Actos contra el aumento de la tarifa del transporte público en São Paulo
La prefectura y el gobierno del Estado de São Paulo anunciaron, el día 22 de Mayo del 2013, el aumento de la tarifa de los servicios públicos de microbuses, trenes y metro de la capital paulista, alza de R$ 3 a R$3.20. En vista de ello, el Movimento Passe Livre de São Paulo (MPL/SP) organizó diversos actos contra la medida. En los primeros tres actos se observó, por un lado, confusión y violencia debido a la fuerte represión policial, y por otro, una acción de denuncia y deslegitimación del movimiento por parte de los grandes medios de comunicación que calificaron en ese momento a los manifestantes como vándalos y revoltosos.
Ese panorama general de las manifestaciones cambiaría a partir del cuarto acto (13 de Junio), cuando São Paulo vivió escenas de guerra urbana y militarización de la ciudad. La policía atacó indiscriminadamente a manifestantes, reporteros y transeúntes con bombas de gas lacrimógeno, gas pimienta y balas de goma. Los abusos comenzaron incluso antes del comienzo del acto, cuando decenas de personas fueron detenidas por sospecha –práctica común del régimen cívico-militar-, algunas apenas por llevar vinagre [2] en sus bolsos. De ese modo, el foco de la noticia viró hacia la brutalidad policial. En cierta medida este hecho propició un espaldarazo popular a las movilizaciones, y los actos en apoyo a las protestas comenzaron a proliferar en diversas ciudades del país y en el exterior.
Punto de inflexión: un relato
El día 17 de Junio, ya durante la mañana, una mezcla de ansiedad y desconfianza se sentía en el aire, alterando nuestra percepción respecto a las protestas. Entre el cuarto y quinto acto, hubo una cambio radical en el discurso de los grandes medios. De vándalos, nos convertimos en ciudadanos ejerciendo el derecho de manifestación pública. Recibimos una serie de llamados y mensajes: personas cercanas y otras que no veíamos hace tiempo nos mostraron su preocupación, nos brindaron su apoyo y nos pedían información sobre las protestas que paralizarían São Paulo. En las esquinas, bares, salas de clases, donde quiera que fuésemos, el asunto era el mismo – y lo más curioso, fue percibir la adhesión de los que antes eran contrarios a cualquier tipo de manifestación en la capital.
Era tal la ansiedad previa al quinto acto que, a pesar que la convocatoria era a las 18 horas, ya miles estábamos reunidos a las 16 horas en los alrededores de Largo da Batata, dando vueltas y discutiendo pautas y acciones a seguir. Las doscientas cincuenta mil personas que llegaron allí nos dejaron perplejos a todos los brasileños: “El pueblo unido es mucha gente!” [O povo unido é gente para caralho!] gritaba la multitud feliz por “haber despertado”. Algo extraño estaba tramándose. Caminamos dentro de la gran masa humana que ocupaba la Avenida Faria Lima, despertando la atención de todos los transeúntes y residentes de los exclusivos inmuebles del área. Sin embargo, por algún motivo –inexplicable en ese momento-, estábamos incómodos. Las caras pintadas de verde y amarillo, el himno nacional entonado desaforadamente, el movimiento frenético de banderas de Brasil, el moralismo pacifista, las flores, el look fashion, los carteles con consignas ambiguas y diversas -¡algunas hasta pidiendo intervención militar!-. Todo, absolutamente todo, incomodaba. En ese momento exacto más de un millón de personas copaban las calles de decenas de ciudades. En Brasilia, inclusive, tomaron el acceso al Congreso Nacional. La reivindicación ya no era más por las reducción de las tarifas del transporte público. Más bien, eran múltiples agendas e insatisfacciones, entre ellas, contra los gastos por la Copa del Mundo y la corrupción política.
El slogan de una propaganda de Johnnie Walker en Brasil, “El Gigante Despertó” [O Gigante Acordou], se convirtió rápidamente en una metáfora de las contradicciones que acontecían. El quinto acto adquirió una escala histórica: hace mucho tiempo que no se veía tamaña movilización social en Brasil. Los grandes medios de prensa, que tradicionalmente criminalizaban las manifestaciones y movimientos sociales, reporteaban eufóricamente el espectáculo. Pero la máscara de ese gigante, surgida de una farsa publicitaria, no tardó en caer.
A partir del séptimo acto, del día 20 de Junio, se percibía en la calle y en Internet una extensa agenda de insatisfacciones, que incluía el intento por expurgar la calle de los movimientos sociales, colectivos organizados y partidos de izquierda, curiosamente quienes habían originado el ciclo de movilizaciones. Los mismos que gritaban “sin violencia” en los actos anteriores, ahora eran protagonistas de ataques violentos hacia los militantes que integraban las manifestaciones. Vimos bastante brutalidad de parte de los auto-denominados “nacionalistas”. Vimos personas con sus banderas de Brasil y las máscaras de Guy Fawkes (el protagonista de V de Venganza) actuando como reaccionarios. En la piel se sentía un clima de tensión, en que los “anti-partido” pedían a gritos que las banderas de los partidos fueran bajadas y quemadas. “El acto es del pueblo brasileño, no de los partidos” [O ato é do povo brasileiro, não dos partidos], gritaban ciegos e indignados. En síntesis, fuimos testigo de la mayor manifestación de tipo chovinista reaccionaria de nuestras vidas.
En la Avenida Paulista, los militantes de izquierda fueron violentamente expulsados por un grupo razonablemente grande y heterogéneo, negándoles su derecho a la libre manifestación pública. El propio Movimento Passe Livre / São Paulo (MPL/SP), confundido con un partido, fue expulsado de su propio acto. Nosotros -que no participamos en ningún partido, pero reconocemos su importancia-, junto a militantes de otros partidos políticos históricamente relevantes en el proceso de redemocratización del país, fuimos reprimidos por intentar defender el derecho a la libre asociación partidaria (estaban presentes la vieja guardia del Partido de los Trabajadores (PT), sindicalistas, integrantes del PSTU, PSOL, PCB, PCR y PCO, así como otros frente de la izquierda brasileña). El derecho de organizarse en partidos fue conquistado a partir de luchas históricas, ¿qué sentido habría hoy para querer prohibirlo? Al mismo tiempo, aproximadamente 1,5 millones de personas se manifestaban en más de cien ciudades. Los gritos de “sin partido” [sem partido] y los cánticos de “patria amada idolatrada” [referencia al himno nacional, “pátria amada idolatrada”] proliferaron. Las manifestaciones contra el aumento de la tarifa del transporte público en São Paulo, especialmente luego de la violenta represión del cuarto acto, gatillaron que despertara al gigante. La pregunta es: ¿quién es este gigante?
El “Movimento Passe Livre” y las movilizaciones callejeras
Luego de las protestas contra el aumento de las tarifas del transporte público en Salvador de Bahía (2003) y Florianópolis (2004), el Movimento Passe Livre (MPL) fue creado en el marco del Foro Social Mundial de Porto Alegre en el 2005. Ya allí se planteó el objetivo de la gratuidad [tarifa zero] en el transporte colectivo urbano. El MPL es un movimiento horizontal, autónomo y no-partidario –que no es lo mismo que anti-partidario-, situado en la izquierda del espectro político brasileño. En São Paulo, el MPL organizó actos contra el aumento de las tarifas en 2006, 2010 y 2011. Las movilizaciones lograban congregar no más de cinco mil manifestantes. ¿Porqué solamente ahora ganaron tanta adhesión?
Más allá de las históricas revueltas y movilizaciones contra la dictadura cívico-militar, y tener uno de los mayores movimientos sociales del mundo –el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) [Movimento dos Trabalhadores Sem-Terra]-, no existe en Brasil una cultura política de manifestarse en los espacios públicos por parte de los “ciudadanos comunes”. ¿Qué generó esa efervescencia política y activista?
En los últimos actos, las consignas más recurrentes en las calles, más allá de las protestas por el alza de las pasajes del transporte público, fueron contra los gastos exorbitantes en estadios para el Mundial de Fútbol (2014), la corrupción y los políticos, así como por mayor gasto público en salud y educación. Este difuso y heterogéneo conjunto de demandas representan problemas contemporáneos de la vida de los brasileños. Es decir, sólo con eso debiera bastar para que el “ruido” hubiera despertado al gigante. Sin embargo, ¿Porqué se constituyó ahora una coyuntura tal que logró articular protestas en todo Brasil?
Es innegable que las redes sociales cooperaron con la movilización masiva, sin embargo por sí solas no explican la salida del pueblo a las calles (de todas formas hay que señalar su importancia para vincular agendas desarticuladas). En este contexto, dos elementos parecen fundamentales para comprender el momento actual: el crecimiento social y económico que vive el país, y una especie de desencantamiento generalizado con la política.
Un breve análisis de la coyuntura brasileña
Es un hecho que la economía brasileña ha crecido en los últimos años. A pesar de algunas signos de desaceleración, Brasil pasó casi sin problemas las crisis mundial. La sensación que el país puede convertirse en una potencia mundial transformó la percepción de los brasileños respecto a su futuro. Esto se intensificó también con el fortalecimiento y expansión de la clase media –según DataFolha de 2012, el 63% de la población nacional pertenece a ella-, así como por el surgimiento de una nueva clase media durante los gobiernos de Lula y Dilma, la denominada “Clase C”. En este contexto, la inclusión a través del consumo tuvo un fuerte impacto. Todo ello despertó un orgullo nacional diferente al de décadas previas, pues, de cierta forma, se rompía una lógica de subalternidad que siempre cargaron los brasileños. Hoy día, compran y viajan como nunca. La movilidad social y la imagen de Brasil como una nación fuerte y soberana, sumadas a los altos impuestos, hicieron pensar que los servicios públicos esenciales –salud, educación y seguridad- serían de calidad y garantizados para todos.
Otro factor relevante es el descontento generalizado con la estructura política representativa, que puede ser analizada como expresión del desgaste del PT en el gobierno presidencial, posición que detenta hace diez años. La creación del PT se genera en el contexto de los movimientos y manifestaciones por la redemocratización del país en 1980. Fundado por dirigente sindicales, intelectuales y activistas miembros de movimientos sociales y de sectores progresistas de la sociedad brasileña, así como por organizaciones católicas vinculadas a la Teología de la Liberación, durante las décadas de los ochenta y noventa, el PT actuó junto a otros actores políticos, por la defensa de temas sociales, políticos y económicos, asociados a la renovación de la izquierda.
En los noventa el PT pasó a defender la “ética en la política”, dentro de un programa menos radical de lo que venía discutiendo años atrás. Ese cambio de postura le permitió ampliar su base política y electoral. Al frente de la oposición, el PT fue creciendo y burocratizándose. Ganando sucesivas elecciones de distinto alcance, logró llegar a la presidencia. Para gobernar, el partido no optó por romper con los esquemas tradicionales, sino que siguió los modos de hacer tradicionales de la política nacional. Así, la espiral de malas prácticas no tardó en estallar en el escándalo de corrupción de Mensalão de 2005 y 2006. El partido ya no era más representante del radical-socialismo de los años ochenta, ni tampoco de la “ética en la política” de los noventa; más bien, optó por la bandera del desarrollismo nacional.
A pesar de los avances sociales innegables –millones de personas salieron de la pobreza-, existe una insatisfacción general con el gobierno del PT. El partido pasó ser visto como el detentor de un gobierno que, a pesar de invertir masivamente en políticas sociales, está inmerso en la lógica política burocrática brasileña, la misma que antes prometía combatir. Esto generó un descontento desde la izquierda y una desilusión generalizada en su base electoral. En este contexto de insatisfacción, la derecha se apoderó de una de las directrices del PT de los noventa, liderando ahora la “lucha contra la corrupción”. Sin duda que existe cinismo, oportunismo e hipocresía en esta consigna, pues la lucha está orientada exclusivamente contra la corrupción del PT –de hecho, no se discute que los partidos que tienen mayor número de querellas, acusaciones por corrupción, destituciones e inhabilitaciones son los de derecha-. Así el PT, al no cumplir sus promesas de transformaciones profundas a la democracia brasileña, terminó alimentando la insatisfacción y desilusión respecto a los partidos políticos, así como con la estructura democrática formal representativa.
Aviso de incendio: nacionalismo y patriotismo se toman la calle
Quien diga que entiende todo lo que está ocurriendo por estos días en Brasil, o está muy mal informado o, como nosotros, se arriesga a análisis prematuros sobre las manifestaciones. Todo está bastante nebuloso, complejo y peligroso, debido a la aparición de elementos inesperados. La situación está completamente abierta; el movimiento que hoy está en la calle es, mayoritariamente, espontáneo y heterogéneo, fuertemente despolitizado y repetitivo, compuesto en una porción significativa por jóvenes de clases medias. Antes de la victoria misma del MPL, las consignas iniciales que motivaron los actos –la cuestión del transporte público y el derecho a la ciudad- fueron desperfiladas. En un momento de catarsis, impulsado por el repentino apoyo de los grandes medios de prensa a las manifestaciones, un cúmulo de insatisfacciones generalizadas pasaron a dominar los actos. En esa atmósfera también entró a escena la derecha, disputando el sentido de las manifestaciones callejeras. Incluso, grupos de extrema derecha más o menos organizados intentaron pautear y re-dirigir el movimiento, fortaleciendo el nacionalismo y el anti-partidismo.
La coyuntura política de los últimos actos apunta a la formación de una competencia política distorsionada, en la medida en que privilegia los discursos nacionalistas como los filtros de las agendas y demandas. Es posible identificar un discurso patriótico fuerte, probablemente influenciado como un ardid de los grandes medios para instalar la idea del nacionalismo contra la corrupción política. Esta idea se tornó denominador común del debate político de las últimas semanas, como modo eficaz para movilizar, decantar y pasteurizar las demandas del movimiento social.
En ese contexto, todo tipo de discusión sobre las agendas políticas en Brasil está siendo capturada y filtrada por el patriotismo. El peligro está precisamente en el abandono de la política, en cuanto los argumentos y las ideas sobre proyectos alternativos de desarrollo quedan subsumidos a la necesidad de una protesta con “cara brasileña”. Este tipo de discusión rechaza la argumentación de ideas, pues se está dejando de hablar sobre la consistencia de las demandas, los problemas y sus alternativas de solución. El nacionalismo y el patriotismo trajeron una descalificación previa, que recolocó la cuestión política no en al lado de los enunciados, sino en el de quienes las emiten.
El nacionalismo –o por lo menos su versión actual- no es una respuesta inmediata contra las ideas de izquierda. Más bien, es un movimiento contra quienes han enarbolado esas ideas políticas. Es la certificación misma de legitimidad de quién puede y quién debe participar de la comunidad política y las arenas de disputa. Así se establece quienes son los “verdaderos brasileños”, portadores de determinados comportamientos y pautas de acción, capaces de frenar algunos debates políticos en nombre de un sentimiento mayor de pertenencia la comunidad nacional. En resumen, un parámetro de definición de quienes son o no locutores legítimos y verdaderos manifestantes.
En este escenario político-social extraño, el valor de las demandas se establece en función de la autenticidad de quien las emite. El nacionalismo trae aparejado un complejo de emociones, excitaciones, rabias, alegrías y llantos, que transforman las manifestaciones en espectáculos, fiestas y farsas. La paz y la tranquilidad de esta forma de expresión pública no puede ser perturbada por la adhesión a otros colores –especialmente al rojo. Por tanto, el nacionalismo es la línea que divide y distribuye el derecho a hablar, es el umbral que divide quien puede, o no, entrar en la política.
En la esquina de la historia: la izquierda delante del gigante verde-amarelo
Es cierto que nuestra generación no está acostumbrada a ver a la derecha movilizada y ocupando la calle. Estamos todos asombrados ante el despertar desenfrenado del gigante verde-amarelo. Sin embargo, a pesar del extraño nacionalismo con que despertó, no nos podemos dejar abatir, ni dejarnos llevar por la onda alarmista que se cierne sobre la izquierda en estos días. Es hora de disputar la calle y el espacio público, levantar las banderas, defender los derechos históricamente conquistados y gritar nuestras consignas.
Todavía no es claro el impacto que este ciclo de manifestaciones y violencia tendrá para las luchas posteriores. Sin embargo, es posible avizorar que, como mínimo, delinearán el retorno de un método histórico de protesta y correlación de fuerzas: la ocupación de la calle. Esto se vuelve más evidente cuando observamos la reciente explosión de manifestaciones en el espacio público –Primavera Árabe, las diversas versiones de Occupy, los indignados de la Plaza del Sol, los estudiantes en Chile, las protestas en la Plaza Taksim de Estambul, etc.-. No debemos restarnos de la expresión masiva; hay que mirar cómo los colectivos organizados de la periferia y otros sectores de la izquierda paulista comenzaron ya a articularse.
Como se ha señalado, existe una distancia entre las organizaciones políticas y sociales respecto a sus bases, resultado de un sentimiento de desafección respecto al sistema de partidos y desilusión respecto a la burocratización de las organizaciones de izquierda –especialmente del PT en el poder-. Nuestro papel, como miembros de la izquierda, es retomar e intensificar el trabajo de bases. Estamos frente a un momento histórico, en una “esquina de la historia”. El aviso de incendio sonó ya. Que las masas que están ahora en la calle representen posturas conservadoras, reaccionarias o incluso fascistas, no implica un triunfo de la derecha. La mayor parte de las demandas presentes en las movilizaciones son parte de la agenda histórica de la izquierda. Disputar la calle, los discursos predominantes en los medios de comunicación y las agendas públicas es fundamental. La derecha y los grandes medios ya están preparados. Llegó la hora de reafirmar el ideario de la izquierda, reformular la pauta de reivindicaciones, intensificar el trabajo de base y, especialmente, copar la calle.
* Clara F. Figueiredo está cursando el doctorado en Artes Visuales por la Universidad de São Paulo. Lucas Amaral de Oliveira y Rafael de Souza son tesistas del magister en Sociología por la Universidad de São Paulo. Rafael Schincariol es doctor en Derecho por la misma casa de estudios. Todos son militantes de colectivos paulistas de izquierda.
** Este artículo es continuador del publicado la semana pasada en este sitio, escrito por Lucas Amaral de Oliveira y Rafael de Souza. «Orden y progreso, ¿Para quien?» puede ser leído aquí http://www.bifurcaciones.cl/2013/06/orden-y-progreso-para-quien/
*** Las fotografías fueron tomadas por los autores del artículo.
**** La traducción del texto fue hecha por la edición de Bifurcaciones. Agradecemos a Andrea Roca por su colaboración.
[1] El título del artículo hace referencia al libro «Walter Benjamin: Aviso de incendio» del intelectual brasileño Michael Löwy.
[2] En Brasil, durante las protestas callejeras, es común el uso de vinagre como paliativo frente a los gases lacrimógenos.
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