08/03/2013

Diamela Eltit: Sólo el barrio es el país

Por Lorena Pérez

Blog | entrevistas

Resumen

En su casa de patio interior en Ñuñoa (Santiago de Chile), en una calurosa tarde de verano, Diamela Eltit me recibió para conversar acerca de literatura, arte y política. Luego de perseguirla y no lograr reunirme con ella en Nueva York, donde estábamos viviendo las dos, coincidimos nuevamente en Chile. Atenta a escuchar y responder, revivió los años de la dictadura y las intervenciones en la ciudad que realizó en conjunto con el colectivo CADA a fines de la década de 1970. Sus idas y venidas; cómo ha cambiado Santiago; los encuentros y desencuentros con la literatura que le ha permitido plasmar las ciudades –sus ciudades- en libros; un poco de política y otro poco de café fue parte de lo que conversamos.

Barrio, autoritarismo y super-mercado

 

Lorena Pérez: Me gustaría saber, para comenzar, cuáles son los barrios y lugares de tu niñez, dónde creciste, cuáles son esos imaginarios de ciudad que de alguna manera te afectaron cuando eras niña y que aparecen posteriormente en tu trabajo.

Diamela Eltit: El barrio Carmen, la calle Carmen. Entre el barrio Carmen y el barrio Ñuñoa, desde Irarrázaval hasta la Avenida Matta. Esos son los recorridos de prácticamente toda mi vida. Pero nunca he vivido en otro sector fuera de Santiago Centro en el límite con Ñuñoa, y Ñuñoa en el límite con Santiago Centro. He estado en ese borde, en espacios de clase media o clase media baja, con algunas áreas verdes y plazas. Eso ha sido lo que más me ha interesado, la fachada continua. Eso es lo que yo creo ha sido el paisaje mas íntimo, más que el antejardín.

LP: Allí existe una relación mucho más directa entre la intimidad y lo público.

DE: Claro, más aún en todos estos sectores de casas de fachada continua. Y ése ha sido mi tema. Esa fachada continua te da un cierto acceso hacia el interior, como recorrer la ciudad a través de las radios, de las voces  que vienen desde adentro y salen por las ventanas. De alguna manera el adentro se cruza hacia el espacio ciudadano, ¿no? Eso es interesante. Además, al no haber antejardín, los niños por lo general están afuera. Ese ha sido mi imaginario de ciudad.

 

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Tres postales de esta área santiaguina. La gentrificación, la densificación en altura y los espacios comerciales desafían a la fachada continua.
Fuente: Google Street View, 2012

 

LP: Tu trabajo literario tiene una relación entre los entornos construidos, el paisaje, el imaginario que construyes y los personajes. En particular, hay tres obras que me gustaría discutir: Por la patria (1986), Los vigilantes (1994) y Mano de obra (2002). Creo que todas exploran distintas facetas de la ciudad; en Por la patria aparece el imaginario del barrio con mucha fuerza. Me gustaría saber cuál es la manera de construir los espacios en la obra, y de dónde aparece esta noción de barrio como contenedor de una problemática interna de los personajes –y  a la vez, como analogía de una cierta realidad política.

DE: Cuando escribí Por la patria estaba pensando en la ciudad más atravesada por la dictadura. Es un barrio mucho más seriado, que está simbólicamente cercado. Pensé en particular en el espacio popular, “poblacional”, como un lugar vigilado, cercado, amenazado. Frente a eso las identidades están bastante más cercanas, compartiendo una amenaza social. Eso fue lo más interesante: construir esos cuerpos donde el barrio también es un espacio entre comillas, interior, porque el exterior es la represión.

LP: Hay una frase que me llamó mucho la atención del libro: “Sólo el barrio es el país y el resto del territorio son los árboles, el estero plácido que las va a bañar limpiándoles la pus”. ¿Hay alguna manera en la que estudias y te aproximas a las comunidades de las poblaciones? ¿Observas, conversas con la gente, o tiene que ver más bien con una percepción desde afuera, a través de otros medios de estudio?

DE: En ese tiempo yo sí conocía. Había más tránsito político, más flujo que ahora. Entonces sí conocía las poblaciones. Pero ahora me refiero más a una atmósfera, algo entre una situación y una sensación. Entonces no es del todo realista; ese barrio es un sujeto, que podría ser cualquier lugar.

LP: ¿Cómo repercute este barrio cercado en los personajes? ¿Hay diferencias entre quienes viven al interior y al exterior?

DE: Creo que no hay exterior. Son ellos nomás. Es todo el mundo, toda la realidad. Es un barrio entero cercado, y por lo tanto desconectado del resto de la ciudad: no hay otra ciudad más que ellos.

LP: En la siguiente obra, Los vigilantes, hay un contrapunto de espacios entre la casa y la calle. ¿Cuál es el  imaginario de ese espacio íntimo, y cuáles son los puntos de conexión con ese espacio público?

DE: Para entonces ya había pensado otra ciudad, una ciudad más invadida por un autoritarismo del mercado, controlada por otros imperativos que marcan incluso los espacios privados, que entran a regir y corregir los espacios privados de la ciudad neoliberal: los gustos, los consumos, etc. Y esta pareja, hijo y madre, no están del todo acomodados al dictamen social. Por eso están sufriendo también de un cerco. Pero es un cerco distinto, que no es la violencia explicita o física, sino que es una violencia simbólica, provocada por no acatar los parámetros de la ciudad que bota y desecha los cuerpos considerados inútiles, los desamparados que ya no tienen lugar en una ciudad que ya no contiene a todo el cuerpo social.

LP: Hay una situación con la casa en donde ellos viven, donde la luz es un tema central. Están en penumbras, ¿es también un reflejo de los efectos de la segregación hacia el interior?

DE: Ellos están ahí resistiendo, acosados por la figura del padre y por los vecinos que vigilan. Y estos vecinos son homogéneos; es una ciudad homogénea. La diferencia no cabe en ella. Y los protagonistas finalmente salen, y se unen a la horda de vagabundos, de sujetos que no pueden funcionar en esa homogeneidad. Creo que esa luz es también una seña, una marca de algo muy complicado para ellos.

LP: En Mano de obra, la más reciente de las tres novelas, la figura del supermercado aparece con mucha fuerza. ¿En qué momento decides ocupar esa figura, y qué representa?

DE: Esa figura apareció nomás, no la presagié. Me senté y empezó a aparecer esta figura. En este caso estaba pensando más bien en un “súper-mercado”, es decir, la realidad como un supermercado, y para eso quise trabajar el súper que conocemos: un modelo serial, internacional, que tiene un frío y que es una producción inteligente en relación  a los consumos, que tú la reconoces en cualquier parte del mundo porque funciona más o menos igual. Es un modelo que me parece muy interesante. Pero creo que no alcancé a darle el giro necesario a esa novela, y quedó más bien ligada al supermercado como el lugar físico de las compras. Yo pensaba más bien en una alegoría de la sociedad como un supermercado, como un “mercado-súper”. Pero quedó –y así ha sido leído- en relación al supermercado. Y eso hay que asumirlo así.

 

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Uno de los primeros supermercados capitalinos, a finales de la década de 1970

 

LP: En esta idea del “súper-mercado” como un mercado global, más allá del espacio físico, hay una relación con los seres grupales y masivos. ¿Sientes que en la transición a la democracia se perdió una cierta individualidad, y que hay una masificación de los ideales de los estandartes de lucha?

DE: Yo creo que es algo que ocurre particularmente en la sociedad chilena. No creo que sea el mismo caso en el resto de Latinoamérica; creo que Chile es una excepción porque tiene el modelo neoliberal más avanzado. Somos en cierto modo una excepción en relación al resto del continente. Y pienso que eso precisamente causó una cierta homogenización del sujeto, en el sentido de consumir más o menos lo mismo, de desear más o menos lo mismo. Los deseos están pauteados por un mercado sin muros de contención, uniformizado, robótico. Y frente a eso, lo que surgió fue un pluralismo de otras opciones. Me refiero a que en otros países tú puedes vivir de otras maneras. Hay otras alternativas “diferentes” a los modelos dominantes. Pero creo que en este caso eso no se dio, y proliferó un cierto exitismo ligado más a los bienes que a las realizaciones personales. Esos bienes jerarquizaron los cuerpos, y es una jerarquización muy dura. Esto funcionó con mucha fuerza en los noventa, cuando se aprecia bien ese parámetro de winner –que hoy sigue bastante vigente, creo. La candidatura de Piñera es un momento, una especie de foto de lo que se viene desplegando desde los noventa. Yo siento que sería la persona más propia del sistema. Piñera sería el winner

LP: …absoluto.

DE: Claro, el winner absoluto. Con cirugías plásticas, con aviones. Él sería el punto más exitoso de ese proyecto.

LP: ¿Por qué dices que en el resto de Latinoamérica es diferente? ¿En qué es diferente?

DE: Por ejemplo, Buenos Aires tiene todavía un tipo de vida de barrio muy marcada, todavía hay una ciudadanía que hace parte de su transcurso en el espacio público, en el café. Tiene también espacios sociales como las tanguerías, donde llega gente del sector o del barrio a bailar. El baile es el centro del barrio. Y los cafés son del barrio, y no tienes que desplazarte para llegar a un café –no como acá, donde hay tres o cuatro cafés, y tienes que atravesar la ciudad para llegar a uno. En ese sentido, creo que es una ciudadanía que se ejerce más, que está más con los otros del barrio. Los cafés, por un lado, y las tanguerías, por otro, son lugares muy “argentinos”, muy tradicionales. Nosotros no tenemos nada parecido acá.

Aviones, bolsas de leche y balas

 

LP: Pasando un poco a las temáticas relacionadas con el colectivo CADA [1], y a modo de situar la siguiente pregunta, me interesa entender, por un lado, tu transición desde el mundo del arte (como parte de CADA) hacia el mundo de la literatura, y por otro lado, el proceso creativo que como grupo realizaban para las distintas acciones que desarrollaron. En muchas de las acciones de arte que realizaron existió una doble negación, tanto de la realidad política como del mundo artístico. ¿Cómo nació el colectivo? Y, ¿nació desde esas inquietudes, o más bien esas inquietudes fueron posteriores a la formación del grupo?

DE: Este no fue un grupo de amigos. A diferencia de otros, este no fue un grupo que tuviera un largo recorrido neurálgico entre nosotros cinco. Lotty conocía a Juan Castillo y también tenía una vida con Raúl Zurita, pero yo no los conocía. Ni ellos a nosotros. Entonces había una cosa que era mucho más objetiva, y eso permitió manejar mucho mejor las emociones. Tú tenías que trabajar mucho más profesionalmente, porque no había esa noción de amistad que es tan interesante e importante, pero que también puede ser muy compleja y frágil. Era una relación cultural que nació como una relación cultural –independiente que al cabo de treinta años sea aún muy amiga de Lotty. Pero no partimos siendo amigas: fue una relación que se fue construyendo a partir de una línea de trabajo. Yo creo que eso fue bien positivo porque permitió un mucho mejor funcionamiento.

LP: ¿Cómo llegaron a construir su discurso?

DE: Fue en una reunión, primero con Juan Castillo, quien planteó la cuestión de la relación entre arte y política. Después se sumaron Lotty y Fernando Balcells. Ahí empezamos a pensar un tema que sigue siendo apasionante, que es el tema de la ciudad, de una ciudad cortada, interrumpida, ocupada, vigilada. Nos preguntamos cómo modificar virtualmente o simbólicamente ese espacio, y decidimos hacerlo en base a estas acciones. Entonces acuñamos el concepto de “acción de arte”, un concepto propio, que no tenía traducción. No era happening; buscamos una terminología local. Y usamos esa idea de “acción de arte” también en un sentido político, frente a la teoría y la acción. Fue así como se fue construyendo una relación al interior del colectivo. Decidimos no usar nombres propios, porque trabajábamos en un momento en que todas las asociaciones estaban prohibidas. (De hecho, había una prohibición de reunirse más de un cierto número de personas.) En ese contexto, hicimos precisamente una sigla que presagiaba un colectivo, contestándole al mandato del momento de sólo participar de los mundos familiares, o de hacerlo previa autorización de la autoridad. Estábamos apuntando a frentes artísticos y a frentes políticos con la misma intensidad. Fue un trabajo muy apasionante y riesgoso.

LP: En la primera acción que realizaron, Para no morir de hambre en el arte (1979), la relación con la ciudad es menos evidente que en la siguiente, a mi parecer. Hay más bien un interés por la acción en sí misma, y lo que se tergiversa es la relación entre espectador y obra de arte, pues la comunidad pasa a ser parte de ésta. Al hacer participar a la gente hay una cuota de improvisación en el resultado. ¿Esperaban ustedes producir con claridad el efecto que se generó?

DE: Nosotros partimos de la idea que las acciones se anexaban unas con otras como módulos que en su conjunto construían una escena, pero que también se sostenían uno a uno. El primer trabajo ocupó una “galería” en la población Santa Adriana, el exterior de la CEPAL y una revista. Había distintas búsquedas de audiencia, y algunas eran más simbólicas, como lo de CEPAL: un discurso hecho en cinco idiomas era una cosa simbólica. También hubo un diálogo con la gente de población a la que se le entregaba leche en bolsas: algunas bolsas fueron puestas en una galería. Y la revista Hoy anexó un texto CADA sin ninguna explicación. Así, funcionaba como una obra de arte: la página era un soporte de obra. También hubo cuerpos: los cuerpos de los pobladores, con los que hubo un encuentro directo. Ellos se tomaron la leche y devolvieron las bolsas, las que a su vez fueron entregadas a los artistas para que trabajaran sobre ellas, diciéndoles que la leche había sido consumida por personas que habitualmente no la tomaban.

LP: ¿Tuvo repercusiones esta primera acción en los medios?

DE: Las repercusiones eran siempre muy precarias, porque el espacio cultural estaba muy controlado. Las universidades estaban intervenidas por los militares, se habían sancionado nuevamente las mallas curriculares, y los únicos diarios que había eran los de derecha. La única revista era de la Democracia Cristiana, la revista Hoy, que progresivamente se fue alineando contra la dictadura, pero eso fue más lento. Entonces no había espacio para la difusión y discusión de las obras. Nuestro dialogo más importante fue al interior del propio espacio artístico, convocando pintores, escultores, tratando de reconstruir una comunidad cultural y tratando de pensar la ciudad.

LP: En Inversión de escena (17 de Octubre de 1979) se ocupa ya con más claridad un espacio público relacionado con el arte, el Museo de Bellas Artes. Los diez camiones de leche y los lienzos blancos son simbólicamente muy claros. Me gustaría saber cuáles fueron los procesos, en términos de gestión y de discusión al interior del equipo, para llevar a cabo este proyecto.

DE: Las grandes gestoras éramos Lotty y yo, porque teníamos una capacidad muy alta para convencer. Ese era nuestro gran capital. Teníamos una sincronía que nos permitía enfrentar ciertos trámites difíciles de manera sorprendente y eficaz. Hablamos con el gerente de Soprole, que pertenecía a una familia muy de derecha. Y nosotros empezamos a hablarle del arte a este pobre gerente, que no entendía nada. Entonces era una especie de terrorismo cultural lo que hacíamos, porque la gente no se atreve a decir “no sé”; hay un punto, en ciertos niveles de trabajo, en que las personas no se atreven a decirlo. Y nosotros le hablábamos como si supiera: esa era nuestra estrategia.

LP: ¿Era una estrategia declarada entre ustedes?

DE: Era una manera de agenciar cosas muy difíciles. Pero nosotras teníamos técnicas, como por ejemplo hablarle a este gerente del arte y del MOMA de Nueva York, de cosas que sabíamos que él no tenía idea, que no había oído nunca en su vida. Y sabíamos que no podía decir que no sabía. Entonces logramos sacar los camiones con los choferes,  y los llevamos hasta el museo. Pero claro, después el tipo quedó aterrorizado. Ahí cambiaron el logo de Soprole, repintaron los camiones y nos llamaron para comprarnos todas las copias master del video. El proyecto tuvo impacto, pero sobre todo para el gerente, porque se dio cuenta que había sido víctima de una operación –una operación artística- que no era como la habíamos planteado. Había caído en una trampa.

 

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Para el proyecto de los aviones –¡Ay Sudamérica! (1981)- hicimos lo mismo con las alcaldías [2]. Teníamos que tener un permiso para que los aviones volaran por cada uno de los municipios: teníamos que convencerlos municipio por municipio para que nos permitieran que los aviones volaran. Y eso lo hacíamos con Lotty: íbamos, hablábamos, los convencíamos. Y nos daban el permiso.

LP: ¿Cómo fue estar arriba de los aviones? Tener esa perspectiva al sobrevolar la ciudad y tirar los panfletos…

DE: Fue interesante, muy bonito. Y nosotros teníamos el permiso, así que estábamos tranquilas. Pero como son las cosas… Resulta que los panfletos iban envueltos en cintas de papel. Entonces, con el peso, cuando tú los tirabas de las avionetas se rompía la cinta de papel y se dispersaban los panfletos. Pero un paquete no se abrió y cayó como una piedra, justo arriba de una comisaría, y le hizo un hoyo en el techo, porque venía como una bala. Y cuando nos bajamos de las avionetas estaba lleno de carabineros. Ahí yo pensé: “Este es el fin”. Pero dado que ellos habían certificado que todos los aviones tenían los permisos correspondientes, sólo querían que les pagáramos el hoyo del techo. Nos llevaron a la comisaría a verlo, y era tremendo. Fue aterrador. Queríamos salir de ahí lo antes posible. Les pasamos un cheque para salir de ahí lo antes posible.

LP: Al momento de pedir los permisos, ¿tuvieron que presentar el texto que iba a ir en los panfletos?

DE: Sí. Ellos no te iban a dar el permiso si no leían el texto. Apostamos entonces a la oscuridad del texto, a su cuestión más simbólica, que no eran capaces de descifrar.

LP: Pero aunque se trata de un texto críptico, es bastante claro…

DE: Sí, pero al ser críptico esta gente no se atrevía a darle significado. Ellos eran funcionarios de alto nivel, pero no alcanzaban a entender quiénes eran estas dos mujeres que llegaban diciéndoles que iban a tirar estos papeles, que el arte, que lo conceptual, que Nueva York… y ellos quedaban aterrados y nos daban los permisos.

 

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LP: En estas dos obras, !Ay Sudamérica! e Inversión de escena, ¿qué respuesta que reciben, y cómo la reciben?

DE: Lo que pasó con los panfletos es que la comunidad artística trabajó mucho con el CADA. Y había además gente que veía cómo caían los panfletos, que veía a otras personas recogiéndolos y leyéndolos. Nosotros no éramos capaces de evaluar eso. Pero la comunidad artística estaba invitada a participar de distintas maneras, aunque en ese momento no había más que la presencia física del otro artista. Era como el lanzamiento de un libro, que es un protocolo: la gente se sienta y certifica que hubo un lanzamiento. Nosotros guardábamos los registros en video y después hacíamos alguna elaboración muy precaria de ellos, que se exhibían en distintos lados.

LP: En la última de las acciones que se hizo como colectivo, que es No + (1983), el público y la ciudad aparecen con mucha más fuerza. Al pintar en las paredes de la ciudad la frase “No +”, se produce una reacción en la gente que habita esos lugares, y que completan la frase con “No + armas”, “No + muerte”, “No + dictadura”. ¿Era eso una intención de la acción de arte?

DE: Sí: era una frase inconclusa que la ciudadanía iba a completar. Decidimos hacerlo cuando se cumplían exactamente diez años del golpe de Estado. La apuesta fue hacer eso, trabajar con otros artistas rayando la ciudad de noche, después del toque de queda, con este “No +”. Y esperar, apostando a que la ciudadanía llenara esto con sus propias demandas, las que fueran. Eso fue extraordinario, y todavía sigue siéndolo. ¡Y todavía hay! Acá mismo, a la vuelta de la esquina, hay un “No +”.  “No + violencia”, creo que dice.

Eso fue algo muy extremo, en el sentido de lo que sería el arte-política. Pero nunca calculé su dimensión; nunca pensé que iba a ser tan arrollador. En último término, el CADA perdió la tutoría. Tú lo veías y pensabas que era nuestro rayado, que nosotros lo inventamos, pero no teníamos a quién decírselo porque ya no nos pertenecía. Al final fue una cuestión de la ciudadanía: abrió una puerta, fue un lema, pero también nos desalojó. Y yo creo que también por eso se terminó el CADA: porque no podíamos ir más allá. No había nada más que hacer después de eso, porque fue muy rotunda su inscripción. Nos desalojó a nosotros mismos.

 

Instalación de 'No +' en la orilla del río Mapocho, Santiago (1983)

Instalación de ‘No +’ en la orilla del río Mapocho, Santiago (1983)

No + (1983).

No + (1983)
Fuente: Mosquera, G. (Ed.) (2009) Copiar el Edén

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‘No +’ prolifera por la ciudad de Santiago
Fuente: Mosquera, G. (Ed.) (2009) Copiar el Edén

 

LP: ¿Fue la acción de arte más importante para ti?

DE: Para mí sí. Creo que el CADA tenía que pasar por todo lo anterior. Fue también una decantación del CADA, de su propia articulación. Pero yo nunca presagié ese impacto…

LP: ¿En qué momento se escinde tu camino entre las acciones de arte y la literatura?

DE: Yo estudié literatura; tengo formación literaria. Pero sentía (y todavía sigo pensando hasta cierto punto) que el libro es insuficiente, que la letra tiene límites. Y en ese momento, al principio, lo sentía con mucha más fuerza. Sentía que el objeto-libro era un objeto en cierto modo elitista e insuficiente para atravesar espacios. Entonces, en ese momento me pareció muy interesante la salida a otros discursos: las acciones de arte, o el video y su reproducción.

Para mí fue muy importante ese período, aunque después volví al libro. Pero creo que esa experiencia fue muy productiva para mí. Yo sigo pensando en colectivo: hice el libro con Paz Errázuriz, el de los asilados del hospital psiquiátrico de Putaendo [3]. En un lugar de mi cabeza sigo pensando en otras asociaciones, en discursos que vienen de distintas procedencias: sigo pensando que son posibles otras experiencias. Pese a que mi mayor trabajo durante estos últimos veinte años ha sido el objeto-libro,  sigo pensando todavía en algunas cuestiones más plurales, en otros formatos. He hecho algunos guiones que Lotty ha realizado y dirigido, que son muy únicos. Me gustan mucho esos trabajos que son minoritarios y border, ¿no?

LP: ¿Afectó el CADA tu manera de ver la literatura?

DE: No, porque yo venía ya pensando en esas cosas. Por eso trabajé en el CADA. Yo creo que Lotty y Juan también pensaban que eran insuficientes sus saberes, y por eso se juntaron con gente que venía de la escritura, porque allí había una necesidad de vincularse con campos disciplinares distintos.

 

Hospital Psiquiátrico de Putaendo. Fuente: Errázuriz, P.; Eltit, D. (1994) El infarto del alma.

Hospital Psiquiátrico de Putaendo.
Fuente: Errázuriz, P.; Eltit, D. (1994) El infarto del alma.

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‘El Otro’, puesta en escena de El Infarto del Alma (Compañía de Teatro Niño Proletario, Agosto 2012)
Fotografía de Paz Errázuriz

 

LP: ¿Crees que hay, en alguna medida, una estética de la democracia y una estética de la dictadura en la escena artística?

DE: Yo creo que sí. Pero también depende del lugar en que se esté. Hay una producción desde el exilio, y otra desde el “in-cilio”. Esta última es muy precaria, y eso es lo que marca la calidad de la producción. Los libros, la calidad, los formatos, la visualidad de esos libros; todo eso es muy distinto a la instalación de la Transición desde 1988 en adelante. Ahí viene un arte con una estética más centrista y convencional, ligado a la estructuración del mercado y su imaginario más normalizado. Es también una estética más industrializada. Lo otro era más artesanal y frágil. Pero después del ’90 aparece un mercado que busca normalizar al sujeto, tal como otros buscaban normalizar antes a través de la violencia y la persecución y la abominación de los derechos humanos…

LP: Alguna vez dijiste que veías a Chile como “un país atontado, con falta de inquietudes”….

DE: [Risas] ¿Dije eso? ¿Cuándo?

LP: En Rocinante [4]. Pero es evidente que la escena política ha cambiado, y que hay una cierta pérdida de idealismo y de urgencia que se veía en el CADA.

DE: No lo sé… Yo creo que cada uno debe hacer lo que uno quiera; no creo que uno deba imponer o pontificar nada. Pero creo que dije eso en los noventa; eso años fueron muy complicados en cuanto a la memoria y a eso de mirar hacia adelante: un mandato pactado entre la Concertación, la derecha y los militares. Porque la transición era muy frágil, y todos los poderes se concertaron para mirar hacia delante y no revisar el pasado. Creo que esos años fueron los más complicados para las producciones, porque se instala violentamente la idea del “éxito”… pero es un éxito que se hace sin pasado, es un éxito…

LP: …amnésico.

DE: Si, un éxito amnésico. Y eso fue muy complicado. Creo que después los escenarios se van a abrir, en los 2000, con las manifestaciones estudiantiles, que marcan un hito en cuanto a lo que es una sociedad desigual. Marcan la hegemonía del artista letrado y burgués frente a una realidad social que está muy complicada. Y los estudiantes secundarios van a marcar esa tensión. La década del 2000 va a abrir este escenario, evidenciando una población relegada de los centros y que lo único que comparte es el mall. Pero no hay alianzas, ni uniones, ni luchas comunes. Por otro lado, imagino que los artistas deben estar escribiendo, haciendo cosas… Pero pienso que toda época tiene mucho incentivo para un artista. No hay ninguna época que sea fácil, todas son bien tensas.

* Diamela Eltit es escritora. Nacida en Santiago de Chile, su obra es considerada una de las más innovadoras y experimentales de las últimas tres décadas en América Latina. Es autora de Lumpérica (1983), Por la patria (1986), Vaca sagrada (1991), El infarto del alma (junto a Paz Errázuriz) (1994), Los vigilantes (1994), Mano de obra (2002), Puño y letra (2005), Jamás el fuego nunca (2007), Impuesto a la carne (2010), entre otros. A finales de los setenta formó el Colectivo de Acciones de Arte (CADA), junto a Balcells, Zurita Rosenfeld y Castillo. Hasido profesora e investigadora en universidades chilenas y de los Estados Unidos. En 2010 obtuvo el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso.

** Lorena Pérez es arquitecta de la Pontificia Universidad Católica de Chile con un certificado académico en estética. Es Master en Preservación Histórica, otorgado por el Pratt Institute de Nueva York. Fue sub-directora de Bifurcaciones y colaboradora estable a través de sus proyectos de ilustraciones.

[1] CADA estaba conformado por Fernando Balcells, Diamela Eltit, Raul Zurita, Lotty Rosenfeld y Juan Castillo.

[2] ¡Ay Sudamérica! (1981) Cuatrocientos mil volantes fueron lanzados sobre Santiago desde aviones en formación militar, con un manifiesto que invitaba a los pobladores a abrir los propios espacios de expresión.

[3] Eltit, Diamela; Errázuriz, Paz (1994) El Infarto del Alma. Santiago: Francisco Zegers. Re-editado por Ocho Libros en 2010. Más información en [http://www.memoriachilena.cl/temas/dest.asp?id=eltitinfarto]

[4] Revista Rocinante fue un medio impreso, publicado en Chile entre 1998 y 2005. Su sello independiente, con una mirada sobre los fenómenos políticos y culturales, fue importante para la circulación de miradas alternativas en lo social y lo estético.