12/02/2013

Carnaval Paulista, 1921

Nicolau Sevcenko

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Resumen

Esta crónica es un extracto del libro "Orfeu extático na metrópole. São Paulo sociedade e cultura nos fermentes anos 20" (Companhia das Letras, 1992) del historiador brasileño Nicolau Sevecenko.

Carnaval en la Avenida Paulista, 1926

Carnaval en la Avenida Paulista, 1926

Otra señal reveladora de los nuevos tiempos que se manifestó a inicios de 1921 fue, además de la consagración de Edu Chaves, la brusca y sorprendente metamorfosis del Carnaval paulista. La fiesta, que se convertía en la más importante del calendario de celebraciones de la ciudad, pasó en ese año por una transformación profunda en su naturaleza, identidad y propósito, cambios que permanecerían de ahí en adelante durante toda la década. En los años anteriores, particularmente después de la gran intensificación que viviría a partir de 1919, el Carnaval tomaba forma en dos focos básicos: el Triângulo Central y la Avenida Paulista. Existían otros núcleos secundarios, como el de Bras o el de Cambuci, y de una forma más difusa, el Carnaval se esparcía por todos los barrios más populosos y urbanizados. Ese segundo grupo de celebraciones era más popular, con menos lujo en las fantasías, iluminación y decoración de las calles y –como algo determinante- menos automóviles. La mayoría de los vehículos que circulaban eran de alquiler y en menor número carrozas, todos ellos sobrepasados por la gran multitud a pie. En el Triângulo, los desfiles de los clubes carnavalescos en carros alegóricos eran el centro de la juerga, mientras el pueblo, en las veredas, presenciaba las batallas de serpentina, confeti y lança-perfume. Al mismo tiempo, el paso de los automóviles refinados cruzaban en fila el asfalto.

El Carnaval de 1921 vivió un giro radical: aquello que antes era una tendencia subyacente, se transformó súbitamente en lo predominante. El estilo de festejar en el Triângulo o en la avenida, por más que se animara a ratos, denotaba una moderación impuesta por vestimentas solemnes –aunque típicas- y movimientos normados por la compostura aparatosa impuesta por el decór arquitectónico y el lujo de los vehículos. Sin dudas, el Carnaval, como parte de la tradición burguesa –que mezclaba personajes de la commedia dell’arte con reverencias y zalamerías cortesanas-, podía ser entusiasta y contener expresiones de alegría y exaltación, mas traía consigo un claro límite de las formas, el cual definía los excesos como comprometedores. Era un carnaval con el recetario ya prescrito, con posiciones marcadas y coreografías de gestos y movimientos ya prefigurados. Era una herencia de convenciones a la espera de ser revividas con mayor o menor intensidad cada año, y no un desafío –a través del vértigo de la extravagancia- a las pautas que definen la vida cotidiana.

Ahora, el Carnaval de Brás, fuese callejero o al interior del popular Teatro Colombo, en la calle de Concordia [Largo da Concórdia], el corazón del barrio, era dominado por el estilo festivo de los inmigrantes italianos más humildes, quienes desplegaban el típico ánimo de las fiestas campestres paganas o pre-cristianas. El trance eufórico mediante la borrachera del vino, la música y el baile eran los objetivos centrales de la celebración, opuesto a cualquier esquema cuya función principal fuera el acentuar las posiciones en la escala social u ostentar el dominio de complejos códigos de distinción. No es que este Carnaval no mantuviera una relación de convivencia con los inmigrantes prósperos del barrio y los visitantes –opulentos o no- que lo visitaban, o que estuviera en desajuste con las rígidas reglas de conducta y disciplina impuestas por la policía. Tampoco que la raíz pagana de la festividad estuviese neutralizada por siglos de dominio católico y civil. Más bien, lo que se palpitaba era cierta llama de extrañeza, la creencia que por un tiempo esas reglas que regían la vida cotidiana podían no existir. De cierto modo lo que allí comparecía era la imaginación de la libertad desenfrenada por quien ansiaba descubrir la espontaneidad del cuerpo y la mente. Aquello que la ciudad les pedía a gritos y la cultura les inhibía. Así es como el episodio fue registrado en la crónica de O Estado:

Antes de los tres días consagrados al culto de Momo, mucho antes, en aquella parte de la ciudad [o Brás] vibraba de entusiasmo con las fiestas que todos los domingos se desarrollan en la Avenida Rangel Pestana. Luego, a medida que el Carnaval se acercaba, el interés por los festejos se volvió más intenso, hasta que, en estos últimos días –especialmente el martes-, lo que allí ocurría era difícilmente explicable. Las batallas de confeti, serpentinas, lança-perfumes, la iluminación, el movimiento en las calles principales del barrios, en los cafés… todo era delirio, una locura, digno de ser señalado, especialmente por el sorprendente contraste respecto a lo que sucedía en el resto de la ciudad. El resultado de esto ha sido que, últimamente, Brás atraiga a la concurrencia del Triângulo, de la Avenida [Paulista] y de otros puntos donde años anteriores era grande el movimiento, volviéndose así el centro de los festejos. El paso de los carros, que al principio aparecían apenas en los barrios artistocráticos, pasaron a ser extraordinariamente animados, constituyendo una de la cosas más interesantes del Carnaval. Al lado de simples carros de plaza y carrozas adornadas con arcos de bambú e iluminadas de forma extraña a la usanza veneciana –tal como en la fiesta popular de Piedigrotta-, aparecían costosos automóviles de lujo.

Brás adquiría así una visibilidad emocional repentina, que transformó a la periferia en el centro, y al centro en la periferia. Las distintas familias de clase alta dejaban sus mansiones y automóviles para subirse a una carroza rústica para festejar entre campesinos recién llegados a la ciudad, obreros, artesanos, vendedores ambulantes, sin-casa; era un buen índice de los nuevos tiempos de la ciudad y de un reajuste en el orden de los símbolos. Esto no significa que de alguna forma haya cambiado el destino de Brás y sus habitantes. Sin ir más lejos, el Carnaval ocurre en el contexto de una serie de reportajes de prensa que hablan -en tono indignado y agresivo, como lo hace O Estado- de “un barrio despreciable”, en los que se denuncia la negligencia de las autoridades hacia los barrios populares. Cualquiera que fueran los esfuerzos por hacer converger las representaciones de una comunidad, ellas en nada atenuaban las discriminaciones espaciales y sociales al interior de la ciudad. Esas fuentes permanentes de resentimiento y aflicción, tendían, paradojalmente, a alimentar las convergencias simbólicas. Mientras algunos se desgastaban luchando contra el malestar provocado por las tecnologías metropolitanas y los nuevos patrones de conducta, otros se volvían acólitos de los nuevos tiempos. La ciudad destilaba, por compresión, la toxina amarga que estimulaba su propia aceleración precipitada.

Avenida Paulista, Carnaval de 1917

Avenida Paulista, Carnaval de 1917

* Nicolau Sevecenko es historiador de la Universidad de São Paulo (1975) , Doctor en Historia Social por la misma USP (1981) y Post-Doctorado en la Universidad de Londres (1990). Es uno de los principales investigadores de la historia cultural urbana brasileña. Es autor de Literatura Como Misão (Brasiliense, 1983), A Revolta da Vacina: Mentes Insanas Em Corpos Rebeldes (Brasiliense, 1983) Orfeu Extático na Metrópole (Companhia das Letras, 1992), História da Vida Privada no Brasil: da Belle èpoque à era do rádio (Companhia das Letras, 1998), Pindorama revisitada: cultura e sociedade em tempos de virada (Editora Fundação Peirópolis, 2000) y A Corrida para o século XXI: no loop da montanha russa (Companhia das Letras, 2001).

** Las imágenes que acompañan esta crónica no son parte de Orfeu Extático na Metrópole, sino que fueron tomadas desde acá  y aquí.

*** La traducción libre del texto fue hecha por Rodrigo Millan, editor de Bifurcaciones.