12/08/2013

Ciclistas desnudos/

Cierre de temporada

Diego Campos

Blog | columnas

Por estos días se pone término a la sucesión anual de cicletadas nudistas en el hemisferio norte, aunadas todas bajo la marquesina del World Naked Bike Ride (WNBR). De convocatoria muy variable -oscilando entre unos pocos valientes en México a una multitud que paraliza por completo el centro de Londres-, pero unificadas en sus métodos y objetivos, las distintas versiones de estos eventos han ocupado el verano septentrional tal como lo vienen haciendo desde el año 2004. Por unas pocas horas cada año, las calles de Viena, Bruselas, Múnich, Tesalónica, Cork, Turín, México, Ámsterdam, Lisboa, Madrid, Londres, San Francisco, Chicago, Toronto, Vancouver y muchas otras se abren al paso de ciclistas (también patinadores y corredores) que, en grados diversos de desnudez, reclaman su derecho a las calles y promueven la bicicleta como una alternativa viable ante los niveles crecientes de congestión y contaminación de las ciudades, y los niveles decrecientes de salud y bienestar de sus ciudadanos.

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Pero la protesta ciudadana anudada en torno a preocupaciones medioambientales no es nueva y tampoco lo es la utilización del cuerpo desnudo -o partes de éste- como estrategia para reclamar atención mediática. Ambas parecen tener su punto de inflexión en la década de 1960: por una parte, los excesos de la industrialización avanzada se vuelven imposibles de seguir obviando por más tiempo, y por otra, la liberación de la conciencia individual que caracteriza la transformación cultural de la época se extiende también al dominio del cuerpo. Sin embargo, las convocatorias del WNBR articulan de modo novedoso y original esta relación entre protesta pública y cuerpo revelado: más allá de los principios declarados o la corrección política, lo que parece animar verdaderamente el espíritu de estas cicletadas es la celebración del cuerpo de los ciudadanos en un encuentro común propiciado por el espacio urbano.

Como en otras instancias de protesta pública, en las cicletadas nudistas abundan las consignas y mensajes alusivos a la causa. Y como en otras instancias de protesta pública, en las cicletadas nudistas confluye una extraordinaria variedad de individuos y grupos (en este caso, ciclistas militantes y casuales; naturistas y ecologistas; hippies viejos; jóvenes festivos; familias completas; tímidos primerizos; meros curiosos; transeúntes y entusiastas de última hora; exhibicionistas; documentalistas y fotógrafos). A diferencia de otras instancias de protesta pública, sin embargo, en los eventos del WNBR los participantes van -por definición- desnudos y en bicicleta: por ello, las consignas y mensajes deben ser escritos sobre el propio cuerpo de los participantes, y la extraordinaria variedad de individuos y grupos se vuelve aún más extraordinaria por el hecho de que no hay ropas que permitan encubrir la irreductible unicidad de los participantes. En las cicletadas nudistas, el mensaje es optimista, la protesta es el cuerpo (la infinita variedad de ellos) y su dominio transitorio es la ciudad.

En este sentido, no es casual que el WNBR en cuanto tal haya surgido de iniciativas independientes, cultivadas en las últimas décadas en sociedades especialmente proclives a la politización del cuerpo en el espacio público, como la española, o a su utilización como símbolo de bienestar, salud y patriotismo, como la alemana: las cicletadas nudistas se deben tanto a una conciencia cívica republicana, expresada en las Ciclonudistas catalanas, como al espíritu libertario característico de la Freikörperkultur. El mérito del WNBR ha sido el poder articular estas prácticas específicas en un discurso universal y universalista, en cuyo centro se encuentra la relación entre el ciudadano, su cuerpo desnudo y su entorno construido. Se entiende así que estos eventos formulen tanto una protesta como una celebración, y tanto una denuncia como una afirmación. La puesta en escena del WNBR, basada en una doble fragilidad -la del cuerpo descubierto, de una parte, y la del ciclista entre automóviles, de otra-, universaliza su mensaje y deja de concernir de modo exclusivo a los ciclistas urbanos: la convocatoria masiva y heterogénea de sus eventos constituye un pronunciamiento respecto del derecho de los ciclistas a transitar por las calles, pero también acerca de la ciudad como un espacio de inclusión, respeto y tolerancia.

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Este carácter inclusivo y transversal de las cicletadas nudistas se hace más evidente si se compara con otro tipo de iniciativas que utilizan el cuerpo como estrategia de reclamación. Tómese el caso de FEMEN, por ejemplo: el grupo ucraniano apuesta también a la desnudez en el espacio público para transmitir su mensaje de «feminismo radical» y anti-patriarcalismo; sin embargo, la estrategia de sus militantes apunta más bien a la exposición del cuerpo para generar un impacto brutal e inmediato, de manera similar a las protestas de PETA y otras organizaciones similares en contra del consumo de carne y el maltrato animal. En las cicletadas nudistas, por el contrario, la desnudez aparece más naturalizada y por lo mismo, más inofensiva, desexualizada, casi como un disfraz que los participantes visten por la duración del recorrido y que los autoriza, por un momento, a suspender la etiqueta y el blasé e interpelarse libremente, bromear, tomarse fotos unos a otros, invitar a los mirones a quitarse la ropa y unirse a la caravana.

Pero esto dura sólo un día. El resto del año los ciclistas pedalean vestidos, y las ciudades que hospedan las cicletadas del WNBR vuelven a conjugar -algunas con mayor éxito que otras- el delicado balance entre la creciente escasez del espacio transitable, las legítimas aspiraciones de quienes desean desplazarse en automóvil y las propuestas de aquellos que postulan alternativas sensatas de transporte urbano. Ocasionalmente, algún evento de Critical Mass apostará a congestionar las calles con ciclistas para desquitarse de los automovilistas, y las jóvenes de FEMEN o PETA saldrán quizá a la calle para ser prontamente arrestadas por indecencia. Las ciudades del hemisferio norte tendrán que esperar hasta su próximo verano, entonces, para que -como un rito de solsticio- vuelvan a congregarse los ciclistas desnudos, y con ellos, el recordatorio que las ciudades todavía se definen por la experiencia corporal de las personas, y que la posibilidad de verdadero orden y sustentabilidad urbanos dependen, en última instancia, de que nunca se pierda la proximidad entre la carne y la piedra.

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* Diego Campos es académico de la Universidad Católica del Maule y editor de Revista Bifurcaciones. E-mail: diego@bifurcaciones.cl

** Las imágenes que acompañan este texto son parte de la colección de ATTAC-Bruselas, y se encuentran disponibles aquí.