Resumen
Título del film: Moebius
Director: Gustavo Mosquera
Duración: 88 min
País Argentina
Locaciones: Buenos Aires
Idioma: Español
Premios: 7 premios internacionales
Año: 1996
1. Sinopsis
Una formación de trenes con pasajeros a bordo desaparece misteriosamente en medio de un trayecto por la red de subterráneos de Buenos Aires. El tren sólo es perceptible por el sistema de señales, por el sonido que produce en los túneles, y por apariciones a gran velocidad en ciertos cruces que algún motorman percibe en su viaje. La empresa llama al técnico responsable de la reciente construcción del «perimetral», y éste en su lugar envía a un joven matemático especializado en topología a resolver el problema. La respuesta que encuentra es que se ha producido un fenómeno físico-matemático que alteró el espacio-tiempo, dejando la nueva red como una cinta de moebius. Las autoridades encuentran ridícula esta teoría pero el protagonista continúa su investigación siguiendo los pasos de un profesor que participó del proyecto, y que también ha desaparecido.
2. Curiosidad
La película fue filmada mayormente bajo la superficie de Buenos Aires, a través de la red de subterráneos, mostrando por primera vez detalles de los túneles, estaciones y oficinas a los que el público en general no tiene acceso. Por primera vez en el cine argentino, y tal vez en el latinoamericano, el subterráneo o metro deja de ser un mero escenario y se transforma en el centro de la narración de una historia cinematográfica.
3. El espectador
Fue prácticamente hace doce años atrás (octubre del ’96), cuando apenas era un aprendiz en este oficio de la sociología, que fui invitado a participar de la avant premier de la primera película realizada por la Universidad del Cine: «Moebius». Aquél día, de algún modo, estaba cargado de novedad. Apenas había escuchado un fugaz comentario de esa película de la voz de quien me invitaba al pre-estreno, lo que insinúa que más allá del contenido de la película se trataba de la oportunidad de ir al cine gratis -lo cual no era menor para la economía de un estudiante de ciencias sociales. No recuerdo si en esa invitación me mencionaron que la película estaba filmada en el Metro de Buenos Aires, el Subterráneo -que los porteños llamamos subte, dice Julio Cortázar, como si le tuviéramos miedo a la palabra completa y acortándola la neutralizaríamos de un modo desacralizador (1996).
Concurrí también con cierta curiosidad por ver cómo el cine argentino abordaba aquel objeto, que en esos momentos llamaba mi atención con el encanto que tienen los secretos de la ciudad. El subte en tanto espacio de uso cotidiano y de significados inabordables por la mera razón instrumental, invita a ser explorado estéticamente -como queriendo ‘iluminar’ los lugares oscuros e ignorados de la ciudad. La cámara, para poder tomar una imagen, necesita luz. Saltan a la vista los secretos. Los transita. Aunque la ficción se encargue de envolverlos nuevamente, la cámara (y la luz) recorre (alumbrando) espacios del subte intransitables por el cotidiano sujeto-usuario. A este atractivo estético habría que sumarle que era difícil rechazar una invitación a una película que se inscribía en el género de la ciencia ficción -una tentación casi irresistible para los jóvenes varones-, aún a sabiendas que éste género podía devenir o confundirse, como finalmente lo hace, con caracteres de la literatura fantástica o la ficción borgeana.
Doce años después, con el propósito de escribir la reseña de una película que hace del Subte su anclaje narrativo y no sólo como mero escenario, vuelvo a mirarla, pero los ojos ya no son lo mismos. Difícil es desencajar(me) de la mirada analítica de un investigador cuyo objeto de estudio actual es justamente el Subterráneo de Buenos Aires. Evocar mi primera experiencia como espectador de este film busca dialogar con aquellas apreciaciones que he leído en algunos blogs donde se puede bajar la película. Sólo para dar un ejemplo de ello, cito: «La película está increíble. Un verdadero acercamiento hacia el túnel al que se dirige esta absurda sociedad. Pero ese tren también nos persigue a cada uno de nosotros y no nos damos cuenta. Admiro esta cualidad argentina de mostrar conciencias apagadas con la poesía siempre de telón de fondo y hacernos parar en el andén buscando otro tren que nos lleve hacia otra oportunidad» [1].
No recuerdo que este fuese el aspecto de la película que marcó mi primera impresión. Incluso, podría decir que tanto ayer como hoy me resulta de un cierto escapismo absurdo aquellos tipos de planteos. La poesía de «telón de fondo» que, en rigor, no aparece sino hacia el final de la película, es justamente el peso de la tradición literaria sobre la narrativa cinematográfica que subordina a esta última, haciendo de la primera el único modo de transmitir un «mensaje». Una operación bastante común en el cine argentino que diluye la fuerza de la imagen en palabras que, si bien pueden ser literarias, se introducen con la fuerza de imperativos que rozan lo moral. Parece ser una exigencia a poner en palabras lo que el lenguaje de la imagen carece. Entonces, uno de los protagonistas que ocupa el lugar del «sabio» debe describir con palabras el estado de ignorancia de los pasajeros que hace días que viajan en el mismo tren pero creen que sólo han pasado algunos minutos (‘despertar a los dormidos’). Como si la escena anterior a su mensaje, en el que se ve a esos pasajeros con la mirada perdida en algún punto del vagón o a través de la ventanilla, a veces hundida en un diario o viajando internamente con los walk-man, no fuesen suficientes para narrar la situación.
Por ello, creo que mi primera impresión fue de disociación. Dos películas en una. La novedosa, por su técnica de narración cinematográfica. La tradicional, por su pesadez literaria y moralista (algo de lo que no carece el género de la ciencia ficción, por supuesto, pero que podría haber sido introducido de diferentes maneras). Disociación también la mía al extraer, en aquel momento, sólo el misterio de la banda de moebius: aquella cinta que unida en sus dos extremos forma la figura ∞, una cinta que parece de doble cara (una exterior y una interior) pero que es la misma. En la película, el efecto moebius explica que los trenes en ciertas curvas e intersecciones o empalmes recorridos a alta velocidad alteren la relación espacio-tiempo y se alcance el infinito.
Esta sería la teoría que el protagonista, el joven topólogo Daniel Pratt, expone ante funcionarios estatales y de la empresa de subterráneos para explicar porqué hay una formación de trenes que nunca llegó a destino con pasajeros a bordo, y que aún recorre la red. Un tren «fantasma». Teoría desechada por las autoridades, por supuesto, pero que lleva al protagonista a seguir su propia búsqueda para corroborar la teoría y a realizar su propio viaje -acentuado nuevamente por las palabras reflexivas del protagonista al empezar y terminar la película.
Quedarme sólo con la teoría, desechando la «poesía», y guardar un buen recuerdo de la técnica utilizada para filmar el subte muestra que hay niveles fácilmente identificables de la película aún hoy, cuando la miro con otros ojos. Hoy puedo dar una mirada unificadora y tratar explicar el modo en que construimos significados sobre nuestras ciudades a través del espacio subterráneo de las mismas, aquel que recorremos cotidianamente. Sin embargo, creo imposible desprenderme de mis primeras impresiones. Ambas forman parte de la experiencia de recepción de una obra cinematográfica, de vivir en las ciudades, de pensarlas, usarlas y significarlas. Si hoy busco reconstruir los modos en que la ciudad y sus representaciones se modifican mutuamente a través de la historia, especialmente la relación del espacio urbano subterráneo y la cultura, Moebius se convierte en una estación ineludible y fundamental para rastrear esas tramas de la cultura urbana.
4. Clichés
Inscribirse en un género siempre condiciona a recurrir a elementos «trillados», en eso consiste la característica de los géneros discursivos: su regularidad y permanencia a través del tiempo. Moebius lo hace, citando además otras obras cinematográficas y literarias, o tal vez atravesado o hablado por ellas [2]. El protagonista viste un piloto en pleno verano, como si fuera el único que percibe que esa noche lloverá, lo que me recuerda no sólo a viejas películas sino al protagonista de Eliseo Subiela «El lado oscuro del corazón» (1992), que en aquel caso era un poeta y no un matemático, aunque ambos comparten esa «voz interior» que nos narra preguntas existenciales sobre el individuo y la sociedad, la soledad y la multitud. Un tren lleno de pasajeros desaparece y me recuerda un cuento de Cortázar en el cual el número de pasajeros que egresan del subte es menor al que ingresó y eso dispara una investigación llevada a cabo por el protagonista (en Zunino, 2005). El escapismo: el sentimiento anti-urbano que finalmente toma la película haciendo del «viaje» un punto de fuga de la ciudad-sociedad es otro cliché que puede encontrarse en la cultura anglo-sajona a través de sus suburbios, en el hippismo, y en el rock argentino a partir de su primera canción La Balsa (Los Gatos, 1967). Una estación llamada Borges y de fondo un viejo tocando un tango con su bandoneón, para no olvidar que es una película «marca argentina». Como se dijo al principio, la necesidad de dar mensaje moral y no sólo narrar una historia se convierte en otro gesto que, creo, se podrían obviar.