Usualmente escucho a personas que dicen que vivir en Hong Kong debe ser una gran experiencia para un urbanista como yo. La mayoría de las veces les respondo que si, porque sé que se refieren a una idea de hiper-urbanidad, a pesar que no sea lo que más me interesa de lo que tengo alrededor en este lugar. Lo que no les menciono, y que probablemente sea lo que más sentido me hace entre mis observaciones personales, son los momentos de soledad y quietud en las noches de Hong Kong.
A pesar que estos instantes suceden bastante seguido, siempre quedo perplejo por ellos. Como la soledad es un sentimiento casi imposible de compartir, tomar fotos rápidas parece ser la única forma para intentar capturarla. Normalmente esas imágenes salen un poco borrosas y amarillentas, al mismo tiempo que van transformando a la ciudad en una estructura vacía de personas y vida, revelando su físico desnudo.
Veo a Hong-Kong como una gran paradoja. Por un lado, la ciudad es un caos poblado de mil y una cosas (y todas ellas brillan, vibran, traquetean y encandilan); pero por otro lado, sus habitantes no son urbanitas por naturaleza sino provincianos, atados a sus tradiciones, que viven en una de las ciudades más densas del mundo. Todo esto queda visible en las noches, en el silencio de sus calles.
Creo fue Jane Jacobs quien escribió sobre los sentimientos que se tienen en una gran ciudad, sabiendo que siempre habrá alguien despierto en algún lugar tocando el saxofón. Sin embargo, cuando camino tarde en la noche a mi casa acá en Hong Kong, es difícil pensar que alguien esté haciendo eso. De una manera casi inocente, la ciudad parece estar simplemente durmiendo y descansando hasta que el show de colores comienza al día siguiente.
En vez de estar marcadas por el ritmo pulsante de la vida urbana, las noches de Hong Kong son normalmente calmas, pero de una manera extraña, como si estuvieran forzadas por algo. Para mí, el alma de Hong Kong está triste; aun así, sus noches son extrañamente alegres. Durante el día, con toda su gente, las luces y el ruido, se escucha sólo una tenue voz de la ciudad. Sólo cuando duerme es posible escucharla, lo que no significa que siempre haya algo que oír. Aquello que en la noche puede parecer una esquina con cajas de cartón vacías apiladas, es durante el día un frenético puesto de frutas y verduras. No hay manera de saberlo.
Hong Kong es generalmente seguro y todo suele estar bajo control. A pesar que la oscuridad de la noche cambia el rostro de la ciudad, y muchas veces te encuentra caminando por sus calles en completa soledad, aun así te sientes seguro. A diferencia de Nueva York, Londres o Paris, en donde en algunas ocasiones acelerarías el paso para llegar pronto a tu casa y tratarías de alejarte de personas extrañas, en Hong Kong no sientes eso. Por alguna razón, la oscuridad y el vacío no asustan en Hong Kong. Sólo generan curiosidad por observar y maravillarse por esa sensación de que allí nada ocurre.
* Mika Savela es arquitecto y urbanista (Aalto University, Finlandia). Actualmente vive en Hong Kong, donde está cursando un programa de doctorado en la Chinese University of Hong Kong. Pueden ver su trabajo en http://www.mikasavela.com/