Resumen
Publicado originalmente en Revista APORTES, no. 18 (1970).
Las imágenes que acompañan este artículo fueron cedidas por la Fundación Ph15, ONG de fotografía participativa que trabaja con jóvenes vulnerables en Buenos Aires.
1. Introducción
Las grandes masas desposeídas, que en número cada vez mayor se concentran en anillos de precarias viviendas alrededor de las capitales de América Latina y de otros países del Tercer Mundo, han llamado poderosamente la atención de científicos sociales, ideólogos e intelectuales en general como uno de los grupos humanos claves dentro de la problemática del desarrollo.
Desde diversos ángulos se ha tratado de dar respuesta a estas preguntas: ¿quiénes son, cómo viven y qué metas poseen estos hombres y mujeres atrapados en los últimos niveles de la escala social? Sostendremos aquí, sin embargo, que la mayoría de estos esfuerzos han carecido de una base suficientemente firma de contacto con la realidad de estos grupos y tienden, por tanto, a ofrecer una imagen inadecuada de la dinámica real de vida en los barrios marginados.
Durante aproximadamente un año hemos conducido un estudio sobre diversas características psicosociales de habitantes de zonas marginadas o «poblaciones» en el área metropolitana de Santiago de Chile. Durante ese tiempo hemos utilizado y hemos debido descartar sucesivamente las tres teorías principales que se han elaborado sobre las mismas. En este artículo tratamos de ofrecer una breve descripción de cada una de ellas y una explicación de las razones que nos llevaron a rechazarlas.
Las tres teorías a las que nos referiremos son: la de la subcultura de la miseria, la de la potencialidad revolucionaria, y la de marginalidad.
Antes de comenzar una descripción detallada de estas tres orientaciones es necesario definir claramente el universo al cual nos vamos a referir, o sea precisar cuáles son los grupos o sectores marginados.
Grupos marginados son aquellos formados por individuos de muy bajo nivel educacional –generalmente no más allá de la educación primaria- y que desempeñan ocupaciones manuales y pobremente remuneradas, en general de obrero semicalifcado, obrero no calificado o servicios menores [1], existiendo también una alta tasa de desempleo. Muchos, aunque no todos sus miembros, nacieron fuera de la gran ciudad y llegaron a ella desde zonas rurales y pequeñas ciudades con la ambición de mejorar su nivel de vida [2].
Sin embargo, la característica más observable de los grupos marginados es su homogeneidad ecológica que hace que sus viviendas se agrupen de manera compacta formando claras unidades habitacionales. De estas unidades existen dos tipos principales: 1) las áreas centrales urbanas en proceso de deterioro donde personas o familias enteras viven en piezas arrendadas; 2) las poblaciones periféricas surgidas de construcciones espontáneas e ilegales, o de tomas de terrenos efectuadas ya por grupos o comités organizados, ya por iniciativa gubernamental orientada hacia la construcción de viviendas mínimas.
Los habitantes de poblaciones marginadas padecen una larga serie de problemas, tales como el desempleo, la inestabilidad familiar, la delincuencia, etc. Sin embargo, su miseria y sus problemas no se padecen en forma totalmente individua ya que es evidente la similitud de la situación de cada poblador con sus vecinos. De este modo llega a crearse en cada uno de los habitantes la conciencia clara de formar parte de la «población» como unidad colectiva con mayor capacidad de resistencia a la adversidad y mayor poder de demanda ante organismos estatales que individuos aislados.
Es notable el dinamismo, el poder de causación que estas unidades ecológicas poseen. Ello constituye el aspecto más característico de la problemática de sectores marginados y lo que mejor contribuye a diferenciarlos del proletariado urbano tradicional. La motivación primaria de radicarse en la ciudad, de integrarse a su estructura social tiene como meta última la obtención de un lugar estable y seguro donde vivir. La importancia psicológica que tiene para el marginado el logro de una vivienda propia va mucho más allá de su valor objetivo, pues implica una incorporación definitiva a la comunidad urbana y una base firme desde donde continuar su promoción dentro de la misma. Por ello, el logro de cierta estabilidad ocupacional, considerada por algunos como el punto terminal de la situación de marginalidad, constituye, en la mayoría de los casos, sólo el prerrequisito para inicia la lucha por un sitio o una vivienda propia. Así, pues, encontramos una alta proporción de marginados con ocupaciones relativamente estables entre aquellos que participan en tomas organizadas de terrenos, que se esfuerzan desde juntas de vecinos por mejorar el área donde habitan, o que luchan colectivamente por abandonar poblaciones «callampas» u otras áreas que no ofrecen posibilidades de mejoramiento.
2. La subcultura de la miseria
Entre las teorías que tratan de explicar la situación psicológica y social de los marginados una de las más difundidas es aquella que contempla las condiciones míseras de vida de estos individuos como el resultado de su integración a un esquema cultural carente de aspiraciones y de motivaciones de logro apático y conformista. Las poblaciones marginadas permanecen como partes altamente estables del complejo urbano porque de acuerdo con esta teoría, en ellas surge una cultura de resignación, más preocupada por el acontecer de la vida, tal como ocurre allí, que por su modificación e integración con la del resto de la sociedad. Así, pues, la situación económica objetiva de un país subdesarrollado no es sino parcialmente causante de la condición lastimosa en que viven individuos marginados, ya que sólo actúa para llevarlos a vivir en las áreas urbanas más pobres; una vez allí son atrapados por la subcultura de la miseria y es ésta y no la ausencia de oportunidades económicas la que, de ahí en adelante, determina fundamentalmente su no ascenso dentro de la estructura económica.
Una de las versiones más notables de esta teoría es la de Peter Marris (1953), que dice: «Si los residentes de los tugurios no son, después de todo, tan recién llegados a la ciudad, su fracaso en la obtención de bienestar no puede ser explicado por su poca familiaridad con el medio urbano. La ciudad contiene subculturas tan estables como las normas convencionales, y en una de estas subculturas se introduce el recién llegado. Si se integra exitosamente a ella más difícil será interesarle en los valores de la cultura dominante. La subcultura que caracteriza a los tugurios se califica comúnmente como conformista, intolerante, carente de líderes y cuasi-criminal».
Según Marris, el habitante de estas áreas no está interesado en cambiar su modo de vida, y ello simplemente porque el grupo en que vive tiene normas de vida tales que no dan importancia al progreso material, la educación o el ascenso social.
Antes que todo, es necesario distinguir entre las áreas donde habitan los grupos que los marxistas denominan de lumpen proletariado y las áreas propiamente marginadas. Las primeras, aunque a menudo sean mucho más miserables que las segundas, constituyen tema de estudio para la sociología de la delincuencia más que para una sociología del desarrollo urbano. La importancia numérica y geográfica de estas áreas es, en términos relativos, insignificante. Las áreas de lumpen proletariado no constituyen un fenómeno característico del mundo subdesarrollado ya que se encuentra también en ciudades de países con un alto grado de desarrollo: en todas partes forman los refugios tradicionales de la baja delincuencia, la prostitución y el vagabundeo [3].
No son éstas las áreas que aquí nos preocupan sino aquellas que llamamos propiamente marginadas y que se caracterizan por su población netamente obrera o empleada en servicios menores que ha hecho de ellas su residencia por falta de mayores ingresos o de mejores oportunidades habitacionales. Estas áreas constituyen sectores mucho más importantes de la población urbana y, a diferencia de las áreas de lumpen proletariado cuyo tamaño y número tiende a mantenerse estable, estas zonas crecen constantemente a medida que el proceso de migración campo-ciudad se acelera.
Contrariamente a la teoría de Marris y otros [4], nuestra experiencia en poblaciones marginadas indica que ellas forman uno de los sectores más activos dentro del complejo urbano.
En Santiago de Chile, prácticamente todas las áreas de población marginada se encuentran organizadas y la presión constante que juntas de vecinos y otras organizaciones afines ejercen sobre el Gobierno constituyen la mejor prueba de la ausencia de apatía en estos grupos. La naturaleza de las demandas que estas organizaciones presentan ante los organismos gubernamentales encargados de la política de vivienda evidencia que las pautas y valores que surgen en estas zonas integran no una subcultura de miseria sino una subcultura de adaptación realista y a menudo una subcultura de promoción efectiva hacia más altos niveles de vida. No existen, simplemente demandas tales como la donación gratuita de alimentos, ropa, dinero efectivo, etc., que son las características de grupos preocupados del logro de gratificaciones inmediatas. Estas demandas, que podríamos llamar de tipo caritativo-inmediato, son reemplazadas por otras, como, por ejemplo, el establecimiento de vigilancia policial, la construcción de escuelas, la pavimentación de calles, el mejoramiento de los servicios de transporte, etc., que se orientan hacia el logro de una integración efectiva y definitiva de la población al resto de la ciudad y a colocar gradualmente a sus habitantes en paridad de condiciones con los que viven dentro de las áreas ya urbanizadas.
La demanda fundamental y el objetivo de la mayoría de las presiones que sufren los organismos gubernamentales por parte de las organizaciones vecinales en Santiago es la obtención de un terreno o sitio propio. Sorprendentes para el observador son algunas de las demandas que en torno a este problema ocurren. Así, por ejemplo, en La Faena, una de las áreas objeto de nuestro estudio, la preocupación mayor de la Junta de Vecinos y de la gran mayoría de los pobladores era conocer el precio que debían pagar por su terreno. No bastaba la satisfacción de tener un lugar donde construir la vivienda, era necesario también saber cuánto había que pagar para llegar a ser legalmente propietarios de ese terreno. No se percibía el logro del sitio como un simple favor o dádiva del gobierno sino, con responsabilidad digna de los sectores sociales más integrados, como una relación contractual no concluida hasta que los beneficiarios pudieran planear racionalmente la forma de pago y el tiempo necesario para llegar a poseer estos sitios.
En otra área estudiada, Lo Valledor Norte, la preocupación fundamental de la Junta y los vecinos por saber el precio de la casa se complementaba con el deseo de que, una vez conocido el precio, se les reajustaran las cuotas de pago haciéndolas más altas. Argüía el presidente de la Junta de Vecinos, que era necesario que las cuotas fueran mayores porque las que satisfacían era irrisorias y a ese ritmo no terminarían nunca de pagar la casa y ser al fin propietarios.
Cabe preguntar, ¿son esas actitudes características de individuos apáticos, sin aspiraciones, cuasi-criminales y preocupados sólo por las gratificaciones inmediatas?
Las encuestas realizadas en nuestro estudio –que comprendió cuatro áreas representativas de diversos niveles dentro de la población marginada [5]- revelan en la inmensa mayoría de los encuestados intensas y claras aspiraciones para el futuro. En aquellas zonas donde el problema habitacional no está en vías de solución la aspiración primaria es el logro de una casa propia o de un sitio donde edificarla.
En otras áreas donde la solución del problema habitacional se halla más avanzada, las aspiraciones de los encuestados se centran en mejoras ocupacionales, de ingreso, o en el logro de una mejor situación de vida para los hijos.
La ausencia de un espíritu apático, carente de aspiraciones y fatalista no es un hecho detectado solamente en nuestro estudio. Goldrich, en un trabajo comparativo de dos poblaciones en Santiago y dos en Lima, describe un fenómeno similar. Con referencia a los habitantes de poblaciones resultantes de tomas organizadas de terreno nos dice que: «Si el modo pre-industrial de orientación en las clases bajas es resignación ante un mundo inmutable, los pobladores representan una desviación notable habiendo manipulado con éxito una parte del ambiente que los rodea. Ellos han mostrado iniciativa y orientación hacia el futuro (la capacidad de sacrificar satisfacciones inmediatas en la búsqueda de metas a largo plazo). Muchos han perseverado frente a un Estado hostil y aun frente a ataque armados contra sus campamentos» (Goldrich y otros, 1967-1968).
Y refiriéndose en general a todos sus encuestados, añade: «Comparados con su reputación de desorganización social, estos pobladores revelan notablemente poca; crimen, promiscuidad, hogares destruidos ocurren infrecuentemente».
Usandizaga y Havens (1966) nos ofrecen datos sobre las aspiraciones de habitantes en tres barrios de invasión de Barranquilla y fotos sobre el rápido progreso material de los mismos, desde sus inicios hasta algunos años más tarde, que evidencia un innegable dinamismo. Por último, Turner (1966) nos muestra ejemplos –recogidos en las barriadas de Lima, en las favelas de Río de Janeiro, en los barrios paracaidistas de ciudad de México y en varias otras ciudades- de la fuerte motivación de grupos marginados para integrarse en la estructura social urbana.
Finalmente y de suma importancia para evaluar la noción de subcultura de la miseria como marco de referencia en el estudio de áreas marginadas, es no dejarse confundir por el aspecto físico de una población en determinado momento. Lo importante no es la obvia miseria actual de muchas poblaciones sino el dinamismo de las fuerzas sociales en su interior. A menudo ocurre que áreas inicialmente muy pobres generan pautas de acción más efectivas que sectores considerados al comienzo como más desarrollados; este dinamismo, sin embargo, sólo se palpa después de algunos años de establecida la población.
3. La teoría de la potencialidad revolucionaria
Apunta Goldrich que es un lugar común percibir a áreas maginadas como lugares fértiles para el surgimiento de inestabilidad política y extremismo (Goldrich y otros, 1967-1968). El siguiente párrafo de una distinguida economista ejemplifica vivamente esta visión de los grupos marginados:
«A través de todo el mundo, a menudo mucho antes de una industrialización efectiva, los pobres sin oficio están abandonando una agricultura de subsistencia para cambiar la tristeza de la pobreza rural por la aún mayores miserias de los tugurios, favelas y bidonvilles, que año tras año crecen inexorablemente en las periferias de las ciudades en desarrollo. Ellos son el centro de la desesperación y el odio locales, formando los movimientos de la Jeunesse en el Congo, reforzando las asas rebeldes de Río, votando por los comunistas en los horribles pasajes de Calcuta y minando en todas partes la ya demasiado frágil estructura del orden público, retardando así el desarrollo económico que únicamente puede ayudarlos en su desgracia. Incontrolados, olvidados, abandonados a crecer e infestarse, hay aquí suficiente material explosivo como para producir en todo el mundo las pautas de una amarga guerra de clases, desarrollando cada vez más los prejuicios raciales, haciendo erupción en guerra de guerrillas y amenazando al fin aun la seguridad de los confortables países desarrollados de Occidente» (Ward, 1964).
Es notable y desafortunada la difusión que esta teoría ha tenido entre sociólogos y economistas del desarrollo, pues refleja, junto a la idea de la subcultura de la miseria, la ignorancia más completa sobre la realidad social y la orientación psicológica de los grupos marginados.
Los integrantes de estos grupos son a menudo, aunque no siempre, migrantes de zonas interiores que han venido a la ciudad en busca de un futuro mejor. Se establecen al principio como «allegados» en casas de parientes o amigos o en poblaciones provisionales, conventillos u otras viviendas que, anquen de muy bajo nivel, se encuentran situadas convenientemente cerca de los centros de trabajo. Estos conjuntos habitacionales se han denominado cabezas de puente (Turner, 1966), pues desde ellos el individuo entabla la primera lucha con la ciudad para sobrevivir y procurarse ocupación estable. Meses o años más tarde, afianzada su posición en el sistema urbano, el individuo tiende a moverse hacia áreas periféricas donde la tierra es barata o está abandonada para construir allí una vivienda definitiva. Turner denomina estas áreas: de «consolidación».
Hemos agrupado aquí bajo el rótulo de áreas marginadas tanto las cabezas de puente como las zonas de consolidación porque ambas se caracterizan por un espíritu similar. No es el espíritu de apatía y fatalismo que predomina en las áreas llamadas de lumpen proletariado ni el espíritu destructivo que los teóricos de la potencialidad revolucionaria imaginan, sino un espíritu esencialmente constructivo basado en la motivación fundamental de lograr una situación estable, de hallar un lugar bajo el sol para ellos y sus familias.
Los resultados de nuestra investigación –como también Goldrich logró detectar en su estudio- señalan que las relaciones de grupos marginados con partidos políticos no tiendan a basarse en razones ideológicas generales o en deseos de hallar canales por donde desahogar una frustración destructiva, sino en la posibilidad de utilizar al partido como instrumento para lograr una más rápida radicación, integración y ascenso en la estructura social urbana (Goldrich y otros, 1967-1968). Porque su interés en política se concreta al logro de títulos de propiedad de los sitios, mejoramiento en la urbanización y comunicaciones de la población, mejores facilidades educacionales para los niños, etc., los pobladores y sus organizaciones actúan tratando de manipular a los partidos en su provecho, teniendo mucho menos interés en ser manipulados a su vez para mantener o subvertir el orden general de la nación.
Existe en nuestra muestra de pobladores un fuerte deseo de cambio social, sobre todo de cambios que faciliten la promoción de las clases más desposeídas, de las que ellos se consideran miembros. Esto se combina, sin embargo, con un rechazo general de la fuerza, la violencia y los métodos no legales, como vías para lograr estos cambios.
Las actitudes políticas observadas pueden sintetizarse en lo que llamaríamos un síndrome de izquierdismo no radical, caracterizado por un intenso deseo de cambio social y una clara identificación de clase combinados con cierto resentimiento contra las clases más altas por su indiferencia y dureza ante la situación de los marginados. No existe, sin embargo, ni un rencor intenso contra las otras clases, ni un deseo generalizado de venganza, ni una visión que subordine el logro de metas individuales a la destrucción del sistema social imperante.
Las acciones de las organizaciones de pobladores confirman el predominio de las actitudes mencionadas. Los actos más violentos, más «radicales» en que se han visto envueltos grupos marginados son las tomas ilegales de terrenos. Ahí han debido librar más de una batalla campal con la fuerza pública, ha habido heridos y muertos, y han tenido que enfrentarse, a menudo durante largos meses, a las presiones de un Estado y una sociedad hostiles.
¿Por qué embarcarse en una empresa tan costosa? No, seguramente, por la convicción de que es necesario destruir el orden social imperante. Es prácticamente imposible hallar alguna instancia en Chile en que grupos marginados hayan sido movilizados en masa para atacar y destruir viviendas de las clases altas, para hostigar al Gobierno y subvertir el orden, o para agitar a la población a base de cuestiones ideológicas generales. Las tomas de terrenos no obedecen a ninguna de estas motivaciones, sino a la importancia vital que tiene para los marginados el obtener un sitio y a su exasperación ante la falta de atención por parte de organismos gubernamentales y el agotamiento de las vías legales para su logro.
Las causas del no radicalismo de estos grupos son, a nuestro modo de ver, tres:
1º. La experiencia en el pasado de un efectivo progreso socioeconómico. Aunque a menudo las realidades presentes se quedan cortas con respecto a las aspiraciones pasadas, ha habido en general suficiente ascenso como para justificar los esfuerzos invertidos y orientar al individuo constructivamente hacia el futuro. Esta experiencia de movilidad ascendente es, a su vez, función de dos factores: a) la relativa flexibilidad del sistema socioeconómico que permite aún la realización de aspiraciones limitadas, y b) el bajo nivel inicial de que partieron la mayoría de los hoy marginados y con el cual deben comparar sus logros actuales. Por insatisfactorio que sea el actual nivel de vida –como comprueban también Germani (1958), en Buenos Aires; Briones (1953), en Lima; Flinn (1968), en Bogotá; Bonilla (1961), en Río, y Uzandizaga y Havens (1966), en Barranquilla-, éste resulta, para la mayoría de los pobladores, considerablemente superior al que abandonaron en el campo o en pueblos del interior antes de migrar a la ciudad.
2º. Las aspiraciones para el futuro tienden a ser limitadas y por tanto conllevan expectativas realistas de logro. Estas expectativas se ven reforzadas por el hecho de que el individuo tiene a su alcance una abundancia de modelos en parientes, amigos, etc., que han logrado convertir en realidad aspiraciones básicas y que constituye, por tanto, pruebas vivientes de las posibilidades de alcanzar estas metas a través de vías institucionalizadas.
3º. La subcultura que rodea al individuo en áreas marginadas tiende a ser, al menos en Santiago, una subcultura de adaptación realista al presente y de promoción hacia el futuro. Así, aun aquellos frustrados por la ausencia de movilidad, por una movilidad descendente en el pasado o por la ausencia de esperanzas para el futuro, no hallan, en las alternativas de acción individuales y colectivas predominantes en la población, ninguna que concuerde con sus motivaciones agresivas.
Lo erróneo de la visión que ve en grupos marginados a los destructores de la civilización urbana en América Latina es evidente no sólo en Santiago, sino en las demás capitales que poseen un porcentaje significativo de población marginada. Después de detallar una serie de estudios e impresiones en diversas ciudades, Turner (1966) resume el argumento contra la teoría de la potencialidad revolucionaria, en esta forma:
«Los habitantes de las cabezas de puente están demasiado preocupados con el problema de sobrevivir y aquellos de las áreas de consolidación con el de progresar continuamente para ser revolucionarios –ambos son habitantes de poblaciones de esperanza y no de poblaciones de desesperación. Lejos de ser un cinturón de miseria de los desposeídos, aguardando sólo la chispa revolucionaria para lanzarse a la destrucción de los bastiones de la sociedad que rodean, las poblaciones podrían ser más realísticamente descritas como cinturones de seguridad social. Eliminada la esperanza, sin embargo, la situación puede muy bien cambiar […] Harlem y Watts tienen muy poco en común con las poblaciones provisionales o las barriadas típicas. Pero esto sería verdad mientras estas poblaciones sean vehículos de cambio social, hacia una situación mejor. Tan pronto como se conviertan en trampas, como los ghettos infames de las sociedades más estables, entonces de seguro se convertirán en el caldo de cultivo del descontento y la violencia que tan a menudo se supone que sean. El distrito de Watts en Los Ángeles no es físicamente un tugurio –materialmente es claramente superior a la mejor barriada de Lima. La diferencia importante es muy difícil de percibir externamente: es la diferencia entre esperanza y desesperación.
4. La teoría de la marginalidad
A diferencia de las dos visiones anteriores, que son esencialmente productos de importación, la teoría de la marginalidad como explicación de la situación actual de los grupos más pobres en el Continente es una elaboración más auténticamente latinoamericana. Es quizá por ello que constituye una descripción más realista del problema y que es hoy en día la visión más popular en América Latina.
La teoría de la marginalidad en sus versiones predominantes no es «relacional» sino «descriptiva» y más específicamente «tipológica». En general, los esfuerzos teóricos más notables dentro de esta línea han tenido como meta la construcción de un tipo ideal del hombre marginal que, como los tipos weberianos del burócrata o el empresario calvinista, retrate los rasgos principales de un grupo humano cuya participación se juzga crucial en los procesos que tienen lugar en determinado momento y contexto históricos [6]. Una teoría de este tipo es esencialmente estática aunque no deja por ello de poseer utilidad potencial, Esta utilidad es una función de dos factores: 1) el éxito del tipo ideal en descubrir y llamar la atención sobre aspectos nuevos e importantes de determinado fenómeno social, y 2) la precisión y el realismo con que estos aspectos son descritos.
El aspecto más importante de la situación de marginalidad es lo que Vekemans y Silva (1959) denominan marginalidad activa. En sus palabras: «En relación a la Sociedad Global como red de decisiones sociales, esto es, considerando al hombre no sólo como receptor de beneficios sino como sujeto que contribuye a plasmar la Sociedad Global con sus decisiones, se percibe en los grupos marginales una falta de participación activa y contributiva. Frente a la sociedad concebida como red de centros orgánicos de decisión, los marginales no deciden.
En otras publicaciones la marginalidad activa y sus consecuencias se resumen de la siguiente manera: «La marginalidad se caracteriza por una completa falta de participación del marginal en la sociedad global: Falta de Participación Contributiva, por cuanto no tiene posibilidades de influir en las decisiones colectivas, y Falta de Participación Receptiva, en cuanto queda excluido de los beneficios que la sociedad global distribuye. No oye ni es oído. Por no tener acceso a las fuentes del poder, tampoco tiene acceso a los frutos de la riqueza social. Ese doble juego de omisiones se debe, a su vez, a la desintegración interna que sufren los grupos marginales, por no existir en ellos ningún tipo de organización [7].
Encontramos aquí varios insights valiosos sobre la realidad de estos grupos. Cabe, sin embargo, preguntarse qué factores básicos determinan la emergencia del fenómeno de marginalidad. En términos generales, la marginalidad se da –según esta teoría- por la confluencia de dos elementos fundamentales: por una parte, la rigidez de la estructura social que no ofrece mayores oportunidades; por otra, la ausencia en estos grupos de un conjunto integrado de actitudes, habilidades, motivaciones y valores, o sea de un complejo psicológico-cultural moderno que los faculte para lograr una organización interna más efectiva y por ende un ascenso más rápido dentro del sistema social urbano. Sin embargo, a pesar de que los dos elementos son reconocidos explícitamente, existe en el tono general y en repetidas frases de una gran cantidad de trabajos sobre el tema un énfasis significativamente mayor en el segundo aspecto de incapacidad individual y colectiva que en el primero como crucial en la causación del fenómeno.
Esto lo vemos en afirmaciones como las siguientes: «El marginal está radicalmente incapacitado para poner fin por sí mismo a su miseria» (Vekemans y Silva, 1959); esa miseria «penetra todos los ámbitos de la vida humana, ubicándose en la raíz de los otros problemas, y ‘roe al hombre destruyendo en él lo que hay de humano’» (Vekemans y Villegas, 1966) (el entrecomillado es nuestro).
Especial hincapié se hace en el retraso cultural o «tradicionalidad» del marginado: «No sólo no son modernos bajo cualquiera definición de modernidad, sino que son ‘tradicionales en cuanto representan la proyección actual de situaciones precolombinas y preindustriales iniciales’» (Vekemans y Silva, 1959) (el entrecomillado es nuestro).
Por tanto, el hombre en situación de marginalidad aparece como cualitativamente distinto del hombre integrado en la sociedad y es en esa diferencia cualitativa en el esquema psicológico-cultural que lo caracteriza donde radica, «la situación de incapacidad de los afectados para superar por sí mismos la situación de marginalidad […] el marginal es en cierto sentido otro hombre, con valores y actitudes distintas, con aspiraciones, sí, pero operando sobre la base de mecanismos completamente ineficaces para concretizarlas» (Vekemans y Silva, 1959).
Esta caracterización es, a nuestro modo de ver, exagerada. Lo más importante que hemos encontrado en grupos marginados es precisamente su dinamismo. Ese dinamismo se manifiesta ya en la motivación para abandonar el tradicionalismo del campo o el pueblo chico y venir a probar suerte a la metrópoli. Como bien apunta Horowitz (1966), ese esquema mental es ya «transicional», es el de un hombre en «movimiento» y no el de un hombre apático o fatalista. Llegado a la ciudad debe ingeniárselas para sobrevivir. La lucha por la supervivencia y el logro de alguna estabilidad ocupacional, a menudo –después de largos años- sin caer en la tentación de la delincuencia como medio o el vicio como escape, constituyen ya un esfuerzo notable y una prueba de efectividad frente a la difícil realidad con que el migrante debe lidiar. Decir que no logra mejores ocupaciones porque no tiene la suficiente educación es un lugar común. Lo importante son sus aspiraciones y la racionalidad, persistencia y eficacia de su acción frente a las demandas que la estructura social urbana le presenta.
Ya lograda cierta familiaridad con la vida urbana y cierta estabilidad ocupacional, se procede al logro de la meta siguiente: una dirección en la ciudad, un sitio y una vivienda donde radicarse. La meta no se diferencia de la meta usual de familias de clase media. Los medios tienden también a ser racionales: se empieza por los menos costosos y sólo se llega a los más difíciles cuando no hay otra alternativa. En general, es el momento de acción colectiva más intensa.
¿Cómo conciliar los ingentes esfuerzos de organizaciones vecinales, las repetidas visitas y gestiones ante autoridades, las tomas organizadas de terreno, y aun la lucha y resistencia frente a ataques policiales, cosas todas que han ocurrido repetidamente a lo largo y ancho de este continente, con afirmaciones de que «los grupos marginales no contribuyen con sus decisiones y responsabilidades a la solución de los problemas sociales, ni siquiera de aquellos que los afectan directamente y en que está comprometido su propio bienestar»? (Vekemans y Silva, 1959). ¿Cómo adecuar la participación intensa que se da en organizaciones vecinales en momentos de lucha por el logro de sitios propios con frases que caracterizan a estos grupos por «una falta de cohesión interna que los hace aparecer atomizados y dispersos» y porque «predominan en ellos el aislacionismo y la dispersión, lo que los hace aparecer como grupos desorganizados, desvinculados entre sí y sin expresión social coherente»? (Hoffman y otros, 1959).
Nuestra impresión general sobre los hombres y mujeres que viven en áreas marginadas es que los mismos no difieren en aspectos psicosociales básicos de sectores socioeconómicos más altos. De la misma forma en que cualquier individuo de clase media se orienta a maximizar sus recompensas utilizando los medios más efectivos y menos costosos, así estos grupos marginados han procedido, desde niveles mucho más bajos, a abrirse camino en la estructura urbana.
Este resultado de nuestro estudio no hace más que confirmar los resultados ya obtenidos por otras investigaciones en áreas marginadas, como, por ejemplo la encuesta de jóvenes en la población José María Caro, de Santiago, llevada a cabo por CEPAL, que llega a las mismas conclusiones en cuanto a las aspiraciones formuladas y los medios para implementarlas:
«¿Cuáles son los medios o instrumentos que los jóvenes creen que son eficaces para alcanzar el alto nivel de vida a que aspiran? Debe señalarse la notable importancia que atribuyen a los medios modernos en desmedro de los tradicionales. Los medios considerados mágicos como la suerte, que se relacionan con una perspectiva tradicional que desdeña la posibilidad de un esfuerzo personal, no fueron señalados como instrumentos eficaces de acción […] El instrumento por excelencia, según los jóvenes, es la educación […] Podría pensarse que a consecuencia del proceso de socialización familiar se conformaría un conjunto de actitudes que, a diferencia de las otras clases, reduciría las aspiraciones de movilidad, aumentaría las barreras que impiden el logro de metas que podrían servir de instrumentos para alcanzar las aspiraciones e incluiría al sujeto a una interpretación de la acción basada en factores no manipulables tales como el destino, etc. Muy por el contrario, los jóvenes tienen un alto nivel de aspiraciones, destacan el logro de instrumentos adecuados y no se inclinan por las interpretaciones que llevarían al conformismo» [8].
El tipo ideal del hombre marginal yerra al atribuir a una amplia categoría de individuo y familias las características de incapacidad y abulia propia de unos pocos. Por ello, en vez de «marginales», los hemos denominado aquí marginados, concepto que enfatiza la causación del problema por factores estructurales externos a sus víctimas.
Esta interpretación estructural conlleva un planteamiento de líneas generales de acción completamente distinto al que se deriva de la interpretación culturalista contenida en la teoría de la marginalidad. Esta última, al enfatizar las deficiencias psicológico-culturales de los marginados implica lógicamente un trabajo «promocional» de enseñanza de habilidades e inculcación de valores que les faciliten una más rápida integración en la comunidad urbana.
Desde nuestro punto de vista, esta labor promocional tiene mucho de innecesario por cuanto las aspiraciones y valores básicos se encuentran ya dados en la mayoría de los grupos marginados. Por otra parte, de dar resultado, de poco o nada valdría pues los grupos así «promovidos» volverían a estrellarse contra las mismas barreras estructurales que antes y siempre les han cerrado el paso.
La causa y la cura del fenómeno de marginalidad no se da a nivel de diferencias cualitativas entre el hombre «integrado» y el hombre «marginal» sino a nivel de las diferencias cuantitativas en la estructura de oportunidades ocupacionales, educacionales y habitacionales entre ambos. Como señala Germani (1967), será últimamente a través de la vía ocupacional y de otras vías estructurales como se producirá la asimilación real de grupos marginados al sistema social urbano.
5. Conclusión
Después de exponer las razones que nos llevaron a rechazar las tres teorías mencionadas, es justo que se nos pida una presentación metódica de cuál sería nuestra visión sobre la problemática de los grupos marginados urbanos. En sus aspectos generales, esa teoría se encuentra ya esbozada en las críticas a las tres teorías anteriores. Por ello, nos limitaremos en esta última sección a sistematizar brevemente lo que es, a nuestro modo de ver, una visión más adecuada del fenómeno.
Los elementos teóricos que se presentan a continuación constituyen un esfuerzo inductivo partiendo de nuestras observaciones en el terreno y las observaciones de otros científicos sociales que han llevado a cabo estudios empíricos en estas áreas, y no de un trabajo deductivo. Se ha tratado de construir una primera aproximación a una teoría de nivel medio limitada exclusivamente a subrayar los aspectos más importantes del problema de marginalidad urbana, enfatizando fundamentalmente la definición de la situación por parte de los mismos marginados.
Esta aproximación teórica podría denominarse estructural-funcional aunque el término, utilizado comúnmente con referencia a la teoría funcionalista de Parsons, Merton, etc., requiere aquí redefinición. Empleamos el término «estructural» oponiéndolo al término «psicológico-cultural» para enfatizar que el origen del fenómeno y la causa de los problemas actuales de los grupos marginados no provienen de diferencias esenciales en su esquema psíquico de valores y aspiraciones sino de las incongruencias y falta de dinamismo de la organización socioeconómica de las sociedades en que viven.
La tesis que proponemos es funcional, no desde el punto de vista de la funcionalidad sociológica, o sea del carácter positivo o negativo de determinada acción para el mantenimiento de la estructura social existente, sino partiendo de una posición funcionalista psicológica [9], o sea de la eficacia o utilidad de esa acción para la adaptación del individuo al medio que lo rodea. En otras palabras, la acción de grupos marginados no es, a nuestro modo de ver, guiada por patrones culturales tradicionales ni derivada de un sentimiento de frustración y rencor clasista, ni tampoco motivada por deseos de gratificación inmediatos, característicos de una subcultura de la miseria, sino por el contrario, orientada al logro de unas pocas matas mediatas básicas.
Estas metas son, para la mayoría de los individuos en esta situación, tres: 1) logro de una ocupación estable con un mínimo aceptable de ingresos; 2) logro de un sitio o casa propia, con un mínimo de condiciones habitacionales; 3) oportunidades educacionales y ocupacionales para los hijos. Las acciones de grupos marginados son comprensibles si se tiene presente que el análisis previo y la evaluación posterior de las mismas por parte de los propios participantes se hace con relación a su utilidad –i.e. funcionalidad- para el logro de estas metas básicas. Así, es posible entender la acción de individuos y grupos marginados como una larga concatenación de actividades, interacciones y adaptaciones donde las metas últimas permanecen constantes y los medios inmediatos son seleccionados mediante criterios generalmente racionales, o sea de acuerdo con su mayor efectividad, mayor rapidez y menor costo.
Con excepciones, surgidas de casos de movilidad descendiente, problemas de personalidad, problemas familiares, etc., la tendencia general, tanto para los migrantes como para los nacidos en la ciudad y que entran en la estructura ocupacional desde los niveles más bajos, es que este largo proceso de divide en tres etapas:
1. Una etapa inicial de supervivencia donde los esfuerzos se centran en el logro inmediato de los elementos mínimos para subsistir y donde el modo de acción es fundamentalmente individualista. Esta etapa termina con el aprendizaje de un oficio y el logro de una ocupación estable remunerada, al menos a un nivel vital mínimo.
2. Una etapa inmediata de consolidación donde la acción se orienta hacia el mejoramiento de la situación ocupacional y sobre todo la obtención de una vivienda propia definitiva o de un sitio donde sea factible construirla. En esta etapa los medios de acción colectivos, tales como la creación de comités, la utilización instrumental de partidos políticos, y la organización de marchas y actos, tiende a primar.
3. Una etapa final de promoción donde se vuelve a un modo de acción individualista aunque ya carente de la urgencia inicial y más similar por tanto a aquel característico de los grupos sociales medios. En esta etapa, los esfuerzos se orientan al logro de paridad, a nivel de ingresos y a nivel de consumo –de acuerdo con los patrones de consumo dominantes en la cultura- con el proletariado urbano ya establecido o con los estratos medio-bajos. Es también en ese momento cuando más se enfatiza el logro de mejores oportunidades educacionales y ocupacionales para los hijos.
Dentro de este cuadro general es posible enmarcar las teorías discutidas anteriormente:
Para la mayoría de los marginados, las grandes dificultades –aquellas con las que deben luchar para el logro de sus metas- se encuentran bien claras. Se da junto a esto, sin embargo, una convicción firme de que a través del esfuerzo continuado dichas dificultades pueden superarse. Desafortunadamente, son tales los obstáculos que muchos –aunque no la mayoría- ven culminar en el fracaso todos sus esfuerzos. Comienzan entonces a percibir la tarea como imposible; ante esta situación se dan varias alternativas: una consistiría en la adopción de medios ilícitos y en la integración del individuo a grupos y a una subcultura delincuente. Otra sería el escape a través del alcohol, el juego, etc., o simplemente la apatía e indiferencia más completa frente a la sociedad circundante. Estas alternativas confirman precisamente la imagen que de los grupos marginados nos presentan de la teoría de subcultura de la miseria, y parcialmente –en cuanto a los aspectos de apatía y falta de participación- la teoría de marginalidad.
Otra vía se basaría en adjudicar responsabilidad por el fracaso individual al orden social existente y adherir activa o potencialmente a movimientos extremistas abocados a la destrucción de este orden. Tal sería la situación descrita por la teoría de la potencialidad revolucionaria.
Vemos entonces que estas teorías, aunque tocan puntos importantes de la realidad, cometen el error de generalizar a toda la población marginada lo que son solamente condiciones características de grupos atípicos. Estas visiones no son ni siquiera exhaustivas de las alternativas a disposición de aquellos que dan por imposible la tarea de integración al sistema social urbano. Otras, por ejemplo, serían la unión a movimientos religiosos de tipo revivalista, el seguimiento de líderes carismáticos, o el simple regreso –para los migrantes a las zonas del interior de donde proceden.
La mayoría de las interpretaciones sobre la situación de os marginados en América Latina no han hecho justicia a las verdaderas actitudes y a los esfuerzos de las personas que allí habitan. Se buscan causas del fenómeno en términos muy similares a las superficiales interpretaciones de las clases medias y altas: están ahí, porque son apáticos y fatalistas, nos dicen unos; son marginales, explican otros. Intelectuales provenientes de las mismas clases formulan catastróficas predicciones sólo fundadas en sus propias reacciones si tuviesen que vivir en estas áreas; así nos enteramos que las poblaciones marginadas son nidos de desesperación, de odio, y de radicalismo. Estas y similares visiones parecen derivarse del horror que inspira la obvia miseria exterior de estas áreas cuando pasamos frente a ellas sin un esfuerzo metódico por adentrarnos en las mismas y obtener un conocimiento más profundo de los individuos y grupos que las habitan. Es de esperar que en el futuro, investigaciones más numerosas y detalladas que las que se han realizado hasta el presente, produzcan interpretaciones más adecuadas sobre la situación de estos sectores claves en la problemática urbana actual del Continente.
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[1] Para una descripción de criterios sobre la clasificación de ocupaciones, ver INACAP (1956).
[2] Un estudio inédito de CEPAL, citado por Rosembluth (s/f), señala que en el 71 por ciento de las familias encuestadas que vivían en poblaciones «callampas» de Santiago en 1962, el padre o la madre eran migrantes. La encuesta de DESAL indica que un 57 por ciento de mujeres que habitaban poblaciones «callampas» y de mejoras en 1966 eran migrantes. Para todo el universo marginado, incluyendo áreas centrales en deterioro y poblaciones planificadas, esta proporción bajaba al 49 por ciento. Ver DESAL (1968).
[3] En Santiago sólo unas pocas áreas como la población Colo-Colo, ya erradicada, la población Cerro Blanco y quizá las poblaciones 4 de septiembre, Centenario y Nueva Matucana puede decirse que han formado refugios habituales de grupos lumpen. En contraste las poblaciones marginadas se cuentan por docenas y ocupan geográficamente casi la mitad del área del Gran Santiago. Como indicación de su importancia numérica baste señalar que el conglomerado habitacional formado por las poblaciones José María Caro, Lo Valledor Norte, Lo Valledor Sur y algunas más pequeñas en el sector Este del aeropuerto Cerrillos forman, por sí solas, el 20 por ciento aproximadamente de la población de la comuna de Santiago (Rosembluth, s/s). Un estudio de CEPAL (1965) calculaba que el 33 por ciento de las viviendas y el 29,8 por ciento de los habitantes del Gran Santiago se encontraban en áreas marginadas.
[4] El nombre que tiende a ser más asociado con la noción de subcultura de la miseria es el Oscar Lewis (1962 y 1966). Aquí hemos utilizado la presentación de Marris por considerarla más directa y concisa. Por otra parte, los trabajos de Lewis sobre el tema evidencian una percepción más adecuada y una comprensión más profunda sobre la realidad de los marginados.
[5] Para una descripción detallada de etas áreas ver Portes (1969).
[6] Ver, por ejemplo, Vekemans (1969)
[7] Ver DESAL (1967).
[8] Ver Gurrieri (1965).
[9] Esta posición se asocia en psicologíaprincipalmente con los nombres de William James y John Dewey, y en psicología experimental con Thorndike. Ver Marx y Hillix (1963).