Resumen
La postura del fascismo hacia la ciudad fue contradictoria. Instituciones gubernamentales, planificadores urbanos, arquitectos y sociólogos urbanos fascistas condenaron las modernas ciudades industriales, al mismo tiempo que el régimen promovió y construyó activamente nuevas ciudades y barrios. Este artículo examina la problemática visión del fascismo sobre la ciudad y la naturaleza, centrándose en su cooptación de discursos acerca de la naturaleza, la enfermedad, la evolución, el género y la demografía para justificar su visión negativa de la ciudad. El artículo desafía críticamente las visiones actualmente aceptadas sobre el fascismo como un fenómeno predominantemente rural, revelando que las raíces de este movimiento fueron originalmente urbanas.
Palabras Claves
Fascismo, ciudad, naturaleza, demografía.
Abstract
Fascism's stance towards the city was contradictory. Fascist governmental institutions, urban planners, architects and urban sociologists condemned modern industrial cities at the same time that the regime actively promoted and constructed new towns and neighbourhoods. The paper examines fascism's problematic view of the city and nature, focusing on its cooptation of discourses drawing on nature and on ideas of disease, evolution, gender and demography to justify its negative view of the city. The paper critically challenges currently accepted views of fascism as a predominantly rural phenomenon by showing how it was shaped by its early roots in the city.
Keywords
Fascism, city, nature, demography.
1. Introducción
La postura del fascismo hacia la ciudad fue ambivalente y profundamente contradictoria. El régimen condenó las modernas ciudades industriales, pero al mismo tiempo intervino sobre el tejido urbano, incluso construyendo Ciudades Nuevas en el umbral de la capital nacional, Roma (Ghirardo, 1989; Ghirardo y Forster, 1985). Este artículo tiene como objetivo profundizar en esa relación, discutiendo la oposición y profunda atracción que las áreas urbanas provocaban en el fascismo, y centrándose en la cooptación que éste hizo de discursos acerca de la naturaleza, la enfermedad, la evolución, el género y la demografía para justificar su visión negativa de la ciudad.
La perspectiva a la que adhiero en este artículo, y que intento aplicar a la visión del fascismo italiano sobre la ciudad, se fundamenta en estudios de geografía urbana que exploran la relación entre las ciudades y la sociedad. La premisa fundamental es que las áreas urbanas no son sólo los escenarios en los cuales se desarrollan los movimientos políticos e ideológicos, los cimientos espaciales (lugares en el espacio) y temporales (lugares en el tiempo), la tabula rasa donde los acontecimientos tienen lugar. Este punto es destacado por Harvey (1987 y 1990), quien afirma que entender la urbanización y la creación de nuevos paisajes es crítico para entender la geografía histórica del capitalismo, en tanto las transiciones en el proceso urbano señalan tendencias político-económicas y cultural-estéticas. Por su parte, y proveniente de un temprano análisis posmoderno, Jameson (1993) destaca la manera en que la esfera económica es reflejada en la arquitectura, en su análisis del posmodernismo a través del ejemplo del Hotel Bonaventura en Los Ángeles. Los edificios de Chrysler y de AT&T construidos en Nueva York han sido también contrastados como ejemplos urbanos de, respectivamente, lo moderno y lo posmoderno (Harvey, 1990), casi como signos nietzscheanos de la voluntad de poder en acción (Elden, 2001). El análisis de los monumentos y paisajes urbanos, en este tono, ha sido altamente fértil y productivo (Harvey, 1987, 1990 y 1991), centrándose en áreas urbanas como Roma (Atkinson y Cosgrove, 1998; Binde, 1999), Moscú (Forest y Johnson, 2002), París (Harvey, 1979 y 2003), Chicago (Cronon, 1991), Los Ángeles (Davis, 1990, 1998 y 2002) y Sarajevo (Dell’Agnese, 2004).
El carácter urbano del fascismo italiano puede ser visto, en esta estructura, como un indicador tal vez no de un punto en la geografía histórica del capitalismo [1], sino específicamente como un cambio dentro de la sociedad italiana en una «coyuntura crítica» en la historia (Forest y Johnson, 2002) como resultado de la dominación fascista. Es difícil «personificar» la acción del fascismo en la ciudad, como también lo es incorporar las variadas posturas de su ideología. Sin embargo, en este artículo, me centraré principalmente en las primeras fundaciones ideológicas del fascismo, y en los sociólogos urbanos y planificadores que trabajaron bajo la tutela del régimen.
La representación que el fascismo hace de los modernos centros urbanos en términos negativos puede ser vista como un ejemplo de una tendencia general a pintar una imagen urbana desolada dentro del cuadro de la modernidad. Pero las imágenes negativas de la ciudad, cuando están relacionadas con los medios de comunicación, percepciones o acontecimientos altamente visibles, como disturbios o desastres naturales, continúan perdurando hasta el momento presente. Por ejemplo, Davis (1998) ha trazado una catarsis literaria de los miedos en Los Ángeles a través de la literatura y el cine, y ha descubierto que hechos como los disturbios de 1992 en esa ciudad aún reverberan una década después (Marks, Barreto y Woods, 2004). En un tono más catastrófico, el mismo Davis (2002) ha examinado una variedad de escenarios de destrucción urbana, como los bombardeos aliados de las ciudades alemanas y japonesas durante la Segunda Guerra Mundial, o el «apartheid espacial» en las ciudades estadounidenses. Buena parte de la literatura geográfica se preocupa de los «paisajes de la desesperación», para utilizar el término de Dear (1987). Las discusiones sobre el control y militarización en la ciudad han estado presentes a través de los ’90 (Merrifield, 1997), y algunos acontecimientos recientes sólo han llevado esta área de investigación aún más a la delantera. De modo semejante, varios estudios han enfatizado la yuxtaposición discursiva del ambiente rural y natural sobre la ciudad, negativamente estereotipada (Swyngedouw y Kaïka, 2000; Light, 1999). Este artículo intenta analizar la demonización de las ciudades por parte del régimen fascista con referencia a un contexto más amplio, donde el moderno discurso dualista «naturaleza/ciudad» pueda ser situado. En primer lugar, se discute la particular visión de la ciudad del fascismo. En segundo lugar, el artículo analiza los discursos evolucionistas y patológicos aplicados a la ciudad, antes de proseguir en el examen de la sexualización negativa de ésta, y de la importancia de la demografía en fundamentar las visiones urbanas fascistas. Finalmente, el artículo examina las estrategias desarrolladas por el régimen como un resultado de su visión dualista e intencionada de la ciudad y la naturaleza.
2. Descontentos urbanos: el fascismo contra la ciudad
La visión de la ciudad que tenía el fascismo era esencialmente negativa. Sus raíces están en los miedos del siglo XIX a las masas urbanas (Falasca-Zamponi, 2000) y a la irracionalidad y al carácter incontrolable de las aglomeraciones urbanas. Éstas parecían estar creciendo e industrializándose sin estímulos centralizados aparentes. La ciudad era pensada de acuerdo a una relación conceptual naturaleza-sociedad dualística, moderna, que puede ser identificada dentro del tejido de la modernidad en general, y del fascismo en particular. Incorporaba la oposición de la ciudad anti-natural, enferma, con la prístina naturaleza, por una parte, y por otra, la idea de la ciudad como una fuerza civilizadora trabajando en contra de -y domesticando a- la naturaleza (Swyngedouw y Kaïka, 2000). Estas dos visiones de la naturaleza identificadas (como una entidad prístina y como algo que necesita ser dominado) pueden ser encontradas teóricamente en el contraste entre las visiones clásica y romántica de la naturaleza (Light, 1999). La visión clásica de lo salvaje mide el mundo de acuerdo con estándares sociales, y por consiguiente, la conquista de la esfera natural y salvaje es valorada y deseable. La visión romántica, sin embargo, ve a la naturaleza como una entidad «prístina», no corrompida por la sociedad.
En su análisis de la representación fílmica del salvajismo urbano en el cine estadounidense, Light (1999) argumenta que la postura clásica hacia la naturaleza es definida por una dimensión cognitiva de lo salvaje. La naturaleza «salvaje» es entendida como separada cognitivamente del reino humano social. Las visiones románticas, por el contrario, postulan la naturaleza como una entidad trascendente potencialmente beneficiosa. El argumento de Light (1999) es que ambas visiones, especialmente la clásica, han sido subvertidas y aplicadas al estudio de las ciudades. Las áreas urbanas son entendidas sobre la base de esta separación cognitiva, que las define como «salvajes», y que necesitan ser dominadas. Tal fue el caso del intento del fascismo italiano de controlar la ciudad a través de políticas de ruralización y des-urbanización. Sin embargo, los argumentos que identifican el tratamiento dual de la naturaleza como enraizado en las tradiciones clásica y romántica (Light, 1999) pueden ser puestos en duda. Lo que se cuestiona no es la conceptualización romántica o clásica de la naturaleza, sino su utilización y aplicación a ciudades modernas (y posmodernas) sin identificar la dinámica particular entre las dos conceptualizaciones de la naturaleza. La dinámica del concepto moderno de naturaleza no reside en ninguno de los dos polos (naturaleza o sociedad), sino en su oposición y relación entretejida (Latour, 1993). Es dentro de esta relación que la ciudad moderna y su producción híbrida pueden ser situadas.
Hay varios niveles en los cuales las visiones fascistas de la ciudad industrial pueden ser analizadas. En primer lugar, el fascismo apuntó a delinear un continuum entre la antigua civilización romana y la «revolución» fascista. El centro urbano ideal era conceptualizado en términos clásicos respecto de la arquitectura y la planificación urbana, aun cuando en la Italia fascista no se le restó importancia ni se rechazó la arquitectura moderna y las influencias funcionalistas y racionalistas (Benevolo, 1971). Al mismo tiempo que el centro romano clásico era idolatrado, la moderna ciudad industrial (observada como lo ingobernable, producto del capitalismo industrial) era identificada como portadora de enfermedades sociales y morales. Dentro de Italia esta polarización es evidente en los extremos representados por Milán y Roma. Mientras la ciudad de Roma fue tomada como el epítome de la civilización romana y fascista (Atkinson y Cosgrove, 1998; Binde, 1999), otras ciudades, especialmente los centros industriales del norte, fueron denostados como perjudiciales al Estado y al «varón» fascista (Binde, 1999). Los problemas identificados con la moderna ciudad industrial dependían de dos preocupaciones principales: la migración rural-urbana y las tasas de natalidad y mortalidad, por una parte, y la vivienda, por otra (Bottoni, 1938). No obstante, algunos estudios indican que tales temores ante un proletariado urbano industrial incontrolable, «rojo», también jugaron un rol en los intentos por controlar la ciudad (Atkinson, 1998; Binde, 1999; Ghirardo, 1989; Ghirardo y Forster, 1985). La ciudad era vista como una forma de vida subversiva.
3. Patologías de la ciudad: enfermedad y evolución
Como un organismo incontrolable, la ciudad requería una intervención científica. Las descripciones de las ciudades como cánceres del medio ambiente, la idea de huellas ecológicas, y expresiones similares de malestar con el ámbito urbano, abundan hasta hoy. En la Italia fascista, las ciudad fueron patologizadas e identificadas con afecciones biológicas. Esto justificó intervenciones de gran escala: las metáforas médicas fueron utilizadas frecuentemente en los intentos por describir la ciudad industrial como un peligro para la salud. Se pueden tomar ejemplos de la labor del arquitecto racionalista Giuseppe Pagano, quien trabajó muy de cerca con el régimen como director de las revistas Casabella y Domus, antes de unirse a los antifascistas a comienzos de los años ’40, y perecer finalmente en el campo de concentración de Mauthausen en abril de 1945. En uno de sus ensayos, Pagano (1990b) traza un paralelo entre las ciudades y las pústulas y erupciones, excluyendo los casos excepcionales de la Pompeya romana y la Nueva Ciudad fascista de Sabaudia, en el Argo Pontino (Pagano, 1990b).
Las ciudades eran vistas por los planificadores urbanos italianos de la época como enfermas y degeneradas (Atkinson, 1998). Esta visión fue utilizada para justificar políticas (descritas en la sección siguiente) implementadas en orden a frenar el crecimiento de las ciudades y contener la migración rural-urbana. La atención prestada a la naturaleza como un contrapeso a ciudades como Milán ejemplifica lo que Gandy (1996) llama la «romantización de un pasado bucólico», asociado al surgimiento de grandes ciudades industriales en la era moderna. Este discurso fue aplicado a las áreas naturales que retardaron o dificultaron el desarrollo del fascismo. El Argo Pontino, por ejemplo, era un gran pantano palúdico que instituciones fascistas como el ministerio de agricultura, el comisariato de recuperación de tierras y la Opera Nazionale Combattenti (ONC) 2 destinaron para desarrollo urbano y agrícola y rehabilitación de suelo. La «primera naturaleza» (Fitzsimmons y Goodman, 1998, refiriéndose a Cronon, 1991) del Argo Pontino debía ser demonizada para que su destrucción tuviera lugar. La naturaleza fue representada como una fuerza anti-humana aliada a la malaria (Lepri, 1935) en sus esfuerzos por permanecer salvaje y indomada. Las metáforas médicas abundaban en descripciones de los pantanos. El área antes de la recuperación de tierra fue comparada con una «plaga gangrenosa» en el corazón de la nación y a las puertas de Roma, cuna de la civilización urbana (Orsolini Cencelli, 1935b). Los pantanos pre-fascistas fueron descritos como insalubres y anti-higiénicos (Orsolini Cencelli, 1935a). La retórica de la modernidad fue apropiada por el fascismo en Italia en orden a situar sus objetivos urbanos en el ámbito de lo incuestionable.
La postura anti-urbana fascista fue justificada parcialmente con referencias a un «varón» fascista idealizado. Éste era un trabajador agrícola viril, que se ganaba la vida y beneficiaba a la nación por medio de su trabajo. «Mussolini buscó crear un nuevo y heroico hombre fascista en lugar del individuo liberal, laissez-fair, y burgués producido por las finanzas y el capital, e infectado por los valores urbanos y aspiraciones consumistas» (Ipsen, 1996). Falasca-Zamponi (2000) argumenta que esa creación del nuevo varón tuvo que ser articulada a través del estilo. Los valores internos del varón fascista tenían que ser evidentes en características externas, como un cuerpo saludable o el uso de ropa fascista. Sin embargo, no es claro si un enfoque en el estilo pudo apenas rasguñar la superficie de la sustancia fascista, deslumbrado por las luces de neón de este movimiento moderno: en resumen, centrándose solamente en la apariencia.
El énfasis en la vida rural había estado presente desde los primeros años del fascismo. El programa agrícola fascista de 1921, por ejemplo, afirmaba (en conexión con la creación de los fascios agrícolas): «Permítannos encaminarnos hacia el Homo Rusticus, que es el mejor, el más saludable y más confiable tipo de homo sapiens» (Delzell, 1971). La familia y la figura de la madre fueron defendidas como ideales a alcanzar (Fantini, 1933). El énfasis fascista en la vida rural derivó al menos en parte de sus bases ideológicas. Binde (1999) destaca el hecho que la ruralización fue interpretada no sólo en términos pragmáticos y de políticas, sino además como un instrumento moral que podría re-inyectar el ideal de la lucha en la vida nacional: «La vida campesina parece, por tanto, haber sido glorificada en primer lugar debido a que transmitía la noción de lucha, que era central a la ideología fascista. Mientras se entendía al ciudadano urbano como estropeado por las comodidades modernas y la indulgencia de pasatiempos burgueses e improductivos, el campesino tuvo que luchar duro por cultivar su tierra; sólo con privaciones pudo vivir de lo que la tierra producía. El campesino, idealizado de esta manera, era retratado como viviendo una vida simple y modesta, modelada por su ruda y ardua tarea de domesticar y controlar la naturaleza. En la imaginación fascista, la agricultura simbolizaba la lucha por crear un nuevo orden en Italia» (Binde, 1999, p. 768).
Los demógrafos y sociólogos italianos del periodo creían que las áreas urbanas impactaban negativamente las tasas de natalidad altas. Las ciudades eran representadas como problemas demográficos (Atkinson, 1998), un boquete en la fertilidad de la gente rural. El crecimiento urbano era visto por los observadores de manera diferente al crecimiento de un organismo natural y saludable, volviéndolo así no-ecológico y patológico. Las ciudades eran representadas como creciendo a borbotones, con un exagerado énfasis en cómo el centro tradicional causaba que las áreas periféricas evolucionaran de manera inferior (Pagano, 1990c). La sociología urbana contribuyó además a la patologización de la ciudad utilizando metáforas biológicas, desarrollando una moderna «sociología del miedo» (Ruggiero, 2003). Asimismo, desde la década de 1890 en adelante los planificadores urbanos, que en Italia habían estado siempre estrechamente vinculados a los arquitectos, asociaban «las formas espaciales de la metrópolis moderna con la generación de nuevas patologías» (Frisby, 2001, p. 266) como la agorafobia o la amnesia, aunque es cuestionable si en realidad la vida urbana lleva a un incremento en la incidencia de agorafobia, una condición reconocida hace muchos siglos.
El lenguaje de la evolución fue apropiado por los planificadores urbanos, para mostrar que las ciudades eran nichos medioambientales donde los migrantes rurales evolucionarían hacia miembros especializados de un proletariado industrial árido. Piero Bottoni, por ejemplo, fue uno de los más destacados planificadores y diseñadores de Italia, y uno de los fundadores de varios grupos de arquitectura racionalista y modernista. Su libro de 1938 Urbanistica fue probablemente el primero en Italia en tratar al objeto de la planificación urbana desde un punto de vista moderno. Sin embargo, adoptaba ideas sobre la ciudad industrial como un organismo peligroso para sus habitantes. Afirmaba que la industrialización del trabajo rural causaría esterilidad y la extinción de la «línea» de descendientes: «Hay un fenómeno, conocido y triste, por el cual, mientras el campo es una reserva natural e inagotable de las energías de la ciudad, las actuales condiciones de vida y organización de la ciudad resultan, en la tercera o cuarta generación, en la eliminación de los descendientes de aquellos que emigraron desde el campo, por causa de una tasa de natalidad declinante» (Bottoni, 1938, p. 57).
La problemática postura fascista hacia la naturaleza y la ciudad es ilustrada por el siguiente ejemplo. En un artículo de 1930 para Casabella-Costruzioni, Pagano (1990b) confrontaba el debate profundamente moderno acerca del orden y desorden cuando se considera la naturaleza y la sociedad humana. La moderna postura dualista es evidente. Pagano comienza su artículo con una referencia al libro del Génesis, con el Creador como un generador del orden. Luego declara que ese orden no está presente en el mundo natural, pero se incrementa gradualmente de acuerdo a la «superioridad» de la creatura humana. Así, la naturaleza es postulada como algo externo, que debe ser dominado. El hombre es situado al otro extremo del espectro, como una encarnación del orden: «Esta irresistible necesidad de orden es la más clara y alta misión del hombre civil» (Pagano 1990b, p. 253). La sociedad humana es responsable de infundir orden en la naturaleza. Pagano ejemplifica este punto afirmando que la naturaleza y el hombre trabajan unidos en crear orden, en el caso de la agricultura, y que la morada humana es positiva en tanto impone un marco geométrico en el «caos primordial» del mundo natural. Sin embargo, su análisis del estado de las ciudades de la década de 1930 no era claro respecto de si éstas caen dentro del ámbito de la naturaleza o la sociedad. Pagano creía que las ciudades habían experimentado un proceso de deterioro desde los tiempos romanos, especialmente debido al negativo impacto organizacional de las aglomeraciones urbanas medievales. La ciudad, por tanto, no era vista como algo claramente situado ni en la esfera de la sociedad ni en la de la naturaleza, y causaba malestar en la mente de los teóricos urbanos modernos. ¿Debe la ciudad de comienzos del siglo 20 en Italia, injuriada por los fascistas, ser entendida como el elemento ignorado por la era moderna -en otras palabras, como un híbrido? (Latour, 1993).
4. Patologías de la ciudad: ¿sexualizando la ciudad?
El énfasis en el varón fascista, y la caracterización de la ciudad industrial como negativa, introdujo un nivel discursivo sexualizado en la visión fascista de los centros urbanos. Cuando fue conceptualizada como una entidad que debía ser domada y dominada, se le asignó a la naturaleza características femeninas. Esto situó a la mujer claramente en el ámbito de lo «salvaje», mientras se justificaba la subordinación femenina recurriendo a supuestos principios científicos y racionales evidentes en la naturaleza (Falasca-Zamponi, 2000). La ciudad fue vista como irracional, estéril e inmoral. Situada fuera de una naturaleza rural idealizada (una naturaleza femenina ideal, subordinada), la ciudad estaba en la esfera de lo perverso y desviado porque en ésta, a la naturaleza (y por tanto a la mujer) se le permitía seguir su curso. Estas eran características que podían ser relacionadas con una visión negativa de la ciudad en aquel tiempo, y con la moderna dicotomía naturaleza-sociedad. Ipsen (1996), sin embargo, argumenta que son características anti-modernas, opuestas al énfasis en la participación de las mujeres dentro del proyecto fascista, el cual es visto como un rasgo moderno.
La identificación de la mujer con la naturaleza presupone la identificación del hombre con la sociedad y la cultura, y una división entre la «racionalidad» masculina y la «emocionalidad» femenina (Villanueva Gardner, 1999). Refiriéndose al trabajo de Sherry Ortner, McDowell (1999, p. 46) sostiene que: «En tanto los hombres han sido simbólicamente identificados con la cultura, la cual intenta controlar y trascender la naturaleza, las mujeres, por causa de su cercana asociación con ésta, deben ser controladas y contenidas».Milán, la principal ciudad industrial de Italia, y cuna del fascismo en 1919-1922, no escapó a este tratamiento dualista. Durante los años ’30 fue descrita como una ciudad «anti-natural» y «árida» (Bottoni, 1938). Al mismo tiempo, la retórica fascista de la virilidad (Spackman, 1996, p. 35) asignó diferentes esferas de existencia a hombres y mujeres dentro de su proyecto: «En la topografía fascista del género y sexo, el salir a la esfera pública ‘masculiniza’ y ‘esteriliza’ a las mujeres, mientras que la pérdida de posición en este ámbito necesariamente ‘des-viriliza’ a los hombres». La producción y reproducción están relacionadas estricta y asimétricamente para hombres y mujeres: sólo los hombres involucrados en la producción económica se entendían como capaces de la reproducción sexual, mientras que el tomar parte en ésta, se presumía, destruía la habilidad de la mujer para reproducir.
La distinción entre público y privado, masculino y femenino, la calle y la casa, eran diferentes facetas de la postura fascista hacia las mujeres y la naturaleza. La calle jugaba un papel central en la identidad abierta del fascismo (Atkinson, 1998), y la exclusión de las mujeres de esa esfera destaca la necesidad implícita de aquel de controlar y enclaustrar a las mujeres, de restringirlas a un rol definido dentro de su proyecto. Como ha sido visto, la retórica de la ruralidad no estaba dirigida exclusivamente a los hombres. Mussolini creía que la vida rural causaría que las mujeres permanecieran atadas al hogar y la familia. La vida en las ciudades industriales aflojaría esas ataduras. Sin embargo, De Grazia (1993) ha mostrado que las propias mujeres no aceptaron este mensaje 3. En realidad, bajo la política de ruralización del régimen, la migración rural-urbana preocupaba a las mujeres tanto como a los hombres, e incluso más que a ellos. Esto porque las ciudades resultaban muy atractivas para las trabajadoras femeninas, y la realidad rural estaba lejos de las idílicas escenas representadas por el régimen (De Grazia, 1993). A través de su análisis de la película de Mario Camerini Grandi Magazzini (1939), Spackman (2002) ha mostrado asimismo que la conceptualización fascista de las mujeres fue desgarrada por las tensiones entre una Italia que se modernizaba y urbanizaba, y los roles tradiciones asignados a las mujeres. Esta película es analizada en un intento por unir los polos de la mujer consumidora y urbana, por una parte, y la esposa fiel y madre fecunda, por otra, en una nueva y fértil consumidora y madre urbana. Se ha argumentado que el resultado es que las mujeres italianas fueron influenciadas y apuntadas por los ideales y políticas fascistas sólo hasta cierto punto, mantuviendo su propio pensamiento (Bosworth, 2000).
5. Ruralizzazione y demografía: el eslabón perdido entre ciudad y naturaleza
El interés ideológico del fascismo por la población y la ruralidad se trasladó, en términos de política, a la política de ruralizzazione («ruralización»). La política demográfica es un área de investigación que apunta a muchos y amplios temas dentro del fascismo italiano. La Italia fascista fue el primer Estado en instituir un política demográfica definida (Ipsen, 1996). El enfoque en asuntos demográficos (a través de estadísticas, propaganda y otros medios) durante el periodo fascista es una indicación de la importancia asignada a la población. La demografía es también un lente hacia otras áreas de actividad fascista, como el desarrollo urbano y la tensión entre tradición y modernidad. Es vital observar la política demográfica fascista no de una manera fragmentada (enfocándose sólo en un aspecto como las estadísticas, por ejemplo), sino como un tópico que incorpora relaciones entre variadas iniciativas fascistas: «La política de población fascista ha sido poco estudiada. Este descuido se puede deber en parte a una resistencia a aceptar o tomar en serio la lógica fascista que relaciona el anti-urbanismo, proyectos de recuperación de tierras y pro-natalismo -el estímulo a la fertilidad- como partes de un todo poblacionista […] Sin embargo, permanece el hecho de que fascistas y no fascistas consideraban del mismo modo que el problema demográfico debía estar entre los más urgentes que afectaban la sociedad italiana; sería llamado el ‘problema de los problemas’. Y similares señales de alarma estaban levantándose por toda Europa» (Ipsen, 1996, p. 2).
El fascismo intentó poner en acción sus ideales urbanos a través de la implementación de la ruralizzacione en 1927. Su propósito general era promover la vida rural como opuesta a una vida «no fascista», anti-natural, en las ciudades industriales. Su objetivo específico era incrementar la tasa de natalidad a través de frenar la migración rural-urbana, promoviendo la vida en el campo y modernizando la agricultura (De Grazia, 1981). Fue instituida como resultado de la creciente preocupación acerca del «declive» demográfico de Italia. Sus principios básicos eran que la vida tradicional rural era propicia a altas tasas de natalidad, mientras que las ciudades eran menos fértiles que las áreas rurales (Binde, 1999). En 1936, por ejemplo, Mussolini afirmó que «en una Italia recuperada, cultivada, irrigada, disciplinada y por tanto fascista, hay lugar y pan para otros diez millones de hombres. Sesenta millones de italianos harán sentir el peso de su masa y su fuerza en la historia del mundo» (Mussolini, 1936, en Ronchi, 1936, p. 96-97). Los aspectos de la política que impactaron en la esfera urbana son analizados a continuación.
En 1927, Mussolini correlacionó un declive en las tasas de natalidad con las áreas urbanas industriales insalubres. Es interesante notar que en ese tiempo las tasas de natalidad en Italia eran de alrededor de 27 nacimientos por cada mil personas, ligeramente superiores a del baby boom en Estados Unidos una pocas décadas más tarde (Ghirardo y Forster, 1985). Las tasas brutas de natalidad en Italia eran más altas que en Alemania, Francia e Inglaterra y Gales entre 1920 y 1940, aunque la mortalidad infantil era también más alta (Ipsen, 1996). Aun así, tasas de natalidad y fertilidad altas eran vistas como características fascistas deseables. Sin embargo, como ha calculado Ipsen, es digno de destacar que el nivel de fertilidad del Gran Consejo del fascismo era de 1,9, ¡muy por debajo del nivel de reemplazo! Las tasas de natalidad en Italia durante los años ’20 y ’30 pueden ser caracterizadas como más altas en el sur, seguidas por el centro y el norte. Se establecieron relaciones entre los niveles de industrialización y urbanización de estas regiones. El norte, altamente urbanizado e industrializado, presentaba las tasas de natalidad más bajas. Esto llevó, en las palabras del demógrafo contemporáneo Livio Livi, a una «muerte demográfica» en ciertas provincias urbanizadas (De Grazia, 1993; Ronchi, 1936).
Milán fue identificado como el ejemplo principal de una tasa de natalidad en declive (De Grazia, 1993). El hecho de que las tasas de fertilidad de los migrantes rurales caían a medida que se establecían en la ciudad fue destacado. La ruralización y el crecimiento de la población fueron vistos en consonancia con el énfasis del régimen en la colonización, tanto interna como externa. En su discurso del Día de la Ascensión el 26 de mayo de 1927, Mussolini asoció un incremento en la población con la formación del imperio, mientras que un declive en ésta era equivalente a una Italia colonizada (Glass, 1936; Falasca-Zamponi, 2000). La ruralización y construcción de Nuevas Ciudades pueden ser vistas como ejemplos de colonización demográfica interna, en paralelo a la colonización demográfica en África (Ipsen, 1996). El colonialismo puede ser visto, por su parte, como parte de una política demográfica italiana más amplia (Atkinson, 2000 y 1995; Atkinson y Dodds, 2000), re-dirigiendo geopolíticamente la pérdida de migrantes en Italia a sus posesiones coloniales (Atkinson, 1995; Ipsen, 1996). La política de ruralización de 1927 fue una expresión de la preocupación acerca de la población durante los años ’20. Las no comprobadas capacidades científicas de la modernidad fueron denostadas si afectaban las tasas de natalidad. Por ejemplo, el aborto y la anti-concepción fueron prohibidas en 1926 (De Grazia, 1993). El control de la natalidad fue visto como una «ofensa en contra de la maternidad y la infancia», y sus propagandistas estaban sujetos a ser sentenciados a multas de hasta 200 liras más un año de confinamiento solitario, y las leyes se volvieron aun más estrictas comienzos de los años ’30 (Glass, 1936). Otras medidas pro-natalidad incluían un impuesto a los solteros (Ipsen, 1996), exenciones impositivas para las familias grandes, seguros maternales y facilidades estatales de salud para la maternidad y la infancia (De Grazia, 1993; Glass, 1936; Ipsen, 1996).
Varias instituciones fueron fundadas para estudiar la población, atendiendo a revertir la supuestamente declinante tendencia demográfica. La ciencia moderna fue por tanto utilizada cuando se la necesitaba, al mismo tiempo que era rechazada cuando representaba una afrenta al proyecto fascista (como en el caso del control de la natalidad). En 1926 se fundó la Comisión sobre Maltusianismo, y en 1937, la Oficina Demográfica del Ministerio del Interior. La principal institución establecida por el régimen, encargada del estudio científico de la población, fue el Instituto Central de Estadística (Istituto Centrale di Statistica del Regno d’Italia, conocido ahora como ISTAT), inaugurado en julio de 1926 y dirigido por el conocido estadístico y demógrafo Corrado Gini (Ipsen, 1996; De Grazia, 1993). Las estadísticas habían sido vistas como un símbolo de patriotismo luego de la unificación en 1860: el primer censo fue publicado en 1861. Sin embargo, las estadística italianas no fueron realmente funcionales hasta la fundación del Instituto Central de Estadística, que le dio prioridad a los datos demográficos (Ipsen, 1996). Ipsen destaca que el énfasis en las estadísticas por parte del régimen fascista era una conceptualización altamente moderna de la ciencia. A través de las estadísticas, el fascismo podría controlar su realidad demográfica 4.
La retórica de la ruralidad fascista, que afirmaba las visiones tradicionales de los campesinos italianos y la vida rural, no está confinada a las primeras décadas del siglo XX. Ha sido utilizada a lo largo de los siglos 19 y 20 con referencia a la ruralidad. Ha sido también utilizada en los discursos medioambientales del siglo 21, con un enfoque en un «retorno a la naturaleza». Los estudios sobre la urbanización italiana no son inmunes a los escollos de estereotipar de acuerdo con supuestas características «naturales». Fried (1967, p. 513), por ejemplo, utiliza un trazo más bien grueso cuando afirma que «la gente en las montañas y pueblos rurales italianos son más orientados a la tradición, lentos para cambiar […] suspicaces, políticamente uniformes y poco participativos, más piadosos y pesimistas que la gente en las ciudades italianas». Tales ejemplos destacan los obstáculos que se encuentran en el camino de los análisis académicos objetivos. Es posible, aunque indeseable, que ciertos estereotipos objetables puedan ser también perpetuados por este estudio.
6. Urbanismo estratégico
La política de ruralización del fascismo italiano se basó en una visión estratégica de la ciudad y el campo como actores en la formación de la nación. Se apuntó a mantener un nivel considerable de población rural, de modo de no crear ciudades industriales incontrolables y deterioradas. Al mismo tiempo, se buscó preservar la alta fertilidad y tasas de natalidad identificadas con el campo. La industrialización fue vista como necesaria, pero sus efectos negativos sobre los trabajadores industriales tenían que ser balanceados y superados por una población fuerte, constituida principalmente por trabajadores de la tierra fascistas, viriles y morales. La política apuntó a frenar la urbanización y la migración rural-urbana como las bases de sus objetivos demográficos (Atkinson, 1998). Los dos aspectos fundamentales de la política fueron lo que podrían ser identificados como «urbanismos estratégicos». Éstos constituyeron intentos por alcanzar ambos de los objetivos descritos más arriba, a través de intervenciones concertadas en el escenario urbano y en el ámbito de la migración. Los urbanismos estratégicos han sido descritos como «positivo» y «negativo» (Horn, 1994).
Atkinson (1998) identifica el «urbanismo positivo» como una intervención en las áreas urbanas. Fue una respuesta a la percepción de enfermedades y patologías en las ciudades. Éstas incluían la infertilidad y también posibles movimientos de resistencia. Los planificadores y sociólogos intervinieron en la ciudad como lo harían sobre una entidad enferma. De hecho, el término italiano para «intervención» (intervento) es utilizado en el ambiente médico del país para significar una operación 5. Varios estudios (Atkinson, 1998; Atkinson y Cosgrove, 1998) muestran cómo otro término semi-médico, sventramento («destripamiento»), fue utilizado para describir la destrucción a gran escala de barrios completos en las ciudades. Estas áreas eran a menudo representadas como «insalubres» y perjudiciales para la higiene (Ronchi, 1936). En algunos casos fueron destinadas a la destrucción debido a sus tendencias izquierdistas (Horn, 1994), como ha sido mostrado en el caso de la construcción de las avenidas que llevaban al monumento Vittoriano en Roma (Atkinson y Cosgrove, 1998). En otro ejemplo, cerca del 80% del área en el centro de Milán fue reconstruida en las décadas de 1920 y 1930. Entre 1921 y 1931, aproximadamente 35.850 habitaciones en viviendas de bajo estándar fueron destruidas en el centro de la ciudad, reemplazadas por edificios de oficinas altos. Esto desplazó a las clases trabajadoras hacia la periferia: entre 1901 y 1931, el porcentaje de población trabajadora activa en el centro de la ciudad decayó desde cerca de un 39, 2% a alrededor de un 14, 25% (Horn, 1994).
Aun cuando uno de los objetivos declarados de la intervención en el escenario urbano era la provisión de vivienda adecuada e higiénica, las voces provenientes del interior del fascismo eran a veces críticas. El urbanismo positivo no era visto siempre como una solución satisfactoria. En un artículo de 1938 publicado en Casabella-Costruzioni, por ejemplo, Pagano (1990a) argumenta que aun cuando la buena vivienda era crucial para la buena salud moral y física, la demolición de ciertos barrios, en orden a construir otros mejores, era «muy optimista e incompleta, incluso si puede representar un compromiso práctico con la realidad inmediata» (p. 246). Pagano creía que tales intervenciones a menudo perpetuaban injusticias y eran utilizadas para despejar suelo con el fin de levantar distritos de viviendas burguesas.
El urbanismo negativo no se enfocó en la ciudad per se, sino en la migración rural-urbana. Su objetivo era restringir legalmente la migración para confinar a los italianos a las áreas rurales, donde se suponía que la fertilidad estaba asegurada (Atkinson, 1998). La migración interna fue limitada al extremo que a los individuos que vivían en áreas rurales no se les permitía abandonar la tierra para vivir en pueblos o ciudades que fueran capitales provinciales o cuya población fuese mayor a 25.000 personas, y no se les permitía tampoco migrar a ciudades de «importancia industrial», a menos que pudieran garantizar un trabajo regular en ellas. Los individuos que se iban a la ciudad sin el permiso del gobierno no podían registrarse para obtener permisos de residencia. Esto significaba que no podían arrendar viviendas ni obtener ayuda, así como tampoco podían inscribirse en la oficina de desempleados o encontrar un trabajo legal 6 (Fried, 1967). Sin embargo, en la Italia fascista los desincentivos para abandonar las áreas agrícolas incluían la política de que lo campesinos que dejaran la tierra sin justificación no podían ser re-empleados o registrarse siquiera en su propia oficina local de empleos. Fried (1967) expresa que aun cuando las leyes no se hacían cumplir estrictamente, estas políticas crearon una masa de trabajadores ilegales a merced de los empleadores.
La política de ruralización de la Italia fascista era contradictoria (Mantero y Bruni, 1976). La Italia industrial estaba siendo formada al mismo tiempo que estas políticas eran puestas en acción. Éstas eran efectivas sólo en desviar el flujo de migración interna lejos de las ciudades industriales, hacia ciudades que recién se estaban industrializando (como Monfalcone, Marghera o Cesare Maderno), o a la periferia de las ciudades mismas. Aun más, como nota Atkinson (1998), Roma no fue sujeto de urbanismo negativo por causa de su rol como capitale, la capital. De acuerdo a los planes de Mussolini, ésta iba a crecer a un nivel masivo de población (20 millones) hacia fines del siglo 20. La ciudad creció, de hecho, desde alrededor de 600.000 personas en 1921 a casi un millón en 1941 (Bevilacqua, 2002). Este ejemplo destaca la aplicación selectiva de estándares y leyes que estaban presentes en la Italia fascista relacionados con la urbanización y ruralización. El crecimiento de la ciudad debía ser limitado severamente, con la exclusión de Roma y las Ciudades Nuevas; la migración interna fue desalentada, pero oficialmente fue utilizada en orden a poblar áreas como el Argo Pontino, y se fundó un Comisariato para la Migración Interna. El punto que me interesa destacar es que el fascismo utilizó una variedad de discursos y los aplicó selectivamente para justificar sus objetivos, con referencia a un ideal particular. Esta selección de puntos de vista es moderna en su yuxtaposición de discursos divergentes. El fascismo parece haberlos utilizado conscientemente, como herramientas para la justificación política e ideológica de políticas que podrían haber sido objeto de un escrutinio serio y crítico.
7. Conclusión: la ciudad estéril
Mussolini fue el testaferro de un movimiento que sufría de hipocondría urbana. Este artículo ha intentado mostrar que la postura fascista hacia la ciudad enraizaba en una tensión dualista entre naturaleza y sociedad profundamente moderna. El mundo natural y rural, (supuestamente) no entregado a la política, fue idolizado. La ciudad fue identificada como poseída por la enfermedad y perversión infértil, y demonizada como la antítesis de la naturaleza prístina. La visión, profundamente aproblemada, que el fascismo tenía de la ciudad, ha sido analizada con una perspectiva que busca fundamentar posteriores visiones anti-urbanas del fascismo. El temprano desarrollo del fascismo dentro de un contexto urbano industrial (De Felice, 1995) estimula además la observación de que fue un fenómeno moderno, a la manera de las modernas ciudades industriales. Sin embargo, esto tiene que ser calificado por referencia al hecho de que mientras el fascismo puede ser un fenómeno moderno, el asociarlo con la ciudad constituiría un retorno a la moderna demonización de ésta como generadora de enfermedades sociales.
Bajo el fascismo, la ciudad fue sexualizada (Horn, 1994) e identificada como una entidad estéril, causando el declive de la población y consecuencias morales e higiénicas negativas. Las características femeninas de la ciudad fueron negativamente impresas por la sobre-estratificación cultural de patologías. Esto estimuló una aproximación estratégica a gran escala y dependiente de las políticas, orientada a modificar la ciudad interviniendo desde arriba. Los urbanismos positivo y negativo identificados intentaron redefinir las áreas urbanas y mejorarlas, mientras que se limitaba al mismo tiempo la influencia «estéril» de la ciudad conteniendo la migración rural-urbana. El fascismo, como un movimiento político surgido desde el asfalto de las calles de Milán, destacó sus contradicciones internas cuando se volvió en contra de aquellas mismas calles.
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Federico Capproti, St. Peter’s College, Universidad de Oxford. Email: fcaprot@ouce.ox.ac.uk. Sitio web. El autor desea agradecer a la arquitecto y conservadora del Museo Etnológico Monza e Brianza Rachele Riva, por su ayuda en la búsqueda de material gráfico.
[1] Por cuanto el mismo análisis podría ser aplicado a una geografía histórica del comunismo a través de un examen de los monumentos soviéticos, por ejemplo.
[2] Organización de veteranos transformada en una institución de desarrollo interno.
[3] Ver Guerra (1999) para un estudio de las mujeres y su auto-análisis acerca de su papel y desarrollo durante el periodo fascista.
[4] El enfoque y uso de las estadísticas para propósitos de políticas y de opinión pública del fascismo italiano es analizado por Ipsen (1996). Mussolini estaba particularmente interesado en las estadísticas demográficas, al punto que retuvo la autoridad «directa y última» sobre ISTAT. Por ejemplo, revisada personalmente las pruebas de los boletines estadísticos mensuales dos días antes de la publicación, y continuó haciéndolo hasta julio de 1943. Se interesó además en casos particulares: «Del boletín municipal que me ha sido enviado noto que entre el último censo y hoy la población de Como ha declinado en 27 stop si todas las provincias de Italia fueran a seguir este ejemplo brillante la raza italiana tendría sus días contados stop díganle al Podesta’ que haga algo para las familias grandes stop Como lo necesita» (Mussolini, en Ipsen, 1996, p. 83).
[5] En español tiene ese misma significación (N. del T.).
[6] Se podría argumentar que mecanismos similares están siendo utilizados en las políticas de asilo en otros países, particularmente en Gran Bretaña en el siglo 21.