Las ferias libres de la actualidad, reconocidas y legitimadas tanto en la práctica como en los discursos, tienen una historia de al menos sesenta años de vida pública, y una prehistoria de al menos dos siglos y medio de continua proscripción. Esta es la genealogía que el historiador Gabriel Salazar nos invita a conocer.
Fiel a la tradición de su obra, Salazar plantea un reivindicación histórica que es en sí un gesto subversivo, pues reconoce en las ferias libres una forma articulada donde muchos sólo ven aglomeración, reasignándole un lugar de importancia a uno de los componentes que seguramente más huellas ha dejado en la historia de la ciudad capitalista occidental: el comercio informal.
1. Espacios públicos y soberanía popular
Quizás el concepto que más profundamente recorre el texto es soberanía. Pero el autor no se preocupa de él en términos jurídicos, sino más bien en cuanto expresión cívica. La obra narra la historia de sujetos urbanos económicamente marginados, que para subsistir generaron prácticas de apropiación de los espacios públicos. El argumento central traza precisamente un recorrido que va de la carencia a la subsistencia, de la marginalidad a la inclusión y de la no-propiedad a la apropiación.
Uno de los juicios más aventurados que hace el autor es replantear las ferias libres precisamente como actos que recuperan la antigua soberanía del pueblo, reviviendo la cultura social y el diálogo abierto del ágora. El autor pone énfasis no sólo en el acto de ocupación y resistencia que las ferias conllevan, sino también en el tipo de relación entre ciudadanos que promueven y facilitan. El análisis toma como punto de inflexión el antes y el después del Estado moderno, donde el primero se encontraba demarcado por una racionalidad colectiva que daba fundamento comunicativo y deliberativo al poder, y el segundo por la fuerza o violencia ejercida desde el aparato central que establece el poder. La soberanía cívicamente constituida en el espacio público es lo que la historia ha olvidado, desde la consolidación de la supra-soberanía del Estado moderno. Con ello, el surgimiento del poder central se condice en cierta medida con el retraimiento del hombre público: el ágora se ha desmembrado, y los sujetos han devenido en individuos no deliberantes, pasando de ciudadanos a muchedumbre.
A lo largo de este proceso, el autor reconoce los cambios radicales en la organización institucional y en la configuración histórica del espacio público. Con el surgimiento de los estados nacionales, el zócalo se vació de los símbolos, prácticas y poderes de identidad y soberanía ciudadana, los que se vieron rápidamente reemplazados por los emblemas y pabellones institucionales. Fue así como se produjo una escisión entre deliberación colectiva y soberanía popular, que tuvo una clara expresión espacial: mientras que la primera quedó restringida a los espacios públicos oficiales, la segunda hubo de recrearse en otros espacios, más residuales, escondidos y alejados de la mirada siempre presente del Estado [1].
Las ferias serían un espacio público único en su especie, donde se despliegan relaciones libres y abiertas en un permanente flujo de ciudadanos. Son puntos de la ciudad donde convergen la permanencia con la movilidad, y de cuyo choque emergen dos cualidades distintivas del ágora clásica: la “cultura comunitaria” y la soberanía del ciudadano consumidor. El que la historia del espacio público en las ciudades latinoamericanas se encuentre escrita con la tinta inagotable del comercio callejero se explica precisamente porque en ellos se da, en perfecta sintonía, la relación entre lo flexible, libre y dialogante de lo informal con el flujo vertiginoso de la ciudadanía en movimiento. Las ferias se constituyen entonces como lugares que, anclados en las ciudades, logran poner un alto a la despersonalizada vida urbana, recuperando de alguna manera el sentido clásico de lo cívico.
Repasando el devenir de un espacio público –un terreno siempre en disputa-, la historia del comercio callejero parece ser entones la historia del control y la resistencia. Control desde un sistema central cuyo discurso cíclico de aceptación y represión contra el otro ambulante lo vuelve una figura siempre tematizada. Resistencia desde los feriantes, guerrilleros cívicos que sortean los embates del poder al ejercer una resistencia quizás sin proyección política ni expresamente revolucionaria, pero siempre expresión de una soberanía popular, porque para Salazar, el espacio público, desde su origen, es aquel lugar donde el pueblo ha ejercitado directamente su soberanía. Frente a un espacio público cada vez más dominado y administrado por los poderes centrales, donde se intenta disciplinar no sólo las transacciones comerciales sino también las relaciones sociales, los patrones culturales y las pautas morales, el comercio informal se ha transformado en la última arma política y económica con que las clases populares pueden ejercer sus derechos ciudadanos.
2. La dimensión económica
La mirada sobre el comercio ambulante y las ferias libres no puede, sin embargo, no abordar su dimensión económica, porque la pobreza ciertamente es una causa de la invasión popular al espacio público. Historiográficamente parece claro que el comercio informal de los pobres ha sido una válvula compensatoria de crucial importancia respecto de la crónica crisis del empleo asalariado en Chile. La tendencia sistémica ha incentivado el deslizamiento de los pobres no asalariados hacia los distintos rubros de la economía informal, en un intento por maximizar en todos los sentidos el rol compensatorio de esta economía, pues –como plantea Salazar- la “compensación” no sólo tiene que ver con el hecho de que esa economía proporciona “empleos de recambio” cuando los empleos formales escasean; también proporciona “identidades y gratificaciones sociales y culturales” que impiden que las masas frustradas y la pobreza misma se reconviertan en un movimiento social políticamente peligroso y revolucionario.
Ahora bien, el que este tipo de comercio haya subsistido tiene un anclaje espacial, ya que en las ciudades latinoamericanas el productor popular no cuenta con un lugar legítimo donde vender sus bienes. A diferencia de lo que puede apreciarse en varias ciudades europeas, aquí el productor debe salir a las calles para comercializar sus productos. La ubicuidad es entonces una de sus características, y la carencia una de sus motivaciones. Esta ilegitimidad implica entonces estar inmerso en una guerra de guerrillas con las autoridades municipales y metropolitanas, porque tanto la apropiación como la necesidad de supervivencia han gatillado un conflicto zonal con la estructura tributaria del sistema. Para sobrellevar esto, las clases populares se apoyaron en redes solidarias familiares y comunitarias (no contractuales ni formales), desarrollando una complicidad cívica con la masa de ciudadanos que necesitan comprar lo necesario para su vida cotidiana. El comercio informal de los pobres ha operado históricamente como un tejido social con capacidad para conservar y preservar algunas de las relaciones cívicas que antaño configuraban el tejido soberano de las comunidades ciudadanas.
Pero el comercio regatón [2], más que una función económica marginal del sistema dominante, es una función orgánica e interna de carácter estratégico en la economía popular. Con él, la pobreza ha sido capaz de generar su propio espacio público, y de elaborar un mecanismo que facilita su supervivencia. Pero no sólo eso: según el autor, la economía informal conserva más y mejor la autogestión social, la participación comunitaria y el sentido de igualdad que las instancias que el poder formal ofrece. Es necesario mencionar, sin embargo, que no toda economía informal es economía de supervivencia, y que no toda economía informal es necesariamente popular, en el sentido de estrategia para superar la pobreza. Por último, es evidente que no toda estrategia para superar la pobreza comporta la configuración de un espacio público en el que sobrevivan residuos de soberanía popular. Las ferias libres, sin embargo, parecen recaudar todo lo anterior: un espacio público apropiado por las clases populares, con el cual establecen una estrategia de supervivencia.
3. Cerrando ideas
Como hemos visto, las ferias libres se encuentran cargadas de significados. Ellas tienen la peculiaridad de ser alternativas de economía informal centradas en la supervivencia, dirigidas a superar la pobreza, pero que a la vez reproducen un espacio público en el que habita –todavía, como cálido fantasma- el ancestral espíritu cívico del ágora clásico. Es una forma de economía informal que atrae simpatías ciudadanas y demuestra capacidad para perdurar a través de los siglos. Se desprende de lo dicho que el sector informal ha tenido siempre, y sigue teniendo, un rol estratégico en el abasto de toda ciudad latinoamericana. Ello permite explicar, en parte, el fracaso de las políticas municipales y nacionales que han pretendido centralizar, o erradicar o “embellecer” urbanísticamente este tipo de comercio.
El contexto urbano actual se encuentra demarcado por intereses económicos y políticos que, desde el sistema central, tienden areducir o eliminar los rasgos clásicos de la soberanía popular; puede decirse que la participación ciudadana se ha visto reemplazada por la “modernidad” de la jerarquía, la representatividad, la individuación y el consumismo, los que se encuentran garantizados por una invasora e inextricable red de derechos individuales y poderes delegados. Salazar denuncia cómo hoy se ha desocializado y disgregado la soberanía popular, estatizando el espacio público y devaluando el contenido social de los sujetos. Por ello destaca que los pobres, al buscar por sí mismos y entre sí mismos la supervivencia, reconquistan, a su manera, una parte significativa de su perdida dimensión social. Lo que hoy se ha dado en llamar el “capital social” de los pobres no es sólo entonces un factor sinérgico, sino que expresa un ejercicio de reconquista del carácter social de los sujetos; es, a escala mínima, el arquetipo germinal de la “revolución social” que late bajo la piel del modelo neoliberal.
De ser así, concluye el autor, los “conservatorios” de soberanía popular que constituyen el comercio callejero, aunque contengan hoy sólo residuos de lo que contuvieron en el período clásico, necesitan ser relevados, reexaminados y proyectados en la dirección indicada por los emergentes y sorpresivos “nuevos movimientos sociales”. Lo cual es necesario no sólo para resolver los problemas generados por el modelo neoliberal, sino –sobre todo- para reconstruir la ciudadanía sobre las dimensiones sociales de su hoy escamoteado poder soberano.
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Pablo Páez, Licenciado en Historia y estudiante del Magister de Desarrollo Urbano Pontificia Universidad Católica de Chile.
Gabriel Salazar (Santiago, 1936) estudió Historia, Filosofía y Sociología en la Universidad de Chile. Es director de la Maestría en Ciencias Sociales de la Universidad ARCIS, y profesor en el Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Chile. Entre sus libros se destacan: Labradores, Peones y Proletarios (1985); Violencia Política Popular en las Grandes Alamedas (1990); Los Intelectuales, los Pobres y el Poder (1995) y Autonomía, Espacio y Gestión (1998).
[1] Un antecedente claro de las ferias libres de hoy puede encontrarse en las “cañadas” del ayer. Se les llamaba así a lugares alejados del centro de las ciudades, donde se vivía una atmósfera relajada y liberal de la cultura popular.
[2] Lo que hoy se entiende por “comercio informal”.