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OTO 2013

Las grandes ciudades

Friedrich Engels

Colección Reserva | Revista

Resumen

En base a un intenso trabajo teórico, estadístico y sobre todo etnográfico, Friedrich Engels logró describir de modo comprensivo y comprometido la situación de la clase obrera en la Inglaterra del siglo XIX. Discutiendo temas relativos a las características del capital y la lucha de clases, pero también respecto a la morfología de calles, al tamaño y densidad de las viviendas y a las condiciones sociales y humanitarias de sus residentes, el autor supo construir un tratado que aún brilla por su lucidez y que mantiene una contingencia escalofriante. Por todo lo anterior, es nuestro gran honor poner a disposición de ustedes este extracto del capítulo "Las grandes ciudades", como siempre en una versión inédita en digital y con la pretensión de que sirva de certera guía para quienes investigan y se interesan por la producción de ciudad y sus modos de habitar.

Extracto del capítulo "Las grandes ciudades", publicado en el libro La condición de la clase obrera en Inglaterra en 1845. El texto fue preparado por Ricardo Greene para bifurcaciones.

Una ciudad como Londres, donde se puede caminar durante horas sin siquiera entrever el comienzo del fin, sin descubrir el menor indicio que señale la proximidad del campo, es algo verdaderamente muy particular. Esta enorme centralización, este amontonamiento de 3,5 millones de seres humanos en un solo lugar, ha centuplicado el poderío de estos 3,5 millones de hombres. La misma ha elevada a Londres al rango de capital comercial del mundo, creado los muelles gigantescos y reunido los millares de naves que cubren continuamente el Támesis. No conozco nada que sea más imponente que el espectáculo que ofrece el Támesis cuando se remonta el río desde el mar hasta el London Bridge. La masa de edificios, los astilleros de cada lado, sobre todo en la vecindad de Woolwich, los innumerables barcos alineados a lo largo de ambas riberas, que se aprietan cada vez más estrechamente los unos contra los otros y no dejan finalmente en medio del río más que un canal estrecho, por el cual se cruzan a plena velocidad un centenar de barcos de vapor -todo esto es tan grandioso, tan enorme, que uno se aturde y se queda estupefacto de la grandeza de Inglaterra aún antes de poner el pie en su suelo.

Por lo que toca a los sacrificios que todo ello ha costado, sólo se les descubre más tarde. Cuando uno ha andado durante algunos días por las calles principales, cuando se ha abierto paso penosamente a través de la muchedumbre y las filas interminables de vehículos, cuando se ha visitado los «barrios malos» de esta metrópoli, es entonces solamente cuando se empieza a notar que estos londinenses han debido sacrificar la mejor parte de su cualidad de hombres para lograr todos los milagros de la civilización de los cuales rebosa la ciudad, que cien fuerzas, que dormitaban en ellos, han permanecido inactivas y han sido ahogadas a fin de que sólo algunas puedan desarrollarse más ampliamente y ser multiplicadas uniéndose con aquellas de las demás.

La muchedumbre de las calles tiene ya, por sí misma, algo de repugnante, que subleva la naturaleza humana. Estos centenares de millares de personas, de todas las condiciones y clases, que se comprimen y se atropellan, ¿no son todos hombres que poseen las mismas cualidades y capacidades y el mismo interés en la búsqueda de la felicidad? ¿Y no deben esas personas finalmente buscar la felicidad por los mismos medios y procedimientos? Y, sin embargo, esas personas se cruzan corriendo, como si no tuviesen nada en común, nada que hacer juntas; la única relación entre ellas es el acuerdo tácito de mantener cada quien su derecha cuando va por la acera, a fin de que las dos corrientes de la multitud que se cruzan no se obstaculicen mutuamente; a nadie se le ocurre siquiera fijarse en otra persona. Esta indiferencia brutal, este aislamiento insensible de cada individuo en el seno de sus intereses particulares, son tanto más repugnantes e hirientes cuanto que el número de los individuos confinados en este espacio reducido es mayor. Y aún cuando sabemos que este aislamiento del individuo, este egoísmo cerrado son por todas partes el principio fundamental de la sociedad actual, en ninguna parte se manifiestan con una impudencia, una seguridad tan totales como aquí, precisamente, en la muchedumbre de la gran ciudad. La disgregación de la humanidad en mónadas, cada una de las cuales tiene un principio de vida particular, y un fin particular, es llevada aquí al extremo.

De ello resulta que la guerra social, la guerra de todos contra todos, aquí es abiertamente declarada. Las personas no se consideran recíprocamente sino como sujetos utilizables; cada quien explota al prójimo y el resultado es que el fuerte pisotea al débil y que el pequeño número de fuertes, es decir los capitalistas, se apropian de todo, mientras que sólo queda al gran número de débiles, a los pobres, su vida apenas.

Y lo que es cierto en cuanto a Londres, lo es igualmente respecto de Manchester, Birmingham, Leeds y todas las grandes ciudades. Indiferencia bárbara por todas partes, dureza egoísta de un lado y miseria indecible del otro lado, la guerra social por todas partes, el hogar de cada uno en estado de sitio, por todas partes pillaje recíproco bajo el manto de la ley, y todo con un cinismo, una franqueza tales que uno se horroriza de las consecuencias de nuestro estado social.

Desde el arribo del capital, el control directo o indirecto de los medios de subsistencia y producción es el arma con el que se lucha la guerra social. En ella, es evidente que el pobre es quien sufre todas las desventajas de semejante estado: nadie se preocupa de él. Lanzado en este torbellino caótico, tiene que defenderse como pueda. Si tiene la suerte de encontrar trabajo, es decir, si la burguesía le concede la gracia de enriquecerse a su costa, obtiene un salario que apenas es suficiente para sobrevivir; si no encuentra trabajo, puede robar, si no teme a la policía, o bien morir de hambre y aquí también la policía cuidará que muera de hambre de manera tranquila, sin causar daño alguno a la burguesía.

"Huelga", de R. Koehle, inspirada en las revueltas de trabajadores que presenció a ambos lados del Atlántico a fines del siglo XIX.

Figura 1. «Huelga», de R. Koehle, inspirada en las revueltas de trabajadores que presenció a ambos lados del Atlántico a fines del siglo XIX.

[…]

Pasemos ahora a un examen más detallado del estado en que la guerra social sume a la clase que no posee nada. Veamos qué salario la sociedad paga al trabajador a cambio de su trabajo, bajo forma de vivienda, de vestido y de alimentación, qué existencia asegura a aquellos que contribuyen más a la existencia de la sociedad. Consideremos primeramente la vivienda.

Toda gran ciudad tiene uno o varios «barrios malos», donde se concentra la clase obrera. Desde luego, es frecuente que la pobreza resida en callejuelas recónditas muy cerca de los palacios de los ricos; pero, en general, se le ha asignado un campo aparte donde, escondida de la mirada de las clases más afortunadas, tiene que arreglárselas sola como pueda. En Inglaterra, estos «barrios malos» están organizados por todas partes más o menos de la misma manera, hallándose ubicadas las peores viviendas en la parte más fea de la ciudad. Casi siempre se trata de edificios de dos o una planta, de ladrillos, alineados en largas filas, si es posible con sótanos habitados y por lo general construidos irregularmente. Estas pequeñas casas de tres o cuatro piezas y una cocina se llaman cottages y constituyen comúnmente en toda Inglaterra, salvo en algunos barrios de Londres, la vivienda de la clase obrera. Las calles mismas no son habitualmente ni planas ni pavimentadas; son sucias, llenas de detritos vegetales y animales, sin cloacas ni cunetas, pero en cambio sembradas de charcas estancadas y fétidas. Además, la ventilación se hace difícil por la mala y confusa construcción de todo el barrio, y como muchas personas viven en un pequeño espacio, es fácil imaginar qué aire se respira en esos barrios obreros.

Examinemos algunos de estos barrios malos. Tenemos primeramente Londres [1], y en Londres el célebre «nido de cuervos» St. Giles, adonde se va meramente a dar salida a algunas anchas calles y que debe así ser destruido. St. Giles se halla situado en la parte más poblada de la ciudad, rodeado de calles anchas y luminosas, donde bulle el mundo elegante londinense, muy cerca de Oxford Street, de Regent Street, de Trafalgar Square y del Strand. Es una masa de casas de tres o cuatro plantas, construidas sin plan, con calles estrechas, tortuosas y sucias donde reina una animación tan intensa como en las calles principales que atraviesan la ciudad, excepto que en St. Giles sólo se ve gente de la clase obrera.

Las calles sirven de mercado: cestas de legumbres y de frutas, naturalmente todas de mala calidad y apenas comestibles, dificultan mucho más el tránsito, y de ellas emana, como de las carnicerías, un olor nauseabundo. Las casas están habitadas desde el sótano hasta el techo, tan sucias en el exterior como en interior, y tienen un aspecto tal que nadie tendría deseos de vivir en ellas. Pero eso no es nada comparado con los alojamientos en los patios y las callejuelas transversales adonde se llega por pasajes cubiertos, y donde la inmundicia y el deterioro por vejez exceden la imaginación. No se ve, por decirlo así, un solo vidrio intacto, los muros están destrozados, las guarniciones de las puertas y los marcos de las ventanas están rotos o desempotrados, las puertas -si hay- hechas de viejas planchas clavadas juntas; aquí, incluso en este barrio de ladrones las puertas son inútiles porque no hay nada que robar. Por todas partes los montones de detritos y de cenizas y las aguas usadas vertidas delante de las puertas terminan por formar charcas nauseabundas. Aquí es donde viven los más pobres de los pobres, los trabajadores peor pagados, con los ladrones, los estafadores y las víctimas de la prostitución, todos mezclados. La mayoría son irlandeses o descendientes de irlandeses, y aquellos que aún no han naufragado en el torbellino de esta degradación moral que los circunda, se hunden cada día más, pierden cada día un poco más la fuerza de resistir a las influencias desmoralizadoras de la miseria, de la suciedad y del medio ambiente.

Pero St. Giles no es el único «barrio malo» de Londres. En este gigantesco laberinto de calles hay centenares y millares de vías estrechas y de callejuelas, cuyas casas son demasiado miserables para quienquiera que todavía pueda dedicar cierta suma a una habitación humana, y con frecuencia es muy cerca de las lujosas casas de los ricos que se hallan estos refugios de la miseria más atroz. Así es cómo recientemente, en el curso de una comprobación mortuoria, se calificó a un barrio muy cercano a Portman Square, plaza pública muy idónea, de vecindario «de una muchedumbre de irlandeses desmoralizados por la suciedad y la pobreza». Así como se descubre en calles como Long Acre, etc., que, sin ser «chic» son a pesar de todo convenientes, un gran número de alojamientos en los sótanos, de donde surgen las siluetas de niños enfermizos y de mujeres en harapos medio muertos de hambre. En las inmediaciones del teatro Drury Lane -el segundo de Londres- se hallan algunas de las peores calles de toda la ciudad (las calles Charles, King y Parker) cuyas casas también son habitadas desde el sótano hasta el techo sólo por familias pobres.

En las parroquias de St. John y de St. Margaret, en Westminster, vivían en 1840, según el órgano de la Sociedad de Estadísticas, 5.366 familias de obreros en 5.294 «viviendas» -si se les puede dar este nombre-, hombres, mujeres y niños, mezclados sin atención a la edad o el sexo, en total 26.830 personas, y las tres cuartas partes del número de familias citadas sólo disponían de una pieza. En la parroquia aristocrática de St. George, Hanover Square, vivían, según la misma fuente, 1.465 familias obreras; en total unas 6.000 personas, en las mismas condiciones; y allí también más de dos tercios de las familias apiñadas cada una en una sola pieza. ¡Y de qué manera las clases poseedoras explotan legalmente la miseria de estos infelices, en cuyas casas los propios ladrones no esperan hallar nada!

Viviendas de trabajadores en Ebbw Vale, Gales, levantadas en el siglo XIX y demolidas en 1950.

Figura 2. Viviendas de trabajadores en Ebbw Vale, Gales, levantadas en el siglo XIX y demolidas en 1950.

El barrio obrero más grande, sin embargo, se halla al este de la Torre de Londres, en Whitechapel y Bethnal Green, donde está concentrada la gran masa de obreros de la ciudad. Veamos lo que dice M.G. Alston, predicador de St. Philip, en Bethnal Green, del estado de su parroquia:

«La misma cuenta con 1.400 casas habitadas por 2.795 familias, o sea unas 12.000 personas. El espacio donde habita esta importante población no llega a 400 yardas cuadradas (1.200 pies), y en tal apiñamiento que no es raro hallar un hombre, su mujer, 4 ó 5 niños y a veces también el abuelo y la abuela en una sola habitación donde trabajan, comen y duermen. Yo creo que antes de que el obispo de Londres llamara la atención del público sobre esta parroquia tan miserable, la misma era tan poco conocida en el extremo oeste de la ciudad como los salvajes de Australia o las islas de los mares del sur. Y si quisiéramos conocer personalmente los sufrimientos de estos desventurados, si los observamos cuando se disponen a comer sus escasos alimentos y los vemos encorvados por la enfermedad y el desempleo, descubriremos entonces tanta penuria y miseria que una nación como la nuestra debiera avergonzarse de que esto pueda ocurrir. Yo he sido pastor cerca de Huddersfield durante los tres años de crisis, en el peor momento de marasmo de las fábricas, pero desde entonces jamás he visto a los pobres en una aflicción tan profunda como en Bethnal Green. Ni un solo padre de familia de cada diez en todo el vecindario tiene otra ropa que la de trabajo, y ésta de lo más andrajosa; asimismo, muchos no tienen más que estos harapos para cubrirse por la noche, y su cama es un saco lleno de paja y viruta».

Yo no pretendo en modo alguno que todos los trabajadores londinenses vivan en esa misma miseria; yo sé bien que por un hombre que es aplastado sin compasión por la sociedad, diez viven mejor que él. Pero yo afirmo que millares de buenas y laboriosas familia mucho más buenas, mucho más honorables que todos los ricos de Londres, se hallan en esta situación indigna, y que todo proletario, sin excepción alguna, sin que sea culpa suya y a pesar de todos sus esfuerzos, puede correr la misma suerte.

Más, después de todo, aquellos que poseen un techo, cualquiera que sea, son todavía afortunados en comparación con aquellos que no tienen ninguno. En Londres, 50.000 personas se levantan cada mañana sin saber dónde reposarán la cabeza la noche siguiente. Los más afortunado son aquellos que logran disponer de un penique o dos cuando llega la noche y van a lo que se llama una «casa-dormitorio» (lodging house) que se hallan en gran número en las grandes ciudades y donde se les da asilo a cambio de su dinero. ¡Pero qué asilo! La casa está llena de camas de arriba abajo: 4, 5, 6 camas en una pieza, tantas como puedan caber. En cada cama se apilan 4, 5, 6 personas, igualmente tantas como quepan, enfermos y sanos, viejos y jóvenes; hombres y mujeres, borrachos y no borrachos; como sea, todos mezclados. Hay discusiones, riñas, y lesionados, y cuando los compañeros de cama se soportan es todavía peor: planean robos o se entregan a prácticas cuya bestialidad nuestra lengua, que es civilizada, rehúye describir. ¿Y aquellos que no pueden pagar tal albergue? Pues bien, duermen donde pueden, en los pasillos, en los portales, en un rincón cualquiera, donde la policía o los propietarios los dejan dormir tranquilos; algunos de ellos la pasan mejor en los asilos construidos aquí y allá por instituciones privadas de beneficencia, otros duermen en los bancos de los parques, exactamente debajo de las ventanas de la reina Victoria. Veamos lo que dice el Times de octubre de 1843:

«Resalta de nuestra información de policía de ayer, que por término medio cincuenta personas duermen todas las noches en los parques, sin otra protección contra la intemperie que los árboles y algunas excavaciones en los muros. La mayoría son muchachas jóvenes que, seducidas por soldados, han sido llevadas a la capital y abandonadas en ese inmenso mundo, lanzadas a la soledad de la miseria en una ciudad extraña, víctimas inconscientes y precoces del vicio. Esto es en verdad horroroso. Por otra parte, no dejará de haber gente pobre. La necesidad llegará a abrirse paso por todas partes y a instalarse con todos sus horrores en el corazón de una gran ciudad floreciente. En los millares de callejones y callejuelas de una metrópoli populosa, siempre habrá necesariamente -nos tememos- mucha miseria que hiere la vista y mucha que permanece oculta. Pero lo que sorprende es que en el círculo que han trazado la riqueza, el placer y el lujo, que muy cerca de la real grandeza de St. James, en los bordes del palacio reluciente de Bayswater, donde se encuentran el antiguo barrio aristocrático y el nuevo, en una parte de la ciudad donde el refinamiento de la arquitectura moderna se ha cuidado de construir la menor cabaña para la pobreza, en un barrio que parece estar consagrado exclusivamente a los disfrutes de la riqueza, ¡qué allí precisamente vengan a instalarse la miseria y el hambre, la enfermedad y el vicio con todo su cortejo de horrores, consumiendo cuerpo tras cuerpo, alma tras alma!»

Durante las últimas décadas del siglo XIX, bandas multitudinarias -llamadas "Scuttlers"- se batieron por el espacio público en las calles inglesas. En 1890, una de estas peleas reunió a más de medio millar de jóvenes, desatando caos y pánico en la ciudad.

Figura 3. Durante las últimas décadas del siglo XIX, bandas multitudinarias -llamadas «Scuttlers»- se batieron por el espacio público en las calles inglesas. En 1890, una de estas peleas reunió a más de medio millar de jóvenes, desatando caos y pánico en la ciudad.

Este es realmente un estado de cosas monstruoso. Las más grandes satisfacciones que pueden proporcionar la salud física; la euforia intelectual y los placeres relativamente inocentes de los sentidos, ¡flanqueando directamente a la más cruel miseria! ¡La riqueza, riendo desde lo alto de sus salones relucientes, riendo con una indiferencia brutal muy cerca de las heridas ignoradas de la indigencia! ¡El placer, escarneciendo inconsciente pero cruelmente el sufrimiento que gime allá abajo! La lucha de todos los contrastes, todas las oposiciones, salvo una: el vicio que lleva a la tentación se une a aquel que se deja tentar… Pero que todos los hombres reflexionen: en el barrio más brillante de la ciudad más rica del mundo, noche tras noche, invierno tras invierno, hay mujeres -jóvenes por la edad, viejas por los pecados y los sufrimientos- proscritas de la sociedad, encenegadas por el hambre, la indecencia y la enfermedad. Que ellos piensen y aprendan, no a formular teorías, sino a obrar. Dios sabe que aquí hay por hacer actualmente.

[…]

Las otras grandes ciudades apenas son mejores. Liverpool, pese a su tráfico, su lujo y su riqueza, trata sin embargo a sus trabajadores con la misma barbarie. Una quinta parte de la población, o sea más de 45.000 personas, viven en sótanos exiguos, oscuros, húmedos y mal ventilados, que suman 7882 en la ciudad. A ello hay que añadir también 2270 patios (courts), o sea pequeños lugares cerrados por los cuatro lados cuya entrada y salida se hace por un pasillo estrecho, las más de las veces abovedado, y por consiguiente no permite la menor ventilación, casi siempre muy sucios y habitados casi exclusivamente por proletarios. Nos referiremos de nuevo a esos patios cuando hablemos de Manchester. En Bristol, se han visitado 2.800 familias de obreros de las cuales el 46% no tenía más que una sola habitación. Y hallamos exactamente la misma situación en las ciudades industriales. En Nottingham hay en total 11.000 casas de las cuales 7 u 8 mil se hallan pegadas las unas a las otras, de suerte que no es posible ninguna ventilación completa; además, casi siempre hay un solo lugar de desahogo común para varias casas. Una inspección reciente reveló que varias hileras de casas estaban construidas sobre canales de desagüe poco profundos que estaban cubiertos sólo por traviesas de piso.

En Leicester, Derby, y Sheffield, ocurre lo mismo. En cuanto a Birmingham, el artículo del Artizan citado anteriormente informa lo siguiente:

«En los viejas barrios de la ciudad, hay lugares malos, sucios y faltos de reparación, llenos de charcas estancadas y de montones de inmundicias. En Birmingham, los patios son muy numerosos, hay más de 2.000, y en ellos vive la mayoría de la clase obrera. Casi siempre son exiguos, mal terminados, mal ventilados, con desagües defectuosos, consisten de 8 a 20 inmuebles que en su mayoría no pueden recibir el aire sino de un lado porque el muro del fondo es medianero, y al fondo del patio hay casi siempre un hoyo para las cenizas o algo por el estilo, cuya inmundicia es indescriptible. Hay que observar sin embargo que los patios modernos han sido construidos más inteligentemente y son conservados más convenientemente. En estos últimos las viviendas son menos agrupadas que en Manchester y Liverpool, lo cual explica que, cuando han ocurrido epidemias, haya habido menos casos mortales en Birmingham que, por ejemplo, en Wolverhampton, Dudley y Bilston, que están a sólo unas leguas de allí. Asimismo, en Birmingham no hay viviendas bajo tierra, si bien algunos sótanos sirven impropiamente de talleres. Las casas-dormitorios para obreros son un poco más numerosas (más de 400), principalmente en los patios del centro de la ciudad; casi todas ellas son de una suciedad repugnante, mal ventiladas, verdaderos refugios para mendigos, vagabundos trampers (volveremos sobre la significación de esta palabra); ladrones y prostitutas, que sin ninguna consideración por las conveniencias o la comodidad comen, beben; fuman y duermen en una atmósfera que únicamente estos seres degradados pueden soportar».

Extracto de la novela ilustrada "This Godless Communism", publicada en Estados Unidos por una institución pro-católica en 1961.

Figura 4. Extracto de la novela ilustrada «This Godless Communism», publicada en Estados Unidos por una institución pro-católica en 1961.

[…]

Manchester se extiende al pie de la vertiente de una cadena de colinas que, partiendo de Oldham, atraviesa los valles del Irwell y del Medlock y cuya última cima, el Kesall-Moor, es al mismo tiempo el hipódromo y el mons sacer der heilige Berg. La ciudad propiamente dicha está situada en la ribera izquierda del Irwell, entre esta corriente de agua y otras dos más pequeñas, el Irk y el Medlock, que desembocan en este lugar en el Irwell. En la orilla derecha de éste, encerrada en una gran cueva del río, se extiende Salford, más al oeste Pendleton; al norte del Irwell se hallan Higher y Lower Borughton, al norte del Irk, Cheetham Hill; al sur del Medlock, se halla Hulme, más al este Chorlton-on-Medlock, más lejos aún, poco más o menos al este de Manchester, Ardwick. Todo este conjunto se llama corrientemente Manchester y cuenta por lo menos con 400.000 habitantes, sino más. La ciudad misma está construida de una manera tan particular que se puede vivir allí durante años, entrar y salir de ella diariamente sin divisar jamás un barrio obrero, ni encontrarse con obreros, si uno se limita a dedicarse a sus asuntos o a pasear. Pero ello se debe principalmente a que los barrios obreros -por un acuerdo inconsciente y táctico, así como por intención consciente y declarada- son separados con el mayor rigor de las partes de la ciudad reservadas para la clase media, o bien, cuando esto es imposible, disfrazados con el manto de la caridad. En su centro, Manchester abriga un barrio comercial bastante extenso, alrededor de media milla de largo y ancho, compuesto casi únicamente de oficinas y almacenes de depósito. Casi todo este barrio está inhabitado, y aparece desierto y vacío durante la noche; únicamente las patrullas de policía con sus linternas circulan por sus calles estrechas y sombrías.

Esta parte está surcada por grandes arterias de mucho tráfico y la planta baja de los edificios se halla ocupada por tiendas elegantes. En estas calles, aquí y allá se hallan pisos habitados, y hasta tarde en la noche reina una gran animación. Con la excepción de este barrio comercial, toda la ciudad de Manchester propiamente dicha, todo Salford y Hulme, una importante parte de Pendletan y Chorlton, dos tercios de Ardwick y algunos barrios de Cheetham Hill y Brougton, no son sino un distrito obrero que circunda el barrio comercial como un cinturón cuya anchura promedio es de una milla y media. Más allá de este cinturón, viven la burguesía mediana y la alta burguesía -la mediana burguesía en calles regulares, cercanas al barrio obrero, en particular en Chorlton y en las regiones de Cheetham Hill situadas más abajo, la alta burguesía en las casas con jardín, del tipo de villa, más alejadas, en Chorlton y Ardwick, o bien en las alturas de Cheetham Hill, Brougton y Pendleton- en el ambiente saludable de la campiña, en viviendas espléndidas y cómodas, servidas cada media hora o cada un cuarto de hora por ómnibus que conducen a la ciudad. Y lo más bonita es que los ricos aristócratas de las finanzas pueden, al atravesar todos los barrios obreros por el camino más corto, trasladarse a sus oficinas en el centro de la ciudad sin fijarse siquiera que flanquean la más sórdida miseria a derecha e izquierda. En efecto, las grandes arterias que, partiendo de la Bolsa, conducen fuera de la ciudad en todas las direcciones, están flanqueadas a ambos lados de una fila casi interminable de tiendas y así se hallan a la mano de la pequeña y mediana burguesía que, aunque sólo sea por interés propio, tienen mucho cierto decoro y propiedad, y poseen los medios para ello. Desde luego, esas tiendas tienen sin embargo cierto parecido con los barrios que se hallan detrás de ellas, y son por consiguiente más elegantes en el distrito de negocios y cerca de los barrios burgueses que allí donde ocultan los cottages obreros desaseados.

Pero en todo caso son suficientes para disimular a los ojos de los ricos, señores y señoras de estómago robusto y de nervios débiles, la miseria y la suciedad, complemento de su riqueza de su lujo. Así sucede, por ejemplo, con Deansgate que, de la vieja iglesia, conduce rectamente hacia el sur, bordeada al comienzo por almacenes y fábricas, luego por tiendas de segundo orden y algunos bares; más al sur, donde termina el distrito comercial, por tiendas menos relucientes que, a medida que se avanza, devienen más sucias y cada vez son más numerosos los cabarets y tabernas, hasta que en el extremo sur el aspecto de los establecimientos no deja lugar a dudas de la calidad de los clientes: son obreros únicamente. Lo mismo sucede con Market Street, que parte de la Bolsa en dirección del sudeste. Hay primeramente brillantes tiendas de primer orden, y en los pisos superiores oficinas y almacenes; más lejos, a medida que se avanza (Piccadilly), gigantescos hoteles y almacenes de depósito; más lejos aún (London Road) en la región del Medlock, fábricas, bares, tiendas para la pequeña burguesía y los obreros; después, cerca de Ardwick Green, viviendas reservadas para la alta y mediana burguesía, y a partir de allí, grandes jardines y grandes casas de campo para los más ricos industriales y comerciantes. De esa manera, si se conoce a Manchester, se puede deducir del aspecto de las calles principales, el aspecto de los barrios contiguos; pero, desde esas calles es difícil descubrir realmente los barrios obreros.

Yo sé muy bien que esa disposición hipócrita de las construcciones es más o menos común de todas las grandes ciudades; yo sé igualmente que los comerciantes al por menor deben, a causa de la naturaleza misma de su comercio, monopolizar las grandes arterias; sé que por todas partes se ve, en las calles de ese género, más casas bellas que feas, y que el valor del terreno que las circunda es más elevado que en los barrios apartados. Pero en ninguna otra parte como en Manchester he comprobado el aislamiento tan sistemático de la clase obrera, mantenida apartada de las grandes vías, un arte además delicado de disfrazar todo lo que pudiera ofender la vista o los nervios de la burguesía. Y sin embargo, la construcción de Manchester, precisamente, responde menos que aquélla de toda otra ciudad a un plan preciso, o a reglamentos de policía; más que toda otra ciudad, su disposición se debe al azar; y cuando pienso entonces en la clase media, que declara con prontitud que los obreros se conducen lo mejor del mundo, me da la impresión de que los industriales liberales, los big whigs de Manchester, no son enteramente inocentes de esa púdica disposición de los barrios.

Mencionaré asimismo que casi todas las industrias se establecen junto a las tres corrientes de agua o de los diferentes canales que se ramifican a través de la ciudad, y describiré ahora los barrios obreros propiamente dichos. Tenemos en primer lugar la ciudad de Manchester, entre el límite norte del distrito comercial y el Irk. Allí las calles, incluso las mejores, son estrechas y tortuosas -Todd Street, Long Millgate, Withy Grove, y Shudehill por ejemplo- las casas son sucias, vetustas, deterioradas, y las calles adyacentes enteramente horribles. Cuando, viniendo de la vieja iglesia, se entra en Long Millgate, vemos inmediatamente a la derecha una hilera de casas de estilo antiguo, donde ni una sola fachada ha permanecido vertical; son los vestigios de la vieja Manchester de la época preindustrial, cuyos antiguos habitantes han emigrado con sus descendientes hacia barrios mejor construidos, abandonando las casas que hallaban demasiado inconvenientes para una raza de obreros fuertemente cruzada con sangre irlandesa. Nos hallamos aquí realmente en un barrio obrero apenas camuflado, pues ni las tiendas ni las tabernas de la calle se toman el trabajo de parecer limpias. Pero esto no es nada en comparación con las callejuelas y patios traseros, a donde se llega por pasadizos estrechos y cubiertos por los que apenas pueden cruzarse dos personas.

Es imposible de imaginar la aglomeración desordenada de las casas literalmente hacinadas las unas sobre las otras, verdadero desafío a toda arquitectura racional. Y, a este respecto, no se trata solamente de construcciones que datan de la antigua Manchester. Es en nuestra época cuando la confusión ha sido llevada al colmo, pues por todas partes donde el urbanismo de la época anterior dejaba todavía un pequeño espacio libre, se ha construido y reparado chapuceramente hasta que al fin ya no queda entre las casas ni una pulgada libre donde sea posible construir. Como prueba reproduzco aquí un pequeñito fragmento del plano de Manchester: por cierto que los hay peores, y el mismo no representa la décima parte de la antigua ciudad.

Marx y Engels supervisando la impresión del periódico Rheinische (c.1880).

Figura 5. Marx y Engels supervisando la impresión del periódico Rheinische (c.1880).

[…]

La orilla sur del Irk aquí es muy abrupta y de una altura de 15 a 30 pies; sobre esta pared inclinada, todavía se construyen casi siempre tres hileras de casas, de las cuales la más baja emerge directamente del río, en tanto que la fachada de la más alta se halla al nivel de la cima de las colinas de Long Millgate. En los espacios intermedios hay, además, fábricas junto a las corrientes de agua. En suma, la disposición de las casas es aquí tan apretada y desordenada como en la parte baja de Long Millgate. A la derecha y a la izquierda, una multitud de pasajes cubiertos conducen de la calle principal a los numerosos patios y, cuando se penetra allí, encontramos una suciedad y una insalubridad nauseabundas sin igual, en particular en los patios que descienden hacia el Irk y donde se hallan verdaderamente las más horribles viviendas que yo haya podido ver hasta el presente. En uno de esos patios hay justamente a la entrada, al extremo del corredor cubierto, retretes sucios y tan inmundos que los vecinos no pueden entrar o salir del patio sino atravesando un mar de orina pestilente y de excrementos que circundan los retretes; es el primer patio a la orilla del Irk río arriba de Ducie Bridge en caso de que alguien deseara ir allí para comprobarlo. Abajo, a orillas del río, hay varias tenerías que llenan toda la zona de la hediondez resultante de la descomposición de materias orgánicas.

En los patios río abajo de Ducie Bridge, hay que descender casi siempre por escaleras estrechas y sucias para llegar a las casas y atravesar los cúmulos de detritos e inmundicias. El primer patio río abajo de Ducie Bridge se llama Allen’s Court; cuando la epidemia de cólera (1832), se hallaba en tal estado que las autoridades sanitarias lo hicieron evacuar, limpiar y desinfectar con cloro; el Dr. Kay da en un folleto [2] una descripción horrorosa del estado de este patio en esa época. Desde entonces, parece haber sido demolido por algunos lugares y reconstruido; en todo caso, desde lo alto del Ducie Bridge se perciben todavía varios pedazos de paredes en ruinas y grandes montones de escombros, junto a casas de construcción más reciente. El panorama que se observa desde este puente -delicadamente oculto a los mortales de pequeña estatura por un parapeto de piedra a la altura de un hombre- es por otra parte característico de todo el barrio. Abajo fluye, o más bien se estanca el Irk, riachuelo oscuro como la pez y de olor nauseabundo, lleno de inmundicias y detritos que deposita sobre la orilla derecha que es más baja. En tiempo de seca, subsiste en este río toda una serie de parches fangosos, fétidos, de un verde negruzco, desde el fondo de los cuales suben burbujas de gas mefítico que despide un tufo que, incluso desde lo alto del puente, a 40 ó 50 pies sobre el agua, todavía es insoportable. El propio río, además es retenido casi a cada paso por grandes obstáculos detrás de los cuales se depositan en masa el fango y los desperdicios que allí se descomponen.

Río arriba desde el puente, se levantan grandes tenerías más allá tintorerías, fábricas de carbón de huesos y fábricas de gas, cuyas aguas usadas y desperdicios terminan todos en el Irk que recibe además el contenido de las cloacas y retretes que allí desaguan. Río abajo, desde el puente, se ve por encima de los montones de basura, las inmundicias, la suciedad y el deterioro de los patios, situados sobre la escarpada orilla izquierda. Las casas están apiñadas las unas contra las otras y la pendiente del río permite percibir sólo una fracción de ellas, todas ennegrecidas de hollín, decrépitas, vetustas, con sus ventanas de cristales rotos. Al fondo se hallan antiguas fábricas que parecen cuarteles. En la orilla derecha muy llana, se levanta una larga fila de casas y fábricas. La segunda casa está en ruinas, sin techo, llena de escombros, y la planta baja no tiene puertas ni ventanas y por tanto es inhabitable. Al fondo, de este lado, se hallan el cementerio de pobres, las estaciones del ferrocarril de Liverpool y de Leeds y detrás, el asilo de pobres, «la Bastilla de la ley de pobres» de Manchester que, parecida a una ciudadela, mira desde lo alto de una colina, al abrigo de altas murallas y de almenas amenazadoras, el barrio obrero que se extiende enfrente.

Río arriba del Ducie Bridge, la orilla izquierda baja y la derecha en cambio se hace más abrupta; pero el estado de las casas a ambos lados del Irk tiende más bien a empeorar. Si uno abandona la calle principal -Long Millgate- y dobla a la derecha, se pierde; pasa de un patio a otro; todos son cantones, callejones estrechos sin salida y pasadizos asquerosos, y al cabo de unos minutos está completamente desorientado y no sabe ya del todo a dónde dirigir sus pasos. Por todas partes, edificios casi o completamente en ruinas -algunos de ellos están realmente inhabitados, y aquí esto quiere decir mucho-, casas sin piso, ventanas y puertas rotas, mal ajustadas, ¡y qué suciedad! Hay montones de escombros, de detritos y de inmundicias por todas partes; charcas estancadas en vez de alcantarillas, y un hedor que por sí solo no permitiría a nadie, por poco civilizado que fuese, vivir en semejante barrio. La extensión, recientemente terminada, del ferrocarril de Leeds, que atraviesa el Irk aquí, ha hecho desaparecer una parte de esos patios y callejuelas, pero en cambio ha expuesto otros a la vista. Así, precisamente junto al puente del ferrocarril hay un patio que supera con mucho a todos los demás en suciedad y en horror, justamente porque hasta ahora había estado tan apartado, tan retirado que sólo se podía llegar a él con gran trabajo; yo mismo no lo hubiera descubierto sin la abertura hecha por el ferrocarril, aunque yo creía conocer muy bien ese rincón. Pasando por una orilla desigual, entre estacas y tendederas, es como se entra en ese caos de pequeñas casuchas de una planta y una pieza, casi siempre sin piso, y que sirve a la vez de cocina, sala común y habitación para dormir. En uno de esos cuchitriles que apenas miden seis pies de largo por cinco de ancho, yo he visto dos camas -¡y qué camas y qué ropa de cama!- que, con una escalera y un fogón, llenaban toda la pieza. En varios otros, no vi absolutamente nada, aunque la puerta estaba abierta de par en par y los moradores recostados a ella.

Delante de las puertas, por todas partes escombros y basuras; no se podía ver si el suelo estaba pavimentado, sólo se podía pisar en firme en algunos lugares. Toda esta multitud de establos, habitados por seres humanos, estaban limitados en dos lados por casas y una fábrica, en el tercero por el río y, aparte del pequeño sendero de la orilla, sólo se salía de allí por una angosta puerta cochera que daba a otro laberinto de casas, casi tan mal construidas y conservadas como éstas. Estos ejemplos son suficientes. Así es como está construida toda la ribera del Irk, caos de casas plantadas confusamente, más o menos inhabitables y cuyo interior se haya en perfecta armonía con la suciedad de los alrededores. Por eso, ¡cómo quiere usted que las personas sean limpias! Ni siquiera hay facilidades para las necesidades más naturales y cotidianas. Aquí los retretes son tan raros que, o bien se llenan cada día, o bien se hallan demasiado lejos para la mayoría de la gente. ¿Cómo quiere usted que se lave la gente, si sólo dispone de las aguas sucias del Irk, y las canalizaciones y las bombas no existen sino en los barrios decentes? Verdaderamente no se puede hacer reproche a esos ilotas de la sociedad moderna, si sus viviendas no son más limpias que las pocilgas que se encuentran aquí y allá en medio de ellos. Los propietarios no se avergüenzan de alquilar viviendas como los seis o siete sótanos que dan a la calle situada a la orilla del río, inmediatamente río abajo del Scotland Bridge, y cuyo suelo está por lo menos dos pies por debajo del nivel de las aguas -cuando están bajas- del Irk que fluye a menos de seis pies de distancia; o bien como el piso superior de la casa de esquina, en la otra orilla, antes del puente, cuya planta baja es inhabitable, sin nada para tapar los huecos de las ventanas y de la puerta. Este es un caso que no es raro en esa zona; y esa planta baja abierta sirve comúnmente de lugar de desahogo para todo el vecindario por falta de locales apropiados.

Si dejamos el Irk para entrar del otro lado de Long Millgate, en el corazón de las viviendas obreras, arribamos a un barrio poco más reciente que se extiende desde la iglesia St. Michel hasta Withy Grove y Shudehill. Aquí por lo menos hay un poco más de orden. En lugar de una arquitectura anárquica, hallamos al menos anchas callejuelas y callejones rectilíneos sin salida, o bien patios rectangulares que no son debidos al azar; pero si, anteriormente, era cada casa en particular, aquí son las callejuelas y los patios los que son construidos arbitrariamente, sin ningún cuidado de la disposición de los demás. Ora una callejuela va en una dirección, ora va en otra, se desemboca a cada paso en un callejón sin salida o en una rinconera que lo conduce a uno al punto de partida -quien no haya vivida en ese laberinto cierto tiempo, se pierde allí fácilmente. La ventilación de las calles -si se me permite usar esta palabra a propósito de ese barrio- y de los patios es tan imperfecta como a orillas del Irk; y si, no obstante, se debiera reconocer a este barrio cierta superioridad sobre el valle del Irk -es cierto que las casas son más recientes, y las calles tienen alcantarillas por trechos- posee igualmente en cambio, en casi cada casa, una vivienda subterránea, la cual existe sólo raramente en el valle del Irk, precisamente debido a la vetustez y el modo de construcción menos cuidadoso. Por lo demás, los montones de escombros y de cenizas, los charcos en las calles existen en ambos barrios y, en el distrito de que hablamos en este momento, comprobamos además otro hecho muy desventajoso para el aseo de los vecinos: el gran número de cerdos sueltos por las callejuelas escarbando en la basura o encerrados en los patios en pequeñas cochiqueras. Los criadores de cerdos alquilan aquí los patios, como en la mayoría de los barrios obreros de Manchester, e instalan cochiqueras. En casi todos los patios hay uno o más rincones separados del resto, donde los vecinos del lugar arrojan toda la basura y los detritos. Los cerdos se engordan en ellos, y la atmósfera de esos patios, ya cerrados por todos lados, es infestada debido a la putrefacción de las materias animales y vegetales. Se ha abierto una calle ancha y bastante conveniente a través de ese barrio -Miller Street- y disimulado el fondo con bastante éxito, pero si se deja uno arrastrar por la curiosidad en uno de los numerosos pasajes que conducen a los patios, podrá comprobar cada veinte pasos esta cochinada, en el sentido exacto del término.

Tal es la antigua ciudad de Manchester: y al releer mi descripción, debo reconocer que lejos de ser exagerada me han faltado palabras adecuadas para exponer la realidad de la suciedad, la vetustez y la incomodidad que hay allí, ni hasta qué punto la construcción de ese barrio, donde viven entre 20 y 30 mil personas por lo menos, es un desafío a todas las reglas de la salubridad, la ventilación y la higiene. Y semejante barrio existe en el corazón de la segunda ciudad de Inglaterra, de la primera ciudad industrial del mundo. Si se quiere ver qué espacio reducido necesita el hombre para moverse; cuán poco aire -¡y qué aire! le es necesario en última instancia para respirar, a qué grado inferior de civilización puede subsistir, no hay más que visitar esos lugares. Desde luego, se trata de la antigua ciudad -es la excusa de la gente de aquí cuando se habla del estado espantoso de ese infierno sobre la tierra pero, ¿qué decir? Todo lo que suscita aquí nuestro mayor horror y nuestra indignación es reciente y data de la época industrial. Los varios centenares de casas pertenecientes a la antigua Manchester han sido abandonadas desde hace tiempo por sus primeros moradores. No hay como la industria para haberlas atestado de las huestes de obreros que albergan actualmente, no hay como la industria para haber hecho construir sobre cada parcela que separaba esas viejas casas, a fin de tener alojamiento para las masas que hacían venir del campo y de Irlanda; no hay como la industria para permitir a los propietarios de esos establos el alquilarlos a precios de viviendas para seres humanos, explotar la miseria de los obreros, minar la salud de millares de personas únicamente en su provecho; no hay como la industria para haber hecho que el trabajador apenas liberado de la servidumbre, haya podido ser utilizado de nuevo como simple material, como una cosa, hasta el punto en que lo hiciera dejarse encerrar en una vivienda demasiado mala para cualquiera otro y que él tiene el derecho de dejar caer completamente en ruinas a cambio de su buen dinero. Sólo la industria ha hecho esto, ella no hubiera podido existir sin esos obreros, sin la miseria y el avasallamiento de esos obreros. Es cierto, la disposición inicial de ese barrio era mala, no se podía sacar gran utilidad de ella; pero, ¿han hecho algo los propietarios de casas y la administración para mejorarla cuando se han puesto a construir allí? Al contrario; donde todavía había una parcela libre se construyó una casa, donde quedaba una abertura superflua se la cercó; el aumento en el valor de los bienes raíces ha corrido parejo con el desarrollo industrial y, mientras más se elevaba, más frenéticamente se fabricaba, sin consideración alguna por la higiene o la comodidad de los inquilinos, según el principio: Por inconveniente que sea una casucha, siempre habrá un pobre que no pueda pagar una mejor, siendo la única preocupación la de obtener la mayor ganancia posible. Pero, ¿qué quiere usted? Es la antigua ciudad, y con este argumento se tranquiliza la burguesía.

[…]

Cabe hacer aquí algunas observaciones generales sobre la manera por la cual se construyen habitualmente los barrios obreros en Manchester. Hemos visto que en la antigua ciudad, casi siempre el azar era lo que presidía el agrupamiento de casas. Cada casa se construye sin tener encuentra las demás, y los espacios de forma irregular entre las viviendas se llaman, por falta de otro término, patios. En las partes un poco más recientes de ese mismo barrio, y en otros barrios obreros [3] que datan de los primeros tiempos del desarrollo industrial, se nota un esbozo de plan. El espacio que separa dos calles es dividido en patios más regulares, casi siempre cuadrangulares, poco más o menos del modo siguiente:

Engels Manchester

Figura 6.

Estos patios fueron dispuestos así desde el comienzo; las calles comunican con ellos por pasadizos cubiertos. Si ese modo de construcción desordenado era ya muy perjudicial para la salud de los vecinos, por cuanto impedía la ventilación, esta manera de encerrar a los obreros en patios enclaustrados, lo es todavía mucho más. Aquí, el aire no puede rigurosamente escaparse; las chimeneas de las casas -mientras no esté encendido el fuego- son las únicas salidas posibles para el aire aprisionado en la trampa del patio [4].

A ello hay que añadir que las viviendas en derredor de esos patios casi siempre se construyen en pares, siendo la pared del fondo mediana, y esto es suficiente para impedir toda ventilación satisfactoria y completa. Y como el policía de posta no se preocupa del estado de los patios, como todo lo que en ellos se arroja permanece allí tranquilamente, no hay que asombrarse de la suciedad y de los montones de cenizas y basuras que se acumulan. Yo he visitado patios -cerca de Millers Street- que se hallaban por lo menos medio pie por debajo del nivel de la calle principal, y que no tenía el menor conducto de desagüe para el agua de lluvia que se acumula en ellos.

Más tarde, se comenzó a adoptar otro estilo de construcción que ahora es más corriente. No se construyen cottages obreros aisladamente, sino por docenas, incluso por gruesas: un solo empresario construye de un golpe en una o varias calles. Las construcciones se hacen del modo siguiente: una de las fachadas (cf. el croquis) comprende cottages de primer orden que tienen la suerte de poseer una puerta trasera y un pequeño patio, y producen el alquiler más alto. Detrás de los muros del patio de este cottage hay una calle angosta, la calle trasera (back street), cerrada en los extremos, y a donde se llega lateralmente ya sea por un sendero estrecho, ya sea por un pasadizo cubierto. Los cottages que dan a esta callejuela pagan el alquiler más bajo, y son además, los más descuidados.

El muro trasero es mediano con la tercera fila de cottages que dan del lado opuesto a la calle, y producen un alquiler menos elevado que la primera fila, pero más elevado que la segunda. La disposición de las calles es por tanto poco más o menos ésta:

Engels plan Manchester

Figura 7.

Este modo de construcción asegura una ventilación bastante buena a la primera fila de cottages y aquella de la tercera fila no es peor que aquella de la fila correspondiente en la disposición anterior; en cambio, la fila del medio es por lo menos tan mal ventilada como las viviendas de los patios, y las callejuelas traseras se hallan en el mismo estado de suciedad y de apariencia tan andrajosa como los patios. Los empresarios prefieren este tipo de construcción, porque aprovechan espacio y les da la ocasión de explotar más fácilmente a los trabajadores mejor pagados al exigirles alquileres más elevados por los cottages de la primera y tercera filas. Estos tres tipos de construcción de cottages se hallan en toda Manchester -e incluso en todo el Lancashire y el Yorkshire, a menudo confundidos, pero casi siempre suficientemente distintos para que pueda deducirse la edad relativa de los diferentes barrios de la ciudad. El tercer sistema, el de las «callejuelas traseras», predomina claramente en el gran barrio obrero, al este de St. George’s Road, a ambos lados de Oldham y Great Ancoats St., también es muy frecuente en los demás distritos obreros de Manchester y en los suburbios.

[…]

He ahí los diferentes barrios obreros de Manchester, tal como he tenido la ocasión de observarlos yo mismo durante veinte meses. Para resumir nuestros paseos a través de esas localidades, diremos que la casi totalidad de los 350.000 obreros de Manchester y sus alrededores viven en cottages en mal estado de conservación, húmedos y sucios; que las calles que ellos transitan se hallan casi siempre en el más deplorable estado y sumamente sucias, y que han sido construidas sin la menor atención a la ventilación, con la única preocupación de la mayor ganancia posible para el constructor. En una palabra, que en las viviendas obreras de Manchester no hay limpieza, ni comodidad, y por tanto ni vida posible de familia; que sólo una raza deshumanizada, reducida a un nivel bestial, tanto desde el punto de vista intelectual como desde el punto de vista moral, físicamente mórbida, puede sentirse cómoda allí y como en su casa.

[…]

Resumamos una vez más, para concluir, los hechos citados: las grandes ciudades son pobladas principalmente por obreros, ya que, en el mejor de los casos, hay un burgués por cada dos, a menudo tres y hasta cuatro obreros. Esos obreros no poseen ellos mismos nada, y viven del salario que casi siempre sólo permite vivir al día; la sociedad individualizada al extremo no se preocupa por ellos, y les deja la tarea de subvenir a sus necesidades y a las de su familia; sin embargo, no les proporciona los medios de hacerlo de modo eficaz y duradero. Todo obrero, incluso el mejor, se halla por tanto, constantemente expuesto a la miseria, o sea, a morir de hambre, y buen número de ellos sucumben. Las viviendas de los trabajadores son, por regla general, mal agrupadas, mal construidas, mal conservadas, mal ventiladas, húmedas e insalubres. En ellas, los ocupantes son confinados al espacio mínimo, y en la mayoría de los casos, duerme en una pieza por lo menos una familia; el moblaje de las viviendas es miserable, en diferentes escalas, hasta la ausencia total incluso de los muebles más indispensables. El vestido de los trabajadores es igualmente mediocre (mísero) por término medio, y un gran número de ellos viste andrajos. La alimentación es generalmente mala, con frecuencia casi impropia para el consumo, y en muchos casos, al menos en ciertos períodos, insuficiente, si bien en los casos extremos hay gente que muere de hambre. La clase obrera de las grandes ciudades nos presenta así una serie de modos de existencia diferentes; en el mejor de los casos, una existencia temporalmente soportable: por un trabajo esforzado, buen salario, buen alojamiento y alimentación no precisamente mala -evidentemente, desde el punto de vista del obrero todo ello es bueno y soportable-; en el caso peor, una miseria cruel que puede ir hasta carecer de techo y morir de hambre. De ambos casos, el que prevalece por término medio es el peor. Y no vayamos a creer que esta gama de obreros comprende simplemente clases fijas que nos permitirían decir: esta fracción de la clase obrera vive bien, aquella mal, siempre es y ha sido así. Muy al contrario, si bien ese es el caso todavía, si ciertos sectores aislados aún disfrutan de alguna ventaja sobre los demás, la situación de los obreros en cada rama es tan inestable, que cualquier trabajador puede ser llevado a recorrer todos los grados de la escala, desde la comodidad relativa hasta la necesidad extrema, incluso hasta estar en peligro de morir de hambre; y, por otra parte, casi no hay proletario inglés que no tenga mucho que decir sobre sus numerosos reveses de fortuna. Ahora examinaremos más detenidamente las causas de esa situación.

[1] Desde que redacté esta descripción, he leído un artículo sobre los barrios obreros de Londres en el Illuminated Magazine (octubre 1844) que concuerda en muchos pasajes, literalmente, con la que escribí. Se titula «The Dwellings of the Poor, from a notebook of a M, D.» [La vivienda de los pobres, según observaciones de un médico].

[2] «The Moral and Physical Condition of the Working Classes, employed in the Cotton Manufacture in Manchester» [Estado moral y físico de las clases trabajadoras empleadas en la industria del algodón en Manchester] por James Ph. Kay D. M., 2da. ed., 1832. Confunde la clase obrera en general con la clase de los trabajadores industriales; por lo demás, excelente.

[3] (1845) «Barrios donde se trabaja»: Arbeitsviertel. (1892) «Barrios obreros»: Arbeitervierteln.

[4] Y, sin embargo, un sabio liberal inglés afirma en el Childrens’ Employment Commission Report, ¡que esos patios o patios son la obra maestra de la arquitectura urbana, porque ellos mejoran como un gran número de pequeños lugares públicos, la ventilación y la renovación del aire! ¡Ah, si cada patio tuviera dos o cuatro accesos unos frente a otros, anchos y descubiertos, por donde el aire pudiera circular! Pero jamás tienen dos de ellos, muy raramente uno solo descubierto, y casi todos no tienen más que dos entradas estrechas y cubiertas.