16/04/2013

Calcuta, ciudad sensual

Ricardo Greene

Blog | instantáneas

Ricardo Greene - Calcuta

Para quien viene de fuera, poner un pie en Calcuta es como entrar en un cuadro futurista. En su aparente y desenfadado caos, las reglas del tránsito siguen una geometría misteriosa, las lógicas de ocupación son escurridizas, y las miradas y rostros revisten una extrañeza a lo menos electrizante. Uno puede caminar por horas, en direcciones erráticas y sinuosas, y no encontrar nunca un espacio sin ojos ni brazos, sin fragancias ni alientos, sin roces ni miradas. La vida, parece, ha decidido apostarse en sus calles.

En Calcuta, todo se transa en improvisados puestos que penden de los muros y de un lado a otro se puede escuchar un disfónico coro de gritos y murmullos que nunca se apaga. Al andar por sus calles, no sólo cuerpos te rozan y rodean, sino también los olores, algunos reconocibles, otros desconocidos, que te envuelven y alzan para dejarte caer luego a las cavernas de las cloacas y la podredumbre. Las calles, pieles y edificios están decorados de colores imposibles, y a cada paso las flores recortan el paisaje: por acá vivas, adornando el rostro de una mujer, el pecho de un hombre o el cuello de una vaca; un poco más allá agonizantes, pisoteadas sobre el suelo y con sus pétalos desparramados bajo pies empolvados.

Por las noches, el signo de los estímulos cambia pero siguen siendo muchos y diversos: la vista pierde predominancia y el tacto adquiere propiedades inesperadas de orientación y supervivencia. Hay que caminar con cuidado para evitar caer en algún bache o para no pisar a alguno de los miles que duermen bajo el cielo. A medida que el sol se esconde, se van desenrollando mantas en la acera y se encienden improvisadas hogueras que iluminan la ciudad de un color anaranjado, poblando el cielo de pavesas.

Del amanecer al anochecer, y al amanecer de vuelta, Calcuta ofrece una combinación incandescente de tierra y sudor, de palacios, antenas, frutas, motos y animales que invaden al paseante de mil y unas formas. Una ciudad de poros rasgados y ojos abiertos como botones que se sabe sensual y a la vez intoxicante, y que uno no puede sino disfrutar las condiciones o sufrir las consecuencias.

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* Ricardo Greene es director de Bifurcaciones. Una primera versión de este texto lo escribió para El Congelador, su blog personal de fotografía: http://elcongelador.ricardogreene.cl/post/1458058431/36.