“…el fútbol en poesía es latinoamericano…”
Pasolini
En el ’93 los padres estaban presos y debíamos esperar en las bermas a que nuestras mamás llegaran de trabajar o de buscar trabajo. Hacía pocos meses que habíamos llegado a la población. Mi mejor amigo era el Guatón Norman, vecino y compañero de curso en un colegio evangélico que no sabemos si aún existe. Las casas las habían entregado inconclusas: 20 metros cuadrados, piso de cemento, cañerías de pvc, un lavaplatos de plástico, un baño. Luego de que la micro de la escuela nos dejara frente a nuestras casas, debíamos esperar con el Norman toda la tarde a que aparecieran nuestras familias para poder tomar once y dormir. Yo le decía al Guatón que fuéramos a jugar a la pelota a la multicancha que hay en la calle La Orquesta, pero como él nunca ha sido muy asiduo al trote y sudor, lo tenía que sobornar con unos sachets de manjar para que se pusiera al arco e intentara atajarme los Tiros del Tigre que le propinaba. Lo único malo es que había un par de guatones gemelos, Los Romo, con el instinto asesino más desarrollado que nosotros, a los que se les hacía muy fácil voltearme a combos (el Guatón Norman en estas circunstancias sí que era veloz para arrancar) y quitarme la pelota plástica, de esas con el mapamundi estampado en su superficie. Alejarnos un par de cuadras de nuestras casas para ir a jugar a la multicancha nos arriesgaba una golpiza. Ese territorio no nos pertenecía. Tuvimos que quedarnos con el Norman en el espacio donde se inscribían los respectivos muros de nuestras casas, por lo que el “pasaje”, en su estrechez, se transformó en nuestra cancha.
Por esos años, en que nuestros héroes escapaban en helicóptero desde la cárcel, comenzamos a formar una informal liga de Fútbol-Pasaje. La extensión de nuestra cancha no excedía los 10 metros de largo ni los 4 de ancho. Los arcos se conformaban por los árboles que proveen de las semillas necesarias para las poroteras y la validez de los goles de altura era discutida entre los equipos. Pero éramos chicos. De pronto crecimos y todos nos dejamos de ver y de hablar y nadie sabe muy bien qué pasó. Las casas comenzaron a mutar como collages, con materiales reciclados se comenzaron a montar piezas, las mediaguas que entregaba la municipalidad o el Hogar de Cristo eran instaladas como segundos pisos. Mis mejores amigos fueron padres. El Guatón Norman conoció a su mujer por internet y tuvo que viajar a Uruguay para traérsela a la población.
Hace tan sólo un par de años, cuando me fumaba un cigarro sentado afuera de mi casa, me di cuenta que en ese mismo pasaje, donde jugamos y nos sacamos la cresta a pelotazos, estaban los hijos e hijas de mis amigos, todos rondando los 10 años, jugando a la pelota. Me alegró aquella imagen. Les pregunté si podía jugar y les prometí que no le pegaría como caballo al balón. Por razones físicas, y por equilibrar la amplitud de fuerzas, invité a uno de mis hermanos, adulto ya, a jugar. Le propuse a todo el grupo que jugáramos en parejas, un adulto y un niño respectivamente, con las mismas reglas que teníamos cuando nosotros éramos chicos, y que no diferían mucho de cómo ellos jugaban: la pareja que primero metiera una cantidad determinada de goles (5, 10 ó 20, dependiendo de la cantidad de parejas existentes), ganaba. Se comienza a chutear con el método de los penales, quien gana el cachipún empieza, y el balón, si golpea en algunos de los árboles-arcos o es detenido por algunos de los rivales con alguna parte del cuerpo que no sea brazos ni manos, continúa en juego hasta que alguna de las parejas lograr anotar el gol. A veces pasa que al patear el penal con mucha fuerza, la pelota golpea en alguno de los árboles que están a la orilla de la mitad de la cancha y se devuelve en contra de uno mismo de manera intempestiva, convirtiéndose en un despreciable autogol. Se permite, obviamente, el rebote en la muralla. La implementación de este tipo de juego, en el que tuvimos que estar atentos a que las pelotas no charchetearan los coches con guaguas de la gente que iba pasando, logró proveer de cierta comunicación entre adultos y niños (y también de niñas, sorprendiendo con destreza a la agilá machista infantil de cabros cabeza-pelota) del pasaje donde vivíamos, donde, generalmente, estábamos inmersos en una inopia social promovida por la imagen proyectada por los medios y la desconfianza que sembraba entre los propios vecinos tanta reproducción de pornomiseria.
Como somos mucho más que eso, decidimos formar, junto a la Escuela Popular de Cine, el Primer Campeonato Nacional de Fútbol-Pasaje, el cual se jugó el pasado 9 de agosto en el Pasaje El Carmen con Santo Tomás, en La Pintana. Se realizó una convocatoria abierta y se inscribió una veintena de parejas-jugadores, que ayudaron a sacar los parlantes a la calle, instalar micrófono y a relatar los partidos, de hecho, parte de estos relatos tuvieron salida en vivo por la Radio Placeres, de Valparaíso. “¡¡¡CON QUIÉN ESTÁ EL PERRAJE?!!! ¡¡¡CON EL FÚTBOL-PASAJE!!!”, se gritaba en cada encuentro. El balón oficial era la pelota plástica con el mapamundi estampado en su superficie que compramos al por mayor en Meiggs (al terminar el campeonato más de la mitad de los balones quedó en el techo de los vecinos) y la copa para el primer lugar (que era un cactus San Pedro) llevaba el nombre de Marco Antonio Cuadra, chofer del Transantiago muerto este año, 25 días después de inmolarse en exigencia al cumplimiento de las demandas laborales de los trabajadores. La idea es que en las próximas versiones del campeonato, todas las copas lleven el nombre de pobladores, dirigentes sociales o territorios significantes, cuyas trayectorias sean revitalizadas en nuestras poblaciones para incentivar la conciencia crítica e historia de lucha reciente, para que a través de este medio, el del fútbol-pasaje como deporte proletario, se incentive la identidad barrial, la confianza entre vecinos y la organización popular. Lo demás es todo ganancia. Es un gusto ver a los jugadores sorprendidos por un rebote inesperado, por algún efecto Oliver Atom que corta el aire de forma sensual y soberbia, y que los vecinos, desde el umbral de las casas enrejadas, se agarren la cabeza ante el repentino repliegue de agilidad de una pareja de jugadores revindicando el espacio cuadrado, imperfecto, engañoso e irregular de este territorio en recuperación. Resultados finales del Primer Campeonato Nacional de Fútbol-Pasaje Copa Marco Antonio Cuadra:
1°.- Grindei Turbo (cactus San Pedro)
2°.- La Fábrica de Luchín FC (aloe vera)
3°.- Feciso Juniors (cactus ultra suculento)
4°.- Les Ñupi (Cactus suculento)
* Juan Carreño (1986) nació en Rancagua y ha publicado los libros «Compro fierro» (Ediciones Balmaceda Arte Joven) y «Bomba bencina» (Das Kapital Ediciones).