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OTO 2016

Festival de la Chicha/

Un grito desde la tierra del olvido

Ana María Carreira

Artículo | Revista

Resumen

El festival de la chicha se celebra cada año en el barrio La Perseverancia de la ciudad de Bogotá, es una expresión popular que reivindica una bebida ancestral, perseguida desde la época colonial y cuya tradición se ha mantenido clandestinamente. Recuperar esta práctica ha contribuido a la cohesión social y al fortalecimiento de la identidad de un barrio obrero en progresivo deterioro que, localizado en la zona central de la ciudad, hoy sufre la presión inmobiliaria y el abandono sistemático por parte de la administración.

El estudio analiza el problema de la cultura popular, sus alcances y limitaciones, y la necesidad de que los gobiernos locales promuevan procesos de autogestión de la comunidad y fortalezcan el patrimonio cultural inmaterial en contextos urbanos de gentrificación.

Palabras Claves

Chicha, Gentrificación, Patrimonio, La Perseverancia (Bogotá), Cultura popular.

Abstract

The Chicha festival held every year in the neighborhood of Perseverance, in Bogota, is a popular expression that claims an ancestral drink, persecuted since the colonial period, and which tradition has been kept underground. The recovering of this practice has contributed to social cohesion and to the strengthening of the identity of a working-class neighborhood in progressive decline, located in the central area of the city, a group that today suffers the pressure of housing transformatios and the systematic abandonment by the administration.

This study analyzes the problem of popular culture, its scope and limitations, and the need for local governments to promote self-management processes and strengthen the community's cultural heritage in an urban context of gentrification.

Keywords

Chicha, Gentrification, Heritage, La Perseverancia (Bogotá), Popular culture.

Introducción

El Barrio de la Perseverancia, antiguamente llamado Alto de San Diego, era en la colonia “un refugio de los antiguos sobrevivientes aborígenes, que se dedicaron a fabricar carbón vegetal para los fogones de sus dominadores” (Osorio, 1956: 114). En la zona funcionaban fábricas de alfarería, algunas ladrilleras y en lo que por entonces era la periferia de la ciudad, se localizaba la iglesia Recoleta construida por la orden franciscana en 1606. En 1889 los hermanos Leo y Emil Kopp adquirieron un globo de tierra de 200 varas cuadradas para construir y fundar una fábrica de cerveza con el nombre de Cervecería alemana Bavaria [1].

Para 1910, Bavaria realizó una parcelación en sus terrenos y otorgó créditos a sus trabajadores y a quienes hacían los capachos (cestos de junco para proteger el envase de la cerveza), para establecerse con sus familias cerca de la fábrica. La tipología de micromanzanas da cuenta del origen comunitario del barrio, “marcadas por la autoconstrucción de las casas y el espacio público, herencia de las relaciones sociales de producción y propiedad de la industrialización en Colombia» [2]. Estas formas colectivas crearon desde el principio fuertes lazos sociales entre sus habitantes, vínculos que han prevalecido a lo largo de la historia. Por otra parte, al ser la mayoría de origen campesino, con ellos llegó también la elaboración y consumo de la chicha [3]. Como señalan Liliana Ruiz y Esteban Niño: “En esos días, los obreros elaboraban la cerveza, pero se emborrachaban con chicha” (2007: 20).

La Perse [4], como la llaman sus vecinos, es el primer barrio obrero de la ciudad de Bogotá. Se localiza en las estribaciones de los cerros orientales, uno de los sitios más altos y más apetecidos hoy de la capital, a espaldas de edificios emblemáticos de la ciudad como el Museo Nacional y el Centro Internacional. Al sur linda con el barrio de viviendas La Macarena de estrato medio-medio y Bosque Izquierdo, pequeño barrio ocupado por hogares del estrato alto. Al norte limita con el barrio La Merced, donde casi la totalidad de las edificaciones son utilizadas como oficinas de empresas medianas y pequeñas, de alto nivel socio-económico, y por el Colegio de San Bartolomé de la Merced y la Universidad CESA.

Mapa barrio La Perseverancia. Fuente: http://visitalamacarena.blogspot.com.co/p/el-barrio.html

Fig. 1. Mapa barrio La Perseverancia. Fuente: http://visitalamacarena.blogspot.com.co/p/el-barrio.html

El crecimiento paulatino e incesante de la ciudad generó que lo que a principios del siglo XX era una zona periférica, se haya convertido en una zona central:

«[…] el rápido crecimiento de la ciudad fue consolidando la dinámica barrial en este sector de Bogotá. Hoy, La Perseverancia parece aislado del centro de la ciudad. Se mantiene la vida de barrio, los vecinos se conocen entre sí y se conservan muchos elementos que crean y refuerzan lazos comunitarios» (Ruiz y Niño, 2007: 20).

Dos factores: su localización central y el bajo nivel económico de su población, lo han convertido en un objetivo inmobiliario. Este mecanismo que comienza por el abandono sistemático por parte de la administración, el deterioro progresivo del barrio obrero y la expulsión paulatina de sus habitantes, es denominado gentrificación.

La Perse, un barrio de carácter popular, con viviendas modestas ocupadas por personas obreras de distintas especialidades está hoy experimentado un soterrado proceso de gentrificación [5].  Este proceso se puede observar en la aceleración en la tasa de valorización del suelo del sector, en los carteles de venta de propiedades que han ido apareciendo, en los agentes y promotores inmobiliarios que se mueven por sus calles y hablan con sus vecinos, y en el gobierno local que, con el objetivo de densificación del suelo y dinamización del sector de la construcción, promueve la especulación del suelo en el centro de la ciudad, y consideran estos barrios obstáculos para el desarrollo urbano.

La gentrificación implica el desplazamiento de los habitantes de menores ingresos, que viven en el centro urbano y su sustitución por habitantes de clase media-alta, es decir, supone una agresión contra las clases menos favorecidas y a favor de las más pudientes, por lo tanto, es un fenómeno que envuelve el concepto de clase social; un conflicto que enfrenta a una clase con otra.

Más allá del reclamo de los habitantes históricos a su permanencia en el barrio, la actividad de compra silenciosa y de manera individual de predios particulares, no por necesidad de habitarla sino por invertir y especular, genera en La Perseverancia una lenta expulsión de su población. Esto implica eliminar “la memoria de los barrios, con el fin de anular el sentimiento de pertenencia al territorio, facilitando de esta manera la expulsión y la sustitución de sus moradores” [6].

Son las prácticas culturales que fortalecen la identidad al barrio, una de las formas de contrarrestar la presión que ejerce el mercado inmobiliario. En La Perse, la creación en el año 1988 del Festival de la Chicha [7], organizada por sus propios habitantes, tuvo ese propósito: por una parte, potenciar la cohesión social a través de la recuperación de la chicha [8], una bebida ancestral que es parte de la identidad del barrio y que fue perseguida desde la época colonial y prohibida por más de 50 años, y por otra, visibilizar el reclamo al derecho a la ciudad de un barrio que actualmente ha sido aislado y olvidado. 

Expresiones de la cultura popular

Los sectores populares urbanos, en un alto porcentaje, son víctimas de una modernidad que no desarrolló su comunidad, sino que los expulsó de ella, aunque sin matar sus valores culturales
–Colombres, 1993: 287

Abordar estas prácticas culturales implica no sólo partir de categorías abstractas externas, sino incorporar el punto de vista de la propia comunidad, comprender la cotidiana vivencia de los sujetos y así captar las perspectivas internas de estos sectores, su autoconciencia, el reconocerse como grupo y sentirse parte de su experiencia y destino; es decir, construir un pensamiento e identidad grupal, que pueda oponerse a procesos de disolución.

Son estas expresiones culturales las que se incluyen cuando se hace referencia a la identidad de una sociedad, rescatando esos valores que le dan sentido; valores que son producto de procesos históricos propios, que no son estáticos, sino siempre cambiantes, dinámicos, subjetivos. La mayoría de las veces, esos valores se idealizan, se descontextualizan, y se exponen sólo los productos, ocultando el proceso social que está en su origen, seleccionándose aquellos “que mejor se adaptan a los criterios estéticos de las élites y eliminan los signos de pobreza…” (García Canclini, 2004a: 154).

Históricamente la cultura hegemónica [9] impone una determinada y única identidad, un proyecto para todos los sectores, legitimado institucionalmente a través de un proceso de dominación donde los otros son seducidos, envueltos y persuadidos. Esto genera la exclusión de los sectores subalternos, manifestado en el menosprecio a su producción simbólica, que se descalifica con términos como “lo folklórico”, “lo tradicional”, “lo social”, “lo efímero”, “lo ingenuo”, y hasta “lo retrogrado” [10]. La búsqueda de una única identidad colectiva que incluya a todos los sectores, implica eliminar las diferencias, sin asumir posiciones claramente distintas al otro. En este proceso, la cultura se empobrece al buscarse sólo lo común entre los hombres que componen una sociedad. Chantal Mouffe señala la importancia de reconocer al otro distinto: “se convierte en una condición de posibilidad de mi identidad, ya que sin el otro yo no podría tener identidad alguna”. Aceptar al otro no reside solo en tolerar las diferencias, “sino en celebrarlas positivamente”, ya que “sin alteridad ni otredad, no es posible afirmar identidad alguna” (2007: 21-23). Las prácticas culturales surgidas de sectores populares encarnan una compleja trama de significados sociales, donde pueden emerger ricos espacios productores de cultura y donde se reafirman las identidades.

Sin pretender reducir esto a un juego de opuestos entre hegemonía y subalternidad, pues entre las clases sociales existen y se dan intercambios, préstamos y recíprocos condicionamientos, es dable reconocer que las potencialidades creativas de amplias capas de la sociedad se han ignorado, despreciado o anulado. Sin embargo, en esa interrelación compleja de fuerzas, hay un margen para la acción contrahegemónica, y como señala Gilberto Giménez, son los sectores populares lo que niegan de facto la pretensión universalista de la cultura dominante, y “dentro de un campo de fuerzas en donde las posiciones hegemónicas intentan generalizar sus verdades […] una postura diferente actúa de hecho como contra-hegemónica, ya por el solo hecho de representar una verdad paralela” (Escobar, 1991: 138).

Por lo tanto, al abordar el estudio sobre prácticas culturales, es imprescindible indagar en las expresiones subalternas, para revelar las especificidades que configuran la(s) identidad(es) de una sociedad en un momento determinado, sin contemplarlas como valores absolutos, y sin desacreditar las formas ajenas.

En el caso del Festival de la Chicha, que enmarcamos dentro de la cultura popular; este cuenta con aliados y adversarios, y para sobrevivir ha debido refugiarse en el submundo de la marginalidad social, política y económica. Salvando obstáculos, el Festival ha logrado a través de los años, a partir de defender lo propio y de aplicar sus propios recursos, organizar su vida al margen del sistema hegemónico. En algunos momentos ha negociado con estos sectores, sin ser contestatarios para no desaparecer, proceso en el que han perdido terreno, transigiendo y resignando en sus convicciones. Al respeto Ticio Escobar (s/f) dice sobre la cultura popular:

[…] ella no sólo es seducida, también se deja seducir; claudica y se abandona: no siempre sus intereses se muestran tan claros ni son tan estables los linderos que la separan del campo adversario. Por eso también incorpora y hace suyos tantos elementos lesivos y recibe, halagada, presentes griegos diversos.

De uno u otro modo, el Festival de la chicha ha conseguido concretarse años tras año, y satisfacer sus necesidades, y tanto la clase hegemónica como el Estado aceptan esta situación, y se valen de la misma para evadir la responsabilidad de brindarles bienes y servicios suficientes para su reproducción material y simbólica. Lejos de intentar idealizarlo y adjudicarle valores que no siempre son positivos, es necesario reconocer las estructuras de poder que la afectan; la presión inmobiliaria y la estigmatización y marginalidad que sufren todos los habitantes de La Perseverancia, y reconocer esta forma de resistencia que la comunidad ejerce a través de sus prácticas culturales [11].

El festival de la chicha: un grito desde el espacio público 

El Festival de la chicha es un proyecto propio del barrio La Perseverancia, esto implica que el festival tiene una referencia geocultural, hay una adscripción a un territorio y a unos relatos de origen, es decir constituye una unidad estructural constituida por lo geográfico y por lo cultural. En esta unidad se congregan historias, símbolos que han contribuido a construir a través de los años un carácter comunitario, que se expresa en una propuesta alternativa diferente de la cultura dominante. 

Fig. 2. La Perseverancia, Festival de la Chicha, año 2013. Fuente: Archivo de prensa. Alcaldía local de Santa Fe

Fig. 2. La Perseverancia, Festival de la Chicha, año 2013. Fuente: Archivo de prensa. Alcaldía local de Santa Fe.

Fig. 3. Barrio La Perseverancia, parque principal con monumento a Jorge Eliécer Gaitán. Gaitán venía con frecuencia a La Perse, porque aquí estaba la mayor parte de los votos liberales. Fotografía: Ana María Carreira

Fig. 3. Barrio La Perseverancia, parque principal con monumento a Jorge Eliécer Gaitán. Gaitán venía con frecuencia a La Perse, porque aquí estaba la mayor parte de los votos liberales. Fotografía: Ana María Carreira

Una de las características de las prácticas culturales de carácter popular es que emergen y se despliegan en los espacios públicos. El espacio público es el resultado del espacio concebido (planes, legislación, normas, obras públicas) y el espacio practicado (apropiación de la ciudad a través del uso), en este encuentro entre lo concebido y lo practicado, se manifiesta una puja permanente entre unos que persisten en restringir e imponer una forma de usar los espacios públicos, y otros que luchan por conquistar el derecho a vivir y disfrutar de la ciudad. Frente al funcionalismo propuesto por la ciudad planificada, sofocando al habitante, los habitantes a través de sus prácticas, generan mecanismos para poner en juego sus capacidades creativas a través de formas de acción colectiva y métodos de agitación que fomentan el libre uso y transformación del espacio público. Dice Manuel Delgado (2002: 110); “toda práctica social practica el espacio, lo produce, lo organiza”, forjándolo a través de una vivencia y una percepción corporal.

Los momentos comunitarios enérgicos como el del Festival de la Chicha [12], son momentos de afirmación de una identidad colectiva que tienden a generar, en el corto y el mediano plazo, reconocimiento e inclusión social. En estos, el espacio público potencia su función de ser un medio de inclusión y de intercambio entre todos y, en este sentido, es un espacio político que facilita la integración social y el reconocimiento social y político, y exige protagonismo en la construcción de la ciudad. Sin embargo, estos momentos festivos muchas veces pasan desapercibidos y no se les reconoce el rol que cumplen para la comunidad, y este es el caso del Festival de la Chicha en La Perse, un barrio donde lo que habitualmente sale a la luz son los momentos trágicos o hechos delictivos, dejando en las sombras las celebraciones que reafirman una identidad. De una u otra forma, es un clamor por el derecho a la ciudad, a practicar en ella, a participar de ella, y a brindarle la posibilidad de plasmar sus imaginarios y sus deseos.

Durante el Festival, La Perse se apropia y recrea el espacio público a través de la expresión de lo colectivo y de la vida comunitaria del barrio, y se abre al encuentro y el intercambio. Los vecinos toman las calles del barrio, y las mismas se abren a toda la ciudad, por esto podemos decir que el Festival es un grito en la ciudad desde la marginalidad, el olvido y la exclusión.

Fig. 4. Festival de la Chicha, enero de 2013.Iglesia Jesucristo obrero (1934). Fuente: Archivo de prensa. Alcaldía local de Santa Fe

Fig. 4. Festival de la Chicha, enero de 2013.Iglesia Jesucristo obrero (1934). Fuente: Archivo de prensa. Alcaldía local de Santa Fe

 

El ritual de la fiesta

El pueblo no vive su cultura como un simple entretenimiento, sino como una forma de concretar en una fecha determinada, o en un ritual cualquiera, el sentido en el que intuitivamente descansa su vida
– Kusch, 1978: 19

Cada territorio está marcado por ceremonias de territorialización, por ritos desarrollados en el espacio público, una construcción deliberada de situaciones perecederas, efímeras, únicas. Estos ritos [13] son la máxima intensificación de la experiencia comunitaria, la culminación y el corolario de un proceso de producción simbólica, y en él convergen, potenciadas, diferentes manifestaciones estéticas. Mientras el mito se desarrolla “en el espacio de lo imaginario, el rito se verifica en el espacio físico: es acción, y por lo tanto algo pasible de observación” (Acha, 1991: 215-216).

El ritual de la fiesta es un punto de inflexión en el acontecer de la vida donde se experimenta un antes y un después. Al respecto Néstor García Canclini (1982: 60) dice “…el pueblo impone un orden a poderes que siente incontrolables, intenta trascender la coerción o frustración de estructuras limitantes a través de su reorganización ceremonial, imagina otras prácticas sociales, que a veces llega a ejercer en el tiempo permisivo de la celebración”. La fiesta, en este caso el Festival de la Chicha, es un modo socialmente establecido de transformación y a veces de desobediencia del orden social, es el espacio donde se liberan tensiones, represiones, infortunios y donde se expresa el gozo, el juego, la fantasía y la expresión estética. La importancia de este Festival es que a través de los años y de las prácticas se ha convertido en un ritual festivo.

El rito por lo tanto es una exteriorización simbólica que se repite porque se confía en su eficacia, y prospera en una cultura cuando crece la amenaza de la disgregación sobre el cuerpo social. En La Perse, la amenaza es la agresiva presión inmobiliaria que se está llevando a cabo con la indiferencia institucional y la iniciativa privada, en pos de querer cambiar una zona de la ciudad que consideran como un espacio negativo.

¿Pero por qué la chicha? La chicha formó parte importante del universo social indígena; considerada una bebida ritual, terapéutica y festiva, hacía parte de la cosmogonía indígena. Esta bebida, fermentada en recipientes de barro, era para los muiscas [14] un elemento esencial. Señala Alfredo Iriarte que los muiscas se embriagaban con esta bebida solo en momentos especiales (bodas, sepelios, carreras y celebraciones de victorias), y nunca en la vida cotidiana como hicieron sus descendientes (Iriarte, 1988). Durante la época colonial su consumo se extendió hacia otras capas de la población, convirtiéndose en una bebida más urbana y popular; los españoles decían: “se pierden por ella los indios y de esta usan en sus borracheras (Restrepo, 2005:12) [15].

Para entonces fue blanco de censuras y de diferentes medidas que pretendían impedir o controlar su elaboración y su consumo (Alzate, 2006). Las críticas a la chicha y las chicherías se agudizaron durante el siglo XIX y XX, cuando se la vinculó con diversos aspectos: el orden público, la moral y las buenas costumbres, la higiene y la salud pública. Esto fue avalado por estudios seudocientíficos de la época llevados a cabo por el médico Jorge Bejarano [16]. Tal fue la ofensiva que fue caricaturizada como un obstáculo al progreso y portadora de peligrosos gérmenes, relacionándola con el pasado, la inmundicia y la inferioridad racial. Y fue la industria cervecera la que se presentó como lo antagónico: una bebida moderna, limpia, símbolo de civilización y un producto de sociedades superiores.

Dos meses después de El Bogotazo [17], el 2 de junio de 1948, a partir del informe que emitió Bejarano, que señalaba a la chicha como el causante del levantamiento espontáneo de los ciudadanos de Bogotá, el gobierno de Mariano Ospina Pérez expidió el decreto 1839 que ordenaba el fin de la fabricación y expendio de chicha. En las siguientes décadas se prosiguió la acometida contra esta bebida y uno de los barrios más afectados fue La Perse. Cuentan los vecinos que se realizaron continuas inspecciones en las se rompían las vasijas que contenían la chicha, se imponían multas, condenas y amenazas. Luis Ruiz Murcia, vecino del barrio, recuerda:

«Cuando tenía 10 años me di cuenta que el resguardo llegaba a cerrar las tiendas y las señoras se ponían a pelear con ellos, entonces les rompían la loza y las tinajas y les regaban la chicha, multaban a la gente y, si alguien se ponía muy bravo, se lo llevaban al calabozo».

Fig. 5. Luis RuízLíder de la Asociación Comunitaria Los Vikingos. Fuente: Archivo de prensa. Alcaldía local de Santa Fe

Fig. 5. Luis Ruíz
Líder de la Asociación Comunitaria Los Vikingos. Fuente: Archivo de prensa. Alcaldía local de Santa Fe

Sin embargo, la prohibición de la chicha, además de representar la pérdida de una entrada económica para muchas familias, “simbolizó el poder del Estado sobre lo ´popular´, sobre los hábitos y las costumbres de las personas” (Ruiz y Niño, 2007: 50). A pesar de esto, su fabricación y consumo continuó clandestinamente, y algo paradójico; el barrio surgido a partir de la cervecería Bavaria donde la mayoría de sus residentes laboraban allí, fue uno de los barrios que, a pesar de su prohibición, mantuvo esta herencia ancestral.

Esta tradición se revitalizó a partir del Festival de la Chicha. Como señala Arturo Álape: “Así, la chicha pasó de ser un problema ‘de moral y de salud’ a convertirse en símbolo histórico de identidad de la cultura popular de la capital del país”. Fue un comienzo fortuito, durante una investigación sobre la historia del barrio que llevaba a cabo la Asociación Comunitaria Los Vikingos [18], donde se convocó a vecinos mayores del barrio para que narraran sus testimonios y anécdotas. A ella acudieron unos veinticinco con edades de entre 70 y 80 años. Luís Eduardo Ruiz Murcia, representante legal la Asociación, relata que el lugar del encuentro elegido fue la Chichería de Rincón, ubicada “en la primera calle del barrio”, y que “a los más viejos les gustaba tomar chicha y su piquetico con su ruanita. Allí se entrevistó a mucha gente que hablaban del barrio, de su fábrica Bavaria, de la chicha, la persecución del resguardo…”.

Luego de realizada la investigación por la Asociación, se decidió como retribución por el aporte que este grupo de vecinos mayores habían hecho al estudio, organizar una fiesta en torno a la chicha, bebida que aún se mantenía prohibida en la ciudad. Así lo relata Luis Ruiz:

«Antes la gente se reunía en las chicherías para hacer sus festejos y descubrimos que, para contar la historia de la Perseverancia, teníamos que remitirnos a estos lugares. El festival lo realizamos inicialmente como un homenaje a las personas más antiguas del barrio ya que vimos que la chicha les evocaba mucha alegría» [19].

La Asociación Comunitaria Los Vikingos organizó por primera vez esta fiesta en el año 1988, y la llamaron Festival de la Chicha, con el propósito de reivindicar la importancia que en el desarrollo del barrio tuvo la chicha, destacar su valor simbólico y la relación que el maíz conserva con lo ancestral. A partir de ese año, se continuó con la organización anual del Festival y el mes elegido, a partir de un acuerdo de vecinos, fue el mes de octubre, aunque hay años en los que, por problemas burocráticos, se retrasa su celebración. Además, se logró levantar la prohibición de fabricación y venta que se había mantenido durante más de 50 años y el Concejo de Bogotá reconoció el Festival de interés cultural, es decir, patrimonio inmaterial de la ciudad. En el Acuerdo Distrital 121 de 2004 se establece que debe realizarse “en el segundo fin de semana del mes de octubre de cada año para conmemorar las tradiciones culturales de Bogotá y mantener las de la región Cundiboyacense, en el marco de la celebración del día de la raza” (Artículo 3) [20].

 

festival de la chicha

Cultura de los de abajo

La preparación de El Festival lleva entre tres y cuatro meses. Casi todos los años, su organización está a cargo de la Asociación Comunitaria los Vikingos y de la Casa de la Cultura del barrio, y cuenta con el apoyo de la Alcaldía Local de Santa Fe y la Secretaría de Cultura y Patrimonio. Este lapso de tiempo se diluye ante las emociones y afectos que se activan en las relaciones entre los vecinos, así el tiempo de la preparación se dispone en un dar(se), donde los vecinos no producen, sino que hacen objetos que permiten celebrar la vida. Por esto importa lo que se hace y para quien se hace; la fiesta se hace para el disfrute y el goce de la comunidad y para reivindicar la vocación productora de chicha del barrio.

Comienza con la selección de las propuestas artísticas que participarán en el Festival, tarea que lleva a cabo el grupo organizador y, por otro lado, las chicheras realizan, mediante un pago y permiso ante la Secretaría de Gobierno del Distrito, los exámenes al producto (medidas fitosanitarias) y el curso de manipulación de alimentos. Unos días antes del comienzo del Festival, se reúne a todas las chicheras para indicarles todos los procedimientos a desarrollar y se las carnetiza.

Fig. 8. Tienda de la abuelaDoña Yolanda García ha conservado intacta esta tienda que viene desde su abuela Ana Elia Guevara viuda de García. Contiene elementos típicos como los muebles y la decoración de una chichería del periodo colonial. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 8. Tienda de la abuela
Doña Yolanda García ha conservado intacta esta tienda que viene desde su abuela Ana Elia Guevara viuda de García. Contiene elementos típicos como los muebles y la decoración de una chichería del periodo colonial. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 10. Tienda de Doña Tere. Venta de Chicha. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 10. Tienda de Doña Tere. Venta de Chicha. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 11. Tienda de Doña Tere. Venta de Chicha. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 11. Tienda de Doña Tere. Venta de Chicha. Fuente: fotografía Ana María Carreira

El proceso básico de producción de la chicha se inicia entre 15 y 20 días antes del inicio de Festival.  El primer paso es la compra del maíz en las plazas de Abastos, como la del Mercado de Paloquemao (Bogotá), y la miel, generalmente adquirida en el barrio San José (Bogotá). En cuanto a la preparación, cada chichera tiene su receta que abuelas y madres transmiten de generación en generación. A grandes rasgos, primero se pasa el maíz por el molino, se adiciona la miel (o la panela) y el agua. Después de unos 15 días en reposo, se remuele y se pone a cocinar.

El Festival se prolonga durante ocho días, comenzando con la Semana Cultural; la llamada Ruta del Maíz, momento en la cual las chicheras y parte de la comunidad recorren la ruta hacia la laguna de Guatavita [21] para ofrendar al Dios Fu [22] chicha y encomendarle que les ayude en las ventas durante el Festival. Un líder muisca (chaman) derrama chicha como ofrenda a los antepasados, quedando ésta suspendida en la superficie. La ofrenda, en este caso la chicha, es a cambio del bien que se espera obtener y manifiesta los sentimientos y motivaciones que se comparten en este ritual. En esta ceremonia se reconstruye un imaginario social apoyado en su propia memoria, así el culto se reacomoda y se adaptan las explicaciones de los orígenes a esta nueva situación, y en este escenario se fortalecen los imaginarios que aglutinan a la comunidad.

Fig. 13. Ceremonia de consagración de la chicha. Guatavita. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 13. Ceremonia de consagración de la chicha. Guatavita. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 14. Ceremonia de consagración de la chicha. Guatavita. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 14. Ceremonia de consagración de la chicha. Guatavita. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Durante la Semana Cultural se realizan talleres donde la Secretaría de Salud del Distrito controla que se sigan las normas de higiene para fabricar no sólo la chicha sino todos los alimentos que se expenden durante el Festival (bofe, jeta, tamales, lechona, mazamorra chiquita, chanfaina, cocido boyacense, carne asada). Las casi sesenta chicheras del barrio La Perseverancia, alcanzan a producir unos 9.000 litros de chicha de diferentes tipos, además de la clásica de maíz se ofrecen otros (durazno, borojó, arracacha, chontaduro y de los 7 granos), para los aproximadamente 10.000 asistentes en el mismo. Son los días en los que La Perse abre sus “puertas” a la ciudad.

Fig. 15. Puestos de venta de chicha durante el festival. 4 de noviembre 2014. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 15. Puestos de venta de chicha durante el festival. 4 de noviembre 2014.
Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 16. Puestos de venta de chicha durante el festival. 4 de noviembre 2014. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 16. Puestos de venta de chicha durante el festival. 4 de noviembre 2014.
Fuente: fotografía Ana María Carreira

Además, se realizan diferentes actividades organizadas y desarrolladas por los vecinos: hay una noche de los faroles, otra de los pregoneros, la del fuego con la quema de los miedos, la de las danzas ancestrales y de las memorias y leyendas. El Festival propiamente dicho se desarrolla durante dos días, de 8 am a 8 pm, en la cancha Jorge Nova (carrera 4 con calle 32) y a lo largo de las calles que rodean la cancha. Un día antes del inicio se monta el escenario, las luces y el sonido en la cancha de baloncesto del Parque Jorge Nova, y se instalan los toldos para la venta de los productos gastronómicos, artesanías, manualidades y chicha a lo largo de algunas calles. El día de la inauguración a las 6:00 am se da comienzo al Festival con juegos pirotécnicos, la instalación de los diferentes puestos de venta y un acto litúrgico en la iglesia Cristo Obrero, situada en el centro del barrio. A las 8 am comienzan las actividades artísticas que cada año son diferentes: conciertos, danzas típicas, teatro callejero, poesía, cuentería, juegos tradicionales, entre otros. No es algo invariable, cada año hay aportes creativos, como cuando en el mismo acto fue quemado el dios Fu venerado por los asistentes como augurio de la buena suerte del Festival.

Fig. 17. Quema de los miedos. Ritual en el cual se hace una hoguera, se prepara un canelazo (bebida caliente con agua de panela, aguardiente, limón y canela), se ofrece chicha, y las chicheras escriben en un papel sus miedos (o cualquier persona puede hacerlo) para luego quemarlos en la hoguera. Existe la creencia que, si se hace este ritual, todo en el Festival saldrá bien y las chicheras venderán toda la chicha que preparen. Para este ritual los vecinos se acercan y aportan los elementos que son necesarios para desarrollar la actividad. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 17. Quema de los miedos. Ritual en el cual se hace una hoguera, se prepara un canelazo (bebida caliente con agua de panela, aguardiente, limón y canela), se ofrece chicha, y las chicheras escriben en un papel sus miedos (o cualquier persona puede hacerlo) para luego quemarlos en la hoguera. Existe la creencia que, si se hace este ritual, todo en el Festival saldrá bien y las chicheras venderán toda la chicha que preparen. Para este ritual los vecinos se acercan y aportan los elementos que son necesarios para desarrollar la actividad. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 18. Quema de los miedos. Fuente: fotografía Katherine Castaño

Fig. 18. Quema de los miedos. Fuente: fotografía Katherine Castaño

Por otra parte, es necesario enfatizar que en el Festival participan aproximadamente 250 familias del barrio, que se benefician a través de las ventas, y muchos jóvenes se incorporan para realizar diferentes actividades; ya sea organizando, vigilando o atendiendo los puestos. Por esto Luis Alberto García, representante legal de la Casa de La Cultura de La Perseverancia, nos dice: “La actividad delincuencial se paraliza porque aquellos que la practican se integran a las actividades del Festival…” [23]. De modo que el Festival logra integrar a los jóvenes a través de la participación activa, y la imagen y estigmas de barrio peligroso y de expendio de drogas desaparecen, y el barrio, por unos días, se convierte en uno de los motores de la cultura bogotana.

El Festival se transformó en algo más; este ritual llegó para fortalecer el ethos social del barrio e impedir su disgregación y decadencia. En él La Perse se reconoce a sí misma y afirma sus fundamentos. Por lo tanto, constituye un importante elemento de cohesión social, los rituales con su fuerza mágica generan emociones que posibilitan transformar la realidad, alterar el devenir y salir de la rutina. El Festival se ha vuelto una oportunidad para establecer y consolidar redes de solidaridad y mejorar la imagen del barrio, y esto se manifiesta en el decorado de las calles, los arreglos de los puestos; un signo visible que indica la festividad.

Esto da cuenta de una cultura popular propia de La Perse. Mario Margulis la define como una “cultura de los de abajo”, fabricada por ellos mismos, carente de medios técnicos. Sus productores y consumidores son los mismos individuos: “crean y ejercen su cultura” (Colombres, 1984: 44). Por lo tanto, es una cultura para ser usada y disfrutada, no vendida y que responde a las necesidades de los vecinos del barrio.

Fig. 19. La Perseverancia. Este barrio conserva su carácter obrero y contestatario ante una sociedad que los denomina populares en sentido peyorativo. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 19. La Perseverancia. Este barrio conserva su carácter obrero y contestatario ante una sociedad que los denomina populares en sentido peyorativo. Fuente: fotografía Ana María Carreira

La cultura popular es producción de iguales, y producto de la solidaridad de los de abajo. Y es urbana porque se gesta y desarrolla en un rincón de la ciudad, en este caso alrededor de una bebida ancestral que ha permanecido clandestinamente en la cultura del pueblo. 

Cultura autogestionada

En el espacio generado por el Festival, se liberan las fuerzas creadoras de los vecinos, no siempre son liberadoras, pueden indicar también resignación o desdicha, “pero sí aparecen estructuradas, tanto por su orden interno como por el espacio delimitado que ocupan en la vida ordinaria que las precede y las continúa…” (García Canclini, 1982: 62). Estas prácticas constituyen un proceso vivo de respuestas simbólicas a las circunstancias existentes, y ante nuevas situaciones cambian.

Sin embargo, estas prácticas culturales se ven condicionadas en su realización por el aparato institucional encargado del apoyo y difusión de este tipo de eventos. Más allá de los necesarios controles, se imponen exigencias que no se ajustan ni adecúan a estas prácticas. En pos de institucionalizarlas y formalizarlas, se entra en un proceso de burocratización donde no se admiten ni incorporan los valores, conocimientos, habilidades y capacidades creativas de la comunidad, ni las innovaciones que se suceden por la trasformación de los escenarios políticos, sociales y económicos, ni la propia experiencia sistematizada y acumulada del Festival. Es decir, la institución ejerce el control político y económico sobre las condiciones en las que se realiza el Festival y deja poco margen para desarrollar la capacidad social de generar un determinado elemento cultural (de organización, de conocimiento, simbólicos y emotivos), además limita la capacidad de producirlo y reproducirlo, sin contemplar el ritmo propio y las necesidades históricas de las comunidades.

En el Festival de la Chicha esto se verifica por ejemplo en las condiciones y formatos correspondientes a la presentación de proyectos. Estos son unos formatos tipo que estipulan cumplir con una serie de requisitos que no se ajustan a las organizaciones comunales del barrio, y llevan a los responsables a dar respuestas con figuras reiterativas y vacías, en pos de lograr el apoyo de la Alcaldía Local. Como ha sucedido en varias ocasiones, al no reunir los requisitos, lo proyectos son presentados por fundaciones u organizaciones externas al barrio, dando como resultado proyectos rígidos donde las actividades y las decisiones no corresponden con el espíritu del Festival y donde las organizaciones del barrio pierden su protagonismo, no solo en las decisiones, sino también en lo material y simbólico.

La evaluación que realiza la Alcaldía al finalizar cada Festival, siempre ha sido positiva cuando este es organizado por la propia comunidad. Sin embargo, las razones esgrimidas por los funcionarios para dilatar la aprobación de los proyectos que presentan las asociaciones del barrio año tras año, son siempre las mismas, entre otras: que la carpeta del proyecto no está completa, que no presentan garantías, que deben colocar un depósito. Todas estas cuestiones que se señalan no contemplan las limitaciones propias de una comunidad de escasos recursos para llevar adelante este tipo de trámites, no solo por la situación socioeconómica de sus miembros, sino por la deficiencia en cuanto al acceso a redes sociales, políticas y económicas. Como se ha señalado, la solución que aplican la mayoría de los alcaldes es llamar nuevamente a licitación pública, para entregar la realización a fundaciones y personas por fuera del barrio. Al revisar los folios de los festivales de la Chicha realizados hasta la fecha, estos dan cuenta que cuando el mismo es realizado por organizaciones externas al barrio, los resultados son deficientes e incompletos. Por otra parte, en casi todos los casos, al desconocer las características del Festival, para poder concretar el evento, estas organizaciones terminan subcontratando a los vecinos del barrio, es decir, a los fundadores y promotores del Festival, lo que genera una dilapidación de recursos.

Sin embargo, a pesar de estos contratiempos, el Festival de la Chicha no está en proceso de disolución, sobrevive a pesar de los embates y de los escollos que cada año se deben sortear, uno de los cuales es la mengua de la partida presupuestaria adjudicada.

Por esto es fundamental el papel que jueguen las entidades gubernamentales locales en las prácticas culturales de carácter popular, estas deben apoyar la organización comunal y promover una dinámica cultural autogestionada, para contribuir a que los sectores populares sean los protagonistas, ya que estas prácticas son populares por la utilización que de ella hace la comunidad y mientras ésta pueda conservar el control de la producción material y simbólica.

Uno de los factores que inciden en la fragilidad de sostenimiento de estas prácticas culturales, es la poca visibilidad y los escasos recursos que destinan los fondos públicos. Estas políticas sociales de discriminación amplían la brecha de la desigualdad. Algunas de estas expresiones populares, como el carnaval de Barranquilla o el de San Pacho (Quibdó), han sido cooptadas por organizaciones estatales o privadas, dejando la escala local para pasar a la regional e internacional, y en este proceso lo popular es incorporado y apropiado por la industria del turismo. Este camino que se enmascara como apoyo a estos sectores, genera una pérdida de espontaneidad y creatividad, y como señala Enrique Valencia (2004), es importante la contribución con nuevos aportes a la cultura popular, pero a partir de su propia dinámica para así incrementar su poder de creación autónoma y soberana.

Las resistencias, las interacciones, las negociaciones que las comunidades se ven obligadas a gestionar, las presiones a las que se ven afectadas, dejan poco espacio y restringen el desarrollo de sus creatividades. Preservar estas prácticas culturales es importante porque, a pesar de estas limitaciones, se mantienen elementos activos que escapan y logran subsistir. En el desarrollo de estas prácticas autónomas, dinámicas y evolutivas, donde prima la autogestión, se fortalece la autoconciencia de la identidad colectiva y la vida cultural del barrio. Además, se visibilizan y reconocen las diferencias en un mundo globalizado que tiende a la homogenización y la codificación.

Reflexiones finales

“… en su rostro una grande sonrisa, hay mucha alegría cuando se celebra el Festival de la chicha…”. Intentando vivir, grupo de rap Kalibre Grueso [24].

La UNESCO advierte sobre la fragilidad del patrimonio cultural inmaterial, y la importancia del mismo al ser un componente necesario para salvaguardar “la diversidad cultural frente a la creciente globalización”, y además subraya que éste “contribuye al diálogo entre culturas y promueve el respeto hacia otros modos de vida”. El Festival de la Chicha se encuadra dentro de lo que se considera patrimonio cultural inmaterial, y por esto es necesario implementar medidas de salvaguardia para asegurar su permanencia.

Fig. 20. Festival de la chicha, el maíz y la dicha 2013. Muestra de música y danza folklórica. Las actividades que se realizan durante el festival incluyen tanto a los habitantes del barrio como a todos los visitantes, sin importar la edad o el género. Fuente: Archivo Oficina de Prensa. Alcaldía local de Santa Fe.

Fig. 20. Festival de la chicha, el maíz y la dicha 2013. Muestra de música y danza folklórica. Las actividades que se realizan durante el festival incluyen tanto a los habitantes del barrio como a todos los visitantes, sin importar la edad o el género. Fuente: Archivo Oficina de Prensa. Alcaldía local de Santa Fe.

Fig. 21. Festival de la chicha, el maíz y la dicha 2013. Fuente: Archivo Oficina de Prensa. Alcaldía local de Santa Fe.

Fig. 21. Festival de la chicha, el maíz y la dicha 2013. Fuente: Archivo Oficina de Prensa. Alcaldía local de Santa Fe.

Fig. 22. Festival de la chicha, el maíz y la dicha 2013. Muestra de música y danza folklórica. Fuente: Archivo Oficina de Prensa. Alcaldía local de Santa Fe.

Fig. 22. Festival de la chicha, el maíz y la dicha 2013. Muestra de música y danza folklórica. Fuente: Archivo Oficina de Prensa. Alcaldía local de Santa Fe.

El Festival reúne las características propias de este tipo de patrimonio: 1) tradicional, contemporáneo y viviente a un mismo tiempo, 2) integrador, 3) representativo y 4) basado en la comunidad. El Festival de la Chicha no implica una manifestación cultural en sí mismo, sino que reúne una serie de conocimientos, técnicas y rituales que se han transmitido de generación en generación, y al cual se le han incorporado otros contemporáneos, de carácter urbano, característicos de diversos grupos culturales, que “han evolucionado en respuesta a su entorno y contribuyen a [infundir] un sentimiento de identidad y continuidad, creando un vínculo entre el pasado y el futuro a través del presente” (UNESCO, 2003).

Por otra parte, el Festival es una de las actividades que ha contribuido a la cohesión social del barrio La Perseverancia, al promover un sentimiento de identidad alrededor de la chicha, y fortaleciendo el sentir de los habitantes como parte de la comunidad. Y por último “Florece en las comunidades y depende de aquéllos cuyos conocimientos de las tradiciones, técnicas y costumbres se transmiten al resto de la comunidad, de generación en generación, o a otras comunidades”. El Festival es reconocido por los habitantes de La Perse quienes lo han rescatado, lo han mantenido y lo están transmitiendo. “Sin este reconocimiento, nadie puede decidir por ellos que una expresión o un uso determinado forma parte de su patrimonio” (UNESCO, 2003).

La importancia del Festival se centra en su representatividad sociocultural, es decir, en el hecho de que manifiesta la vida cultural e imagen de La Perseverancia. Además, ha generado sentido de pertenencia e identidad frente a la Ciudad y a la Localidad de Santa Fe, y por otra parte alrededor de 250 familias derivan ingresos por las ventas en el Festival. Los argumentos para ser declarado de interés cultural confirman el valor de haber rescatado la fiesta alrededor de una bebida que fue sagrada para los pueblos indígenas de la región, preservada clandestinamente y que hoy se ha rescatado y valorado a través de las chicheras, quienes a través de las generaciones han salvaguardado y transmitido el arte de preparar la chicha y por otra parte han reivindicado la vocación del barrio como productor de la misma [25].

El patrimonio inmaterial representa un capital cultural, es decir, un proceso social que se acumula, se reconvierte y produce rendimientos. Queda pendiente que este tipo de patrimonio se convierta efectivamente en un tema prioritario en las agendas públicas y no se encuentre, como en este caso, a la deriva y a expensas de las decisiones de funcionarios indiferentes e incompetentes, y que su reconocimiento como el de otras prácticas culturales que emanan del pueblo, permita el diálogo intercultural como cimiento de la diversidad cultural.

Toda práctica cultural resulta de negociaciones, escarceos, estrategias y elecciones accidentales; el desafío consiste en lograr que se recuperen, expresen y ejerzan las diversas subjetividades que están en juego y que representan a un colectivo.

Las actuales políticas sobre la construcción de la vida cultural no reconocen de manera suficiente el papel del ciudadano en el ejercicio pleno de la civilidad que implica el respeto por la vida, la dignidad humana y el sentido de pertenencia; factores que posibilitan la afirmación y la construcción de la identidad. Las políticas culturales reducen al ciudadano como un simple receptor y no como un agente activo en la construcción e implementación de las mismas. En este sentido, resulta necesario iniciar procesos que reviertan las tendencias actuales en las que no se aprecia y respeta suficientemente la creatividad cultural de los diferentes grupos sociales y a la vez, generar espacios de participación que descubran y valoren los aportes de la vida cultural a la resolución de los problemas actuales y al desarrollo político, social y económico de la sociedad.

Para alcanzar estos propósitos es necesario implementar estrategias y políticas que favorezcan la diversidad, sin originar fragmentación y exclusión social, conflictos ni prácticas que finalmente resultan autoritarias. Si una sociedad no invierte en satisfacer las diversas y múltiples necesidades culturales, desaparece. Todos los sectores tienen derecho a reclamar su derecho a participar de la ciudad. Este «derecho a la ciudad» se debe ampliar con la exigencia del derecho a la memoria y a los lugares para la expresión cultural de todos.

Por último, el eslogan “La Perse no se vende”, es el grito de un barrio que se enfrenta a un proceso de gentrificación. El Festival de la Chicha, no sólo reivindica una práctica cultural, y crea, a través de la chicha, un puente con el pasado indígena, sino que reivindica su identidad obrera y popular y reclama el derecho a vivir en la ciudad. El Festival es parte de la cultura de una comunidad, un baluarte simbólico donde se refugia para defender la significación de su existencia, y se convierte, por lo tanto, en una defensa frente a la lógica mercantil y la regulación de las emociones.

Fig. 23. La Perse no está en venta. Debido a su ubicación estratégica dentro de la dinámica de la ciudad, la Perseverancia está en un proceso de gentrificación. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 23. La Perse no está en venta. Debido a su ubicación estratégica dentro de la dinámica de la ciudad, la Perseverancia está en un proceso de gentrificación. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 24. La Perse no está en venta. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Fig. 24. La Perse no está en venta. Fuente: fotografía Ana María Carreira

Referencias Bibliográficas

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Artículo recibido el 14 de enero de 2016, y aprobado el 31 de marzo de 2016.

Ana María Carreira es Doctora en Historia y profesora titular del Departamento de Humanidades, Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano.

[1] La Cervecería Bavaria se edificó en 1894 en tierras que pertenecieron originalmente a la Recoleta de San Diego. Su dueño Leo s. Kopp adquirió un globo de 200 varas cuadradas.

[2] La Perse no está en venta. Una fotonovela sobre gentrificación en La Macarena y en La Perseverancia. Disponible en: http://www.lefthandrotation.com/gentrificacion/download/fotonovela_lefthandrotation.pdf

[3] Etimología de la palabra chicha: según la RAE, la palabra «chicha» proviene de una voz aborigen del Panamá (chichab) que significa «maíz». En la época en que el código de Policía prohibía en Colombia el expendio de la chicha, su venta se camuflaba bajo otros nombres como mazato o “Rostampin de Bolonia”.

[4] El barrio de La Perseverancia en la ciudad de Bogotá se localiza entre Calle 31 y Calle 34 y Carrera 5 y Avenida Circunvalar. Pertenece a la localidad de Santa Fe, una de los 20 distritos de Bogotá D.C. El barrio está clasificado en el estrato socioeconómico 2 (Bogotá se divide en estratos socioeconómicos, donde 1 es el estrato de ingresos más bajo y 6 el más alto. Es la clasificación de los inmuebles para cobrar, de manera diferencial, los servicios públicos domiciliarios). Cantidad de habitantes: aproximadamente 5500.

[5] En el presente artículo se ha utilizado la adaptación al español del términoinglés gentrification, que procede del inglés “gentry” y significa, literalmente, aburguesamiento.

[6] La Otra, Bogotá, noviembre 2013: p.1. Disponible en: http://laotrabienal.com/periodico-laotra-web.pdf

[7] En los documentos, entrevistas y textos revisados aparecen diferentes formas de nombrar el festival; Festival de la Chicha y la Dicha, Festival de la Chicha, la Vida y la Dicha, Festival de la Chicha, el Maíz, la Vida y la Dicha, sin haber encontrado una denominación oficial, para este trabajo se utilizará: Festival de la Chicha, y en algunos casos sólo Festival.

[8] Para ampliar sobre la historia de la chicha en Colombia: Calvo, O. Y Saade, M. (2002). La ciudad en cuarentena. Chicha, patología social y profilaxis y Llano Restrepo, M. (1994) La chicha, una bebida fermentada a través de la historia.

[9] Cuando hablamos de cultura hegemónica, esta no es un todo integrado y compacto, se pueden distinguir en ella la cultura oficial estatal, la oficial eclesiástica, la erudita local, la erudita internacional y la de masas.

[10] También se relaciona cultura popular con la “cultura de masas”, sustituyendo o deformando sus formas expresivas, debido a la capacidad de penetración de los medios de comunicación.

[11] El Festival de la Chicha es una de las expresiones culturales populares del barrio La Perseverancia, también han surgido entre los jóvenes, tres grupos de rap; Pegas, Todo copas y de Kalibre Grueso, y varias bandas de Hip Hop.

[12] Para ampliar sobre la historia de la chicha en Colombia: Calvo Isaza, O. y Saade Granados, M. (2002). La ciudad en cuarentena. Chicha, patología social y profilaxis, y Llano Restrepo, M. (1994) La chicha, una bebida fermentada a través de la historia.

[13] No confundir rito o ceremonia con espectáculo: “La ceremonia sería la producción de una realidad que se inscribe en el orden cotidiano, modificando las condiciones previas a su desarrollo, mientras que en el espectáculo habría reproducción de una realidad que es previa al mismo” (Acha, 1991, p. 220).

[14] La comunidad indígena muisca se localizaban en la zona central de Colombia, donde hoy se encuentra Bogotá, Tunja y Sogamoso.

[15] Se estima en más de 800 chicherías las existentes en Santa Fe de Bogotá a fines del siglo XVIII.

[16] Esta persecución a la chicha se llevó a cabo por la presión ejercida por los fabricantes de cerveza, y en el caso de Jorge Bejarano por algunos intereses familiares.

[17] El Bogotazo sucedió el 9 de abril de 1948 cuando en las calles de Bogotá, es asesinado el líder liberal Jorge Eliecer Gaitán. La reacción del pueblo fue espontánea. Huérfanos del líder y sin apoyo de la sociedad legitimada, las mayorías gaitanistas quedaron a la deriva, y el caos invadió la ciudad. Fue el líder político más amado en La Perseverancia.

[18] La Asociación Comunitaria Los Vikingos fue creada en 1987 por un grupo de jóvenes del barrio La Perseverancia.

[19] Entrevista a Luís Eduardo Ruiz Murcia representante legal de los Vikingos, 5 de junio de 2013.

[20] Acuerdo Distrital 121 de 2004. Consejo de Bogotá, Acuerdo 121 del 2004 (Junio 24).  Disponible en: http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=14040

[21] Los principales adoratorios de los Chibchas eran las lagunas en donde hacían las ofrendas de cosas preciosas. La laguna de Guatavita era el más célebre de todos estos santuarios. Ubicada en el municipio de Sesquilé a 63 km de Bogotá.

[22] “Nemcatacoa, llamado también Fu, el dios de los pintores de las mantas y de los tejedores, y quien presidía a las borracheras y las rastras de los maderos que bajaban de los bosques. Lo representaban en forma de un animal peludo a manera de oso, arrastrando la cola, y cubierto con una manta. La mejor ofrenda que se le podía hacer a este Baco chibcha, era embriagarse con chicha, pues creían los indios que en este estado su dios cantaba y danzaba con ellos”. En: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/paperi/v2/v38/38/ppi6.htm

[23] Entrevista a Luís Alberto García, 15 de mayo 2013.

[24] Ver: Intentando Vivir. Kalibre grueso. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=8dyoE-78Qcw. Agrupación de RAP que intenta afirmar el sentido de pertenencia territorial y la identidad de los vecinos de La Perseverancia y ha sido protagonista de la resistencia por medio de sus líricas, grafitis y acciones comunitarias.

[25] La elaboración de la chicha es una actividad cultural que desborda los límites del barrio La Perseverancia, existe elaboración y venta de chicha en otros barrios de la ciudad: Egipto, Belén, la Concordia y Las Cruces.