano. Al mismo tiempo que la ciudad ha destruido las rígidas
líneas de casta de la sociedad pre-industrial, ha agudizado y
diferenciado los grupos según ingresos y status. Por lo general,
una mayor proporción de la población urbana adulta está
más ventajosamente empleada que la población rural adulta.
La clase de los “white-collar”, que comprende los empleados
de comercio, intelectuales y profesionales, es proporcionalmente más
numerosa en las grandes ciudades y centros metropolitanos y en pequeños
pueblos, que en el campo.
En general, la ciudad desalienta
una vida económica en la que en tiempos de crisis el individuo
tenga una base de subsistencia a la cual recurrir, y desalienta el trabajo
por cuenta propia. Si bien los ingresos de la gente de la ciudad son
más altos que los de la del campo, el costo de la vida también
parece ser más alto en las grandes ciudades. La propiedad de
una casa involucra mayores gravámenes y es cada vez más
rara. Los alquileres son más altos y absorben una gran proporción
de los ingresos. Aunque el habitante urbano tenga el beneficio de muchos
servicios comunales, gasta una gran proporción de sus ingresos
en rubros tales como recreación y ascenso social, y sólo
una pequeña en comida; debe comprar lo que los servicios comunales
no suministran, y virtualmente no hay ninguna necesidad humana que permanezca
inexplotada por el comercio. Proveer de emociones y suministrar medios
de escape al tráfago, la monotonía y la rutina, son las
principales funciones de la recreación urbana, que en el mejor
de los casos proporcionan medios para una autoexpresión creativa
y una asociación de grupo espontánea, pero que más
típicamente producen, en el mundo urbano, por una parte, el espectador
pasivo; por la otra, el héroe que bate récords sensacionales.
El hombre urbano, reducido
a un estado de impotencia virtual como individuo, está condenado,
para obtener sus fines, a empeñarse en lograr una unión
en grupos organizados con otros individuos de intereses similares. Esto
da por resultado la enorme multiplicación de organizaciones voluntarias
dirigidas a una variedad tan grande de objetivos como necesidades e
intereses humanos existen. Mientras que por un lado los lazos tradicionales
de la asociación humana se han debilitado, la existencia urbana
involucra un estado de interdependencia mucho mayor entre los hombres
y una forma más complicada, frágil y volátil de
interrelaciones mutuas, en muchas de cuyas fases el individuo como tal
escasamente puede ejercer algún control. Frecuentemente hay sólo
una relación muy tenue entre la posición económica
y los otros factores básicos que determinan la existencia del
individuo en el mundo urbano y los grupos de participación voluntaria
a los cuales está afiliado; en tanto que en una sociedad primitiva
y en una rural, generalmente es posible, sobre la base de unos pocos
factores conocidos, predecir quién pertenece a qué y quién
está asociado con quién, en casi todas las relaciones
de la vida en la ciudad sólo podemos proyectar la pauta general
de formación y afiliación de grupos, y esta pauta pondrá
de manifiesto muchas incongruencias y contradicciones.
|
|
|
|
Chicago, a finales del siglo XIX,
era unas de las ciudades de Estados Unidos de más rápido
crecimiento urbano. El auge industrial de la época ofrecía
oportunidades de trabajo a inmigrantes de todas las nacionalidades.
Fue uno de los destinos privilegiados de los alemanes e irlandeses
a finales del XIX y donde encontraron un lugar los rusos, judíos
y polacos en los albores del Siglo XX.
|
vuelve
al comienzo
Personalidad urbana
y conducta colectiva
Es a través de las
actividades de los grupos voluntarios, sean sus objetivos económicos,
políticos, educacionales, recreativos o culturales, como el hombre
urbano se expresa y desarrolla su personalidad, adquiere un status y
es capaz de llevar a cabo el conjunto de actividades que constituyen
su vida. Sin embargo, se puede inferir fácilmente que el marco
de referencia organizativo que producen estas funciones altamente diferenciadas
no asegura por sí mismo la compatibilidad e integridad de personalidades
cuyos intereses abarca. Bajo estas circunstancias, es de esperar que
la desorganización personal, el trastorno mental, el suicidio,
la delincuencia, el crimen, la corrupción y el desorden prevalezcan
con más fuerza en la comunidad urbana que en la rural. Esto es
confirmado por índices de comparación de los que se dispone;
los mecanismos que subyacen a estos fenómenos requieren empero
un mayor análisis.
Desde que en la ciudad es
imposible, para la mayoría de los propósitos de grupo,
apelar individualmente a la gran cantidad de individuos opuestos y diferenciados,
y desde que es sólo a través de las organizaciones a las
que los hombres pertenecen, que sus intereses y recursos pueden ser
abarcados para una causa colectiva, puede inferirse que en la ciudad
el control social se efectúa típicamente a través
de grupos formalmente organizados. Sigúese, también, que
las masas de hombres en la ciudad están sujetas a la manipulación
por medio de símbolos y estereotipos y son conducidas por individuos
que trabajan a distancia u operan invisiblemente detrás de la
escena, a través del control de los instrumentos de comunicación.
Bajo estas circunstancias, el autogobierno, ya sea en el reino de lo
económico, lo político o lo cultural, está reducido
a una mera figura literaria, o, en el mejor de los casos, está
sujeto al equilibrio inestable de los grupos de presión. En vista
de la ineficacia de los actuales lazos de parentesco, creamos ficticios
grupos de parentesco. Frente a la desaparición de la unidad territorial
como base de la solidaridad social, creamos unidades de intereses. Mientras
tanto, la ciudad como comunidad, se resuelve en una serie de tenues
relaciones segmentadas sobreimpuestas en una base territorial con un
centro definido pero sin una periferia definida, y descansa sobre una
división del trabajo que trasciende la localidad inmediata y
es de alcance universal. Cuando más grande es la cantidad de
personas en estado de interacción, más bajo es el nivel
de comunicación y mayor es la tendencia de la comunicación
a funcionar sobre un nivel elemental, es decir, sobre la base de aquellas
cosas que son supuestas como comunes y de interés general.
Por lo tanto, con respecto
a las tendencias emergentes en el sistema de comunicación y a
la tecnología de la producción y distribución que
han comenzado su existencia con la civilización moderna, es obvio
que debemos buscar los síntomas que indicarán el probable
desarrollo futuro del urbanismo como un modo de vida social. La dirección
de los cambios que están en marcha con el urbanismo, sea para
bien o para mal, transformarán no sólo la ciudad sino
el mundo todo. Algunos de estos factores y procesos básicos y
las posibilidades de su dirección y control invitan a un estudio
más detallado.
Sólo en tanto el sociólogo posea una clara concepción
de la ciudad como una entidad social y una teoría practicable
del urbanismo, puede esperar el desarrollo de un cuerpo unificado y
confiable de conocimientos, cosa que ciertamente no ocurre con la “sociología
urbana” de nuestros días. Es de esperar que puedan ser
determinados los criterios de relevancia y validez de los datos fácticos,
tomando este punto de partida para una teoría del urbanismo,
tal como ha sido bosquejado en las páginas precedentes, y elaborándolo,
probándolo, y revisándolo a la luz de un mejor análisis
y de la investigación empírica. La miscelánea,
colección de información aislada que ha encontrado hasta
ahora su camino en los tratados sociológicos sobre la ciudad,
debe ser así examinada e incorporada a un cuerpo coherente de
conocimientos. De paso diremos que sólo por medio de una teoría
tal escapará el sociólogo de la fútil práctica
de expresar en nombre de la ciencia sociológica una variedad
de juicios casi insoportable, referente a problemas tales como la pobreza,
el alojamiento, la planificación de la ciudad, sanidad, administración
municipal, policía, mercado, transporte y otros productos técnicos.
Si bien el sociólogo no puede resolver ninguno de estos problemas
prácticos –al menos por sí mismo- puede, si descubre
su propia función, hacer una importante contribución a
su comprensión y solución. Las perspectivas para ello
son más brillantes si se emplea un enfoque teórico y general
que si se lo hace a través de un enfoque “ad hoc”.
Referencias bibliográficas
Durkheim, E. (1932). De
la división du travail social. Paris.
Jefferson, M. (1909). “The
anthropogeography of some great cities”. En American Geographical
Society Bulletin, XLI: 537-566.
National Resources Committee
(1937). “Our cities: their role in the national economy”.
Washington: Government Printing Office.
Park, R.E, E.W. Burguess
y otros (1925). The city. Chicago.
Pearson, S.V. (1935). The
growth and distribution of population. New York.
Simmel, G. (1903). Die
Grosstadte und des Geistesleben. Dresden.Sombart, W. (1931). Stadtische
Siedlung, Stadt, “Handwörterbuch der Soziologie”. Stuttgart.
Sumner, W.G. (1906). Folkways.
Boston.
Weber, M. (1925). Wirtschaft
und Gessellschaft. Tübingen.
Wilcox, W.F. (1926). “A
definition of “city” in terms of density”. En Burguess,
E.W., The urban community. Chicago.
Las ilustraciones y los comentarios asociados a ellas no son parte del artículo original, y su responsabilidad es exclusiva de bifurcaciones
|