Resumen
Este trabajo corresponde al tercer capítulo de libro "Raw life, new hope: decency, housing and everyday life" in a post-apartheid community, producto de 17 años de trabajo en un asentamiento precario en las afueras de Cape Town. Inicialmente llamado The Park, en su fase informal, y luego mudado a una urbanización nueva llamada The Village, el relato se inicia producto de la producción de un mapa. La imposibilidad de cartografiar de manera sistemática la complejidad del asentamiento, lleva a la autora a reflexionar sobre la influencia de los sentidos, las emociones y las relaciones sociales tanto en la producción como en la cognición de un lugar.
Palabras Claves
Orientación, mapeo, paisajes sensoriales, identidad, asentamientos precarios.
Abstract
This text is the third chapter of the book "Raw life, new hope: decency, housing and everyday life in a post-apartheid community", the product of 17 years of work in a shantytown located in Cape Town's outskirts. Formerly called The Park and then formalized as a new settlement and called The Village, the story begins with a map making attempt. The absolute ineffectiveness of a systematic cartographic process in the recording of the settlement complexity, sparks off a reflection on the relevance of sense, emotion and sociality in the space production as much as its cognition.
Keywords
Wayfinding, mapping, sense-scapes, identity, shantytowns.
1. Comenzando con un mapa
A fines de 2000, le pedí a Ponkies que me acompañara a The Park para presentarme a la gente que había llegado después de mi último periodo de trabajo allí, y a encontrar antiguos conocidos tras un largo tiempo de ausencia. Había trabajado allí por última vez en 1995 y mucho había cambiado desde entonces. El asentamiento precario se había triplicado en tamaño y cuadruplicado en población. Estaba abarrotado de pequeñas y grandes chozas, que variaban en forma: cobertizos, grandes chozas macizas, wendy houses [1], chozas con techo a dos aguas, ventanas fijas y jardines formales y enrejados. Ponkies y yo decidimos identificar en un mapa a los jefes de hogar de cada vivienda, de modo de pesquisar a la gente que había conocido. Lamentablemente, la municipalidad no contaba con una representación gráfica del asentamiento. Las pocas fotos aéreas con las que contaban estaban desactualizadas y tomadas desde demasiada altura como para servir a mis propósitos. Decidimos dibujar un mapa. Me ayudaría a familiarizarme nuevamente con el trazado del lugar y serviría a estudiantes que realizan investigaciones demográficas. Sabía que no sería una herramienta directa para registrar los cambios residenciales, pero estaba segura que, siendo prudente, cartografiar The Park podía ser una tarea relativamente rápida y fácil.
El asentamiento, en forma de un triángulo isósceles, estaba confinado entre una línea de tren y un camino estatal, y situado unos pocos kilómetros fuera de los límites de la ciudad. Aunque perfectamente visible desde el camino, tenía un aire curioso, reservado e impermeable para los no residentes. A quienes conducían por ahí, el lugar se aparecía como una nube de zinc, plástico y cartón; la visión casual de una persona, una impresión de polvo y mugre. Pocos de los que pasaban podrían haber tenido alguna noción de los intrincados tejidos de vías y lugares al interior; aún menos entrarían voluntariamente durante la semana. Sólo ocasionalmente se veían jóvenes blancos fumando un zol [2] y recibiendo formación en los caminos del Rastafari. Otras veces, las ONGs realizaban intervenciones (como escuelas de liderazgo y guarderías). Cuando los speedeurs (detectives policiales) debían entrar al asentamiento buscando delincuentes, siempre se reportaban antes en la casa de la dirigenta comunitaria. En navidad, muchas parroquias organizaban fiestas para los niños, y las bodas y funerales eran celebrados en el saal (centro comunitario) construido en 1993. Durante los fines de semana llegaban más visitantes: amigos y familiares de fuera, gente buscando la vitalidad de la vida nocturna del asentamiento y, durante un tiempo, varios grupos de iglesia que celebraban sus servicios en el saal.
El centro comunitario era uno de sus muchos espacios públicos; los tanques de agua eran otro, y tres espacios abiertos daban a la gente la oportunidad de congregarse en torno a un fuego y conversar. Había varios subeens [3] y smokkies [4]; cuatro de éstos ofrecían asientos, alentando que la gente se «quedara un rato». La «tienda» de Bernie era frecuentada por sus vecinos, la mayoría provenientes de Aberdeen y el Karoo. Bernie era considerada ordentlik [5]y hospitalaria, y las mujeres gustaban de sentarse para demorar una bebida y una conversación. Hacía poco había conseguido una televisión alimentada con una batería de auto. Un selecto grupo de mujeres era invitado a ver telenovelas en su sala. «Security’s», como fue bautizado a razón de su propietario [6], tenía una amplia veranda, un área de juegos, una rocola con colores de neón cargada de kwaito y pop, y una mesa de pool. Lo administraba su mujer y su prima, y era la parada vespertina favorita de los más jóvenes y de los hombres que pasaban por una bebida o para hacer pequeñas compras a lo largo del día. Eran atendidos por Mirtha o su sobrina Tasha, que trabajaba allí desde que era pequeña porque era «buena con los números». En el subeen de Stanley, administrado por él y su esposa, abundaban mesas y sillas. En él se vendía ocasionalmente umqombothi (la cerveza tradicional Xhosa), vino, cerveza y brandy. Era frecuentado regularmente por Xhosa-hablantes, sobre todo los fines de semana cuando venía de visita gente del vecino asentamiento de Nomzamo.
Había otros sitios de encuentro público menos establecidos, como chozas arremolinadas en torno a cuatro o cinco espacios abiertos de mucha actividad. Temprano por la mañana se encendían el fuego y las mujeres preparaban café, mientras los hombres se despertaban fumando en preparación para el día. A lo largo de la jornada, las mujeres se reunían para hacer el lavado y preparar alimentos mientras conversaban. Los niños correteaban entre ellas. En la noche, los hombres se reunían en torno a las fogatas para hablar y beber, mientras esperaban su comida. Un área era utilizada exclusivamente por los Rastafari que compartían un zol, conversaban y reflexionaban. Otra zona era utilizada de forma regular para reuniones de oración dirigidas por Bru Patrick, un ministro laico.
Los residentes consideraban la línea del tren como sucia y, durante el periodo en que estuve relacionada con The Park, el área que bordeaba los rieles era donde se arrojaban los desechos y defecaban los niños. Un camino sucio, usado principalmente por hombres, corría longitudinalmente. Entre el camino y los rieles había un pequeño curso de agua y, a su lado, un «camino» sin nombre. Al otro lado, otros dos «caminos» y un amplio riachuelo superficial que rara vez traía agua. Los dos caminos que cruzaban tenían nombre: «Main Street«, donde vivían los dos líderes comunitarios, y «Aberdeen Street«, nombrada por un pueblo en el Karoo, en reconocimiento del origen Karoo de los primeros residentes de The Park. Las vías angostas que corrían a lo largo y ancho de The Park no tenían nombre. Cuando viví allí en 1991-1992, el habla cotidiana registraba los lugares en relación a eventos del paisaje inmediato -«by die sloot» (en el río), «lanksaan di pad» (a lo largo del camino), «onder die bome» (bajo los árboles), y así. Pero otras partes de The Park sí estaban nombradas: estaba «Pick and Pay», un área al oeste de Main Street donde residían indigentes, algunos de los cuales habían dormido antes bajo el puente en el centro comercial del cual el área recibe su nombre. El lugar también era referido como «El hospital», en reconocimiento a que la mayoría de sus ocupantes estaban enfermos. Un área en la esquina sudeste de The Park era conocida localmente a principio de los ’90 como «Crossroads», haciendo eco de su contraparte en el borde de la ciudad; una zona en donde tuvieron lugar los más famosos enfrentamientos contra el apartheid en la lucha por el derecho a la residencia urbana. Allí eran enviados a vivir los Xhosa que llegaban a The Park. Me indicaron que esto se hacía debido a que les permitía mantener su ganado cerca de las áreas de pasto, pero la distribución de las personas en determinados espacios obedecía a veces a clasificaciones raciales del apartheid y sus modos de separación.
Jackson (1998: 175) observa que «el nombre de un lugar es […] el trazado de una historia; la historia acerca de cómo un nombre llega a ser dado». Argumenta que al traer el mundo externo en nuestra experiencia «de alguna forma nos aproximamos a cerrar la brecha entre subjetividad y objetividad». En los nombres dados a sus sectores e infraestructuras, The Park incorporaba y asimilaba otros lugares, trayendo el afuera a su propio ámbito. Los nombres operaban como recordatorios de otros lugares, de las rutas que trajeron a los residentes a sus actuales moradas. Al hacerlo, marcaban la otredad de los residentes y ayudaban a domesticar el paisaje. De este modo, ellos hacían propia el área, resistiendo las leyes del apartheid (particularmente la Prevention of Illegal Squatting Act [7]) aún en formas que continuaban reflejando la segregación impuesta por el Estado [8].
Entonces, al comenzar el proceso de mapeo, tenía en mente que Ponkies y yo caminaríamos las calles y senderos según el trazado reticular que tenía grabado en mi mente; esto es, en los términos de mi mapa cognitivo. Mientras caminábamos, bosquejaba la disposición en hojas de papel A4 que luego uniría. Recordando que el asentamiento se volvía más poblado desde el centro hacia los senderos del Este, registré con cuidado el número de cada casa que dibujaba, utilizando los números asignados por la municipalidad y el comité comunitario. Esto no era una operación tan directa como suena: en años anteriores se efectuó una serie de encuestas donde se registraba, a veces, más de un número por choza; o los números pintados en las casas prevalecían sobre la numeración más reciente, por lo que los signos externos no necesariamente tenían correlación con el conocimiento sistematizado. Además, algunas estructuras habían sido subdivididas, y los números que la gente «sabía» que les pertenecían, no necesariamente coincidían con los nombres pintados en los muros y puertas de madera o plástico. En otros casos, inquilinos que eran sujetos elegibles para el subsidio de vivienda se contaban a sí mismos de forma separada de los propietarios a los que «pertenecían» las casas que estaban compartiendo, por lo que abundaban subdivisiones de propiedades en «a», «b» e incluso «c». Percibiendo aquello, escribí los nombres de las personas que habitaban en las viviendas de tal forma de poder orientar adecuadamente las partes del mapa cuando las juntara. Numeré cada página de forma consecutiva e incluí en cada página nueva la última casa que habíamos visitado y que había quedado registrada en la anterior. De este modo, anticipaba que todo lo que tendría que hacer es poner las páginas en su orden numérico, calzando las casas como en una cuadrícula y aplicar cinta adhesiva.
Mapear era relativamente simple en el extremo más angosto de The Park. Ponkies y yo caminábamos, yo dibujaba, nos deteníamos en cada casa para presentarme (otra vez) a los residentes. Pero a medida de que nos acercábamos a su hogar en un extremo de lo que había sido conocido como Main Street, las cosas se volvían más complicadas. Hubo varios incendios en The Park desde mi última investigación, y la gente lo había tomado como una oportunidad para reorganizar casas (véase Bank, 2001 para una discusión acerca de los efectos de los incendios en la constitución de nuevos grupos domésticos). Se había producido una afluencia de gente hacia The Park desde que había asegurado su reconocimiento como asentamiento informal por parte de las autoridades locales. Algunos residentes se habían vuelto relativamente prósperos y habían ampliado sus casas hacia espacios que antes eran parte de la calle. Otros habían construido chozas adicionales para albergar hijos o inquilinos, volviendo la numeración aún más dificultosa. Para otros, las épocas de carestía se reflejaban en la contracción de sus habitáculos; la reducción abría espacio para que nuevos residentes construyeran pequeñas chozas aledañas. Las casas más recientes habían sido construidas más cerca unas de otras, angostando los senderos que yo recordaba. Los nuevos senderos se abrían apretados entre las casas, cortando entre jardines descercados, creando conglomerados de refugios que parecían ir en contra de lo que yo recordaba como «calles». Del mismo modo, los antiguos nombres en The Park ya no estaban en uso, y el camino que había sido Main Street ya no existía. Dos enormes tanques de agua y un gran subeen encabezaban el área que solía ser el comienzo de Aberdeen Street, a la que la gente ahora se refería como el Water Place o Security’s, nombrado así por el subeen brillante y rosado de Security.
Pronto comencé a darme cuenta de que estaba desorientada: no podía relacionar nuestra ubicación respecto a lo que había dibujado. Continuamos caminando, entrando a algunas casas y saludando gente mientras yo trataba de dibujar, y estábamos cada vez más confundidas. No entendía cómo los senderos que seguíamos se intersectaban con otros; Ponkies no podía comprender mi desconcierto ni por qué yo estaba usando los senderos como identificación en vez de la gente que estábamos encontrando y las casas que estábamos dibujando y registrando tan cuidadosamente. Yo insistía en que recorriéramos el asentamiento según la grilla; ella me señalaba que la grilla no existía. El mapa se volvió un desorden. Sus intentos de señalar las (muy cambiadas) casas de gente que yo conocía no ayudaba mucho: no podía orientarme sin las rutas que recordaba de mis primeros trabajos de campo, y no podía entender cómo Ponkies nos orientaba en el pequeño asentamiento.
Nos esforzamos por hacer sentido de nuestros intentos por trazar nuestros movimientos. Ella no podía entender por qué mi mapa, dibujado según la ruta, parecía no corresponder con su propio conocimiento de The Park o con nuestra ubicación del momento. Al principio consideramos mi confusión graciosa, pero su frustración comenzó a crecer por mi incompetencia. El mapeo y el proceso de presentación que, según lo que yo anticipaba, nos tomaría un día, demoró en realidad cuatro. En ocasiones me orientaba fácilmente, siguiendo caminos, el arroyo pequeño, el arroyo mayor que lo intersectaba, una casa que reconocía. En otras, no podía entender cómo habíamos llegado a donde estábamos en un determinado momento y mi mapa, cuidadosamente dibujado y anotado, no ayudaba en lo más mínimo. Me sentía tonta: era un lugar pequeño y era ridículo sentirse «perdida» en él, especialmente cuando la línea del tren y el camino estaban a un centenar de metros en cada dirección y podían ser fácilmente encontrados al orientarse según el paisaje mayor -las montañas Hottentot’s Holland donde los Rastafari acudían a meditar y recolectar hierbas, a un lado; el cortaviento arbolado de una viña en el otro. Mi sensación de estar perdida era claramente un asunto no geográfico -podía orientarme en relación a la geografía del paisaje con bastante facilidad- sino cognitivo y emocional. Estaba desorientada a medida que lo familiar me eludía.
La sensación de desorientación que he descrito aquí tiene componentes físicos, emocionales y cognitivos: llegar a conocer un espacio no es el mero producto de una relación visual con el paisaje, sino una corporeizada. El incidente da cuenta de cambios desde la experiencia emocional e intersubjetiva a lo largo del tiempo hacia una sensación interrumpida de una situación corporal en relación a eventos en un paisaje, y a un rompecabezas acerca de la relación de los sentidos con los modos y productos de categorización y clasificación. El hecho de la perturbación emocional que resultó tanto para Ponkies como para mí, y las formas en que ella produjo un sentido de «desorientación» para ambas, sugiere que los etnógrafos necesitan poner cuidada atención a los roles y efectos de la emoción en el reconocimiento, orientación [9]y emplazamiento.
2. Acerca de la orientación [10], relaciones y representaciones
Generalmente se asume que los mapas son transparentes y neutros; reflejos de «lo que hay». No obstante, como ha planteado Soja (1989), el espacio nunca es neutro y, como lo demuestra la historia del planeamiento espacial racialmente excluyente de Sudáfrica, la espacialidad es profundamente ideológica. De Certeau (1988) argumenta que entender -«leer»- un espacio tiene mucho que ver con la posición de cada uno en él: las vistas «desde arriba» y aquellas «en movimiento» difieren de forma importante (véase también Pandolfo, 1997) [11].
De Certeau hace uso de la distinción propuesta por Linde y Labov (1975, citado en De Certeau, 1998) entre «mapas» y «rutas» [12]. Como representaciones cartográficas, los mapas ofrecen una perspectiva objetiva y distante, mientras que las rutas tienden a ser situadas e inmediatas. De Certeau concibe los mapas como representaciones esquemáticas y las rutas como actos del habla, y argumenta que las primeras se basan en mirar -por consiguiente, privilegiando lo visual y lo ocular-, mientras que las últimas se orientan por la acción: ir, moverse, hablar. Agregaría a estos dos términos un tercero: orientación, que involucra un sentido de moverse por el espacio, trazando relaciones, un cuidadoso tejido entre lo conocido y lo desconocido. Tomado estos conceptos, podría decirse que la confusión en el proceso de mapeo que describí más arriba es resultado de la confusión de actividades asociadas con un marco conceptual específico. En este caso, Ponkies y yo «íbamos a ver». El fraseo aquí implica una dimensión temporal que tiene la anticipación en su esencia. La anticipación está orientada hacia el futuro. Implica cognición, emoción y acción, y contiene tanto un sentido de lo esperado (esto es, lo predecible) como de lo incierto. Este complejo sentido de temporalidad se contradice con la intención de la tarea a realizar: producir una representación inmediata.
Existieron múltiples capas de incomprensión en el ejercicio cartográfico. Tanto Ponkies como yo estábamos comprometidas en la tarea de re-habituarme a un lugar y sus residentes; ella, orientándome hacia su espacio social; yo, a través de la abstracción de aquel espacio social en una representación en la cual yo me situaba fuera y más allá. Durante el mapeo caminábamos sus rutas cotidianas hacia sus amigos y los lugares de su trabajo ocasional en The Park. Su hablar era una pista de de nuestra posición en su ruta: su lenguaje y estilo eran informales cuando nos encontrábamos con gente que conocía, pero reservados y distantes cuando visitábamos gente con la que no tenía amistad o una relación recíproca. Señalaba las casas ocupadas por la gente con la que interactuaba regularmente y pasaba de largo silenciosa o haciendo un breve gesto o palabra por aquellas en las que los ocupantes no eran parte de su círculo social. Me estaba haciendo un recorrido por The Park basado en sus rutas, mientras tanto, yo estaba dibujando un mapa. Anticipaba que su recorrido serviría como presentación o re-presentación de las relaciones; yo, que daría como fruto una representación gráfica. Me presentaba su espacio como un sujeto, y yo intentaba absorberlo y representarlo como un objeto. En el transcurso, las posibilidades que se abrían con el caminar y el hablar -posibilidades de relacionar- eran reducidas a la representación.
Las relaciones implican trabajo en el tiempo; una duración que se estira del pasado hacia el futuro. Las representaciones cartográficas implican inmediatez, el tiempo presente [13]y una abstracción de la rutina cotidiana [14]. Lo presente de un mapa se consigue suprimiendo las relaciones temporales enfrentadas durante su producción. En esta vuelta, se puede intuir cómo lo objetivo puede ser producido desde lo subjetivo, un asunto que retomaré después.
Al comienzo me sentí estúpida por haber creído que mi conocimiento abstracto de los mapas y la ciudad debía coincidir necesariamente con el de Ponkies, a medida que caminábamos los senderos de su lugar de residencia. Después de todo, soy una antropóloga comprometida con el conocimiento local y que, por lo tanto, debiese haber anticipado que su representación reflejaría su propia localidad en el contexto inmediato. Por lo demás, yo misma soy blanco recurrente de las bromas de mis amigos debido a que no puedo orientarme con facilidad según puntos cardinales o nombres de calles, prefiriendo siempre referirme a eventos en el paisaje. En otras palabras, en mi propia vida social mi orientación es íntima y particular, no abstracta ni universalista. Pero tampoco era tan disparatado pensar que Ponkies y yo operaríamos con una concepción similar del mapeo. Ella es una persona educada, vive en una ciudad, se orienta de la misma forma que yo, esto es, por familiaridad con y en los términos de representaciones basadas en abstracción y grillas, tanto como principio como medio de expresión. Esto podría sugerir que la diferencia radicaba en el contexto y no en la cultura; esto es, que la diferencia en nuestra forma de entender el espacio descansa en una historia de actividad dentro de un paisaje. Al encontrarse con lo desconocido, tanto Ponkies como yo usaríamos un modelo abstracto [15], pero en terrenos familiares, los modos de relacionar y entramar se basan en ritmos y rutinas, patrones de la interacción social.
Una amplia literatura explora estas dimensiones de la socialidad (véase en particular, Mayol, 1998; Ingold, 2002), pero en su mayoría, ignora el papel de la emoción, que da forma a las atracciones y evitamientos y, por consiguiente, a los patrones sociales, entendidos como manifestaciones espaciales. Estos toman forma en reglas sociales implícitas y explícitas, así como en su cumplimiento o desobediencia. Un asunto que revisaré a continuación.
3. Socialidad, movilidad y la configuración de géneros en el espacio
De Certeau describe los movimientos de los caminantes por la ciudad como los «trazos calgráficos de un ‘texto’ urbano que escriben sin ser capaces de leer». Agrega: «Las redes de estas escrituras que se mueven y entrecruzan componen una historia múltiple que no tiene ni autor ni espectador, formada a partir de fragmentos de trayectorias y alteraciones de espacios: en relación a las representaciones, se mantiene diaria e indefinidamente distinta». La socialidad se basa en movimiento -visitamos amigos, abrazamos a los cercanos, etc. Nuestros cuerpos son expansivos y nuestra capacidad de movimiento es productora de nuestros mundos sociales (ver Casey, 1996; Jackson, 1995; Massumi, 2002; Merleau Ponty, 1964). Además, el movimiento está restringido por las ideas en torno a lo correcto, acerca de la distribución apropiada de las personas en el espacio. El colonialismo y el apartheid produjeron áreas racial y étnicamente segregadas, y una distinción entre los lugares de «trabajo» y «hogar».
Al examinar el asunto más de cerca, otros factores entran también en juego: hombres y mujeres, jóvenes y viejos, no ocupan el espacio de la misma manera; sus movimientos están moldeados por reglas sociales (implícitas) de edad y género. Algunas de estas dimensiones están referidas en «Woman and Space», donde Ardener (1993: 5) y sus coautores articulan los vínculos entre género y espacio; los «principios de orden» que apuntalan y dan forma a la vida social. Describiendo los componentes ocultos de la relación entre socialidad y espacialidad, el libro revela las reglas de género detrás de las formas de habitación de los espacios y cómo las prácticas sociales refuerzan o desafían aquellas normas. Fuera de ese recuento normativo quedan los aspectos emocionales y fundados en la experiencia, a los que me abocaré ahora.
De Certeau escribe: «Andar es no tener lugar. Es el proceso indefinido de estar ausente y en busca de lo propio» (1998: 103) [16]. Por «lo propio» se refiere a reglas que determinan la distribución de elementos en un espacio. Para De Certeau, un lugar «es el orden […] de acuerdo al cual los elementos son distribuidos en una relación de co-existencia […] La ley de ‘lo propio’ comanda el lugar» [17]. «Saber su lugar», ese mandato tan fuertemente arraigado en una sociedad colonial y en contra del cual deben luchar las sociedades post-coloniales, es una instrucción de adherir a la ley implícita de lo propio; las reglas de jerarquía a través de las cuales el poder se expresa y mantiene. La estructura de clase se pone en juego en el mandato, así como, con menor alcance, los estatus de edad y de género. No es extraño que, como he descrito anteriormente, algunos residentes se molestan por la incapacidad de otros de comportarse de manera ordentlik en su nuevolugar: sus intentos por mantener las apariencias en la rígida estructura de clases sudafricana se ven socavados por aquellos que no sólo no «saben su lugar» sino que tozudamente lo ignoran, arrojando de paso dudas sobre la decencia de los otros residentes.
La noción de de De Certeau acerca de lo propio resulta también útil para reflexionar sobre cómo los habitantes se relacionan con lo que se localiza fuera de The Park. Tómese por ejemplo los atajos entre el asentamiento y el centro de la ciudad, que eluden las rutas establecidas y oficiales. Podrían terminar por transformarse en rutas establecidas, pero no necesariamente adquirir estatus formal ni tampoco ser reconocidos en las representaciones oficiales del área. Los atajos no pueden ser usados equitativamente por todos; por ejemplo, las mujeres residentes en The Park y The Village los evitan por temor a ser atacadas y violadas. Tampoco recogen madera en los bosques solas, se sienten ansiosas cuando realizan allí sus abluciones y relatan episodios aterradores en los cuales mujeres y niños han sido atacados violentamente en los bosques y campos de los alrededores. Identificados los peligros como masculinos y -erróneamente- ajenos a su comunidad, las mujeres se hacen acompañar unas a otras en sus excursiones. De este modo, su comprensión del área puebla el exterior con la posibilidad de ataques masculinos, cuyo antídoto es la amistad femenina. Aquí, el peligro es alejado por la amistad y la sociabilidad es un medio para calmar el miedo.
Las reglas espaciales de género están más fuertemente arraigadas en las concepciones locales de respetabilidad –ordentlikheid- y se manifiestan en los chismes y sanciones asociados a la visibilidad y movilidad de las mujeres. Las mujeres ordentlik se mantienen cerca de su hogar. Por el contrario, el «rondloop» [18]implica estigmatización. Las mujeres desarrollan rutinas estándar y patrones de movimiento que incluyen visitas a vecinos y familiares, a los tanques de agua y a los kioscos y subeens. El movimiento fuera de esas rutinas establecidas era mal visto por los líderes de la comunidad y la mayoría de los residentes. Por regla general, las mujeres ordentlik eran reconocidas por ser reservadas, mantener sus casas limpias y ordenadas y, al salir, caminar decorosamente por rutas establecidas a visitar a amigos cercanos y parientes. Tenemos a Lien, casada y madre de dos hijos y que al momento de la investigación se encontraba gravemente enferma. Ella describe los lugares y rutinas de movimiento: «Ek ga’ kliniek toe, hospitaal toe, huis toe. Ek stap nie rond nie» («Fui a la clínica, al hospital, volví a casa. Yo no deambulo»). En efecto, jamás la vi en ningún lugar del asentamiento que no fueran las inmediaciones de su hogar. Su marido ayudaba con los repartos al dueño de una tienda/subeen y por ello recibía comida. A diferencia de su esposa, se movía tanto dentro del asentamiento como entre The Park, los caseríos vecinos, los pueblos cercanos de Somerset West y Stellenbosch [19]. Por el contrario, si Lien no estaba en el hospital o descansando en casa de su madre, siempre podía encontrársele en las cercanías de su casa: ya sea dentro, durmiendo o limpiando, o sentada en la veranda al refugio de las miradas detrás de la cerca de madera, o sentada en el cemento que rodeaba los tanques de agua. Lien era conocida dentro de la comunidad por ser HIV+: una condición que compartía con su marido e hijo. Los residentes hablaban positivamente de sus hábitos caseros, describiéndola como una mujer «decente», una de la que no se podía hacer chismes.
Distintos modos de ocupación del espacio implican distintas modalidades de socialidad y sociabilidad. Las mujeres que deambulaban por The Park sin una razón clara, eran consideradas inmorales. Rondloopery implica una carencia de motivos. Se piensa que tiene que ver con visitar a un amante, comprar drogas o «hacer lío» atendiendo a habladurías. Se relaciona con un comportamiento corporal específico –los-,término que implica disipación. Describir a una mujer como los implica que es inmoral, promiscua. Las mujeres temen ser identificadas de esta manera; la estigmatización se les adhiere con facilidad, trayéndoles culpa y escándalo. Los rumores, el escándalo y el chisme desatan vergüenza, humillación y enojo. Estas emociones hacen que la gente se conforme o bien rechace las reglas sociales (a menudo implícitas) que gobiernan el deber ser de las apariencias. Una mujer considerada como los recibe poca ayuda o simpatía si es golpeada o violada, debido a que «lo estaba pidiendo». En consecuencia, la relación entre comportamiento, habla, emoción y violencia tiene consecuencias manifiestas en la distribución espacial de las personas; espacio, lenguaje y emoción están constituidos y siguen constituyéndose de manera recíproca.
Quisiera explorar este punto un poco más allá prestando atención a cómo el modelo de ordentlikheid considerado apropiado para las mujeres adultas es transmitido a las jóvenes. Aquí, las prácticas espaciales expresan normas sociales y convenciones culturales que se relacionan con el proceso del ciclo de vida. Las niñas eran frecuentemente advertidas de no practicar rondloop y, en una ocasión, fui alertada de que mi hábito de deambular notoriamente por los senderos y caminos de los asentamientos mientras hacía mis asuntos antropológicos, era desconcertante para las residentes y que podía ser considerado como una invitación hacia los hombres.
Ya sea que se hayan visto llevadas por la pasión, persuadidas o coaccionadas a las relaciones, cuando las actividades sexuales de las mujeres jóvenes se vuelven públicas -algo que sucede muy rápidamente en un lugar tan pequeño-, son obligadas a abandonar la escuela. «Jy kanie skool toe gaa’nie as jy ‘n man het» («Si tienes un hombre no puedes ir a la escuela»), me decían con frecuencia. La idealización de la infancia que se tiene es tal, que hace incompatible el aprendizaje de los libros con el del sexo. Las niñas que tienen relaciones sexuales son consideradas como «crecidas» y se espera que sigan las mismas convenciones de socialidad ordentlik –incluyendo las prácticas espaciales descritas anteriormente- que las mujeres mayores. No hacerlo conlleva severas sanciones, tanto sociales como físicas. En un caso, dos muchachas amigas, Mem y Donna, continuaron comportándose como «niñas» (desobedeciendo las restricciones sociales y espaciales propias de las «mujeres» y asistiendo a la escuela) mientras mantenían asuntos con hombres. Fueron severamente castigadas. Los líderes de la comunidad impusieron una sanción espacial: las dos niñas y la madre de Donna (que alojaba a ambas) debían mantenerse cerca de su casa: no les fue permitido utilizar el camino principal o caminar a través del asentamiento, sino que debían circular por su borde: a lo largo de la línea férrea, entre pilas de basura, borrachos y perros carroñeros, cruzándose con todos aquellos que iban y volvían de hacer sus necesidades en el matorral vecino. La madre de Donna temió volver a mostrarse en público, por lo que enviaba a vecinos o niños a recoger agua de los tanques. Habiendo sido responsabilizada de la conducta inapropiada de ambas niñas, se sentía especialmente molesta por tener que rendir cuentas por la incapacidad de Mem de cumplir las normas de respetabilidad: «Ella no es ni siquiera mi hija», decía. Ninguna sanción similar recayó en ninguno de los protagonistas masculinos.
El castigo de restricción espacial era común y generalmente impartido por las mujeres poderosas. Era reforzado con amenazas de castigo físico y amedrentamiento, con «skelery» (reprimendas severas, una forma estándar en el asentamiento de castigo público y disciplinamiento), con burlas groseras y, a veces, con violencia física. Ningún hombre jamás me habló de estas formas de sanción, mientras que las mujeres lo hacían frecuentemente. Se piensa así que el comportamiento social inapropiado de las mujeres es contagioso, sus efectos afectan íntimamente a las mujeres alrededor. En el caso anteriormente descrito la inclusión en una nueva categorización social -el resultado de un reconocimiento comunitario de la pasión individual- implica una reubicación en el espacio. Mem y Donna no se conforman con las convenciones locales y su castigo sugiere una correspondiente teoría de clasificación: las niñas debían ser públicamente invisibles u ocupar los bordes infectos del asentamiento. Como la basura junto a la línea férrea, eran materia fuera de lugar -invocando la célebre frase de Mary Douglas- y su destierro pretendía expresar esto en una forma espacial y corporal.
En el tratamiento que recibieron Mem, Donna y su madre resuenan los principios que gobiernan las apariencias de respetabilidad en The Park. Aquí, los modelos locales de decencia quedan manifestados no sólo en la distribución de las personas en el espacio, sino que también en la distribución espacial de los objetos y los comportamientos [20]. Los intentos por confinar a Mem, a Donna y a su madre siguen estos patrones, sugiriendo que estaban sujetas a las mismas reglas que gobernaban los objetos, según códigos de respetabilidad que descansan en las apariencias. Parte de su castigo tenía que ver con reificación, con hacer de los sujetos y sus relaciones sociales el lugar para formas de vigilancia y de actividad asociada a las cosas.
Esta discusión arroja luz sobre las complejidades que describí en la primera sección de este artículo acerca de la cartografía y la experiencia. La ruta que Ponkies tomó trazó un mapa de un momento particular y de un conocimiento idiosincrático acerca de The Park. Pero la idiosincracia no implica la ausencia de reglas sociales. En realidad, señala las intersecciones de las relaciones y la convención -de lo social y cultural- en un momento particular y con relación a personas particulares. Uno podría decir que la idiosincracia es cómo uno habita la cultura y la hace propia. Ponkies trató de presentarme de nuevo a The Park y sus residentes en términos de sus propias relaciones sociales y en modos que respetaban las convenciones locales de género, como si éstas fueran manifestaciones espaciales. Sus rutas eran tanto particulares como restringidas por normas establecidas de edad y género que gobiernan el movimiento y la visibilidad. Su contribución al mapeo era un intento por afirmar relaciones subjetivas, más que objetivas, un intento socavado por mi insistencia en la representación cartográfica. Considerando que la objetificación es un castigo estándar en The Park para sancionar la violación de las reglas de género, no es sorprendente que Ponkies se sintiera incomodada por el proceso de mapeo.
Pareciera que parte de la diferencia entre nuestras experiencias de The Park mientras mapeábamos, era, en efecto socio-cultural; residente en las formas locales de conocer y moverse dentro de un entorno, e integrada en convenciones lingüísticas y experiencia sensorial y emocional a lo largo del tiempo.
4. Experiencia sensorial y locatedness
Ardener (1993: 12) observa: «Aida Hawile comentó expresivamente una vez que el límite entre lo ‘público’ y lo ‘privado’, en algunos contextos y en algunas condiciones, puede ser medido principalmente por la distancia». Añade: «Vemos de este comentario que un mapa de espacios significativos identificados con la mirada podría no coincidir con un mapa de zonas significativas sonoras». Rice (2003: 9) señala que «el escuchar y la interpretación del sonido son […] vitales en un sentido tanto social, como material y espacial». En The Park, la gente con frecuencia comentaba acerca del ruido. Aunque muchos de los residentes que se instalaron allí en los años ’90 venían buscando la intimidad, en el campamento lo privado se filtró en lo público. Los residentes se quejaban de que los sonidos de los vecinos afectaban sus propios intentos de crear intimidad, y que el atestamiento y las paredes delgadas de las chozas tornaron vulnerable aquella intimidad. El enojo, el placer, las discusiones, la conversación y las relaciones sexuales eran fácilmente audibles, haciendo precarias las tentativas de las personas por establecer «vidas privadas». La gente buscaba un medio de distanciarse de los ruidos de los otros. Deseaban viviendas de ladrillo y urbanización formal como una forma de aliviarse de los sonidos de sus vecinos, del ruido de los detalles íntimos de la vida cotidiana a los cuales constantemente se exponían en el habitar estrecho de los asentamientos informales. Algunas personas -especialmente las mujeres que asistían a la iglesia- comentaban que el ruido del asentamiento «alteraba sus nervios», volviéndolas tensas, rabiosas, tan explosivas que requerían de un especial autocontrol para superarlo. Otros comentaban que la conversación que tenía lugar mientras esperaban para recoger agua de los tanques se volvió central en la constitución de un sentido de comunidad: es decir, ese sonido se ofreció como un medio por el cual se realizó la categorización reflexiva y el entendimiento.
Tomemos seriamente los efectos del ruido en las emociones de la gente y las relaciones sociales. Además de de la localización de los efectos del sensatus, el registro de un «mapa» basado en sonidos y escuchas revelaría un sentido de lo rítmico en el cotidiano. Tales mapas tendrían que, necesariamente, localizarse a un punto particular, esto es, cada uno tendría un punto de vista, reflejo de un tiempo y lugar específico. No serían abstractos y universalistas, como las representaciones cartográficas, sino distintivamente locales. Los sonidos de día que emanan del subeen de Security y que llenan el vecindario -música de la rocola, el golpeteo sordo de las bolas de pool, la risa, la rabia, el tañido de las botellas, el tintineo de las monedas, las distintas voces que piden comida- son completamente diferentes de aquellos del extremo más desierto del asentamiento, donde las casas se cierran cuando los residentes se van al trabajo y los niños rara vez salen a jugar. No hay dos días que suenen parecido, pero hay patrones que surgen de los ritmos de las rutinas ordinarias, y las interrupciones a aquellos ritmos podrían ser marcadas. También, habría momentos en los que sería difícil distinguir entre sonidos humanos y ambientales.
Lingis (2002) sostiene que tales «dificultades» son el producto de intentos por separar la socialidad humana de sus ambientes. Un paisaje sonoro [21], tomando como fuente el subeen de Security, revelaría ciertas rutinas del día a medida que impactaran en la actividad de la tienda. En las mañanas todo está silencioso, salvo por la petición ocasional de té, café o azúcar, y el repiqueteo de las fichas de dominó de los jugadores matutinos habituales. Con la apertura de los tanques de agua a las diez y a las dos de la tarde, una fila de mujeres y niños conversando se forma afuera del bar, mientras la gente espera su turno para llenar sus contenedores y cargarlos a casa. Las botellas que golpetean al mediodía, cuando algunos de los bebedores más graves comienzan su consumo del día. El crujido de los tejados de hojalata bajo el sol o el golpe de la lluvia. A las tres de la tarde, cuando los niños vuelven de la escuela y son enviados a comprar mercadería y se detienen un momento en el subeen,en busca de diversión. En la tarde, cuando los sonidos de las telenovelas se mezclan con niños que juegan. En la noche, cuando los jóvenes juegan pool y son admirados por sus chicas mientras la rocola espeta sus canciones de pasión y ritmo; cuando los niños corren para comprar la mercadería para la cena; cuando los bebedores se han instalado y los ánimos se caldean; cuando la venta de alcohol sobrepasa la venta de comida. Más tarde en la noche, cuando los últimos bebedores se dirigen a tropezones a sus casas y el ruido se dispersa. Un paisaje sonoro crearía un sentido y una representación del ritmo que caracteriza al asentamiento en relación al paisaje en el cual está integrado.
O, considérese lo que una representación hecha sobre la base del olor podría revelar sobre las rutinas de la gente. Temprano en las mañanas de invierno, el olor a humo mientras los gallyblikke (tambores de carbón) se calientan. El olor del café suave -la ingesta esencial de la mañana- y de la comida sobrante del día anterior, que se calienta para el desayuno. A media mañana, el olor del jabón verde mientras las mujeres lavan la ropa. Mediodía, y el olor de sistemas inadecuados de eliminación de desechos comienza a flotar por el aire con el calor. En la tarde: el olor de preparación de la comida; los porotos con samp [22]en la sección más pobre, guiso de repollo en las áreas de Rastafaris, carne que hierve a fuego lento en las chozas de quienes, durante la semana, han recibido subvenciones del gobierno o sus salarios. El paisaje de olores [23]revelaría los ritmos del día y de la semana y la época del año: en los distintos tiempos son preparados distintos alimentos y distintas actividades tienen lugar al aire libre. En pleno invierno: el olor de ropa, alfombras y cubrepisos húmedos, el olor de oxidación y cartón empapado, el olor de humedad a medida que la capa freática se eleva. En pleno verano: el olor de polvo, sudor y tierra mojada donde se vierte el agua del lavado. Estos reportes revelan no sólo la superficie -chozas, caminos, eventos naturales- y lo social -la comensalía, etc.- sino también la tridimensionalidad del espacio: la elevación y descenso de los niveles freáticos, el calentamiento y enfriamiento de la temperatura del aire, etc.
Entonces, nuestro sentido del espacio es de tipo íntimo. Descansa sobre el ritmo y las prácticas más profundamente inculcadas (el habitus de Bourdieu), ellas mismas emotivas y emocionales. Resuena en su profundidad con la participación de todos nuestros sentidos en la prosecución de las actividades ordinarias de la vida cotidiana. No ha de sorprender entonces que, cuando se efectuara la mudanza a las viviendas definitivas, la gente a menudo expresara una sensación inexplicable de que algo estaba mal. Aunque estaban encantados de establecerse en «casas formales», describían una sensación de desequilibrio, tanto corporal como social. Encontraban difícil expresar el origen de su incomodidad, pero se sentían descompuestos por el paisaje, extrañamente «fuera de sintonía»; rodeados por demasiado espacio; las casas dispuestas demasiado ordenadamente; la disposición grillada de The Village, difícil de navegar. Algunos decían que el delito había aumentado (aunque no hubiera ninguna prueba de ello), otros culpaban a los subeens de vender el alcohol a menores (aunque fuera bastante común en The Park), y otros decían que echaban de menos a sus amigos (aunque todos vivieran en la misma «comunidad» y se ubicaran dentro de una distancia caminable). La gente describía que sus antiguos vecinos ahora estaban gesproei (desparramados, rociados; palabra usada por lo general para describir el agua de una manguera). Evalyn decía que para visitar a Anne debía ir demasiado lejos, y Anne decía lo mismo de Evalyn. Su vieja amistad se desintegró y pronto supieron muy poco una de la otra. Sus quejas eran repetidas por otros que tampoco vivían junto a sus viejos vecinos. Raymond dijo que el nuevo subeen de Security se atestaba demasiado por «extraños» (aunque fueran los mismos jóvenes que habían jugado allí al fondo, en The Park) y, por lo tanto, prefería beber solo en casa. Sus amigos habían vivido en torno al viejo subeen de Security, pero ya no era el caso y se sentía aislado en el bar. Raymond sabía que la gente desaprobaba el consumo en solitario -beber en casa se considera un signo de alcoholismo, aun más que la dependencia, la cantidad consumida o el mendigar para comprar bebida- pero su sensación de desarraigo era tal, que prefería arriesgarse a la desaprobación social que tener esa sensación emocional y física del exilio que sentía bebiendo en el subeen junto a «extraños».
Algunos decían que después del traslado, las tasas de enfermedad y mortandad habían aumentado. Algunos caracterizaban su incomodidad como efecto del desarraigo y describían su confusión para, literalmente, encontrar su camino. Según Dinah:
«¡Hasta nos perdíamos! A veces teníamos que enseñar a la gente dónde estaba su casa porque se habían perdido. Yo fui una de ellos. Todavía no te puedo decir por qué nos sucedía. A menudo creía que estaba llamando a la puerta de Vicky (su hermana que vive a dos casas) pero cuando la puerta se abría alguien más estaba allí. ¡Entonces tenía que decir ‘lo siento’! Un día tuve que ir al otro lado a recoger a la tía Evelyn, porque pensó que su casa estaba ahí (ríe). No sé por qué pasaba. ¿De qué se trataba? Antes de que hiciera la construcción (de la ampliación) en mi casa, la mía se veía como cualquier otra casa de por aquí. Así pues, un día creía que andaba en mi casa, pero llegué y vi a Oom Price sentado. Había entrado en su casa, que está contigua a la mía. Le dije: ‘Perdona Oom Price, creía que esta era mi casa’… No sé si pasó porque todas las casas se veían iguales o qué…»
Al principio estaba sorprendida por estas experiencias de desarraigo, no sólo porque el nuevo asentamiento tenía un trazado regular: una rejilla de caminos alrededor de un cuadrado central. Y además, las casas se numeraron, con esmero y consecutivamente. Nada quedaba de los sistemas de enumeración complejos que habían caracterizado al antiguo asentamiento desordenado. ¿Qué podría ser más fácil de navegar? Y luego recordé mi propio sentido de estar fuera de lugar en The Park y las lecciones complejas acerca de las relaciones del objeto-sujeto que había aprendido de Ponkies y mi cartografía.
Encontrar el lugar propio en un nuevo espacio donde todas las casas se ven iguales y donde los ex-vecinos eran sólo eso, significa sustituir la navegación multi-sensorial y basada en relaciones por otras habilidades de orientación -al menos, hasta que uno pudiera encontrar su camino con facilidad y, una vez más, las relaciones tomaran primacía en el descubrimiento de rutas. Esto no es tan simple como suena. La mayor parte de los eventos sensoriales del antiguo asentamiento habían desaparecido. El nuevo lugar no ofrece los mismos estímulos olfativos: no hay ningún sloot (río), a veces limpio y crujiente, a veces inactivo y hediondo. No hay ninguna vía férrea que huela a hierro caliente, orina, basura, dagga [24]y petróleo. No hay ningún camino con sus restos de olor a alquitrán caliente y gases de tubo de escape. El olor de la basura humana en los bordes del asentamiento ha desaparecido. El agua se proporciona a la casa, de modo que el olor típico de suelo mojado en el pilón ya no es parte de las asociaciones con el movimiento a través del asentamiento o de un sentido de comunidad. La gente se relaciona generalmente puertas adentro, por tanto el zumbido de conversación y el sonido de voces características ya no están. En los primeros días después de la mudanza, cada persona con la que hablé comentó acerca del silencio relativo de The Village: las casas de concreto cuyos tejados y paredes no traquetean ni silban con cada soplo de viento, ninguna rocola, ninguna radio atronando. El silencio de The Village y el hecho de que tantas personas murieron muy poco después de la mudanza le ganaron el mote de «pueblo fantasma».
Una consecuencia del cambio de olores y sonidos fue la desorientación de las personas respecto del sentido del tiempo. En el viejo asentamiento, mi día, como el de todos, comenzaba aproximadamente a las cinco de la mañana, cuando oía a mis vecinos que se reunían alrededor de un fuego en la calle, para hacer café y compartir su calor. El asentamiento entero se despertaba temprano gracias a los hábitos de aquellos que tenían trabajo y de los niños que asistían a la escuela. En The Village, la gente ya no hacía fuegos comunales. Bebían el café dentro, y los viejos ruidos que marcaban la temporalidad del día desaparecieron. Podría decirse que el tiempo se privatizó, se interiorizó, y que ese sonido ya no marcó las actividades comunes.
El suelo en The Village es llano y parejo, sin siquiera resaltes ni hoyos que hagan tropezar al incauto. No hay árboles que proporcionen contrastes en luz y sombra. Las casas son uniformes en forma y orientación a la calle. El nuevo ambiente está privado, en gran parte, de viejas asociaciones sensoriales, y en él lo visual ha tenido que tomar prioridad. Incluso, las pistas visuales -la forma, color y textura de las casas, por ejemplo- son homogéneas y pareciera que el sitio, trazado a partir de cuadrados concéntricos, se reproduce a sí mismo; por esto la gente alega que camina en círculos. No es de sorprenderse que se sintiera desorientada después de su llegada al lugar: al menos tres de los sentidos a través de los cuales conocían su mundo inmediato se habían vuelto redundantes, al menos en un comienzo.
La experiencia de Dinah no era la única; en los tiempos que siguieron a la mudanza, la gente se quejaba frecuentemente de perderse, de su incapacidad para visitar a viejos amigos por la dificultad de no encontrar el camino. El lugar les resultó inquietante. No sólo porque lo familiar se había desvanecido, sino porque al buscarlo y en perderse, se sintieron sujetos a las mismas relaciones objetuales que habían enojado tanto a Ponkies cuando habíamos hecho el mapa. El trazado del nuevo asentamiento producía el efecto de reificar las circunstancias y las relaciones de la gente, haciendo intercambiables los lugares y desorientando los «mapas» de relaciones afectivas y conexiones sensoriales ya incorporadas a las personas. Los mapas cognitivos sustituyeron el conocimiento íntimo hasta que la gente «supo» una vez más dónde vivían y pudieron encontrar su camino -eficaz y apropiadamente- hacia sus seres queridos.
La edad y las dimensiones de género de la orientación espacial en el nuevo asentamiento eran notables. Cuando éste se diseñó, un cuadrado central se destinó como campo del fútbol; es decir, el asentamiento se concibió centrado en la actividad masculina. Por lo que sé, aunque los partidos de fútbol no se efectuaban allí, el espacio pareció irrecuperable: una extensión enorme de arena y nada en el corazón de «la comunidad». Los niños rara vez jugaban allí, prefiriendo en cambio los caminos del asfalto y los espacios entre las casas. Aunque algunas mujeres lo cruzaban apresuradamente en su vuelta del trabajo, la mayor parte de ellas tomaba los caminos, tendiendo a ocupar sus bordes. Por el contrario, hombres y niños utilizaban el camino entero. Las mujeres se mantuvieron puertas adentro aún más que en el pasado, y, cuando la labor concluía, se congregaban con amigas cercanas al interior de propiedades cerradas más que en los espacios comunes. Muchas mujeres describían cómo gastaron horas acomodando el mobiliario en sus nuevas casas y haciendo tareas domésticas. Algunas dijeron que se sintieron solas al hacerlo; otras expresaron una sensación de satisfacción por el orden de sus casas y de sus vidas.
El nuevo asentamiento estaba a cierta distancia de la ciudad, por lo que los hombres ya no debían presentarse en el borde del camino para buscar un trabajo ocasional. Algunos asaltos y violaciones, incluso a niños, ocurrieron en el camino a la ciudad y la gente dejó de visitar el centro con la frecuencia de antes. En cambio, hacían sus compras en spazas [25]y un almacén cercano -opciones más caras que los supermercados de descuento de la ciudad. Cuando visitaban ésta, preferían tomar un taxi antes que caminar por el riesgoso -y ahora más largo- camino. Las tarifas del taxi no son económicas, por lo que las visitas a la ciudad se volvieron «acontecimientos», más que una parte de la rutina. Los ritmos del cotidiano se alteraron completamente.
5. Ritmos del cotidiano
La vida cotidiana descansa en el ritmo en modos que generalmente no consideramos. El ritmo en el cotidiano le confiere esa naturaleza de lo dado por hecho, lo que la vuelve un patrón en cuanto al tiempo y la convención. El ritmo no es lo mismo que la uniformidad. Aunque sugiere regularidad y previsibilidad, no pasa por alto lo inesperado.
Lefebvre (2004: xv) sostiene que el ritmo, la espacialidad y la temporalidad están íntimamente vinculadas: «En todas partes hay una interacción entre un lugar, un tiempo y un gasto de energía, hay ritmo«. Sostiene que todos los «ritmos implican la relación de un tiempo a un espacio, un tiempo localizado; o, si uno prefiere, un espacio temporalizado. El ritmo siempre se une a tal o cual lugar» (Lefebvre, 2004: 89). El autor propone cuatro categorías del ritmo: secreto, público, ficcional y dominante. Los ritmos secretos son personales, fisiológicos y psicológicos (el latido del corazón, las memorias que vuelven, los patrones para relacionar el mundo con el cuerpo y la mente). Los ritmos públicos son sociales; en esta categoría caben las celebraciones y ceremonias y también aquellos aspectos de lo personal que se expresan y se comparten (los ejemplos que da son expresiones del cansancio y la digestión). Los ritmos ficcionales son la «elocuencia y los ritmos verbales»; lenguaje y comportamientos aprendidos. Los ritmos dominantes son «completamente fabricados», cada día «apuntando a un efecto que está más allá de sí mismos» (Lefebvre, 2004: 18). Lo que el autor describe aquí es un modo de unir el cuerpo y sus ritmos con el espacio y tiempo, y con los sistemas del significado y del poder dentro de los cuales vivimos nuestras vidas. Advierte que los distintos lugares tienen cualidades rítmicas diferentes, y que ese ritmo es relativo; algo es rápido o lento, regular o sincopado sólo en relación a algo más. En otras palabras, el entendimiento de los ritmos implica conocimiento comparativo. Afirma que «cuando los ritmos se viven, no se pueden analizar», añadiendo: «A fin de analizar un ritmo, hay que salir fuera de él» (Lefebvre, 2004: 88). Alvarez (2005: 58) concurriría; sostiene que el ritmo no es producto del «percibir un patrón en algo que está fuera de nosotros, sino nuestro propio volverse un patrón». Esto implica que el sistema de reglas en el que operamos no se origina en, sino que le da forma a nuestras vidas, pensamientos, instituciones sociales, los modos en los cuales llenamos nuestro tiempo, los modos en los cuales percibimos el ritmo y creamos el nuestro propio.
Para los residentes de The Park, la estabilidad y los ritmos que se atan a la vida cotidiana a través de modos rutinarios y establecidos de hacer las cosas, eran conseguidos con esfuerzo y resultaban precarios. Las rutinas cotidianas eran importantes para la gente y las mujeres, particularmente, se resentían por sus alteraciones. En parte esto sucedía porque la rutina ofrecía una manera de asegurar la estabilidad en vidas precarizadas por la pobreza, y aquellas que contaban con rutinas previsibles eran consideradas ordentlik. Por lo demás, los ritmos asociados con la decencia eran difíciles de conseguir en contextos donde la vida diaria es incierta y peligrosa. Esto sucedía sobre todo cuando la gente llegó a vivir a The Park. Bien recuerdo las dificultades que enfrentó mi vecina Margie, tratando de aprender cómo enfrentarse con las insuficiencias de su choza, las demandas de su recién nacido, los caprichos de los ingresos de su marido, la carencia del agua y el rechazo por ir a buscarla, y las indignidades de la necesidad de pedir a su vecina que la acompañara al bosque para poder hacer sus abluciones debido a que era demasiado inseguro para las mujeres ir solas. Encontró difícil establecer una rutina en sus días y poco a poco se retrajo sobre sí misma, apenas saliendo de su choza. Sus vecinos la menospreciaban por su fracaso en conformarse con sus ritmos -fracaso en recolectar agua a tiempo, hacer su lavado temprano, preparar la comida temprano, dejar tiempo para socializar. Fue considerado una falta mayor, una afrenta a los patrones locales de relación. Tanto de aquello que se podría haber dado por hecho en las casas anteriores -algún tipo de saneamiento, agua corriente, los ritmos de funcionamiento o la vida carcelaria- ya no estaba disponible, y el conocimiento de cómo adaptarse en las nuevas circunstancias tuvo que conseguirse no sin dolor.
Lefebvre (2004) contrapone dos clases de ritmo: los ritmos de «el otro» son aquellos de «lo público», el discurso, la representación (para la cual uno podría leer la autoridad, el poder) y aquellos «del sí mismo», relativos a la intimidad y el autoconocimiento. Advierte: «Cuando las relaciones del poder superan las relaciones de alianza, cuando los ritmos de ‘el otro’ vuelven imposibles los ritmos ‘del sí mismo’, entonces la crisis total estalla, con la desregulación de todos los compromisos, la arritmia, la explosión-implosión de la ciudad y el país» (Lefebvre, 2004: 99-100). Quiero sugerir que parte de la vida social en The Park y en The Village era de hecho una especie de arritmia. Una vez establecida, la gente notó que sus rutinas cotidianas se interrumpían fácilmente, perturbándose los ritmos con que se hacían las cosas. Pequeños cambios en las rutinas podrían tener efectos enormes. La enfermedad de un miembro del hogar podía poner en peligro los ingresos y, por ende, la comida para la semana; la enfermedad de uno volvía su cuerpo desconocido; las perturbaciones en la frecuencia ordinaria de los de autobuses escolares podía significar que los niños no asistieran a la escuela durante semanas (como a comienzos de 2004), y así. Tanto más sucedía con los grandes acontecimientos: muertes, asaltos físicos, adicciones, llegada de parientes, embarazos, etc. Considerando la inestabilidad del ingreso y la rutina, la perturbación era parte de la vida cotidiana en The Park, pero no por ello más fácil de enfrentar. La gente se quejaba que la vida diaria era imprevisible; que no podían encontrar su paso o, que habiéndolo encontrado, eran incapaces de sostenerlo en el tiempo.
Un modo de salir fuera de los ritmos naturalizados, o incluso, de las arritmias, como los viajeros, los emigrantes y los exiliados han sabido por mucho tiempo, es el moverse, el confrontarse con nuevas arquitecturas, nuevos emplazamientos que exigen un nuevo comportamiento. Lefebvre (2004: 97) describe este proceso como «el requisito del paso de un ritmo al otro, aún desconocido -para descubrirse». El descubrimiento siempre se ribetea con el peligro. La experiencia de Dinah de perderse, repetida por otros, sugiere un desequilibrio que desconcierta no sólo porque es inesperado, sino porque sustituyó un conocimiento íntimo del lugar construido con el tiempo, por la experiencia de tener que orientarse por la representación en un ambiente que se presentó como ya construido, ya completo.
La mayoría de los residentes habían venido a la ciudad desde pequeños pueblos y zonas rurales en su periferia, y una vez habían llegado, tuvieron que aprender a orientarse en el mundo a medida que se les presentaba. Pero hay importantes diferencias entre aquellas trayectorias individuales y el proceso de movimiento colectivo que caracteriza la mudanza a un alojamiento formal. Cuando la gente va a la ciudad, por lo general se queda con parientes o amigos y aprenden sus modos a través de los ritmos de sus anfitriones. De este modo, los residentes llegaron a conocer The Park a través de la mediación, el ritmo y las rutinas de otros. Aunque el traslado de «la comunidad» a The Village fuera una mejora del alojamiento y los servicios, la experiencia de un traslado masivo era disyuntiva. Informados por las experiencias de personas que habían sido sacadas a la fuerza de sus casas y comunidades bajo el apartheid, los líderes de la comunidad y los consejeros anticiparon la desorientación producto del traslado, y al principio trataron de compensarlo diciendo a la gente que podrían elegir a sus vecinos. De hecho, esto rara vez pasó: la disposición grillada del nuevo loteo militó en contra de las vecindades complejas que habían caracterizado a The Park, y la gente acostumbrada a la vida en la proximidad inmediata con innumerables otros, se encontró repentinamente extendida a lo largo de caminos, en cuadrados ordenados con sólo un vecino en cada lado. No es de asombrarse que se sintieran perdidos.
Solnit (2006: 22) explica con contundencia la experiencia de perderse: cuando uno se pierde, «el mundo se vuelve más grande que el conocimiento que se tiene de él». De esto se deriva una sensación de pérdida de control que, según plantea, podría llevar a la búsqueda de nuevos modos de ser. La autora desarrolla sus ideas escribiendo de ciudades y ruinas. De las ciudades dice: «Una ciudad se construye para parecerse a una mente consciente; una obra que se puede calcular, administrar, fabricar». Y de las ruinas, el contrapunto de la ciudad en el Occidente industrializado, señala: «Las ruinas se vuelven el inconsciente de una ciudad, su memoria, lo desconocido, la oscuridad, las tierras perdidas, y en esto se vuelven vivas. Con las ruinas la ciudad florece, libre de sus planes, en algo tan intrincado como la vida; algo que se puede explorar, pero quizás no trazarse en un mapa» (Solnit, 2006: 89). Su distinción entre la ciudad y su reverso, entre mapeo y exploración y entre vida y representación, hace reflexionar. En su formulación resuenan ecos de la diferenciación de De Certeau entre la visión a vuelo de pájaro de la ciudad y las actividades cotidianas producto de vivir en ella, y las nociones de Lefebvre de la autopresencia versus la representación, o conciencia versus discurso. Parece razonable caracterizar el sentido de desarraigo de la gente a partir del traslado a las casas formales en términos de estas distinciones: a fin de encontrar a sus amigos tuvieron que imaginar de nuevo las relaciones en términos de mapas, volviendo a trazar lo emotivo a través de lo cognitivo. No es de sorprenderse que algunos estuvieran tan incomodados por el proceso de buscar a los viejos amigos que se sintieron incapaces de hacer el esfuerzo…
Y aún, como Solnit (2006: 14) nota, «nunca perderse es no vivir, no saber cómo perderse te lleva a la destrucción, y en algún lugar de la terra incognita entre medio, descansa una vida de descubrimiento». Cita a Thoreau: «No hasta que nos perdemos, en otras palabras, no hasta que hemos perdido el mundo comenzamos a encontrarnos y darnos cuenta dónde estamos y la infinita extensión de nuestras relaciones» (en Solnit, 2006: 15). Como Attie comentó una vez [26], uno puede saber donde se está en términos geográficos, pero perderse en relación a valores sociales dominantes: «Como yo, ellos también perdieron su camino una vez que comenzaron a vivir aquí». Vivir en The Park significaba saber dónde uno estaba espacialmente, pero también vivir en modos que no coincidían con los ideales sociales. Me recordó: «Pero no es demasiado tarde para ellos para cambiar». Y, como en la discusión de más arriba se sugiere, vivir en The Village significó adherirse a valores sociales dominantes a costa de estar espacialmente y socialmente perdidos.
El estado de desarraigo temporal y espacial sobre el cual tantas personas hablaban era un período claramente demarcado, en el cual la gente tenía el tiempo y espacio para clasificar sus relaciones; calcular quién importaba y por qué, y reorganizar su vida social y sus mundos. A veces esto fue una experiencia positiva, como cuando Sandra comentó feliz que ahora podría disfrutar de estar tranquila en su casa sin que la trataran de distante. Otras veces, era negativa, como cuando la gente lamentaba amistades perdidas. Aún así, todo el tiempo, nuevas relaciones se estaban formando, nuevas conexiones eran hechas y nuevos ritmos emergían. Traían antiguos modos de ser, remodelados.
Tanto en el terreno familiar como en el desconocido, no nos movemos como autómatas, sino como seres vivos y relacionales; tanto agentes activos como restringidos por la convención. Nuestra comprensión del paisaje refleja nuestro emplazamiento dentro de él como seres sociales y fenomenales. Esto significa que nuestro conocimiento de un paisaje (social) probablemente cambiará con el tiempo, del mismo modo como las rutinas y las relaciones cambian; como procesos parte del ciclo vital y de las convenciones culturales según las cuales se forma y produce la experiencia de sociabilidad en el lugar. Implica que los «mapas» individuales se diferencian, se traslapan y subyacen. Sugiere también que los caminos y rutas grabados en un paisaje no necesariamente comprometen el conocimiento que un individuo tiene de un lugar o sus formas de habitarlo a lo largo del tiempo. Además de revelar componentes estructurales del cotidiano -las reglas tácitas (de edad, clase y género), los ritmos asumidos y las rutinas que modulan el día a día- una cuidadosa consideración de los modos en que las distintas categorías de la persona se comprometen y interactúan con el espacio, nos revelan las relaciones entre lo sensorial y lo emocional en la fabricación de la socialidad y los ritmos cotidianos en lugares particulares.
Con esto en mente, vuelvo al ejercicio de correlación con el cual abrí el capítulo. Una ocasión en la cual la fabricación de un mapa se hizo ambigua y su producción, el lugar de la confusión, se presta para la consideración de las relaciones del sujeto-objeto y las ocasiones en que éstas surgen. También esboza el momento en el cual una empresa antropológica cambia de la exploración de los mundos de los otros a la Otredad. Un cambio que hace eco en la abstracción de las relaciones que le es propia a la representación y que ha sido tanto narrada como anticipada por la historia del mapeo. Podría decir que mis esfuerzos en el mapeo tropezaron con los vericuetos y las complejidades de las relaciones y el cotidiano, entendido como lo vivido más que como lo representado.
Quizás uno podría concebir esto como un tropiezo en la vida.
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Las imágenes que acompañan este trabajo no son parte del original, sino que fueron seleccionadas por los editores de bifurcaciones para esta publicación. Las fotografías forman parte de una serie estenopeica realizada en Nairobi y Cape Town por el proyecto wimbi (wimbi.net), y se encuentran disponibles en https://www.flickr.com/photos/wimbi/sets/72157614106954364/
Traducido por Pía Montealegre.
Fiona Ross, Departamento de Antropología Social, Universidad de Cape Town. E-mail: Fiona.Ross [at] uct.ac.za
[1] El término en inglés usado por la autora es sense-scapes. En la traducción se han usado conceptos del tipo «paisajes sonoros», «paisajes de olores» o para referirse a la terminología que en inglés generalmente se presenta compuesta por el sufijo scape (n. del T.).
[2] La traducción directa de wendy-house es «casa de muñecas», pero en Sudáfrica se usa el término para señalar pequeñas cabañas de madera usadas como solución habitacional (n. del T.).
[3] Zol: Cigarrillo de marihuana. La mayoría de las traducciones de términos en lengua local que no están señalados en el texto por la autora han sido orientadas por el glosario del libro de donde se toma este artículo (n. del T.).
[4] Subeen: bar informal. Del término irlandés shebeen,ocupado para señalar los clandestinos (n. del T.).
[5] Smokkie: distribuidor ilegal de drogas o alcohol (n. del T.).
[6] Ordentlik: término en afrikaans para bien comportado, decente (n. del T.).
[7] Este es su apodo, conseguido a causa de su anterior trabajo en las compañías de seguridad que proliferaron en la era post-apartheid. Muy poca gente en The Park era conocida por sus nombres reales; la mayoría era tratada sólo por apodos. Como la mayoría de la gente tenía más de uno -adquirido entre distintas redes sociales (familia, amigos en y fuera de The Park, relaciones de trabajo, etc.)- llamar a alguien por su apodo inmediatamente lo situaba en la relación y la red social. Muy poca gente, incluso amigos cercanos, usaba o incluso sabía el apellido del otro. Si no hubiese sido porque en mi encuesta preguntaba específicamente por apellidos, hubiera conocido solamente los de dos personas; ambos líderes.
[8] Acta de prevención de la ocupación ilegal de terrenos, elaborada en 1951, que permitía el desalojo y destrucción de viviendas en los campamentos (n. del T.).
[9] En contraste, los nombres de calles del nuevo asentamiento formal donde los residentes se mudaron en 2011, no resonaban con la experiencia local. Tramado en su forma y nombradas sus calles según diversos metales preciosos, el nuevo asentamiento rechazaba la particularidad y la idiosincrasia, alienando a los residentes.
[10] El término original utilizado es way-finding, propio de los estudios de cognición espacial, que indica la forma en que se buscan rutas en un determinado espacio (n. del T.).
[11] En este caso, la autora usa el término route-finding,que también será traducido en adelante como «orientación» (N. del T.).
[12] En «Andar la ciudad», De Certeau (1998: 93) escribe que «la ciudad panorama es un simulacro ‘teórico’ (esto es, visual), es decir, una imagen cuya condición de posibilidad está en el olvido e incomprensión de las prácticas», una visión representada por un «dios-voyeur» que se ha hecho a sí mismo ajeno al «opaco tejido de la vida cotidiana». De Certeau argumenta que las personas que, se imagina, constituyen la ciudad, no tienen profundidad temporal, no tienen historia. Es este «sujeto universal» quien se presume «lee» el espacio como si fuese una representación cartográfica, un mapa. Tim Ingold (2002: 191) ha caracterizado este modo de conocimiento como aquel del investigador cuya tarea es combinar datos «para producir una imagen única que es independiente de cualquier punto de observación» y, se podría agregar, que descansa en una noción estandarizada del tiempo (Harvey, 1996). No obstante, como Seremetakis (1996) ha demostrado, las experiencias sensoriales son moduladas por la historia, y los procesos históricos cambian las posibilidades de la experiencia. En otras palabras, mientras los desarrolladores y planificadores imaginan el habitante de las ciudades como una persona universal, los habitantes reales son seres cuyas experiencias son formadas por procesos históricos y, como resultado de aquellos procesos, experimentan el espacio de manera diferente unos con otros.
[13] «Maps and tours» (n. del T.).
[14] Escribiendo acerca de la representación cartográfica, Pandolfo (1997: 34) nota que la vista a vuelo de pájaro se hizo popular en Europa durante el Renacimiento. Ella nota que la vista desde lejos y desde arriba, de un punto fijo, aseguraba al pintor «el privilegio de lo presente». Citando a Corbin, la autora compara esto a las miniaturas persas que invitaban a una participación activa (así como un sentido de desdoblamiento temporal) de parte del espectador, no privilegio ni presente. Lo primero genera un observador, mientras que lo segundo, un itinerante. Lo presente cartográfico se consigue a expensas de la profundidad histórica, y lo visual remplaza al movimiento como medio para enfrentar el espacio.
[15] De Certeau (1998: 121) argumenta que en los últimos trescientos años el mapa se ha vuelto algo disociado de las historias (itinerarios, recorridos, peregrinajes), alejando «las operaciones de las cuales es el resultado o la condición necesaria», dejando en su lugar solo una representación abstracta que, argumenta, coloniza el espacio (véase también Mbembe, 2000). Los mapas son moneda corriente en la vida moderna y, en ese sentido, si De Certeau está en lo correcto, entonces somos todos cómplices de nuestra propia abstracción y colonización. Casey (1996: 49) apunta también a esto cuando argumenta que la «incorporeidad es un ideal geográfico».
[16] Pero incluso, esto no es tan directo como suena. En discusiones con urbanitas sudafricanos que han visitado ciudades en EE. UU., se revelan dificultades comunes de navegación. Los sudafricanos urbanos tienden a dar direcciones en las cuales está implícito el sentido de orientación y movimiento del individuo y, frecuentemente, la dirección implica eventos del paisaje (e. g. «cuando llegues a la estación, dobla a la izquierda; sigue derecho hasta que llegues a Main Rd. y dobla a la derecha»). En estas direcciones se da la sensación de que el instructor está siguiendo la ruta en su imaginación: las instrucciones cargan con un sentido de experiencia corporeizada e implican una relacionalidad interpersonal; el instructor acompaña al caminante en su mente. Los urbanitas estadounidenses tienden a dar direcciones más abstractas, utilizando los puntos cardinales («gira al oeste en la 110th») y claves lingüísticas (e. g. «avenida» o «calle» señala dirección y no, como en Sudáfrica o Inglaterra un tipo o calidad de camino y su ubicación urbana, suburbana o rural. Los estadounidenses generalmente entregan direcciones que son individualizadas (no de forma relacional) en relación a un ámbito más abstracto.
[17] Hacking (1998) describe la emergencia en la psiquiatría francesa de la clasificación de «fuga disociativa» para describir a las personas que «erraban» compulsivamente. Eran considerados mentalmente inestables; el carecer de arraigo y hogar era indicativo de que algo no estaba bien.
[18] El lieu(x) de De Certeau ha sido traducido como «lugar». Un vocablo alternativo podría ser «sitio», pero esto no haría justicia a la amplitud del concepto de De Certeau. La terminología de De Certeau resulta extraña en el idioma inglés, en el que la palabra espacio se usa generalmente para referirse a lo abstracto y la palabra lugar, para lo domesticado o conocido. He utilizado la traducción de espacio/lugar en relación a discusiones de su trabajo y la comprensión angloparlante más usual que se relaciona al trabajo de Ardener. La concepción de De Certeau de «lo propio» es particularmente germana, en relación a la comprensión de la planificación colonial, moderna y del apartheid; un asunto que está más allá de los alcances de este artículo (pero véase, por ejemplo, Caldeira, 2000; Pinnock, 1989; Rabinow, 1995; Robins, 2002).
[19] Rondloop: término en afrikaans para deambular, pasear (n. del T.).
[20] En efecto, sus vidas estaban marcadas por diferencias de movilidad. Él afirmaba haber viajado extensamente por África del Sur, impulsado, decía, por la curiosidad. Ella, en cambio, había nacido en el vecino Strand y sólo poco antes de cumplir sus treinta años estuvo por primera vez en el centro de la ciudad, apenas a unos cuarenta kilómetros de distancia.
[21] Véase capítulo 2 del libro de donde se extrae este artículo.
[22] Sound-scape (n. del T.).
[23] Samp: maíz molido, una especie de sémola típica de la cocina Xhosa (n. del T.)
[24] Smell-scape (n. del T.).
[25] Dagga: un tipo de cannabis (n. del T.).
[26] Spaza: una tienda pequeña (n. del T.).
[27] Véase capítulo 2 del libro de donde se extrae este artículo.