1. Narrar la ciudad
La gran ciudad moderna se ha imaginado siempre en contraposición a lo rural. Si el campo es primitivo, tradicional, pobre y restrictivo, la metrópolis es el lugar de las posibilidades infinitas, del futuro y del progreso. El campo es una pieza de tierra congelada en el tiempo que puede darnos estabilidad pero no asombro. La gran ciudad, en cambio, tiene la cualidad de lo sublime, produciendo en sus habitantes asfixia y admiración. Puede generar muchas cosas pero nunca indiferencia.
Tan pronto esta gran ciudad moderna prendió sus luces, las artes salieron a la calle como polillas hipnotizadas. En el cine, las actualités y los trabajos de Dziga Vertov enaltecieron su ritmo trepidante; en la pintura, un poco más tarde, el cubismo y el surrealismo se construyeron desde la fragmentación y el shock de lo urbano sobre los sentidos; y en la literatura, el género de la crónica tuvo un segundo aire reemplazando a su hablante tradicional, el viajero, por el flâneur, un paseante cuyo rostro se borra en la muchedumbre pero cuya voz se alza entre todas. Un narrador siempre masculino, que disfruta del anonimato y se maravilla de las multitudes, recolectando novedades efímeras desde una experiencia subjetiva y parcial. Su hábitat es eminentemente urbano, y lo rural, como diría Vila-Matas, es para él algo tan extraño como un país extranjero.
Durante el siglo XX, estos imaginarios del campo y la ciudad cambiarán varias veces de signo, variando sus temas, personajes, sentidos y valores. Lo único inmutable será que ambos se continuarán definiendo en contraposición: por un lado, los rascacielos, los cables, los cuerpos; por el otro, la familia, las manos, las vacas. Asumiendo la complejidad de un mundo que no es posible reducir nunca a binarios, este libro -y el trabajo que realizamos tanto en Bifurcaciones como en CEUT- propone un enfoque completamente distinto; una mirada continua sobre la realidad que piensa los territorios en distintas combinaciones de urbanidad y ruralidad. Hasta la metrópolis más moderna, nos gusta decir, la Nueva York o el Tokio global de Sassen, contiene características rurales como huertos comunitarios, ferias y mercados o vida barrial, distantes del paradigma de la innovación, la heterogeneidad y la hiperconectividad. Lo rural, a su vez, está lejos de ser un reducto estático y con facilidad puede verse en él las transformaciones que ha producido la tecnología, la llegada de religiones globales o las nuevas formas de articular la producción, la familia y la identidad.
Arrancando entonces de la premisa que los territorios combinan siempre, en distintas proporciones, lo urbano y lo rural, hemos querido inaugurar la Editorial Bifurcaciones con un libro que busca cubrir ese espacio que las artes, los medios, las políticas públicas, los estudios urbanos y la crónica han dejado de lado: aquellas ciudades que ya no son pueblos pero tampoco son -ni tienen por qué serlo- metrópolis. En todo Chile, de Arica a Puerto Williams, nos hemos acercado a estos territorios que pueden tener distinto tamaño, población, historia y entorno, pero que comparten un cierto modo-de-vida. A través de treinta y cuatro relatos inéditos y seis ensayos fotográficos, hemos querido reconocer sus particularidades.
2. La Ciudad Fritanga
Ciudad Fritanga es un lugar donde la vida social no transcurre tanto en las calles sino en espacios domésticos o semi-públicos como iglesias, clubes deportivos o sedes vecinales; donde los fines de semana no hay mucho que hacer salvo organizar un asado familiar o escapar rápido a la naturaleza; donde la entretención es poca y pobre, con suerte un multicine, un partido de fútbol o un teatro que trae de la capital espectáculos cómicos o de revista; donde moverse de un lugar a otro no toma mucho tiempo y la gente sonríe con algo de sorna cuando escucha los problemas metropolitanos; donde el crimen es poco y a nadie le preocupa mucho; donde las calles están pobladas de carros de pastores evangélicos con altoparlantes, máquinas de habilidad y destreza, tiendas chinas al por mayor, carros de papafritas y venta callejera de accesorios para celulares, ropa íntima, juguetes de plástico y linternas desechables.
Ciudad fritanga donde convive en tensión una variedad de tiempos: el tiempo circular de la cosecha y la crianza, de las temporadas y las temporeras, del día y la noche; y el tiempo lineal del capitalismo y del progreso. Un lugar donde a las personas les gustaría ganar más plata pero no están muy dispuestas a deslomarse para ello: si a la pastelería se le acaba el stock a mediodía, cerrará el local o lo dejará abierto para que los conocidos entren a conversar, pero de aumentar la producción, ni hablar. Lugares donde el capitalismo aún no conquista el tiempo. Lo que se agradece.
Ciudad fritanga a medio camino entre vínculos comunitarios y societales: por un lado, de relaciones intensas entre familiares y amigos a las que el extraño puede asomarse pero nunca entrar, y por otro, un lugar donde también es necesario involucrarse cotidianamente con desconocidos, a quienes pronto se intenta posicionar en el mapa social, buscando un parentesco, una trayectoria o un apellido que aminore la incertidumbre. Porque pese a ser ciudad, la diferencia no es muy bienvenida y la discriminación sexual, étnica y de género campea a sus anchas. Pueblo chico infierno grande, dicen, lo que puede tener muchos males pero como destacaron Tönnies y Simmel también provee de una buena base afectiva a sus habitantes. O al menos a muchos de ellos.
Ciudades fritanga cruzadas por una historia de desigualdad y dependencia; en Chile, hijas bastardas de la derrota federalista. Lugares que, con algunas excepciones, no cuentan con un alto capital económico, humano ni cultural; donde la intelectualidad se ha mermado por la creciente fuga de cerebros, la política ha sido desmembrada por la municipalización y el empresariado local ha sido reemplazado por grandes corporaciones que tan pronto pueden, se llevan sus utilidades a las metrópolis. Lugares donde la modernidad se intentó imponer a fuego y la tecnología aterrizó desgarrando relaciones sociales.
Si Latinoamérica es un continente donde hubo modernización sin modernidad, la Ciudad Fritanga nos muestra que también puede haber desindustrialización sin una gran industria. Por eso su geografía es la de un escenario distópico, ballardiano, con chimeneas en ruinas, fábricas a medio caer, galpones vacíos y caminos que no dan a ninguna parte. También de farmacias rutilantes, edificios de espejos y centros comerciales que no dan abasto. Ciudades de contrastes. Ciudades deterioradas. Ciudades fritanga, con políticos fritanga, ejecutivos fritanga, universidades fritanga, periódicos fritanga y circuitos fritanga. Ciudades deformes, sumergidas en aceite hirviendo, quemadas y adictivas, cancerígenas y abandonadas. Transparentes. Desperdiciadas.
3. Pensar lo urbano más allá de lo metropolitano
Hace justo una década dimos inicio a la Revista Bifurcaciones para producir y promover reflexiones sobre la vida urbana contemporánea. Desde un comienzo quisimos hacer un proyecto que cuestionara las convenciones de la comunicación académica y de los estudios urbanos. Arrancamos con una revista digital cuando casi no había ninguna, e intentamos pensar y aprovechar las particularidades del medio; generamos diversas secciones que convocaran a un público amplio y pusieran freno a la endogamia académica; planteamos un proyecto independiente que, aunque en alianza con instituciones formales, mantuviera su libertad de opinión; cuestionamos el sistema de evaluación académica con sus índices, redes y distorsiones; trabajamos por reflotar los estudios cualitativos y culturales sobre la ciudad en un momento en que estaban alicaídos, y trabajamos por validar formas no convencionales de producción académica como ensayos audiovisuales, paisajes sonoros o fotografías.
En esta trayectoria, sin embargo, algo que nunca cuestionamos fue nuestro propio objeto de estudio: lo urbano; o mejor dicho, lo metropolitano. En 2012 nos trasladamos a la ciudad (fritanga) de Talca, 250 kilómetros al sur de la capital chilena, y asumimos un desafío grande: abordar ese otro tipo de territorios, también urbano, llamado ciudad intermedia, rururbanidad, ciudad pequeña o agrópolis. Desde entonces, los descubrimientos tanto a nivel profesional como personal han sido múltiples y asombrosos, y hoy, tras diez años discutiendo la ciudad, hemos querido redefinir nuestro campo de trabajo. Inauguramos entonces la nueva Editorial Bifurcaciones con un libro dedicado a estos territorios que engarzan de modo particular lo urbano y lo rural. Ciudad Fritanga no es, en ninguna medida, un intento por desvalorizar lo popular ni un ejercicio que replica las viejas distinciones entre alta y baja cultura o entre sofisticado y chabacano. Al contrario, es un intento por volver a mirar estos territorios populares y hablar acerca de la precarización que han sufrido. Reconocer sus marcas es, quizás, el primer paso que hay que dar para volver a imaginarlos.
Más información sobre el libro con datos sobre dónde y cómo comprarlo: http://www.bifurcaciones.cl/2014/12/ciudad-fritanga/