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PRI 2005

El modelo actual de ciudad fronteriza mexicana/

Urbanismos yuxtapuestos y herméticos

Eloy Méndez, Isabel Rodríguez y Liliana López

Artículo | Revista

Resumen

Diversos modelos urbanísticos confluyen en la frontera México-Estados Unidos. El modelo fronterizo tiende a configurarse y diferenciarse como un híbrido cultural complejo a partir de los dos modelos nacionales. Partiendo de la hipótesis de que estas ciudades están marcadas por el efecto de frontera, exploramos los rasgos que advierten la posible emergencia de este modelo peculiar. La abrupta separación territorial jurídica es permeable a los flujos socioeconómicos y aún demográficos, pero también a nuevas formas de control disciplinario sobre el territorio expresadas en la proliferación de barreras físicas en el interior del tejido urbano.

El proyecto de ciudad en construcción privilegia del lado mexicano el urbanismo defensivo, que abordamos en el entorno construido como recurso de identidad. Los nuevos consumos de espacio físico en la ciudad enfatizan el aspecto lúdico de los innumerables segmentos materiales que la integran, emergiendo cada uno a la manera de atractivo consumible autónomo. El escenario resultante tiende entonces a constituirse en su totalidad con bienes adquiribles, donde los promotores inmobiliarios ofertan la vivienda -el espacio de consumo por excelencia- validos de técnicas de marketing inductoras del encuentro feliz del residente con el hábitat acorde a los más caros valores de su identidad, y por lo mismo, vueltos imprescindibles. El espacio ha de consumirse tras la cualificación material, el tratamiento simbólico y el acotamiento parcelario derivado de capacidades adquisitivas y expectativas de estilo de vida, una identidad prefabricada.

Palabras Claves

Frontera, comunidades cerradas, identidad prefabricada, modelo urbanístico, urbanismo yuxtapuesto.

Abstract

Different urban models meet on the Mexico-US frontier. The frontier model tends to take form and differentiate as a complex cultural hybrid starting from two national models. Basing on the hypothesis that these cities are shaped by the frontier effect, we explore the features that indicate the eventual emergency of this particular model. The sharp legal territorial division is permeable to socio-economic and even demographic flows, but also to new disciplinary control ways over the territory, which are expressed in the spread of physical barriers inside the urban framework.

The project of city in process of construction highlights, on the Mexican side, defensive urbanism, which we approach in the built environment as identity resource. New physical space consumption in the city emphasizes the playful aspect of the countless material segments that are part of it, each one of them arising as an autonomous consumption attraction. The resulting scenario tends then to take form completely through the purchasing of goods, where real estate managers offer homes -consumption space par excellence- drawing upon marketing techniques that induce happy meetings between residents and their habitat, according to the most precious values of their identities, turned consequently into indispensable. Space has to be consumed after material evaluation, symbolic treatment and partial demarcation derived from acquisitive abilities and lifestyles expectations -a pre-manufactured identity.

Keywords

Frontier, enclosed communities, pre-manufactured identity, urbanistic model, juxtaposed urbanism.

1. La vocación fronteriza de espacialidad inacabada

1.1. Proceso de formulación y reconstrucción

Tras recorrer varias ciudades de la frontera norte de México desprendemos elementos comunes que abundan en la obviedad del emplazamiento sobre el borde internacional que linda con los Estados Unidos. De ahí derivan también los componentes primarios repetidos caso tras caso: la Línea Internacional, la vía del ferrocarril y el puente o puerta de paso.

El gran peso de estos componentes, aunado al trazo urbano fundacional, ha sujetado a lo largo del tiempo las organizaciones espaciales a una estructura simple y rígida, constituida por la permanencia de un núcleo adosado al borde. A partir de éste se han organizado los tejidos de las ciudades mediante tramas viales que constituyen armazones urbanos de funcionamiento radiocéntrico. El crecimiento de la mancha urbana tiende a configurar franjas concéntricas en forma de herradura, o círculo incompleto interrumpido en la Línea. Y manifiesta, entre otros datos, la expulsión continua de asentamientos populares hacia las innovadas periferias topográficas o geográficas.

Los usos del suelo, las densidades de población, las incompatibilidades espaciales y las regularidades de la ocupación obedecen sin más a esta lógica monocéntrica absoluta, a la cual no se han subordinado nunca las ciudades gemelas norteamericanas, sugiriendo que en la tensión entre las áreas residenciales y los elementos primarios subsiste el síndrome de la cicatriz.

La población originaria de las ciudades fronterizas alcanzó a consolidar permanencias en el trazo urbano, mismo que influye aun ahora en las continuidades de la mancha urbana. Los casos extremos son los de trama reticular (San Luis, Mexicali, Agua Prieta), cuya inercia se refuerza por la topografía uniforme de grandes planicies. Si bien el casco viejo de las ciudades mantiene arquitecturas simbólicas, no se distingue por ello, sino por su emplazamiento. Más aun, tales edificaciones tienden a ser desplazadas hacia el exterior del primer cuadro, a su vez especializado en actividades comerciales al menudeo, y a mantener condiciones de deterioro del ambiente.

Las permanencias arquitectónicas más interesantes con calidad de polos generadores de formas de ordenamiento las encontramos en núcleos con antecedentes pre-fronterizos como Matamoros o Ciudad Juárez. Las plazas principales de ambos lograron verdaderos complejos arquitectónicos acabados, con la identidad de los rasgos coloniales tardíos. Estos espacios han mantenido el reclamo de lugar y por lo mismo de identidad, a pesar del surgimiento de los componentes fronterizos y del deterioro y demolición de las arquitecturas originarias. Pese a las nuevas dimensiones de la ciudad, no han perdido sus funciones centralizadoras ante la ausencia de espacios alternativos. Tijuana y Nogales son casos distintos, nunca consolidaron espacios centrales de relevancia arquitectónica.

El distrito turístico está anclado en las permanencias de la traza urbana y la arquitectura colonial de Ciudad Juárez.

Figura 1. El distrito turístico está anclado en las permanencias de la traza urbana y la arquitectura colonial de Ciudad Juárez.

Lo anterior sugiere que el espacio de mayor importancia organizativa en todos los núcleos es de manera invariable el casco histórico. Los complejos arquitectónicos que llegaron a completarse sufren un proceso de deterioro, sin espacios alternativos, manteniendo pese a todo su carácter de lugar por erigirse como monumentos históricos en el binomio iglesia-plaza.

Las ciudades fronterizas son incompletas en sus orígenes y observan la tendencia a cristalizar en lo formal. Las chozas o caseríos improvisados del inicio pasaron a ser centros urbanos consolidados, pero sólo en los núcleos ribereños del Bravo, porque en el tramo fronterizo del noroeste se han mantenido siempre como complejos inacabados, abriendo de continuo nuevos umbrales de poblamiento.

Casas construidas en la pendiente de una cañada en la colonia Libertad, fundada en los años treinta (Tijuana).

Figura 2. Casas construidas en la pendiente de una cañada en la colonia Libertad, fundada en los años treinta (Tijuana).

No obstante, el ciclo cubierto por los núcleos coloniales Matamoros y Ciudad Juárez ha sido reabierto, incorporándose al horizonte de incertidumbre de los índices deficitarios del pesimismo ilustrado por los especialistas, de la población invisible para los censos y de los asentamientos que bien podrían ser denominados como no-ciudades, o simples aglomeraciones, ni siquiera sujeto de urbanización.

En pocas palabras, se trata de un proceso prolongado y contradictorio de formulación y reconstrucción. El tránsito de la necesidad a lo superfluo se ha estacionado en el primer paso de la fórmula. Predominan las precarias construcciones de estado de emergencia permanente, improvisadas con los desechos industriales provenientes de los circuitos post-industriales, combinadas con materiales, procedimientos constructivos y expresiones rurales del adobe y la paja. La resistencia cultural persiste en la estética de la pobreza entreverada con manifestaciones difíciles de comprender, si no es por la inclinación a la ironía y a la humanización artesana de los materiales deleznables.

Con ello puede inferirse la vocación fronteriza por los espacios inacabados, traducidos en un acendrado expresionismo, al tiempo que la emergencia de lenguajes improvisados de gran carga retórica ambivalente y confusa de arcaísmos fundamentalistas.

1.2. Permanencia de lo transitorio

Frente a este panorama, las elites locales del poder no han presentado un discurso arquitectónico urbanístico alternativo coherente. Su visión de la ciudad se expresa en la administración de áreas según sus implicaciones económicas directas, a veces jugando posiciones decisivas en el reacomodo y desalojo de la población, y en el mejor de los casos, contribuyendo a la funcionalidad fronteriza. Contemporizan con la edificación efímera para el consumo inmediato, al cabo del cual registra el envejecimiento prematuro y hasta la demolición apresurada de construcciones disfuncionales a la ágil valoración comercial.

En una dinámica fluida y contradictoria en la que se pretende la permanencia única de lo transitorio, se impone la fachada de la aparente vocación lúdica del ambiente fronterizo. Las arquitecturas privadas invaden el espacio público y no vacilan en transformar el medio en el mensaje. La salvaje competencia comercial magnifica los signos de su presencia en el paisaje de acuerdo a criterios de diseño provenientes de un código de consumo adecuado a las pretensiones del individualismo, unicidad, contundencia y hasta del humor involuntario.

La "mona" desnuda, casa-escultura al pie de una cañada en la Colonia Libertad (Tijuana).

Figura 3. La «mona» desnuda, casa-escultura al pie de una cañada en la Colonia Libertad (Tijuana).

En el fondo, este ambiente de resignificación insaciable que desborda toda pretensión de trascendencia obedece también a la búsqueda de un alfabeto visual comunicativo apropiado. Por ello, no es casual que la fiebre postmodernista sea el principal apoyo tectónico y sígnico de las pretensiones escenográficas a las que no interesan entornos ni identidades. Las premisas del movimiento postmoderno parecen ser oportunas al elusivo ambiente de la frontera donde cualquier propuesta vale, pues no hay compromiso. Cosas disímiles se yuxtaponen, pues el derecho a ultranza de la individualidad es indiscutible a pesar del ámbito colectivo, o las representaciones más extrañas se pueden reclamar como propias si resultan funcionales.

Si es posible yuxtaponer a Cuauhtémoc con Abraham Lincoln en la Zona del Río Tijuana, ¿por qué no reunir también los proyectos utópicos de Ledoux o los órdenes griegos, así sea fuera de escala y de contexto? Si ahí mismo abundan las cañadas sobrepobladas encima de llantas de desecho en torno a basureros, a la «mona» desnuda o un campo de golf, ¿a quién puede interesarle la competencia del par de rascacielos alusivos al centro del poder metropolitano de las torres gemelas? Si en Mexicali se ha realizado el centro cívico al margen del centro histórico, sometido a la lógica funcionalista y desde luego comercial del esquema viario, ¿qué importa que la Plaza Comercial Cachanilla rescate las ruinas egipcias frente a un cementerio con residuos orientales y neobarrocos, ocultando la ciudad perdida de los obreros abandonados por la Anderson Clayton?

Si el edificio del ayuntamiento de Nogales ha renunciado a su preeminencia urbana, ¿no es absurdo alegar la impertinencia alegórica del «mono bichi» (desnudo), remitido a la real politik o a la faceta más oficialista del muralismo mexicano, o reclamar el gusto kitsch de las cariátides prefabricadas en concreto? Si en Ciudad Juárez un imponente cono de nieve acrílico ha dominado el paisaje pueblerino de la iglesia de barrio, ¿cómo conjugarlo con el placer estético de la cubierta que alude a la plasticidad de la cadena montañosa del fondo?

Tras lo dicho no es forzado inferir que el vehículo arquitectónico idóneo para la mercantilización intensiva ha resultado la formalidad momentánea, útil para renovar sin fin la relación ciudad-monumento. Se posterga la posibilidad de obtener lenguajes apropiados que requieren de largos periodos históricos, y se propicia así la arquitectura del desecho.

Figura 4. Abraham Lincoln se erige quijotesco frente a la Línea internacional en Tijuana, tras un Cuauhtémoc que emerge del desfile de migrantes ilegales en flujo imparable hacia donde aparecen fijar su mirada ambos personajes.

Figura 4. Abraham Lincoln se erige quijotesco frente a la Línea internacional en Tijuana, tras un Cuauhtémoc que emerge del desfile de migrantes ilegales en flujo imparable hacia donde aparecen fijar su mirada ambos personajes.

2. Yuxtaposiciones múltiples

2.1. La reproducción de barreras físicas y sociales

El caos lúdico del modelo de ciudad fronteriza -expresado en arquitecturas casi nunca insertas en acotados reordenamientos-, prematuramente postmoderno, evidencia datos comunes al caos fragmentario de la ciudad global (Méndez, 2002a).

Se trata de la multiplicación de las yuxtaposiciones físicas y sociales en el continuo edificado y habitado de la ciudad (Monclús, 1998), de la tendencia urbana a la reproducción de barreras físicas y sociales que marcan las diferencias entre las distintas partes de una ciudad cada vez más extensa, sus usos del suelo, las formas y arquitecturas que las concretan y los grupos sociales que las habitan (Capel, 2002). Es decir, una segregación socioespacial descompuesta en una multiplicación de mundos cerrados mediante la aparición de muros y puertas (Cabrales, 2002).

Las ciudades fronterizas del noroeste mexicano no sólo comparten la contigüidad de un modelo urbanístico casi antagónico en sus pares norteños estadounidenses, sino la reproducción al interior de su inacabada espacialidad de urbanismos yuxtapuestos, heterogéneos, autosegregados entre sí y con el resto de la ciudad.

De nuevo, como en su génesis y evolución, el elemento de desunión es la muralla. Los muros con accesos restringidos y permanente vigilancia independizan fraccionamientos cerrados, bien como conjuntos residenciales unifamiliares y condominios horizontales, bien como otras morfologías más intensivas. Las bardas perimetrales con sistemas complementarios de vigilancia y seguridad son el chivato de los nuevos procesos interactuantes que están recomponiendo la ciudad y permiten insertar la dinámica urbana fronteriza en las dinámicas globales de las metrópolis actuales.

Ciudades yuxtapuestas. Conjunción separada de ambos Nogales. En primer plano Nogales mexicano; al fondo, Nogales estadounidense.

Figura 5. Ciudades yuxtapuestas. Conjunción separada de ambos Nogales. En primer plano Nogales mexicano; al fondo, Nogales estadounidense.

2.2. ¿Qué modelo refuerzan y/o trastocan los fraccionamientos cerrados y su discurso?

Para responder, conviene individualizar la doble pregunta sobre los fraccionamientos cerrados y sobre el discurso que los sustenta. Por una parte, la aparición de este urbanismo enclaustrado (Leal y García-Bellido, 2002), definido por estar acotado con límites físicos que le individualiza, diferencia y separa del resto de la ciudad, determina la materialización de piezas urbanas singulares con fuertes inercias y potentes efectos sobre el resto de la ciudad. Sus tamaños heterogéneos, en general de dimensiones superiores a otras promociones unitarias (Cabrales, 2002; Rodríguez Chumillas, 2002), y su ubicación preferentemente periférica, pero también intersticial para las más recientes realizaciones, genera dinámicas nuevas de gran resonancia territorial. Así, consolidan las especializaciones del uso del suelo, densifican los sectores urbanos donde se ubican, y sobre todo, revalorizan los precios del suelo en las localizaciones elegidas.

Por eso, por como son y como se insertan en la trama urbana preexistente, refuerzan tanto al modelo estadounidense como al peculiar e híbrido modelo fronterizo. Trastoca el modelo urbanístico de la ciudad mexicana, que había estallado en la frontera desde los años setenta. Significa la victoria del urbanismo fragmentario, disperso, donde el vehículo, las grandes vías rápidas y los nodos estructuran el territorio. Representa también un nuevo código de ocupación del suelo en las ciudades del Sur.

El modelo del Sur ya había sido desvirtuado por los efectos de la explosión urbana, concretamente en la frontera entre 1960 y 1980 con crecimientos próximos al 5% anual (Méndez, 2002b), casi eliminado las trazas genuinas, aunque nunca supuso el alejamiento de una opción de modelo compacto, en continuo urbano. No obstante, su crecimiento incontrolado ha conformado un modelo real notablemente alejado del subyacente. La proliferación y dimensiones de los fraccionamientos irregulares y de las invasiones han propiciado un modelo real desarticulado y desigual en su papel estructurante.

Por lo que respecta al discurso y su incidencia en los modelos urbanísticos yuxtapuestos, cabe añadir que el discurso de los fraccionamientos cerrados (Rodríguez y Mollá, 2003) refuerza el modelo del Norte y el modelo real del Sur, y trastoca lo que contenía de esperanzador el modelo fronterizo. Lo que contenía de positivo, y que provenía de su carácter inconcluso, se desvanece pues supone renunciar al intento de solución de lo inacabado, que engendra potencialidades por venir. El urbanismo cerrado, disperso e intersticial, reorienta las alternativas posibles del entramado urbano fronterizo inacabado, con su discurso de la auto-segregación y su patrón de ocupación del suelo disperso, extensivo, ubicuo.

El carácter de «predio sirviente» para el desarrollo de las impuestas vocaciones «lúdicas» y de «ensamblaje» se combina con estos rasgos propios de la ciudad global. Con ello se puede estar dando paso a estadios más maduros de su evolución; sin embargo, por la naturaleza y características del urbanismo cerrado, este modo de «terminar o concluir» [1] la ciudad fronteriza no deja de observarse como la renuncia a la solución de una incógnita esperanzadora por desconocida.

3. El soporte ideológico del encerramiento

3.1. El consumo conformador de identidades

La hipótesis de la proliferación de las tendencias morfológicas cerradas y los estilos de vida del encierro de los urbanismos-fortaleza remiten a la relación triple de identidad y consumo, la vivienda como consumo, y las formas espaciales cerradas del consumo como nuevo código identitario.

Las yuxtaposiciones múltiples, la permanencia de lo transitorio y la conformación de espacios urbanos cerrados que destacan a lo largo de la frontera norte mexicana, forman parte de una dinámica donde el consumo es conformador de identidades. Muchas comunidades generan lazos de unión a partir del consumo de objetos, servicios o lugares. La mercancía en oferta incluye generalmente el escenario o contexto creado junto con ella, que tiene la finalidad de promover la adquisición a través de la publicidad. La imagen personal de un individuo, o el renombre que puede obtener, son parte de los atributos de ciertos productos o espacios. Así, vivir en un barrio importante o acudir a determinados lugares de esparcimiento o escuelas puede otorgar un prestigio que lleve a los individuos o grupos a aspirar su consumo. La vivienda como bien de consumo se ha convertido cada vez más en un bien económico, una cuestión política, un stock de capital y un símbolo de status .

Las huellas que la lógica del consumo ha dejado sobre los individuos, comunidades y espacios sociales se han incrementado a partir de la posguerra, cuando la sociedad contemporánea comenzó a orientar su economía de tal manera que el consumo adquirió un lugar central en las diversas esferas de la vida social. La acción de consumir pasó entonces de tener una motivación basada en la satisfacción de necesidades esenciales, a ser un medio por el cual la gente comenzó a darle sentido existencial a sus vidas. Lo anterior generó un contexto donde los bienes no sólo tienen un valor de cambio, sino que contienen símbolos que conllevan significados.

El consumo como proceso cultural evolucionó. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta fines de los años setenta se orientaba hacia los objetos producidos en masa. A partir de los años ochenta, el énfasis se colocó sobre la exclusividad, el estilo y lo distintivo (Hall, 1998). Con ello cambiaron las formas de producción, de intercambio, de promoción, de interpretación y de apropiación de las mercancías, ya fueran éstas objetos, servicios, espacios, imágenes o ideas.

En este aspecto, la publicidad desempeña un papel fundamental, ya que a través de ella se le informa al individuo la manera en que debe interpretar los mensajes y cómo debe apropiarse de los objetos y servicios para satisfacer sus propias aspiraciones, deseos e ilusiones. La publicidad idealiza el significado y el poder del producto adquirido. Por medio de diversas imágenes se manejan los sueños, los anhelos, los deseos y los temores de los consumidores.

La publicidad se enmarca dentro del conjunto de elementos que conforman un aparato de comunicación, donde el manejo de la información que hacen medios masivos de comunicación ayuda a moldear losimaginarios sociales, a interpretar los acontecimientos, a magnificar la importancia de los peligros que representa la ciudad moderna, a enfatizar la importancia de los rasgos identitarios, a redefinir la jerarquía de los lugares y a establecer nuevas relaciones comunitarias.

Como resultado, tenemos una sociedad de consumo que va mucho más allá de un grupo humano que compra y vende mercancías. Es un aparato generador de identidades, de formas de ser, de hacer, de desear, de sentir y de querer ser. «La sociedad de consumo debe ser llamada así porque fuera de ella no hay lugar, no hay sociedad, no hay salvación. Sociedad y mercado se han fusionado en un entramado ideológico colectivo en el que lo importante no es quién o quiénes consumen, ni qué ni cómo se consume, sino el hecho mismo de consumir» (Santamarina, 2002: 7).

El consumo como generador de riqueza requiere de una constante producción de bienes, por lo que es necesario el desecho de los anteriores. Hay un patrón de renovación y obsolescencia que lleva las mercancías a ser efímeras; produce un dinamismo de los valores e imágenes que se le atribuyen a los objetos, servicios, lugares e ideas (López, 1999). El consumo no sólo moldea la economía, trasciende a la vida cotidiana, a las formas que tiene el citadino de relacionarse con sus conciudadanos, con sus gobernantes y autoridades, con los que considera semejantes a él, con los que se siente distante y con los que quiere imitar. Desde el ámbito territorial, en la frontera norte, el consumo lleva a que se combinen el caos de lo permanentemente temporal con la yuxtaposición no planeada de diversos espacios sociales. A su vez, lleva tanto a la segregación constante como al establecimiento de vínculos diferenciados entre lugares y personas.

A través del consumo no sólo se venden objetos o servicios, también estilos de vida; formas de organizar la cotidianidad y valores que serán el punto de referencia. El sistema social de vínculos participa en la conformación tanto de los escenarios que se incluyen en los atributos de los objetos, como de los sujetos que van a interpretarlos a partir de su identidad.

La identidad, de acuerdo con Santamarina (2002: 11), «es una aspiración de la condición humana, es una ficción que opera de manera instrumental para marcar logros, objetivos, identificaciones en relación con el medio y con el tiempo que vivimos, es una metáfora que cambia con el tránsito biográfico del sujeto y es un profundo malentendido, que la más de las veces pretende operar como oclusión, como clausura de los conflictos y desajustes del propio sujeto, pero también de las posibilidades y potencialidades de otros aspectos e intereses de la persona. La cuestión de la identidad, que durante la última década ha abierto tantas líneas de reflexión y de análisis diferentes, parece haberse empecinado en la búsqueda de una respuesta única, cuando en realidad toda identidad ha de ser transitoria, no definitiva, parcial y en sí misma fragmentaria para permitir una adecuación flexible al sentido del cambio, al encuentro con lo indefinido, a la asunción de lo imperfecto irrepetible que nos hace únicos, pero no definitivos».

El consumo surge como el soporte ideológico que sustentará el encerramiento, a la vez que será el motor de su dinámica. La creación y fortalecimiento de identidades cohesionan a ciertos grupos sociales y provocan una clara distinción de los otros, que se perciben como ajenos o peligrosos. El carácter territorial se adquiere al construir nuevos espacios de segregación con reglas diversas al conjunto urbano y con atributos que aumentan el valor, no sólo de uso, también de cambio de un inmueble habitacional. De igual forma, se establecen nuevos vínculos con el resto del conjunto urbano, se fortalecen los lugares deseables y se crea una estructura desarticulada con los espacios menos afortunados.

Vista panorámica del fraccionamiento La Isla (Tijuana), con la línea divisoria internacional al fondo.

Figura 6. Vista panorámica del fraccionamiento La Isla (Tijuana), con la línea divisoria internacional al fondo.

3.2. Nuevo código: las formas espaciales del consumo de vivienda

El espacio social y el territorio urbano reflejan la dinámica establecida por el consumo, ya que los objetos ofertados, promovidos o vendidos no se presentan independientes del lugar. Las características específicas del entorno son atributos de la mercancía en casos como la vivienda, el centro comercial o el parque de diversiones; la ambientación y prestigio de una tienda o sitio llegan a ser elementos que se cobran en el precio de determinados objetos.

Existe diversidad entre casas y entre barrios en términos de tipos de inmuebles, ubicación, servicios, tipo de habitantes, entre otros. Lo anterior tiene un significado que va más allá de establecer diferencias en la accesibilidad, en los niveles de ruido y contaminación, en la distancia a un punto determinado o en la seguridad pública cuando se hace un análisis de mercado; se trata también de valorar el tipo de vecinos, el status del barrio, y por lo tanto, las relaciones sociales que ahí se desarrollan y los imaginarios que sobre dicho espacio se generen.

Si el consumo es un aparato generador de identidades que desde los años ochenta se orienta hacia los objetos, servicios y lugares que enfatizan los conceptos de exclusividad, estilo y distinción, cabe identificar y presentar a las nuevas tendencias del urbanismo cerrado como las nuevas formas espaciales (que incluye distintas manifestaciones de los lugares, incluyendo objetos y servicios) del consumo de ultima generación.

Este urbanismo cerrado y sus arquitecturas herméticas son la expresión de los lugares y escenarios del consumo de vivienda, de actividad y de ocio que impregnan con distinta intensidad la fase más reciente de la evolución del sistema urbano mundial. Y estas formas espaciales cerradas sirven para delimitar, agrupar, separar. Delimitan partes de la ciudad, deslindando sectores urbanos servidos; agrupan socialmente según capitales económicos, sociales, culturales y simbólicos (Bourdieu, 2000). El urbanismo cerrado es entonces la forma espacial del consumo que ha parido la ciudad global, pues son observables similares manifestaciones espaciales de los procesos políticos, económicos y sociales más recientes [2].

Acceso al vecindario defensivo Las Arboledas (Ciudad Juárez).

Figura 7. Acceso al vecindario defensivo Las Arboledas (Ciudad Juárez).

3.3. La práctica del enclaustramiento: un discurso compartido

Un amplio repertorio de nuevos fraccionamientos cerrados exhibe en sus anuncios publicitarios imágenes, símbolos y palabras que remiten a esta tendencia al cerramiento. Con este fin, en la franja fronteriza México-Estados Unidos, como en muchas ciudades latinoamericanas, se exalta el discurso de la seguridad.

Pareciera que en las formas residenciales se impone la lógica del mercado, mas allá de los gustos de los habitantes y de las modas, aunque en parte determinada por ellos; como dice Le Goix (2002: 4), «las urbanizaciones cerradas son por esencia los productos de la promoción inmobiliaria». Pero esta producción del sector inmobiliario y la acción de sus vendedores está asociada y depende de las «particularidades sociales de los agentes implicados en el intercambio […] El vendedor contribuye a producir la necesidad y a moldear el gusto del comprador al mismo tiempo que valora su aptitud para reembolsar y contribuye a producirla; el comprador aprende cosas sobre sí mismo, sobre sus gustos y sus intereses, y efectúa la labor necesaria para pasar al acto, a costa, las más de las veces, de una restricción meditada de sus aspiraciones y de sus expectativas, o por el contrario, para diferir y renunciar» (Bourdieu, 2000: 210).

Si la publicidad hoy refleja la moda del cierre, hay que considerar que resulta tan eficaz porque, como señala Bourdieu, halaga las disposiciones preexistentes para explotarlas mejor, sometiendo al consumidor a sus exigencias y aparentando satisfacerlas. De este modo, «las propiedades del producto sólo se definen del todo en la relación entre sus características objetivas, tanto técnicas como formales, y los esquemas inseparablemente estéticos y éticos de los habitus que estructuran su percepción y su apreciación, definiendo así la demanda real con la que los productores han de contar» (Bourdieu, 2000: 39). Por tanto, la demanda contribuye a establecer el producto final y a modelar un estilo de vida y su identidad prefabricada, influyendo en las presiones a las que están sometidos, participando decididamente en el urbanismo enclaustrado.

Los mensajes remiten a los códigos de la cultura del cerramiento y del miedo combinados con los relativos a la capacidad económica y sus ventajas en privacidad, comodidad y plusvalía de inversiones patrimoniales seguras. En las ciudades fronterizas de Tijuana, Ciudad Juárez y Nogales se cumple el patrón y los códigos de las urbanizaciones o fraccionamientos cerrados, como versión reciente de las formas de construir y habitar, por parte de los grupos de mayor poder adquisitivo. Estas últimas, a lo largo de la historia reciente de las ciudades, desde que el cambio de escala permitió cerrar la etapa histórica del crecimiento urbano, han evolucionado desde las soluciones abiertas de conjuntos de vivienda unifamiliar a las afueras de la ciudad, hasta formas cerradas.

3.4. El cierre de las clases medias en la frontera

Entre los rasgos más visibles de las ciudades de la frontera norte mexicana destaca el urbanismo cerrado tanto en fraccionamientos pequeños, dentro de los sectores tradicionales de ubicación de la vivienda de clase alta, como en los nuevos y periféricos conjuntos de vivienda de interés social para clases medias con apoyo del crédito. Desde los noventa irrumpen en el paisaje urbano las formas espaciales cerradas, tenuemente para los desarrollos de más calidad y con gran fuerza para el resto de desarrollos programados al hilo de la implantación de nuevas empresas maquiladoras.

Las tendencias al cerramiento y a la difusión de los estilos de vida que les acompañan son posibles por las prácticas comunes del sector inmobiliario, que atiende los distintos nichos del mercado, tanto en productos como en destinatarios [3]. Como señala Bourdieu (2000: 92): «Esta diversificación no es exclusiva de una estandarización evidente de los productos de la propia empresa y de una homogenización de los productos de las empresas que ocupan posiciones próximas en el campo […] es resultado directo de la necesidad técnica de reducir los costos […] y del efecto de la competencia que impulsa a las principales empresas a ofrecer a sus clientes unos productos capaces de competir con los que tienen mas éxito entre sus competidores más directos (en la circulación de la información los propios clientes tienen, sin duda, un papel importante […] informan a los vendedores sobre los argumentos de venta de sus competidores -en su aprendizaje inmobiliario en el proceso de observación y decisión de su compra)».

El estilo del encerramiento se adapta por completo al patrón del urbanismo cerrado en pequeñas comunidades. Se trata de nuevos condominios cerrados, con un solo acceso y caseta de vigilancia, que vienen a compactar [4] los sectores de concentración de la vivienda de la elite local [5], consolidando una profunda disimetría dentro de las ciudades. La arquitectura observa las características de encierro con relación al entorno construido, con el que se relaciona a través de accesos controlados. En estas unidades, los cercados que consagran la exclusividad de un espacio físico mantienen la inaccesibilidad que las enormes tapias y muros de las primeras casas unifamiliares, individualmente, ya desempeñaban. El efecto de la evidente fractura social que representan es ahora mucho más fuerte. Además del cierre, se incorporan los elementos de uso común para la ubicación de albercas, áreas deportivas, jardines y «asaderos», versión norteña de elementos de valoración social y símbolo comunitario.

Interior de una urbanización privada en Ciudad Juárez

Figura 8. Interior de una urbanización privada en Ciudad Juárez

Sin embargo, la construcción de pequeños conjuntos cerrados, de casas unifamiliares pareadas y adosadas, se consume y oferta para la clase media y media-baja, empaquetada con los símbolos de la seguridad. Éste constituye un rasgo singular de las tendencias del urbanismo cerrado en la frontera. El emblema de la calidad de vida para los grupos estables y solventes de la población pasa por combinar el recurso del cerramiento, de la casa y la urbanización, con las diferentes opciones que la holgura económica confiere a cada comunidad de destinatarios potenciales. Los modos de nombrar y las identificaciones del producto no hacen sino definir el estilo de vida del encierro en función de las distintas categorías socioeconómicas y culturales. Explicitan, dentro de la identidad prefabricada del estilo de vida encerrado que venden, el abanico de destinatarios con la orientación de sus productos hacia la clase media, enfatizando en los recursos de marketing masivo [6] o construyendo singulares discursos locales perfectamente ajustados a la economía doméstica de muchas familias fronterizas.

El estilo arquitectónico, así como las formas y tamaños, muestran la unidad del producto y su destino social de clase media mediante la repetición del modelo de casa. Clónicas islas de viviendas en la periferia extensa y difusa se resuelven con la repetición de tipos edificatorios, con el sello inequívoco del interés social en los intensivos aprovechamientos del suelo y en las seriadas disposiciones en hileras.

Conjunto habitacional de interés social en la periferia de Nogales

Figura 9. Conjunto habitacional de interés social en la periferia de Nogales

En el sentido señalado por Bourdieu, se produce una homogeneización de los dos sectores que se enfrentan en la dimensión horizontal del espacio social; desde el punto de vista de la estructura del capital, «categorías que hasta entonces había sido poco proclives a convertir la adquisición de su vivienda en una inversión de primer orden han entrado, gracias al crédito y a las subvenciones del gobierno, en la lógica de la acumulación de un patrimonio económico» (Bourdieu, 2000: 55). Además de la influencia de la demanda en la determinación de nuevos productos de consumo de vivienda específicos, como estos que emulan los estilos de vida de la elite -la primera y más proclive demandante de los encapsulamientos de la urbanización, la calle y la propia casa.

La aparición simultánea de modelos parecidos en el mercado denota tanto la vigilancia y plagio entre empresas competidoras como la reacción ante el retraimiento del mercado, practicando una política de producción masiva con el objetivo de reducir costos mediante la estandarización del producto y el incremento de las ventas basado en la conquista de las categorías sociales mas desfavorecidas. Las empresas de promoción inmobiliaria, para captar nuevos compradores, intentan hacerse con un mercado sostenido en nuevas formas de subvención y de crédito para productos presentados como innovadores.

Las distintas manifestaciones de las mismas formas espaciales cerradas representan intervenciones puntuales, un modo de sostener la ciudad inmanejable, dirigida a simular los ambientes seguros antes citados en clave de puertas, controles y muros en la complejidad del tránsito fronterizo (Méndez, 2002a).

Figura. Izquierda, Acceso controlado y barda perimetral en un fraccionamiento residencial de Ciudad Juárez; y derecha, Vista de dos fraccionamientos yuxtapuestos en construcción, Nogales, México.

Figura 10. Izquierda, Acceso controlado y barda perimetral en un fraccionamiento residencial de Ciudad Juárez; y derecha, Vista de dos fraccionamientos yuxtapuestos en construcción, Nogales, México.

4. Versatilidad del cierre

4.1. Efectos y retos en el modelo de ciudad fronteriza

Las alternativas que ofrece el cerramiento están permitiendo una reactivación y dinamismo inusitado de estas tipologías urbanas por su capacidad de respuesta versátil a cualquier parte de la ciudad y tipo de demanda residencial. La puesta en valor de suelos intersticiales para la promoción de conjuntos y mini conjuntos cerrados en los más diversos tipos está favoreciendo la recuperación de plusvalías latentes en las mejores condiciones de mercado.

Entonces, ¿cuáles son los retos del modelo actual de la ciudad fronteriza, cuando lo que permanece y se acrecienta es la yuxtaposición y no la cohesión, tanto de modelos urbanísticos en permanente proceso de formación como de intervenciones urbanas que se conciben y funcionan sin relación con las partes?

Un reto será extender los efectos y bondades de las «islas urbanas», del urbanismo celular (Rodríguez y Mollá, 2003), como «sujetos de urbanización» (Méndez, 2002b) al conjunto de la mancha urbana, involucrando al tapiz urbano precario dominante. Obviamente, con el objetivo de recomponer «el todo» y no renunciar al intento de articulación de las partes, sobre todo ahora que éstas se han multiplicado y diversificado sobre una superficie mucho mayor del territorio periurbano (Monclús, 1998).

Se trata de aprovechar las ventajas de la costosa extensión de la red de infraestructuras y servicios urbanos que acompaña a la proliferación del nuevo urbanismo (realizada por las multinacionales de los malls, de las maquiladoras de las gated comunities ) y redistribuir sus beneficios en la colectividad. Por supuesto que supone reconocer el caos genético y estructural del permanente abierto proceso inacabado de la construcción de la ciudad fronteriza. También considerar que la desarticulada y extensiva estructura urbana a consolidar es el mero reflejo territorial del tablero inmobiliario. Supone, en definitiva, elevar a la condición de proyecto urbano unas propuestas cuyos puntos de partida sean los pies forzados de una realidad urbana como puro reflejo del mercado inmobiliario local. Es, como en la práctica, un papel secundario para los agentes públicos respecto de los intereses privados en la construcción de la ciudad, pero es básico no renunciar a una tentativa intervención pública como alternativa remedial y sistemática (Capel, 2003a) a los problemas y deficientes condiciones de vida del habitante fronterizo en las ciudades norteñas de México. Es, probablemente, el reto principal para derivar y equilibrar, zonalmente y poco a poco, los componentes técnico-infraestructurales a más áreas con colonias e invasiones de última generación, teniendo en cuenta el desequilibrio entre las demandas sociales y los presupuestos públicos para satisfacerlos. El reto es, entonces, no olvidar el objetivo necesariamente reequilibrador del gasto público en la sociedad y su territorio.

Por lo que respecta al espacio social, lo fundamental es el carácter fragmentario del urbanismo cerrado, y en este sentido, reconocer que han conformado una franja de territorio periférico, también en las ciudades fronterizas, que no ha conseguido la pretendida autosuficiencia. Necesitan la ciudad, dotarse de sus equipamientos y servicios públicos complementarios. Con la excusa de extender los beneficios a compartir se abre un frente de actuación para la intervención pública complementario al anterior, en la línea de redistribuirlos equilibradamente en la ciudad dispersa. Una dotación suficiente y racional en equipamientos es la base del afianzamiento del tejido físico y social dominante en la ciudad de la frontera noroeste de México.

En estas ciudades de espacialidad inacabada (Méndez, 2002b), el reto no puede dejar de ser una contribución para la consecución y aceleración de este «remate». La proliferación del número y tamaño de nuevas invasiones, junto al lento proceso de consolidación de las áreas de fraccionamientos irregulares, determina el predominio y amplitud de ocupaciones de suelo permanentemente inconclusas.

Teniendo en consideración la variación sociocultural, económica y laboral de los habitantes que buscan el estilo de vida del encierro, y en concreto la importancia de los procedentes de la clase media y media-baja, así como las peculiares circunstancias de los fraccionamientos cerrados en la región fronteriza, cabe pensar en la pertinencia de aprovechar estas peculiaridades. Pues se trata de versiones del estilo del encierro que aun no han afianzado lazos de identidad real, sólo la identidad prefabricada que genera las formas espaciales de la sociedad de consumo actual donde los promotores inmobiliarios sustituyen también la búsqueda de un proyecto urbano.

Trabajar con la noción de identidad, en la medida que recupera el análisis de los procesos materiales y simbólicos y el papel protagónico y estructurante de los sujetos, puede permitir analizar la conformación de grupos y el establecimiento de lo real en sus aspectos objetivos y subjetivos (Bayardo, 1997), en un momento clave de la recomposición social y territorial de la región fronteriza y su sistema de ciudades. Seguir este rumbo e indagar en los residentes de clase media y media-baja que demandan estas nuevas formas cerradas puede ser un fructífero camino para la comprensión de la complejidad de estos territorios. Pudieran ser los sujetos y espacios con voluntad de permanencia, paradójicamente lograda a través de una adaptación singular del urbanismo cerrado. Incluso se podría afirmar que el crecimiento reciente, basado en las múltiples yuxtaposiciones, está permitiendo sobrevivir y distinguirse a unos pocos más con esta versión popular de las formas urbanas cerradas, que además puede desarrollarse obviando el resto de la ciudad, en un territorio donde la mayoría de su población malvive con un pie en el Sur y otro en el Norte (Méndez, 2002a y b).

Hasta entonces, y a la espera de indagaciones en la línea apuntada, los nuevos conjuntos cerrados son, frecuentemente, agrupaciones de casas adosadas, vecindarios de casas prefabricadas.

4.2. Su ambivalencia según modelos urbanísticos

La paradoja que subyace es que las tendencias al cerramiento son parte de la matriz de una dispersión territorial más contundente, si cabe, que la del suburbio disperso norteamericano, compuesta de un sistema de nodos comerciales, de ocio, y es inseparable de un complejo y costoso sistema de grandes vías. También en el Norte estadounidense ha comenzado a reinterpretase. Es lo que se aprecia en Nogales, Arizona y en el condado de Santa Cruz, donde se reagrupa el suburbio disperso y se crean pequeños conjuntos de comunidades cerradas que comparten espacios comunes.

Se asiste, por tanto, también a un proceso de redensificación, dentro de parámetros de gran laxitud, del consagrado suburbio disperso (Capel, 2003b: 217), cuando en el resto de las ciudades ha comenzado ya una carrera por la ciudad difusa.

La tendencia al cerramiento, tanto en fraccionamientos residenciales exclusivos como en los más abundantes para los asalariados con potencialidades de acceder al crédito -commuters transfronterizos o empleados en las maquiladoras locales-, ha reforzado la segregación social y la fragmentación territorial de la desarticulada periferia de Nogales como ejemplo urbanístico fronterizo.

Los espacios residenciales clonados, nuevos productos inmobiliarios enclaustrados para clases bajas solventes, son concebidos al igual que los centros comerciales y los lugares de ensamblaje industrial como cajas herméticas de cómodo montaje, rápido envejecimiento y prematuro desmantelamiento.

El conjunto no consigue formular una organización espacial alternativa a la simple y rígida existente; sólo extiende la peculiaridad urbana de los núcleos fronterizos del noroeste mexicano como espacios inacabados, expresadas en construcciones y ordenaciones territoriales, siempre emergentes y siempre deficitarias (Méndez, 2002b).

La ciudad difusa (Monclús, 1998; Capel, 2003b), perfilada en el urbanismo americano desde temprano y extendida en la segunda mitad del siglo XX, que ha determinado la urbanización fragmentaria y extensiva de las periferias de las ciudades europeas en sus últimos dos decenios, también se desenvuelve en las mismas fechas en la frontera del noroeste mexicano. Sin embargo, aquí actúa sobre espacios urbanos que aun no habían conseguido la trabazón entre los elementos de su estructura urbana. Los escasos componentes primarios, equipamientos y otros espacios de uso público, no habían conseguido formar los suficientes espacios generadores de formas urbanas. La premura, la naturaleza y el tipo de intervenciones urbanas en sus cortas trayectorias urbanas han conformado un espacio incompleto (Méndez, 2002b)

Las murallas de los fraccionamientos cerrados sirven tanto para retornar al commuter en un intento de sostener el despilfarro y agotamiento del modelo de vida americano, como para reconocerse en miembro de las elites locales o nuevo vecino de desarrollos programados y cerrados.

Las formas espaciales cerradas fomentan el urbanismo yuxtapuesto que sirve para delimitar, agrupar, separar. Delimitan partes de la ciudad, deslinda sectores urbanos servidos; agrupar socialmente según capitales económicos, sociales, culturales y simbólicos (Bourdieu, 2000), y separar, a unos pocos de la mayoría en el caso de la ciudad fronteriza mexicana, y a la mayoría de los peligrosos vecinos fronterizos en el caso de las ciudades norteñas.

Figura 11. Los retos del modelo actual de la ciudad fronteriza se dan en el marco de un espacio que se encuentra por definición entre dos territorios, y queda atrapado en las dinámicas que los entrelazan al tiempo que los separan. No forman parte ni de uno ni de otro, y sin embargo, están atrapados por los dos y son ambos los que modelan su paisaje. "Yo no crucé la frontera", dice un corrido: "la frontera me cruzó". Autor: Hache.

Figura 11. Los retos del modelo actual de la ciudad fronteriza se dan en el marco de un espacio que se encuentra por definición entre dos territorios, y queda atrapado en las dinámicas que los entrelazan al tiempo que los separan. No forman parte ni de uno ni de otro, y sin embargo, están atrapados por los dos y son ambos los que modelan su paisaje. «Yo no crucé la frontera», dice un corrido: «la frontera me cruzó». Autor: Hache.

5. Conclusiones

La persistencia fronteriza en los proyectos de ciudad inacabados se ha traducido en una fuerte capacidad de construcciones expresionistas en el reino de lo deficitario, y se ha concretado en un paisaje urbano de resignificación insaciable escrito en código de consumo. Así, la mercantilización intensiva induce una edificación para el consumo en periodos cortos que define la funcionalidad fronteriza. Ha resultado ser el vehículo arquitectónico idóneo abocado a la renovación prematura por su disfuncionalidad a la ágil valoración comercial.

Las yuxtaposiciones múltiples que caracterizan el espacio de la frontera norte nos dan cuenta de un paisaje urbano conformado con base en una serie de simulaciones y de mundos alternativos para las clases altas, que después serán copiados por las clases medias, para intentar lograr esa utopía, que no deja de ser transitoria para nadie. Lo transitorio está marcado, por un lado, por la obsolescencia de los productos, y en este caso de los espacios, que impone la lógica del consumo, y por otro, por las ilusiones perseguidas. Lo anterior tiene repercusiones en la conformación de una identidad inacabada, que no se construye en función de lo que se es, sino de lo que se aspira, que en términos territoriales lleva a un desarraigo por una ciudad, que representa la contradicción entre lo inacabado y lo permanente a través de su carácter transitorio.

El modelo de ciudad fronteriza y su caos lúdico postmoderno, da evidencias en los últimos años de otras manifestaciones comunes al caos fragmentario de la ciudad global. El urbanismo aplicado a la ciudad postmoderna supone, también en las ciudades fronterizas, intervenciones puntuales en la ciudad inmanejable, producidas con el sello inequívoco del cerramiento de los espacios urbanos para su manejo en códigos universales, y dirigidas a simular espacios privilegiados de la seguridad mediante montajes espaciales comunitarios, donde prevalece el individualismo, la competencia y la exhibición del consumo para celebrar la diferencia.

De este modo, al impermeable vallado de la frontera internacional, inter-ciudades, se agregan las fronteras interiores de comunidades forzadas de cada lado de la línea internacional, yuxtaponiendo los urbanismos que naturalizan la ciudad fragmentaria, igual de insalvable; y al discurso inacabado se le agrega siempre la utopía inalcanzable que lo dejará siempre por terminar, pues esa es su naturaleza, la naturaleza de la transición.

Los retos del modelo actual de la ciudad fronteriza se dan en el marco de un espacio que se encuentra por definición entre dos territorios, y queda atrapado en las dinámicas que los entrelazan al tiempo que los separan. No forman parte ni de uno ni de otro, y sin embargo, están atrapados por los dos y son ambos los que modelan su paisaje. «Yo no crucé la frontera», dice un corrido: «la frontera me cruzó». Pensamos que la transitoriedad se da debido a su vocación fronteriza, pero también está la transitoriedad que se construye con el consumo, con la promoción de la idea de la insatisfacción permanente y la obsolescencia continua. La misma que lleva a producir, reproducir, destruir y reconstruir espacios tan disímiles, a hacer collages y puentes que unan lo deseable y excluyan las realidades incómodas.

La morfología del urbanismo de la globalización asumida por los fraccionamientos habitacionales muestra que: a) cada intervención es un coto individualizado en sus rasgos funcionales y formales; b) cada nuevo vecindario es yuxtapuesto al entorno urbano preexistente, c) se prioriza la conexión única y controlada con vialidades primarias que a su vez enlazan con los destinos requeridos; y d) el cierre se da respecto a la ciudad en conjunto incluyendo asentamientos de características socioeconómicas similares, primando el «efecto de club».

De este otro modo, las tendencias al urbanismo cerrado, disperso e intersticial, definen la reorientación del modelo de entre las alternativas posibles del entramado urbano fronterizo inacabado, con su discurso de la auto-segregación y su patrón de ocupación del suelo disperso, extensivo, ubicuo. Por la naturaleza y características de este urbanismo cerrado, cabe afirmar que este modo de «terminar o concluir» la ciudad fronteriza no deja de observarse como la renuncia a la solución de una incógnita esperanzadora por desconocida. La complejidad y diversidad resultante, tanto física como social, no ha resuelto su carácter de ciudad desarticulada, irracional y fragmentaria (Méndez, 2002b). Por el contrario, culmina y se consolida la idea de la ciudad fronteriza como naturalidad de la ciudad postmoderna, «un escenario mixto, diversificado, plagado de yuxtaposiciones inesperadas y de emergencias irónicas» (Méndez, 2002b: 111).

Las murallas físicas y los límites territoriales son metáforas de las murallas sociales que se imponen al reto de la conformación de las ciudades fronterizas; las yuxtaposiciones urbanas dan cuenta de la mezcla de culturas que coinciden en un espacio local transitorio que forma parte del entramado de la globalización, donde la frontera representa la ruptura entre dos paisajes, aparentemente antagónicos, que se encuentran vinculados el uno al otro por su contigüidad. Esta unión en la discontinuidad hace más evidentes las yuxtaposiciones descritas, que sin embargo, son manifestaciones locales que encuentran símil en estructuras territoriales de otras ciudades globalizadas.

Referencias Bibliográficas

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Recibido el 3 de junio de 2005, aprobado el 28 de agosto del 2005.

Eloy Méndez, Arquitecto, El Colegio de Sonora, México. E-mail: emendez@colson.edu.mx.

Isabel Rodríguez, Universidad Autónoma de Madrid. E-mail: isabel.rodriguez@uam.es.

Liliana López, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco / Universidad Nacional Autónoma de México. E-mail: levi_lili[@]yahoo.com.mx.

[1] Expresión utilizada en el urbanismo madrileño de los años ochenta. En esta década, numerosas ciudades españolas aprobaron nuevos planeamientos, todos ellos marcados por la búsqueda de concluir, «terminar», «rematar» las deficitarias y extensas ciudades resultantes del explosivo crecimiento demográfico y constructivo de los años sesenta y setenta. La acción de terminar la ciudad se vinculaba a la introducción de nuevos equipamientos urbanos, que al tiempo que dotaban, permitían la redistribución, y sobre todo, la articulación entre las distintas áreas y espacios intersticiales tan comunes en las expansiones con poco o nulo control en su regulación para el crecimiento (Ayuntamiento de Madrid, 1979).

[2] Ver el número completo de Ciudad y Territorio. Estudios Territoriales, 34, 133-134 (2002).

[3] En Ciudad Juárez es el mismo promotor, el «Consorcio Ara», el que dando muestras de un importante peso en la estructura empresarial del sector inmobiliario local, atiende indistintamente a las clientelas más exclusivas, en el agringado conjunto «Jardín de las Moras», y a potenciales residentes, que sin trabajo estable y sin los suficientes ingresos, pueden acceder a ayudas financieras para una casita idéntica pero cerrada, en conjuntos de único acceso a la vialidad externa, como en «Paseos del Alba».

[4] Redensifican determinadas áreas urbanas, como sucede en Nogales, Sonora, donde el área de las colonias Kalitea y Kennedy, compuesta por fraccionamientos abiertos levantados hasta los años ochenta, compactan y revalorizan el sector tradicional de altos precios de suelo. En este caso, sobre suelo de un único promotor local, la familia Kyriakis (de procedencia griega), asentada en la zona desde los años treinta del pasado siglo fue adquiriendo buena parte de los terrenos del sector poniente de Nogales, en la que fue la periferia de la ciudad hasta finales de los setenta.

[5] Hay manifestaciones suficientes de la movilidad de los residentes de la elite, patente en los abundantes anuncios de casas en venta y en la ausencia de nuevos desarrollos de alta categoría. La cercanía de las prósperas ciudades estadounidenses es un posible factor que hace posible la actuación de otros de más difícil concreción, como la inseguridad física y patrimonial o la movilidad de economías familiares dependientes de coyunturas muy dinámicas, y por ello mismo, con pasmosas fluctuaciones.

[6] Aducen la posibilidad de «créditos sin trámites» las «facilidades de enganche», campañas de ventas masivas estacionales y de fin de semana.