08/09/2014

Acapulco, mina de oro en Semana Santa/

Fragmento

Elena Poniatowska

archivo | Blog

– ¿Le muevo la panza?
– What does he want?
– He wants to do some kind of belly dance.
– ¿Le muevo la panza, mister?

En Acapulco, todo se conjuga para que les vaya bien a los vendedores; las chéveres bien frías (y carísimas), los coco-fizz con hielos (y carísimos), las palmeras borrachas de sol, las olas azules con su encajito blanco, la harina que es arena. Un rebaño de vendedores deambula de playa en playa con sus collares de conchas, la crema de concha nácar que quita las cicatrices, sus güiros y sus maracas (el güiro es posiblemente el instrumento más sensual que ha dado la tierra), sus tamborcitos africanos, sus vestidos “de playa” colgados del brazo, bikinis de lunares, faldas amponas que levanta el viento de la tarde, sus canastos de dulce de coco, de pulpa de tamarindo que asientan en la arena ante cada posible comprador, el aceite en la botella de salsa de búfalo con unas gotas de yodo para quemarse más negro, el jabón jaspeado de rosa también de coco (allá todo es de coco, hasta las cabezas huecas de los vacacionistas que se bambolean como cocos, separadas de sus cuerpos tatemados y enrojecidos; sólo se las atornillan de nuevo al subirse al autobús, al avión, al coche, de regreso a la ciudad, pero a veces las dejan arrumbadas, peludas y cafés, en algún rincón de la playa y entonces bajan de los cerros yermos y secos los campesinos y las parten de un machetazo y se ríen al verlas tan vacías. “¡Miren nomás las cabezas citadinas, puro aire, ni sangre tienen, miren no más qué porquería de cabezas!”).

En el mar, la vida es más sabrosa y en la playa los niños venden su panza la mueven pa’cá y pa’llá, mejor que en Estambul, mejor que las expertas en la danza de los siete velos, aunque en sus ombligos no haya ni leche ni miel, pa’cá y pa’llá así como vienen las olas así como ondea la brisa, como se balancean las palmeras escobeteando el cielo azul, pa’cá, pa’llá, al borde de la miseria hasta que les tienden la moneda o el billete que guardan en el pantalón o entre sus dos tetitas tibias que apenas despuntan y entre tanto aletean ávidos, billetes sí, porque son billetes, a Acá va la billetiza, incluso a las playas de la Naquiza, a Caleta, a Hornos, a Caletilla, a Puerto Marqués caen los de a diez, los de a veinte cuando no de a cincuenta. “Yo cuando viajo no cuento el dinero”, dice un burócrata borracho, su peine negro Pirámide encajado en la cintura del traje de baño recién fajado, verde brillante como el esmeralda del mar.

 

 

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* El fragmento pertenece a la crónica «¿Le muevo la panza?», aparecida en A ustedes les consta. Antología de la crónica en México compilada por Carlos Monsiváis y publicada por Ediciones Era en 1980.

* Imágenes tomadas del colectivo de archivo fotográfico «Acapulco en el tiempo».