El microcentro de la ciudad – una réplica a escala del diseño pocket de su planeamiento urbano, un cuadrado que ya no sabe cómo mantener sus márgenes – estalla en velocidades marciales. La efervescencia de un nuevo ritmo colapsa las calles y evidencia la necesidad de asumir ciertas renuncias.

La Plata es un perro convirtiéndose en lobo. El tema es cómo y con qué alimentarlo para que sus garras no se vuelvan contra su propio cuerpo.

En el cielo flotan todas las posibilidades de lo nuevo y la energía entusiasta de lo joven. Es también la ciudad-niña, educada en la inocencia de la modernidad, sin saber bien qué hacer aún con su cuerpo crecido de mujer. ¿Rasgos de una ingenuidad perdurable o las limitaciones propias de una ciudad erigida en el pantano?

Mientras las instituciones hegemónicas que la comandaron envejecen, la niña desquiciada explota y baila en los márgenes, busca su futuro y vibra en los tonos de una cultura under cada vez más prometedora. A fuerza propia, y bajo diversas estrategias de autogestión, aprende a cuidar las llamas que la alumbran como foco cultural. El animal vive, late en la multiplicidad de voces e identidades que surgen cada vez con mayor tenacidad. El arte gana. Crea sus propios circuitos alternativos y celebra el advenimiento de centros culturales, salas de teatro, galerías de arte, ciclos de música, cine y poesía. Aquello que supo hacer el rock indie platense desde hace algunos años para convertirse en uno de los exponentes máximos en la construcción de un legado y sonido propio, comienza a ser imitado por otras esferas y experiencias artísticas que encolumnan  la ciudad.

Engendrada en el diseño y criada en los brazos de una estética planificada, no es raro que La Plata encuentre su destino natural de maduración en la contracultura. La niña-lobo moldea su gusto, refina su oído, entrena su mirada. Crece hermosa y seductora.

Su pulso lo marcan los cientos de jóvenes que llegan cada año a la ciudad atraídos por la marea académica y la educación pública y gratuita de la Universidad Nacional de La Plata; las energías de esa juventud son las que la proyectan en espacio y tiempo, le dan la movilidad necesaria para que todo lo demás ocurra. Hace décadas que los jóvenes llegan para quedarse de por vida y la ciudad misma vive el esplendor de su propia juventud. Sin ella sería un pequeño pueblo en reposo, aplacado en la siesta de los ministerios.

Una pieza de diseño absoluto. Mil seiscientas manzanas atravesadas por diagonales. Jacarandás, tilos y naranjos, palos borrachos y paraísos. Una casa germinada en la cabeza de Le Corbusier. Una catedral neogótica roja. Las cenizas de un Teatro Argentino neoclásico incendiado bajo otro, moderno y de estilo brutalista. Mitos fundacionales. Símbolos masónicos y túneles secretos en las profundidades del pantano. Plazas verdes y parques dorados cada seis esquinas. El titánico Paseo del Bosque con su anfiteatro sobre el lago. El Museo de Ciencias Naturales más importante de Latinoamérica. Un Observatorio astronómico. Un Jardín Zoológico y Botánico. Dos tribus separadas por el fútbol como rito, sangre azul y corazones blancos de un lado, pieles rojas y cabelleras blancas del otro. En el medio las garras en sacrifico. Más museos y teatros. Más clubes y bibliotecas. El arte y la ciencia como flechas. La contracultura tomando la posta.

La Plata es una ciudad que mira al gran río que le da nombre y se mueve a la velocidad del silencio. Cuando traspasa sus límites, rompe sus márgenes, renuncia a sus tradiciones, deja una marca poderosa a la vista del mundo. Su juventud respira y avanza. El brillo de un nuevo sol se avecina.