015
VER 2013

La villa y los territorios discursivos de la exclusión/

Imágenes sobre asentamientos irregulares en la Argentina del siglo 20

Cecilia Pascual

Artículo | Revista

Resumen

El presente ensayo analiza dos novelas situadas en territorios de segregación en el siglo XX en Argentina. "Villa Miseria también es América" y "Las colinas del hambre" son interrogadas con la idea de que se trata de dos arquetipos en las maneras de construir significantes y estrategias de visibilización. Se busca comprender y poner de manifiesto la construcción de imágenes llevada adelante por estas novelas para nombrar y significar la configuración de espacios de relegación. El propósito es definir los términos intervinientes en la fragua de una imagen que luego se cristalizó y comenzó a operar como imaginario urbano. El imaginario, que en la actualidad está vinculado a las villas o territorios de segregación, está alimentado por una serie de imágenes históricamente fraguadas que incluso adquirieron, según el momento, características prácticas y materialidades identificables en la trama urbana.

Palabras Claves

Argentina, ciudad, villa miseria, imaginario urbano, imágenes.

Abstract

This essay analyzes two novels about segregated areas in the twentieth century in Argentina. "Villa Miseria también es América" and "Las colinas del hambre" are interrogated with the idea that there are two archetypes in the villa miseria's images. It seeks to understand and demonstrate the construction of images carried out by these novels to name and signify the configuration of relegation spaces. The purpose is to define the terms involved in the forging of an image which is then crystallized and began to operate as urban imaginary. The imaginary, which is currently linked to the villages or territories of segregation, is powered by a series of images acquired, historically forged even as far materiality identifiable characteristics and practices in the urban space.

Keywords

Argentina, city, slum, urban imaginary, images.

1. Introducción

La villa como espacio de segregación socio residencial no constituye, como es elemental, un fenómeno particular de Argentina [1]. Los espacios de relegación, los cordones periféricos y los territorios de exclusión pueden rastrearse a través de continuos históricos espaciales disímiles. El capitalismo como sistema que moldea un paisaje urbano específico signado por la diferenciación, ha impreso una espacialidad fácilmente detectable en las ciudades (Lefebvre, 1969). Los patrones de desigualdad persistente pueden identificarse en territorialidades diversas y en contextos diferentes. La indagación alrededor de las morfologías definidas como espacios de segregación urbana en Latinoamérica es un tema explorado por distintas áreas de los estudios sociales (Portes, 1979; 1985; 1971; Ziccardi, 1984; 1983; Morse, 1965). En la Argentina, el proceso histórico de configuración de estos espacios y sus diferentes modalidades continúa siendo bastante oscuro. No obstante, predominan los análisis sobre las villas y asentamientos en clave contemporánea alimentados por una labor sistemática de campo (Cravino, 2006; 2008; Herzer, 2012). Resultaría sugestiva la exploración de los núcleos relacionales que conectan estas experiencias de espacialización con aquellas que podríamos identificar a partir del análisis histórico de su localización, crecimiento y devenir.

Jorge Francisco Liernur ha interrogado algunas de las huellas materiales que dan cuenta de la existencia de niveles de precariedad en las lógicas de habitabilidad y en los establecimientos irregulares en Buenos Aires entre 1870 y 1910. Como se señala en «La ciudad efímera», estos artefactos urbanos gozan de tal transitoriedad que resulta difícil rastrearlos en las documentaciones oficiales (Liernur y Silvestri 1993). La periferia como conjunto que se opone a la centralidad es reconocible a través del contraste por el silencio en la documentación o a través de otras textualidades que por algunas razones escogieron visibilizarla. La centralidad también es un esquema parcialmente construido textualmente y remite a lógicas más amplias en los procesos de espacialización (Rizo, 2005). En ocasiones, desde esa misma construcción imaginaria sobre el centro, aparecen elementos que pueden dar cuenta de los matices y los quiebres presentes en esa configuración.

Asimismo, particularmente en la dirección que se monta este ensayo, es interesante un reciente trabajo de Liernur (2009) alrededor del surgimiento en la trama comunicacional pública del término Villa Miseria. Allí, explora cómo a partir de la circulación de formatos semanales o diarios, escritos y con imágenes, la opinión pública y el sentido común se hicieron eco del uso de esta terminología. La aparición de este fenómeno es distinguido por Liernur en relación a los asentamientos y ranchadas existentes como fruto de disímiles circunstancias antes de mediados de la década de 1950. La vocación de ese trabajo implica poner de manifiesto cómo este término fue adquiriendo preeminencia en el orden de representaciones para nombrar y figurar aquella materialidad un tanto efímera que se tornaba cada vez más estructural, permanente, visible y visibilizada.

Este ensayo busca ahondar en los órdenes de representaciones, pero para establecer algunas continuidades o transformaciones en la intención de visibilizar la existencia del fenómeno de la Villa. Se inscribe en la lógica de los estudios culturales urbanos de base interdisciplinaria que tensionan distintos tipos documentales para construir relatos comprehensivos, en este caso, de un problema histórica y espacialmente situado. Se busca comprender y poner de manifiesto la construcción de imágenes llevada adelante por la narrativa para nombrar y significar la configuración de espacios de relegación en la Argentina del siglo XX (Lacarrieu, 2007) [2]. Los procesos de segregación se insertan y retroalimentan de cúmulos de sentido solapados, escondidos (Greene, 2008). Nombrar algo a partir de significantes que operan en un universo simbólico de separación (Lindón y Hiernaux, 2004) implica vincular aquello que se dice con un espacio de prácticas específicas (De Certau, 1995). Las periferias así como las centralidades interesa disponerlas en plural para destacar el carácter móvil, cambiante, difuso y con gran capacidad de significación que poseen sus manifestaciones fenomenológicas, como los regímenes de discursividad en que pueden identificarse (Lindón y Hiernaux, 2004). Interrogar las textualidades utilizadas para hacer ostensible la existencia de asentamientos irregulares en el territorio nacional es comenzar a pensar en el trazado de una genealogía de significantes. En sintonía, aparece fulgurante el fenómeno villa miseria en el universo de prácticas específicas que paulatinamente le dio forma a esta espacialidad, aunque no es la motivación de este trabajo abordarlas, sí lo es el identificarlas.

A diferencia de los señalamientos hechos por Liernur en relación a los rasgos diferenciales del fenómeno «Villa» (Liernur, 2009), aquí se persigue el objetivo de analizar una retórica simbólica utilizada para dar cuenta de la existencia de los asentamientos en plural. Se examina a instancias de definir los términos intervinientes en la fragua de una imagen que luego se cristalizó y comenzó a operar como imaginario urbano (Silva, 1992). El imaginario, que en la actualidad está vinculado a las villas o territorios de segregación, está alimentado por una serie de imágenes históricamente fraguadas que incluso adquirieron, según el momento, características prácticas y materialidades identificables en la trama urbana (Hiernaux, 2007). Una de las particularidades que se incorporó a este imaginario es el de la ciudad dual. La ciudad dual como arquetipo potente de definición del espacio urbano moderno está precisamente unido a la figuración del otro como elemento comunicante de ambos términos de la díada. La dualidad constituye una imagen profusamente interrogada, moldeada y recreada, y con gran capacidad para la construcción coherente de efectos de realidad en el discurso urbano (Hiernaux, 2007) que, en relación con los espacios de la «villa», adquiere cualidades especificas que retomo en este trabajo.

Los elementos interrogados en este trabajo ponen en relación dos elementos largamente analizados en los estudios culturales urbanos: literatura y ciudad (Morse, 1978; Rama, 1998; Marcel, 1994; Pesavento, 1995; Sarlo, 2003; Saíta, 2006; Heffes, 2008; Feal, 2005). La intención es construir una plataforma para comenzar a reflexionar sobre los modos en que la literatura forjó y se alimentó de significantes que excedían a la forma territorial para representarla. Los insumos involucrados en la pesquisa son dos: por un lado, una novela, Las Colinas del hambre de 1943 ambientada en el Rosario de 1938, escrita por una autora porteña Rosa Wernicke aunque radicada en la ciudad [3]. Por otro, la clásica novela analizada por diferentes autores (Liernur 2009, Gorelik, 2004; Camelli y Snitcofsky, 2012): Villa Miseria también es América de Bernardo Verbitsky de 1957 [4]. Ambos trabajos no habían sido puestos frente a frente antes, la idea es compararlos, remover sus entrañas y aislar los nudos que conectan ambas maneras de representar, mostrar o visibilizar los asentamientos precarios. Además, se establecerán algunas preocupaciones y motivaciones de orden particular que alimentan cada una de estas figuraciones pero siempre intentando poner a cada una de ellas en un sistema de espejos. Ambas imágenes situadas en asentamientos refieren a la existencia superflua y accesoria de los hombres que los engrosan.

Figura 1. Primera edición de Las Colinas del Hambre en 1943 y en 2009.

Figura 1. Primera edición de Las Colinas del Hambre en 1943 y en 2009.

Figura 2. Distintas ediciones de Villa Miseria también es América.

Figura 2. Distintas ediciones de Villa Miseria también es América.

Las palabras que se utilizan para hacer existir este fenómeno pueden asociarse con lo residual, lo supernumerario y el desecho. Los destinos espaciales de aquellos signados con este campo semántico específico son también iluminados por este mismo ejido de términos. Es decir que, de algún modo, aquí se quiere mostrar que las figuraciones insertas en campos semánticos vinculados a lo impuro, lo sucio, degradado, anormal, infame, blasfemo preceden a la configuración espacial que luego se formaliza en su informalidad latente. La materialidad asociada con los procesos de segregación mantiene una tensión «contaminante» con el universo de representaciones sobre los modos de habitar infames, los hombres pauperizados, los mundos simbólicos diferentes y ubicados en una comparación negativa. Asimismo, esta adscripción negativa en términos de dotación de sentido coincide históricamente con los espacios asignados como receptáculos de aquello connotado negativamente en la ciudad. En tanto, este trabajo intenta demostrar que no son solo elementos tangibles, excrecencias del obrar cotidiano de la urbe, sino también esquirlas de un potente imaginario urbano sobre los universos simbólicos de separación o periferias.

Invirtiendo el orden cronológico el primer apartado abordará la lectura de Villa miseria… dado que es una novela que ya ha sido interrogada por otros analistas. El segundo analizará Las colinas… La escritura del tercer apartado estará acompañada de la referencia a imágenes que, en otro orden de representación, visibilizaron algunos espacios de segregación. Estas imágenes también entrevén de una manera particular aquello que podríamos llamar «las periferias». Así, se ensayara una mirada tangencial sobre los iconos presentes en esas imágenes, sobre todo, vinculados a la construcción de unos relatos sobre la vida cotidiana en relación con la inmundicia y la desposesión.

2. La villa como excrecencia latinoamericana

Las estrategias de dotación de sentido que pueden definirse claramente en el texto de Verbitsky refieren a dos situaciones de vulnerabilidad y peligro: el incendio y el desalojo. El peligro de las llamas se ensambla con la certeza de la precariedad como norma de habitabilidad en los bajos de Buenos Aires:

«Los chicos se divierten mientras las lenguas de fuego vencen al humo y se elevan, indicando de alguna manera su victoria. Lo que aterraba a veces en ese lugar era la intuición de que allí no existía futuro, de que estaban en un inmóvil círculo del infierno» (Verbitsky, 1957:18).

El retraso en la llegada de los bomberos a la barriada evidencia el lugar que tenía en el espacio simbólico y concreto. El riesgo de la precariedad es retroalimentado por la imposibilidad de acceder a servicios básicos, como el agua corriente que, en particular, se aprovecharía para apagar el fuego. El problema de acceso a ese territorio tan próximo y tan distante a la vez, queda manifiesto en el retardo del cuerpo de bomberos una vez dada la alarma. La mirada sobre este sitio define la asimetría y el desorden como regla [5]. La villa es comparada con un tacho de basura: todo lo que pertenece al universo del desecho comparte familia semántica con ella; se le dice perrera, barrial, villa desolación: la condición humana se convierte en rehén de las chapas y los trapos hediondos. Los pasillos sinuosos, oscuros, embarrados son matizados por el paso cansado de los eventuales transeúntes, habitantes ubicados en un mundo sin tiempo, un espacio sin temporalidad (Hiernaux, 2007). La irregularidad se evidencia en la destrucción de la perspectiva por el amontonamiento; las calles están muertas antes de haber sido; el desorden y el desperdicio se confunden sin tregua:

«Las casillas sobresalían aquí irregularmente, hasta cerrar la perspectiva con el amontonamiento de sus aristas, como en un cuadro cubista. Para la geometría cubista es escueta y estricta y este aborto de calle con sus charcos, y sus desperdicios, embanderada de ropa tendida […] Más adelante el barrio esparcíase, chato pero abierto. Una casilla muy bien construida, con un porche interior que daba a la calle interna de la villa, tenía adelante un maloliente charco verdoso, es decir anterior a la última lluvia» (Verbitsky 1957:5).

Un oscuro y manchado paredón de una fábrica clausura hacia el oeste desde la villa la fulgurancia de la Capital: «Cuatro cirios negros, las chimeneas de las fábricas más próximas a la villa, marcaban un cuadrilátero irregular«. Allí, conviven en el mismo universo, la habitación desposeída y el mundo del trabajo. La villa es el relevo, desplazamiento o complemento de los conventillos que hasta entrado el peronismo eran poblados por los brazos que engrosaban los establecimientos industriales. El mundo de la producción: monótono, asfixiante en su línea de montaje, pero prometedor en términos de ascenso social, tiene como contracara el mundo de la reproducción infecto, insalubre, incómodo [6]. La existencia de este grupo habitacional aparece fenomenológicamente como oposición a una ciudad pujante y de oportunidades fraguada por el deseo que motorizó la migración de hombres, mujeres y niños desde sus provincias o países de origen hasta allí; a esa: «edificación enana de desechos inverosímiles». En esa definición se pone en jaque el estatuto de realidad de aquella situación vislumbrada como extraordinaria, pasajera, efímera. La denominación de Villa de Emergencia, elaborada por las instituciones estatales para situar el fenómeno, se relaciona con estas cualidades [7]. Remite a una vuelta al pasado donde el territorio estaba asediado por tendales de tolderías indias que amenazaban el estatuto civilizatorio y civilizador, revelando el carácter liliputiense, aunque amenazante, de su disposición [8]. Sus habitantes eran indios que se hendían en la carne de la modernizada Buenos Aires. La avenida General Paz opera como barrera henchida de técnica y eficiencia, con respecto a aquellos lugares laterales que paulatinamente fueron poblados por dispersos rancheríos, que para el momento en que se sitúa la novela, alcanzaron un nivel de formalización de importancia. Siempre se señala el contraste, la herida denigrante que significa aquella excrecencia en la trama urbana. Una nota alarmante de la prosa de Verbitsky es la certeza de que esas montañas de hacinamiento han venido para quedarse. La precariedad antes vinculada con la transitoriedad, como lo muestra por ejemplo el caso Villa Desocupación en la década de 1930 (Snitcofsky, 2013) ahora se revela como marca urbana, como efectos no planificados del vértigo planificador.

Figura 3. Villa Desocupación en la zona de Retiro Buenos Aires, década de 1930.

Figura 3. Villa Desocupación en la zona de Retiro Buenos Aires, década de 1930.

Frente al diagnóstico que apunta a la falta de sistema, narrativamente se introduce la idea de sorda regularidad de aparición de estos establecimientos en Buenos Aires. Esa corriente oscura mancillada por diferentes representaciones negativas a lo largo de toda su historia que configura el Riachuelo(Silvestri, 2004), es vinculada a la silenciosa concatenación de villas en el territorio. Abrazando aquellos rancheríos asociados al residuo industrial descriptos por Arlt (1996) de la Isla Maciel [9], liándose con el barrio de Flores de Liniers, atacando calle Rivadavia y apareciendo furtivamente incluso en el centro de la capital, en ese espacio que asume súbitamente su carácter público de la Plaza de Mayo mediante ranchos improvisados. Estos asentamientos, para Verbitsky, dan cuenta de un proceso de transformación social agudo en el país, algunos argumentos en clave germaniana [10]pueblan su mirada de novelista denunciante. Los significantes disponibles en el repertorio de acción para nombrar la novedad son compartidos en el juego intersubjetivo de la palabra, por agentes situados en diferentes espacios discursivos. El fenómeno inmigratorio tiene un régimen de proporcionalidad directa en su descripción del proceso de poblamiento de estos «barrios» populares. Funciona allí una comparación con la inmigración de mediados de siglo XX, en contraste con esta miserable, alimentada por los países limítrofes y provincias argentinas pauperizadas con historias de violencias y privaciones. La villa es el nuevo crisol de este siglo nutrido por aquellos desfavorecidos de la trama social sindicados con atributos negativos. Latinoamérica es descriptivamente territorializada en su negación sistemática.

Figura 4. Una villa miseria en Buenos Aires c.1960.

Figura 4. Una villa miseria en Buenos Aires c.1960.

Figura 5. Fotografía hecha por Sara Facio en ocasión de los funerales de Juan Domingo Perón 1974 en una Villa Miseria de Buenos Aires.

Figura 5. Fotografía hecha por Sara Facio en ocasión de los funerales de Juan Domingo Perón 1974 en una Villa Miseria de Buenos Aires.

Para Verbistky, es una herida que rememora el fracaso o la falacia de la integración. En este sentido, se traza una continuidad con los antecedentes de estas villas. La descripción apunta a rancheríos poblados por lúmpenes que no podían hallar trabajo en los contornos rurales. Esa población es descripta como inmoral e involucrada en actividades que resentían su condición humana. Dicha analogía advierte sobre la posibilidad de asociación de las nuevas villas con las adscripciones negativas de los rancheríos previos. Los asentamientos son nombrados con significantes que se desplazan de un área de segregación a otra. La migración y la afluencia de trabajadores bajo el peronismo habían transformado radicalmente la fisonomía urbana: en la novela se señala el surgimiento de barrios de «normal» apariencia que embellecieron la traza. No obstante, en consonancia, proliferaron «los oscuros remansos habitados por excedentes humanos que poblaron barrios de emergencia». La cualidad constructiva de la habitación es el signo material de ese proceso (Roldán, 2012): la casa de ladrillo autoconstruida o pagada por mensualidades enfrentada a la precariedad de la lata, el cartón y los trapos sucios. El carácter residual del material tuerce, según el autor, la cualidad habitable de un hogar, degradando a sus habitantes de manera transitiva. Las metáforas naturales para significar el crecimiento de los asentamientos son permanentes. Se describe como una «floración permanente, fulminante de un barrio nuevo que parecía nacer viejo y envilecido»vinculado con un espacio degradado, frágil e inseguro. Las analogías son reiteradas en boca de un habitante de la villa: «La ciudad se le aparecía bajo diferentes imágenes pero todas amenazadoras. La sentía junto al rancherío como un gran nublado que amenaza tempestad, que en una sola de sus ráfagas podía dispersar todas las viviendas o como un enorme elefante que con sólo mover una de sus patas aplasta un hormiguero» (Verbitsky, 1957:20).

3. Colinas del hambre y escoria. Arquetipo de la dualidad metropolitana [11]

La idea del sur como espacio que confronta la centralidad citadina es en Rosario, como en muchas ciudades, una nota preponderante. Recostada sobre la ribera del Paraná, la ciudad es extensa pero conserva tanto simbólica como materialmente, una asimilación de su existencia a aquello encorsetado dentro de sus bulevares de ronda. La ribera hacia el sur ha estado históricamente afectada por la intensa actividad portuaria, clausurando casi por completo la perspectiva al río. Las barrancas y zonas aledañas se caracterizan por la dispersión en términos poblacionales. Estos espacios estructurados a partir de la lógica de la producción y de los sucesivos desplazamientos de los establecimientos considerados insalubres desde las áreas centrales, signaron una tipología poblacional relacionada con los habitantes de menores recursos. Wernicke asocia el zoning de la Ciudad de Buenos Aires y la carga simbólica sobre, por ejemplo, San Cristóbal Sur o las descripciones de Mario Bravo en La ciudad Libre, a Rosario [12](Gorelik, 1998; 2004). Con esto no quiere señalarse que la sindicación negativa del área sur de Rosario sea una mera transcripción del caso porteño. Las analogías en los procesos de espacialización de ambas ciudades existen con algunos desplazamientos. Antes bien, interesa resaltar el cúmulo de significantes comunes presentes en la crónica, las memorias públicas de las municipalidades, los médicos higienistas y los encargados de trazar planos urbanos y las intervenciones hechas desde segmentos políticos que circularon para construir algunos atributos comunes en torno a la idea de periferia o espacio alejado del área central. Además, el carácter unívoco del Sur como espacio vinculado a las externalidades negativas sólo puede rastrearse a partir de 1920; antes, las cualidades del espacio albergaban otras características (Roldán, 2012a).

Figura 6. Vista panorámica de la barriada y sus adyacencias, Ayolas al Sur Rosario, argentina (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Figura 6. Vista panorámica de la barriada y sus adyacencias, Ayolas al Sur Rosario, argentina (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Asimismo, la regularidad del centro sólo es rasgada por la figura de la mendicidad, que tiene un carácter transitorio; no se da cuenta de aquellas incrustaciones periféricas que una y otra vez aparecen como reclamo en los documentos recibidos por el municipio. No obstante, Wernicke homogeneiza esa cualidad negativa y la regularidad fulgurante del centro con el fin de otorgar más fuerza a su denuncia y a su visibilización. Las colinas del hambre ensaya un quiebre de ese horizonte de representación, pero ingresando desde la centralidad. Accede a los espacios alejados del centro a partir de la figura de la mendicidad que poblaba las calles de Rosario, fundamentalmente en los momentos de crisis(Roldán, 2012a). Situando el relato a finales de los años de 1930, el mendigo es el apéndice malformado que habita en las arcadas de los edificios públicos e interrumpe el ritmo de la ciudad moderna, imponiendo a su postal una miscelánea defectuosa, quebrada y detestable. La autora, que en toda su novela enfatiza el carácter urbano dual de Rosario en término de sus espacializaciones, en esta primera imagen, detecta la dualidad esquizofrénica en el corazón del centro. La mendicidad es utilizada como recurso para dar cuenta de un proceso incipiente de metropolinización en la Rosario de entreguerras. La indiferencia, la relación despectiva de los habituales transeúntes del centro con estos estandartes de la miseria, evidencian la homogeneización simbólica que pesa sobre el horizonte de representación del centro en la urbe. Del hombre apostado en los dinteles desplaza el eje hacia el ciruja, aquel ocupado en tirar un carro y recolectar todo lo que considere de utilidad para reutilizar o vender a cambio de unas monedas. Este personaje carga con los atributos negativos asignados al mendigo, pero su carácter es más invisible, más evanescente. Su figura sólo bordea las calles centrales y desaparece con su carro de escoria tomando el camino hacia el sur. Esta silueta contiene el esbozo de una precariedad que se acentúa progresivamente cuanto más se aleja del centro. El itinerario de este hombre está cargado con la idea de lentitud en contraste con la velocidad de la urbe «moderna»; su vehículo esta hecho de la precaria materia prima rescatada de los desperdicios; su silueta se pierde tras los árboles de una gran avenida que esconden, según la autora, los caminos ruinosos que llevan al vaciadero municipal de residuos. En la novela, se manifiesta la vocación de visibilizar la podredumbre, la excrecencia de la ciudad [13]. Pone de relieve la existencia de otra ciudad signada por características opuestas que plantean una segregación de hecho y un proceso de marginación de aquellas poblaciones. Para ello construye diferentes figuras que encarnan personajes y los carga de atributos que, por un lado, provienen de afuera y, por el otro, se autonomizan del contexto posible de enunciación, para adquirir un carácter más ontológico. El paso del hombre que tira el carro se acelera conforme va entrando en su universo de habitación:

«El ciruja caminaba lo más rápidamente que podía, hacia su mundo escondido allá al otro lado del puente del ferrocarril Rosario a Puerto Belgrano. Primero el asfalto: Urquiza, Córdoba, Maipú, Av. Pellegrini, luego el adoquinado: Necochea, Ayolas, esmeralda, Beruti, Convención y finalmente vendría el callejón sin pavimentar hacia el vaciadero» (Wernicke, 1943:11).

Esa ciudad es la de la vergüenza; es el pulmón enfermo que se esconde, arrinconado, oculto y despreciado al sur. La metáfora de la enfermedad remite a la figura de un habitante herido de muerte por la tuberculosis.Dolencia que evidencia, dentro de los significantes de la época, el carácter degradado de su habitación y la relación con los sanos.

Figura 6. Hogar precario de un ciruja en el barrio de la Tablada, Rosario, Argentina (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Figura 6. Hogar precario de un ciruja en el barrio de la Tablada, Rosario, Argentina (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

El barrio de los mataderos, el vaciadero, las paterías y jabonerías, está habitado por criaturas miserables y huérfanas. Asimilado al carácter contagioso y liminar de esa enfermedad vergonzante. El vaciadero, espacio concesionado por el municipio para su explotación, es un foco crítico, que en su figuración, contamina la concepción de aquellos que viven aledañamente. La autora lo ubica como un lugar de miasmas y de criaturas bacilosas; de hambre y de seres explotados. Concepciones del higienismo miasmático están religadas con otras que provienen de la bacteriología, así como ideas que remiten a la explotación del hombre por el hombre del sistema capitalista. Las atribuciones de sentido son una melange que repone el carácter confuso aunque siempre negativo con que se nombra esta espacialidad. El mundo del vaciadero es connotado como miserable y extraño. La miseria que lo circunda es datada como antigua, es decir que la autora plantea que dicho espacio de degradación contemporáneo se montó sobre una historicidad de connotación pestilente «[…] la miseria es tan profunda, tan desoladora y trágica que sus raíces parecen proceder del mismo centro de la tierra». Una serie de composiciones caracterizan a este sitio como feo, triste y desamparado: en primer lugar, se enfatiza la pesadez olfativa dulzona, repugnante y agresiva de todos los establecimientos, incluido el vaciadero, que llenaban diariamente el ambiente de olores pestíferos.

Figura 8. Sección destinada a los huesos en el vaciadero de residuos, Rosario, Argentina (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Figura 8. Sección destinada a los huesos en el vaciadero de residuos, Rosario, Argentina (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Pero ese olor, asociado con la condición miserable, obviamente remite al carácter contaminado del espacio; pero la cualidad contaminante se adscribe a los cuerpos de estómagos vacíos, vestidos con harapos que lo habitan.

«En la covacha quedaba un tufo caliente con vahos de repugnante pestilencia. Era ese tufo que se desprende de la suciedad acumulada por el hombre y al cual no puede equipararse ni el de las bestias ni el de ninguna otra cosa del mundo, pues en aquel el denso olor de la miseria fermenta en infinitas emanaciones cálidas y dulzonas, penetrantes y agudas hasta la sofocación. Olor de cuerpo sucio, de ropa desaseada, de sudores renovados, de restos diversos de comida y otras mil porquerías salían de allí en intensas vaharadas» (Wernicke, 1943:19).

Figura 9. Rancherío del barrio de la Tablada, Rosario, Argentina (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Figura 9. Rancherío del barrio de la Tablada, Rosario, Argentina (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Como en Villa Miseria…, la caracterización primaria del barrio remite a, por un lado, esa trama olfativa de la segregación (Corbin, 1987) [14], pero por otro, Wernicke acude a la imagen de la lluvia cayendo sobre el terreno para dejar en evidencia el principio de desorganización que lo gobierna. La interrupción del cotidiano mediante una tormenta o lluvia contundente muestra la inviabilidad de esos terrenos bajos, donde se amontonaban los rancheríos de lata que albergaban largas proles. Los pozos llenos de agua e inmundicia son evocados en relación a una memoria sobre pasados remotos, donde el asfalto simplemente no existía. Los callejones que operan como caminos destripan la barriada en diferentes direcciones. En la novela, esas direcciones confusas son adscritas a lo desconocido, un límite es la barranca pero en la otra dirección, suroeste, aquellos simulacros de caminos serpentean lejanamente. Aquello irregular tiene un fondo de inconmensurabilidad notado por Wernicke en varias ocasiones del texto. Los terrenos de la barriada, propiedad del ferrocarril, son situados en un margen de caducidad que se relaciona con el carácter precario de la construcción habitacional, casi exclusivamente deudora del desecho. Los materiales no solo son precarios y sencillos sino que la autora, al vincularlo estrictamente a labor llevada adelante en el vaciadero, le imprime un carácter sucio, maloliente e indigno.

Figura 10. Precariedad infraestructural del barrio del Vaciadero, Rosario, Argentina (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Figura 10. Precariedad infraestructural del barrio del Vaciadero, Rosario, Argentina (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

El universo de prácticas individuales que usualmente permiten vincular el desaseo y la contaminación al recinto doméstico, en la definición de Wernicke, preexisten al reducto de la casa familiar. Provienen de ese espacio liminar de la desidia, del vaciadero como eje central, los mataderos y todos los establecimientos insalubres del área.

La autora construye una especie de anatomía espacial centrada en el funcionamiento del Matadero. Este establecimiento era el más consolidado ya que su localización data del último cuarto del siglo XIX. El matadero es el arquetipo simbólico y concreto del universo de putrefacción que se adscribe al barrio, que en muchas ocasiones se nombra de esa manera. Las cañerías que salen de dicho establecimiento desaguaban sus aguas pútridas en una laguna que impregnaba el ambiente con sus efluvios; las canaletas aunaban el horror de la sangre de la matanza con los restos de animal no utilizados. Hermanados en horror y continuidad, donde había estado localizada la vieja curtiembre, estaba el vaciadero y un criadero de cerdos con condiciones de higiene dudosas que completaban el espectáculo.

Figura 11. Criadero de cerdos alimentados con los residuos del vaciadero, Rosario, Argentina (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Figura 11. Criadero de cerdos alimentados con los residuos del vaciadero, Rosario, Argentina (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

La figura del concesionario del vaciadero es ubicada como promotora de aquel oficio insalubre que implicaba a los pobladores estar inmersos en la inmundicia para seleccionar artículos que luego se vendían al peso. Este personaje figura como nexo entre este espacio y la «ciudad real». Su labor en el barrio, para la autora, es el testimonio de la ratificación del desorden funcional por parte del municipio, empeñado en retrasar la construcción de hornos incineradores, que significarían un vuelco en la relación establecida por el concesionario y la barriada.

En Las Colinas… dos grupos poblacionales reciben una atención privilegiada: los niños y las mujeres.

Figura 12. Mujer y niños posando en el barrio del vaciadero Rosario, Argentina (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Figura 12. Mujer y niños posando en el barrio del vaciadero Rosario, Argentina (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

En Verbitsky la presencia de los niños funciona en un registro similar al escogido por Wernicke: los niños están sometidos a una lógica de vulnerabilidad y vicio que condiciona el desarrollo de aptitudes que conduzcan al mejoramiento de sus actuales privaciones y horizontes. En el caso de las mujeres, Wernicke construye un diagnóstico diferente en términos de comparación con el de Villa Miseria… Las mujeres son leídas desde la situación de ultraje y dominación sostenido por los varones de la familia y ajenos a ella. Ellas componen la estructura de sostén cotidiano del orden familiar y gastan su vida en quehaceres cruzados por las relaciones violentas y de sumisión. La autora se detiene particularmente en la asociación entre condición pauperizada de la barriada en general, con el ejercicio de la prostitución. Considera que esta práctica es ejercida por niñas y mujeres desde edades muy tempranas para satisfacer tanto a los hombres de la barriada como a los forasteros que vienen en su busca. Las mujeres se ven envejecidas desde la pubertad, sucias, exentas de cualquier tipo de coquetería, señala la autora. El ambiente corrompido clausura el horizonte de futuro y moldea los cuerpos asimilándolos a su fisonomía. La prostituta explotada por su propio marido, vieja sifilítica y soez, es el prototipo de esta metamorfosis y asociación al tríptico: espacio degradado/corporeidad enferma/conciencia torcida.

4. Imágenes de la desdicha. Imaginario de la segregación. Asentamiento y villa miseria

Las fotografías son capturas torcidas. Mediante la ficción mimética que convoca el ojo mecánico, se conjuran las textualidades de un registro que muchas veces permanece oculto (Sontag, 2005). Los elementos que aparecen en esas captaciones muchas veces están relacionados con contextos de enunciación elaborados en otros lugares. Encorsetar personas, situaciones y espacios en una fotografía implica un proceso de cosificación que habilita su comercio simbólico. Es decir que la ubicuidad de lo «real» puede transmutarse en inmovilidad que habilite su utilización como muestra, como ilustración y/o como testimonio. Se han seleccionado algunas imágenes que resultan operativas para observar con mayor detalle esta cualidad además de las utilizadas en los anteriores parágrafos. Asimismo, permiten vincular los registros textuales identificados en las novelas trabajadas, alrededor de los espacios de segregación y desde una mirada diferente, aunque no del todo autónoma del registro narrativo. No se trata de pensar en las imágenes incluidas como parte de una serie de la que puede rastrearse su intencionalidad directa o la marca del fotógrafo, tema que constituye un análisis profundo en sí mismo. Sino que la idea es mostrar que muchas de las imágenes fraguadas por la escritura operan en la captura del ojo mecánico realizada por aquel que toma la foto.

En primer lugar (figura 13) tenemos una foto de un patio de conventillo hacia la mitad de 1900 de la ciudad de Buenos Aires, donde se toma las pertenencias de una familia en ocasión de un desalojo por mora en el pago del alquiler.

Figura 13. Patio de un conventillo calle Independencia Buenos Aires. Desalojo de Una familia pobre, 1905 (Archivo General de la Nación Dpto. Doc. Fotográficos. Buenos Aires. Argentina.

Figura 13. Patio de un conventillo calle Independencia Buenos Aires. Desalojo de Una familia pobre, 1905 (Archivo General de la Nación Dpto. Doc. Fotográficos. Buenos Aires. Argentina.

La composición muestra la precariedad de los muebles y trastos en medio de la desolación de ese patio, donde sólo aparece una niña con el rostro desdibujado por el movimiento y un niño atrás de los bártulos de mudanza. La captura muestra el carácter de incrustación que significó la figura del conventillo en las áreas centrales de la ciudad. Puede verse los altos de casas aledañas y, al final del pasillo, una instantánea oscura de la calle que se pierde frente al ángulo del disparador. La condición material pauperizada es la nota preponderante en la imagen: los pisos quebrados y los techos recapados con chapa. El interior es un territorio donde el ojo no puede penetrar. Todo es el espacio colectivo y la imagen de la violencia del desalojo. También, al filo del comienzo del siglo veinte, otra imagen (figura 14) muestra esta vez el interior de una vivienda popular de connotaciones muy pauperizadas.

Figura 14. Aspecto del interior de viviendas populares (Archivo General de la Nación Dpto. Doc. Fotográficos. Buenos Aires. Argentina).

Figura 14. Aspecto del interior de viviendas populares (Archivo General de la Nación Dpto. Doc. Fotográficos. Buenos Aires. Argentina).

El traperío, el alambre y la chapa son los protagonistas de la escena, junto a los hombres y niños. En lo que aparece en segundo plano se vislumbra el interior de un comedor/cocina que coincide con aquellos observados por Wernicke o incluso Verbitsky en sus narraciones. La captura parece edificar un escenario que calibra la humanidad de sus habitantes con los trapos sucios y la chapa que compone la vivienda. El arrabal es individual, el rancherío se amalgama con el hábito y la destitución localizada en personajes concretos. No es una panorámica, es una instantánea que quiere mostrar la cotidianeidad que la captura fotográfica no le permite asir. Otra imagen (figura 15) es la de un rancherío a principios de siglo veinte en las barrancas del Rio Paraná en Rosario.

Figura 16. La Barriada: Ayolas y el río Paraná, 1938 (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Figura 15. La Barriada: Ayolas y el río Paraná, 1938 (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Allí la muestra se orienta a captar el carácter transitorio de esta espacialidad en un área difusa y connotada peligrosamente, como es el borde del curso de agua. Allí es evidente el tono semirural de la composición, vinculado con la precaria materialidad de las viviendas. En esa imagen sólo hay animales, el paisaje no incluye a sus moradores. No está marcado con el ritmo del trabajo o quehacer cotidiano; sólo queda desnuda la precariedad y el desamparo. También de Rosario, de la zona ubicada al sur, donde Wernicke sitúa su novela, tenemos por un lado (figura 16) una panorámica de un sector del barrio donde se ven claramente los tubos de almacenamiento de inflamables, un criadero de cerdos destartalado, la vías del ferrocarril, un molino y, a lo lejos, se vislumbra la marcha de pequeños habitantes y perros rumbo al vaciadero.

Figura 16. La Barriada: Ayolas y el río Paraná, 1938 (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín)

Figura 16. La Barriada: Ayolas y el río Paraná, 1938 (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín)

Allí los íconos de la marcha productiva están dispersos en montañas de escoria. Sobre los rieles que están en funcionamiento, se dispersan las casas precarias en torno al mundo del trabajo, que esconden, evitando un oxímoron rápido, los residuos explotados por el concesionario.

Luego otras dos imágenes (figuras 17 y 18) permiten el retrato de la labor cotidiana en la clasificación de las excrecencias urbanas.

Figura 17. Niños ocupados en la selección de basuras 1938 (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Figura 17. Niños ocupados en la selección de basuras 1938 (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Figura 18. Niños descansando de la labor de selección de residuos 1938 (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Figura 18. Niños descansando de la labor de selección de residuos 1938 (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

El paisaje luce desierto. Sólo niños con palos hurgan en la basura mientras posan para la cámara. El rancherío parece inmóvil. En la otra, niños descansan de la labor alimentándose de los desperdicios comestibles.

Finalizando la secuencia la cámara se vuelve retrato costumbrista (figura 19) y capta a una familia de la barriada en su entorno cotidiano, solo quebrado por la falsa banalidad que la fotografía propone para el ojo que observa.

Figura 19. Retrato familiar de sectores populares en la barriada 1938 (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Figura 19. Retrato familiar de sectores populares en la barriada 1938 (Archivo del Honorable Concejo Deliberante de Rosario, Biblioteca San Martín).

Los detalles de las chapas superpuestas para fraguar el hogar se vuelven simétricos con la rigidez de la escena, que pone a los personajes quietos, abstraídos de la condición que el retrato se empeña en comunicar. Todas las imágenes funcionan en la figuración de dualidad sobre la que se construyeron las primeras atribuciones de sentido sobre los asentamientos primero, y las villas después. Retratan la precariedad y el desorden como eje. Diluyen a los humanos en la espacialidad diferencial, torcida y exótica.

5. Conclusiones: fotogramas de la dualidad

En 1958 David José Kohon un guionista y cineasta argentino dio a conocer un corto llamado Buenos Aires. Como Señaló Gorelik (2004) este producto constituye, junto con la novela de Verbitsky, la entrada a la ciudad por medio de la figuración de la Villa. El fenómeno de la dualidad en el retrato de este dispositivo urbano con respecto a la febril modernización metropolitana, también está abordado. Todo el film trabaja con imágenes en movimiento acompañadas por tonos de música que suenan acelerados cuando se capta el ritmo metropolitano de Buenos Aires, y se aletargan cuando llega a los territorios de exclusión. Como plantea Gorelik, en la película, el conflicto de la dualidad aparece en la trama narrativa, es decir se organiza a partir de ella. En Verbitsky, la ciudad moderna es un pivote sobre el que apuntalar esa existencia exótica, excrecencia latinoamericana en el corazón de la gran ciudad. Como en Wernicke, los fotogramas de Kohon se plasman sobre la existencia narrada de esas dos «realidades» que en conjunto construyen el dilema urbano moderno en estas latitudes. Según el presente ensayo la entrada para pensar la dualidad en las ciudades argentinas con hincapié en los territorios segregados es Las Colinas del hambre. Allí hay una intuición profunda en la representación de las dos ciudades que, veinte años después, constituiría una figuración constante y de amplia circulación en la literatura y los medios gráficos, instalándose paulatinamente en el registro del sentido común. El corto de Kohon da la impresión de fotogramas que, por 12 minutos, solapan, amontonan e integran imágenes más o menos dispersas sobre los territorios segregados, y el circuito de retroalimentación profundo a que deben su existencia. «La ciudad de los felices», como retrató Wernicke a los sectores centrales de la Rosario de 1930, es ahora evocada bajo la lente de la neurosis metropolitana. Y los desechos de los que vivían los habitantes de la barriada del vaciadero se trasmutaron, en la obra de Kohon, en los brazos que marcan el tempo del peristaltismo de Buenos Aires a fines de la década de 1950.

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Recibido el 15 de noviembre de 2013, aprobado el 15 de diciembre de 2013.

Cecilia Pascual, Becaria de formación doctoral del CONICET, Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. E-mail: cecipascual@hotmail.com

[1] La Villa en Argentina es un fenómeno inscripto en procesos estructurales de segregación metropolitana que recibieron distintas denominaciones en lugares diferentes (arrabal, shanty-town, población callampa, barriada, campamento, slum, etc.) En Argentina, como se hace referencia en el trabajo el término cobró circulación en los medios de comunicación hacia 1960, aunque su existencia como formación territorial tenga raíces más antiguas. Se hace referencia a espacios sitos generalmente en grandes centros metropolitanos, en ocasiones en terrenos abandonados, usurpados o de propiedad fiscal con una población cuya composición es predominantemente trabajadora o desempleada. Una de las cualidades más salientes asignadas a estos espacios es la destitución material y moral de sus habitantes.

[2] Se comprende el concepto de imagen en función de la definición apuntada por Mónica Lacarrieu (2007:49) donde señala que se trata de «Una representación mental global» y «Construcciones espaciales, culturales y social, parciales, simplificadas y distorsionadas».

[3] Esta novela está ambientada en un barrio al sur de la ciudad de Rosario. La escritora además desempeñaba el oficio de periodista. La narración es fruto de una temporada de permanencia en la barriada donde recogió testimonios sobre las condiciones materiales de vida de los habitantes y fotografías sobre las que Julio Vanzo, reconocido pintor vinculado con Antonio Berni y Emilio Pettoruti, realizó varios grabados incluidos en la primera edición de la novela por la editorial Claridad. Ver: Roldán, Pascual, Morales (2012).

[4] Esta novela es resultado de una reformulación de una investigación iniciada por el escritor y periodista Eduardo Blaustein en 1953 como parte de su trabajo en Noticias Gráficas (primer diario vespertino argentino en incluir doble página ilustrada en 1931, además en sus talleres se imprimía el diario Clarín). Blaustein tituló Villa miseria también es América al resultado de dicha investigación inspirado en la obra de Langston Hughes Yo también soy América; ver Liernur (2009).

[5] El diagnóstico sobre la existencia de las excrecencias a partir de la idea de aglomeración bonaerense, es formulado por un urbanista en 1927: Carlos María Della Paolera. Es interesante esta referencia en función de que un argumento construido desde un campo disciplinar en su proceso de consolidación forja potentes imágenes sobre la periferia como elemento patógeno de la trama metropolitana que habilita la intervención urbanística: «Es muy posible que la forma más eficaz de hacer propaganda en favor de la realización del Plan regulador de la aglomeración bonaerense, fuese la de proyectar en los grandes cinematógrafos centrales una serie de cintas tomadas en esos barrios malsanos, fangosos, que no conocen ni el verde de los yuyos y en los que en medio de esas densas humaredas se albergan, en tolderías de lata y materiales viejos, grandes colmenas humanas instaladas en las puertas mismas de la capital», en Della Paolera, Carlos María El Plan Regulador de la Aglomeración bonaerense, La Razón 11 y 18 de marzo de 1927.

[6] La construcción de este arquetipo dual entre el mundo de la fábrica y el espacio de reproducción de la fuerza de trabajo fue por primera vez identificado en 1845 por Engels  (1976) en La situación de la Clase obrera en Inglaterra. Ver ( Marcus, 1974; Wagener, 2013).

[7] La denominación Villa de Emergencia está relacionada con el plan de erradicación llevado adelante por la Comisión Nacional de la Vivienda en 1956.

[8] La analogía discursiva con los asentamientos indígenas es una relación recurrente. Se reproduce un extracto de una publicación de Rosario donde los habitantes del norte argentino son puestos en relación con los obreros de la fábrica de Refíneria de Azúcar (los énfasis me pertenecen): ««Excursión por el barrio Refinería», Recorrer el barrio Refinería es llenarse el alma de tristeza. Su pobreza i desolación predispone el ánimo al tedio. Desolado i triste, viejo i pobre, su panorama apaga toda espiritualidad, adormece todo entusiasmo, amodorra el corazón i el alma sumiendo al hombre en una enervante laxitud moral. No sabemos porque, al visitar esta pobre sección, que podríamos llamarle la Cenicienta de la ciudad, se nos antojaba estar en Humahuaca, esa aldea centenaria enclavada en las montañas de nuestras fronteras con Bolivia. Sus calles angostas i quebradas; sus ciénagas malolientes, sus huecos convertidos en depósitos de residuos, sus caserones arrumbados i carcomidos, son idénticos a los que alguna vez hemos visto en Humahuaca. Pero peor aún es la Refinería. En Humahuaca hai miseria pero no hai conventillos que constituyen la roña del progreso civilizador moderno; en Humahuaca donde todavía se vive la vida colonial no se conocen esas piezuchas, criaderos de microbios, focos de infección, generadores de la muerte. Allá, se vive en pleno aire, sobre las montañas, acariciando el cielo, a 800 metros sobre el nivel del mar. En Humahuaca no entrado el progreso fabril. Por eso no se trituran hombres entre engranajes y poleas como en la Refinería. Se vive la vida colonial. Humahuaca es la región de las piedras, piedras duras de tamaño inmenso, la Refinería, la fábrica de azúcar, es el establecimiento de los hombres duros, que no sienten ni piensan nada, porque tienen una piedra en el lugar del corazón. Los humahuaqueños viven mal pero no trabajan; vejetan sin producir nada en los riescos de las montañas, tras sus cabras; los refineros comen mal, viven peor, trabajan mucho i producen, producen el enriquecimiento de los que no hacen nada más que una cosa; impedir la civilización del barrio. El barrio Refinería es uno de los más atrasados i pobres por causa de la fábrica misma(…)» El Nativo. Quincenario antiimperialista. Rosario, 13/10/1928. (La ortografía corresponde al original).

[9] «[…]Y por donde se mira en torno de esas veinte grúas, enfiladas como condenados a muerte, o patíbulos, no se contempla otra realidad que la paralización de la vida. En los carriles, las ruedas parecen petrificadas sobre sus ejes; bajo las bóvedas de sus cuerpos piramidales han construido refugio los desocupados y los vagos, y secándose al sol, colgadas de sogas, se mueven las ropas recientemente lavadas. Mientras tomo apuntes, por allí sale de debajo de una grúa un criollo ciego, con bigotes blancos. Un cocinero de una chata, a gritos despierta a un vago para ofrecerle de una fuente las sobras de una tallarinada, y únicamente mirando hacia el puente, o hacia el agua, o a los bares de la vida se olvida uno de este espectáculo siniestro, que encarnan los veinte brazos, enguirnaldados de cadenas hollinosas, enrejando el cielo de un azul cobalto, entre la desgarrada forma de sus dobles[…]», Grúas abandonadas en la Isla Maciel, de Roberto Arlt (1996).

[10] Gino Germani participa en 1959 de un Seminario sobre los problemas de urbanización en América Latina en Santiago de Chile organizado por la CEPAL, la ONU, la UNESCO y con colaboración de la OIT y la OEA. Allí se presentan una serie de documentos compilados por Philip Hauser en un libro titulado, La urbanización en América Latina. Germani presenta un estudio fruto de un trabajo de encuestas realizado en un barrio obrero de Bueno Aires: La isla Maciel (mismo territorio donde Arlt describía los residuos del mundo industrial). Allí desarrolla las ideas que circularán con gran potencia, incluso en trabajos académicos posteriores, de la confluencia de las migraciones internas durante el peronismo y el engrosamiento de los sectores pauperizados en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Su perspectiva cercana a las ideas ecológicas de la Escuela de Chicago forman el corpus argumental de ese trabajo. Las caracterizaciones acerca de la precariedad de la vivienda observada en la «villa» donde se condujo la investigación se vincula con la imposibilidad de sostener una regularidad en el orden familiar.

[11] Todas las fotografías que pertenecen al fondo documental del archivo del Concejo Deliberante de Rosario corresponden a una recopilación efectuada en función de la presentación de la situación de la vivienda popular en el Congreso panamericano de la vivienda popular realizado en Buenos Aires en 1939.

[12] Mario Bravo, diputado socialista porteño, señalaba en La ciudad libre: «Tenemos una ciudad seccionada en dos partes, la ciudad del norte y la ciudad del sur; la ciudad de los barrios ricos y la de los barrios pobres; las calles bien iluminadas y las calles sin luz; la ciudad higiénica y la que recibe tardíamente los beneficios de la limpieza pública […] barrios asegurados contra el avance de las aguas y barrios donde la población debe aglomerarse en casuchas miserables y conventillos horribles».

[13] La escritora permanece una temporada viviendo en aquel territorio. Toma notas y fotografías; hace entrevistas que luego sirvieron para delinear los rasgos más salientes de los personajes que construye en su novela.

[14] Aquella trama olfativa de la segregación mencionada y caracterizada por el historiador Alain Corbin puede vincularse con los recursos a la espacialización observados durante la epidemia en Rosario en 1886/7 que analizo en otro trabajo.