¿Puede
la teoría observar la ciudad? *
Screening
the City, editado por Tony Fitzmaurice y Mark Shiel
por Bill Stamets
Bill Stamets es un escritor freelance
de cine, que trabaja especialmente para el Chicago Sun-Times
y el Chicago Reader. Es también fotógrafo
profesional y profesor auxiliar en el Columbia College Chicago.
De 1986 a 1990 fue instructor de cine Super-8 en la University
of Colorado at Boulder. Fue director de video para el proyecto
“Corner”, fundado por la Comer Foundation para documentar
un año en la vida de Chicago. En otoño del 2001
enseñó el curso “Cinema and the City”
en la School of the Art Institute of Chicago.
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Teorizar
sobre la relación entre la ciudad y el cine es un proyecto irresistible
para académicos de las más variadas disciplinas. Un ejemplo
conocido puede encontrarse en la colección de 1997 The Cinematic
City, editada por David B., la que cuenta entre sus autores con
un profesor de planning history y tres geógrafos.
Screening the city, una antología más reciente bajo
el mismo tópico 1, reinaugura esta intención
multidisciplinaria convocando ya no sólo cineastas, arquitectos
y urbanistas, sino también geógrafos, historiadores, antropólogos,
estudiosos de la literatura, sociólogos e incluso un filólogo,
lo que da cuenta de un campo de investigación y discusión
tan amplio y complejo como la ciudad misma. Los editores de este libro
son dos profesores de cine, Tony Fitzmaurice y Mark Shiel, responsables
también del más temprano Cinema and the City: Film
and Urban Societies in a Global Context (2001).
Screening
the city se estructura en base a dos ejes. La primera parte
habla de la modernidad y cierra sus filas en la Europa Central
y del Este, girando en torno al cine vanguardista y experimental
de principios de siglo que se dio en sociedades colapsadas socialmente
y controladas totalitariamente. La segunda parte habla de la
postmodernidad y vuelve su mirada hacia Estados Unidos, intentando
rescatar en él los procesos que desde la Segunda Guerra
Mundial han implicado o propuesto la posibilidad de un cambio
revolucionario en las democracias capitalistas de Occidente.
Esta distinción, según reza expresamente la introducción
del libro, “tiene por intención estar en sintonía
con las dos tendencias cruciales que han guiado la historia
urbana y el cine del siglo veinte”.
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Es difícil hablar
de este libro a nivel macro porque la diversidad de enfoques, temáticas
y escalas escapan a cualquier generalización rápida. Geográficamente,
por ejemplo, hay autores que tienden a bajar sus análisis a ciudades
específicas, como el Los Angeles estudiado por J. Davis en los
films Colors (Hopper, 1998), Falling Down (Schumacher,
1993) y Devil in a blue dress (Franklin, 1993), el Berlín
que Martin Gaughan lee en Sinfonía de una gran ciudad (Ruttmann,
1927) y la Polonia-tras-la-cortina-de-hierro que según T. Miller
se trasluce en Street of crocodiles (Quay, 1986). Otros autores
prefieren hablar de temáticas que se plasman no sólo en
ciudades sino en regiones o países, como propone el artículo
de J. Labor sobre el Decálogo de Kieslowsky, la comparación
que hace Strathausen entre la Berlín de Sinfonía de
una gran ciudad y las ciudades rusas Kiev, Odessa y Moscú
en Man with the movie camera de Vertov. Como objeto de estudio,
por su parte, hay quienes analizan películas individuales (Safe,
en el caso de M. Gandy; The street of crocodiles en el caso
de T. Miller; y otros) mientras que otros prefieren hablar de parejas
de películas, lo que les permite establecer comparaciones. Un
ejemplo es la que propone D. Varga entre Crash y El fin
de la violencia en el marco de la experiencia deleuzeana.
El mapa teórico en
el que se mueven los autores también es amplio y diverso. Los
pensadores más citados son sin duda Benjamin, Bakhtin, Lefebvre,
Guattari y Deleuze. Autores como Mike Davis y Marshall Berman son también
centrales en muchos trabajos. Podría decirse que el libro se
encuentra afectado por un aura intelectual que aporta poco
a la reflexión. Pretenciosas frases como “jerga heideggariana”
(p. 272) “misterio lacaniano”, (p. 15) o “comodificación
de localización” (p. 216) son más que comunes, lo
que produce un contexto donde los autores pueden sentirse perfectamente
cómodos hablando de la “auto-reflexión” (self-reflexive),
una tautología sin pies ni cabeza que sin embargo recorre el
libro.
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Imágenes
de Berlín: Sinfonía de una gran ciudad
(Rutmann, 1927) y Man with the movie camera (Vertov,
1929), dos films que son referente obligado en muchos de los artículos
que componen la antología |
Puede decirse que buena parte
de la teoría que balbucean los autores es decorativa y desechable.
Allan Siegel, uno de ellos, llega a reconocer este problema. En su ensayo
“Changing Paradigms in the Representation of Urban Space”
nos dice: “Cómo podemos prevenir que nosotros mismos nos
veamos sofocados dentro de un vocabulario en espiral que amenaza con
dejar nulas las posibilidades discursivas” (p. 141). Trascender
el academicismo es una preocupación de larga data para Siegel,
el único contribuyente del libro que se identifica a sí
mismo como cineasta. En 1968 ayudó a crear la colectividad de
izquierda Newsreel, preocupada por filmar y distribuir películas
sobre protestas universitarias, la guerra de Vietnam, los Panteras Negras
y otras temáticas que según ellos se encontraban mal representadas
en las noticias del mainstream estadounidense. El resto de
los contribuyentes a Screening the City no comparten este deseo
sesentero y urgente de claridad, preocupándose más por
aventurarse con complejas teorías que poco iluminan los films
analizados. Es lamentable que incluso el precavido Siegel caiga en este
juego cuando llega a describir obscurantistamente al cine como “la
central evolucionista de iconografías” (p. 145).
Dentro de este peculiar contexto el
lector llega a agradecer aquellos pocos autores que repasan sus fuentes
teóricas antes que asumirlas familiares para todos. P. Massood,
por ejemplo, se preocupa por definir el “chronotope” de
Bakhtin, mientras que P. Gormley contextualiza las ideas de Deleuze
sobre el binario “acción-imagen”. M. Shiel, por
su parte, nos ofrece una premisa clara de “los tres estadios
del capitalismo” en su ensayo “A Nostalgia for Modernity:
New York, Los Angeles, and American Cinema in the 1970s”. Sus
buenas intenciones, sin embargo, bastante poco sirven para iluminar
los dos filmes que pretende analizar, Network y Annie
Hall. Este mismo problema se ve radicalizado en ensayos como
“The affective city: urban black bodies and milieu in Menace
II Society and Pulp Fiction”, donde el autor ni
siquiera se preocupa por persuadiar al lector que sus herramientas
teóricas se encuentran al servicio del análisis de Menace
II Society¸el film sobre el que supuestamente gira el artículo.
D. Sorfa, por su parte, discutiendo el film de 20 segundos Flora
(Svankmajer, 1989), traduce el unheimlich de Freud como unhomely,
una condición surrealista intersticial que no es exactamente
“nostalgia de casa” sino mas bien “nostalgia sin
la esperanza de encontrarse siempre en casa” (p. 110). Pero
una vez más, la larga discusión sobre este concepto
poco colabora al entendimiento del film analizado. Excepcional en
esta línea es el impresionante artículo inicial del
libro, “Uncanny spaces: the city in Ruttmann and Vertov”,
donde Strathausen toma el mismo unheimlich freudiano, pero
lo pone a disposición de lo analizado. En su artículo,
el autor muestra cómo dos sinfonías de comienzos del
siglo XX anticipan un ethos cyborgniano. Más que imponer
o importar ideas de moda, el autor trabaja y discute en base a las
imágenes que aparecen en pantalla. Y eso se agradece.
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Imágenes
de The End of Violence (Wenders, 1997) y Falling
Down (Schumacher, 1993), dos películas comentadas
en la sección "postmoderna" del libro. De la
primera se rescata su particular visión de la ciudad
de la vigilancia, mientras que de la segunda el quiebre
de la identidad WASP y el mosaico multicultural del Los Angeles
contemporáneo. En la parte baja del afiche de dicha película
podemos leer "Una historia de realidad urbana". |
A quienes participan de Screening
the city les gusta declarar que la alegoría es inmanente
en la puesta en escena (mise-en-scéne)
de ciertos films y de su contexto urbano. Me dirijo a aquellos autores
que simplemente ofrecen narrativas de los filmes y de su producción,
“¿Porqué Berlín se desvanece en el Berlin
Alexanderplatz?” (p. 60) se pregunta Meter Jelavich en “The
city vanish: Piel Jutzi's Berlin Alexanderplatz”, poniendo en
discusión el diferencial que existe entre la cinemática
novela de Alfred Doblin de 1929, repleta de sabor local y de críticas
morales, y su enervada adaptación cinematográfica de 1931.
Jelavich escudriña la novela, el guión, las reediciones
y las revisiones, junto con los ataques que los periódicos nazis
hicieron al film de 1930 All quiet on the western front para
dibujar un marco contextual de interpretación del film. Pero
su labor se limita al marco, y no llega nunca a la interpretación.
“No hay un skyline
de Varsovia en Decálogo”, nota Jessie Labov en
su artículo “El Decálogo de Kieslowski.
Vida rutinaria y el arte de la solidaridad”, el que toma un camino
similar al anterior para decodificar la obra de diez partes que Kieslowsky
sitúa en los conjuntos habitacionales polacos. El artículo
gira en torno a la Polonia de la Solidaridad y a la experiencia
de Kieslowski como un documentalista que reaccionó a la interferencia
del Estado pasándose al lado de la ficción. La cinta como
obra en sí misma no es discutida, y las teorías que utiliza
el autor para hablar de ella –especialmente el trabajo de Lefebvre-
aparecen como totalmente superfluas. El ensayo podría haber funcionado
sin el lubricante de la filosofía sociológica. Otro trabajo
cercano a la labor de los cineastas en contextos históricos determinados
puede encontrarse en “Allergy and allegory in Todd Heyne´s
Safe”. En este lúcido ensayo, M. Gandy conjuga
la sensibilidad a los químicos tóxicos con la sensibilidad
New Age como una alegoría al Los Angeles contemporáneo.
Para ello toma el film de Haynes Safe, “un panorama diatópico
del extrañamiento medioambiental" (p. 239).
Dado que la mayoría
de los autores de Screening the City enseñan cine, puedo
adivinar que la mayoría de sus lectores son o serán cineastas
o profesores de cine. ¿Qué partes de este disparejo libro
podría yo asignar a mis estudiantes que toman el curso Cinema
and the City? A riesgo de sonar cómo un simplón,
seguramente nominaría aquellos ensayos con menor proporción
de la así llamada teoría. Rescataría ensayos
como el de Strathausen, Jelavich, Labov y Gandy, quienes engarzan ideologías
que ya son parte de la puesta en escena en las cintas que interpretan.
Las ciudades de Berlin, Varsovia y Los Angeles, refractadas en los cines
de Ruttman, Kieslowski y Haynes son textos ya lo suficientemente densos
sin contar la adicional y desechable teoría.
Las ilustraciones y los comentarios asociados a ellas no son parte del artículo original, y su responsabilidad es exclusiva de bifurcaciones
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