Sólo para la humanidad, en contraste a la naturaleza, ha estado garantizado el derecho de conectar y separar […] Tanto en un sentido inmediato como en un sentido simbólico, en un sentido físico y en un sentido intelectual, somos en todo momento aquellos que separan lo conectado o conectan lo separado.
Georg Simmel, «Puente y puerta» (1909).
La cartografía está de moda. Hoy, el acceso a mapas de la tierra está asegurado y en constante desarrollo y, al menos en las regiones invadidas por internet, el mapeo se ha transformado en uno de los modelos de visualización del mundo por excelencia. Sea en formato científico o en versiones de corte gestáltico –baste mencionar a este último respecto «Esto es Talca«, plataforma de mapeo crono-fotográfico de nuestra revista lanzada en noviembre del año pasado-, son cientos los proyectos cartográficos que podemos encontrar en academias o en comunidades informales [1]. Por otra parte, Google Maps, Street View, proyectos de mapeo colectivo como Open Street Map, o herramientas como la fotografía panorámica, en 360° o gigapixelada, y el sistema de posicionamiento global (GPS), son algunas de las nuevas tecnologías que han creado una renovada manera de representar y percibir el espacio, afectando particularmente nuestra experiencia de las ciudades (ver Peliowski, 2012).
Con el crecimiento de esta neogeografía comunitaria, pública y compartida, un mapeo obsesivo, borgesiano [2], se ha hecho parte importante de nuestras vidas cotidianas. Con la ayuda de aplicaciones digitales, creamos y compartimos mapas de nuestras conexiones sociales, de nuestros viajes alrededor del mundo, o de nuestros movimientos diarios por la ciudad. Gráficos que solían mantenerse enclaustrados en circuitos científicos mostrando cartografías de viento, de flujos urbanos, de llamadas telefónicas o de aviones volando son hoy accesibles y admirados en internet. Podemos recorrer las calles de una ciudad completa a través de una pantalla de computador, turisteando desde nuestro sillón. Fotos y videos están siendo constantemente georreferenciados, formando cartografías cada vez menos abstractas y más relacionadas con la percepción espacial que el fotógrafo ruso Alexander Rodchenko llamaba «desde el ombligo»: la visión horizontal del ojo sumergido en el mundo.
Paralelamente, la representación de la arquitectura –una suerte de cartografía en zoom– también ha evolucionado. Las tecnologías 3D y herramientas de representación dinámica, que agregan movimiento a las tradicionales proyecciones ortográficas, son ya parte fundamental del proceso proyectivo. Archivos como 0300tv.com producen videos de edificios notables, haciendo que la representación arquitectónica sea más expresiva del acto de «atravesar» y menos de la fijación estática, característica de la tradicional fotografía. Google Art Project permite, tal como Street View desde ya hace unos meses, viajar por el interior de algunos de los museos más famosos del mundo. Bancos de fotografía como Flickr, Instagram o Pinterest también sirven como archivos colectivos de arquitectura, registrando no sólo fachadas sino que también interiores de edificios (aunque podemos agregar que los retratos de interiores son aún parciales: baños, clósets, cajas de escalera o pasillos son sistemáticamente excluidos de la representación de la experiencia arquitectónica).
Nuestra conciencia del espacio de la ciudad está siendo más afectada por el modelo cartográfico y por la visualidad de nuestro ambiente. Pero también ha sido influida por nuestro deseo de (o nuestra reticencia a) exponer públicamente lo que consideramos pertenecer a la esfera privada. La urbe ha sido tradicionalmente dicotómica, donde habitaciones encerradas –el espacio arquitectónico- son diferentes y opuestas al aire libre –el espacio urbano-. Esta diferencia es visible, hoy, en los mapas de cualquier ciudad: calles, plazas y parques son generalmente de un color, los edificios de otro. Sin embargo, el espacio de jardines privados, interiores de edificios públicos, corredores o construcciones en el subsuelo no siempre han sido ocultados, apareciendo en algunos momentos de la historia como parte importante de los mapas urbanos -tal como hoy en Street View.
En el muy riguroso plano de Roma de 1748 de Giambattista Nolli (fig. 1), las calles y piazzas son representadas en blanco; los edificios aparecen en negro. Este mapa, uno de las primeras representaciones urbanas que usaron métodos de medición científica, muestra los espacios privados y públicos como simbólicamente opuestos mediante el uso de colores contrastantes. Sin embargo, el blanco también indica los interiores de los primeros pisos de los edificios públicos, como iglesias y palazzos, homogeneizando así todo el espacio accesible para cualquier peatón.
En el plano de Versalles de Jean de la Grive (1746, fig. 2), la representación de los grandes jardines palaciegos es medular, pero también aparecen figurados en detalle los pequeños huertos y patios de las viviendas en la ciudad. El resultado es un mapa denso, homogéneo, donde propiedad Real y propiedad plebeya no están claramente diferenciados, como tampoco jardines privados, calles y parques.
En el plano de París de Turgot (1734-36, fig. 3), la vista axonométrica produce un efecto ambiguo en la separación entre espacios comunitarios y particulares: podemos atisbar el interior de los patios, sólo para darnos cuenta de que está confinados por los edificios circundantes, cuyas puertas ocultan los interiores a la visión del espectador.
Hoy, en Santiago, por ejemplo, al tradicional recorrido por las calles, Street View ha sumado la posibilidad de atravesar el espacio techado del GAM, el interior de la Casa Central de la Universidad Católica, del estacionamiento y patios interiores del Inacap de Vicuña Mackenna y de la UTEM en Macul, o las canchas del Estadio Nacional (figs. 4-8). ¿A qué voluntad responden estas «aperturas de puertas» hoy? ¿Al deseo desinteresado y humano de compartir espacios, o a una gestión de marketing de –por ejemplo- las universidades, que buscan atraer matrículas y por lo tanto aumentan la disponibilidad en línea de su imagen corporativa (edificios, espacios de recreo, casinos, etc.)?
Cabe preguntarse, entonces, por el dónde y el porqué de nuestros hábitos cartográficos, oficiales o informales. ¿Dónde trazamos el límite entre visualizaciones y cartografías del espacio público, y las imágenes y mapeo de nuestros espacios privados? ¿Por qué los pasillos de la Casa Central de la Universidad Católica se consideran de vista pública, pero los del Hospital San José no? ¿Es una invasión a la privacidad la vista aérea de un jardín privado, con una piscina y un parrón? ¿A qué espacio pertenece una fotografía de mi living, que subo y georreferencio en la web? Qué es privado hoy, y cómo representamos este dominio gráficamente? ¿Qué porción de la información sobre nuestros interiores compartimos? ¿Y por qué? ¿Cuánto de nuestra actitud cartográfica ante la privacidad es paranoica, cuanta es panóptica, y cuánta exhibicionista?
También es pertinente preguntarse, desde una perspectiva disciplinar, por los límites de las acciones de arquitectos y urbanistas. En Chile, donde no existe aún una distinción académica y profesional clara entre ambos oficios, responder a estas preguntas no es ajeno a cuestionarse sobre el alcance y el diseño de lo que concebimos, y convenimos representar, como «espacio público». El caso del GAM, por ejemplo, es una excepción extraordinaria donde la calle, abierta y sin rejas, atraviesa un edificio público que históricamente, además, pasó de ser un centro de reunión popular, comunitario, a ser un búnker impenetrable. ¿Cuáles son entonces las puertas y puentes que erigimos entre arquitectura y urbanismo?
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A continuación presentamos una serie breve de imágenes cartográficas y artísticas sugerentes de la cuestión de la representación de la frontera entre espacios público y privado:
Referencias Bibliográficas
Borges, J. L. (2012). Del rigor en la ciencia. En Historia universal de la infamia. Buenos Aires: Emecé.
Peliowski, A. (2012). “Mapas saludables de la ciudad contemporánea”. Spam_arq, 7.
Amarí Peliowski, arquitecta. E-mail: amari@bifurcaciones.cl. Amarí es, desde el número 18, editora de Revista Bifurcaciones.
[1] Otros ejemplos, de carácter dinámico (temporal), dentro del enorme universo de proyectos cartográficos actuales son: http://www.handmaps.org/, http://mappingcontroversies.net/, http://earth.nullschool.net/ y http://ejatlas.org/.
[1] Referimos aquí al relato breve de Borges donde aborda la incursión invasiva del mapa en el mundo moderno (Borges, 2012 [1954]).