Kabul hoy, se encuentra inmersa en un estado de emergencia, el cual tiene como única causa una “Máquina de Guerra” devastadora. Esta viene operando en territorio afgano de manera continua desde mediados de los años setenta y llega hasta nuestros días adoptando las formas de golpes de estado, invasiones extranjeras, radicalismos ideológicos o soberanías extraterritoriales. Producto de esto, Afganistán cuenta ahora con una nueva cartografía, compuesta por campos de refugiados, bases militares, zonas de enfrentamientos, áreas fronterizas en conflicto y ciudades altamente deterioradas.
Este estado de emergencia se define, en primer lugar, por una condición de inseguridad, que se traduce en incertidumbre. La calle, como escenario potencial de acontecimientos extremos: cuándo, dónde y cómo son las preguntas cotidianas.
En uno de los barrios más tradicionales de Kabul, Shahr e Nau, las calles se encuentran saturadas de garitas de vigilancia que irrumpen en las veredas, conformando densas áreas de control y bloqueando los flujos de los transeúntes. Instalaciones construidas con materiales ligeros, que controlan el acceso a viviendas de la clase alta y a organizaciones internacionales. Los guardias de seguridad son ex-combatientes de guerra y, por lo general, portan consigo fusiles automáticos Kalashnikov,verdaderosiconos afganos de la guerra contra la Unión Soviética a fines de la década de 1970.
Siguiendo por estas mismas calles, encontramos extensos muros cubiertos de alambradas (construidos frente a los ya existentes), que resguardan de posibles ataques con coches-bomba a los perímetros de diversos puntos estratégicos de la ciudad, tales como embajadas, centros asistenciales, ONGs e instituciones gubernamentales. Pero la situación se vuelve aún más crítica debido a la existencia de Suicide Bombs: terroristas que derivan por la ciudad de manera incógnita y que bajo sus vestimentas oculta explosivos para detonar en cualquier momento y en cualquier lugar.
A las afueras de Kabul, el paisaje que se presenta no es más alentador; algunas áreas se encuentran transformadas casi en vertederos, donde los residuos bélicos se han ido decantando lentamente con los años. A lo largo del camino, se suceden a la vista tanques, cañones, vehículos militares, containers explotados, todos mezclándose lentamente con la vegetación, los rebaños de cabras y con algunas viviendas. Estas imágenes contrastan con la fuerte presencia del fondo: un cordón montañoso de gran presencia, que rodea la ciudad y se pierde en el horizonte.
Las infraestructuras, se relacionan directamente con las necesidades básicas de los habitantes, su ausencia es el segundo concepto que define el estado de emergencia. Los cerros de Kabul, no cuentan con red de agua potable. Debido a esto, en las calles aparecen de forma espontánea cadenas de niños que van y vienen, llevando agua en recipientes desde los pozos (instalados por las autoridades) hasta sus hogares. Los niños se convierten en nuevas redes, en un escenario social que vienen a reemplazar la ausencia de infraestructuras del agua. Por la noche, el panorama es otro; el silencio se rompe por el incesante ruido de los generadores de electricidad. La calle está completamente oscura, a ratos alumbrada por algún vehículo que transita. El gobierno sólo entrega electricidad racionada en ciertos días y a ciertas horas, el resto de la semana es necesario utilizar generadores que funcionan con diesel.
La red de infraestructura vial tampoco escapa a esta crisis; el gran número de vehículos produciendo altos niveles de congestión, las calles en malas condiciones, la gran polución y los casi inexistentes semáforos -sólo dos funcionan-, hacen que desplazarse por la ciudad sea toda una travesía.
Pese a este duro escenario urbano existente tras 30 años de conflictos, los habitantes de Kabul, un grupo social muy complejo conformado por más de 40 etnias -entre las que destacan las Pashtun, Tajik, Hazara y Uzbek-, que parecen haberse acostumbrado a convivir con estas condiciones adversas. Ahora, el verano se avecina y con él la llegada de más extranjeros y ONG’s con ayuda para Kabul. Pero la “Máquina de Guerra” no cesa, rearma sus piezas, intensificándose con atentados, secuestros y explosiones.
En estas condiciones ¿Será posible la reconstrucción de Kabul?
* José Abásolo es arquitecto, con estudios de Magister en la Escola Tècnica Superior d’Arquitectura de Barcelona. Ha realizado proyectos e investigaciones en España, Chipre, India y Brasil. El 2004 funda Labase Architecture & Urbanism en Kabul-Afganistán, participando en proyectos para la reconstrución. Desde el 2008 forma parte de URBZ un Think Tank con base en Mumbai, Santiago de Chile y Sao Paulo. (www.urbz.net) En 2011 funda ariztiaLAB en Santiago de Chile (www.ariztialab.cl ) En paralelo ha desarrollado una carrera docente en diferentes universidades chilenas, donde destacan UNIACC y la Universidad de Talca.