Resumen
Con la mirada entrenada de un etnógrafo, Perec describe las particularidades de distintos espacios urbanos –la calle, el barrio, la ciudad– instando al lector a buscar nuevas formas de abordarlos y darles sentido.
Este artículo es un extracto del libro «Especies de Espacios», traducido para la ocasión por Ricardo Greene.
La Calle
1
Los edificios están uno al lado del otro. Forman una línea recta. Se espera que formen una línea y es un serio defecto cuando no lo están: se dice entonces que son ‘sujetos de alineamiento’, lo que quiere decir que pueden ser demolidos legítimamente, para así ser reconstruidos en línea con el resto.
El alineamiento paralelo de dos series de edificios define lo que se conoce como calle. La calle es un espacio bordeado, generalmente en sus dos lados más largos, por casas; la calle es lo que separa unas casas de otras, y también lo que permite ir de una casa a otra, bien a lo largo de la calle, bien atravesándola. Adicionalmente, la calle es lo que nos permite identificar las casas. Existen diferentes sistemas de localización; el más común, en nuestros días y en nuestra parte del mundo, consiste en dar nombres a las calles y números a las casas. La cuestión de nombrar las calles es extremadamente compleja, a menudo incluso espinosa, y sobre ella se podrían escribir varias obras. La numeración no es mucho más sencilla. Se decidió, primero, que los números pares se pondrían a un lado y los impares al otro (pero, como se pregunta muy bien un personaje de Raymond Queneau en El vuelo de Icaro: «13A, ¿es una cifra par o impar?»); segundo, que de acuerdo con el sentido de la calle, los números pares estarían a la derecha (y los impares a la izquierda); y tercero, que el susodicho sentido de la calle estaría generalmente determinado (aunque conocemos muchas excepciones) por la posición de la susodicha calle en relación con un eje fijo, el Río Sena en este caso. Las calles paralelas al Sena se numeran comenzando de arriba a abajo, las calles perpendiculares comenzando desde el Sena y alejándose de él (estas explicaciones se aplican a París evidentemente; uno puede razonablemente suponer que soluciones análogas han sido pensadas para otras ciudades).
Al contrario de los edificios, que casi siempre pertenecen a alguien, las calles en principio no pertenecen a nadie. Están repartidas, bastante equitativamente, entre una zona reservada a los vehículos de motor, que se llama calzada, y dos zonas, evidentemente más estrechas, reservadas a los peatones, que se llaman aceras. Cierta cantidad de calles están enteramente reservadas a los peatones, sea de manera permanente, sea para ciertas ocasiones particulares. Las zonas de contacto entre la calzada y las aceras permiten aparcar a los automovilistas que ya no quieren circular. Ya que la cantidad de vehículos de motor que no quieren circular es mucho mayor que la cantidad de plazas disponibles, las posibilidades de aparcar han sido restringidas, ya sea estableciendo ciertos perímetros llamados «zonas azules», limitando el tiempo permitido para aparcar, o ya bien, de modo más general, estableciendo un sistema tarifado.
Sólo muy infrecuentemente hay árboles en las calles. Cuando los hay, están rodeados de una pequeña reja. Por otro lado, la mayoría de la calles están equipadas con instalaciones específicas que corresponden a varios servicios. Hay farolas que se encienden automáticamente cuando la luz del sol comienza a declinar en un grado significativo; paradas en las que los pasajeros pueden esperar la llegada de autobuses o taxis; cabinas telefónicas, bancas; buzones en los que los ciudadanos pueden depositar cartas que el servicio de correos vendrá a recoger en horas determinadas; mecanismos precisos destinados a recibir el dinero necesario para un estacionamiento de tiempo limitado; cestos reservados a papeles usados y otros detritos en los que numerosas personas lanzan miradas compulsivas al pasar; semáforos de circulación. Hay igualmente paneles de señales del tránsito que indican, por ejemplo, que es apropiado aparcar en uno u otro lado de la calle según se esté o no en la primera o en la segunda quincena del mes (lo que se conoce como «estacionamiento unilateral alterno»), o que hay que guardar silencio en cercanía a un hospital o, finalmente y especialmente, que la calle es de sentido único. La afluencia de vehículos automóviles es tal, de hecho, que sería casi imposible circular si no fuese costumbre, desde hace algunos años ya, y en la mayoría de las áreas urbanas, el obligar a los automovilistas a no andar más que en una sola dirección, lo cual, obviamente, a veces les obliga a realizar importantes desvíos.
En algunos cruces de calles considerados particularmente peligrosos, la comunicación entre las aceras y la calzada, normalmente libre, ha sido obstaculizada por medio de barreras metálicas enlazadas con cadenas; estacas idénticas plantadas en las aceras se usan también para impedir que los vehículos vengan a aparcar en las aceras, cosa que harían a menudo si no se les impidiera. En ciertas circunstancias –desfiles militares, paso de jefes de Estado, etc.– trozos enteros de calzada pueden cercarse por medio de barreras metálicas ligeras que se imbrican las unas en las otras.
En algunos lugares de las aceras, unas desnivelaciones en arco circular, familiarmente llamadas «barcos», indican que vehículos automóviles pueden estar aparcados al interior de inmuebles y que conviene dejarles la posibilidad de salir; en otros lugares, unos pequeños azulejos encastrados en el reborde de las aceras indican que aquella porción de acera está reservada al estacionamiento de coches de alquiler.
La unión de la calzada y de las aceras tiene el nombre de cuneta: se trata de una zona ligeramente inclinada, gracias a la cual las aguas de lluvia pueden fluir hacia el sistema de alcantarillado que se encuentra debajo de la calle en lugar de extenderse a todo lo ancho de la calzada, lo cual fastidiaría considerablemente la circulación automóvil.
Durante varios siglos sólo hubo una cuneta y se encontraba en medio de la calzada, pero todo el mundo está de acuerdo en considerar que el sistema actual está mejor adaptado. A falta de agua de lluvia, el mantenimiento de las calzadas y de las aceras está asegurado gracias a tomas de agua que se hallan instaladas en casi todos los cruces de calles, y que se abren por medio de llaves en forma de T de las que van provistos los empleados municipales encargados de la limpieza de las calles.
En principio siempre es posible pasar de un lado a otro de la calle utilizando pasos protegidos que los vehículos automóviles franquean con extrema precaución. Estos pasos protegidos están señalizados, sea con dos líneas paralelas de cilindros metálicos cuya cabeza tiene alrededor de doce centímetros de diámetro, y que se instalan perpendiculares al eje de la calle, sea con señales anchas de pintura blanca dispuestas todo a lo ancho de la calle. Estos sistemas de cilindros o marcas parecen no ser tan efectivos como en días pasados, y a menudo se hace necesario duplicarlos con un sistema de luces de señalización de tres colores (rojo, naranja y verde) que, en tanto se han multiplicado, han causado complejos problemas de sincronización que algunos de los computadores más grandes del mundo y algunas de las mentes matemáticas más brillantes de esta era intentan con esmero resolver.
En diferentes lugares, cámaras controladas a distancia vigilan lo que ocurre. Hay una sobre la Cámara de los Diputados, justo bajo la gran bandera tricolor; otra en la plaza Edmond Rostand, en el eje del Bulevar Saint-Michel; otras en Alesia, en la plaza Clichy, en el Chateler, en la plaza de la Bastille, etc.
2
Vi a dos ciegos en la calle Linné. Caminaban cada uno cogido del brazo del otro. Llevaban bastones largos y extremadamente flexibles. Uno de los dos era una mujer de unos cincuenta años, el otro un hombre muy joven. La mujer iba rozando con el extremo de su bastón todos los obstáculos verticales que se le presentaban en el camino, y a la vez guiando el bastón del joven para que los tocara, indicándole, muy deprisa y sin nunca cometer un error, de qué obstáculos se trataba: un poste de luz, una parada de autobús, una cabina telefónica, un tacho de basura, un buzón, un panel de señalización (no ha podido precisar lo que señalaba el panel obviamente), un semáforo en rojo…
3
Ejercicios prácticos
Observa la calle de vez en cuando, poniendo alguna preocupación por la sistematicidad. Aplícate. Tómate un tiempo. Apunta el lugar: la terraza de un café cerca del cruce de la Calle de Bac y el Boulevar Saint-Germain
la hora: siete de la tarde
la fecha: 15 de mayo de 1973
el tiempo: privilegiado
Apunta lo que ves. Cualquier cosa digna de ser anotada. ¿Sabes cómo reconocer aquello que es digno de ser anotado? ¿Hay algo que te llame la atención? Si nada te golpea, es que no sabes cómo mirar.
Debes intentar ir más despacio, casi torpemente. Oblígate a escribir acerca de lo que no tiene interés, lo obvio, lo común, lo apagado.
La calle: trata de describir la calle, de qué está hecha, para qué es usada. La gente en las calles. Los coches. ¿Qué tipo de coches? Los edificios: date cuenta que están en el lugar acomodado y señorial de la ciudad. Distingue edificios residenciales de edificios gubernamentales.
Las tiendas. ¿Qué venden las tiendas? No hay tiendas de comidas. ¡Ah, sí! Hay una panadería. Pregúntate dónde hacen sus compras la gente local.
Los cafés. ¿Cuántos cafés hay? Uno, dos, tres, cuatro. ¿Por qué escogiste este? Porque lo conoces, porque le da el sol, porque vende cigarrillos. Los demás comercios: anticuarios, ropa, hi-fi, etc. No digas, no escribas «etc.». Haz un esfuerzo por agotar el tema, aunque parezca grotesco, o fútil, o estúpido. Aún no has mirado nada, sólo has recolectado lo que desde hacía tiempo habías recolectado.
Oblígate a ver más sencillamente.
Detecta un ritmo: el paso de los autos. Los autos llegan en lotes porque un poco más arriba o más abajo de la calle han estado parados en un semáforo. Cuenta los autos. Mira las patentes de los coches. Distingue entre aquellos registrados en París y el resto.
Date cuenta de la ausencia de taxis, pese a que parece haber muchas personas esperándolos.
Lee lo que está escrito en la calle: columnas Morris [1], quioscos de periódicos, afiches, señalética, volantes descartados, letreros de los comercios.
La belleza de las mujeres. La moda circula en tacones demasiado altos.
Descifra un poco de la ciudad, deduce los hechos obvios: la obsesión por la propiedad, por ejemplo. Describe la cantidad de operaciones que realiza el conductor de un automóvil cuando estaciona tan solo para ir a comprar cien gramos de gomitas de frutas:
– estaciona haciendo una cierta cantidad de maniobras
– apaga el motor
– retira la llave, lo cual desactiva un dispositivo antirrobo
– se retira a sí mismo del vehículo
– sube la ventanilla de la puerta delantera izquierda
– le pone el seguro
– verifica que la puerta trasera izquierda tenga puesto el seguro; sino: la abre acciona el seguro desde del interior cierra de un portazo verifica que esté cerrada con llave
– da una vuelta alrededor del coche; si es necesario, verifica que el maletero esté cerrado con llave
– verifica que la puerta trasera derecha está cerrada con llave; sino, realiza de nuevo el conjunto de operaciones ya efectuado con la puerta trasera izquierda
– sube la ventanilla de la puerta delantera derecha
– cierra la puerta delantera derecha
– pone el seguro
– antes de alejarse, echa una mirada para asegurarse que el coche aún está ahí y que nadie vendrá a llevárselo.
Descifra un trozo de ciudad. Sus circuitos: ¿por qué los autobuses van de este lugar a este otro? ¿Quién elige los itinerarios, y con qué criterio? Recuerda que el trayecto de un autobús parisiense intramuros está definido por un número de dos cifras, la primera hace referencia a la parada central y la segunda a la periférica. Encuentra ejemplos, encuentra excepciones: todos los autobuses cuyo número comienza por un 2 parten de Saint-Lazare, los con 3 de la estación del Este. Todos los autobuses cuyo número termina con un 2 llegan más o menos hasta el distrito 16 o a Bologne (antes, ellos usaban letras: la S, que era el favorita de Queneau, es ahora el 84. Escribir con melancolía recordando los autobuses de plataforma, la forma de los billetes, el cobrador con su maquinita sujeta a la cintura).
La gente en la calle: ¿de dónde viene? ¿a dónde va?
¿Quiénes son?
Gente con prisa. Gente sin prisa. Paquetes. Gente prudente que ha salido con su impermeable. Perros: son los únicos animales que uno ve. No se ven pájaros –sin embargo, uno sabe que hay pájaros– ni tampoco se les oye. Podría verse un gato deslizándose bajo un coche, pero en realidad el hecho no ocurre.
Nada pasa, de hecho.
Trata de clasificar a la gente: quiénes son del barrio y quiénes no son del barrio. No parece haber ningún turista. La época no se presta, y además el barrio no es especialmente turístico. ¿Cuáles son las atracciones locales? ¿La casa de Saloman Bernard? ¿La iglesia de Santo Tomás de Aquino? ¿El nº 5 de la calle Sébastien-Bottin [2]?
El tiempo pasa. Bebe tu cerveza. Espera.
Nota que los árboles están lejos (allí, en el Bulevar Saint-Germain y en el Bulevar Raspail), que no hay cines ni teatros, que no hay obras en construcción cerca, que la mayoría de las casas parece haber obedecido las regulaciones al menos en lo que concierne a renovación.
Un perro, de una especie rara (¿galgo afgano? ¿galgo africano?).
Un land-rover que parece equipado para atravesar el Sáhara (pese a todo, estás notando sólo lo insólito, lo particular, lo miserablemente excepcional; debes hacer lo contrario).
Continuar.
Hasta que la escena se haga improbable
hasta que tengas la impresión, durante un brevísimo instante, que estás en una ciudad extraña o, mejor aún, hasta que entiendas ya lo que pasa o lo que no pasa, hasta que todo el lugar se vuelva extraño, y tú ya no sepas ni siquiera que esto es lo que se llama una ciudad, una calle, edificios, aceras…
¡Has que caigan lluvias torrenciales, que lo rompan todo, que crezca el pasto, que la gente se reemplace por vacas y, donde se cruza la calle Bac con el Bulevar Saint-Germain, hacer que aparezca King-Kong o el Súper Ratón de Tex Avery, volando cien metros por encima de los tejados!
O de nuevo: trata de imaginar, con la mayor precisión posible, bajo la red de calles, el entramado de cloacas, las líneas de metro, la invisible proliferación subterránea de conductos (electricidad, gas, líneas telefónicas, redes de agua, tubos de correo expreso) sin la cual no habría vida en la superficie.
Por debajo, justo por debajo, resucita el eoceno: la caliza de cantera, las margas y los guijarrales, el yeso, la caliza lacustre de Saint-Ouen, las arenas de Beauchamp, la caliza tosca, las arenas y los lignitos de Soissonnais, la arcilla plástica, la tiza dura.
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O bien: Borrador de una carta
Pienso en ti, a menudo
de vez en cuando vuelvo a un café, me siento cerca de una puerta, pido un café sobre el velador de mármol falso ordeno mi paquete de cigarrillos, una caja de cerillas, un bloc de notas, mi rotulador
paso mucho tiempo revolviendo mi taza de café con una cuchara (sin embargo no le pongo nada de azúcar al café, me lo bebo dejando que el azúcar se funda en la boca, como la gente del Norte, como los rusos y los polacos cuando beben té)
Pretendo estar preocupado, como si reflexionara, como si tuviera que tomar una decisión En la parte superior derecha de la hoja pongo la fecha, a veces el lugar, otras veces la hora, hago como que escribo una carta
Escribo lentamente, muy lentamente, lo más lentamente posible, trazo, dibujo cada letra, cada acento, verifico los signos de puntuación
Miro atentamente un pequeño cartel, una lista con los precios de helados, una pieza de acero, una persiana, el cenicero amarillo, hexagonal (de hecho se trata de un triángulo equilateral, en cuyos ángulos cortados se han hecho las depresiones en semicírculo donde pueden descansar los cigarrillos)
(…)
Afuera hay un poco de sol
el café está casi vacío
dos obreros beben un ron en la barra, el dueño dormita detrás de la caja, la camarera limpia la máquina de café
pienso en ti
vas caminando por tu calle, es invierno, has levantado el cuello de tu abrigo de lobo, estás sonriendo, y lejana
(…)
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Lugares
(Notas sobre un trabajo en progreso)
En 1969, seleccioné, en París, doce lugares (calles, plazas, cruces, un pasaje), en los que había vivido o a los que me unían recuerdos muy particulares.
Me he propuesto escribir cada mes la descripción de dos de estos lugares. Una de estas descripciones es escrita en el lugar mismo y debe ser lo más neutra posible. Sentado en un café o caminando por la calle, cuaderno y bolígrafo en mano, hago lo posible por describir las casas, las tiendas, la gente con la que me encuentro, los carteles y, de un modo general, todos los detalles que atraen mi mirada. La otra descripción la escribo en un sitio diferente del lugar en cuestión. Hago lo posible por describir el lugar de memoria, y por evocar todos los recuerdos que se me vienen relacionados a él, sean eventos que tuvieron lugar allí, sea gente que me encontré allí. Una vez que estas descripciones están terminadas, las meto en un sobre que sello con cera. En muchas ocasiones, le he pedido a un fotógrafo o fotógrafa amiga que me acompañe, y sea libremente o siguiendo mis indicaciones, ha tomado fotos que he metido en sobres correspondientes, sin mirarlas (con una sola excepción). También he tenido la oportunidad de meter en estos sobres diversos elementos que más tarde podrían servir como evidencia. Billetes de metro, por ejemplo, o boletas de consumo, o entradas de cine, o volantes, etc.
Cada año comienzo de nuevo estas descripciones, teniendo cuidado, gracias a un algoritmo que ya he mencionado (bi-cuadrado latino ortogonal, éste de orden doce [3]), primero, de describir cada uno de estos lugares en un mes diferente del año, segundo, de no volver a describir el mismo par de lugares durante el mismo mes.
Este ejercicio, que se parece un poco en principio a las «cápsulas de tiempo», durará doce años, hasta que todos los lugares hayan sido descritos doce veces por dos. Como el año pasado estuve demasiado preocupado por el rodaje de Un homme qui dort (en el que aparecen, además, la mayoría de estos lugares), me he saltado el año 1973, y recién en 1981 tendré los 288 textos producto de esta experiencia (a menos que sufra otro retraso). Recién ahí sabré si esto ha valido la pena. Lo que espero de esto, en efecto, no es otra cosa que dejar registro de un triple envejecimiento: el de los lugares mismos, el de mis recuerdos, y el de mi escritura.
el barrio
1
El barrio. ¿Qué es un barrio? ¿Tú vives en el barrio? ¿Eres del barrio? ¿Te has cambiado de barrio, tú? ¿En qué barrio estás ahora?
El barrio tiene algo de amorfo en verdad: una suerte de parroquia o, siendo más riguroso, la cuarta parte de un distrito, el pequeño trozo de ciudad que depende de una comisaría.
De modo más general: la porción de ciudad en la que uno se desplaza fácilmente a pie o, por decir lo mismo en forma de perogrullada, esa parte de ciudad a la que no hay que trasladarse puesto que ya estás ahí. Eso ni siquiera hay que decirlo. Lo que sí habría que aclarar, es que para la mayoría de los habitantes de una ciudad todo esto tiene el corolario siguiente: el barrio es también esa porción de ciudad en la que no trabajas. Llamamos barrio a aquel sitio donde residimos, no al área donde trabajamos: lugares de residencia y lugares de trabajo rara vez coinciden. Esto también es evidente, y tiene consecuencias innumerables.
La vida de barrio
Esta una frase muy importante.
De acuerdo, están los vecinos, está la gente del barrio, los comerciantes, la lechería, el todo para el hogar, la cigarrería que está abierta los domingos, la farmacia, el correo, el café donde estás ahora, si no eres un habitué al menos un cliente regular (le das la mano al dueño o a la garzona).
Obviamente, podrías cultivar estos hábitos, ir siempre al mismo carnicero, dejar tus paquetes en la tienda, abrir una cuenta en la ferretería, llamar a la farmacéutica por su nombre, confiar el gato a la vendedora de periódicos, pero no funcionaría, de todos modos no constituiría una vida, no podría siquiera crear la ilusión de ser una vida. Crearía un espacio familiar, levantaría un itinerario (salir de casa, ir a comprar el periódico de la tarde, un paquete de cigarrillos, un paquete de detergente en polvo, un kilo de cerezas, etc.), un pretexto para algunos apretones de manos lánguidos (buenos días señora Chamissac, buenos días señor Fernand, buenos días señorita Jeanne), pero eso no haría más que poner una cara sentimentaloide a la necesidad, una manera de disfrazar el comercialismo.
Obviamente, podrías fundar una orquesta, o hacer teatro callejero. Animar el barrio, como dicen. Juntar a la gente de una calle o de un grupo de calles por algo más que la mera convivencia: haciéndoles demandas, haciéndoles luchar.
La muerte del barrio
Esta también es una palabra muy grande (hay muchas muriendo, después de todo: las ciudades, los campos, etc.). Lo que extraño más que nada es el cine del barrio, con sus horribles anuncios de la tintorería de la esquina.
2
De todo lo precedente puedo decir, en una conclusión poco satisfactoria la verdad, que sólo tengo una idea muy aproximada a lo que es un barrio. Es verdad que en tiempos recientes me he cambiado bastante de barrio, y no he tenido tiempo de adaptarme como corresponde a uno.
Uso poco mi barrio. Es sólo por casualidad que algunos de mis amigos vivan en el mismo barrio que yo. Mis principales centros de interés son más bien excéntricos en relación con mi casa. No tengo nada contra el hecho de moverse, todo lo contrario.
¿Por qué poner a la dispersión en un sitial mayor? En lugar de vivir en un único lugar, y tratar en vano mantenerse en él, ¿por qué no tener cinco o seis habitaciones repartidas por París? Iría a dormir a Denfert, escribiría en la Plaza Voltaire, escucharía música en la Plaza de Clichy, haría el amor en la Poterne des Peupliers, comería en la calle de Tombe-Issoire, leería en el parque Monceau, etc. ¿Es acaso eso más tonto, cuando todo ha sido dicho y hecho, que poner a todos los comerciantes de muebles en Saint-Antaine, a todos los comerciantes de cristal en la calle Paradis, a todos los sastres en la calle Sentier, a todos los judíos en la calle Rosiers, a todos los estudiantes en el barrio Latino, a todos los editores en Saint-Sulpice, a todos los médicos en Harley Street, a todos los negros en Harlem?
la ciudad
1
«Los techos de París, echados en sus espaldas, con sus pequeños pies al aire»
– Raymond Queneau
No te apures en tratar de encontrar una definición de la ciudad; es demasiado vasto, y hay muchas posibilidades de equivocarse.
Primero, has un inventario de lo que puedes ver. Enumera aquello de lo que estás seguro. Establece distinciones elementales: por ejemplo, entre qué es la ciudad y qué no es la ciudad.
Interésate por aquello que divide a la ciudad de lo que no es la ciudad. Mira lo que ocurre cuando la ciudad se detiene. Por ejemplo (ya he abordado este tema a propósito de las calles), un método a prueba de balas para saber si nos encontramos en París o en el exterior de París consiste en mirar el número de los autobuses: si tienen dos cifras estamos en París, si tienen tres estamos fuera de París (desgraciadamente no es tan infalible como esto, pero en principio debiera serlo).
Reconoce que los suburbios tienen una fuerte tendencia a dejar de ser suburbios.
Toma buena nota de que la ciudad no siempre ha sido lo que era. Recuerda, por ejemplo, que Auteuil fue rural durante mucho tiempo. Hasta mediados del siglo XIX, cuando los médicos veían que un niño estaba demasiado pálido, recomendaban a los padres que pasaran algunos días en Auteuil para respirar el aire sano del campo (aún se encuentra en Auteuil una lechería que insiste en llamarse la «Granja de Auteuil»).
Recuerda también que el Arco de Triunfo fue construido en el campo (no era verdaderamente el campo, sino más bien el equivalente del parque de Boulogne, pero en cualquier caso no era la ciudad).
Recuerda también que Saint-Denis, Bagnolet y Aubervilliers son ciudades mucho más grandes que Poitiers, Annecy o Saint-Nazaire.
Recuerda que todo lo que se llama faubourg se encontraba en el exterior de la ciudad (Faubourg Saint-Antoine, Faubourg Saint-Denis, Faubourg Saint-Germain, Faubourg Saint-Honoré).
Recuerda que si se decía Saint-Germain-des-Prés, es porque ahí habían prados.
Recuerda que un «boulevard» es originalmente un sendero plantado de árboles que rodea una ciudad y que usualmente normalmente el espacio donde estaban las antiguas murallas.
Recuerda que, por cierto, todo estaba fortificado.
2
El viento sopla desde el mar: los olores nauseabundos de las ciudades son llevados hacia el Este en Europa, hacia el Oeste en América. Por esa razón los barrios inteligentes de París están al oeste (el sexto distrito, Neuilly, Saint-Cloud, etc.) y al este en Londres (el West End) y en New York (el East Side).
3
Una ciudad: piedra, cemento, asfalto. Extraños, monumentos, instituciones.
Megalópolis. La mancha urbana. Arterias de tráfico. Multitudes.
¿Hormigueros?
¿Qué es el corazón de una ciudad? ¿El alma de una ciudad? ¿Por qué se dice de una ciudad que es bonita, o se dice que es fea? ¿Qué tiene de bonito y de feo una ciudad? ¿Cómo se llega a conocer una ciudad? ¿Cómo llegas a conocer tu ciudad?
Método: debes renunciar a hablar de la ciudad, sobre la ciudad, o bien obligarte a hablar de ella del modo más simple del mundo, obvio, familiar. Deja ir todas las ideas preconcebidas. Deja de pensar en términos procesados, olvida lo que han dicho urbanistas y sociólogos.
Hay algo tenebroso en la idea misma de ciudad; tienes la impresión de que sólo puedes aferrarte a imágenes trágicas o desesperadas – Metrópolis, el universo mineral, el mundo petrificado – de que sólo podremos acumular sin tregua preguntas sin respuesta.
Nunca podremos explicar o justificar la ciudad. La ciudad está ahí. Es nuestro espacio, y no tenemos otro. Hemos nacido en ciudades. Hemos crecido en ciudades. Es en ciudades que respiramos. Cuando tomamos el tren, es para ir de una ciudad a otra ciudad. No hay nada de inhumano en una ciudad, excepto nuestra propia humanidad.
4
Mi ciudad
Vivo en París. Es la capital de Francia. Cuando Francia se llamaba Galia, París se llamaba Lutecia.
Como muchas otras ciudades, París fue construida en proximidad a siete colinas. Ellas son: el monte Valérien, Montmartre, Montparnasse, Montsouris, la colina de Chaillot, las Buttes-Chaumont y la Butte-aux-Cailles, el monte Sainte-Genevieve, etc.
Obviamente, no conozco todas las calles de París. Pero tengo siempre una idea clara de dónde se encuentran. Aunque quisiera, me sería difícil perderme en París. Dispongo de numerosos puntos de referencia que me ayudan. Casi siempre sé en qué dirección debo ir para llegar al metro. Conozco bastante bien el itinerario de los autobuses; sé explicar mi ruta a un taxista. El nombre de las calles casi nunca me es extraño, las características de cada distrito me son familiares; identifico sin demasiado esfuerzo las iglesias y otros monumentos. Sé dónde están las estaciones de tren. Numerosos lugares están unidos a recuerdos precisos de ellos: casas donde han vivido amigos con quienes he perdido contacto, o bien un café donde he jugado pinball por seis horas (con sólo meter una única moneda de veinte céntimos), o bien la plaza en que he leído La Peau de Chagrín mientras vigilaba a mi pequeña sobrina jugar.
Me gusta caminar por París. A veces durante una tarde completa, sin rumbo preciso, aunque tampoco al azar, ni a la aventura, sino tratando de ser llevado. A veces tomando el primer autobús que se detiene (ya no se puede tomar un autobús cuando éstos están en movimiento). O sino preparando un itinerario cuidadoso, sistemático. Si tuviera el tiempo, me gustaría concebir y resolver problemas análogos al de los puentes de Koenigsberg o, por ejemplo, encontrar un trayecto que atraviese París de punta a punta sólo usando calles que comiencen por la letra C.
Me gusta mi ciudad, pero no sabría decir exactamente qué me gusta de ella. No creo que sea el olor. Estoy demasiado acostumbrado a los monumentos como para tener ganas de mirarlos. Me gustan ciertas luces, algunos puentes, terrazas de cafés. Me gusta mucho pasar por un sitio que no he visto hace tiempo.
5
Ciudades extranjeras
Sabes ir de la estación o del aeropuerto al hotel. Esperas que no esté demasiado lejos. Te gustaría estar en el centro. Estudias cuidadosamente el plano de la ciudad. Vas localizando los museos, los parques, los lugares que te han recomendado visitar a toda costa.
Vas a ver los cuadros y las iglesias. Adoras mucho pasear, callejear, pero no te atreves; no sabes cómo ir a la deriva, tienes miedo de perderte. Ni siquiera es que camines, sino que andas a toda prisa. No sabes bien qué mirar. Te emocionas si te topas con la oficina de Air France, casi a punto de llorar si ves Le Monde en un quiosco de periódicos. Ningún lugar se deja guardar en un recuerdo, en una emoción, en un rostro. Encuentras salones de té, cafeterías, tabernas, restaurantes. Pasas delante de una estatua. Es la de Ludwig Spankerfel di Nominatore, el célebre cervecero. Miras con interés unos juegos completos de llaves inglesas (tienes dos horas libres y caminas por dos horas; ¿por qué te atraerá esto más que lo otro? Un espacio neutro, todavía no conferido, prácticamente sin hitos: no sabes cuánto tiempo hace falta para ir de un sitio a otro; como resultado siempre llegas muy adelantado a todas partes).
Dos días pueden bastar para empezar a aclimatarte. El día que descubres que la estatua de Ludwig Spankerfel di Nominatore (el célebre cervecero) está sólo a tres minutos del hotel (al final de la calle Prince-Adalbert) cuando te tomaba una buena media hora llegar allí, empiezas a tomar posesión de la ciudad. Lo que no quiere decir que empieces a habitarla.
De estas ciudades que sólo rozamos, a menudo guardamos el recuerdo de su encanto indefinible. El recuerdo mismo de nuestra propia indecisión, de nuestros pasos vacilantes, de nuestra mirada que no sabía hacia qué volverse y que no se emocionaba con casi nada: una calle casi vacía poblada de grandes plátanos (¿eran plátanos?) en Belgrado, una fachada de cerámica en Sarrebrück, las cuestas en las calles de Edimburgo, la anchura del Rhin, en Bale, y la cuerda – el nombre exacto sería el andarivel – que guía el ferry que lo cruza…
* Traducido por Ricardo Greene.
** Todas las imágenes que acompañan este artículo son obra de Guy Moll: https://www.flickr.com/photos/guymoll/
[1] Nombre de las columnas cilíndricas, características de París, que se usan para disponer publicidad y otro tipo de información gráfica.
[2] La dirección de la casa editorial Gallimard, donde Perec siempre quiso aunque nunca pudo ver sus obras publicadas.
[3] La misma fórmula fue usada por Perec en La vida: modo de usar.