05/11/2017

En La Vereda: conversaciones sobre cultura y ciudad

Editorial | Sin categoría

Este libro, el primero de la colección, reúne 10 entrevistas a personas cuya obra ha pensado, imaginado e intervenido lo urbano de forma excepcional. Incluye entrevistas a:

Rodrigo Fresán (escritor, Argentina)
Héctor Zamora (artista, México)
Dennis Judd (cientista político, EEUU)
Diamela Eltit (escritora, Chile)
Martín M. Oesterheld (cineasta, Argentina)
Mitchell Duneier (sociólogo, EEUU)
Alain Musset (geógrafo, Francia)
Alicia Scherson (cineasta, Chile)
Alejandro Frigerio (antropólogo, Argentina)
Horacio Capel (geógrafo, Chile)

En La Vereda: portada extendida

«En La Vereda: conversaciones sobre cultura y ciudad»
Ricardo Greene (Editor)
187 pg.
Talca, Chile: 2017

A la venta en 80 librerías de Chile, y vía directa escribiendo a editorial@bifurcaciones.cl

Indice ELV

 

Introducción:
Instrucciones para ser y estar

Por Ricardo Greene

Te sientas en la vereda a mirar. Primero a quienes andan solos, apurados o distendidos, y luego a quienes van acompañados: cómo conversan, se visten y se miran. Hay cuerpos de diferentes formas y colores, y disfrutas verlos pasar. Buscas animales: pájaros, hormigas o gatos, y comparas sus pieles y colores. Te fijas en qué huelen o buscan, y qué se lleva su atención. Te enfocas luego en el entorno: colillas de cigarros, matas de maleza, dos filas de árboles que escoltan la calle, y un rectángulo de tierra con esqueletos metálicos al que quizás alguien llama plaza. Cuentas camiones, autos, motos y bicicletas; sumas los números de sus patentes. Observas, como Perec, lo construido, e intentas adivinar cuándo fue levantado cada elemento: casas, edificios, paradas, kioscos, cabinas telefónicas, basureros, buzones, y semáforos. Te detienes, por último, en la ciudad de los signos: pasos de peatones, grafitis, advertencias, murales, neones y menús de restaurantes escritos con tiza en pizarras negras.

Te sientas en la vereda a escuchar, cierras los ojos, y dejas que la ciudad te inunde. Oyes primero tu respiración: un silbido rasposo hacia dentro, seguido de un bufido suave hacia fuera. Más allá distingues algunas voces cercanas, con sus tonos, ritmos, y resonancias, y un poco más lejos, sirenas, bocinas y el rumor de una muchedumbre como moscas. Distingues palabras locales y foráneas, suaves y duras, graves y esdrújulas, y poniéndolas en orden logras recomponer frases que parecen tener sentido. Reconoces también sonidos naturales, como el de grillos y perros, y otros artificiales, como pasos y campanas. Resuena el repicar de la lluvia y le responde, agudo, el golpeteo de un martillo; frena un auto de golpe, y desde una ventana se escapan los beats de un reggaetón. Te concentras en el viento, y en cómo suena cuando pasa a través de los árboles, los techos, las rejas y las hojas. Tratas de clasificar los sonidos en molestos, agradables, y aquellos que te son indiferentes; también entre los que parecen ser propios de este lugar, y aquellos que pueden escucharse en cualquier sitio.

Te preguntas también cómo ha cambiado todo: qué familias se han mudado, qué negocios han llegado, qué paredes han caído, qué tejados se han oxidado. Algunas transformaciones son evidentes, como el nuevo strip center y los recién instalados semáforos con panel solar, pero otras son casi invisibles, como la pintura que día a día se descascara, o la mancha de óxido que se expande en silencio. Ruinas que, como arrugas, crecen en gestos mínimos y decididos, y que con el tiempo le cambian el rostro a una ciudad.

Te sientas en la vereda con otros a proclamar y a resistir; a ocupar el espacio como un acto político. Cuentas estudiantes y trabajadores; jóvenes y mayores; perros, policías, dirigentes y curiosos, e incluso algunos niños. Alineas tu cuerpo con los demás, y juntos entrelazan los brazos. Algunos levantan carteles con demandas, y de lejos se acerca el picante olor de las lacrimógenas.

Disfrutas de la vereda como un lugar que es de todos. Hablas de fútbol, de la teleserie, y de las elecciones, y quizás deslizas algún rumor sabroso sobre el vecino, esperando complicidad o información fresca. También te gusta la vereda cuando no hay nadie conocido, y tu rostro se vuelve anónimo. La libertad que te da la gran ciudad para ser otro, o quizás para ser tú mismo.

La vereda es un buen lugar para esperar, y acompañas los minutos fumando un cigarro o viendo el teléfono. Le compras un calendario a quien pasa vendiendo, y le das una moneda al que estira la mano. Tratas de mirar a los ojos, y recibes a cambio sonrisas, indiferencia, flirteos, y uno que otro saludo. La ciudad te ofrece un escenario de posibilidades infinitas, ideal para que el tiempo vuele.

Tienes un mapa de olores en la punta de la nariz. Sabes dónde huele a café, asado o a pan recién hecho, y dónde a orina, petróleo, o alcantarilla. Te sientas en la vereda, y la brisa te trae el olor del jazmín. Piensas que si no fuera por la lluvia, el ambiente estaría dominado por una nauseabunda combinación de fritanga y smog.

Te sientas en la vereda y abres este libro. Lees sobre escritores de ciudades imaginadas y sociólogos preocupados por la gentrificación; artistas visuales que intervienen la calle, y cineastas que re-inventan territorios; geógrafos obsesionados con la ciencia ficción, y antropólogos que andan tras signos de espiritualidad. Un libro sobre las formas que tenemos de mirar, imaginar, y crear lo urbano, que reúne entrevistas realizadas durante diez años a quienes han dedicado su vida a pensar las ciudades. Un libro, finalmente, de conversaciones entre personas sentadas en la vereda, pensado para todos quienes, como tú, disfrutan del aire de la ciudad.