1. Shima
Impactante es el cambio en las ciudades Chinas con la llegada del neón y sus derivados: faroles iluminados como palmeras multicolores, edificios que cambian al son de una canción o plazas verde fosforescente irrumpen el espacio mostrando el progreso. Pareciera ser que la modernidad en China viniera acompañada necesariamente de luz artificial: mientras mayor es la demostración de juegos de luces, mayor es el desarrollo económico de una ciudad.
En Shima, sin embargo, la cosa es diferente. Como la modernidad no ha llegado aún, o al menos no se la ha querido expresar de esa forma, uno puede encontrar en sus calles un descanso de los incansables estímulos lumínicos. Es una ciudad más pobre y más aislada que el resto: no hay en ella construcciones en altura, muchas calles aún no se encuentran pavimentadas, los autos y camiones son muy antiguos y es practicamente imposible encontrarse con algún turista, mucho menos con otros occidentales. Es quizás esa misma pobreza y aislamiento lo que ha permitido que barrios tradicionales sigan existiendo. Como el barrio de Pingling, en el centro de la ciudad, un lugar donde cada casa está pegada a la otra, no ocupando más de tres metros cada una. La mayoría de ellas exhibe todavía un biombo rojo y dorado en su entrada, coronado por la imagen de un dios protector. A veces, cuando la puerta está abierta, se pueden ver altares en las entradas de las casas.
Recuerdo que, al caminar entre sus estrechas calles, me encontré con un templo decorado con rojo y dorado que olía a incienso. El silencio absoluto era bruscamente interrumpido por el ruido fuertísimo de motos que aparecían entre los callejones. También cruzaban personas andando en bicicleta, con varias montadas sobre la misma. Algunos niños iban caminando al colegio y, al pasar, posaban fascinados a la cámara. Más allá, en la sala de clase, todos se colgaban de la ventana y reían disfrutando de la atención que estaban recibiendo. Eran muchos niños y un pizarrón repleto de caracteres. Unos niños entraban y otros salían, unos caminaban solos, otros con algún adulto. Niños muy pequeños compraban dulces a la salida del colegio.
No había ahí los malls de las grandes ciudades. Sólo casas, cuyas entradas habían sido transformadas en improvisadas peluquerías, carnicerías o kioscos. Las personas que trabajaban en ellas dormían ahí mismo, justo detrás del mesón donde atendían. A falta de espacio, parecía más eficiente usar el mismo sitio para ambas actividades. Los pollos también nacían y se vendían en la entrada de las casas; había cientos, todos apretados, aprovechando el espacio de igual forma que sus dueños.
Al salir de Pingling la ciudad se sentía un poco más agitada, ruidosa, con mucho comercio. De a poco las calles se fueron ensanchando, el espacio se iba repletando de autos y lentamente aparecían tiendas más grandes: talleres mecánicos, almacenes y mueblerías. Me encontré con unos departamentos a la venta frente al mar. Estaban recién construidos y se anunciaban con globos y carteles de colores.
Al final del día tomé el botebus para cruzar el mar y llegar a Xiamen. Allí cambiaba el olor, cambiaba la luz: había entrado al neón de vuelta.
Esta instantánea fue publicada originalmente en la edición número siete de nuestra revista, el otoño/invierno de 2008. URL: [http://www.bifurcaciones.cl/007/Shima.htm].
Stephanie Froimovich, Estudiante de Sociología, P. Universidad Católica de Chile. E-mail: noemi3[@]gmail.com.