21/11/2012

Por San Diego

Manuel Rojas

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Un vecino mío tiene costumbre de invitarme a caminar por la calle San Diego. Cada vez que nos encontramos en el centro, como vivimos en el mismo barrio, nos vamos juntos, y él, entonces, me propone:

¿Vamos a pie por San Diego?

Vamos.

Echamos a andar. La calle es estrecha y sumamente transitada. Sus aceras son chicas para tanto peatón, y su calzada angosta para todos los vehículos que ruedan por ella. Marchamos todos como aprensados, peatones y vehículos. Nos codeamos, casi nos pisoteamos, sorteando los choques con la habilidad del hombre acostumbrado. El hombre que anda mucho por el centro tiene ya ciertos movimientos especiales en el cuerpo; lo mueve así o de este modo; lo hace girar hacia la derecha o hacia la izquierda, según sea la dirección del obstáculo que avanza hacia él, y con estos movimientos ya maquinales evita los estrellones y los enredos, esos enredos que se producen entre dos personas cuando ninguna de ellas sabe la dirección que tomará la otra, y se queda una frente a otra sin saber qué hacer.

San Diego es un hormiguero humano. Me hace recordar ciertas calles de Buenos Aires; se parece a Florida en su estrechez, y en su circulación, en su eterno y continuo refluir de gente que surge de todas partes; a Reconquista en su movimiento comercial de segundo orden, y a San Martín en su cosmopolitanismo, porque San Diego es una calle cosmopolita. En sus negocios se encuentra gente de un sinnúmero de naciones, y en sus primeras cuadras prima la raza judía. Casi todos los negocios de ventas de catres y colchones son de propiedad de hijos de Palestina, hombres de una nariz sintéticamente judía, de grandes ademanes y habla rápida y sonora. Hay españoles agencieros y panaderos; italianos despacheros; turcos vendedores de artículos de paquetería; árabes esbeltos, con pequeñas tiendas de diverso giro; muchas lenguas extranjeras se oyen la pasar delante de las puertas de los pequeños negocios de San Diego.

San Diego es la calle que progresa menos en su edificación. Sin embargo, tiene un magnífico porvenir. Es la arteria que une el centro de la ciudad con el barrio que se extiende más allá de la Avenida Matta, y con el tiempo será una especie de calle Triunvirato o Bernardo de Irigoyen, esas dos calles bonaerenses. El progreso tal vez no logre ensancharla muy pronto. Su prosperidad futura parece ser puramente comercial, y cuando el centro se hinche de negocios, el comercio buscará su desahogo por San Diego, haciendo que esta calle pase a la ya categoría de calle central de primer orden, como comercio y como edificación. Mientras tanto, es la calle del Barrio Latino, como la llaman sus habitantes, orgullosamente. Pero Santiago empieza a agrandarse, a extenderse, y dentro de algunos años no quedará nada de ella, de lo que es hoy, sino su Plaza Almagro, que ahora parece un macetero colgado en la ventana del barrio San Diego.

* La crónica fue publicada originalmente en 1929, en la serie Andando del vespertino Los Tiempos. La versión que aquí se presenta fue tomada de una republicación de Editora Santiago de 1967, dentro de la compilación A pie por Chile, de Manuel Rojas.

** La foto que acompaña a esta crónica fue tomada del fantástico archivo de imágenes ‘Santiago Nostálgico’, disponible en este link.