Resumen
La lectura de las ciudades contemporáneas precisa de una sintaxis adecuada a las circunstancias que hoy la dominan. La tecnología de medios ha contribuido a componer nuestro espacio de vida con herramientas que nos permiten acortar distancias, establecer nuevos ritmos y posibilidades de encuentro, formas de resignificarnos y resignificar la ciudad. Este artículo busca reflexionar sobre la importancia de los espacios públicos y la forma en que, a partir de algunas propuestas de arte y activismo, la tecnología de medios pueda transformarse en un medio para recuperar estos espacios vitales, de modo de propiciar nuevas formas de intercambio social en la ciudad.
Palabras Claves
Ciudad, tecnología, arte, emergencia.
Abstract
Reading contemporary cities demand a syntax adequate to the circumstances that dominate it. Media technology has contributed to shape our living space with tools that make posible to reduce distances, establishing new encounter rhytms and possibilities, as well as ways of resignifying ourselves and the city. This article is intended to reflect about the importance of public spaces and the way in which, drawing upon some art and activism proposals, media technology can become a medium to reappropiate these vital spaces, in order to facilitate new ways of social exchange in the city.
Keywords
City, technology, art, emergency.
1. Introducción
La relación entre ciudad, arte y tecnología es tan antigua como la humanidad misma, y este siglo que apenas comienza invita de manera franca a replantear el tema y abrir nuevos campos para la reflexión. Precisamente, en las últimas décadas del siglo veinte los cambios tecnológicos -sobre todo en lo referente a las comunicaciones- modificaron sustancialmente la manera de percibir el mundo, lo que nos ha obligado a proponer, discutir y reconfigurar el sistema de relaciones humanas en el entorno público que habitamos. Estos cambios se perciben principalmente en la transformación del espacio-tiempo, y conceptos como proximidad física, encuentro, trayecto y velocidad se han visto alterados (o en algunos casos desplazados) por otras formas de experiencia que hoy definen a la sociedad. Así, hablamos ahora de deslocalización, tomando el término de Paul Virilio; de los «no lugares» de Marc Augé; de «espacios otros», parafraseando a Michel Foucault; de presencia virtual, y por tanto, de ubicuidad.
De este modo, podemos afirmar que nuestro tiempo ofrece posibilidades a la creación de heterotopías, lugares-otros, espacios reales y virtuales, territorios compartidos y juegos con el entorno; al mismo tiempo, permite el surgimiento de nuevas formas de complejidad generadas por sistemas auto organizados, principalmente a través de internet. De ahí la pregunta inevitable: en esta reconfiguración espacio-temporal que ha dado pie a un mundo globalizado e informatizado, en el que los cambios generados por los nuevos medios han modificado la forma de interacción entre individuos, e incluso se podría decir que la han facilitado considerablemente, ¿sigue siendo válida la ciudad como escenario idóneo de comunicación en la percepción del ciudadano contemporáneo, o la cartografía mental de éste la ubica ya fuera de sus espacios de acción?
Este estudio busca reflexionar sobre la significación de los espacios públicos y la forma en que, a partir de propuestas serias de arte y activismo, la tecnología de medios pueda ser el vehículo que recupere estos escenarios vitales, para con ello propiciar nuevas formas de intercambio.
2. El sentido del trayecto
Para Virilio, uno de los urbanistas más lúcidos y radicales de los últimos tiempos, su percepción sobre conceptos fundamentales como velocidad, trayecto, tiempo y espacio casi no ha variado a lo largo de los años. En El cibermundo o la política de lo peor, el autor concede especial interés al término «trayecto». En esta extensa entrevista realizada por Philippe Petit, el autor responde así a una de las preguntas: «Mi trabajo no es solamente un trabajo sobre el discurso, sino también sobre el trayecto» (Virilio, 2005: 41). Así, se refiere a la inscripción del trayecto entre el objeto y el sujeto, e inventa el neologismo «trayectivo» para sumarse a «subjetivo» y «objetivo», aclarando: «Soy pues, un hombre de lo ‘trayectivo’ y la ciudad es el lugar de los trayectos y de la trayectividad. Es el lugar de la proximidad entre los hombres, de la organización del contacto». Finalmente, apunta: «Cuando se dice que la ciudadanía está unida a la tierra y a la sangre, se olvida una vez más el trayecto, es decir la naturaleza que une a los seres humanos entre ellos en la ciudad. Proximidad inmediata con el ágora, el foro y el atrio; proximidad metabólica con el caballo; proximidad mecánica con el tren y la revolución de los transportes; y, finalmente, proximidad electromagnética con la globalización y el tiempo real que le transporta al espacio real» (Virilio: 2005: 42).
El autor vincula los trayectos con las proximidades, el trayecto materializado a partir de un medio que representa movimiento. Cada uno de estos medios se inscribe o se localiza en distintas etapas del desarrollo de la historia, lo cual no significa la anulación de unos frente a la aparición de otros; simplemente se han ido sumando, aportando cambios sustanciales en la apreciación de las ciudades. Es la proximidad en estrecha relación con el medio que la propicia. Recordemos que Virilio es el filósofo de la velocidad, y en ello basa gran parte de su pensamiento: la velocidad va ligada a los espacios públicos de la ciudad y define la forma en la que éstos se han ido transformando, debido a la aceleración y pérdida de espacialidad y corporeidad.
Centraremos por tanto nuestro análisis en las dos grandes revoluciones del siglo veinte que han modificado sustancialmente las relaciones de los individuos en el espacio público, y con ello el sentido del trayecto: el automóvil y la web.
3. De aceras y autopistas
3.1. Emergencia
La mayor revolución tecnológica de principios del siglo XX fue quizás la del transporte. Lo que trajo consigo el automóvil como medio de transporte individual por excelencia fue, entre otras cosas, ser un medio que propició el alejamiento de la calle por parte del individuo. Al respecto señala Berman: «El signo distintivo del urbanismo del siglo XIX fue el bulevar, un medio para reunir materiales y fuerzas humanas explosivos; el sello del urbanismo del siglo XX ha sido la autopista, un medio para separarlos» (Berman, 1998:165).
Si hubo quien entendió esto fue Le Corbusier, seguido por Robert Moses. Precisamente fue Le Corbusier quien determinó el significado de este gran salto histórico que fue el paso del caballo al automóvil; el arquitecto y urbanista vivió las primeras etapas de su vida durante esta época de confluencia de estos medios de transporte, y si en algún momento recuerda con nostalgia su época de juventud en la que las calles les pertenecían, también en un momento de «iluminación» se mira dentro de esta nueva forma de ciudad, vislumbrando el nacimiento de una sociedad de poder y de fuerza.
La calle, como escenario natural para el intercambio, debate y práctica social, cede frente a la autopista, dando paso al hombre del automóvil, y es aquí donde los planteamientos de Le Corbusier con respecto al urbanismo, la arquitectura y la vivienda, se dejan caer como una avalancha. El futuro se presenta deslumbrante: grandes avenidas, altos edificios, separación de los espacios de acuerdo al rol que juegan en la flamante sociedad alienada. La nueva ciudad se segmenta, se ordena, se cuida y se vigila; en esta ciudad sólo el movimiento revelará la belleza de los nuevos trazos.
Estamos hablando de un periodo justo entre la década de los veinte y los sesenta, entre Le Corbusier y Moses, en que se asistió al desplazamiento de la calle: la estrategia urbanística consistió en presentarla como un lugar sucio y lleno de peligros. Combatir esta visión podría resultar una tarea titánica, y considerar las calles como otra forma de modernidad era algo que sólo muy pocos entenderían, pero ahí estaría Joyce, entre otros, para hacérnoslo saber. Berman (1998) denomina a la ola literaria de la que éste formaba parte «humanismo modernista», y argumenta que si hay alguien que la expresa mejor, ella es Jane Jacobs: «Bajo el desorden aparente de la vieja ciudad hay un orden maravillosos capaz de mantener la seguridad de las calles y la libertad de la ciudad. Es un orden complejo. Su esencia es el intrincado uso de las calles, que entraña una constante sucesión de ojos. Ese orden se compone de cambio y movimiento, y aunque es vida y no arte, imaginativamente podríamos llamarlo la forma artística de la ciudad, y compararlo con la danza» (Jacobs, citado en Berman, 1998: 334).
La «nueva ciudad» que se presentaba ante los ojos del ciudadano se concebía como una estructura limpia, metódicamente organizada, pero fría y sin magia. Conocemos la defensa que hace Jacobs de las aceras y los barrios, debido precisamente a su deseo de recuperación de los espacios, pero de acuerdo a Johnson (2003) existía una razón todavía más poderosa para ello. Este afirma que ella había comprendido antes que nadie que las ciudades se componían a partir de sistemas emergentes, y que las planificaciones urbanísticas fríamente estructuradas debilitaban estos sistemas.
Precisamente, Johnson realiza una interesante comparación entre las estructuras organizacionales del cerebro, las hormigas, las ciudades y el software. La planificación viene dada a partir de niveles inferiores y del intercambio entre desconocidos que se cruzan en un punto durante sus trayectos. Por lo tanto, Jacobs entendía que en el caso de la organización de las ciudades ésta no respondía a sistemas lineales ascendentes, sino más bien lo contrario; de ahí la necesaria defensa de los únicos espacios que podían seguir dándole vitalidad a la ciudad.
Johnson define los sistemas emergentes como aquellos que se conforman del caos y el orden. De ahí entonces que la ciudad se constituya como un sistema complejo, entendiendo la complejidad desde una perspectiva doble: como «sobrecarga sensorial», ya que esta tensión provocada por la ciudad enseña al ciudadano a abrir horizontes a nuevas formas de valores estéticos; y como sistema auto organizado, que «describe el sistema de la ciudad en sí mismo y no su recepción empírica por parte del habitante» (Johnson, 2003: 37). La ciudad es compleja porque abruma, pero también porque tiene una personalidad coherente que se forma a partir de miles de decisiones individuales, creando un orden global que parte de interacciones locales. A esto Johnson lo llamará complejidad sistemática: «El valor del intercambio entre desconocidos reside en cómo beneficia al superorganismo de la ciudad, no lo que hace por los desconocidos en sí mismos. Las aceras existen para crear el ‘orden complejo’ de la ciudad, no para hacer ciudadanos más conspicuos. Las aceras funcionan porque permiten interacciones locales para crear un orden global». Más adelante agrega: «Los automóviles ocupan una escala diferente de las aceras, y por lo tanto las líneas de comunicación entre los dos órdenes son necesariamente finitas. A la velocidad de la autopista, los únicos sistemas complejos que se forman son entre automóviles; en otras palabras, entre agentes que operan en la misma escala» (Johnson, 2003: 87).
A fin de cuentas la lección de Johnson, basada en lo planteado por Jacobs, es que gran parte de lo que apreciamos de la ciudad pertenece al mundo de la emergencia, y esa vida que se construye a través de esos intercambios callejeros hacen que la ciudad crezca y evolucione a niveles que nuestro cerebro difícilmente abarcaría. De ahí entonces la comparación de la calle con los hormigueros, neuronas y software propuesta: todos responden al intercambio inmediato y a interacciones locales aleatorias más que a órdenes superiores preestablecidos -aunque ciertamente existan. Para Johnson el superorganismo de la ciudad ha triunfado gracias a la contribución de individuos constituidos en ese sistema emergente.
Mucho del arte contemporáneo que utiliza tecnología ha logrado crear importantes redes complejas de autoconformación, que en primera instancia han consolidado estructuras que resuelven conflictos acordes al mundo global que vivimos; ello, toda vez que se comparte una mirada no jerarquizada sobre un mundo crecientemente diversificado, retratándose un universo de múltiples necesidades en el que los márgenes se han ido diluyendo. En otras palabras, hoy nuestro mundo se amplía y se achica al mismo tiempo, y las fronteras geográficas persisten pero no así las informáticas; por ello las comunidades están aquí y allá, pero también deslocalizadas. Por tanto, la información que va de una a otra se da necesariamente a otro nivel. La acera fue una especie de banda ancha, como ahora la web lo es también. En la época de Jacobs era preciso pensar en la seguridad del barrio, en su cuidado ecológico, en el respeto a los que lo habitaban, pero hoy las necesidades y preocupaciones no han cambiado; simplemente se piensan en otra escala, y es ahí donde surgen las comunidades en línea, cientos de voluntades humanas sintonizadas en un interés común que no viene dado de un sistema jerarquizado, sino de uno emergente.
3.2. Utopía
Mientras Jacobs hacía su apología de las aceras, la Internacional Situacionista (IS) [1] escribía una interesante teoría sobre lo que ellos llamaron «urbanismo unitario». La IS tenía su propia propuesta acerca de la ciudad. En el conocido texto de Constant Otra ciudad para otra vida (1959), el autor se refiere precisamente a la crisis provocada por el urbanismo, a la desaparición de las calles en pro de las autopistas y cómo el ocio se ha desnaturalizado y comercializado; los barrios ha pasado a verse dominados por la comodidad de las viviendas y por la facilidad de circulación de los autos. Es éste el planteamiento burgués más miserable con respecto a la búsqueda de felicidad y libertad, y el autor concluye: «Ahora bien, ¿para qué sirven los asombrosos artificios técnicos que el mundo tiene hoy a su disposición si no se dan las condiciones para aprovecharnos de ellos, no añaden nada al ocio y se carece de imaginación?» (Constant, 2001: 106).
El autor propone la creación de la ciudad del futuro concebida a partir de un urbanismo social situado lógicamente en la red urbana, donde -entre otras cosas- el arte tradicional no tendrá cabida. Se aprovecharán las ciudades ya construidas bajo la consigna de que en ellas desaparezca todo lo establecido por la arquitectura y el urbanismo moderno que no permite la acción y relación entre sus habitantes: «Para que tenga lugar una relación estrecha entre el entorno y el comportamiento es indispensable la aglomeración» (Constant, 2001: 107). Después de la amplia descripción que hace de su «ciudad cubierta», Constant afirma que se trata éste de un proyecto realizable desde el punto de vista técnico, pero también indispensable para el progreso social -aunque a muchos pueda parecerles fantástico.
No sólo Constant se interesa por dar nuevas alternativas al urbanismo moderno. Una de las grandes preocupaciones de la agrupación era la ciudad y su vínculo con su habitante. Debord tiene interesantes puntos de vista al respecto y ofrece, en algunos casos, soluciones claras para el rescate de las calles. En uno de sus textos, titulado Posiciones situacionistas sobre la ciudad, escribe:
«El fallo de todos los urbanistas reside en considerar al automóvil individual (y los subproductos suyos, como el scooter) esencialmente como medio de transporte. El automóvil es la principal materialización de una concepción de felicidad que el capitalismo desarrollado tiende a extender al conjunto de la sociedad. El automóvil, como soberano de una vida alienada, e inseparablemente como producto esencial del mercado capitalista, es el eje de la propaganda global: se dice este año que la prosperidad económica americana dependerá pronto del triunfo del eslogan: ‘Dos coches por familia’.
«No se trata de combatir el automóvil como mal absoluto. Es su extremada concentración en las ciudades lo que ha llevado a la negación de su función. Seguramente el urbanismo no puede ignorar el automóvil, pero menos aún aceptarlo como hilo conductor. Debe apostar por su aniquilación. En todo caso, se puede prever su prohibición dentro de ciertos conjuntos nuevos, así como en algunas ciudades antiguas.
«Los urbanistas revolucionarios no se preocuparán solamente de la circulación de las cosas, ni de los hombres fijados a un mundo de cosas. Tratarán de romper las cadenas topológicas experimentando territorios para la circulación de los hombres a través de una vida auténtica» (Debord, 2001a: 105).
Cuando Debord postula que el automóvil no debe ser hilo conductor, nos remite de manera inmediata a los trayectos de Virilio. Para Debord la circulación debe dejar de ser suplemento del trabajo para ser suplemento del placer; así, de alguna manera se cierra un círculo: el trayecto no como espacio y tiempo vacío, pero sí en cambio como parte de los momentos vividos, necesario para el intercambio del pensamiento y de la real interacción. El medio adecuado para que ello prospere son las calles, y de esta manera es posible seguir convocando al crecimiento a partir de los sistemas emergentes que hacen de una ciudad un verdadero espacio de comunicación. En este escenario el automóvil, más que colaborar en un mejor sistema de vida, provoca la disolución de muchas de las funciones primarias que debe contener la ciudad. Sin embargo, y como bien señalaba Debord, una posibilidad es aceptarlo y condicionar su uso: «En un sentido más amplio, toda la concepción social de Debord se basa en el détournement [2]: todos los elementos para una vida libre están ya presentes, tanto en la cultura como en la técnica; sólo hace falta cambiar su sentido y componerlo de modo diferente» (Jappe, 1998: 77).
En Constant, por su parte, la recuperación de la ciudad no está en contra de la utilización de los avances tecnológicos, sino más bien busca su aprovechamiento. Su ciudad del futuro no sólo no considera a los nuevos medios como síntomas de desplome de las calles, sino que los requiere para los fines de construcción: «Quienes piensan que la velocidad de desplazamiento y la posibilidad de telecomunicarnos van a disolver la vida común de las aglomeraciones desconocen las verdaderas necesidades del hombre» (Constant, 2001: 107).
Dado el tipo de ciudad planteada por Constant, la inserción de la tecnología era indispensable. He aquí una cuestión medular para establecer el vínculo entre espacio urbano y tecnología de comunicación. Constant habla de velocidad en los desplazamientos y nuevas posibilidades de telecomunicación, y a manera de interpretación no se descarta el hecho de que esas «verdaderas necesidades del hombre», que se cubren a partir de la existencia de la aglomeración, puedan encontrar respuesta en las nuevas formas de comunicación. No sabemos si en la ciudad futura de Constant hubieran tenido cabida estas modificaciones de espacio-tiempo de las que habla Virilio cuando se refiere a la proximidad electromagnética; pero lo que sí es seguro es que el mundo que ahora vivimos es precisamente el de la comunicación a escala sin precedentes, y que la concepción de «urbanismo» propuesta por la IS ha quedado entendida bajo el concepto de utopía.
En esta cuestión es preciso ahondar, entonces, puesto que el término tiene actualmente muchas más connotaciones y sentidos que rebasan por mucho la idea tradicional del concepto heredado de Tomás Moro. Por tanto, si entendemos la utopía como anhelo de crear (en este caso mundos otros), su síntoma más claro es la voluntad de cambio, lo que a su vez multiplica y diversifica la noción que de ella se tiene; es decir, en ese quiebre de voluntad el abanico se abre a conceptos que extienden, como afirma Rueda (2003) el arquetipo de utopía: «Conceptos como ‘utopismo’, ‘contrautopía’, ‘antiutopía’, ‘mixtopías’, ‘heterotopías’, no sólo muestran un diálogo intertextual con la utopía clásica, sino además, su desplazamiento del sentido original» (De Rueda, 2003: 16).
Debe establecerse que, desde la mirada situacionista, la ciudad era una confluencia de atmósferas, unidades experimentales, microclimas, espacios de pertenencia. La deriva permitía desplazarse entre esos ámbitos desestimando su importancia relativa. En su Teoría de la Deriva, Debord asegura que «las diferentes unidades de atmósferas y residencia no están delimitadas hoy por hoy con precisión, sino rodeadas de márgenes fronterizos más o menos grandes. El cambio más general que propone la deriva es la disminución constante de esos márgenes fronterizos hasta su completa supresión» (Debord, 2001b: 57). Por su parte, la sección inglesa del mismo colectivo proponía crear ciudades que ofrecieran los medios para acceder a todas las experiencias posibles, y simultáneamente, ciudades dinámicas entrelazadas y lúdicas. Al respecto, ésta afirmaba que «a partir de ahora la utopía no es sólo un proyecto eminentemente práctico, sino además vitalmente necesario» (Sección Inglesa de la Internacional Situacionista, 2004: 22).
4. El hombre deslocalizado
Estamos hablando del ocaso del siglo veinte, y las autopistas de la ciudad son sólo cicatrices con las que nos hemos acostumbrado a vivir porque también hemos perdido interés en el significado de los trayectos. Vivimos en el mundo de la velocidad casi absoluta. Vivimos en las autopistas electrónicas. El llegar tampoco es problema: estamos siempre aquí y allá a través de ondas que nos permiten viajar a velocidades impensables, suprimiendo los trayectos. Ya no hay aquí, sólo ahora, y el mismo Virilio (2005) apunta que la pérdida de espacialidad en pro del tiempo real atenta contra la realidad misma. Ese atentado a la realidad está ligado, lógicamente, a la pérdida del espacio real: de acuerdo con el filósofo y urbanista francés, se han perdido los tiempos locales en pro de un tiempo único global; se han anulado los intervalos de tiempo que han dado lugar a la historia; y como un hecho sin precedentes, la historia acaba de impactar en la barrera del tiempo real.
El autor apunta que en principio la telecomunicación lleva a la humanidad a una interactividad instantánea, lo que pone en práctica ese tiempo único que ha roto con los tiempos locales. Esto lleva como consecuencia a perder perspectiva de los espacios físicos reales: el mapa mental que hemos concebido con respecto a las distancias, tiempos, trayectos y espacios con la revolución de los transportes se ha transformado. Ahora, con la velocidad que ofrecen las autopistas electrónicas tenemos en la cabeza una «tierra reducida», perdemos conciencia de las distancias y corremos el riesgo de sentirnos atrapados en un planeta que antes concebíamos grandioso.
La recuperación de la lengua es el punto clave de la argumentación de Virilio, y con esto se refiere a que es necesario volver a hablar, charlar, y para eso hay que recuperar la ciudad. La deslocalización tiene que ver con la pérdida del lugar; la información mediática nos impide hablar y escribir, y privarse de la palabra es privarse de los demás. Si se pierde esto, se pierde la ciudad y con ello todo. Es necesario por tanto reorganizar el lugar de vida en común.
Así, hemos llegado a un punto, guiados por Virilio, en el que la única salida -como él mismo lo menciona- es la vuelta a la palabra, en cuanto la recuperación de la calle y del otro; sin embargo, es absolutamente válido plantearse la posibilidad de la utilización de las nuevas tecnologías para reconocerse de otras formas en la ciudad. Se retoma aquí entonces la idea de «condicionamiento del uso»: si efectivamente un movimiento como la IS concibió la posibilidad de utilizar lo ya existente para sus propios fines, ¿no toca al arte y al teoría contemporánea hacer lo propio?
Para Virilio el arte, así como el hombre, no puede estar en ningún sitio; no existe más que como emisión y recepción de una señal: «El arte de la era virtual es un arte de la retroalimentación -y todavía no estoy hablando de internet. Así que desplazándose desde su inicial inscripción en un lugar -cueva, pirámide o castillo- a través de museo, galerías y colecciones itinerantes, y más tarde a través de reproducciones fotográficas -donde el viaje es ya de otra índole- y del CD-ROM, que todavía es un soporte material, el arte de hoy, con sus técnicas interactivas, ha alcanzado el nivel de intercambio instantáneo entre el actor y el espectador, la deslocalización final» (David, 1997). Si este estudio pretende hacer un análisis de la situación de la ciudad en la era contemporánea, es necesario entenderlo a partir de las premisas que hoy la dominan. La tecnología y el arte pueden llegar a ser los portavoces de una sociedad que, aunque globalizada, sigue arraigada al suelo de sus propios espacios. Ahora nos es posible vivir más allá de nuestros espacios físicos y conformarnos como comunidades, si bien más complejas, no por ello menos enriquecedoras. Hemos llegado a un punto en el que vivir en mundos a la vez reales y virtuales no es novedad, y el individuo ha encontrado en estos espacios virtuales otras formas de comunicación acordes a sus sistemas de vida. Conscientes de los cambios impuestos por este nuevo orden, los artistas y teóricos del arte han hecho de estas nuevas opciones el eje de su reflexión y trabajo, ofreciendo propuestas importantes que inviten al usuario-espectador a experimentar con ellas y reencontrarse con el espacio y tiempo en distintas dimensiones.
5. De otros espacios: heterotopías y nuevas tecnologías
Es evidente que uno de los mayores logros técnicos del siglo pasado, en el ámbito de las comunicaciones, fue el de interconectar en tiempo real al mundo entero a través de internet. Esta revolución en las comunicaciones abrió nuevos campos de exploración, intercambio y vínculos, pero también abrió la puerta a la deslocalización, con las consecuentes transformaciones en la conceptualización del espacio y el tiempo.
Esta idea de deslocalización se relaciona ciertamente con el concepto foucaultiano de heterotopía, el cual fue definido y expuesto por primera vez en una conferencia en 1967. A este respecto, Foucault señala que el mundo se entiende -o se vive- más como red que une que como «vida que se desarrolla a través del tiempo»; por tanto es el momento de lo simultáneo, de la yuxtaposición, de lo próximo y lejano. El espacio tiene una historia, la cual se relaciona estrechamente con el tiempo (Foucault, 1967).
El espacio que a Foucault interesa es aquel en que vivimos, el exterior, el de nuestro tiempo e historia; no el íntimo y personal, sino aquel que tenemos con el conjunto de relaciones de emplazamientos «irreductibles los unos a los otros y que no deben superponerse». Estos emplazamientos de distinta índole que definen nuestras relaciones pueden ser variados y múltiples: calles, trenes, playas, casas, cafés, cines etc., todos ellos definidos por categorías de acuerdo a la forma de relación que cada uno propone. Pero los espacios que atraen a Foucault particularmente -y que nos llevan a la comprensión del término heterotopía- son aquellos que, en palabras del autor, «están enlazados con todos los otros, que contradicen sin embargo todos los otros emplazamientos» (Foucault, 1967), y pueden ser situados en dos categorías: utopías y las heterotopías
Las heterotopías son sitios que existen, espacios reales que incluso han sido posibilitados por las mismas sociedades como lugares que están fuera de todos los espacios, pero son localizables; constituyen una forma de utopías efectivamente realizadas, emplazamientos otros que a su vez se vinculan con todos los demás tipos o formas de emplazamiento -incluso con las utopías. De ahí que cuando nos referíamos a los proyectos situacionistas los vinculábamos más a lo que aquí menciona Foucault que a la noción tradicional de utopía.
De manera elocuente, Foucault ejemplifica la experiencia mixta que se da entre utopías y heterotopías con el espejo. El espejo es utopía en virtud de ser un lugar sin lugar, un espacio irreal, virtual, donde se está y no se está, pero en el que puede observarse la propia ausencia. Es también heterotopía en cuanto a que el objeto existe y ahí está: en el momento en el que uno se mira provoca un efecto de retorno de la propia imagen, toda vez que uno está ahí, del otro lado; así, el espejo convierte en absolutamente real ese lugar que se ocupa, es decir, el espacio del espejo. A su vez, ese espacio convertido en real se vincula con todo lo demás que lo rodea, pero también es irreal en tanto que para ser percibido se está obligado a pasar por ese punto virtual.
Lo que cabe destacar aquí es la forma en la que las heterotopías se han ido transformando a lo largo de la historia, de acuerdo a los tiempos y las culturas que las acogen. Es igualmente importante resaltar que en esta catalogación, el autor puntualiza varias cuestiones relevantes para la comprensión del término: la heterotopía tiene como característica la posibilidad de yuxtaponer en un espacio real múltiples espacios generalmente incompatibles. Funciona realmente cuando los hombres están en una especie de ruptura total con su tiempo tradicional; es decir, se asocia a cortes de tiempo. Se liga las más de las veces a sistemas de cierre y apertura que las aíslan y las vuelven penetrables. Y finalmente, se las concibe como una función en relación al espacio restante. Así, la heterotopía por excelencia es para Foucault el barco, «pedazo flotante de espacio, un lugar sin lugar» (Foucault, 1967).
Estar en un lugar sin lugar, ser un pedazo flotante de espacio, es la condición actual del hombre posibilitada por los nuevos medios de comunicación -la pérdida del sitio en pro de la deslocalización. Foucault nos muestra las posibilidades múltiples de estos «espacios otros», de estas yuxtaposiciones y simultaneidades en relación con los emplazamientos, lo que facilita asimismo la definición de los espacios públicos, las ciudades contemporáneas e incluso la red global: éstos, en cuanto espacios heterogéneos que se conforman por redes de relaciones más que por cuestiones históricas o de tiempo, buscan en la espacialidad su comprensión.
Ahora bien, si la pantalla de la computadora puede hoy jugar el mismo papel que el espejo, y ser a la vez utopía y heterotopía; si es posible estar en tiempo real en cualquier otro espacio -y mientras se está allí es también posible crear nuevas formas de encuentro que enriquecen las experiencias individuales, con el fin de construir nuevas formas de vivencia; entonces la tecnología de medios, creando heterotopías, dará nuevos significados a los espacios públicos, revitalizándolos y permitiendo que la palabra y la escritura no dejen de ser el medio para el intercambio de ideas. La misma tecnología puede ser la clave para activar el espacio público que a nuestra era toca.
Es necesario rescatar de Virilio la no renuncia a los espacios físicos, a la recuperación de la palabra y la escritura, a reactivar la crítica y a seguir posibilitando espacios emergentes para que la comunicación no se agote. Y por ello es fundamental apuntar que no son los medios técnicos al servicio de la humanidad los que hacen que ello se pierda, sino la manera en que son utilizados. De ahí nuestra insistencia en que le toca al arte reflexionar y poner en manos de los individuos proyectos constructivos, creativos y críticos.
6. La apuesta del arte por la autopista electrónica
Ciertas propuestas importantes de arte contemporáneo han conseguido hacer del entorno público un lugar de convergencia. Han logrado también crear otros espacios de experiencia a través de lo virtual, y han sido críticas y reflexivas en cuanto a las preocupaciones que aquejan a un mundo globalizado. Han, por tanto, revalorizado el término encuentro, tomando la ciudad como espacio destinado a sus prácticas artísticas, afirmando con ello su validez y significación. Nos referimos aquí al arte que se hace en las calles, al que sólo existe en las infinitas redes comunicacionales de internet e incluso al que involucra espacios reales y virtuales creando mundos paralelos, pero que se remite o fundamenta en la complejidad de los espacios públicos y las relaciones humanas que éstos propician.
Justamente, Augé señala que el nuevo humanismo consiste en formar al individuo para que controle los nuevos instrumentos tecnológicos. Pero formarlos para crear, ya que sólo intensificando la relación con los medios y con las imágenes se podrán controlar las nuevas tecnologías de comunicación (Arana, 2005). Partimos de esta base para plantear la importancia del quehacer artístico contemporáneo ligado a la tecnología. Brea declara que «la tecnología definitivamente, es destino» (Brea, 2002: 112), y con ello destaca el papel no neutral y sí tendencioso de la técnica. Ésta, con toda su naturaleza revolucionaria, no asegura una liberación: la ambivalencia que conlleva determina simultáneamente «una posibilidad emancipadora y otra despotizadora irrevocable» (Brea, 2002: 115). En definitiva, la técnica no tiene su mayor efecto sobre el sistema de los objetos, pero sí sobre el del pensamiento.
Así, hablar de arte en la era tecnológica es hablar de pensamiento liberado, mas no de pensamiento desvinculado de los nuevos medios. Fadaiat, Lavapiés Wireless o BordeXing Guide son iniciativas en línea que abordan aspectos sociales y políticos, ejerciendo una influencia efectiva en la vida de los ciudadanos. Son heterotopías glocales que funcionan como sistemas de auto organización y se circunscriben al entorno de la red.
El caso de Fadait [3], realizado por hackitectura.net en el año 2004 (http://www.hackitectura.net/osfavelados/txts/fadaiat_2004/fadaiat_cronica.html), es probablemente uno de los más ambiciosos intentos de comunicación a través de nuevos medios, y contó con la participación de activistas, arquitectos, personas vinculadas a la comunicación, hackers y artistas que buscaban plantear relaciones de libertad de movimiento en la sociedad globalizada. El proyecto se compuso de una red de nodos situados en Tarifa y Tánger a través de una conexión inalámbrica con tecnología wi-fi, que conectaba el castillo medieval de Tarifa y las inmediaciones del café de Hafa en Tánger. BorderXing Guide [4] (http://irational.org/cgi-bin/border/clients/deny.pl) es, en cambio, un trabajo inspirado en la idea de habitar una aldea global sin fronteras sólidas. Tras los ataques terroristas del 11-S la seguridad y el tránsito a través de los países se han vuelto más duros y controlados; en este contexto, el artista británico Heath Bunting creó en 2002 una guía online que posibilita el cruce ilegal de fronteras, dirigida a activistas sociales y solicitantes de asilo político. Las indicaciones para cruzar de un lugar a otro responden a las experiencias de los emigrantes, con recomendaciones como las de llevar comida para determinados días de caminata, y las mejores épocas para intentar los cruces. Finalmente, Lavapiés Wireless [5] (lavapieswireless.net) se creó en el barrio madrileño del mismo nombre, con el fin de formar una comunidad virtual compuesta por los habitantes de ese barrio a través de una red de intercomunicación entre computadoras con dispositivos de radiofrecuencia. Esta comunidad acoge a varios colectivos cuya finalidad es la búsqueda de apoyo y cooperación entre sus habitantes, además de constituirse en un experimento social para entregar formación tecnológica. En este cruce de información pueden participar todos los que habitan el barrio.
Los tres casos mencionados han creado bajo diferentes circunstancias un orden emergente, posible gracias a nuevos dispositivos y propiciando un despliegue de sensaciones diferentes. Han permitido a sus participantes convertirse en habitantes de lo digital y lo real, recombinarse, reencontrarse, vivir la aventura de la libertad, interactuar en tiempo real entre distintas geolocalizaciones, reconocerse o conocerse vía nuevos medios. Lo que nos dejan estas tres propuestas es un despliegue de lugares y no lugares; nuevas concepciones de espacio y tiempo; nuevas formas de presencia donde los espacios físicos, el urbanismo y la arquitectura dejan de ser entendidos como los hemos concebido hasta ahora y la tecnología de información explora nuevas formas de habitar el mundo. Al final, el planteamiento teórico no dista demasiado de aquel de la IS: una constelación rizomática de lugares, yuxtaposición, temporalidad y espacialidad. La diferencia la hace la técnica que se tiene a la mano y que hay que saber aprovechar; es otro el momento, son otras las herramientas, y como ha escrito Constant, es «otra ciudad para otra vida».
7. A modo de conclusión
El arte puede reactivar los espacios urbanos invitando a la retroalimentación, a la creación de nuevas emergencias y sistemas complejos, a fortalecer vínculos entre individuos más allá de fronteras geográficas o políticas. Esta época ha dado lugar a la creación de heterotopías glocales, evitando que la ciudad, en cuanto espacio físico, fuera sacrificada en pro de los avances tecnológicos. Frente a la visión de globalización, la sociedad de red y la informatización, las miradas más pesimistas pensaron que el desarraigo y la pérdida de los espacios físicos serían inevitables; sin embargo, hemos podido encontrar mejores salidas. Lo que aquí se ha analizado demuestra que la técnica en los distintos procesos históricos también está dando ocasión a nuevas oportunidades, y que existen otras alternativas que no pierden de vista la importancia que en este espacio-tiempo y su reconfiguración tiene la presencia real, el objeto, el sitio específico -y que siguen siendo vitales para el crecimiento de un mundo mucho menos reconocible y evidentemente más complejo.
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Recibido el 13 de noviembre de 2012, aprobado el 15 de diciembre de 2012.
María Teresa García, Universidad Autónoma de Querétaro, México. E-mail: mariateresagbesne@yahoo.com.mx
[1] Sobre La Internacional Situacionista puede consultarse el “Archivo Situacionista” en www.sindominio.net/ash/
[2] Al respecto, el «Archivo Situacionista» explica: «[El desvío] se emplea como abreviación de la fórmula: desvío de elementos estéticos prefabricados. Integración de producciones de las artes actuales o pasadas en una construcción superior del medio. En este sentido no puede haber pintura ni música situacionistas, sino un uso situacionista de estos medios. En un sentido más primitivo, el desvío en el interior de las antiguas esferas culturales es un método de propaganda que testimonia el desgaste y la pérdida de importancia de estas esferas».
[3] Fadaiat, en árabe, significa «por los espacios», pero también define «antena parabólica» y «nave espacial». El proyecto se llevó a cabo durante algunos días del mes de junio, aunque su intención era constituirse de forma permanente en el sitio como un laboratorio de política y arte fronterizo (cabe recordar que el castillo de Tarifa se encuentra frente al centro de detención de inmigrantes). La pretensión de Fadaiat era la de generar una especie de geografía desterritorializada de la frontera; la comunicación fluía entre estos dos sitios reales, pero los servidores que se encontraban en Sevilla, Barcelona y Texas conectaron el sistema a otros nodos distribuidos por la red. Así, la información no sólo unía ambas orillas del Estrecho de Gibraltar, sino que se conectaba con otras redes. Fadaiat creó una situación compleja con multiplicidad de flujos contrahegemónicos, físicos e inmateriales, para producir nuevas conciencias, deseos y mundos consistentes. El proyecto apuntó a construir espacios en los que se generaba una gran capacidad de interacción y diálogo, con un importante despliegue tecnológico. Se buscó posibilitar nuevos enfoques, puntos de reunión, debates, intervención de colectivos y teóricos, lo que tuvo una significación espacial -más allá de plantear una poética de comunicación. En definitiva, se trató de un espacio de crítica abierta y de intercambio geográfico en el que las redes horizontales y la inteligencia colectiva, construida a base de una multitud conectada sin mandos ni jerarquías, hicieron posible una fuerza y unión «casi mágicas».
[4] Las indicaciones dadas por Heath Bunting para cruzar de un lugar a otro responden a las experiencias de los emigrantes. El trabajo visual de BorderXing está representado por medio de fotografías de distintos individuos mientras transitan ilegalmente entre países (paradójicamente, la experimentación de la emigración ilegal lleva a descubrir paisajes de sorprendente belleza). La página contiene documentación sobre una serie de recorridos que atraviesan límites nacionales, siguiendo los cuales es posible evitar las aduanas y policías fronterizas. El sitio no es accesible a cualquiera; para visitarlo es indispensable desplazarse donde el autor lo solicite, o contar con una autorización de éste. El proyecto cuestiona dos situaciones importantes: internet no es un espacio sin fronteras, y las fronteras «reales» no restringen necesariamente el movimiento. De esta manera, se conjugan en BorderXing Guide la posibilitad de sistemas complejos, activismo político y espacios otros a través de internet.
[5] Los colectivos que conforman el proyecto de Lavapiés Wireless armaron su propia estructura de comunicación para relacionarse, compartir y decidir como comunidad, sin otros límites más que los impuestos por su propio acuerdo de interconexión. Se definen así: «Somos la gente que, como una tribu de topos, agujerea una realidad asfixiante y obsoleta, construyendo espacios invisibles de experimentación comunicativa. Como la mala hierba hemos ido creciendo en los espacios que la lógica de la mercancía y el tiempo muerto ha ido abandonando. Una multitud de bárbaros que desde el mismo centro del imperio está construyendo un nuevo tipo de ciudadanía vinculada a una producción de riqueza multiforme, ilimitada e inagotable». La propuesta de estos colectivos reafirma la importancia y relevancia que cobran los nuevos medios para crear redes de enlaces e intercambio, que no necesariamente sustituyen a aquellas que se dan en la calle, sino que las refuerzan inventando una comunidad «sin límites». Es destacable el modo en que los grupos han constituido un espacio comunitario de auto organización, formación y trabajo individual a partir de una red inalámbrica que refuerza las actividades analógicas de los movimientos sociales locales, de amplio impacto en la escena política alternativa de España.