18/01/2013

Como los barones de São Paulo

Texto: Arturo Almandoz - Imágenes: Jean Manzon

Blog | instantáneas

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“Um convite impresso em inglês

Onde se contam maravilhas de minha cidade

Sometimes called the Chicago of South America”

Oswald de Andrade, “Anúncio de São Paulo”, en Pau-Brasil (1924)

 

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Celso y Silvandira están siempre envueltos en la vorágine paulistana: él con su trabajo como corredor de acciones en la bolsa, representando empresas frutícolas y cafeteras de los estados sureños de Brasil; ella con su alto cargo en la prefectura que ha servido de plataforma política a más de un presidente. Habiéndose conocido después del divorcio de ella y de la prolongada soltería de él, la madura pareja mora en un elegante apartamento del renovado barrio de Higienópolis, por lo que Celso no tiene que desplazarse demasiado para llegar cada día hasta la sede de Bovespa en la avenida Paulista. Silvandira en cambio debe tomar el metro al céntrico Triángulo definido por los monasterios de Carmo, São Francisco y São Bento, en cuyas venerables inmediaciones siempre deseó laborar. A la salida de la estación República, Silvandira contempla con tanta frecuencia como tristeza los garotos drogados en las calles y el deterioro que rodea los nobles edificios de Ramos de Azevedo y otros arquitectos de la Bella Época, así como los que Óscar Niemeyer diseñara para el cuarto centenario, a mediados de los años cincuenta; prefiere entonces abstraerse y refugiarse, como paulistana de pura cepa que es, en la hidalga historia temprana de aquel centro hoy degradado, como tantos otros brasileños y latinoamericanos.

Vale do Anhangabaú

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Palácio Nove de Julho, antes Palácio das Indústrias

 

Por contraste con Río de Janeiro, hasta la declaración de independencia de Portugal, São Paulo de Piratininga había sido modesto centro comercial y distribuidor de bienes ubicado en el planalto del interior; impulsado por la actividad extractiva del actual estado de Minas Gerais al norte, fue también punto de partida de numerosas bandeiras o expediciones que se adentraban en la provincia para tomar posesión de la tierra, buscar riquezas y esclavizar indígenas. Quizás nunca habría florecido São Paulo más que el puerto de Santos, de no haber devenido capital de la provincia y asiento de autoridades civiles y eclesiásticas; después de la creación de la escuela de Leyes, pasó a ser también una especie de burgo estudiantil. En parte por la vida académica de éste, en su Retrato do Brasil, Paulo Prado lo consideró, para mediados del siglo XIX, como un “gran centro romántico”, de ese romanticismo que, junto a la lujuria, la codicia y la tristeza, caracterizaron al país colonial según el escritor modernista. Es una interpretación que fascinó a Silvandira desde que la leyera en sus tiempos de estudiante de historia en la Universidad de São Paulo, interpretación a la que volvería en su tesis de posgrado en patrimonio en Francia, antes de regresar a trabajar en Brasil a la caída de la dictadura, a finales de los años ochenta.

 

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Panorámica del área céntrica paulista

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Viaduto do Chá

 

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Cuando le toca hacer inspecciones patrimoniales en los barrios céntricos, entre República y Sé, Silvandira se acuerda de las narraciones de los abuelos que moraban en el primero, recién llegados todavía a la ya consolidada metrópoli del café, procedentes de Santos y Baurú, para trabajar como operarios en la fábrica de cerveza Guanabara, que devendría Brahma. Se cerraba con ellos el siglo XIX a lo largo del cual, emulando en Suramérica los crecimientos de Manchester o Chicago en su momento, Sâo Paulo había pasado de menos de 7 mil habitantes en 1822 a 30 mil en 1870 y 240 mil en 1900; para entonces más del 20 por ciento de la población era extranjera, con dos italianos por cada brasileño residente. El detonante económico había sido la expansión del cultivo, el comercio y la cultura cafetaleros desde la década de 1840, cuando la capital paulista despertó como locomotora del Brasil, rivalizando con su contraparte carioca, mientras robaba protagonismo como segunda urbe a la alicaída Salvador de Bahía, otrora capital colonial.

Con un deslumbramiento pueblerino que nunca abandonaron, los abuelos de Silvandira alcanzaron a describirle las prolijas mansiones y los palacetes de los barones del café en Campos Elíseos e Higienópolis, los cuales ellos solían contemplar los domingos, cuando no iban a pasear por los jardines del museo de Ipiranga, diseñados por Puttemans y Northman con patrones todavía versallescos. Acaso influida su elección profesional por aquellos relatos infantiles, después ella entendió cómo se había producido el portentoso crecimiento metropolitano: la propuesta del empresario francés Jules Martin para construir un viaducto-boulevard en 1877, reforzada por la inauguración del viaduto do Chá o del Té quince años más tarde, catalizaron la subdivisión y urbanización de numerosos fundos o chácaras, 27 de ellas en los alrededores del triángulo central. La primera de esas subdivisiones dio lugar al bairro de Campos Elíseos, pronto seguido por Vila Buarque e Higienópolis, entre otros que integraron a la ciudad numerosos lotes de tierra rural y suburbana, siguiendo patrones de lujo y modernidad que, desde las redes sanitarias hasta las mansiones neogóticas, ni siquiera en Río eran habituales.

La expansión residencial y comercial fue articulada por la avenida Paulista, inaugurada en 1891, así como enmarcada en un plan del mismo Martin. No obstante esa pujanza victoriana que materializaban las ferrovías y estaciones de la compañía Light, la imponente ciudad burguesa contrastaba con los hacinados cortiços, lascasas de operarios y los cubiculos que proliferaban en el centro paulistano; en uno de esos cortijos se hubieron de alojar sus abuelos cuando eran recién casados y venidos del interior, lo cual Silvandira no tiene pudor en recordar delante de sus expertos colegas de la prefectura o de sus cosmopolitas amistades del renovado Higienópolis de hoy.

 

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Viaduto do Gazômetro, Brás

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Companhia Antártica Paulista

 

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Aunque en Brasil muchos son descendientes de los barcos, como en Argentina le ocurre a casi todos, Celso es algo más reservado en cuanto a sus orígenes italianos; arribados después de la Primera Guerra Mundial, sus abuelos calabreses no llegaron a conocer los tugurios del centro, sino que se ubicaron en el barrio de Bexiga, ya para entonces una Pequeña Italia paulistana. De manera similar a lo que acontecía en Chigago, como lo recuerdan los versos de Oswald de Andrade, era la época de la segregación funcional, social y étnica en la ya que había pasado a ser la segunda ciudad del Brasil: mientras los japoneses se ubicaban en Liberdade y los judíos en Bom Retiro, al sur de la avenida Paulista florecían Jardim América, y más tarde, Jardim Europa, en los que se refugiara la extranjerizada burguesía industrial que no se encontraba a gusto en las mansiones de Campos Elíseos ni en los palacetes de Higienópolis. Preferían las calles sinuosas y los chalets eduardianos, diseñados con el toque presencial de Barry Parker, ejecutor de las ciudades jardín en Inglaterra, de la que quiso escapar durante la Primera Guerra Mundial, según rezan las malas lenguas de la microhistoria no oficial; aunque ya no sean tan exclusivos ni suburbanos, en el arbolado confort anglosajón de esos bairros-jardins, de sobria elegancia hasta hoy en día, hubiese preferido Celso que su familia creciera.

En su apresurado trayecto diario entre Higienópolis y la Paulista, donde se sumerge en el fragor de la segunda bolsa más grande de las Américas y la tercera del mundo, Celso se regodea en esa avenida que ha crecido a la par de la industrialización brasilera. Si bien inaugurada a finales del siglo XIX, fue la construcción de Itaú y otros bancos, así como de los edificios modernistas de Gregori Warchavchik y François Pilon, en los años veinte y treinta, lo que le dio el carácter de corredor comercial y financiero que todavía exhibe. Después vino el enriquecimiento cultural con la construcción del Museo de Arte de São Paulo, bajo el patrocinio de Assis Chateaubriand, el magnate de los Diários Associados, y el asesoramiento vitalicio de Pietro María Bardi. En el edificio que diseñara la esposa de éste, la romana Lina Bo, terminó alojándose la más grandiosa pinacoteca latinoamericana, exhibiendo desde los Rafael, Botticelli y El Greco que nunca habían pisado estas latitudes del Nuevo Mundo, hasta los modernistas como Tarsila do Amaral y Di Cavalcanti, protagonistas entre otros de la rabiosa Semana de 1922, con la que la metrópoli quiso demostrar a Río y el resto del país que su capitalidad era más que económica. El que algunas de las piezas del MASP fueran adquiridas de colecciones expoliadas durante la Segunda Guerra Mundial no ha ensombrecido el esplendor de la colección, sino que ha reforzado la imagen inversora de São Paulo y su pertenencia a la estirpe heredera de Cartago.

 

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Museu Paulista

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XV Exposição de Animais. Feria Agrícola

 

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Cuando me han invitado a cenar al sofisticado apartamento de Higienópolis, cerradas ya las transacciones bursátiles de Bovespa y cumplidas las inspecciones patrimoniales en los edificios del centro, contemplando todos desde el balcón algunos de los pocos palacetes que quedan en el sector, hoy ocupados por bancos o por instituciones oficiales como la USP, me han comentado Celso y Silvandira cómo su entorno residencial y su vida profesional y familiar están todavía hoy, siglo y medio después, marcados por la herencia económica y cultural de los decimonónicos barones del café. En escala más modesta que éstos, pero con emprendimiento y arraigo a la tierra que le son análogos, ellos se sienten – más que los magnates de las corporaciones globales o los profesionales portátiles que se mueven por todo Brasil – como los nuevos barones de São Paulo.

 

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Banco do Estado de São Paulo

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Arquitectura modernista en São Paulo

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Aeropuerto de Congonhas

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São Paulo de noche

* Esta crónica fue publicada originalmente en la revista electrónica ProDavinci, donde Arturo Almandoz es columnista regular. ‘Como los barones’ fue puesta en línea el 4 de Julio de 2011 y puede ser vista en su versión original aquí (http://prodavinci.com/2011/07/04/actualidad/como-los-barones-por-arturo-almandoz/). Agradecemos a Ángel Ayalón, director de ProDavinci, permitirnos republicar esta crónica bajo nuestro formato de instantánea.

** Arturo Almandoz es urbanista, magíster en filosofía (Universidad Simón Bolívar, Caracas) y doctor en vivienda y urbanismo (Ph.D. Housing and Urbanism, Architectural Association School of Architecture, Londres). Asimismo es post-doctorado por el Centro de Investigaciones Posdoctorales (Cipost) de la Universidad Central de Venezuela (Caracas). Actualmente es profesor titular de la Universidad Simón Bolívar y titular adjunto de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Es autor de Urbanismo europeo en Caracas (1870-1940) (1997; 2006); La ciudad en el imaginario venezolano, I (2002; 2009), II (2004) y III (2009); y Entre libros de historia urbana (2008). Ha participado del proyecto Bifurcaciones como parte del comité de árbitros.

*** Las imágenes que acompañan esta instantánea fueron tomadas de la Guía Pitoresco e Turistico de São Paulo, por Livraria Martins Editôra S.A. en 1950. Las fotografías son del artista francés, radicado en Brasil, Jean Manzon (1915-1990). Sobre el fotógrafo, pueden visitar el Acervo Jean Marzon (http://www.acervojeanmanzon.com.br/) y observar parte de sus interesantes registros de la modernización de Brasil.