Resumen
El barrio se ha constituido como un elemento estratégico para las políticas urbanas. En Europa y Estados Unidos es la escala básica a partir de la cual se enfrentan objetivos de regeneración urbana y las agendas morales sobre ciudadanía y cohesión. Similarmente, en Latinoamérica han surgido diversas políticas centradas en la escala barrial, especialmente en relación a objetivos de revitalización de las áreas más empobrecidas de la ciudad. Sin embargo, se advierten dos importantes dificultades relacionadas con la escala de barrio: su enorme ambigüedad conceptual y el problema de su delimitación. Diversas metodologías han sido propuestas para enfrentar estas dificultades, dominando la perspectiva cuantitativa y estadística. Se plantea que, dadas las características de la escala barrial, se requieren más estudios sistemáticos y rigurosos desde una perspectiva cualitativa. Este artículo busca analizar cómo y por qué una mirada cualitativa, y específicamente la etnografía, puede responder a estos dos importantes desafíos respecto a la escala barrial.
Palabras Claves
Barrio, políticas urbanas, etnografía, sociología urbana.
Abstract
Neighbourhood has become a strategic element for urban policy. In Europe and the United States it is the foundation upon which urban regeneration goals, as well as moral agendas on citizenship and cohesion, are developed. Similarly, in Latin America, several policies focused on the neighbourhood scale have appeared, especially in relation to the renovation of the most impoverished areas of the cities. However, there are two important difficulties related to the neighbourhood scale: its massive conceptual ambiguity, and the problem of its delimitation. In order to face these difficulties, different methodologies have been proposed, mainly from a quantitative and statistic perspective. I shall argue that, given the characteristics of the neighbourhood scale, more systematic and rigorous qualitative studies are needed. This article aims to analyze how and why a qualitative point of view, and especially ethnography, may respond to these important challenges.
Keywords
Neighbourhood, urban policy, ethnography, urban sociology.
1. El protagonismo de la escala barrial en las políticas urbanas de regeneración
Si se observa el panorama internacional surge a primera vista la preponderancia de la escala barrio en una serie de políticas urbanas de al menos la última década: nos referimos a políticas mayormente diseñadas con el fin de enfrentar la pobreza y desigualdad de las ciudades, y que tienen como foco principal la escala barrial, especialmente barrios identificados como pobres o vulnerables.
De este modo, tal como nos indica Atkinson, Dowling y McGuirk (2009), para estas políticas el barrio se constituye como foco para la distribución de servicios; también, como base de intervención para objetivos de la triada regeneración, rehabilitación, rehabilitación; y finalmente -pero muy importante-, a partir del foco en el barrio los gobiernos han levantado sus agendas morales acerca de qué es lo que es cohesión social, capital social y ciudadanía.
De modo que es importante contextualizar cómo el barrio ha ido asumiendo estas características protagónicas. En este sentido, este foco en el barrio se contextualiza en las denominadas «políticas o iniciativas de base local/territorial», conocidas mayormente como ABIs (Area Based Initiatives). Este tipo de políticas, si bien surgen en el contexto europeo y norteamericano, son una base influyente para el diseño de políticas, tanto en Latinoamérica como a escala global.
En el ámbito europeo, el surgimiento de estas políticas se relaciona directamente con problemas como tensiones raciales, desigualdad, segmentación social, falta de cohesión social y fragmentación del paisaje urbano, problemas que implican el surgimiento de los denominados quartiers en crisis o barrios en crisis (Atkinson, 2007; Andersson y Musterd, 2005). Ante ello, los gobiernos se ven forzados a cambiar -o derechamente a crear- nuevas políticas que se preocupen de estos temas. En otras palabras, estos problemas de alguna manera se «espacializan» a la escala específica del barrio, formulándose políticas que enfatizan la participación de la comunidad y el fortalecimiento de la cohesión y capital social.
En Estados Unidos hay una larga tradición de enfoque barrial, pero ante problemas similares la actual perspectiva teórica que subyace es la del neighbourhood effect. Esta perspectiva enfatiza que el hecho de vivir en barrios pobres o problemáticos afectará las perspectivas u oportunidades de vida en comparación a barrios «mejores»; esto se aplica especialmente a la educación, el crimen, la salud, y especialmente a la problemática de la estigmatización (Dietz, 2002). De este modo, el diseño de políticas se enfoca justamente en reducir las concentraciones de pobreza, evitando asimismo la mala imagen de ciertos barrios y la promoción de la mixtura social.
Pero, ¿por qué este énfasis en el barrio? La literatura sugiere algunas razones: el barrio ha sido considerado como el bloque básico a partir del cual mantener la cohesión social (supuestamente en «crisis»); la existencia de una evidente saturación de pobreza y desigualdad en zonas de las grandes ciudades; y finalmente, la consideración del barrio como «el» lugar de la comunidad local (Forrest, 2008). Existe también una razón más política: en el actual contexto los gobiernos y los diseñadores de políticas públicas no son capaces de controlar los efectos del capitalismo global, por lo cual el barrio se transforma en la escala más accesible y posible de intervenir (Kearns y Parkinson, 2001). Finalmente, el enfoque en el barrio ofrecería una atractiva (¿y barata?) alternativa para responder a la exclusión social y la regeneración urbana a través del fortalecimiento del capital social (Meegan y Mitchell, 2001) y el gobierno local (Kennett y Forrest, 2006).
Sin embargo, numerosas han sido las críticas que se han levantado en contra de estos argumentos.
En primer lugar, la cohesión social no es siempre positiva. Barrios fuertemente cohesionados podrían entrar en conflicto con otros, contribuyendo a una ciudad fragmentada y dividida. En segundo lugar, la relación entre la supuesta crisis de cohesión social y la crisis de confianza y legitimidad política no es una relación directa; es decir, un barrio fuertemente cohesionado no necesariamente tiene un mayor compromiso democrático o más confianza en las instituciones. Asimismo -y esto es muy relevante-, fortalecer el capital social de barrios excluidos no implica de ninguna manera superar la condición de pobreza. Finalmente, el uso, significado y rol del barrio varía enormemente; en consecuencia, estas políticas, al considerar el barrio como «el» lugar de la comunidad local y del capital y la cohesión social, no toman en cuenta esta diversidad (Kennett y Forrest, 2006).
Justamente, es este último punto el que apunta a dos problemas básicos ante los cuales se han enfrentado los gobiernos a la hora de implementar políticas de enfoque barrial. Por una parte, se trata del problema de la ambigüedad conceptual, o más bien -y como veremos más adelante- un consenso velado a propósito de la definición de barrio. Y por otra parte, se trata del problema de la delimitación de las unidades de intervención, a saber: ¿dónde empieza y termina un barrio? ¿Cómo delimitar unidades de intervención barriales si no existe una definición explícita de barrio?
2. El problema de la ambigüedad conceptual y la delimitación
2.1 ¿De qué hablamos cuando hablamos de barrio: ¿ambigüedad conceptual o consenso solapado?
«No existe una definición exacta a propósito de qué es o qué conforma un barrio» [1] (Social Exclusion Unit, 2001); «Para los efectos de esta ley se entiende por área urbana de atención especial el barrio o área urbana geográficamente diferenciable mayormente destinada a residencias habituales» [2] (Generalitat de Cataluña, 2004); «El primer problema que se enfrentó para la selección de los 200 barrios fue contar con una definición del concepto barrio. Se abrió una discusión al respecto entre los técnicos y, luego de un período de tiempo, no pudo concordarse una única definición» (Ministerio de Vivienda y Urbanismo, 2008).
Estas citas reflejan una cuestión clave para las políticas de enfoque barrial, el problema de la definición del concepto de barrio, y ciertamente no parece ser casualidad que estas tres experiencias reconozcan la complejidad que implica dicha tarea. En este marco, resulta por lo menos curioso que la noción de barrio, nodal para el diseño e implementación de estas políticas, aparezca como una categoría de alguna manera dada, asumida y por tanto encubierta en una especie de ambigüedad.
Pero este problema no es nuevo ni tampoco se circunscribe solamente a la esfera de las políticas. Hace tres décadas, el diagnóstico de Keller (1979) era que tanto en las investigaciones académicas como en la planificación urbana el concepto de barrio es diverso y muchas veces incompatible. El diagnóstico actual tampoco varía mucho; en palabras de Galster (2001: 2111), «los científicos urbanos han tratado el barrio como los jueces han venido tratando a la pornografía: como un término difícil de definir, pero que todos saben lo que es ‘eso’ cuando lo ven. Sin embargo, incluso una somera revisión de las definiciones de barrio que se encuentran en la literatura revela cruciales diferencias en lo que es ‘eso’ implícito». Asimismo, artículos más recientes destacan este problema, reafirmando que el barrio es un concepto vago, y consecuentemente, la mayoría de las investigaciones a menudo no proveen de un término con una definición explícita (Guo y Bhat, 2007).
Sin embargo, y respecto al renovado énfasis en el barrio de las políticas urbanas, pensamos que detrás de esta ambigüedad conceptual existe la construcción de un concepto de barrio, una noción que se ha ido configurado como hegemónica, dada y asumida. En consecuencia, es posible rastrear cómo el barrio ha adquirido ciertos atributos coherentes con la comprensión del barrio como base de la cohesión y capital social, como «el» lugar de la comunidad local.
2.1.1. El barrio de la Escuela de Chicago
Los principales atributos que se le han asignado al barrio, y que son básicos para su comprensión en los términos de la generalidad de estas políticas, son dos: el barrio como refugio de la comunidad y como unidad autocontenida. Ambos, como veremos, se constituyen como una especie de legado de la Escuela de Chicago.
a) El barrio como refugio de la comunidad
El concepto de comunidad desarrollado por esta escuela tiene ciertos atributos básicos. Se trata de un grupo de personas, y sus instituciones son localizadas en un área determinada. Además, la comunidad desarrolla un tipo de cultura específica o modo de vida particular, lo que se denomina «comunidad cultural», definida como los sentimientos, formas de conducta, vínculos y ceremonias características de una localidad (Park y Burgess, 1984).
Entonces, ¿cuáles son las características de esta comunidad como modo de vida o cultura específica? Anderson (1965) lo detalla indicando que la comunidad se puede comprender como «una unidad global en la que existen diversos tipos de organización social, también como una localización y, asimismo, un lugar en que la gente encuentra los medios para vivir. Es un lugar no sólo de actividad económica y de asociación humana, sino también un lugar en el que se centran los recuerdos, tanto individuales como de grupo. Es más, la comunidad tiene la cualidad de la duración, que representa una acumulación de experiencias de grupo que vienen del pasado y se extienden a través de tiempo, aunque los individuos vayan y vengan siempre» (Anderson, 1965: 46-47). De este modo, las características de una comunidad apuntan a una unidad conformada por una organización social en una localización específica, donde la gente encuentra los medios para vivir, pero en la que también se genera una identidad y un sentido de pertenencia.
Tomando en cuenta estos rasgos principales, el barrio se entiende entonces como una comunidad en el pleno sentido del concepto en tanto es «una pequeña zona ocupada por un número limitado de gente que vive en una proximidad cerrada y en contacto frecuente, un grupo primario cara a cara» (Anderson, 1965: 61). De hecho, Park y Burgess (1984: 147) llegan a homologar el concepto de comunidad al de barrio, al afirmar que «el barrio o la comunidad es el resultado de tres tipos de influencias: las ecológicas, las culturales y las políticas».
Y es justamente este espíritu comunitario del barrio el que estaría en proceso de retirada debido a la aceleración de la vida urbana moderna. Anderson (1965), por ejemplo, observa desde una perspectiva diacrónica que el barrio tendría mayor presencia en el ámbito rural que en el urbano; es decir, debido a la modernidad y la intensificación de los procesos de urbanización, dicha dinámica estaría en franco proceso de extinción.
Es este proceso de debilitación del sentido comunitario y por ende del barrio es el que también expone Wirth (2005) en su clásico artículo sobre el modo de vida urbano, el cual justamente se caracterizaría por «la sustitución de contactos primarios por secundarios, el debilitamiento de los vínculos de parentesco y la decadencia de la significación social de la familia, la desaparición del vecindario y la socavación de las bases tradicionales de la solidaridad social» [3].
Park y Burgess (1984: 9) evocan también esta imagen de barrio y comunidad versus la desestructuración de la vida moderna, afirmando que «en la ciudad el barrio tiende a perder gran parte de la significancia que poseía en sociedades más simples o primitivas. La facilidad de los medios de comunicación y transporte que permiten a los individuos distribuir sus intereses y vida en muchas partes al mismo tiempo tiende a destruir la permanencia e intimidad del barrio». De este modo, entienden que el crecimiento de las ciudades implica la sustitución de las relaciones directas, cara a cara, primarias, por relaciones indirectas y secundarias.
En otras palabras, el sentido comunitario como el elemento básico de la noción de barrio -y en consecuencia la comprensión del barrio como una unidad geográfica conformada por un grupo de habitantes localizados en un especio específico, cuya organización social se basa en la cooperación y la asociación, en los contactos frecuentes cara a cara, y donde se comparte un sentido de pertenencia e identidad-, es el que estaría en proceso de decline debido a los nuevos modos de vida urbanos vástagos de la modernidad. Y es aquí donde los aportes de los sociólogos clásicos completan el cuadro.
En este modelo dual tenemos entonces que el barrio representaría la comunidad; es decir, la Gemeinschaft de Tönnies, la solidaridad mecánica de Durkheim y las acciones de acuerdo a fines de Weber. En el polo opuesto, la ciudad representaría la sociedad; a saber, la Gesellschaft de Tönnies, la solidaridad orgánica de Durkheim y las acciones de acuerdo a fines de Weber. Asimismo, el polo rural urbano también estaría presente, asociándose el barrio a los retazos de un modo de vida más vinculado a lo rural, lo tradicional o folk (según la terminología de Robert Redfield), que resiste a los embates de este nuevo modo de vida urbano.
En síntesis, el barrio se constituye como el refugio del sentido comunitario, el cual está condenado a debilitarse o sencillamente desaparecer por la intensidad de la vida moderna y la intensificación del proceso de urbanización: el barrio como la última trinchera de resistencia de las relaciones de proximidad y los valores ligados al arraigo, la identidad, la memoria y la pertenencia.
b) El barrio como unidad auto-contenida
El segundo elemento heredado de la Escuela de Chicago es el barrio como una unidad auto-contenida, ya que tal como lo afirman Park y Burgess (1984: 6) «con el paso del tiempo, cada sector o cada barrio de la ciudad adquiere algo del carácter y de las cualidades de sus habitantes. Cada parte distinta de la ciudad se colorea inevitablemente con los sentimientos particulares de su población. En consecuencia aquello que al principio sólo era una simple expresión geográfica se transforma en un barrio; es decir, en una localidad con su propia sensibilidad, sus tradiciones y su historia particular». De este modo, podemos observar que junto con el sentido comunitario, el barrio se caracteriza por ser una parte distinguible y diferenciada de la ciudad, lo cual se vincula directamente con el concepto de área natural de la Escuela de Chicago.
Las áreas naturales son definidas como «un área geográfica caracterizada a un tiempo por la individualidad física y por las características culturales de los individuos que en ella viven» (Zorbaugh en Theodorson, 1974: 86), y básicamente son producto del crecimiento de la ciudad. Como puntualiza Burgess (en Theodorson, 1974: 759), «la expansión de la ciudad comporta un proceso de distribución que reorienta, distribuye y re-instala individuos y grupos por residencia y ocupación».
El resultado es la diferenciación de la ciudad en áreas: las áreas naturales. Estas áreas «tienden a acentuar determinados rasgos, a atraerse y desarrollar sus tipos de individuo, a hacerse, por tanto, cada vez más diferenciadas» (Burgess en Theodorson, 1974: 75-76). En otras palabras, son unidades con características físicas, económicas y culturales distintivas y particulares. Consecuentemente, el barrio sería un área natural, ya que es una unidad diferenciada de la ciudad, en cierto nivel independiente y auto suficiente: un receptáculo de una dinámica social y cultural específica.
En los años posteriores este modelo dual fue rechazado y los planteamientos de la Escuela de Chicago fueron fuertemente criticados, en el sentido de que la ciudad no es una expresión «natural» sino que es el resultado concreto de una forma de urbanización impulsada mediante la estructuración de procesos políticos, económicos y sociales (Castells, 1988: 25). Estas críticas que no son ajenas a la escala barrial.
2.1.2. Críticas a la noción clásica de barrio: ideología barrial
Esta noción clásica de barrio es cuestionada porque se constituye como un ideal, como la escala preferente donde el sentido comunitario, la solidaridad, la identidad e incluso los valores democráticos preferentemente encuentran su sitio; esto, a pesar de -e incluso en contraposición a- los procesos de disociación, caos y anonimato que según la noción clásica caracterizarían el conjunto de la ciudad.
Esta es justamente la ideología barrial que critica Lefebvre (1975), en tanto el barrio no es un elemento de la ciudad que se pueda explicar por sí mismo; por el contrario, su autonomía de los procesos sociales, económicos, culturales y políticos más amplios no es más que una visión distorsionada (tan distorsionada como asociar al barrio a un ideal de vida comunitaria, armónica, equilibrada y libre de conflictos, la cual -a modo de una utopía democrática- desbordaría positivamente a las escalas mayores en una especie de círculo virtuoso).
A pesar de las discusiones teóricas posteriores y el rechazo al modelo dual de barrio, la vigencia de esta ideología barrial explica la fuerte carga nostálgica que hasta el día de hoy tiene el concepto de barrio, y que está detrás de esta definición irónicamente indefinida, de esta conceptualización basada en un concepto escasamente explicitado y limitadamente problematizado.
De este modo, podemos observar que la ideología barrial sigue estando presente, quizás con diferente apariencia y otro lenguaje; pero el barrio, desde el punto de vista de las políticas urbanas, sigue teniendo en general la marca de lo local/lugar, sede de identidad, cohesión y capital social (sentido comunitario), constituyendo la escala a partir de la cual, de alguna manera, se puede hacer frente a las fuerzas desestructuradoras de la globalización actual.
Tan paradójica es esta ideología que, tal como en el advenimiento de la moderna metrópolis industrial el barrio se configuró como el refugio del lugar, de lo local frente a las avasalladoras fuerzas desintegradoras de la urbanización y modernización, hoy la mirada dominante deposita en el barrio, con su condición local, de lugar, las esperanzas de contrarrestar los efectos negativos de la globalización.
Así, los principales rasgos de la ideología barrial los podemos resumir en cuatro ideas:
Primero, el barrio y su condición intrínseca de lugar, por lo cual se constituye como una unidad distinguible y delimitada en el conjunto de la ciudad, como contenedor de una identidad única y particular.
Segundo, la superposición directa de las categorías lugar-comunidad-identidad. De este modo, el barrio -al constituirse como un lugar- forzosamente queda asociado a una comunidad específica, y por ende a una única identidad particular compartida.
Tercero, el barrio es una escala local y por tanto es un lugar, en contraposición a la dimensión global.
Cuarto, el barrio -en su calidad local y condición de lugar en oposición al espacio global- se constituye como el refugio, la trinchera de defensa de la identidad y de la comunidad frente a unas fuerzas globales abstractas, externas, poderosas y potencialmente desintegradoras. Y esto es válido tanto en relación a la modernización-urbanización como a la actual globalización.
De este modo, interesa especialmente proponer algunos elementos claves en pos de problematizar el concepto de barrio, lo cual exige poner en cuestión básicamente estos cuatro puntos, y es aquí donde los argumentos de Massey (1994 y 2004) son especialmente esclarecedores.
2.1.3 Una mirada alternativa: concepto de barrio abierto y relacional
Respecto al primer punto señalado en el apartado anterior, el barrio como lugar no se caracteriza por el hecho de tener una identidad propia, inmóvil, fija y característica, ni tampoco es aquello que está «dentro» de unos bordes o delimitaciones. Por el contrario, el barrio como lugar se puede comprender como un punto de intersección de relaciones sociales en un momento dado, relaciones sociales que se extienden a una escala mayor que las que definen ese lugar en ese preciso momento. Esto implica «abrir» el barrio, tanto en el tiempo como en el espacio; es decir, el barrio se construye y se modifica en relación al presente, al pasado y también al futuro, pero también en cuanto a la proyección de esta intersección de relaciones sociales a todas las escalas. Asimismo, esta perspectiva enriquece el concepto, pues considera los conflictos y «la necesidad de negociar a través y con la diferencia el implacable hecho espacial de compartir un terreno» (Massey, 2004: 6).
En cuanto al segundo punto, cabe preguntarse, ¿es que el lugar forzosamente está definido por una comunidad que a la vez comparte una identidad única y particular? Esto es particularmente relevante, pues si observamos con atención, «raramente comunidad y lugar son co-términos» (Massey, 1994: 147). Más aún, «las comunidades pueden existir sin compartir el mismo lugar» (Massey, 1994: 154). Asimismo, es improbable que una comunidad sea un grupo social coherente, homogéneo, con el mismo sentido de lugar. De este modo, un barrio puede estar constituido por distintas identidades, por ejemplo en relación al género, la edad o la actividad política.
Relacionado con el tercer punto, es necesario dar cuenta que existe una narrativa dominante que ha reforzado la idea de una contraposición entre el lugar (asociándose a lo local) y el espacio (asociándose a lo global), donde el lugar-local es más significativo que el espacio-global. En este sentido, el barrio sería aquello real, territorialmente emplazado, cotidiano y vivido, en contraposición a un espacio global que está «en algún lado», «afuera», omnipresente y abstracto. Pero el espacio global es tan real y cotidiano como el lugar: es la suma de relaciones, conexiones, personificaciones y prácticas, pero que son completamente cotidianas y emplazadas, al mismo tiempo que en conjunto van alrededor del mundo (Massey, 2004:8).
Finalmente, y en cuanto al último punto, cuestionar este binomio global/local – espacio/lugar implica que el barrio no se defiende de unas fuerzas globales que están ahí fuera; muy por el contrario, los lugares son momentos donde lo global se constituye, inventa, coordina y produce: son agentes en la globalización (Massey, 2004: 11). Esto significa que el barrio como lugar tiene posibilidades de acción que van mucho más allá de defenderse de lo global; por el contrario, tiene responsabilidad en el actual estado de cosas y, por lo mismo, tiene posibilidad de modificarlo.
2.2. ¿Dónde empieza y termina un barrio? El problema de la delimitación
«Las Asociaciones Locales Estratégicas pueden optar por definir barrios en términos de distrito electoral o también como áreas pequeñas de varios miles de personas. Para esta definición se debería considerar las características específicas de cada lugar» (Social Exclusion Unit, 2001) [4]. «Debe presentarse un programa de actuación que ha de contener la delimitación del área a intervenir, el cual debe tener un carácter homogéneo y una continuidad geográfica» (Generalitat de Cataluña, 2004) [5]. “El hecho que la percepción de la comunidad y sus usos y costumbres sean un elemento definitorio de los límites del barrio dificulta grandemente la construcción de una definición técnica externa. Finalmente, se adoptó el criterio pragmático que barrio sería lo que se definiera en cada caso, sin hacer énfasis en la homogeneidad de los criterios para la definición” (Ministerio de Vivienda y Urbanismo, 2008).
Estas citas reflejan el segundo problema respecto a la escala barrial, y que afecta especialmente al diseño e implementación de políticas urbanas, a saber: ¿cómo delimitar la unidad de intervención? La literatura denota algunos aspectos claves al respecto.
Keller (1979), por ejemplo, hace referencia al problema de la delimitación e identificación de barrios, dando cuenta que para la investigación sobre la existencia de vecindarios diferenciados en áreas urbanas se han utilizado tanto indicadores objetivos (datos estadísticos, censales etc.) como subjetivos (información sobre uso del espacio de un área determinada), ninguno de los cuales ha tenido mayor éxito de manera independiente, siendo éste uno de los principales desafíos de investigación.
Sin embargo, el conjunto de estudios que más ha dado cuenta del problema de la delimitación son los correspondientes a la mirada del neighbourhood effect. De hecho, Dietz (2002: 541) indica que «claramente la delineación espacial del barrio en estos estudios es importante, sin embargo esta definición ha recibido mucho menos atención sistematizada».
Así, las definiciones de barrio «en la mayoría de las investigaciones de las ciencias sociales, y específicamente del efecto barrio consisten, en los grupos censales o grupos correspondientes a manzanas, por lo que muchas definiciones comúnmente no han sido formuladas a través de consideraciones teóricas reflexionadas» (Dietz, 2002: 541). En consecuencia, la delimitación de barrio ha sido definida más bien por las limitaciones o libertades otorgadas por los datos disponibles; más aún, no existirían estudios en la literatura del efecto barrio que examinen las diferentes definiciones de barrio y su efecto en las investigaciones empíricas. Andersson y Musterd (2005: 27) están de acuerdo con este diagnóstico y afirman que efectivamente «muchos análisis de los efectos de barrio han estado significativamente constreñidos por la naturaleza de las áreas para las cuales existen los datos, que en la mayoría de los casos son relativamente grandes».
Tanto Dietz (2002) como Andersson y Musterd (2005) coinciden en que este problema es conocido como el «problema del área como unidad modificable» o MAUP, por su sigla en inglés. Este problema se refiere a la pregunta de cómo afecta la delimitación del barrio en el estudio de los fenómenos socioeconómicos espaciales, aspecto que a juicio de Dietz (2002) tiene dos componentes, a saber: ¿cuál es la delimitación «verdadera» de las unidades que se estudian?, y segundo, ¿cómo la respuesta a esta primera pregunta cambia las conclusiones de estudios existentes que pretenden estudiar la misma unidad?
Es necesario señalar que estas preguntas, y la necesidad de reflexión teórica acerca de la definición de la escala barrial (y la consecuente delimitación) no son específicas de los estudios sobre el efecto barrio o neighbourhood effect, sino que abarcan la totalidad de las investigaciones que tengan como objetivo profundizar en la escala barrial.
3. ¿Cómo se ha enfrentado el problema de la delimitación? Los aportes de la mirada cualitativa
Existen básicamente dos tendencias metodológicas para trabajar el tema de la delimitación.
La tendencia más generalizada en los estudios sobre la delimitación de barrio son aquellos vinculados con el análisis estadístico, más específicamente técnicas de clasificación multivariable. Esto implica un análisis clúster, es decir, métodos numéricos para agrupar elementos similares en determinadas categorías basándose en una determinada asignación de valores (Reibel, 2011). Con los aportes de la geo-referenciación y los diversos programas informáticos disponibles, es posible entonces pasar esta información a un mapa.
Otro grupo de investigaciones -ligadas con la anterior- se vinculan con la denominada observación social sistemática o SSO (Systematic Social Observation), mayormente utilizada en estudios de salud pública y estudios sobre seguridad y criminalidad (Schaefer-McDaniel et al., 2010). Se trata básicamente de recorridos a pie o en vehículo, registrando en video, fotografías o cuadernos de campo determinados ítems, los cuales son indicadores de ciertas variables (por ejemplo, basura en las calles como indicativo de abandono e inseguridad). Esta información codificada es sometida, tal como el caso anterior (pero esta vez con la información obtenida de la observación sistemática) a procesos de clasificación estadística y geo-referenciación, dando como resultado imágenes y mapas. La delimitación se realiza entonces desarrollando indicadores ad hoc y realizando esta observación sistemática en base a ellos.
El problema de este tipo de metodologías es que dependen de la disponibilidad de bases de datos, lo cual muchas veces significa que los resultados de la investigación, o más específicamente la definición de las unidades barriales, pasa por el acceso a esta información más que por una reflexión teórica y metodológica. Asimismo, esta clasificación tiende a obscurecer la variabilidad y heterogeneidad propia de la dinámica urbana (Caughy, O’Campo y Patterson, 2001).
Así, encontramos un tercer grupo de investigaciones, las cuales asumen un enfoque ecléctico (Schnell y Harpaz, 2006) o multiperspectiva (Lebel, Pampalon y Villeneuve, 2007), el cual consiste básicamente en intercalar metodología cuantitativa y estadística con métodos cualitativos (básicamente entrevistas y focus groups), éstos últimos en su mayoría para cotejar o validar la delimitación basada en los métodos cuantitativos y estadísticos.
Pero el alcance de la metodología cualitativa para el estudio de barrios, específicamente la delimitación, va mucho más allá. Los métodos cualitativos -y específicamente etnográficos- permiten acceder en profundidad a las dinámicas de interacción social que ocurren en el barrio, aportando una rica mirada de la intensidad y complejidad de la vida social (Caughy, O’Campo y Patterson, 2001). Y aquí situamos la clave de la relevancia de los estudios cualitativos y etnográficos: el barrio, y por ende su delimitación, siempre tiene un componente relacionado con las formas de habitar, la vida cotidiana y la construcción de sentidos por parte de sus habitantes, aspectos preferentemente accesibles a través de este tipo de metodología. Y es que en relación al barrio se desarrollan importantes aspectos de la vida cotidiana, con la especial importancia que ello tiene para la formación y desarrollo de identidades, el desenvolvimiento de la interacción social y el sentido de pertenencia (Vaiou y Lykogianni, 2006).
Tomando justamente en cuenta este último argumento, ¿cómo definir entonces la escala barrial?, y ¿cómo enfrentar el problema del área como una unidad modificable? Yendo incluso más allá, cabe preguntarse: ¿cómo definir la escala barrial si entendemos el concepto de barrio como algo abierto y relacional, es decir, sin límites unívocos que lo encapsulen? ¿Cómo definir la escala barrio sin acudir a esa imagen nostálgica y romántica de la comunidad «perdida», homogénea y aislada del resto de la ciudad?
4. Propuesta
El desafío es entonces el poder afrontar el tema de las delimitaciones, pero conceptualizando el barrio en términos relacionales (Massey 1994 y 2004), y poder plantear ciertos criterios de delimitación que no impliquen una barrera, una frontera entre un «ellos» y un «nosotros», entre un «dentro» y un «fuera».
La propuesta es distinguir entre una definición conceptual (el barrio abierto y relacional) y una definición operativa. La definición operativa implica la delimitación del barrio, asumiendo justamente que se trata de una construcción derivada de decisiones que en último término están insertas en geometrías de poder (Massey en Bird et al., 2005). Del mismo modo, el problema del área como unidad modificable se lee desde la perspectiva de una construcción y una decisión, por lo que ciertamente la delimitación del barrio se modifica en función de lo que la investigación o política señale como prioritario (Guo y Bhat, 2007).
En este punto podemos ya levantar algunos aspectos de una futura propuesta para la operacionalización del concepto de barrio, y los aportes de Galster (2001) resultan aquí fundamentales. Este autor comprende el barrio como un conjunto de atributos con base espacial asociados a un grupo de residencias en conjunción con otros usos de suelo. Estos atributos espaciales de barrio son ocho: a) características infraestructurales (vías, veredas, aceras, calles, etc.); b) status de clase de la población residente (nivel de ingresos, estructura de ocupación, nivel educativo etc.); c) características de los servicios públicos (seguridad social, equipamientos de salud, recreación, educación etc.); d) características medioambientales (tipo de suelo, topografía, niveles de contaminación etc.); e) características de conectividad (acceso a centros de empleo, consumo, recreación, transporte, etc.); f) características políticas (grado de movilización de las redes políticas locales, influencia de los residentes en las decisiones colectivas por vía sufragio u otras, etc.); g) características de las interacciones sociales (amigos y familiares a nivel local, grado de familiaridad entre las viviendas, tipo y calidad de las asociaciones interpersonales, sentido de comunidad de los residentes, participación en asociaciones de voluntariado local, potencia del control social, etc.); y h) características emocionales (sentido de identificación de los residentes con el lugar, significación histórica de los edificios o distrito, etc.).
En base a estos atributos es que se entrega una herramienta para la delimitación de barrios, a partir de la cual el investigador -o quien lo requiera- puede seleccionar los elementos o criterios de definición de barrio que estime más relevantes, y construir así unidades de estudio o intervención.
Considerando entonces estos argumentos como un punto de partida para la operacionalización del concepto de barrio, podemos observar que justamente los atributos agrupados en los grupos siete y ocho se relacionan con aquellos elementos que las metodologías cualitativas tienen especial capacidad para analizar. Es aquí donde los caminos metodológicos se abren, donde el rol de este tipo de metodologías cobra vital importancia y protagonismo y, especialmente, donde está pendiente el desarrollo de instrumentos específicos y en lo posible replicables: «Es necesario mayor cantidad y estudios cualitativos más profundos que puedan hablarnos de los mecanismos que se encuentran detrás de los efectos del barrio en la vida de las personas, y consecuentemente, a propósito de las escalas en que estos efectos se desenvuelven» (Andersson y Musterd, 2009:25).
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Recibido el 28 de diciembre de 2012, aprobado el 1 de marzo de 2013. Las imágenes que acompañan este artículo no forman parte del original, y su utilización es responsabilidad exclusiva de bifurcaciones.
Verónica Tapia, Universidad de Barcelona. E-mail: veronicatapiabarria@gmail.com.
Notas
[1] «There is no exact definition of what makes a neighbourhood».
[2] «Als efectes d’aquesta Llei, s’entén per àrea urbana d’atenció especial el barri o l’àrea urbana geogràficament diferenciables, majoritàriament destinats a habitatges habituals».
[3] El destacado es nuestro.
[4] «Local Strategic Partnership may choose to define neighbourhoods in terms of electoral wards or other small areas of several thousand people. Local circumstances should guide this choice». Local Strategic Partnership corresponde a la entidad compuesta por actores locales, los cuales concursan para la obtención de recursos en pos de la regeneración barrial.
[5] «Presentar-se en un programa d’actuació que ha de contenir: La delimitació de l’àrea en què es vol intervenir, que ha de tenir un caràcter homogeni i una continuïtat geográfica».
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