Resumen
Este trabajo busca reflexionar sobre los modos de representación, exteriorización y construcción de las memorias citadinas de Medellín mediante su encarnación en diversos dispositivos visoespaciales, a partir de su emplazamiento en el espacio público. Efectivamente, la pregunta por la espacialización y constitución de los lugares destinados a la conmemoración, rememoración, recordación y/o reminiscencia en la urbe permite analizar las diversas relaciones históricas que en Medellín se han constituido con respecto al surgimiento de las diversas memorias citadinas y su exteriorización en la ciudad, los efectos que éstas han suscitado desde el momento de su irrupción y su posterior devenir.
Palabras Claves
Lugares de la memoria, arte público, estéticas urbanas, dispositivos mnemotécnicos.
Abstract
This article aims to reflect about the modes of representation, externalization and construction of Medellin’s urban memories through their embodiment in different visual-spatial devices, based on their location in the public space. The question of space and design of places created for celebration, remembrance, memory and/or reminiscence in the city allows the analysis of the historical relationships that have been established in Medellin over the emergence of different kind of urban memories and their externalization, as well as their effects and subsequent evolution.
Keywords
Memory places, public art, urban aesthetics, mnemonic devices.
1. La descentralización de la memoria. ¿Se puede hablar de memoria colectiva en Medellín?
«La imagen a menudo tiene más de memoria y más de porvenir que el ser que la mira».
George-Didi Huberman, Ante el tiempo.
La historia, o la denominada «memoria histórica», en palabras de Halbwasch (2004), no puede ser concebida como la «memoria colectiva» de una sociedad en tanto que dicho discurso legitimador descarta las diversas posturas memoriales urbanas inscritas en la ciudad.
Muchas comunidades se han valido de sus propios medios para exteriorizar sus relatos que aporten a la re-construcción de la memoria sobre hechos violentos. Se trata del testimonio de unas memorias íntimas llevadas al carácter de lo público. Pero, más allá de ser un homenaje a los desaparecidos o la consigna de un recuerdo de lo ya ocurrido, los lugares de la memoria, constituidos por las comunidades afectadas, se conciben como proyecciones hechas hacia el presente y el futuro, en tanto que promueve la reflexión social sobre hechos que no pueden ser olvidados.
Por ende, la memoria se constituye a partir de las necesidades del presente, siendo la misma comunidad la encargada de fundar sus propios registros memoriales, aportando a la comprensión de la historia de la violencia de la ciudad desde otras narrativas y lecturas diferentes a las gubernamentales.
A su vez, las tensiones memoriales se pueden entrever también en la manera como la comunidad funda sus propios héroes míticos urbanos, a diferencia de aquellas figuras heroicas enaltecidas dentro de la estatuaria pública monumental, evidenciándose las pasiones y los imaginarios urbanos de algunas colectividades por «heroizar» anti-héroes como Pablo Escobar.
Precisamente, el proyecto «Pablo Escobar Tour» ilustra otras posturas disidentes sobre lo que debe ser rememorado, al mismo tiempo que aparecen otras rutas turísticas alternativas que no se encuentran adscritas a los planes turísticos oficiales. Las memorias de la violencia revelan los intereses de un presente ávido por comercializar los restos y las ruinas del narcotráfico, esto es, unas narrativas tendientes a la disneyficación de la ciudad.
Es así como la exportación de la memoria urbana se asume como una acción del presente que repercute sobre el pasado comercializado, un pasado fundador de identidades, de imaginarios, de consumo de símbolos y producción de memoria dentro del presente.
Por supuesto que la mercantilización y exportación de las memorias citadinas, tanto oficiales como alternativas, deviene en la espectacularización a la cual se ve sometida la ciudad turísticamente. En otras palabras, persiste una especie de síndrome futurista. De ahí que las tarjetas postales no ilustren ningún tipo de referencia al pasado patrimonial de la ciudad, sino que develen el simulacro de una ciudad ideal, fantástica, exuberante, amnésica, desligada de la historia.
Al mismo tiempo, los medios masivos de comunicación se establecen como los nuevos agentes simbólicos productores de sentidos, identidades y festividades locales desde un sentido lúdico que aboga por la masificación de las experiencias, la producción de subjetividades y la concreción de unas memorias espectaculares para la ciudad.
De acuerdo con la acepción elaborada por Nora (2008) sobre la expansión del concepto de lugar de la memoria, este tipo de eventos cíclicos que hibridan lo lúdico con lo conmemorativo ilustran la necesidad que ha tenido para Medellín constituir lugares de la memoria móviles, mutables, dispersos, desmontables. Se trata de unas festividades que, a diferencia de las tradicionales imposturas memoriales sustentadas en la longevidad de los mitos heroicos nacionales, acepta la diversidad de eventos y festividades folclóricas de corte cíclico.
Eventos como el tradicional alumbrado navideño proponen una nueva concepción de la monumentalidad temporal y desarmable, dentro de un lugar consagrado históricamente por su carácter monumental y patrimonial como lo es el Puente de Guayaquil, el cual sólo viene a ser reactivado al final de cada año, en gran parte, por la labor mediática y la explotación turística de la ciudad con motivo de un evento cíclico vuelto capital simbólico y económico.
Por ende, la memoria se expande en su concepción temporal al no estar únicamente ligada a los fenómenos pretéritos; la plétora de fenómenos urbanos ligados al turismo de la ciudad devela el interés gestado en Medellín por la construcción de un tiempo futuro. Inclusive, los medios de comunicación tienen la posibilidad de reactivar ciertos escenarios patrimoniales e históricos de la ciudad que devienen en la amnesia colectiva, solamente si estos logran adherirse a las actuales estrategias del mercado de la cultura. Se trata de la fabricación de un presente que se sustenta a sí mismo en la disolvencia del pasado.
Al mismo tiempo, surge un crecimiento exacerbado de lugares expositivos y museísticos tanto itinerantes como permanentes con pretensiones memoriales. La exposición Museo en la calle ilustra las tensiones producidas entre un tiempo que ha sido destruido y borrado de la memoria espacial urbana y a la cual sólo se puede volver mediante el registro fotográfico: el pasado de la ciudad se ha transformado en archivos y bancos de datos, en contraste con la ciudad de la lógica futurista.
La fiebre desatada en la ciudad con respecto a la constitución de unos lugares destinados para el recuerdo, la conmemoración, la rememoración, la explotación turística y cultural, alude también a lo que Nora (2009: 19) advertía al considerar que si «se habla tanto de memoria es porque ya no hay memoria».
Efectivamente, la identidad del país y la ciudad no puede definirse actualmente desde un solo discurso hegemónico sin tener en cuenta la irrupción mediática, el mercado, los procesos modernizadores, la globalización, la amnesia colectiva y la fiebre desatada por constituir lugares de la memoria y eventos conmemorativos disímiles entre sí mismos.
Sin embargo, ¿el hecho de que se produzcan constantemente lugares y acontecimientos para la memoria en la ciudad permite hablar de una memoria colectiva? Halbwasch analizaba la preguntaba sobre la memoria colectiva y su carácter ritual, en contraposición con los denominados «lugares de la memoria» abordados por Nora; debido a su condición material, estos lugares representan la exteriorización de unas memorias dentro del entramado citadino que en muchas ocasiones no es más que la historia-memoria de acontecimientos que a muchos de los ciudadanos no les tocó vivir, como lo concibe Halbwasch.
«La historia vivida se distingue de la historia escrita: tiene todo lo que necesita para construir un marco vivo y natural en el que puede basarse un pensamiento para conservar y recuperar la imagen de su pasado» (Halbwasch, 2004: 71). No cabe duda que el sentido de memoria colectiva propuesto por Halbwasch es complejo en términos de adaptación al contexto de Medellín, no sólo por el hecho de que la pregunta por la memoria no se articula exclusivamente a los eventos del pasado y del recuerdo, sino porque también se constituyen lugares de la memoria con la pretensión de transformar las necesidades que una comunidad puede tener sobre su presente o futuro anticipatorio.
Proyectar el futuro tiene mucho que ver con el retorno hacia un pasado que admite nuevas lecturas y reflexiones, hechos pretéritos que aún no han sido concluidos ni entendidos en términos de apropiación colectiva. En efecto, se trata de un pasado que no ha sido resuelto y que exige explicaciones, un presente que aún está en deuda con su pasado. Como lo advierte Martín Barbero (2000: 23), «el pasado no está configurado sólo por los hechos, es decir por ‘lo ya hecho’ sino por lo que queda por hacer, por virtualidades a realizar, por semillas dispersas que en su época no encontraron el terreno adecuado. Hay un futuro olvidado en el pasado que es necesario rescatar, redimir y movilizar».
Si se vuelve a la lectura de Medellín, se puede entrever una diversidad de fenómenos sociales que repercuten en la construcción de las memorias citadinas por parte de numerosos agentes sociales y simbólicos, por lo cual la memoria no se concreta necesariamente desde la estabilidad de los grupos humanos, como lo concebía Halbwasch. Si algo se puede observar en la ciudad y el país es el carácter divergente de la memoria dentro de un escenario lleno de disputas y tensiones.
2. La disputa entre las huellas del pasado patrimonial y el futuro progresista de la ciudad
«Como un marinero que ve desaparecer la costa, veo desvanecerse mi pasado, reducido a las cenizas de la memoria».
La escafandra y la mariposa, Julian Schnabel.
Medellín evidencia una exteriorización culposa de su pasado mediante fenómenos urbanísticos que pretenden instaurar lugares de la memoria con una impronta oficial basada en hechos como la gentrificación del espacio público, la imposición de memorias oficiales como simulacro de una única verdad y el crecimiento desmesurado del fenómeno de la patrimonialización.
Desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la ciudad asume una dirección progresista consolidada por la Sociedad de Mejoras Públicas y sus proyectos urbanísticos tendientes hacia el embellecimiento y el ornato de la ciudad. La aparición de planes urbanísticos tales como Medellín futuro, de 1905; el Plan Piloto de Brunner, de 1940; Wiener y Sert, en 1951, entre otros, permitieron establecer en la ciudad un interés por su inscripción dentro de una lógica del progreso que vendría a suponer en últimas instancias la negación de su pasado rural, en tanto que éste debía ser olvidado, modificado, transformado.
Medellín termina constituyéndose desde principios del siglo XX dentro de una visión progresista que involucra un tipo de memoria anticipada hacia el futuro, lo cual implicó también para la actualidad observar el carácter inconcluso de dicha lógica modernista ante su imposibilidad de adaptar el pasado a las actuales transformaciones de la ciudad.
De alguna manera, la memoria termina siendo operable en Medellín dentro de unos tiempos de efervescencia amnésica. La transformación que llevó a Medellín a pasar de ser una ciudad manufacturera a una urbe prestadora de servicios permite discutir la supuesta utopía del progreso liderada por Medellín como ciudad industrial. El Monumento a la primera siderúrgica de Antioquia no es más que el emplazamiento arbitrario de los residuos de la industria citadina.
Con motivo de los cambios y progresos urbanísticos tendientes a la proyección de un tiempo futuro en Medellín, el sistema ferroviario de la ciudad, luego de su descenso como ruina urbana y su posterior restauración, pasa a ser concebido como un lugar de la memoria transformado en centro cívico y museístico, cuyas salas son transformadas en estancias de exhibición que ilustran en fotografías la fosilización del pasado industrial vuelto escenario de exhibición.
3. Trayectos icónicos de la amnesia patrimonial y la urdimbre futurista
Berman (1989) ve el retroceso como una forma de avanzar, en tanto que permite hacer una lectura crítica del tiempo presente comprendiendo sus raíces. Pero, si trasladamos este planteamiento al contexto de Medellín, las raíces de su pasado terminan siendo difuminadas por el advenimiento de los tiempos modernos progresistas.
En particular, el Club Unión deviene en un ejemplo tácito de cómo los tiempos modernizadores someten los baluartes arquitectónicos a constantes restauraciones que han terminado afectando la estética y funcionalidad de los mismos, siendo ahora edificios comerciales sometidos a unos procesos de pauperización visual en materia de intervención espacial.
Otro caso de banalización del patrimonio arquitectónico dentro de la ciudad tiene que ver con el antiguo Hotel Montería, un lugar que funcionó durante la época dorada del Ferrocarril de Antioquia, pero que con la caída del sistema ferroviario y el crecimiento comercial del sector se produjo su declive hasta convertirse en una especie de hostal insalubre.
Sin embargo, la edificación logra ser intervenida sufriendo una re-estructuración completa. La actual Victoria Plaza demuestra una vez más la deconstrucción del valor arquitectónico propio del pasado de la ciudad vuelto mercancía, un edificio que para su supervivencia depende de los nexos con el comercio.
Por otro lado, la destrucción de varios inmuebles arquitectónicos tales como el Teatro Junín o el Palacio Amador surge como resultado de la visión progresista que definió a la ciudad en su afán por salir de aquella concepción provinciana y parroquial que la constituía como tal. La esperanza puesta sobre el futuro demoledor conlleva no solamente a la renovación del espacio público sino también a la constitución de un simulacro de ciudad diseñada para el futuro.
4. La gentrificación de la memoria o la recuperación culposa del pasado
Los procesos de gentrificación surgen en Medellín como un interés por parte de la Administración municipal por estetizar algunos espacios públicos deprimidos de la ciudad inyectándoles una proyección futurista con pretensiones memoriales y turísticas. Vale decir que dicha elitización generada sobre algunos lugares de Medellín terminan yendo, en la mayoría de los casos, en contravía con el pasado urbano. Como proceso de simulación y ficcionalización, la ciudad potencializa turísticamente sus espacios mediante técnicas de aburguesamiento ligadas al crecimiento y revitalización de lugares olvidados que son transformados en marcas y emblemas.
La intervención generada sobre la Antigua Plaza de Cisneros surge como una necesidad por parte de la Administración de purificar un espacio malogrado que no hacía justicia con el renovado sector de La Alpujarra, además de ser desplazada la miseria y la pobreza de esta zona.
El lugar termina sufriendo un proceso de aburguesamiento con respecto a la construcción de nuevas monumentalidades, al mismo tiempo que se recrea un discurso enigmático sobre la conservación y recuperación del patrimonio inmueble de la ciudad ante la reivindicación culposa de un pasado olvidado develado en los edificios Vásquez y Carré, fósiles yacientes y ruinas arquitectónicas de la ilegalidad que durante la década de los ochenta y principios de los noventa fueron utilizados como lugares proclives para la instalación de inquilinatos, narcotráfico y prostitución.
Con motivo de la ampliación de la avenida San Juan y la construcción de nuevos dispositivos visoespaciales, se destruye el tradicional Pasaje Sucre. La desaparición de dicho inmueble dentro del inventario de Bienes de Interés Cultural de la ciudad llevó a que la revista Documentos de Arquitectura Nacional y Americana (Dana), de Argentina, atribuyera al entonces alcalde de Medellín, Luis Pérez, y al ex director de patrimonio del Ministerio de Cultura, Konrad Brunner, el Premio Atila 2003 por la demolición de la edificación.
Por otro lado, el discurso hegemónico oficial termina siendo una estrategia comercial que patrocina la espectacularización de la urbe ante la impostura de transformar el pasado y los lugares históricos en parques temáticos y turísticos. La construcción del Parque Bicentenario deviene en una quimera que termina poniendo en tela de juicio el sentido conflictivo por el cual se pretende imponer un lugar pacificado para la memoria en contraposición con el conflicto generado por el desplazamiento de los habitantes del barrio La Toma.
La devaluación de algunas zonas deprimidas de la ciudad se vuelve material de insumo para las empresas constructoras, los planificadores urbanos y los gobiernos locales en un interés por adquirir dichos terrenos a partir de bajos costos adquisitivos con el fin de revitalizarlos en una especie de asalto simbólico que procura generar procesos de renovación urbana para el éxito del embellecimiento y exportación global de la imagen turística de la ciudad.
Precisamente, el monumento de este lugar se asocia a un artefacto prismático que no guarda ningún tipo de correspondencia rememorativa sobre los 200 años de independencia del país, por lo cual se establece una ruptura simbólica con respecto al tradicional dispositivo memorial decimonónico. La nueva monumentalidad tecnológica rompe con la monofocalidad de la representación propia del monumento tradicional para darle entrada al nuevo monumento óptico cinético que conmemora y entretiene a la vez mediante la proyección de imágenes móviles. Por ende, la conmemoración es propuesta como memoria espectacular mediante un proyecto visual tendiente a la desacralización de la historia.
5. De la endogamia a la exogamia memorial. Tránsito de la memoria nación a las memorias particulares
«Cuando te haces mayor en este país, te conviertes en una estatua, un monumento. ¿Y qué le ocurre a las estatuas? Los pájaros se cagan sobre ellas. La vida de un mayor tiene que consistir en algo más que eso».
S. Lee y L. Jones. Do the right thing: a Spike Lee joint.
Citado por W.J.T. Mitchell, Teoría de la imagen.
Las fundaciones generadas sobre el espacio para la creación de los primeros poblados, cabildos, plazas y templos terminan siendo los primeros lugares de la memoria gestados en la naciente urbe durante el periodo de la Conquista como resultado del adoctrinamiento de un pueblo que reconoce dichas espacialidades constituidas en la Villa como máxima potestad; se trata de los «lugares-monumento que permanentemente le recuerdan a los habitantes los lazos de unión entre la tierra y los cielos» (Xibillé, 1997: 28), al mismo tiempo que funcionan como espacios doctrinales de la legalidad.
No obstante, finalizadas las guerras de independencia se inicia en la urbe todo un proceso emancipatorio tendiente a la pedagogización de un pueblo que termina asumiendo un programa ornamental sustentado en edificaciones religiosas, bustos, esculturas, trazados urbanísticos, plazas públicas y parques que albergan dentro de los tiempos modernos de la ciudad la representación de Medellín como república independiente mediante la exaltación de las hazañas patrióticas y los héroes nacionales.
La historia viene a permear la constitución de una memoria simbólica que busca transformase en la nueva imagen de la ciudad, sin desprenderse notoriamente del legado conquistador en tanto que la nueva burguesía republicana asume el programa de apropiación del espacio público tal como funcionó durante la Conquista. El ornato se concibe en la ciudad como dispositivo social encargado de la transmisión identitaria y cultural, cuya monumentalidad resguarda el discurso oficial sustentado en leyes que admiten la legalización y administración del paisaje urbano.
Ante el grado de monumentalización que contiene gran parte de las obras denominadas como arte público emplazadas en Medellín, se consagran las imágenes urbanas como testimonio memorial, visual y retórico de la grandilocuencia del relato memorial oficial sobre la libertad de la Nación.
Efectivamente, «toda sociedad tiene la responsabilidad de la transmisión transgeneracional de lo que considera como sus logros culturales», como lo advierte Ricoeur (2008: 86). Por ende, se erigen monumentos, estatuas, bustos y esculturas públicas, los cuales resguardan, como lo define Nora (2008: 24), «las ilusiones de la eternidad».
De alguna manera, la memoria-nación termina siendo pensada como memoria histórica, según lo contemplado por Halbwasch, o memoria cautiva de la historia, como lo afirma Nora. Como memorias rememorativas, dichos registros oficiales surgen como la posibilidad de «reactualizar el pasado como pasado pero en el presente» (Montoya, 2010: 56), lo cual no necesariamente implica su eficacia persuasiva.
Asimismo, Montoya explica cómo la rememoración se comprende como un arte o habilidad mnemotécnica en tanto que produce un artificio cuya función de exteriorización de aquello que busca ser recordado colectivamente produce al mismo tiempo «el peor daño a la memoria: hacerla olvidar» (Montoya, 2010: 17). Mientras tanto, Guibaut (2009: 43) advierte que «en los últimos años son muchos los artistas que han puesto en cuestión, en crisis, esta idea de un monumento público. Lo que hoy en día se está haciendo evidente -por muchos artistas y escritores- es que un monumento es siempre un monumento al poder, al ostracismo y a la fe ciega».
A partir de la década del treinta inicia con el movimiento Bachué una nueva reflexión encaminadas hacia el rechazo de la representación propia de las grandilocuencias narrativas de la clase burguesa al abrirse una nueva concepción de los temas coligados a la identidad nacional, tomándose distancia de los signos densos asociados al discurso hegemónico estatal y eclesiástico de principios del siglo XX.
Igualmente, el nuevo arte monumental dignifica la imagen de los imaginarios populares ligados a los mitos de la selva, ilustrándose una estética primitiva que colinda con la posibilidad de incluir los valores culturales propios de las comunidades campesinas, que distan por completo de los mitos heroicos impuestos por la clase burguesa, generándose una primera fisura con respecto al modelo endogámico de la memoria – nación ante el reconocimiento y la reivindicación de otros pasados vedados dentro del discurso legitimador de la historia.
El arte adquiere un compromiso social mediante la inclusión de obreros, campesinos, barequeras y huaqueros dentro de la visualidad memorial de la ciudad como registros de una narración cultural y política que da cuenta del pluralismo identitario de la Nación. Las luchas indígenas y obreras por su emancipación colonial vienen a ser tratadas dentro del arte como un testimonio que busca re-construir el pasado histórico de la Nación.
6. Reactivación y apertura exogámica de la memoria
La inscripción de Medellín dentro de los procesos de modernización llevó inevitablemente a la ruptura con el pasado unificado y homogéneo instaurado por la historia. La situación de la memoria-historia eclosiona como resultado de su singularidad restringida que entra en tensión con el advenimiento y producción de diversas memorias ligadas a unos signos estacionales.
Precisamente, dentro del Encuentro Internacional de Medellín 2011, el artista Pep Dardanyà presentó su proyecto La memoria reciclada, una re-construcción del pasado y la memoria de Moravia desde las voces de la comunidad. Mediante la selección de doce de los momentos más significativos de la historia del barrio, elegidos consensualmente por los líderes comunitarios, se procedió a la re-presentación de dichos sucesos a través de 12 registros fotográficos que simulaban los eventos pasados desde una nueva lectura para su proyección en el presente.
Ya no se trata de perennizar las memorias en el monumento tradicional anclado al espacio y el tiempo; por el contrario, se asiste a una nueva concreción de lo monumental negando la eficacia formal y material de la obra de arte por la apertura de prácticas artísticas de carácter procesual que generen lazos comunicacionales con la sociedad. Con La memoria reciclada se asiste a una especie de vaciamiento ideológico dentro del arte como resultado de la proliferación de memorias y de identidades locales que los definen como comunidad.
A diferencia de la estatutaria decimonónica y el monumento conmemorativo, no se pretende establecer una imposición generalizada a partir de la constitución de un sentido simbólico y alegórico jerarquizado; por el contrario, se establecen relaciones horizontales de comunicabilidad entre el artista, la obra de arte y la comunidad. Por ende, la memoria se concibe como un proceso inacabado que está en constante transformación.
El proyecto «Contando con nosotros» es importante en tanto que cuestiona y activa las memorias ligadas a otros espacios de la ciudad, aquéllas que no se conmemoran institucionalmente. Es así como se procede a la intervención de las terrazas de algunas viviendas de Santo Domingo Savio, Popular 1, Popular 2, Granizal y Nuevo Horizonte con el fin de generar unos documentos visuales que den cuenta sobre las memorias particulares de los habitantes del sector.
La contemporaneidad inicia un nuevo régimen de memoria, caracterizado por el tránsito de «lo histórico a lo psicológico, de lo social a lo individual, de lo transmisivo a lo subjetivo […] La memoria contemporánea acarreó una economía singularmente nueva de la identidad del yo, de los mecanismos de la memoria y de la relación con el pasado» (Nora, 2008: 29).
Ya no se trata de petrificar ni monumentalizar el pasado como implantación del orden; por el contrario, se admite el pluralismo y la apropiación de las memorias dentro del presente como dispositivo transmisible dentro de la comunidad.
Finalmente, el poder descentralizador de la memoria también se encuentra adscrito a la apertura de los medios de comunicación como nuevos generadores de producción simbólica identitaria y cultural. Ante la imposibilidad de establecer una sola memoria colectiva que defina la unidad del territorio de la ciudad, del departamento y del país, los lugares de la memoria develados durante el desarrollo de esta investigación demuestran el carácter contingente y fragmentario de la memoria.
El tránsito de una historia nacional inscrita dentro de una memoria oficial y privada hacia la construcción de una memoria nacional compuesta de varios pasados diversos y dispersos es lo que permite establecer una nueva etapa de reivindicación patrimonial y, por ende, un deber que toda sociedad debe tener en el presente con respecto a su pasado.
7. Conclusiones
La memoria es temporal, momentánea, efímera, siempre asediada por la amnesia. Medellín evidencia el tránsito de la memoria ante sus diversas formas de exteriorización y concreción dentro del espacio público, la cual es sometida a unos procesos de transformación con motivo de su inscripción dentro de las diversas dinámicas culturales de la urbe.
La ciudad es el mayor dispositivo de memoria que ha constituido la humanidad, puesto que es en ese complejo entramado heterotópico (espacial) y heterocrónico (temporal) donde surge la vida colectiva y la cultura, las relaciones y los procesos de subjetivación, la construcción y exteriorización de las memorias, y sus diversas representaciones y encarnaciones.
El espacio público de la urbe, como escenario de confrontación de diversos lenguajes políticos provenientes tanto de las narrativas oficiales de la gubernamentalidad como también de las colectividades y minorías en las cuales se inscribe la ciudadanía, evidencia la construcción y convergencia visual de múltiples dispositivos de memoria.
Los eventos conmemorativos de corte cíclico promovidos por los medios masivos de comunicación devienen en lugares de la memoria efímeros que se tornan obsoletos ante los ritmos vertiginosos de la información mediática. Se trata de una política de la amnesia mediática que constituye la memoria sin historia, en tanto que la ciudad participa de una serie de eventos y ferias de corte cíclico promovidas culturalmente como lugares de la memoria sometidos a las lógicas comerciales del consumo.
El tránsito que llevó a Medellín a pasar de ser una ciudad manufacturera a prestadora de servicios incidió profundamente en la constitución de unas memorias espectaculares que se encuentran ligadas a unos recorridos turísticos adscritos a la proyección futurista que se le pretende otorgar a la ciudad. En esta medida, el patrimonio de la ciudad termina siendo invisibilizado ante la insurgencia de una nueva monumentalidad temporal y cíclica ligada a la espectacularización de la urbe en eventos de lógica turística tendientes al consumo de símbolos y la producción de identidades culturales, en conjunto con la complicidad mediática.
Los medios de comunicación han permitido el acceso a la explosión de las memorias con su correspondiente olvido ante el carácter contingente y el ritmo vertiginoso de la sobreabundancia de información. Las memorias terminan siendo comercializadas para su consumo masivo, las cuales se encuentran ligadas a eventos turísticos con pretensiones conmemorativas. Al ser memorias de transmisión instantánea ligadas al comercio hacen que decaigan rápidamente en el olvido y la obsolescencia. El exceso de memoria termina sobrecargando abruptamente el sistema de la memoria como tal hasta el punto de eclosionar sobre sí mismo.
La idea del progreso es llevada a cabo en Medellín mediante la reconstrucción de ciertos espacios de la ciudad que para los ojos de los planificadores urbanos debían ser modernizados, lo que implicaba en el peor de los casos la demolición de ciertos dispositivos arquitectónicos como condición de una ruptura radical con el pasado.
Los arquetipos de las ruinas manifiestos en gran parte de las edificaciones patrimoniales terminan siendo los palimpsestos de una ciudad que a partir de la década del setenta decide iniciar con la construcción de nuevas monumentalidades arquitectónicas adscritas a las nuevas estéticas de la ciudad moderna como símbolo del progreso. Es así como estas nuevas arquitecturas grandilocuentes terminan siendo concebidas como los nuevos emblemas de la ciudad, los nuevos monumentos que dignifican la imagen de la ciudad.
Toda visión progresista enmarcada dentro del crecimiento de la urbe con respecto a un tiempo futuro llevó a la destrucción del mismo pasado. Puesto en otros términos, la ruina y la destrucción de las huellas del pasado deviene en la visión de un tiempo progresista que se edifica como sintomatología de la amnesia colectiva. Arruinar para olvidar es la consigna del presente urbano que pretende constatar nuevas monumentalidades como símbolos del progreso y proyección hacia el futuro.
La fe ciega en el progreso y desarrollo de la ciudad, como consecuencia del exacerbado interés por lo nuevo, llevó a desencadenar en la actualidad una fiebre por la cultura de la memoria, la aparición de diversas prácticas conmemorativas y el fenómeno de la patrimonialización de la ciudad como síndrome de Funes, evidenciándose la nostalgia por intentar recuperar la historia de la ciudad develada en las huellas de un pasado fragmentado y discontinuo.
Los grandes relatos teleológicos que por mucho tiempo definieron el Estado-Nación termina siendo replanteado por la irrupción y el acompasado reconocimiento de otros pasados nacionales, pero que quizá sea tarea de los académicos e investigadores del país brindarle cabida y estatuto a estas otras narraciones propias de los diversos pasados que componen la trama histórica de Colombia y sus regiones, con miras a la constitución de un futuro que reconozca su pluralismo cultural y memorial.
En Colombia, los discursos políticos de la memoria son desvirtuados hacia una sola verdad que es acallada. Sin duda alguna, este hecho deviene en un impedimento para reconocer la verdad que exigen las víctimas con respecto a situaciones de extrema violencia, por lo cual surgen las luchas locales por la memoria lideradas por las comunidades que no han tenido voz en el conflicto ante la oficialidad mediática estatal.
A condición de incluir dentro de la enorme herida histórica que se ha gestado en Medellín con respecto a la historia de la violencia, y la constitución de la memoria nacional recreada por la visión estatal en respuesta a dichos acontecimientos traumáticos para la sociedad, es que se procede el surgimiento y re-conocimiento de otras memorias particulares partícipes de esta tragedia. Las nuevas políticas para la memoria surgen como una forma de reivindicar los derechos de las minorías, de las víctimas del genocidio, del desplazamiento forzado.
Cada episodio de violencia de la ciudad es un hecho que afecta a la población, a toda la comunidad; por ende, el pasado de la ciudad, de Antioquia y del resto del país merece ser pensado en el futuro de manera integral. La historia debe incluir la heterogeneidad de memorias que se tejen alrededor del conflicto en pro de la construcción de un futuro que asuma la responsabilidad por su pasado ante la divergencia de memorias que han sido vividas por la colectividad.
Las actuales prácticas de la memoria son el resultado de una crítica a los tiempos modernizadores, a esa fe ciega en el progreso que trajo consigo fenómenos como la globalización. Si cada Nación aboga por rescatar y preservar sus memorias locales se debe al hecho de querer exteriorizar tanto espacial como temporalmente sus identidades como cultura particular dentro de un mundo cada vez más globalizado y afectado por los circuitos mediáticos.
La crisis de identidad nacional que supuso en un principio la hegemonía de una memoria-nación, como productora de subjetividades en los ciudadanos en lo que sería una especie de adoctrinamiento ideológico, produjo un cambio sustancial ante la necesidad de incluir el reconocimiento de otras memorias particulares propias de las diversas culturas que integran la historia del país y la región.
Las actuales políticas públicas para la memoria abogan por la reivindicación del pasado de todos aquellos a quienes no se había tenido en cuenta, ya que son los diversos pasados nacionales los que narran algunos de los episodios más apacibles pero también desabridos de la historia de la Nación, entre los cuales se destaca el parsimonioso reconocimiento las memorias de las víctimas del conflicto armado en Colombia, que aún sigue siendo un episodio de la historia del país cargado de desidias, quimeras y amnistías estatales; las memorias de los pueblos primitivos y minorías que conforman el entramado cultural del país, muchas de ellas a punto de colapsar como resultado del crecimiento industrial, comercial y mercantil que ha llevado a la destrucción y desaparición de zonas míticas; el reconocimiento de las comunidades como portavoces de sus propias memorias particulares, entre otros.
La identidad de la ciudad desborda los límites tradicionales de la representación que por mucho tiempo funcionaron como dispositivos tendientes a la construcción de una imagen de ciudad universal. La ciudad de hoy está eclosionada, dispersa, fragmentada. Las memorias y las identidades surgen a partir de los relatos y las narraciones que las mismas comunidades tienen por contar.
La reivindicación con el pasado identitario de la ciudad y del país busca reconocer las memorias de campesinos, negros, indígenas, desplazados y minorías como una posibilidad de establecer diálogos y conexiones que vislumbren el carácter restringido impuesto por los discursos hegemónicos ante el reconocimiento de otras culturas que, mediante la comunicación y visibilidad de sus relatos, propenda hacia nuevas formas de construcción de presente y de futuro.
Referencias Bibliográficas
Berman, M. (1989). Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. Buenos Aires: Siglo Veintiuno.
Guilbaut, S. (2009). Los espejismos de la imagen en los lindes del siglo XXI. Madrid: Akal.
Halbwasch, M. (2004). La memoria colectiva. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza.
Martín Barbero, J. (2000). El futuro que habita la memoria. En Sánchez, G. y Wills, M.E. (comps.), Museo, memoria y nación. Misión de los museos nacionales para los ciudadanos del futuro. Bogotá: Ministerio de Cultura.
Montoya, J. (2010). Paroxismos de las identidades, amnesias de las memorias. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Nora, P. (2008) Pierre Nora en Les lieux de mémoire. Santiago de Chile: LOM/Trilce.
Ricoeur, P. (2008). La memoria, la historia, el olvido. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Xibillé, J. (1995). La situación posmoderna del arte urbano. Medellín: Editorial Universidad Nacional de Colombia.
Recibido el 16 de julio de 2012, aprobado el 22 de octubre de 2012.
Paolo Villalba, comunicador social y especialista en Docencia Investigativa, Fundación Universitaria Luis Amigó; Magister en Estética, Universidad Nacional de Colombia. E-mail: paolovillalbastorti@gmail.com