INSTANTANEA · Texto: Ricardo Greene * Imágenes: Matilde Caballero **
t ra b a j o s r e l a c i o n a d o s
Monterrey
Núm.1 - INSTANTANEA, MONTERREY, Humberto Guel, "Graffiti en blanco y negro".
Memorial de Santiago
Núm.6 - RESEÑA, Daniela Aguirre, "'Memorial de Santiago: un hálito de sentido sobre la ciudad".
Hampton

Núm.8 - ENSAYO AUDIOVISUAL, Martin Hampton, "Les Étrangers. Paris 2007".

S A N T I A G O - C H I L E
LOS TIEMPOS DEL TIEMPO
Mapa Santiago
Cabezal Greene
 
  Santiago Oriente 1
 

 

 

 

  Santiago Oriente 2
 

 

 

 

  Santiago Oriente 3
 

 

 

 

  Santiago Oriente 4
 

 

 

 

  Santiago Oriente 5
 

 

 

 

El martes por la mañana leí que Liverpool fue elegida la Capital Cultural de Europa, y que a modo de conmemoración se instalará en el borde costero un enorme mural. En él, se registrará cómo luce hoy la fachada de la ciudad, vista desde el mar. Todo quedará retratado ahí, cada chimenea, cada paleta publicitaria, cada bar, cada casa, cada salto del pavimento. Cuando leí esa noticia no me llamó mucho la atención, era sólo una nota más sobre un monumento conmemorativo más. Pero luego, esa misma tarde, algo pasó que me hizo pensar en ella de otra manera. Estaba en Santiago, había ido de vacaciones luego de varios años fuera y nada mejor, pensé, que caminar por mi viejo barrio para volver sentirme como en casa. En ese espacio franqueado al Norte por la rotonda, al Sur por el Río Mapocho, al Este por las canchas de fútbol y al Oeste por el kiosco de Rita, había vivido por más de veinte años. Era el lugar que me había visto nacer, crecer y luego irme, como un padre silencioso y paciente.

 

Al caminar por sus calles, sin embargo, me fui encontrando con pequeños cambios que se desplegaban silenciosos pero seguros por toda su geografía. La casa de la chica guapa, por ejemplo, ahora era naranja y tenía segundo piso, terraza y árboles frutales. De la chica guapa, ni rastro. Un poco más allá, el minimarket de la esquina era ahora una farmacia, y el cruce de calles a la salida del colegio lucía un nuevo y flamante lomo de toro. Me encontré también con que la casona donde vivía ese perro negro y rabioso había sido reemplazada por un edificio de departamentos y que el viejo peladero donde iba a andar en bici había sido transformado en una plaza de juegos modernos para chicos modernos. No se trataba, como pueden ver, de transformaciones necesariamente buenas o malas, sino sólo de cambios, que como en una pieza de Jazz iban ensayando e improvisando sus versiones propias de lo que era mi barrio. De lo que había sido y de lo que quería ser. El problema era que en la suma de todas esas pequeñas mutaciones, algo en el corazón de ese lugar había cambiado, y el lugar al que yo pertenecía ya no me pertenecía. Me sentí como el mundo si el océano se secara de pronto: desierto y rasgado por mascarones de proa.

 

Me senté en una de las bancas y me puse a pensar en lo que había pasado. Durante los más de 20 años que había vivido ahí, nunca había pensado en ese territorio como algo en transformación. Era mi refugio inmutable, una especie de planeta perdido que rotaba muy lejos de la órbita del tiempo. Por lo mismo, mi primera explicación para estos cambios fue que precisamente el tiempo había dado con su paradero e iniciado su colonización. La modernidad, el progreso o como quieran llamarlo, estaba quemando sus naves a la orilla de la rotonda donde hojeé mi primera Playboy y compré mis primeros cigarros. Al cabo de un rato, sin embargo, me di cuenta que había otra respuesta, más sencilla y quizás también más razonable: los cambios siempre habían estado ahí, pero se sucedían a un ritmo tan cotidiano y en una escala tan muda que nunca les había dado mayor importancia. Así pasa el tiempo, me dije: todo parece estar igual que antes, pero de pronto das vuelta una esquina y te encuentras con algo que recién no estaba ahí. Lo que creo que me pasó al volver, entonces, lo que finalmente me hizo sentirme fuera de lugar, fue que en un solo instante me encontré con cada una de las variaciones que se habían acumulado por años sobre las calles de ese pequeño reino.

 

Ahora pienso en el mural de Liverpool y me lo imagino como un ejercicio que intentará congelar a la ciudad en el tiempo. O que la pondrá en otro tiempo, si quieren, como la cara siempre inmóvil de una ciudad siempre cambiante. A partir de este año, la ciudad se sentará frente al mar con sus dos caras -la pintada y la construida, la imaginada y la real- y la distancia que las irá separando le mostrará a sus habitantes, día a día, que el tiempo no pasa como un río furibundo ni se nos viene encima como una avalancha voraz, sino que su paso es mucho más parecido al del tigre: sutil y solapado, aunque igualmente devastador. Como pude comprobarlo el martes con mi propio barrio, con mi propio tiempo.

arriba

 

* Sociólogo y Magíster en Desarrollo Urbano por la P. Universidad Católica de Chile, y Doctorando en Antropología Visual por Goldsmiths, University of London. Co-fundador y Director de revista bifurcaciones desde 2004. volver

** Arquitecta y artista visual chilena. volver

 

bifurcaciones+UNABCreative Commons 3.0

Imprimir imprimir
cómo citar este artículo