De 1535 a 1962 mucha es el agua que ha corrido bajo los puentes del Rímac con ser tan escaso el caudal de su corriente. Las 117 manzanas se han multiplicado y el casco urbano ha alcanzado las orillas del mar de norte a sur, cubriendo un vasto de hongo de cabeza cóncava (Michel Berveiller), cuya coronación se extiende desde La Punta, en el Callao, hasta el Morro del Sola, en Chorrillos, y cuya base parece ser el Cerro de San Cristóbal. La City se ha erguido con pobres imitaciones de rascacielos, pero rumbo al Pacífico han surgido barrios populosos (La Victoria, Breña, Lince) y, más cerca del mar, barrios residenciales (San Isidro, Miraflores, Monterrico), todos de caótica arquitectura donde el tudor y el neocolonial se codean con el contemporáneo calcado, salvo excepciones, de magazines norteamericanos. Clase media y burguesía grande se sitúan en estas dos clases de barrios fronterizos. La masa popular se hacina, en cambio, en tres especies de horror: el callejón, largo pasadizo flanqueado de tugurios misérrimos; la barriada, urbanización clandestina y espontánea de chozas de estera que excepcionalmente deriva en casita de adobe o ladrillo, y el corralón, conjunto de habitaciones rústicas en baldíos cercados. Son núcleos éstos en los que se refugia más de medio millón de limeños.
Toda esta referencia a la estructura de la ciudad no tiene aquí propósitos meramente informativos. Pretende señalar que el pueblo, que ocupa las tres clases de no-vivienda mencionadas y otras semejantes, y que en ellas, como un cinturón de barro, ajusta día a día el sitio de la capital peruana, sueña con acceder, construyéndola u obteniéndola como premio o donación, a una casita de las que ocupa la mesocracia baja. Ésta, como es natural, tiende a salir de la morada estrecha o el departamento para habitar un domicilio adecentado de los que pueblan las familias de la clase media alta. A su turno, ésta acaricia la esperanza de llegar al barrio residencial trepando, en lo que a la pugna habitacional respecta, la gran pirámide desde el escalón del chalecito al de la más holgada casa, con jardín y todo, y del de esta última al de la casona o villa. Es decir, con más exactitud, al rellano de la mansión en la ciudad y la casa de verano, si es posible con playa propia y otras gollerías más. Es toda una marcha al sur, pues la escala tiene esa dirección cardinal. La voluntad de vivienda mueve, como se aprecia, a la sociedad desde su fondo por una reacción en cadena enérgica aunque sin estrépito.
De esta misma manera, por otra parte, se concatenan más insomnios civiles: tener un auto cualquiera, tener un auto americano de un modelo de no menos de cinco años atrás, tener un auto nuevo (ese auto nuevo, no otro), tener dos autos, tener tres autos, ad infinito. También, con parecida secuencia, se da la tribulación educativa de los padres de familia: que los niños vayan a cualquier colegio particular antes que a los del Estado, que vayan a un colegio particular de cierto prestigio, que vayan a un colegio de niños ricos, que vayan –para que ahí se relacionen, como se suele decir- al colegio donde van los hijos del millonario Fulano de Tal. La voluntad de vivienda, confort o educación se torna, en estos casos, en voluntad de ascenso social. Voluntad, pues, de desclasamiento. La aspiración general consiste en aproximarse lo más que sea posible a las Grandes Familias y participar, gracias a ello, de una relativa situación de privilegio. Este espíritu no es exclusivo de la clase media. El pueblo entero, aun su masa más desdichada e indigente, obedece al mecanismo descrito. Y por una razón clara: cuanto más inestable es el status, más vehemente se desea alcanzar la estabilidad. Y por cualquier medio.
* Extracto de Lima la horrible (1964), escrito por Sebastián Salazar Bondy. El fragmento fue tomado de la re-publicación hecha por la Editorial de la Universidad de Concepción en 2002.
** La fotografía que acompaña esta entrada fue rescatada de Freedom to Build (1972, Nueva York: MacMillan), editado por John F.C. Turner y Robert Fichter, una investigación a todas luces relevante, en cuanto se preocupa por el valor de los procesos de autoconstrucción de la ciudad en el tercer mundo.