16/08/2013

Aguafuertes Cariocas/

La antipostal de Rio de Janeiro en los años '30

Lucía Tennina

Blog | reseñas

El 19 de mayo de 1928, Roberto Arlt empezó a trabajar para el diario El Mundo, donde no paró de publicar hasta el día de su muerte, el 26 de julio de 1942. Como señala Sylvia Saítta en la biografía El escritor en el bosque de ladrillos, “durante todos los días de su vida, Arlt redactó una nota para El Mundo”. La mayor parte de esos textos fueron sus famosas Aguafuertes, aunque también publicó dos cuentos, “El insolente jorobadito” el 9 de mayo de 1928 y “Pequeños propietarios” el 10 de mayo de 1928. Muchos de esos artículos se pueden encontrar en la Sección Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, con muy pocos faltantes. Este año, pasados los 70 años desde la muerte del escritor, su obra ha entrado a dominio público y la primera en abrir esta nueva etapa -que sin dudas va a traer varios inéditos de Arlt- es la Editorial Adriana Hidalgo con la publicación de Aguafuertes Cariocas. Crónicas inéditas desde Rio de Janeiro, relatos nunca publicados en formato libro hasta el momento, con excepción de tres de ellos.

La aparición de esta novedad nos recuerda la condición de inéditas de muchas de las aguafuertes de Roberto Arlt, haciendo sonreír a los lectores amantes de sus “cross de mandíbula” y de la “naturaleza contemplativa” de la “fiaca”. ¿Cuánto más queda por descubrir? Es la pregunta que surge al conocer estas Aguafuertes Cariocas.

En 1998, muchos lectores de este escritor oriundo del barrio porteño de Flores se encontraron con un libro de casi 800 páginas publicado por la Editorial Losada, con prólogo de David Viñas, que prometía contener las Aguafuertes completas y no una selección temática como las que se venían haciendo desde 1933. Ese mismo tomo cerraba con una Bibliografía organizada por Daniel C. Scroggins donde listaba las aguafuertes que se encontraban en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, indicando entre paréntesis la recopilación en la cual figuraban las reeditadas. Llamaba la atención que muchas estaban sin un paréntesis indicador: la edición, que parecía completa, daba a entender que quedaba mucho más Arlt inédito. Efectivamente, diez años después, la editorial Fondo de Cultura Económica lanzó El Paisaje en las Nubes, un gran volumen de casi la misma cantidad de páginas, con 236 aguafuertes, la mayoría de ellas inéditas y con un prólogo de Ricardo Piglia. La máquina Arlt parecía seguir entregando textos olvidados en las páginas del diario El Mundo. Sin dudas, como dijo el director de la Biblioteca Nacional en la inauguración de una muestra sobre este escritor en el Museo del Libro y de la Lengua de Buenos Aires, “Roberto Arlt no deja de ser nunca un descubrimiento”.

Esta vez fue el Doctor en Antropología y diplomático brasileño Gustavo Pacheco quien se ocupó de descubrir algunas crónicas curiosamente olvidadas en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional y de desempolvarlas para llevarlas al formato libro. “Resulta sorprendente que estas crónicas no hayan sido reunidas en libro hasta ahora, manteniéndose prácticamente desconocidas por los lectores”, señala Pacheco en el prólogo que abre la cuidada edición explicando que esa sorpresa se debe no solamente al valor literario y hasta histórico-sociológico que presentan estos escritos de Arlt, sino también a que se trata de las primeras crónicas que escribió fuera del país. Pero para quien tiene un poco de conocimiento del derrotero de la literatura de Arlt, la sorpresa del ineditismo no es tan grande, dado que que el reconocimiento de sus escritos siempre ha estado marcado por la postergación: sabemos que la consideración de su literatura como un clásico incuestionable es póstumo y gradual, y evidentemente esa misma postergación marca la publicación de su obra.

La particularidad de estas Aguafuertes Cariocas es que no solamente consiste en una compilación temática sino que conforma en su conjunto un diario de viaje que va articulando los cambios progresivos de la mirada del cronista sobre las tierras cariocas. El lector se encontrará, así, no solamente con los geniales relatos que caracterizan las aguafuertes, que parten de vagabundeos y se despliegan en historias o conclusiones metafísicas alrededor de hechos absolutamente terrenales y banales, sino también percibirá una lógica en la secuencia de lugares, detalles, costumbres y personas que irán siendo mencionados por Arlt día a día; por lo mismo, no da igual leer estas aguafuertes en un orden azaroso, como muchos habrán hecho con otras compilaciones, que respetando el orden cronológico del calendario del viajero.

Acuarela de Oliverio Girondo ilustrando su poema Rio de Janeiro del libro "Veinte poemas para ser leído en el tranvía". Noviembre 1920.

Acuarela de Oliverio Girondo ilustrando su poema Rio de Janeiro del libro «Veinte poemas para ser leído en el tranvía». Noviembre 1920.

 

El viaje

La noticia del viaje a Rio de Janeiro lo sorprende a Arlt en abril de 1930. Según cuenta en la primera aguafuerte del libro, el director del diario El Mundo, donde trabajaba desde hacía dos años, le hace la oferta de escribir sus crónicas viajando: “Andá a vagar un poco. Entretenete, hacé notas de viaje”. Y así emprendió su viaje en primera clase en barco, con la única obligación de mandar sus notas por correo aéreo. La modernización era un hecho consumado y las distancias y los tiempos no eran los mismos que pocos años atrás: en 1930 ya era posible trabajar con enviados especiales en el exterior que colaboraban semanalmente.

El 2 de abril de 1930 escribe “Ya estamos en Rio de Janeiro”. La llegada de Roberto Arlt a esa ciudad está marcada por el lugar común en el que cae inevitablemente por la mirada distanciada que comienza desde la proa del barco, centrándose en el paisaje.  Lo primero que nombra, de hecho, es el Corcovado, típica imagen de las tarjetas postales. Enseguida, ofrece un paneo de la ciudad enumerando todo lo que ve a medida que el barco va llegando al puerto. Todo aparenta ser maravilloso. Aquella primera crónica cierra con la frase “Rio de Janeiro… el Diamante del Atlántico”. Las primeras aguafuertes que conforman este libro están marcadas por una mirada elogiosa y por un Arlt que se siente perdido ante tanta perfección: “A mí, que me resulta tan fácil escribir, me faltan las palabras, ahora”, se puede leer en su tercer día. El escritor de los bajo-fondos, el escritor de lo mundano, de la calles y recovecos, que gusta más del “trato con los canallas y los charlatanes que con las personas decentes”, se siente perdido en esa ciudad que se le presenta perfecta. “Circulo por las calles y no encuentro mendigos; voy por los barrios aparentemente facinerosos y donde miro sólo hallo esto: respeto por el prójimo (…) soy el único maleducado que hay allí.”. Las aguafuertes que abren este libro parecen emitir con dificultad ese conocido tono arltiano que le desprende a los lectores sonrisas sarcásticas o los identifica con guiños cómplices sobre asuntos poco decentes o políticamente incorrectos.

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Pero en menos de una semana esta percepción empieza a cambiar, dando lugar al tono rebelde que se despacha contra todo lo que, por ser diferente, lo remonta a su ciudad, Buenos Aires. Y ahí es cuando la narración toma cada vez más ritmo y el lunfardo va invadiendo los renglones. “Hoy no tengo absolutamente ninguna gana de hablar del paisaje. Estoy triste lejos de este Buenos Aires del que me acuerdo a toda hora.” A medida que van pasando los días, la mirada de Arlt se tiñe de una melancolía porteña que irá llevando las aguafuertes cariocas a costados inesperados, distantes ya de esa idea del Rio-tarjeta-postal de la que partió su mirada. Al subir al Pan de Azúcar, por ejemplo, lo que se le ocurre es decir: “usted ha creído que sentiría vaya a saber qué emociones y no siente nada”. Por más que haya sitios para visitar, se ocupa de explicitar que nada tienen de atractivos: “Otro señor podrá hacer de las callejuelas torcidas de Río un poema maravilloso. A mí, el poema y la callejuela me fastidian. Y me fastidian porque falta el elemento humano en su evolución. El paisaje sin hombres me revienta”.

Rio de Janeiro no sólo pasa a ser, con el correr de los días, un paisaje insulso, sino que a los ojos modernos de Arlt está lejos de ser un lugar civilizado: “Rio es ciudad (…) pero una ciudad de provincia”.  El cronista, insiste en varias ocasiones sobre esta idea del Rio provinciano mencionando con variados ejemplos que la vida pública se confunde con la vida privada, esferas distinguibles justamente a partir de la modernización. Lo único que se puede decir que hacen los brasileños, según Arlt, es trabajar, trabajar y trabajar, no hay noche, no hay fiaca, no hay joda, no hay quejas, no hay movilizaciones. “Aquí encuentro gentes que, con tal de ganar para el feyon, viven felices. Esto me indigna”. Este aspecto de los brasileños como workaholics no solamente lo mira con ironía y con humor (melancólicos), sino que en muchos momentos lo expresa con preocupación y fastidio, sobre todo al referirse al impacto político de ese habitus de los trabajadores brasileños en relación con los porteños: “A cualquier se le ocurre que el obrero de Rio de Janeiro es igual al de Buenos Aires; mas está equivocado (…) el obrero argentino, porteño, lee, se instruye aunque sea superficialmente, se agremia, y en cuanto ha salido de su trabajo se trajea, confundiéndose con el empleado (…) El obrero de Río de Janeiro trabaja, come y duerme. Mezcla de blanco y negro, analfabeto en su mayoría, ignora el comunismo, el socialismo, el cooperativismo.” Arlt atribuye esa alienación de los obreros brasileños a la ausencia de Bibliotecas Populares y a la falta de teatros y de cines para la clase trabajadora, fuente de inspiración de tantas de sus aguafuertes porteñas.

Este señalamiento de un Brasil dislocado de las ideas modernas, que el crítico literario Roberto Schwarz ha sintetizado con la fórmula “las ideas fuera de lugar”, también aparece al hablar del poco tiempo transcurrido desde la abolición de la esclavitud en Brasil: “¿Cuarenta y dos años? ¡No es posible! (…) Escucho como si estuviera soñando”. De cualquier manera, pese al asombro por lo reciente de esa medida, el discurso de Arlt no dista tanto de los de un esclavista, llegando a incomodar en varias oportunidades al lector del presente: “Hay negros que son estatuas de carbón cobrizo, máquinas de una fortaleza tremenda, y sin embargo algo infantil, algo de pequeños animalitos se descubre bajo su semicivilización”. Ahora bien, pese a su mirada racista y orientalista (“No sé si estoy en África o en América”), Arlt tiene el coraje de revelar constantemente la persistencia de la esclavitud en el Rio de aquellos años (cosa que casi ningún escritor brasileño hacía directamente), característica que no percibe en tierras porteñas.

cari6 copyRío de Janeiro funciona, así, como un lugar en el que se espejean las perfecciones de la propia tierra. “Para Arlt-argentino-ejemplar, Brasil no es un país de malvados sino, como decía el mismo Borges, ‘de irrisorios, momentáneos y nadie’. Somos los mejores sin vuelta: los mejores.”, dice Raúl Antelo en “El guión de extremidad” (2008), un brillante texto en el que reflexiona sobre lo argentino-brasileño y cita algunas aguafuertes cariocas [1]. “Brasil es un espejo de lo que la Argentina puede perder”, continúa Antelo, “Borges decía que, gracias a la penuria imaginativa, “para el argentino ejemplar, todo lo infrecuente es monstruoso—y como tal, ridículo”. Arlt asume sin pudor ese semblante hooliganista en sus aguafuertes cariocas”. Digamos entonces que la voz narrativa del Arlt pasa del lugar común sobre Rio al lugar común sobre los argentinos.

En paralelo a la construcción de un Rio Arltliano se va componiendo el personaje Roberto Arlt, que se afirma como irreverente, “el más estupendo malandrín que ha pisado la tierra de Brasil”, como un argentino hecho y derecho “¿O senhor e espanhol? Argentino, pibe…” y como un trabajador de las letras y no un intelectual de la ciudad letrada: “Me escribe un amigo del diario: “Estoy extrañado de que no haya visitado (…) a los intelectuales y escritores. ¿Qué le pasa?” En realidad no me pasa nada; pero yo no he salido a recorrer estos países para conocer gente que de un modo u otro se empeñarán en demostrarme que sus colegas son unos burros y ellos unos genios. ¡Los intelectuales!” Arlt no visitó ningún colega en Rio, pero tampoco conoció a muchas otras personas. más bien estuvo bastante solo, probablemente por las limitaciones con el idioma que resolvía respondiendo un “Muyto obrigado” a cualquier cosa que le dijeran.

Fue vagando por las calles que Arlt se dispuso a conocer la ciudad. “Cada vez me convenzo más que la única forma de conocer un país, aunque sea un cachito, es conviviendo con sus habitantes; pero no como un escritor, sino como si fuera un tendero, empleado o cualquier cosa”. Efectivamente, el Rio que conoce Arlt responde a sus vagabundeos, no a encuentros pre-marcados ni a recorridos recomendados. Es su andar de flâneur por las tierras cariocas y no los libros lo que va determinando su escritura día a día, el mismo método de conocimiento que inspira cada una de las aguafuertes porteñas. Pero llama la atención que los pasos de Arlt no hayan andado por los morros donde estaba naciendo el samba por esos años, no hayan penetrado los recovecos del barrio de Lapa, donde se reunían los bohemios de la época. ¿Será que esa forma de conocer esta nueva ciudad, tan fructífera en su propia tierra, en este caso fue un límite que le impidió llegar a un Rio más marginal que hubiera modificado radicalmente el relato sobre dicha ciudad? ¿qué hubiera pasado si Arlt hubiera leído a Orestes Barbosa o a Lima Barreto, por citar dos ejemplos? Evidentemente Arlt no vio el Rio que narraron esos escritores, sino que se fue armando una geografía afectiva propia y alejada, como ya dije, de las tarjetas postales, aunque también alejada de los textos que sobre la época escribieron otros cronistas.

 

El Extranjero

La sensación que dejan estas crónicas es que Arlt la pasó muy mal en Rio. Pero no nos olvidemos que esas eran justamente las condiciones de producción de sus textos. Como dice en el inicio del prólogo a Los Lanzallamas “Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavorables, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana.”. La comodidad, el modo burgués de escribir y de pensar la escritura no son los motores de los textos de este escritor, ni en Buenos Aires ni en Rio de Janeiro.

No hay muchas miradas extranjeras sobre Rio de Janeiro que se hayan sobrepuesto tan firmemente a sus encantos. Una de las más conocidas es la del antropólogo Paul Lévi-Strauss quien, según canta Caetano Veloso en O Extrangeiro, “detestó la bahía de Guanabara”. Estas crónicas de Roberto Arlt sorprenden en esa misma línea de desagrados para con la llamada “ciudad maravillosa”. Podríamos decir que la mirada de Arlt sobre el Rio de Janeiro de los años 30 parte de la tarjeta postal y se va volviendo una corrosiva crítica que, al tiempo que destroza la idea de un Rio bello y moderno, va fortificando la idea de lo maravilloso que es ser argentino. Y el autor es tan consciente del grado de destrucción de la idea construida de la Ciudad Maravillosa que en una de sus aguafuertes la llega a decir: “Postdata. No quisiera que esta nota provocara un conflicto diplomático”. Parece una ironía del destino percibir que el estupendo trabajo de rescate de estos textos lo haya hecho Gustavo Pacheco, justamente un diplomático brasileño durante su cargo en la Embajada de Brasil en la Argentina.

Referencias Bibliográficas

Antelo, R. (2008) “El guión de extremidad”, en Crítica Acéfala. Buenos Aires: Grumo.

Arlt, R. (2013) Aguafuertes Cariocas. Crónicas inéditas desde Rio de Janeiro. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.

______ (1998) Aguafuertes. Buenos Aires: Losada.

______ (2009) El Paisaje en las Nubes. Crónicas en El Mundo 1937-1942. México DF: Fondo de Cultura Económica.

______ (1993) “Palabras del autor”, en Los Lanzallamas. Caracas: Biblioteca Ayacucho.

Pacheco, G (2013). “Prólogo”, en Arlt, R., Aguafuertes Cariocas. Crónicas inéditas desde Rio de Janeiro. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.

Saítta, S. (2000) El escritor en el bosque de ladrillos. Una biografía de Roberto Arlt. Buenos Aires: Sudamericana.

Schwarz, R. (2000) “Las ideas fuera de lugar”, en Absurdo Brasil. Buenos Aires: Editorial Biblos.

* Lucía Tennina es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires, Diplomada en Cultura Brasileña por la Universidad de San Andrés y Magíster en Antropología Social por el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad de San Martín. Actualmente es doctoranda en Letras en la UBA, becada por la Comisión Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Es Profesora de Literatura Brasileña y Portuguesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA e Investigadora visitante del Programa Avançado em Cultura Contemporânea de la Universidad Federal de Rio de Janeiro. Contacto: luciatennina@gmail.com.

[1] ¡Que no sorprenda al lector que estas crónicas inéditas ya habían sido citadas! El gran crítico literario Raúl Antelo, Profesor de la Universidad de Santa Catarina, suele hacer transitar sus reflexiones por insólitos documentos de archivo, por lo que no llama la atención que ya hubiera tenido acceso a estos documentos