Al menos eso rezaba el lienzo que encabezaba la manifestación, aunque paradójicamente, era un vistoso grupo de autoridades quienes lo portaban. Una ministro, alcaldes, diputados y concejales, eran seguidos por cerca de 5000 personas -según los organizadores- que desfilaban desde Plaza Italia en dirección a la Moneda el pasado sábado 23 de mayo, en la primera Marcha por el Patrimonio que se efectuaba en la ciudad de Santiago. Siguiendo la fórmula de un vía crucis pedagógico, el camión escenario que lideraba el cortejo se iba deteniendo en estaciones para narrar la historia de cada monumento, convirtiendo la ancha Alameda en un escenario protagónico: contenido y contenedor a la vez.
Detrás de la primera línea de oficialidad, y salvo por un par de instituciones y partidos políticos, abundaban las organizaciones de la sociedad civil. Con un altísimo ratio de pancartas por marchante, más de un centenar de agrupaciones levantaba proclamas de acuerdo a su interés, confluyendo las escuelas de arte, las agrupaciones de Derechos Humanos, las juntas vecinales y la asociaciones para la defensa de barrios, ríos y precordillera, entre otros. Unidos por el abstracto y sofisticado concepto de patrimonio, la marcha buscaba instalar en la agenda política un asunto público de carácter espacial. Lo inédito de este hecho es que, si bien es cierto que las demandas por el espacio de la vivienda tienen una larga tradición, esta era la primera vez que la ciudadanía se movilizaba para poner en valor su espacio colectivo, en toda la amplitud y complejidad del concepto. No sólo se defendieron los monumentos, artefactos conspicuos que se intercalan de vez en cuando en el tejido, sino que se planteaba el patrimonio como un asunto que es multiescalar -el barrio, el paisaje, hasta el agua- y transtemporal -de la Casa Colorada hasta las recientes batucadas-. En esta diversidad está el mayor aporte de la manifestación ciudadana, que no rigidiza el patrimonio a un fetichismo de la reliquia, y que una vez más demuestra que la sociedad es agudamente más posmoderna que las instituciones y la academia.
Bulle entre la ciudadanía una pasión patrimonial, que no sólo se contenta con aprender pasivamente, sino que ha tomado en sus manos el registro, la historiografía y la pedagogía del patrimonio. Especialmente referidos a Santiago, abundan en la red nutridos blogs, grupos de Facebook, twiteros y archivos, quienes ofrecen documentos, imágenes, intercambio de información y ofertas de recorridos guiados por la ciudad. Como un mecanismo de defensa ante la voracidad del modelo económico, los ciudadanos se agrupan y se apoyan para poner en valor y articular un renovado entramado identitario. Formulada desde este conocimiento, abundante y dinámico, resulta prudente considerar la leyenda del lienzo como una reflexionada declaración ontológica: el espacio valorado es un relato que hacen los habitantes.
* Pía Montealegre es editora de Revista Bifurcaciones.
** Imágenes de Sergio López Retamal, @queko70