015
VER 2013

«Escrito en la banqueta»: archivo de memoria visual/

Escenas Urbanas de Acoso Sexual en la Ciudad de México

Edith Flores

Artículo | Revista

Resumen

En el marco de una investigación cualitativa que analiza las violencias sexuales cotidianas hacia las mujeres en la ciudad de México, este trabajo presenta Escrito en la banqueta - Archivo de Memoria Visual, creado en base a los datos y el material que se produjo en la investigación: narraciones individuales, grupales y composiciones visuales elaboradas por las participantes del estudio, con el objetivo de documentar y visibilizar experiencias de acoso y abuso sexual que han experimentado las mujeres en su tránsito cotidiano por la ciudad. En este trabajo se describe el archivo y se discute su importancia como una estrategia metodológica que utiliza imágenes y narraciones de manera complementaria para anclar escenas urbanas de carácter efímero, anónimo y aparentemente inofensivo y, a la vez, visibilizar la violencia de género y sus implicaciones en la experiencia de las mujeres en la ciudad.

Palabras Claves

Violencia de género, acoso sexual, espacio urbano, memoria visual.

Abstract

As part of a qualitative study that analyzes the daily sexual violence towards women in Mexico City, this work presents Written on the sidewalk- Visual Memory Archive, based on the data and the material from the research: individual narratives, group and visual compositions made by the participants, with the aim of documenting and making visible experiences of sexual harassment and abuse that women have experienced in their daily moving around the city. In this paper the archive is described, as well as its importance as a strategy which uses pictures and stories in a complementary way to anchor urban scenes that are ephemeral, anonymous and seemingly harmless, and also, make gender violence visible likewise its implications for the experience of women in the city.

Keywords

Gender violence, sexual harassment, urban space, visual memory.

1. Introducción

En el marco de una investigación cualitativa que analiza las violencias sexuales cotidianas hacia las mujeres en los espacios públicos de la ciudad de México, el objetivo de este trabajo es presentar Escrito en la banqueta – Archivo de Memoria Visual, creado como parte del estudio para documentar y visibilizar escenas urbanas de acoso y abuso sexual narradas por mujeres desde sus vivencias del espacio; emociones y memorias en su tránsito cotidiano por la ciudad. El archivo muestra cómo se vive la violencia sexual a través de narraciones y relatos visuales que capturan el recuerdo subjetivo de lo vivido y producen significados e interpretaciones de la experiencia.

La investigación se llevó a cabo mediante un conjunto de estrategias metodológicas de aproximación cualitativa que responden a las características y contornos del objeto de estudio en cuestión. De esta manera se produjo un corpus de datos y materiales empíricos diversos, tales como narrativas individuales y grupales así como composiciones gráficas. Éstas últimas, fueron elaboradas por las participantes del estudio como estrategias de anclaje; para representar interacciones de acoso y abuso sexual que se producen en un marco de anonimato, de poder y temporalidad efímera. La investigación se enfocó en analizar los relatos de las mujeres acerca de su experiencia cotidiana en la ciudad y en hacer visibles las escenas de violencia sexual que, por su fugacidad, generalmente quedan en el olvido, se silencian o se toleran socialmente.

Con base en este material, se creó el Archivo de Memoria Visual «Escrito en la banqueta», cuyo título es una condensación de sentido que se desarrolla a través de los materiales que conforman el archivo abiertos a la interpretación. El nombre alude a las historias de mujeres escritas a la orilla de la calle, no reconocidas y desvalorizadas, como lo son las violencias sexuales cotidianas de las que son objeto, cuyas tramas se escriben dejando marcas o huellas aparentemente intangibles, sostenidas en supuestos que normalizan la violencia hacia las mujeres y la convierten en invisible. Partir de las experiencias que se escriben en el margen y del reconocimiento de la desigual situación y subordinación de las mujeres, permite develar el uso diferencial y jerárquico del espacio urbano con base en el género, y sacar a la luz realidades subestimadas como el acceso parcial y el disfrute de la ciudad por parte de las mujeres.

Así, el Archivo de Memoria Visual es resultado de una forma de pensar el problema y del diseño metodológico de aproximación al objeto de estudio. El material que contiene se deriva del proceso de investigación, que consiste en relatos urbanos y 52 dibujos y bricolajes que narran las memorias, experiencias y afectos de las mujeres en la ciudad. La muestra narrativa y gráfica permite materializar un campo de experiencias socialmente compartido de vivencias e imaginarios de las mujeres que resuenan entre sí: el archivo reúne experiencias individuales que conforman una historia colectiva de violencias sexuales cotidianas que afecta la vida de las mujeres en la ciudad. Lejos de una sumatoria de acontecimientos, se trata de una escena urbana cotidiana, que las mujeres comparten e identifican como uno de los episodios más comunes de su repertorio de vivencias en la metrópoli.

El análisis se ha centrado en mirar no el acto violento como hecho aislado ni el perfil o la psicología del perpetrador, sino la forma en que el espacio urbano es vivido, significado y construido socialmente de manera diferencial por el orden de género. A través de los relatos se describen y analizan los efectos sociales y subjetivos que desencadena la violencia sexual en el uso y la experiencia del espacio, así como dimensiones afectivas, memorias y sentidos que articulan formas de habitar la ciudad y de sentirse en ella cotidianamente. El interés del estudio es generar información sensible de la realidad cotidiana que enmarca la vida de las mujeres y promover procesos de reflexión que coadyuven a desnaturalizar la violencia de género; la cual, si bien adopta diversas expresiones -siendo el feminicidio la más evidente y cruel-, el abanico de formas de acoso y abuso sexual en los espacios públicos urbanos, por más normalizado e insignificante que se estime, es una forma de discriminación y de violencia que requiere de un debate social crítico y profundo.

En este orden de ideas, en la primera parte del trabajo se introduce una visión general de las nociones teóricas que han servido de base para analizar las escenas urbanas de acoso sexual y su articulación con las estrategias metodológicas utilizadas para producir el material cualitativo con el que se elaboró el archivo. Posteriormente, se describen las escenas urbanas de acoso sexual a través del análisis de los relatos urbanos de mujeres. Este apartado resalta la descripción de un campo discursivo y experiencial socialmente compartido, prefigurado y cotidiano, que construyen las mujeres en torno al acoso y abuso sexual en la ciudad. La siguiente parte del manuscrito está dedicada a la descripción de los componentes de Escrito en la banqueta – Archivo de Memoria Visual y, para finalizar, se plantean algunas reflexiones en torno al uso de las imágenes y narraciones como estrategias complementarias en la investigación social, en particular, en el campo de la violencia de género. A lo largo del artículo se muestran algunas de las composiciones visuales (Ver figuras 1 – 8) y el relato audiovisual que integran el archivo.

Figura 1. Carmina, 37 años, soltera, sin hijos, licenciatura, empleada.

Figura 1. Carmina, 37 años, soltera, sin hijos, licenciatura, empleada.

 

2. Escenas urbanas de acoso sexual: Nociones teóricas y aproximaciones metodológicas

En este trabajo se explora la ciudad a través de las prácticas espaciales de las mujeres y las escenas en las cuales las violencias sexuales irrumpen sus desplazamientos cotidianos, llevando consigo implicaciones en el uso, la apropiación y la experiencia del espacio urbano. La formulación de este problema se sustenta en los planteamientos de las geografías de género (Del Valle, 1997, Booth, Darke y Yeandle, 1998; McDowell, 2000; Sabaté, Rodríguez y Díaz, 2010), que analizan la ciudad como acontecer cotidiano, construida mediante las prácticas y las formas simbólicas de ocupar el espacio público bajo la regulación del orden de género y de otras dimensiones sociales, tales como la edad, la etnia, el tipo de actividad, la condición económica, laboral y social.

En aras de construir un marco de inteligibilidad pertinente al objeto de estudio, el trabajo describe las principales nociones que han servido de base para la elaboración conceptual de las escenas urbanas de acoso sexual como categoría de análisis. Con base en el pensamiento desarrollado por Delgado (2006, 2007, 2008) se parte de la noción de «lo urbano» en términos de las prácticas sociales, las vivencias y percepciones que lo hacen posible para pensar la ciudad. Para el autor, la práctica social practica el espacio, lo produce y organiza, haciéndolo a través de y con el cuerpo. De tal modo, llama la atención sobre una dimensión somática de las apropiaciones humanas del espacio público urbano como «una posibilidad de reducir cualquiera de ellas al uso eficiente de las manos, del rostro, del tronco, de los pies, de la cabeza, del abdomen, de la voz, del olor, y siempre por medio de los gestos, de las manipulaciones, de los mohines, de las miradas…» (Delgado, 2006: 113).

En esta línea de pensamiento, el cuerpo es la fuente misma de la subjetividad como lugar y acontecimiento de un orden socio-espacial: el cuerpo es producto y productor de espacio, determinado por él y determinante de él. El cuerpo en la interacción con otros cuerpos genera distancias y acercamientos, aceptación y rechazos, identificaciones y diferencias, que se reflejan en los cambios que suscita y resulta de ellos. La ciudad y el cuerpo se revelan así como espacios fundamentales para estudiar la vida social y lo urbano.

En esta mirada, la interacción tiene como soporte la corporeidad como elemento central de y para la comunicación. En tanto el cuerpo interviene como la fuente y el destino de toda iniciativa, como el marco en que se registran y emiten las impresiones, y como la superficie bajo la que se insinúan los proyectos, los significados y las intenciones. El cuerpo entendido así, hace el espacio que ocupa; es la acción corporal que desprende su propia territorialidad efímera en el espacio público, donde la territorialización está dada por las negociaciones que las personas establecen a propósito de sus propios límites, es decir, a partir de un espacio personal que se expande o se contrae en función del tipo de encuentro, de la relación y la aproximación o el evitamiento. El espacio urbano es ocupado así por un cuerpo en movimiento siendo cada cuerpo un espacio al mismo tiempo.

El concepto de «tránsito» que propone el autor, resulta útil para analizar la organización de los espacios a través de los recorridos de los sujetos por determinados lugares, donde el énfasis no está en los efectos que produce el lugar sobre los sujetos, sino en cómo los sujetos utilizan los espacios y se sienten en ellos; siendo los cuerpos los que organizan a partir de su actividad, la vida y la disolución de los espacios. En el caso que nos ocupa, son los desplazamientos y las experiencias de movilidad de las mujeres, las prácticas que construyen el espacio urbano desde un sentido experiencial, subjetivo y corporal.

En su definición de lo urbano señala que como sistema de relaciones sociales, éste se caracteriza por la proliferación de relaciones que surgen a cada momento, «un agrupamiento polimorfo e inquieto de cuerpos humanos que sólo puede ser observado en el instante preciso en que se coagula, puesto que está destinado a disolverse de inmediato» (Delgado, 2007: 12). Lo urbano es el escenario y al mismo tiempo el producto de lo colectivo haciéndose a sí mismo, de manera permanente y simultánea. Se trata de una acción interminable cuyos protagonistas son los usuarios que reinterpretan la vida urbana a partir de las formas en que acceden a ella y la caminan. Lo urbano es entendido así, desde estas prácticas incesantes que toman forma a partir de la experiencia de sus habitantes que van dejando escrituras grabadas en la ciudad.

Figura 2. Violeta, 39 años, unión libre, 1 hija, licenciatura, empleada.

Figura 2. Violeta, 39 años, unión libre, 1 hija, licenciatura, empleada.

Esta articulación teórica precisa considerar el tiempo efímero como una de las dimensiones de la vida urbana contemporánea [1] que ha sido señalada por Hiernaux (2006, 2007), en términos de las nuevas movilidades marcadas por una aceleración espacio-temporal creciente. En esta perspectiva, el tiempo efímero construye el presente, es el tiempo de la vida cotidiana de los individuos, esto es, los eventos cotidianos que realiza un actor con una intencionalidad determinada. Estas acciones, por lo general efímeras, constituyen construcciones espaciales efímeras también. Sobre esta base existen configuraciones espaciales cuya lógica no es la de lo estable y permanente sino la que transita con relativa rapidez sobre el espacio. Tal es el caso de las configuraciones espaciales y relacionales efímeras, que Aguilar (2013) describe en términos de micro-interacciones de corta duración como actos cotidianos que tienden a pasar desapercibidos como objetos de análisis social, siendo relevantes para la comprensión de la vida social construida a partir del contacto interpersonal entre extraños.

En este sentido, las escenas urbanas de acoso sexual emergen como formas de interacción efímera entre desconocidos cuya relación se establece en un marco de dominación que opera a través de mecanismos simbólicos y soterrados (Bourdieu, 2000). El estudio parte de esta perspectiva para construir un marco de comprensión sobre el acoso y formas de abuso sexual como escenas urbanas de duración efímera y fugaz que irrumpen de manera súbita las prácticas de movilidad y actividades cotidianas de las mujeres [2] a través de acciones de contenido sexual llevadas a cabo sobre sus cuerpos, de manera encubierta o explícita, y generando efectos de visibilidad-invisibilidad. Estas acciones o prácticas sociales son realizadas por uno o varios sujetos desconocidos que las mujeres han identificado mayoritariamente como un sujeto masculino.

Por lo que se refiere a las resonancias de las escenas urbanas de acoso y abuso sexual en la experiencia de las mujeres, se puede decir que el carácter momentáneo, aparentemente inofensivo, anónimo y por consiguiente, sus componentes de visibilidad-invisibilidad, producen un efecto disruptivo que construye un sentido del espacio que no es abstracto, sino anclado en las coordenadas de una corporalidad emocional y una configuración espacial física y simbólica. De ahí la importancia de analizar las escenas a partir de las significaciones y los afectos de quienes las viven, así como del paisaje urbano producido para comprender la dimensión espacial, temporal y emocional de las violencias que se ejercen sobre el cuerpo de las mujeres, tanto en espacios de tránsito como en espacios de permanencia.

El trabajo se propone estudiar las escenas urbanas de acoso y abuso sexual como objetos de análisis a partir del reconocimiento de los elementos y condicionantes del medio físico, tanto como de las percepciones y significaciones del espacio y de las relaciones efímeras de quienes participan en dichas escenas. Sobre esta base, las experiencias espaciales, vividas subjetivamente y representadas por el otro, sólo pueden ser estudiadas desde la perspectiva del sujeto que las experimenta (Lindón, 2008), es decir, desde el campo de significados que las propias mujeres atribuyen a las formas de violencia sexual, pues se parte del supuesto que tal campo de significados es inherente a la situación misma (Camas, 2008).

Bajo este marco interpretativo y a través de una aproximación cualitativa al campo, se realizaron entrevistas a profundidad y entrevistas grupales bajo una adaptación de la técnica de los grupos de discusión [3], para producir narrativas de vida espaciales [4](Lindón, 2008) a fin de conocer las vivencias urbanas de las mujeres; en particular, aquellas que se significan como efecto de las violencias sexuales que tienen lugar en los espacios públicos de la ciudad.

Como parte de las estrategias metodológicas, se produjo un corpus de material gráfico para representar escenas urbanas de violencias sexuales elaborado por las participantes del estudio, quienes fueron mujeres jóvenes, adultas y adultas mayores con características físicas, personales y sociales distintas; usuarias del transporte público de manera cotidiana y residentes de colonias y barrios populares de la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) [5].

La estrategia de producción del material visual consistió en solicitar a cada participante de los grupos, realizar un dibujo o bricolaje de manera individual para representar una escena de acoso sexual en la ciudad. Con este objetivo, se proporcionaron materiales diversos tales como cartulinas, plumones, crayones, revistas de distintos géneros, tijeras y pegamento, para que las participantes elaboraran una composición visual. Una vez que realizaron este ejercicio, cada una de las participantes presentó su dibujo frente al grupo, finalizando la sesión con esta actividad.

Con el material visual obtenido -un total de 52 composiciones visuales- se construyó Escrito en la banqueta – Archivo de Memoria Visual, a partir de tres formatos que se detallarán más adelante. A la luz de estas consideraciones, a continuación se describen las principales dimensiones temáticas que configuran las escenas urbanas de acoso y otras violencias sexuales con base en el análisis de los relatos de las mujeres.

Figura 3. Patricia, 24 años, casada, 1 hija, estudiante de licenciatura.

Figura 3. Patricia, 24 años, casada, 1 hija, estudiante de licenciatura.

 

3. Escenas urbanas de acoso sexual: Experiencias, afectos y significaciones

Los relatos de las violencias sexuales experimentadas por las mujeres en sus trayectos cotidianos se organizan en una serie de ejes temáticos que articulan las escenas urbanas de acoso sexual. Si bien se trata de experiencias bordadas desde una condición singular y subjetiva, es decir, se perciben de distinta forma, dependen de la intensidad del miedo percibido, de la edad de la persona, del lugar, la temporalidad, el tipo de agresión. Principalmente, el análisis resalta la dimensión social a partir de la cual las narraciones de las mujeres significan y dan sentido a estas escenas.

El primer hallazgo relevante es que a partir de explorar cómo es la vida de las mujeres en la ciudad a través de las entrevistas, se encontró que el miedo a ser objeto de alguna forma de violencia sexual en el espacio público urbano emerge de los discursos como un campo socialmente compartido y prefigurado. Las mujeres señalaron que una particularidad de la dinámica de la ciudad es el hecho que todos los días enfrentan un ambiente hostil que las coloca ante la posibilidad de ser violentadas sexualmente: en el trabajo, en los centros escolares, recreativos, deportivos y comerciales, consultorios médicos, transportes colectivos (metro, taxi, microbús, entre otros) y la calle en general (avenidas, puentes, pasillos, parques, etcétera). Es importante resaltar que la casa no es identificada como un espacio perteneciente al ámbito urbano en el que ocurre la violencia sexual.

El ambiente hostil al que se refirieron las mujeres forma parte del imaginario urbano que no necesariamente tiene un referente empírico, pero produce un conjunto de sentimientos de miedo, inseguridad y temor que configura la forma de estar y transitar los espacios públicos urbanos. La construcción de una imagen subjetiva referente a un ambiente hostil para las mujeres se sostiene en determinadas valoraciones socialmente significativas: salir de casa, transitar el espacio urbano o estar en él, constituye un riesgo de exposición, un peligro para las mujeres de ser objeto de violencia sexual según sus propias cavilaciones.

«Yo creo que en el mundo en general, no es lo mismo vivir, hombres y mujeres; en el país no es lo mismo, en América Latina tenemos una cultura demasiado machista que a las mujeres siempre nos limita, como en cuestiones de libertades y oportunidades, pero en la ciudad de México donde vivo, yo me puedo dar cuenta, que justo pasa esto, no es lo mismo […] porque el acoso sexual es una realidad» (Participante Grupo 1: 30 – 39 años).

De acuerdo con la perspectiva de las participantes, el ambiente hostil no es una percepción que tiene una localización fija y determinada. Se trata de una atmósfera omnipresente en que las escenas urbanas de violencia sexual se generan de manera aleatoria y latente. De este modo, las mujeres señalan que el acoso sexual es una escena cotidiana para las mujeres en la ciudad, independientemente de la edad, las características físicas y la condición social. Sus expresiones aluden a un problema latente y acentuado para las mujeres, a pesar de que reconocen que otros grupos de la diversidad sexual o étnica, o los hombres también, son objeto de acoso sexual, resaltando así que con mayor frecuencia e intensidad se dirige hacia las mujeres de todas las edades que a otros grupos.

«Pero las mujeres lo vivimos más, pues el acoso es cuando mi libertad termina desde donde la del otro empieza, desde mi libertad de vestirme, de andar con quien yo quiera, que si voy a un bar o que si trabajo, y de repente, mi jefe, o desde el momento en que tenga como comentarios así, o que se sientan libres si yo camino por la calle, si yo trabajo donde sea, que se sientan libres de proponerte, de hacerte, de mirarte, o decirte…» (Participante Grupo 2: 30-39 años).

Las escenas de acoso son aleatorias porque pueden presentarse en cualquier lugar: en espacios cerrados o abiertos, solas o acompañadas, en la saturación de la gente o en su ausencia, en tramos largos o cortos, en el centro o en la periferia de la ciudad, de día o de noche, en la luz y en la oscuridad. Para las mujeres entrevistadas, el riesgo de una agresión sexual forma parte de la dinámica cotidiana de la ciudad. Los relatos construyen las escenas urbanas de acoso y abuso sexual como una violencia socialmente compartida, en tanto las describen de manera personal y como parte de un sujeto colectivo. En este sentido, en el material discursivo se identificó un campo de experiencias, imágenes subjetivas, significados y configuraciones afectivas cercanas entre las mujeres, donde las experiencias de unas resuenan en otras.

En los relatos, la ciudad se construye a partir de las imágenes subjetivas y las prácticas configuradas en la interacción social, como en los saberes compartidos y heredados. Las significaciones de la ciudad se entretejen con el miedo a la violencia sexual como una experiencia prefigurada que condiciona el uso de los espacios en determinadas coordenadas. La estancia en la calle o la movilidad de las mujeres no sólo supone el riesgo de ser agredidas sexualmente, sino también, la consideración de una serie de estrategias para enfrentarlo o lidiar con él de manera anticipada, ya sea antes de salir a la calle o estando en ella; de modo que dan cuenta de la construcción y organización de una cartografía del miedo, de las zonas y lugares considerados por su grado de peligrosidad, inseguridad y riesgo. Para las mujeres es necesario caminar o recorrer la ciudad manteniendo un estado de alerta en tanto la agresión es aleatoria, sorprendente y fugaz.

«Para los niveles de inseguridad que yo sé, yo estoy consciente de que los hay, yo creo que también es parte de nosotras como mujeres aprender a tomar medidas de precaución; saber si vamos a andar solas, arriesgándonos, pues sí, arriesgarnos a estar en zonas donde podemos a lo mejor peligrar más…» (Participante, Grupo 1: 18-29 años).

Figura 4. Vanesa, 61 años, viuda, 2 hijos, primaria, trabajo doméstico.

Figura 4. Vanesa, 61 años, viuda, 2 hijos, primaria, trabajo doméstico.

En el recuento de experiencias de violencia sexual en los espacios públicos urbanos, las participantes evocaron una serie de escenas sexuales dirigidas a las mujeres por sujetos desconocidos que significan como «ofensas», «agresiones», «faltas de respeto», «vulgaridades», «burlas» experimentadas en distintos gradientes según el nivel de intensidad del riesgo, peligro o agresión identificada. Los significados de estas expresiones así como el correlato emocional que conllevan dependen de la situación específica que las enmarca, es decir, de la intensidad con la que se presenta y la intención del daño percibido. En cuanto a las acciones, lenguajes y lógicas que las mujeres identifican como expresiones de violencia sexual cotidiana, según la magnitud o el nivel de incomodidad y peligro que les atribuyen, señalan las siguientes: a) Miradas lascivas, expresiones sonoras y frases sexualmente explícitas, b) Tocamientos, frotamientos y golpes, c) Exhibirles los genitales e imponerles a que observen mientras se masturban y d) Persecuciones a pie o desde algún vehículo así como comportamientos de vigilancia.

Las escenas de violencia sexual son experimentadas desde la posibilidad de ser agredidas como parte del imaginario del miedo, hasta las distintas expresiones en que el acoso y el abuso sexual se presentan. Dentro de estas gradaciones, tanto la tolerancia como el rechazo a la violencia, dependen de la dimensión singular de la experiencia: mientras algunas mujeres declaran estar habituadas y haber aprendido a ser indiferentes a ciertas formas de violencia sexual, a otras les basta una frase o gesticulación para sentir intimidación y miedo. Si bien se encontraron diferencias en las formas de percepción y respuesta ante el acoso por parte de las mujeres -principalmente en función del grupo etario al que pertenecen- se identificaron ciertas escenas que son consideradas como experiencias alarmantes que activan el miedo para todas ellas, a saber, las que se configuran por la insistencia con la que actúa el sujeto acosador, cuando las mujeres se encuentran solas con el agresor o bien, cuando las mujeres se perciben vulnerables e indefensas, sobre todo, en la temporalidad de la noche o en zonas de oscuridad.

Por la forma en que han sido abordadas, las mujeres leen la intencionalidad del acto del otro en términos de burla, daño y/o crueldad; lo cual, a su parecer, hace del acto violento un asunto de orden moral. En cualquiera de sus manifestaciones, la violencia sexual genera una experiencia desagradable y ofensiva, mina la tranquilidad e integridad corporal y emocional de las mujeres en intensidades distintas. Para las receptoras del acoso o el abuso, el daño físico o moral, y el agravio que produce se traduce en una respuesta emocional que varía según las circunstancias de la escena de violencia sexual.

«Esta es la experiencia que más recuerdo porque fue bastante desagradable: Un día, no sé por qué razón, estaba sobre Insurgentes, aquí en el norte, a la altura de La Raza, y tenía que cruzar el puente, ese horrible que esta ahí, y lo tomé… Estaba sola, era como medio día, y justo del otro lado del puente, vi un tipo que me dio mucha desconfianza, y pensaba ¿Me regreso o no me regreso? ¿Me espero? Total ya estoy aquí a la mitad, ¡Qué flojera! No sé qué… Y me seguí. Entonces el tipo, cuando llego a la esquina, me empieza a hablar, y yo así de ¡Ah! y con tacones… Entonces tratando de bajar, y el tipo estaba a mi lado. Entonces yo me empecé a poner nerviosa porque este tipo, de entrada me dijo «¿No te quieres regresar? Que está muy solo». Entonces volteé y dije ¡No! y a la mitad del puente dije ¡No, no me quiero regresar! Es el puente peatonal que cruza Insurgentes a la altura de La Raza, que es muy grande, y entonces yo me seguí bajando, pero yo no lo pelaba, y el tipo a lado de mí, y cuando bajé el puente, el tipo me toqueteó toda la vagina ¡Horrible! Y después hizo una seña bastante desagradable, se lamió la mano… ¡Desagradable! Y el tipo se volteó, se empezó a reír, me mandó un beso el muy pendejo y se largó, y yo me quedé viendo. La gente, obvio, no hacía nada. Yo estaba molesta, me sentía súper mal, me puse a llorar» (Katia, 34 años, casada, sin hijos, licenciatura, empleada).

Las escenas de violencia sexual son reconstruidas a través de narraciones emocionales que dan cuenta de la experiencia, tanto sentimientos de miedo y temor a ser agredidas en el espacio público, como sensaciones de impotencia, enojo, frustración, asco, vergüenza, humillación e indefensión durante la escena del acoso/abuso y posterior a ella. De acuerdo con sus relatos, la violencia sexual se traduce en una respuesta emocional como producto de una interacción que se realiza en contra de su voluntad. Dicha respuesta se desdobla en dos temporalidades: una que es momentánea, es decir, se produce en la escena misma en términos de respuesta o reacción inmediata, y otra que es posterior a ella, esto es, desencadena una relación entre la emoción, la memoria y el espacio donde ocurrió la agresión.

Un rasgo sobresaliente de las escenas de violencia sexual es que las mujeres tienden a vivirlas en silencio; generalmente no las comparten o no expresan lo sucedido por temor a ser cuestionadas o incluso a ser señaladas como las responsables de la ofensa. El silencio predomina incluso frente al agresor, pues las mujeres evitan confrontarlo por temor a una mayor agresión, a pesar de la frustración experimentada. Es así que los relatos ponen de manifiesto una serie de mecanismos sociales que silencian e invisibilizan estas violencias bajo el argumento de que son intrascendentes, son normales o las víctimas son quienes las provocan; mientras las mujeres se sobreponen a los efectos de la violencia con sus recursos personales encapsulando la emoción y la significación ligada a tal experiencia.

Las escenas urbanas de violencia sexual son experimentadas de manera individual, es decir, se construyen singular y subjetivamente; más el análisis revela rasgos comunes en cuanto a la ubicación de coordenadas espaciales, temporales y corporales que iluminan procesos y significados socialmente compartidos, dando cuenta de la dinámica social y situada en la que se generan. De ahí que las mujeres construyen mapas delimitados de la ciudad en función de la peligrosidad que atribuyen a determinadas zonas o bien, porque evitan los lugares donde han vivido alguna escena de acoso sexual. El resultado es que las mujeres tienen un acceso parcial a la ciudad, además de que su experiencia, al recorrerla, está marcada por la inseguridad, la desconfianza en el otro y la puesta en marcha de un conjunto de estrategias de autocuidado y protección para evitar el acoso. Además de la delimitación de zonas para transitar, sus prácticas de movilidad se configuran mediante una serie de precauciones tales como: utilizar transportes menos saturados, adaptar su vestuario evitando que sea «llamativo», así como restringir sus horarios, es decir, realizar las actividades en el espacio público a la luz del día principalmente. Asimismo, buscan compañía para salir de noche y mantenerse en estado alerta mientras transitan la ciudad.

Figura 5. Eleonor, 39 años, unión libre, sin hijos, licenciatura, empleada.

Figura 5. Eleonor, 39 años, unión libre, sin hijos, licenciatura, empleada.

Si bien el análisis de los dibujos y bricolajes, su clasificación y contrastación por grupos etarios es objeto de otro trabajo, es preciso mencionar aquí ciertos puntos de contacto identificados entre el material visual y narrativo para mostrar la complementariedad de las técnicas utilizadas.

De este modo, en ambas fuentes de datos cualitativos se identificó un esfuerzo cognitivo por definir la experiencia de la violencia sexual a través de la selección de distintos elementos representados en las imágenes que describen cómo es la escena y cómo se configura la relación de poder: las características de los personajes, de la interacción y la descripción de sus dimensiones espaciales y temporales. Asimismo, los dibujos y las narrativas incorporan el lenguaje de los afectos de manera central para ubicar en una gama de intensidades emocionales, sensoriales y corporales el registro de la experiencia, para dar cuenta de cómo se sienten las mujeres afectadas por la violencia en el momento de la escena y posterior a ella. Un tercer punto compartido son los elementos que describen qué significa el acoso y el abuso sexual, configurados por el orden social de género a través de roles, normas y valores definidos y estereotipados referentes al ser hombre y mujer en la sociedad.

En cuanto a los bricolajes, una diferencia significativa es que éstos muestran ciertos temas que no emergieron en las entrevistas. Por ejemplo, las imágenes construidas a partir de procesos de resemantización de los contenidos publicitarios que colocan el cuerpo femenino en un lugar protagónico dentro de un espectro entre lo invisible y lo hipervisible, relacionados con la cosificación sexual de la mujer como objetos de consumo.

Figura 6. Oriana, 59 años, soltera, 3 hijos, primaria, cocinera.

Figura 6. Oriana, 59 años, soltera, 3 hijos, primaria, cocinera.

Por último, se encontraron una serie de diferencias en la construcción visual de las escenas por grupo etario que tienen que ver principalmente con mensajes preventivos, de intervención y corrección del acoso sexual. En este sentido, mientras las jóvenes construyeron un discurso de derechos vinculado con el ejercicio de la ciudadanía y, por consiguiente, apelaron a la intervención del Estado a través de sus instituciones educativas y jurídicas, las mujeres de mayor edad elaboraron escenas centradas en la responsabilidad familiar, particularmente en la crianza y el cuidado de los hijos e hijas para evitar o para cambiar la violencia sexual. Asimismo, un tema importante que emergió en las composiciones visuales de las mujeres de mayor edad a diferencia de las narrativas de las más jóvenes, fue el castigo físico a los acosadores, es decir, refirieron el deseo de dar un escarmiento sobre sus cuerpos, tema que no emergió en los discursos que se produjeron en las entrevistas. A este respecto cabe decir también que la preocupación y miedo que genera la violencia sexual en este grupo de mujeres es mayor por el riesgo que corren sus hijas y nietas, no tanto ellas mismas.

Figura 7. Monserrat, 68 años, casada, 3 hijos, jubilada, ventas.

Figura 7. Monserrat, 68 años, casada, 3 hijos, jubilada, ventas.

Los dibujos y bricolajes configuran un campo visual que capta y articula el sentido de la temporalidad, la espacialidad y la emocionalidad de las escenas urbanas de violencia sexual; expresan los imaginarios desplegados en las experiencias del espacio y las relaciones que se producen en él. Estos relatos construyen historias sobre las formas en que el sujeto se apropia y relaciona con el espacio a través de representaciones, significaciones y afectos, que tienen un carácter único y, al mismo tiempo, organizan una experiencia socialmente compartida.

De este modo, los relatos y las imágenes que elaboraron las mujeres evocan múltiples escenas de acoso y abuso sexual -que han vivido más de una vez cada una de ellas-, a través de emociones, memorias, mapas afectivos y trayectorias que la violencia de género ha inscrito en el cuerpo y la ciudad: marcas subjetivas que resuenan cuando en la calle se sienten inseguras, modifican sus itinerarios y recorren la metrópoli con incomodidad y temor a ser agredidas. Mas estas escenas revelan también que, a pesar del miedo, la impotencia y el shock que el acoso sexual produce, lejos de asumirse como víctimas, las mujeres cotidianamente se las ingenian para generar estrategias que les permitan andar la ciudad a pesar del miedo o la incomodidad.

Si bien se encontraron diferentes formas de enfrentar las violencias sexuales cotidianas, ya sea con recursos personales, sociales, institucionales, o todos ellos, un aspecto relevante es el rechazo explícito de las mujeres a la violencia, la sensación de humillación e injusticia, así como la conciencia de que no es un asunto normal ante el cual deben resignarse, aunque forma parte de la dinámica cotidiana de la ciudad.

Figura 8. Tania, 23 años, soltera, sin hijos, estudiante de licenciatura.

Figura 8. Tania, 23 años, soltera, sin hijos, estudiante de licenciatura.

 

4. Escrito en la banqueta – Archivo de Memoria Visual

En este apartado se describe el Archivo de Memoria Visual que reúne el material gráfico que las mujeres elaboraron para representar las escenas urbanas de acoso y abuso sexual experimentadas en distintos momentos de su vida.

Los contenidos de los diversos materiales muestran que, de ser experiencias traumáticas para las mujeres, estas escenas pasan a formar parte del olvido sin restitución del daño. Las enfrentan con sus recursos personales principalmente, y se hacen cargo de sus efectos en silencio. Generalmente, estas escenas transcurren de manera inadvertida por el otro, son toleradas socialmente y vividas con impunidad.

En este sentido, los dibujos y bricolajes permiten mostrar la experiencia que tiende a quedarse encapsulada en el contorno individual, el silencio, el olvido y la memoria del cuerpo. Los relatos visuales posibilitan, de este modo, la cristalización del recuerdo y de la fugacidad de la experiencia, de los trayectos de los transeúntes, visibilizando historias «a ras del suelo» (De Certeau, 2000). De ahí la importancia de visibilizar la violencia de género y colocarla en el espacio público como un problema de carácter social.

En este orden de ideas, el Archivo de Memoria Visual se construyó con el material gráfico obtenido -un total de 52 dibujos y bricolajes- a través de tres formatos de presentación, con el objetivo de documentar y visibilizar un conjunto de escenas urbanas de violencia sexual narradas por mujeres desde sus vivencias del espacio, emociones y memorias en su tránsito cotidiano por la ciudad. A continuación se describen los componentes del archivo: a) un disco compacto que agrupa los 52 relatos visuales y narrativas urbanas de las escenas de violencia sexual que elaboraron las participantes del estudio. Dicha compilación se distribuyó entre el mayor número de participantes del estudio que fue posible contactar una vez que se dio por concluida la investigación; b) una exposición itinerante de carteles. De las 52 imágenes se seleccionaron 30 para impresión en formato cartel (80cm X60cm cada uno), a fin de montar una exposición en diversos lugares públicos [6]. Cada cartel muestra la imagen que elaboraron las mujeres y la narración que presentaron de ésta ante el grupo. Con esta idea, la muestra de carteles pretende intervenir el espacio público por medio de imágenes que representan las experiencias de las mujeres en la ciudad; y c) un relato audiovisual [7] sobre las escenas urbanas de acoso y abuso sexual. El tercer formato del archivose elaboró con base en una selección de audios de las entrevistas y de dibujos y bricolajes. El objetivo de este material es contar una historia colectiva entretejida por las experiencias de las mujeres en la ciudad. Se consideró la pertinencia y el potencial de esta estrategia por su fácil difusión para comunicar los hallazgos de la investigación. Por otro lado, cabe señalar aquí que las voces no corresponden con la autoría del dibujo en escena, sin embargo, las descripciones y los dibujos producen este efecto mostrando la configuración de la violencia sexual como un campo experiencial socialmente compartido.

Escrito en la banqueta – Archivo de Memoria Visualpretende evidenciar así las «naturalizaciones» que ocultan las diferencias entre hombres y mujeres en la construcción del espacio urbano; revelar estereotipos alrededor del acoso y abuso sexual, y generar un reconocimiento y legitimidad de las experiencias cotidianas que viven las mujeres en la ciudad. Como resultado de un trabajo colectivo, el archivo reúne las composiciones visuales elaboradas por las mujeres para mostrar que se trata de una manifestación de la discriminación por género, que atenta contra la integridad física y la tranquilidad de las mujeres, limitando su libertad y su derecho a la ciudad.

En un ejercicio reflexivo y de reparación simbólica, el Archivo de Memoria Visual busca dar voz y reconocimiento a los sentires de las mujeres, cuyos mensajes no son concluyentes, sino detonadores de un proceso de reflexión: las escenas representadas convocan así a elaborar un sentido de lo que les ha ocurrido a ellas y a otras… Delineando un camino de la tolerancia social y la indiferencia, a la empatía y la construcción de una ciudad segura y respetuosa de los derechos de todas y de todos.

5. Reflexiones finales

En esta investigación se utilizaron dispositivos narrativos y visuales como estrategias metodológicas complementarias para documentar y hacer visibles los personajes, lugares y acciones que configuran las escenas urbanas de violencia sexual, al tiempo que comunican la experiencia y los significados de las mujeres que las experimentan por medio de un sistema de signos e informaciones.

El uso complementario de estas fuentes de datos permite oscilar entre las significaciones y las tramas y secuencias elaboradas en los relatos a través de la palabra enunciada -sus desvaríos y argumentos racionales- y un lenguaje visual que privilegia el trazo para significar el vacío de la representación que la violencia produce, así como los afectos y sensaciones que escapan a la narratividad y los prejuicios que se editan en ella. Los dibujos, en este sentido, operan con una lógica sensible -espontánea y lúdica- que contrasta con la edición y racionalización de la experiencia estructurada en el relato y dirigida a un público particular (Piña, 1989).

De acuerdo con Licona (2008), es compleja la relación que se establece entre la palabra enunciada y la construcción de una imagen. Para el autor, el dibujo, al igual que el habla, hace combinaciones de códigos urbanos, los altera, los resignifica en el proceso de imaginar la ciudad. Esto es posible porque el dibujo es un acto de memoria individual a su vez que colectivo. El dibujo depende de lo que los habitantes dicen e imaginan y el lugar desde donde lo enuncian, lo que a su vez condiciona la selección de recuerdos que narran y recrean la ciudad y posibilitan la producción de significados e interpretaciones sobre la experiencia y su dimensión espacial.

El autor señala que el uso de dibujos requiere un complemento verbal, es decir, la explicación articulada de la palabra, lo cual se ha constatado en el proceso investigativo que aquí se describe. Esto es, cuando las mujeres presentaron al resto del grupo su composición visual, fue posible dilucidar y construir un horizonte de comprensión más profundo sobre la imagen que trabajaron. Sin embargo, cabe señalar que queda por explorar los elementos que no están presentes en sus narrativas, pero sí en sus composiciones visuales. Esto confirma a su vez la pertinencia del uso de ambas técnicas como datos etnográficos y geográficos.

En suma, la representación de las escenas urbanas de acoso sexual es una interpretación que se produce a través de los rasgos físicos, subjetivos, geográficos e imaginarios que las mujeres les atribuyen. Por medio de las composiciones visuales y narrativas las mujeres construyen un sentido de su propia vivencia, al tiempo que abren la puerta a múltiples lecturas subjetivas. En este sentido, los dibujos comunican la forma en que las mujeres plasman sus interpretaciones en el aquí y ahora, es decir, la forma en que traen esas escenas al presente, las elaboran y resignifican apropiándose de la escena, redimensionando sus coordenadas espaciales, temporales y emocionales.

Lo que aquí se subraya es el uso complementario de las técnicas utilizadas por su potencial y pertinencia para la expresión y elaboración de experiencias que se caracterizan por una relación de dominio con efectos devastadores en la subjetividad, como es la violencia de género y la violencia sexual. La relevancia social del estudio radica en el uso complementario de estas técnicas como una forma de revertir los paisajes de la violencia-miedo en la ciudad a través de la generación de procesos de apropiación subjetiva y de resignificación de la experiencia, mediante la elaboración de escenas de acoso y/o abuso sexual en las que las mujeres han sido sometidas.

La posibilidad de mostrar estas experiencias a través de la mirada de quienes las han vivido permite desmantelar los mecanismos sociales del olvido, el silencio y la invisibilidad que producen y reproducen escenas urbanas cotidianas de violencia sexual que deja huellas materiales y simbólicas por donde pasa, al tiempo que muestra que no son definitivas, es decir, que se pueden escribir formas distintas de hacer ciudad.

Video – Relato audiovisual Escrito en la Banqueta

Referencias Bibliográficas

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Booth, C., Darke, J. y Yeandle, S. (1998). La vida de las mujeres en las ciudades. Madrid: Narcea.

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Camas, V. (2008). Nuevas perspectivas en la observación participante. Madrid: Síntesis.

De Certeau, M. (2000). La invención de lo cotidiano. 1. Artes de Hacer. México: Universidad Iberoamericana.

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Licona, E. (2008). El dibujo como dato geográfico y etnográfico. Segon Congrés Català de Geografia, 29-31 de mayo.

Lindón, A. (2008). De las geografías constructivistas a las narrativas de vida espaciales como metodologías geográficas cualitativas. Revista da ANPEGE, 4.

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Sabaté, A., Rodríguez, J. M. y Díaz, M. A. (2010). Mujeres, espacio y sociedad. Hacia una geografía del género. Madrid: Síntesis.

Recibido el 28 de noviembre de 2013, aprobado el 17 de diciembre de 2013. Este artículo es producto de la investigación «Género, poder y espacio urbano. Acoso y hostigamiento sexual hacia las mujeres en la Ciudad de México», realizada por Edith Flores en la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco, con el financiamiento del Programa de Mejoramiento del Profesorado PROMEP, durante el periodo 2012-2013. En la investigación participaron Emmanuel Pontones como becario PROMEP, Paola León como parte de su servicio social e Israel Prettel en el diseño gráfico bajo la coordinación de Edith Flores, investigadora del proyecto.

Edith Flores, Departamento de Educación y Comunicación, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco. E-mail eeedithhh@gmail.com

[1] El tiempo efímero es parte de la propuesta del autor para repensar los tiempos de la actividad humana y del espacio en particular, en términos del tiempo de la larga duración, el tiempo efímero, el tiempo fugaz y la ausencia de tiempo. A diferencia de las últimas tres temporalidades, la larga duración, aclara el autor, es inaprehensible para la experiencia directa, más bien requiere de su construcción (Hiernaux, 2007). Por su parte, con la categoría «ausencia de tiempo», se refiere a la simultaneidad espacio-temporal, estrechamente ligada con el desarrollo de la tecnología.

[2] El estudio enfoca principalmente las prácticas de acoso sexual dirigidas a las mujeres en los espacios públicos urbanos de la Ciudad de México. Queda por explorar estas prácticas en otros grupos que también son objetivo de acoso sexual como los grupos de la diversidad sexual, los hombres, la población infantil, entre otros.

[3] El trabajo de campo consistió en 12 entrevistas a profundidad a mujeres de manera individual y 6 entrevistas grupales conformadas por 6 a 8 participantes según rango de edad, nivel educativo y condición social. Nuestro interés se centró en la experiencia de mujeres de distintas edades que agrupamos como sigue: de 18 a 29 años, de 30 a 39 años y de 40 años y más, realizando 4 entrevistas individuales y 2 grupos por cada rango de edad.

[4] De acuerdo con Lindón (2008: 19), las narrativas de vida espaciales tienen como objetivo generar información cualitativa sobre las prácticas y sus espacios a través del discurso del sujeto que realiza dichas prácticas. En palabras de la autora «una narrativa de vida espacial es un relato organizado y secuencializado espacio-temporalmente de experiencias vividas por el sujeto en ciertos lugares. Es un relato en el cual el lugar -con toda su singularidad- se hace parte de la experiencia allí vivida, influye de alguna forma en la experiencia, le imprime una marca».

[5] La Zona Metropolitana del Valle de México está integrada por el Distrito Federal, 59 municipios del Estado de México y un municipio del estado de Hidalgo. Fuente: http://www.inegi.org.mx/est/contenidos/espanol/sistemas/CEZM12/estatal/default.htm.

[6] La primera exposición de carteles se llevó a cabo en las instalaciones de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, México, D.F. del 17 de octubre al 14 de noviembre de 2013.

[7] El relato audiovisual fue realizado con la colaboración de Israel Prettel, diseñador gráfico del estudio y Edith Flores, investigadora y coordinadora del proyecto de investigación.