There’s a story in an ancient play about birds called The Birds/And it’s a short story from before the world began/From a time when there was no earth, no land./Only air and birds everywhere.
But the thing was there was no place to land./Because there was no land./So they just circled around and around./Because this was before the world began.
And the sound was deafening. Songbirds were everywhere./Billions and billions and billions of birds.
And one of these birds was a lark and one day her father died./And this was a really big problem because what should they do with the body?/There was no place to put the body because there was no earth.
And finally the lark had a solution./She decided to bury her father in the back if her own head./And this was the beginning of memory./Because before this no one could remember a thing./They were just constantly flying in circles./Constantly flying in huge circles.
«The beginning of memory». Laurie Anderson, Homeland (2010)
La canción de Laurie Anderson expresa con elocuencia la estrecha relación entre cuerpo y lugar que permite hacer sentido al proceso de la muerte. La ausencia de cuerpos, tan característica del terrorismo de Estado que asoló Latinoamérica durante el siglo pasado, aquí está permutada por la hipotética e inquietante carencia de lugar. Con astucia, la alondra salva el escollo mediante un ejercicio teórico: la memoria. Solo una vez fijada la posición para el recuerdo del cuerpo se detiene la errancia, coincidiendo esta idea con un posible origen de los asentamientos humanos. Podría decirse que ni la economía ni la agricultura otorgan alguna posibilidad de arraigo tan certera y simbólica como la inmovilidad de los restos de los antepasados.
El concepto de memoria se muestra así como un práctico eslabón para los estudios de la relación entre cuerpo y espacio. La trayectoria del binomio es contundente, siendo un clásico de los estudios urbanos el trabajo de Sennett (1994), donde se plantean sugerentes interacciones como la provocación de la resistencia política en la fricción de la calle durante el motín del pan, en el París revolucionario. Pero aún en la ausencia material de cuerpos la violencia, la resistencia y la muerte señalan lugares que se perpetúan en el recuerdo. La memoria aporta así un otro engranaje con la dimensión temporal. En efecto, como ejercicio contemporáneo, la memoria -de los hechos, de los cuerpos y de los lugares– ha sido explicada como un intento de anclar en el pasado el momento presente, a manera de baluarte frente a un incontenible fluir del tiempo (Huyssen, 2002).
Por otra parte, Todorov (2000), en su división entre memoria literal (o memoria a secas) y la memoria ejemplar, plantea que esta última -en su calidad generalizada, pública y con el dolor neutralizado- se vuelve un mecanismo para extraer lecciones. De este modo aparece así una función epistemológica del concepto «memoria». Este aprendizaje carga con una matriz modernizante: como el vuelo del ángel de Benjamin, el horror por las tragedias pasadas impulsa transformaciones. Así, el Holocausto, el hundimiento del Titanic, la caída de las Twin Towers, aparecen como inflexiones críticas del proyecto moderno: en palabras de Huyssen (2002), la anamnesis de los fracasos. La memoria se vuelve así función modernizante para el futuro. No sólo se hace memoria para honrar los cuerpos caídos: se recuerda para aprender la lección siniestra, el nunca más.
Los memoriales, o señalamientos en el espacio urbano del tiempo pasado, son un subconjunto de esta estrategia de anclaje y de aprendizaje. Al respecto, resulta modélica la consideración de Nora (1989), que plantea que la materialización de la memoria en los lugares (lieux de mémoire) es producto de la ausencia de un ambiente de memoria (milieux de mémoire). Un antídoto del olvido pero, a la vez, un reconocimiento a su inminencia. Pero en la riqueza que ofrecen sus objetivos pedagógicos y demostrativos, la memorialización presenta también una serie de tensiones internas.
En primer lugar, la constante y dinámica transmutación entre objeto y sujeto. En su reflexión sobre el paisaje, Schama (1995) señala que el espacio en sí mismo es un relato del pasado, tanto en el recuerdo subjetivo de lo vivido, como también en los acuerdos culturales que construyen las distintas capas de sentido de un lugar. Pero, como señala Todorov (2000), la creación dememorias ejemplares implica volver objetivo y general un problema individual o que cohesiona a un grupo particular. Cuando la tarea consiste en asignar formas significativas a la memorialización en el espacio, la dificultad surge por este traspaso constante entre la experiencia subjetiva, el acuerdo cultural y la generalización objetiva -más aún si, como señala Todorov (2000), la memoria ejemplar se hace sinónimo de justicia. Entonces, las formas que adopte la conmemoración se vuelven además un problema político: por una parte, la objetivación y su mensaje se tornan la versión definitiva de una verdad, por lo que aparecen las pugnas por imponer la memoria propia en la versión predominante; por otra (y especialmente en la memorialización efectuada en los sitios de los sucesos), la simplificación del mensaje amenaza a la arqueología de los posibles vestigios. En ocasiones, en el espacio intervenido por el memorial, se ha borrado el frágil testimonio presente de procesos pasados en situación judicial abierta.
Y si en producción los terrenos son movedizos, también lo son en la lectura o interpretación simbólica del memorial. Para Nora (1989), los lugares de memoria no pueden tener un sentido cerrado de interpretación, por la propia antagonía entre la historia objetivada y imposibilidad de la memoria de cerrar una interpretación única del pasado. El «aura simbólica» que -según señala el autor- es propia de los lugares de memoria, hace referencia a esa apertura a la interpretación.
Además de la fascinación por su complejidad multidimensional, ¿por qué resulta relevante estudiar la memoria? Marcada fuertemente por los contextos locales, la indagación en las prácticas conmemorativas se vuelve un acto de memorialización en sí. Si bien, como señala Huyssen (2002), la memoria no sustituye a la justicia, los estudios contribuyen a sistematizar información que se vuelve relevante en los procesos de establecimiento de la verdad jurídica. Sin embargo, las cargas de denuncia y visibilización que toman algunos estudios, invocan el fantasma subjetivo de la escritura militante.
Por otra parte, al menos en Chile, urge por hacer una historia reciente enfáticamente situada. Los grandes documentos de la verdad jurídica -los informes Rettig, de 1991, y Valech, de 2005– y los imaginarios de la memoria -los muros llenos de rostros monocromáticos– son representaciones sin espacio. La grotesca brutalidad de las perpetraciones ha concentrado la atención en los cuerpos, postergando la memoria de los lugares. Si los procesos permitieran poner en pausa la memoria de la violencia sobre los cuerpos, podría acometerse con mayor energía la tarea de estudiar la violación del espacio. Siguen pendientes temas como las estrategias de visibilización y la pedagogía del horror de los perpetradores en la ciudad, así como el registro a las violaciones y apropiaciones ilegítimas de los espacios civiles.
Un trabajo que combina espacio y cuerpo es el posicionamiento de los muertos encontrados en la vía pública en 1973 sobre el plano de Santiago, según los registros del Instituto Médico Legal (Dinges, Bonnefoy y Mérida, 2012). La interfaz publicada en el sitio de ArchivosChile [http://archivoschile.org/2012/01/mapa-interactivo/ ] trabaja sobre el plano callejero actual, y el efecto es una inquietante vecindad del horror con el espacio cotidiano presente. Del mismo modo, el trabajo de Memoria Abierta [http://www.memoriaabierta.org.ar/mapasimprimibles.php] con el registro de los lugares donde se ha violado los derechos humanos en distintas localidades de Argentina, es un ejercicio de señalamiento y denuncia. La misma organización presenta el libro Memorias en la ciudad (Memoria Abierta, 2009), en que el señalamiento del lugar de la perpetración se superpone e intersecta con el lugar del homenaje. En esta línea se enmarca el artículo de Aguilera, que propone leer otros aspectos urbanos desde la memorialización; en este caso, la relación de la polarización socioeconómica con lo conmemorado. En la visión de la autora, los memoriales entregan luces sobre los grupos sociales detrás de ellos, sus intereses y la visibilidad de sus reclamos a escala metropolitana.
Desde la memoria es posible trazar una línea al estudio de la ciudad y los afectos, relacionado con la interpretación simbólica del espacio y los imaginarios urbanos marcados por el duelo, la violencia, el miedo y la resistencia. Estos estudios son conducentes a políticas de valoración del espacio, y a través de ellos se plantea una promoción del patrimonio desde la memoria, no tanto en un sentido de resguardo material como de asignación de sentido y de recuperación de identidades locales. En esta línea presentamos el ensayo de García Mendoza, que trabaja la temática del cuerpo como metáfora del espacio. La poesía de resistencia de Carmen Berenguer es leída como una clave interpretación del espacio urbano. La ciudad de Santiago, en las postrimerías de la dictadura, se personifica en un cuerpo femenino; deleznable y a la vez deleznado, se habla de un cuerpo-espacio dicotómico, que presenta en una faz la materialización de una pujanza económica y en la otra, la miseria y la violencia.
El artículo de Schindel indaga en una escala más precisa y detallada, para entender los efectos de los artefactos represivos en las comunidades vecinas. La autora estudia cómo el imaginario del miedo se territorializa en los barrios que circundan los centros clandestinos de detención en Argentina, y cómo los memoriales contribuyen a enmendar en los mismos territorios el efecto de fractura que se provocó sobre las comunidades. Ruptura y memoria son leídos en su dimensión de justicia espacial, con unidades territoriales reconocibles donde dejan distintas huellas la fragmentación, el control, la represión y la violencia. El amedrentamiento es interpretado aquí como una forma de disolución de los vínculos solidarios de la comunidad que toma forma en los lugares.
Haciendo el camino inverso, es decir, desde los objetos hacer una lectura del dolor de los sujetos, el artículo de Navaro Yashim estudia las consecuencias del destierro y la violencia en las víctimas de la división de Chipre en 1974. La autora plantea cómo el duelo -un asunto psicológico– se expresa y vive no sólo a través de las relaciones intersubjetivas, sino a través de los objetos y los espacios; en este caso, los vestigios de los que han huido precipitadamente que se vuelven parte del habitar cotidiano de sus enemigos. La hipótesis que se plantea tiene una relevancia metodológica no menor para los estudios de ciudad: al hablar de lugares, especialmente cuando están cargados de objetos de la violencia, es posible hablar también de las cargas afectivas de los sujetos.
A pesar del ámbito estrictamente nacional de la política de las prácticas de memoria (Huyssen, 2002), su estudio comparado permite extraer lecciones metodológicas. Es así como el estudio de caso cobra especial relevancia, ya que en la casuística aparecen los tropos universales; por ello, se vuelve imperativo el análisis de los procesos para explicar los resultados y la necesidad de un enfoque multidisciplinario, en el que las dimensiones corporal, social y psicológica alimentan la lectura del espacio urbano. Del mismo modo, el estudio de la memorialización permite comprender el entramado de la política y las interrelaciones entre sociedad civil y Estado; entre individuos y colectivos, y la transmutación de unos y otros. Los intereses son contrapuestos. Como señala Huyssen (2002), desde las políticas del Estado, la memoria es una operación tendiente a adjudicar los errores pasados y legitimar los desarrollos futuros de los procesos democráticos en Occidente; desde la sociedad civil -y en consideración a la fragmentación creciente de las políticas de la memoria-, la operación busca evitar el olvido. Dos artículos debaten detalladamente estos procesos, y desde la perspectiva arquitectónica, hacen especial énfasis en las formas de los memoriales. En la Colección Reserva presentamos un artículo de Graciela Sivestri, que desde la revista Punto de Vista debatía en el año 2000 las formas del Parque de la Memoria en Buenos Aires. Utilizando la dicotomía de memoria literal y ejemplar de Todorov, la autora hace una crítica al arte y de las formas a-críticas que toman los hitos conmemorativos. El texto hace eco de un asunto frecuentemente tratado en el estudio del arte al servicio político: la pausa en que se pone la vanguardia, y la reconsideración de lo figurativo cuando se trata de vehiculizar un mensaje. El segundo texto de estudio de caso es un fragmento del pormenorizado estudio del Estadio Nacional de Rozas, Ni tan elefante, ni tan blanco. Poniendo acento en las intervenciones sobre el Estadio santiaguino, Rozas hace un recuento de los actos de violencia, memoria, celebración y desagravio que tienen lugar en un mismo predio, dejando inscripciones en el principal coliseo deportivo de Chile. Desde su lectura se puede comprender cómo los lugares se cargan con historia y se vuelven patrimonio, no sólo por ser el escenario muerto de un relato pasado -que sólo entra en conexión cuando se presenta el monumento al unísono con el relato-, sino que expresan materialmente las huellas de una pugna por construir una memoria presente (en el sentido de ahora y en el de presencia). Ambos textos develan que la construcción de la memoria en el espacio, y en la patrimonización de lugares concretos, resulta un asunto político, complejo y plagado de equívocos y concesiones. La descripción de la pugna entre los grupos interesados es expresión de estas complejidades, una seña de la carga simbólica del espacio y su interpretación política.
El aniversario de los 40 años del Golpe en Chile ha despertado un sinnúmero de ejercicios de memoria: documentales, seminarios, homenajes, revisiones, pueblan tanto el espacio académico como el de la cultura popular. Este número de Bifurcaciones intenta integrarse sobriamente a la extensa fila, bajo el convencimiento de que el simbolismo de la fecha no sólo amerita la aparición de homenajes y actos de contrición, sino la oportunidad de construir conocimiento. Por una parte, en la reflexión metodológica que presupone el comparar distintos trabajos del campo multidisciplinar de los estudios sobre memoria y ciudad, y por otra, mediante el ejercicio sistemático de la activación de recónditos rincones de la cabeza de la alondra.
Referencias Bibliográficas
Dinges, J., Bonnefoy, P. y Mérida, G. (2012). Ejecuciones en Chile septiembre-diciembre 1973: El circuito burocrático de la muerte. Recuperado de www.archivoschile.org.
Huyssen, A. (2002). En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización. México: Fondo de Cultura Económica.
Memoria Abierta (2009). Memorias en la ciudad. Señales del terrorismo de Estado en Buenos Aires. Buenos Aires: Eudeba.
Nora, P. (1989). Between Memory and History: Les Lieux de Mémoire. Representations, 26.
Schama, S. (1995). Landscape and memory. Nueva York: Harper Collins.
Sennett, R. (1994). Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. Madrid: Alianza Editorial.
Todorov, T. (2000). Los abusos de la memoria. Barcelona: Paidós.
Pía Montealagre es arquitecta, magister en desarrollo urbano y, desde 2013, editora de Bifurcaciones, Revista de Estudios Culturales Urbanos. E-mail: pia@bifurcaciones.cl.