23/03/2019

8M: Los espacios, las prácticas y las protestas/

Ahora que estamos todas

Paz Peña

Blog | columnas

Fotografía de Malad Goyes.

Fotografía de Malad Goyes.

La pasada marcha del 8M fue la primera manifestación pública a la que muchas mujeres iban. Se notaba: en Santiago, por ejemplo, la tradicional calzada sur de la Alameda no daba abasto y pronto las mujeres abarrotadas con carteles, cintas moradas y pañuelos verdes coparon no solo la calzada norte sino también las veredas. En todos esos espacios de la ciudad donde no estamos porque no nos dejan o porque nos ignoran, ahora estábamos todas, juntas. A plena noche, sin siquiera cambiar la ruta por el miedo a un asalto sexual o a un acoso callejero: ahora estábamos todas, juntas, seguras, contentas. Quizás lo más transformador de la experiencia fue sentir esa energía viva, física, adictiva, en que las calles son nuestras y los espacios un territorio conquistado. En esas horas existía la potencia de tenerlo todo, juntas.

La aparición colectiva en un espacio, la protesta, es asunto largamente estudiado, y en Chile hasta podemos adivinar el guion de la columna dominguera de turno cuando ocurre una protesta masiva: el liberalismo individualista siente que la multitud es una afrenta directa al sujeto (en masculino) individualista racional, y a veces con más o menos disimulo, los argumentos terminan en la irracionalidad, violencia y falta de verdadera representatividad de las masas. Un poco de lo mismo leímos en varias de las columnas más populares de varones en el post 8M, con el aliciente de que esta vez la multitud era representada por mujeres, lo que de inmediato gatilló una serie de consejos no solicitados de cuáles deberían ser los siguientes pasos de los feminismos en el país.

Esa conversación algo impuesta para definir cómo sigue la agenda post 8M parece desmerecer el extraordinario acto colectivo y político de ese día histórico en Chile. «No nos enamoremos de nosotros mismos» decía Žižek en las protestas de Wall Street del 2013, porque lo importante era el día que viene después. Pero la situación acá es diferente. La importancia política de la protesta, como práctica feminista básica y común, debiera hacernos reflexionar largamente sobre qué significado tiene ese extraordinario ritual masivo que fue el 8M sobre el movimiento feminista en Chile. El feminismo no romantiza la protesta: es básicamente un arma de supervivencia.

La protesta es una forma básica de las prácticas feministas. Revelarse ante lo que nos es impuesto por la hegemonía. Sara Ahmed tiene un texto muy inspirador donde dice algo así como que la experiencia de ser subordinada (ser considera de menor rango que un otro) puede ser entendida también como estar privada de decir ‘no’. De las mujeres se espera que digamos sí a todo, la obediencia se premia y la resistencia se castiga; en ese marco, Ahmed dice que para el feminismo decir no es un trabajo político.

Parte del sistema de dominación es aislarnos; creer que estamos solas en la protesta o, en su defecto, locas. Extraordinariamente, de forma veloz en estos últimos años, la práctica de protesta feminista ha ido rompiendo el aislamiento, desbordando el pacto de silencio y volviéndose potencia política como práctica colectiva. No hay nada más refrescante, amigas, que tomarse los espacios públicos, aparecer como una multitud inmensa e histórica y cantar al unísono “¡No es No!”.

No es que nos hayamos enamorado de nosotras mismas ese día: el 8M ha sido un asombroso acto de emancipación colectiva, en el espacio público, de muchas mujeres por primera vez en su vida. Es ese acto, ahí, crudo, casero, el cambio. Las que lo hemos pasado sabemos íntimamente lo que significa. Las agendas políticas y los programas de los partidos políticos no son más que un pelo de la cola en lo que de verdad está ocurriendo en este momento.

Fotografía de Malad Goyes.

Fotografía de Malad Goyes.

Fotografía de Malad Goyes.

Fotografía de Malad Goyes.