En los últimos veinte años, Santiago -o a lo menos zonas de ella- ha vivido una serie de transformaciones que la acercan a eso que llamamos ‘metrópolis’, una cualidad que no viene dada por sus paseos peatonales, conciertos internacionales ni flamantes autopistas sino por el arribo de un modo-de-vida propiamente urbano. Su componente principal es la heterogeneidad, factor que ya fue distinguido por Aristóteles como la esencia de la polis: “una ciudad está compuesta por diferentes clases de hombres -escribió-, personas similares no pueden crear ciudad”.
Parte de esta heterogeneidad está contenida en las ‘tribus urbanas’: grupos que se construyen en la diferencia y qye consumen símbolos, tiempos y lugares centrales de su identidad territorial. Las personas se involucran en comunidades como los k-poperos, rastas, scouts o punketas por razones muy variadas, algunos en un intento por reeditar relaciones comunitarias o barriales, otros siguiendo relaciones afectivas, de parentesco o amistad (afiliación a un equipo de fútbol, por ejemplo), otros por voluntariado filantrópico o religioso, y otros buscando contestar ciertas convenciones sociales, sea el binarismo sexual (góticos), el poder legítimo (punketas) o la unifuncionalidad de los espacios urbanos (skaters o practicantes del parkour).
Ahora bien, si asumimos que en la gran ciudad hay extraños, cabe preguntarnos cómo se relacionan entre sí, qué relaciones de poder, colaboración o competencia despliegan en el espacio. Así, mientras algunos pueden mostrar indiferencia ante quienes no pertenecen a su feudo -como los góticos, por poner un caso-, otras ‘tribus’ clamarán discursos y efectuarán prácticas excluyentes en una lucha sin tregua por la homogeneidad social y espacial.
Hoy justamente se cumplen 18 meses del asesinato de Daniel Zamudio por una banda de neonazis en Santiago de Chile. En un mundo que preocupante y progresivamente ha ido avanzando hacia una tolerancia pasiva, es más necesario que nunca recalcar que la diferencia que debemos celebrar y promover es aquella que contribuye a la conformación de territorios variados y de encuentro. La otra, la ejecutada contra Daniel, debe erradicarse con firmeza y de raíz. Será paradójica una «tolerancia intolerante a la intolerancia», pero es imprescindible para la constitución de eso que llamamos ciudad-anía.