Leer Building Stories es incómodo. A ratos insoportablemente incómodo. Y es una incomodidad que se vive también en muchísimos niveles. Desde la tristeza inmensa que comienza a traspasar las distintas historias, permeando toda la estructura, hasta la incomodidad, física, real, de lidiar con este extraño texto. Porque Building Stories es cualquier cosa menos convencional. Es una novela gráfica que se construye como un edificio. Viene dentro de una caja, enorme, maravillosa, dividida en distintas historias de diversos formatos. Desde relatos en tiras cómicas larguísimas, pasando por pequeños libros ilustrados, hasta verdaderos planos de edificios que son complicados de leer, a menos que uno los despliegue en el suelo de su casa y se pasee así sobre ellos (que fue lo que hizo su humilde servidora). Historias en las cuales a ratos no hay texto alguno y, en otros, abundan hasta la desesperación, con un tamaño de letra que se va volviendo más y más invasiva, más y más difícil de leer.
La novela trata la historia de cuatro personajes y del edificio que los reúne, quien también participa de la acción, a veces con mayor lucidez y ojo crítico que los propios personajes. Tres de ellos son mujeres en momentos bastante desoladores de sus vidas: una mayor (dueña del edificio) que malgastó toda su juventud y adultez cuidando a su madre enferma, y que hoy vive afectadísima por la soledad; otra ya madura, con una hija adolescente, quien también rememora todas las oportunidades perdidas (además de regurgitar sus traumas de infancia, con un accidente que le costó una pierna, sus crisis de autoestima, su mala suerte en el amor), una mujer un poco más joven pero en una relación de pareja del terror y, por último, una abeja (sí, una abeja) que es bastante picaflor y que le da una nota liviana al resto de estos dramas.
Building Stories tiene un título interesante. Stories, en inglés, quiere decir tanto “pisos” (de un edificio) como “historias”; así Building Stories significa los pisos de un edificio, o historias que construyen, historias para construir, y ambos sentidos traspasan esta obra. Son pisos de un edificio convertidos en historias de vida y son vidas que se construyen como un espacio, con sus rincones oscuros y luminosos.
Todos los personajes viven (o vuelan alrededor) del mismo edificio; sin conocerse para nada, aunque el lector sabe que, de hacerlo, estas tres mujeres tendrían tanto de qué conversar. El edificio en el que viven se encarga, por momentos, de relatar sus historias, examina sus vidas en base a estadísticas del tipo: cuántas plantas han dejado morir en el último tiempo, cuántas veces han salido de vacaciones, cuántos orgasmos han tenido. El habitar imprime una huella y eso lo sabe este particular edificio.
Las reflexiones de éste recuerdan un poco La Poética del Espacio de Gaston Bachelard, quien si bien se refiere más que nada al primer habitar, a la relación entre espacio e infancia, expone bastante poéticamente la manera en que los espacios definen la intimidad de sus habitantes y cómo siempre llevamos con nosotros esos primeros espacios que residimos.
En un momento, una de estas mujeres, antes de irse de vacaciones a la playa, intenta encontrar un libro para llevar consigo y así distraerse de su infinito pánico a los aviones. Todos los libros que encuentra son clásicos de la literatura, los rusos, los franceses, con personajes locos, desquiciados, asesinos. Y ella se pregunta: ¿por qué todos los grandes libros tienen que tratarse de personajes extremos?, ¿por qué nadie escribe sobre la vida normal, ordinaria, de las personas normales y corrientes?
Building Stories parece responder a ese llamado, claro que sólo para demostrar que nadie es normal y corriente. Cada uno de estos personajes, desde sus rutinas más cotidianas, pragmáticas y minuciosas, va echando luz sobre una existencia extraordinaria, llena de preguntas y de dolores horribles. En Building Stories todos lo pasan mal e incluso la abejita picarona acaba por tener un final triste y patético. Y ahí es cuando la novela se cae un poco del pedestal en el que una lo había puesto. Porque las quejas de todas estas mujeres acaban por cansar. Uno las entiende, dan una pena inmensa, es como si el libro entero se llenara de agua por minutos, pero acaban por hartar.
En un momento, una de las protagonistas, echada en su cama, se pregunta: “¿estoy deprimida?” y dan ganas de gritarle al libro: pero claro que sí, haz algo al respecto. La mirada sobre la adultez de Chris Ware es bastante oscura. Desde unos chispazos de felicidad durante la infancia o la adolescencia de estos personajes, saltamos a su crisis de los cuarenta o la aterradora cercanía de la vejez y la muerte. Es una mirada válida, es cierto, pero se echa de menos aunque sea una gotita, mínima, de esperanza, de alegría.
La novela es magnífica, por favor no vaya a creer lo contrario, pero deja como con un peso en el corazón. También, todos los personajes masculinos quedan bastante mal parados: desde el marido de una de las protagonistas, que pasa viajando y la deja siempre sola, a la pareja de otra, que va corroyendo su autoestima de a poquito con insultos y faltas de tacto. Incluso el personaje del abejorro feliz es descrito como un mujeriego descontrolado que parece correr descontrolado derechito a su destrucción. De más está decir que las vidas de estas mujeres giran irremediablemente alrededor de sus parejas, sin que jamás se las muestre con amigas o preocupadas de otras cosas.
Esto último llama bastante la atención. En una novela que parece presentarse como eminentemente urbana, con una ciudad de Chicago como trasfondo, y varios de los personajes temiendo con horror el minuto en que deban irse a vivir a los suburbios, pasamos la mayor parte del tiempo en espacios íntimos. Incluso cuando vemos a los personajes fuera de sus apartamentos, los vemos en otros espacios cerrados como sus lugares de trabajo, el supermercado o el hospital (una de las mujeres de esta historia es forzada por su novio a hacerse en aborto), espacios todos cargados de desolación y malas decisiones. El único personaje que circula por la ciudad, al aire libre, es el abejorro, y sólo por corto tiempo.
La geógrafa cultural Doreen Massey, en su libro For Space, define el espacio como “the sum of stories so far”, es decir, la suma de historias hasta el momento; o la suma de historias en desarrollo, nunca terminadas. Esta novela juega con esa definición de espacio, una suma de historias que se entrelazan, que apenas se tocan para cambiar un poco el rumbo, que nunca acaban. De hecho, uno “termina” la novela, guarda cada uno de sus múltiples secciones y pedazos en la caja y se da cuenta de que, en los costados de la caja, se esconden unas mini viñetas, como mini sorpresas recordándole al lector de que esto no ha acabado, no se termina nunca. Que una historia que deja de contarse no por eso deja de existir. Del mismo modo que un edificio conserva en su estructura las historias y dolores de sus habitantes, por más que ellos hayan partido, o nuevos habitantes ocupen su lugar.
Ficha Técnica de la obra
NOMBRE: Building Stories
AUTOR: Chris Ware
TIPO: Novela Gráfica, 260 págs.
AÑO: 2012 (Primera Edición)
EDITORIAL: Pantheon, Nueva York
* María José Navia es escritora. Es licenciada en Letras en la Universidad Católica de Chile, magister en Humanidades de la New York University, y actualmente realiza su doctorado en Literatura y Estudios Culturales en Georgetown University. Publicó la novela ‘Sant‘ (Incubarte Editores, 2010), así como varios en cuentos en distintas antologías. Actualmente está terminando su segunda novela ‘Lost and Found / Objetos Perdidos‘. Desde hace algunos meses administra el proyecto Ticket de Cambio, en donde reseña novelas y crónicas (http://ticketdecambio.wordpress.com/)