Resumen
Autor Intervención: Anónima (CasaGrande)
Año: 2001
Tiempo de duración: 6 meses
Lugar de la intervención: espacios públicos en Santiago, Chile.
I. La intervención
A principios de 2001 aparecieron en distintos sectores de Santiago de Chile una serie de paletas publicitarias cuyo contenido era a lo menos peculiar, respecto de los habituales discursos publicitarios que invaden nuestras calles. Se trataba de paneles enteramente negros, a no ser por la discreta irrupción de breves textos escritos en blanco. Lo particular era que dichas herramientas comunicacionales no invitaban a comprar, a invertir, ni a colaborar en nada. Se trataba simplemente de mensajes morales cuyo emisor, según se entendía a partir de los propios textos, era ni más ni menos que el propio Dios. Abandonando la zarza ardiente y los cielos abiertos, esta vez Dios se hacía presente en la ciudad a través de modernos sistemas de comunicación. El contenido de los discursos publicitarios era el siguiente:
Eso de no matar, era en serio – Dios
Eso de no mentir, era en serio – Dios
Algunos meses después de la irrupción de tales mensajes divinos, una voz discordante, aunque también de aparente origen celestial, comenzó a ocupar las paredes del centro de la capital. Esta vez, sin embargo, el soporte mediático no eran las lujosas paletas publicitarias sino el antiguo y popular «cartel pegado con engrudo», que suele usarse para anunciar fiestas, conciertos, reuniones esotéricas, difundir mitings políticos, o simplemente disentir de manera creativa. Aunque el diseño era idéntico (fondo negro, letras blancas, misma tipografía), esta vez los textos diferían en su contenido. Las frases que circulaban eran tres:
Usa condón – Dios
Eso de no desear a la mujer de tu prójimo, era en broma – Dios
Yo no leo El Mercurio [1] -Dios
Esta última frase apareció además como inserto en el periódico quincenal The Clinic [2], un medio escrito de gran tiraje en ese momento, y el único que para entonces conseguía financiarse a través de la venta a público y no mediante espacios publicitarios. Los autores materiales de esta lúdica acción subversiva permanecieron anónimos, aunque se sabe que se trató de un colectivo de poesía bastante conocido en Chile -CasaGrande-, cuyas acciones de arte «legales» han tenido una significativa recepción dentro y fuera del país.
Se puede reconocer en Chile una larga tradición que vincula la poesía y la acción de arte. Uno de los grupos más emblemáticos en esta línea fue el CADA, un colectivo artístico de fines de los setentas en el cual Diamela Eltit y Raúl Zurita tuvieron una participación relevante [3]. Los integrantes de CasaGrande, por su parte, aunque se declaren poetas, forman parte de esta tradición, ya que sus acciones desbordan el material puramente literario para aparecer integrándose a los lenguajes híbridos de la calle. Sus acciones, eso sí, se diferencian de las del CADA porque estas últimas no se inscriben en los territorios del humor o la parodia. La intervención de los carteles apócrifos se alinea también a otras acciones, las que comparten su intención paródica y anonimato. Estoy hablando, por ejemplo, del caso del enigmático cerdo que fue lanzado al centro de la ciudad vestido de militar en la década de los ochenta. Llevado a cabo en plena dictadura, el acto -cuyos perpetradores permanecen hasta hoy en el anonimato- hizo uso de la burla y la parodia para entrar con fuerza en el discurso de la disidencia política. Aunque situado en un contexto de menos emergencia y riesgo social, la acción poética de CasaGrande se localiza también en el desafío al discurso oficial, revirtiendo su propio código -el uniforme militar, los carteles originales- para burlarse de él -vestir a un cerdo, trocar la moral de los textos por una nueva, absurda para el discurso original.
Primera Línea, en ese entonces el sitio web del diario La Nación, realizó una entrevista al colectivo. Sus miembros se resguardaron bajo nombres falsos e incluyeron en el relato afiches que nunca existieron; es decir, utilizaron el medio electrónico como soporte para otros mensajes que nunca salieron a las calles. Entre ellos:
No respondo por Hasbún [4] – Dios
Qué tiene Krishna que no tenga yo -Dios
Ése que habla desde los otros carteles no soy yo – Dios
Lo que intentaré hacer aquí es analizar los hechos antes descritos, como lenguaje paródico que ironiza los discursos del poder, vulnerándolos, debilitándolos y ridiculizándolos a través del humor.
II. El análisis
La ironía constituye un recurso lingüístico que revaloriza el nivel pragmático, planteando que el acto de lectura debe ser dirigido más allá del texto (Kerbrat-Orecchioni, 1992). La intervención aquí analizada posee múltiples implicaciones que problematizan el análisis, otorgándole mayor valor en cuanto poder de revuelta [5], en el sentido que Kristeva (1999). Estas implicaciones son tres: en primer lugar, las relativas al uso del espacio publicitario (paletas publicitarias) versus el espacio público (los muros de la ciudad), ya que el primero es un territorio que se compra y el segundo uno gratuito, al menos teóricamente; en segundo lugar, las relativas a los alcances culturales y sociales que involucra utilizar la voz de «Dios»; y tercero, la pugna entre publicidad y vanguardias artísticas, que, en este caso, se da como acto de desagravio de estas últimas, al robarle lenguaje a la primera. Vanguardias que originalmente fueron robadas por la publicidad y que en este acto, vuelven para tomar lo suyo. Por tanto, la acción poética aquí analizada sería un acto paródico fundado en la ironía como tropo retórico. Los afiches pegados en las paredes del centro de Santiago implican una cita burlesca respecto a la campaña original. La ironía implica un doble estatuto, donde el nivel pragmático actúa con tanta o mayor fuerza que el semántico. Son los índices extralingüísticos, contextuales, los que permiten decodificar el mensaje en toda su fuerza expresiva. El contenido humorístico de la acción poética cobra sentido en la medida que sobrepasa los límites del discurso y genera complicidades en el receptor. Así, por un lado tenemos a El Mercurio como el diario de la derecha política, y la carga histórica de la ya legendaria frase que los estudiantes de la Universidad Católica desplegaron en un lienzo en el frontis de esa casa de estudios en 1967, durante la reforma universitaria: «El Mercurio miente»; y por otro lado tenemos las campañas contra el SIDA, censuradas por dos canales de televisión por promover el uso del condón, la sexualidad mal educada o ni siquiera nombrada, pero latente en el doble estándar de los medios de comunicación. Estas y otras imágenes se inscribieron en un lienzo completamente negro, el cual es coloreado de significados.
La fuerza situacional del discurso, los índices extralingüísticos, son aquí gravitantes y devuelven al sujeto receptor una participación activa de co-creador. Luego de entrevistar a uno de los gestores de la idea, averigüé que dentro de las reacciones más comunes de los transeúntes estaba la de arrancar los afiches. Se podía distinguir -decía- claramente a los fans de los detractores. Estos últimos destruían sin pudor los afiches, que quedaban a medio pegar, rasgados, como un nuevo texto a ser leído; mientras que los primeros los desprendían con cuidado. Cuando tenían suerte, los llevaban a sus hogares para perpetuar, esta vez en la intimidad, la fugacidad de la acción poética; cuando no, los abandonaban en su precariedad de cartel colgando.