Para Sontag, “poseer una cámara ha transformado a la persona en algo activo, un voyeur” (2006; 25), dónde la situación fotografiada es dominada. Sin embargo, en esta dominación, tal como el observador distante se separa de la ciudad, la cámara me distancia de la ciudad que recorro. Esto produce que capturar al observador, hace invisible para mi la ciudad, y la trae de vuelta a través de sus cuerpos. La ciudad que recorro entonces, ya no es de edificios y calles, o de autos y plazas. Más bien, es la ciudad de asombros y miradas inquisidoras. Se vuelve una ciudad de rostros.

Esta nueva ciudad de rostros, a su vez, establece un diálogo activo con otra ciudad: “A la calle los mirones…”, increpa la ciudad a sus pies, una ciudad que se expresa. Aquel observador distante se vuelve parte de la ciudad de la que se cree separado, y mi cuerpo tras la cámara, inmerso en aquella ciudad que increpa, se hace invisible.

Tal como en la paradoja que comenta Barthes “la foto es siempre invisible: no es a ella a quien vemos” (1989; 28), y siguiendo esta idea, la ciudad, tal vez,  sea siempre invisible, nunca es ella a quien vemos.