Cualquier reseña sobre 2666 resulta insuficiente. Esta novela de más de mil páginas se escapa a cualquier tipo de definición, de abstracción, de resumen. Roberto Bolaño no nos entrega aquí una historia, sino muchas, demasiadas. No hay una interpretación o una visión de la realidad, sino opiniones encontradas, versiones disímiles. Entre los distintos propósitos de los personajes, nos encontramos con la persecución de un escritor de culto, la intención de descubrir (y encubrir) el asesinato de numerosas mujeres en Santa Teresa y la lucha por la supervivencia en la Segunda Guerra Mundial. Pero eso no es todo.
Quizás es necesario señalar, para comenzar, que 2666 no es un libro sino cinco libros. O un libro con cinco partes: «La parte de los críticos», «La parte de Amalfitano», «La parte de Fate», «La parte de los crímenes» y «La parte de Archimboldi». Ahora bien, no hay que pensar en la segunda parte como la continuación (de cualquier naturaleza) de la primera, ni siquiera como un racconto o una segunda visión de los mismos hechos. Y esto mismo ocurre con el resto de las otras «partes». Al llegar al final del libro, no se llega al fin ni al cierre de nada. Sin embargo, al leer la historia de Archimboldi, se puede vislumbrar la idea de cierto principio u origen (aunque no se trata, en ningún caso, de una novela «contada al revés»).
Una segunda idea muy importante es que, a pesar de todas las «partes», versiones, personajes e historias que componen esta novela, 2666 no se construye ni se presenta al lector como algo caótico. En la contratapa del libro se propone la idea de un «agujero negro» en la que todas estas historias y personajes se irán precipitando hasta llegar al vacío. Pienso que este agujero negro tiene un referente directo en la historia mexicana, en la historia de Ciudad Juárez, para ser más precisos. Lo que finalmente une, de una u otra manera, a todos los personajes son los asesinatos que se suceden inexplicablemente en la ciudad de Santa Teresa (trasunto de Ciudad Juárez en la novela). Todos los personajes llegan a Santa Teresa por diferentes motivos: los críticos de literatura que buscan a Archimboldi; Amalfitano, el profesor chileno que trabaja en la Universidad de Santa Teresa; Oscar Fate, el reportero norteamericano que viene a cubrir un partido de box; y, finalmente Archimboldi mismo. Todos se implican y son testigos de la horrorosa realidad en la que viven las mujeres de esta ciudad, presas del pánico de ser la siguiente víctima.
Se puede decir entonces, que los dos ejes sobre los que gira vertiginosamente este «agujero negro» son la literatura (encarnada en la vida y obra del escritor alemán Beno von Archimboldi) y la violencia (presente no solo en las viñetas que describen los crímenes de la ciudad, sino que también en la visión apocalíptica de Alemania tras la Segunda Guerra). Así, Bolaño construye una historia de la violencia y de la destrucción conectando ambos lados del Atlántico. En 2666 se presenta al mismo tiempo una visión crítica acerca de una civilización europea en decadencia y una reflexión sobre la irracionalidad e institucionalización de la violencia. Esta violencia está presente tanto en la experiencia de la Segunda Guerra como en la ininterrumpida cadena de asesinatos que la policía y el gobierno mexicanos, por su posible implicación en los hechos, no son capaces de detener.
Desde los inicios de la década de los noventa, el oficialismo mexicano ha tratado las muertes de cientos de mujeres en Ciudad Juárez como hechos aislados, desvinculados entre sí. Algunas veces fueron relacionados a crímenes pasionales y otras simplemente se cerraban los casos por falta de pruebas o por una especie de desinterés y de apatía propios de la policía local. «La parte de los crímenes», una especie de homenaje a las víctimas de Ciudad Juárez, retrata de manera cabal y minuciosa -como si nos encontráramos viendo un documental (el narrador como cámara)- la serie de muertes, por un lado, y por otro, los procedimientos llevados a cabo por la policía para entorpecer el esclarecimiento de la verdad. Bolaño critica de este modo la ineficacia y la corrupción de las instituciones: no solo la policía local, en un principio, sino que también el gobierno de la capital está imbricado en esta serie de hechos sangrientos. La relación entre violencia institucionalizada y ciudad es, en el caso de Ciudad Juárez, directa y evidente. No hay que olvidar el complejo enclave espacial que es Cuidad Juárez (Santa Teresa): ciudad ubicada en la frontera entre México y Estados Unidos, es al mismo tiempo una de las rutas del narcotráfico y el «patio industrial» de Estados Unidos.
En una de las numerosas reseñas de 2666, leí una comparación propuesta por el crítico Álvaro Bisama entre Santa Teresa y Macondo [1]. Si Macondo era la ciudad mítica que narraba el origen de Latinoamérica, Santa Teresa, es la ciudad que narra su fin. Pienso que si bien la comparación puede resultar atractiva en cierto sentido, es al mismo tiempo peligrosa. García Márquez creó, en las numerosas historias que componen su gran novela, una especie de mito de la realidad latinoamericana: la consecuencia fue ver las ciudades de Latinoamérica como pobladas de magia, como si hubiera algo de Macondo en cada una de ellas. El realismo mágico se convirtió, sobre todo para los ojos de los países del «primer mundo», en el modo de ser de los países latinoamericanos, en su realidad. Por el contrario, creo que Bolaño se aleja completamente de cualquier interpretación mítica de la realidad: en alguna página de la novela leemos «la historia es una puta sencilla, no tiene momentos determinantes sino que es una proliferación de instantes, de brevedades que compiten entre sí en monstruosidad». Si bien la violencia es, como en el caso de García Márquez, uno de los motores generadores de su historia, aquí está profundamente conectada con la realidad. La violencia de 2666 es, lamentablemente, violencia real. Y Bolaño se encarga, sobre todo en «La parte de los crímenes», de que este hecho no pase desapercibido. No es posible crear una ficción, construir una interpretación mítica de un hecho tan horroroso como el de las muertes de Ciudad Juárez. Si Macondo es el mito del origen de Latinoamérica, Santa Teresa es la ilustración de que cualquier interpretación mítica (de origen o de fin), resulta risible, inútil, absurda: en términos de Bolaño, monstruosa.
Santa Teresa es una ciudad borde. Una ciudad que queda en la frontera entre México (y, por extensión, Latinoamérica) y Estados Unidos. Una ciudad límite entre la realidad y la ficción. Entre literatura y vida. Es la ciudad de Cesárea Tinajero (poeta mexicana de los años treinta alrededor de la cual circulan las historias y personajes de Los detectives salvajes) y el refugio de Beno von Archimboldi. Es, al mismo tiempo, un centro industrial, un espacio en la mitad del desierto que con el correr de los años se convirtió en un peligro y una amenaza para las mujeres. Es el espacio de la conspiración: de la impunidad de los estamentos de poder, de la corrupción y del imperio del dinero.
¿Y qué es 2666?, ¿Cuándo sucede el año 2666? En Amuleto (1999), cuyo eje catalizador es otro hecho violento (la matanza de Tlatelolco de 1968), Auxilio Lacouture, en el D.F., describe desde la óptica del año 1975 hechos pasados y nos da una pista de lo que podría significar 2666. La protagonista, que va siguiendo a otros dos personajes (uno de ellos Belano, especie de alter ego de Bolaño) dice: «Y los seguí. Los vi caminar a paso ligero por Bucareli hasta Reforma y luego los vi cruzar y Reforma sin esperar la luz verde, ambos con el pelo largo y arremolinado porque a esa hora por Reforma corre el viento nocturno que le sobra a la noche, la avenida Reforma se transforma en un tubo transparente, en un pulmón de forma cuneiforme por donde pasan las exhalaciones imaginarias de la ciudad, y luego empezamos a caminar por la avenida Guerrero, ellos un poco más despacio que antes, yo un poco más deprisa que antes, la Guerrero, a esa hora, se parece sobre todas las cosas a un cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio de 1968, ni a un cementerio de 1975, sino a un cementerio de 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo» (76-77).
Y con la descripción de Auxilio Lacouture doy fin a estas líneas. Quizás sí es posible una síntesis de la novela, después de todo. O más que una síntesis, una imagen: 2666 como el cementerio futuro de Latinoamérica, como una narración que conduce a la muerte y a la destrucción, o, en las palabras de Fresán, como «un inagotable mural mitad El Bosco mitad Diego Rivera; todo y todos se mueven y van y vienen y se cruzan en la tierra y en el aire por rasgos artísticos… monstruosos… o culinarios» [2].
Las ilustraciones y los comentarios asociados a ellas no son parte del artículo original, y su responsabilidad es exclusiva de bifurcaciones.
Esta reseña fue publicada originalmente en el número 5 de nuestra revista, en el verano de 2005. URL: [http://www.bifurcaciones.cl/005/2666.htm].
Angeles Donoso, licenciada en Letras por la Universidad Católica de Chile (2003), Master of Arts en Spanish en la Washington University de Saint Louis y doctoranda del programa de Romance Languages and Literatures de la misma universidad. E-mail: mddonoso[@]artsci.wustl.edu.
[1] Esta comparación es citada en «El mito del final», reseña escrita por Gonzalo Garcés. Fuente: Artes y Letras de El Mercurio, Santiago (Chile), 21 de noviembre de 2004.
[2] En «Roberto Bolaño: El último caso del detective salvaje», por Rodrigo Fresán. Fuente: Página12, Buenos Aires (Argentina), 14 de noviembre de 2004.