019
INV 2015

Descentrar el estudio de la segregación residencial/

Cargas, legados y reflexiones para su estudio en ciudades intermedias de América Latina

Sergio Kaminker

Artículo | Revista

Resumen

La segregación residencial es un concepto con una genealogía y una carga normativa importantes. En consecuencia, su uso ha recibido diversas definiciones y embates. A partir de una lectura descolonial, el presente artículo busca llegar a una definición conceptual que reflexione sobre su utilización en América Latina en las últimas décadas, su vigencia y problemas derivados de la importación acrítica de diversas categorías sociales de otros escenarios continentales. Se plantea la necesidad de descentrar los estudios de segregación residencial de las lecturas mecánicas entre espacio y desigualdad social a la luz de las intersecciones entre clase, raza y etnicidad, así como de las prácticas de construcción del espacio residencial; y se analiza la importancia de la escala y las principales lecciones teóricas y metodológicas, límites y potencialidades del estudio de la segregación residencial en una ciudad intermedia en expansión como Puerto Madryn (Patagonia central argentina).

Palabras Claves

Segregación residencial, ciudad intermedia, escala.

Abstract

Residential segregation is a concept with a significant genealogy and normative burden. Consequently, its use has received various definitions. This article seeks to reach a definition that reflects on its use in Latin America in the recent decades, its validity and problems arising from the uncritical importation of various social categories of other continental scenarios, from a “de-colonial” perspective. It suggests the need to separate the studies of residential segregation of mechanical readings of space and social inequalities through the intersections of class, race and ethnicity, and the practices of construction of residential space. It also considers the importance of scale and the main theoretical and methodological lessons, limits and potentials of the study of residential segregation in an intermediate city like Puerto Madryn (central Argentine Patagonia).

Keywords

Residential segregation, intermediate cities, scale.

1. Estudios de segregación residencial en América Latina

En la década de 1990, la gravedad de las consecuencias de la pauperización de la situación social en América Latina había generado un auge en la producción académica sobre pobreza (Beccaria, 1993; Altimir, 1995, entre otros), movimientos sociales consecuencia de estos procesos (Garretón, 2002; Svampa y Pereyra, 2003; entre otros) y, en el campo de los estudios sociales urbanos, producciones sobre los patrones de urbanización, por un lado, y segregación residencial, por el otro.

En la mayoría de estas investigaciones la tendencia fue comprender las consecuencias del neoliberalismo en las ciudades y la población urbana (Ciccolella, 1999; Hiernaux, 1999; Prevot Schapira, 2001; Torres, 2001; De Mattos, 2002; Janoscha, 2002; Portes, Roberts y Grimson, 2005; Sposito, 2007), su inserción laboral (Kaztman, 1999; Kaztman y Retamoso, 2005; Rodríguez, 2008; Pinto da Cunha y Jakob, 2010; Groisman, 2010; Molinatti, 2013), la violencia y la delincuencia (Retamoso y Corbo, 2003; Arriagada y Morales, 2006), la aparición de nuevas «subculturas» (Kaztman, 2001; Saraví, 2008) y la conformación de «nuevos barrios étnicos» (Sassone y Mera, 2007; Sassone, 2009). En la gran mayoría de estos estudios existió una fuerte tendencia a recuperar tradiciones de la sociología, la geografía y la antropología urbanas europea y norteamericana. Esto fue muy productivo, pero generó desajustes al trasladar acríticamente ciertas construcciones. En consecuencia, la segregación residencial se constituyó en una problemática central a la agenda de los estudios urbanos de la región. La producción académica sobre esta temática como tal se remonta a los trabajos de Telles (1992), Smolka (1992), Jaramillo (1997), Sabatini (1997, 2000), Kaztman (1999, 2001), Clichevsky (2000), Sabatini, Cáceres y Cerda (2001), Rodríguez Vignoli (2001), Schteingart (2001), Arriagada y Rodríguez (2003), entre principios de la década del noventa y de la siguiente.

Fig. 1. Cerro Navia, en Santiago. Fuente: Wikipedia.

Fig. 1. Cerro Navia, en Santiago. Fuente: Wikipedia.

En Argentina, como en el resto de la región, la mayoría de los trabajos sobre problemáticas urbanas estuvieron centrados en las grandes ciudades. Por ello, resulta importante la producción de trabajos que analicen los procesos de urbanización de las ciudades intermedias, no sólo por la falta de comprensión sobre sus dinámicas, consecuencias e implicancias para la política pública, sino también por la importancia que ha cobrado, en los últimos años, la expansión de las mismas en términos económicos y demográficos (Vapñarsky, 1995; Jordan y Simioni, 1998). En particular, las reflexiones de naturaleza teórica y metodológica aquí vertidas son fruto de nuestra investigación doctoral iniciada en 2011 sobre Puerto Madryn, una ciudad intermedia de la provincia del Chubut, en la costa atlántica de la Patagonia central chubutense y de discusiones más colectivas sobre segregación residencial, su tematización, sus límites teóricos y metodológicos [1].

Encontramos en estudiar el proceso de segregación residencial una llave para comprender el proceso de urbanización de la ciudad. Verificar que existen causas locales y vislumbrar su vinculación con los procesos estructurales es una parte importante para entender cómo y por qué se da la distribución de la población. No es sencillamente abordar la segregación como un tema en sí mismo, sino que ésta nos sirve de puerta de entrada a los mecanismos de exclusión que se dan en una ciudad intermedia en franca expansión, donde lo socio-económico, las redes familiares, étnicas y hasta el racismo parecen entrar en escena para hacer funcionar una división y jerarquización compleja de la ciudad. Conocer sus variaciones y continuidades históricas y contextuales son uno de los aportes centrales que podemos hacer desde la sociología (Machado, 2001), en especial para comprender «la relación entre segregación y otros procesos o mecanismos, ya sea que éstos actúen estimulando la segregación o bien que operen como sus consecuencias» (Sabatini y Sierralta, 2006: 1).

En este artículo, se buscó dar cuenta de los principales aportes teóricos, conceptuales y metodológicos que nuestro trabajo permitió, a partir de la explicitación de una definición contextual de segregación residencial para el estudio en ciudades de América Latina recuperando buena parte de la discusión regional. Luego, se planteó descentrar su estudio de una mirada socioeconómica y recuperar el lugar de la escala como posibilidad y potencialidad para repensar estos procesos en ciudades intermedias.

2. El concepto de segregación residencial y su genealogía

Entendemos que el concepto segregación residencial y/o urbana resulta controversial en términos teóricos, por lo que debemos reconocer su genealogía. Como problemática urbana de corte sociológico, la segregación residencial no resulta novedosa, sino que reconoce antecedentes ya clásicos, de los cuales buena parte de la literatura de estudios urbanos es deudora. La principal es la Escuela de Chicago, en autores como Park, Burgess o Wirth que trabajaron sus manifestaciones étnicas y raciales, cuya segregación veían como expresión natural de las diferencias y causa de la falta de integración social (Leal, 2002). Esto no es una simple marca de origen, sino que implica una carga. Sus trabajos pioneros dan cuenta de una preocupación práctica y política por transformar la realidad urbana que se mantiene latente en la gran mayoría de los estudios urbanos actuales. A su vez, el origen de su tematización tiene que ver con un modelo de ciudad cosmopolita (Álvarez, 2009), de contacto, diversidad y mixtura social.

«Diversos elementos de la población que habitan un establecimiento compacto tienden, así, a segregarse unos de otros en la medida que sus requerimientos y modos de vida son incompatibles unos con otros y en la medida en que son antagónicos entre sí […] Consecuentemente, la ciudad tiende a asemejarse a un mosaico de mundos sociales, donde la transición de uno a otro es abrupta» (Wirth, 2005: 9).

Fig. 2. Ciudades intermedias: Talca. Fuente: Wikipedia

Fig. 2. Ciudades intermedias: Talca. Fuente: Wikipedia

Allí se pensaba en una forma de integración urbana cercana a la aculturación, que iría diluyendo la diversidad migratoria y étnica. Reconocer este legado no significa aplicar acríticamente las mismas nociones. En cambio, creemos que trabajar desde el concepto de segregación residencial implica recuperar la preocupación por las condiciones de vida urbanas y por la transformación de las mismas y, también, una mirada heterodoxa desde lo disciplinar.

Otra importante herencia de esta Escuela ha sido comprender el espacio urbano a partir de la idea de «mosaico», analizar residencias y diferencias entre grupos, que asimilaban a problemas y moralidades, unas veces reificando el espacio y otras homogeneizando y etnificando las problemáticas. Álvarez (2009) señala que este es un aporte a recuperar porque, a diferencia de visiones dualistas de la ciudad, sus referentes daban cuenta de una ciudad heterogénea. Sin embargo, debemos ser conscientes de que los ejercicios analíticos que hacemos para comprender el fenómeno de la segregación residencial, en especial los estadísticos (pero también las reconstrucciones cualitativas), esconden u obliteran mayores diversidades que las que podemos mostrar en una argumentación. Lo importante es dar cuenta de los límites de nuestras explicaciones y saber que la distribución de una variable en un espacio no explica por sí misma la segregación residencial, dado que «las jerarquías socioespaciales no son producidas en forma directa por las clases sociales o los grupos étnico-raciales» (Duhau, 2013: 91).

Como relatan Álvarez (2009) y Molinatti (2013), la visión ecológica de la Escuela de Chicago permaneció vigente hasta que en la década de 1970, en Europa, se dio un giro teórico-metodológico hacia la revisión de los factores estructurales de los procesos de urbanización, con referentes como Lefevbre (1976), Harvey (1977) o Castells (1982). Su principal aporte fue el de desnaturalizar los procesos de segregación residencial y comprenderlos dentro de lógicas sociales más amplias que la mera selección de una residencia.

No debemos olvidar tampoco el legado empirista de los estudios sociales urbanos de matriz estructural-funcionalista norteamericana, principal culpable de la generación de los índices resumen originales (Bell, 1954; Duncan y Duncan, 1955; entre otros) y de una gran cantidad de estudios sobre segregación residencial racial en ciudades de Estados Unidos, aunque, por su perspectiva y contexto, no hicieron aportes teóricos sustanciales para nuestra investigación. Como explicaron Massey y Denton (1988), parte de su herencia fue una proliferación demasiado extensa y confusa de formas de cuantificar la segregación residencial que, a su vez, marcaron el canon aún vigente de estos estudios.

Sostenemos, entonces, que debemos trabajar en un desarrollo contextual latinoamericano de la noción de segregación residencial y explicitarlo, porque «toda indagación empírica sobre la misma debiera ser consciente de la diversidad de lecturas a la que está afecta» (Arriagada y Rodríguez, 2003: 10), de su carácter esquiva y controversial. Es justamente por esta razón, y por convicción de la necesidad de tener conocimiento situado, que los principales aportes que consideramos para esto son los realizados sobre ciudades latinoamericanas. Explicitamos anteriormente sus principales legados y cargas, pero entendemos que, a la vez, una conceptualización adecuada debe facilitar las preguntas y formas de acceso a una mejor comprensión de la dinámica del proceso de urbanización a ciudades latinoamericanas intermedias en expansión.

Fig. 3. Puerto Madryn, Argentina. Fuente: Flickr.com

Fig. 3. Puerto Madryn, Argentina. Fuente: Flickr.com

En términos históricos se podría afirmar que «la segregación residencial al parecer es inherente a la vida urbana» (Arriagada y Rodríguez, 2003: 10). Como afirmaba Bourdieu (2002), en toda ciudad el espacio está jerarquizado, pero, como explicitan Sabatini y Sierralta, «entre desigualdades y segregación no existe una relación directa, mecánica o de simple reflejo de las primeras en la segunda» (2006: 1).

En primer lugar, cabe aclarar que hay consenso de que el concepto remite a una distribución desigual de distintos grupos o colectivos sociales en el espacio (Sabatini, Cáceres y Cerda, 2001; Kaztman, 2001; Schteingart, 2001; Rodríguez y Arriagada, 2004; entre otros). Esta separación física y espacial es condición sine que non para todos los autores. Como fenómeno de naturaleza espacial, se reconoce, a su vez, como indisolublemente sociológico (Álvarez, 2009), por su importancia en la integración social o sus efectos sociales.

En segundo lugar, recuperamos la perspectiva de Kaztman, quien afirma que «la segregación residencial refiere al proceso [2] por el cual la población de las ciudades se va localizando en espacios de composición social homogénea» (2001: 11). Esta concepción procesual del fenómeno aparece poco explorada en la mayoría de los estudios de segregación residencial, en los cuales suele haber una mirada fotográfica, al punto de perder la dimensión temporal y dinámica de la distribución espacial de la población y sus cambios.

En tercer lugar, con fines analíticos nos resulta de utilidad pensar la segregación residencial en las tres dimensiones principales que define el trabajo de Sabatini, Cáceres y Cerda (2001): la tendencia de los distintos grupos sociales a la concentración en áreas de una ciudad; la formación de barrios o sectores socialmente homogéneos; y la percepción subjetiva que los habitantes tienen de esas primeras dos. Rodríguez y Arriagada (2004) agregan, como otra dimensión, la proximidad física entre diferentes espacios.

En cuarto lugar, cabe aclarar que comprendemos la segregación residencial como un fenómeno que no experimentan sólo los sectores populares (Schteingart, 2001). Concentrar la atención únicamente sobre los pobres urbanos no nos permite percibir los procesos en su totalidad. Nuestra preocupación está puesta, generalmente, en las consecuencias sobre los sectores subalternos, pero si no entendemos que son parte de un mismo proceso, donde son importantes la mercantilización de la tierra, y hasta los deseos e imaginarios que ponderan sectores medios y altos sobre cómo y dónde es deseable vivir, podemos terminar con una visión acotada y parcializada de lo que acontece.

En quinto lugar, la segregación residencial es siempre socialmente producida. Compartimos que «los mercados de suelo urbano están en el centro de los cambios en el patrón de segregación» (Sabatini, Cáceres y Cerda, 2001: 40), pero también es importante comprender que no es una relación directa y lineal, sino que existen diversos mecanismos o vehículos colectivos que van desde «la promoción inmobiliaria que lee [3] las diferencias de clase y de capacidad de pago y opera en consecuencia» (Duhau, 2012: 136), hasta la construcción de viviendas sociales en tierras de baja renta, la consolidación de asentamientos informales y la planificación urbana. En todas estas formas, el Estado, en sus diversos niveles, tiene un lugar central, ya sea por acción u omisión. No hay una relación directa entre pertenencia a un grupo y una residencia, sino que hay una forma en que se produce colectivamente ese espacio residencial, que tiene una impronta local y contextual.

Fig. 4. Mapa de itinerarios del autor por Puerto Madryn. Fotografía de S. Kaminker.

Fig. 4. Mapa de itinerarios del autor por Puerto Madryn. Fotografía de S. Kaminker.

En sexto lugar, la concentración de grupos sociales homogéneos en el espacio no siempre tiene consecuencias negativas (Sabatini y Sierralta: 2006). Este punto está íntimamente relacionado con el ideal de ciudad que muchos estudios de segregación residencial dejan subyacente: cuánto más homogénea es la distribución de los distintos grupos sociales en una urbe, mayores contactos entre diferentes se generarán y más democrática y tolerante será una sociedad (Kaztman, 2001). Pero, como afirman Arriagada y Rodríguez, «la cercanía geográfica no garantiza intercambio ni asegura afinidad o armonía entre los distintos grupos sociales» (2003: 10). Por un lado, en la mayoría de las ciudades latinoamericanas la segregación residencial socio-económica aparece como limitante de la movilidad social ascendente (Kaztman, 2001; Sabatini y Brain, 2008; Groisman, 2010; Molinatti, 2013, entre otros). Por otro lado, la inscripción territorial de los sectores populares ha servido como fuente principal de organización en períodos de alta desocupación cuando la identidad dejaba de estar anclada en la inserción laboral (Svampa y Pereyra, 2003; Merklen, 2005). A su vez, otros afirman que en casos de segregación residencial por nacionalidad de origen de inmigrantes, o por razones étnicas (Sabatini, 2003; Sabatini y Brain, 2008) hay efectos positivos ligados a la conformación de redes sociales que facilitan la integración social. Sin embargo, esta concentración puede esconder formas de jerarquización al interior de las ciudades, otros procesos de exclusión concomitantes, y terminar siendo perjudicial para quienes habitan esos espacios y las ciudades como un todo. En definitiva, cada distribución debería ser estudiada y explicada en contexto, intentando no reificar el espacio, dado que todo lo que sucede en un territorio no es consecuencia necesaria de la ubicación o de su composición social.

A diferencia de lo que sucedía diez años atrás, cuando Sabatini y Sierralta sostenían que «el estudio estadístico de la segregación residencial urbana ha sido casi inexistente en América Latina» (2006: 19), hoy hay una amplia producción en diversos países de la región que nos permite llegar a una definición conceptual que recupera parte de esa literatura y, a la vez, los resultados de sus estudios. En consecuencia, sugerimos entender a la segregación residencial en América Latina como el proceso por el cual los distintos sectores sociales se distribuyen en un territorio mediante mecanismos o vehículos colectivos, públicos o privados, con importantes consecuencias sobre su experiencia de vida. Sus efectos pueden ser positivos o negativos y sus principales dimensiones son la tendencia a la concentración de grupos, la conformación de áreas socialmente homogéneas, su proximidad física y las formas en que éstas son percibidas. Se constituye en la intersección de diversas formas de desigualdad social, pero no es una expresión especular de ninguna de ellas.  

3. Descentrar la segregación residencial en América Latina

En los estudios urbanos latinoamericanos hay consenso en que las variables socioeconómicas son centrales para comprender el patrón tradicional de segmentación en la localización de la población (Kaztman, 2001; Sabatini, Cáceres y Cerda, 2001; Arriagada y Rodríguez, 2003; Álvarez, 2009; Groisman, 2010; Duhau, 2013). En consecuencia, ha habido una preeminencia de estudios sobre segregación urbana socioeconómica, donde pocos han problematizado el lugar de otras variables. En estos trabajos se enfatiza la mirada sobre la expresión socio-económica de la segregación y no se tematiza la cuestión migratoria, étnica o racial. No es nuestro interés contradecir este acuerdo, pero sí cuestionar, a la luz de una perspectiva descolonial, la mirada hegemónica sobre este fenómeno.

En Argentina, como afirma Segura, los análisis de segregación residencial predominantes pusieron atención, por un lado, a los ricos auto-segregados o al «emergente mundo comunitario de los pobres urbanos», dando por sentada la territorialidad, o bien, por otro lado, en una «focalización en lo territorial» (2006: 3-4) con una matriz más cuantitativa, dejando por fuera las dimensiones prácticas y simbólicas de la segregación. Otros análisis han prestado atención a alguna de estas dimensiones revisando cómo la segregación urbana tiende a generar ciudades duales (Ciccollela, 1999), o fragmentadas (Prevot Schapira y Cattaneo Pineda, 2008), favoreciendo la generación de mundos aislados o espacios segmentados, donde la distancia física se transforma en productora de la diferencia. Otros critican esta mirada, mostrando ciudades «mosaicos», heterogéneas (Álvarez, 2009) o «en diversos tiempos» (Segura, 2010).

Por su parte, la dimensión étnica, como una suerte de homogeneización de lo nacional, fue analizada en trabajos que reconstruyen los patrones de localización de los migrantes en las ciudades en términos de una vinculación individual. Como señala Mera, se puso en el centro a las cadenas migratorias, al caracterizar estos espacios como “barrios étnicos» o «barrios de inmigrantes» (Sassone y Mera, 2007), y explica cómo, «al establecer una demarcación arbitraria (en el sentido de fabricada por quien denomina) en un universo complejo, crea la ficción de grupos efectivamente existentes en el mundo social, portadores de ciertas características, cualidades y comportamientos» (2008: 8), ocultando, en cierta medida, su heterogeneidad. Así, se corre el riesgo de caer en una suerte nacionalismo metodológico (Mera, 2012), cual si el lugar de nacimiento fuera una especie de identificador étnico directo y existiera una relación espacial étnica con actitudes y aptitudes de esas personas. Mera (2008 y 2012) explicita que estas miradas acarrean problemas al pensar a los migrantes insertándose en un espacio vacante, o a éstos como sujetos pasivos. Resulta interesante retomar el análisis de Grimson (2006) sobre cómo se fueron constituyendo «múltiples espacios vinculados a la bolivianidad» como consecuencia de los procesos de reterritorialización de distintos grupos de migrantes, que unidos por localización, y/o carácter de clase, utilizaron los símbolos nacionales como elementos de legitimación del accionar político como comunidad «excluida». Además, conviene rescatar el aporte de Margulis, quien sostiene que en la Argentina se da una suerte de «racialización de clase» de las personas que viven en los barrios populares (1997: 14). En este sentido, la formación de supuestos guetos de nacionalidad no son meros epifenómenos propios de las nacionalidades, sino que tienen una fuerte connotación racializante, socioeconómica, tras la cual se dejan traslucir importantes conflictos en la lucha por la construcción, uso y disposición del espacio urbano.

Fig. 5. Panorámica de Puerto Madryn, vista desde la perfieria de la ciudad. Fotografía de S. Kaminker.

Fig. 5. Panorámica de Puerto Madryn, vista desde la perfieria de la ciudad. Fotografía de S. Kaminker.

Para estos fines, creemos de utilidad incorporar la fertilidad de los desarrollos teóricos vinculados a los trabajos sobre la colonialidad del poder y el lugar de la raza en América Latina, como exploramos en un trabajo previo (Kaminker, 2011). Allí mostramos cómo la raza no ha sido una preocupación central para las ciencias sociales de las décadas recientes en la República Argentina, en particular para la sociología. La ausencia relativa de la cuestión racial en otras temáticas antropológicas, históricas y sociológicas, se vuelve sintomática en los estudios urbanos respecto a las formas que adquiere la segregación residencial en la Argentina. En definitiva, la propuesta es, recuperando a Auyero, «tomar seriamente la raza, el espacio y el Estado» (2007: 25) en el estudio de la segregación urbana en nuestro país, donde «la racialización (práctica y discursiva) de la población villera se conjuga y refuerza con su extranjerización», teniendo en cuenta que para el sentido común sociológico, como también para Auyero, en Argentina, «la cuestión racial no es un tema (problema)» (2007: 26). Claro que no es la raza una forma de abordar programáticamente el problema de la segregación desde una política pública, sino que resulta importante comprender cómo opera la raza marcando fronteras simbólicas al interior de las ciudades y, en consecuencia, forjando cierta territorialidad. Aun cuando Molinatti señala que es fácil identificar la segregación racial porque «la variable es mucho más sencilla de identificar y sobre sus categorías cabe poca discusión» (2013: 120), no debemos olvidar que la producción de información estadística es una fuente de información que se produce sobre la población, pero también expresa visiones ideológicas y políticas de una época, por lo que no resulta casual que la pertenencia a diferentes grupos étnicos hayan sido borrados de la estadística argentina durante más de un siglo. Como señalan Quijano y Wallerstein «la realidad subyacente al racismo no siempre requiere la acción verbal o incluso la exteriorizada postura social que hay en la conducta racista» (1992: 585). En definitiva, esto plantea una dificultad importante en términos metodológicos, por lo que agregar a estas variables en los estudios de la segregación residencial se vuelve «una tarea pendiente que no se puede trabajar con los datos desagregados actuales, y que requiere de diseños de investigación más sofisticados» (Ruiz Tagle y López, 2014: 29).

En el presente contexto, parecería ser que los procesos de urbanización excluyentes de las ciudades argentinas muestran una fuerte imbricación entre raza y clase, resignificadas por el discurso conservador actual que tiende a «extranjerizar» a aquellos que luchan por una vivienda digna. Por ello, recuperamos de la perspectiva descolonial la consideración de la cuestión racial como un elemento constitutivo de la forma de jerarquización socialmente internalizada en la región, para repensar la segregación residencial, como sostienen también Ruiz Tagle y López (2014) para el caso chileno, o ha analizado Telles (1992) para el brasilero, advirtiendo que esta debe pensarse en forma contextual, ya sea nacional o local (Kaminker, 2011).

4. Las escalas de la segregación residencial

La escala es una noción polisémica central en los estudios socio-espaciales, que suele estar naturalizada entre cientistas sociales (González, 2005). Por ello, a pesar de su importancia de naturaleza teórico-metodológica y sus ribetes políticos, rara vez es tematizada, excepto como fuente de problemas (Gutiérrez, 2001). El sentido común de las ciencias sociales nos «dice que el cambio de escala implica un cambio de naturaleza» (Capel, 2009: 10), cuyo ejemplo paradigmático en la sociología clásica es la transformación de la comunidad en sociedad. Gutiérrez (2001) explicita las diversas concepciones que existen sobre la escala: como tamaño, como nivel, como red y como relación. Cada una de estas acepciones está cargada de jerarquías o interacciones de diferente naturaleza (Mera, 2012). En particular, recuperamos que estas «no deben reificarse como niveles o capas del mundo social, sino que es más apropiado imaginar cómo se enredan unas con otras, se mezclan e hibridizan» (González, 2005: 102). Consideramos, entonces, que se debe pensar en múltiples sentidos la noción de escala y entenderla como una construcción social que no existe de antemano (González, 2005; Capron y González, 2006).

En particular, nos interesa pensar la escala en dos sentidos prioritarios para el de estudio la segregación residencial en cualquier ciudad intermedia de América Latina.

En primer lugar, hacemos propia la reflexión de Llop Torné cuando sostenía que «hay abierto un campo específico de reflexión y análisis sobre las ciudades intermedias» (Llop Torné, 1999: 34). Esta expresión daba cuenta de un nivel de institucionalización de la discusión, en torno a la Unión Internacional de Arquitectos, la UNESCO y el aporte de instituciones académicas y municipios, expresada en la «Declaración de Lleida sobre las Ciudades Intermedias y la Urbanización Mundial» de 1999 en España. Allí se resaltaba la necesidad de la descentralización, la recuperación de las ciudades intermedias y la planificación urbana, al tiempo que se expresaba cierto malestar: «Los organismos internacionales y nacionales, así como los niveles de administración supra-municipal y los centros de investigación no muestran el suficiente interés en asentamientos de estas características» (UIA, 1999: 2). Este hecho político-académico no tuvo su correlato en América Latina hasta estos últimos años, cuando comenzaron a aparecer estudios sobre ciudades intermedias. En particular, esta aparición embrionaria da cuenta del lugar que estas ciudades han comenzado a tener en el sistema urbano más amplio, cuyas causas ubicamos, en principio, en dos fenómenos analíticamente distintos, pero relacionados. Por un lado, como sostiene Capel, globalización mediante, una ciudad pequeña o intermedia hoy es «un espacio que puede estar conectado en todos los sentidos al resto del mundo, pero con un ambiente social y morfológico particular, diferente al de la gran ciudad, y que puede resultar muy atractivo» (2009: 11). Por otro lado, el crecimiento del peso demográfico relativo de las ciudades intermedias en América Latina es una tendencia que ya lleva al menos veinte años en América Latina (Vapñarsky, 1995; Jordan y Simioni, 1998). Pero estas dos cuestiones no son suficientes para que estas aparezcan como un espacio que gane derecho propio en ningún campo científico-académico o político. Como sostiene González, es «el grupo de personas que movilizan su poder alrededor de un espacio» (2005: 107) los que hacen que las prácticas sociales se institucionalicen al punto de generar una nueva noción de escala.

En definitiva, sostenemos que este camino abierto da cuenta del peso que comienzan a tener las urbes secundarias en los sistemas urbanos nacionales en términos económicos y sociales, pero también surgen como una posibilidad para repensar cualitativamente los fenómenos de naturaleza urbana. En este sentido, más allá de que «una de las variables para definir ciudad media-intermedia suele ser el tamaño o la talla de su población» (Llop Torné, 1999: 42), aquí recuperamos concebir a la escala de las ciudades intermedias como una posibilidad, dado que su estudio nos permite ensayar acercamientos a una totalidad, heterogénea, pero usualmente inabordable en las grandes áreas metropolitanas. Cabe diferenciar, para ello, entre ciudades intermedias que se introducen en extensas áreas metropolitanas, como sucede en la gran mayoría de las principales urbes de América Latina, y otras que se constituyen en sistemas por sí mismas. Esta diferenciación, a priori menor, modifica sustancialmente la forma de funcionamiento, necesidades y problemas de una ciudad.

Jordan y Simioni (1998) plantean que aún existe un discurso que señala que los grandes problemas urbanos se circunscriben a grandes ciudades, detrás de lo cual subyace un planteo que relaciona en forma directa el tamaño de una ciudad con la cantidad e intensidad de sus problemas. Podríamos sostener que postulan una correlación entre crecimiento demográfico y problemas urbanos, que debiera ser comprobada (o desandada), mostrando que «la disponibilidad de recursos constituye un factor clave en la aparición y agudización de los problemas típicos de las ciudades» (Jordan y Simioni, 1998: 47), pero también la forma en que se urbaniza, se construye o se deja construir ciudad.

A su vez, resulta central comprender que, en esta escala, la dimensión temporal puede aparecer con una velocidad distinta a las grandes urbes, en especial cuando las ciudades intermedias están en expansión o en transición. Lo que en una gran área metropolitana puede tardar una o dos décadas, en una ciudad intermedia puede darse en dos o tres años.

Fig. 6. La periferia de Puerto Madryn. Fotografía de S. Kaminker.

Fig. 6. La periferia de Puerto Madryn. Fotografía de S. Kaminker.

Por último, cabe recuperar una dimensión política central para estas ciudades. La falta de estudios sobre ellas genera que se sigan planteando soluciones que fueron diseñadas para grandes ciudades, creando problemas y destinando recursos financieros y humanos inadecuados para resolver sus conflictos.

Ahora bien, volviendo sobre los estudios de segregación residencial, la mayoría de estos están centrados en las grandes ciudades, por lo cual cobran importancia los pocos trabajos sobre escenarios intermedios, considerados periféricos. En Argentina, Perren (2011), Linares (2012) y Prieto (2012) muestran formas que ha adquirido la segregación residencial socioeconómica en ciudades intermedias como Pergamino, Olavarría, Tandil, Bahía Blanca y Neuquén, experimentando con diversas metodologías clásicas, aunque sin poner en cuestión cómo se urbanizaron estos espacios. Como explicitamos previamente, creemos importante descentrar la segregación residencial de las variables socioeconómicas, para desnaturalizar cómo, quién y por qué existe y sus implicancias. Particularmente sugerentes, en este sentido, resultan los trabajos de Segura (2010) sobre la experiencia urbana y la historia de la ciudad de La Plata y el de Matossian (2010) en una ciudad intermedia de la Patagonia argentina, San Carlos de Bariloche, y la inmigración chilena.

En segundo lugar, hay un debate continuo sobre índices resumen [4] y los efectos de la escala en la medición del fenómeno. Aquí sí nos referimos a la escala como problema metodológico. La cuestión central es sencilla y compleja: la definición, explicitación inicial y respeto durante la investigación de la escala adecuada de observación (Rodríguez Vignoli, 2001; Sabatini, Cáceres y Cerda, 2001; Capron y González, 2006), «ya que un mero cambio en éstas, modifica diametralmente el juicio sobre la existencia o no de segregación socioespacial» (Linares, 2010: 10).

Al respecto, se suele hablar de dos problemas centrales. Por un lado, está el problema del tablero de ajedrez (Linares, 2012), el cual se genera porque hay índices de segregación que ignoran proximidad y relaciones de vecindad, al medir sólo la composición de cada unidad en forma aislada. Por otro lado, está el problema de la unidad espacial modificable (Capron y González, 2006). A medida que crece un agrupamiento, se pierde el nivel de detalle y cierta heterogeneidad puede verse desdibujada. La solución a este problema ha sido abordada en formas diversas, desde índices de auto-correlación espacial, como el de Moran (Linares, 2012) o bien a través de soluciones de naturaleza más bien teórica. En este último sentido, es interesante el aporte de Sabatini y Sierralta al introducir el concepto «de escala geográfica de la segregación (el cual) intenta justamente captar las diferencias que presenta el fenómeno según niveles de agregación espacial» (2006: 10). Se conjuga, así, una estrategia multiescalar a los fines de captar el contrapunto entre la intensidad de la segregación residencial en una escala micro o pequeña y en una escala macro o grande, las cuales pueden diferir (Sabatini, Cáceres y Cerda, 2001; Rodríguez, 2001; Sabatini y Sierralta, 2006; Ward, 2012). Cabe señalar que hay discusiones importantes al respecto, entre las cuales sobresale la crítica que Ruiz Tagle y López hacen a Sabatini cuando afirman que, al medir la segregación, «no considera áreas suburbanas» (2014: 26). Ward agrega, en un sentido similar, que ya no es suficiente considerar el área metropolitana, sino que en muchos casos «deberíamos extender nuestra escala de análisis desde lo urbano a las nuevas áreas periurbanas» (2012: 77). Nosotros entendemos, finalmente, que esta es una definición empírica, dependiente de cada contexto de investigación (Sabatini y Sierralta, 2006), pero sostenemos que se debe elegir «la que posee el mayor grado de desagregación de la información, y es la unidad censal más pequeña» (Álvarez, 2009: 50), atendiendo a la posibilidad de comparación con estudios previos, la consistencia y solidez de las mediciones y a que no siempre los límites administrativos responden a las conformaciones territoriales importantes para un proceso (Linares, 2010). En este sentido, en Argentina se suele utilizar el radio censal, el último nivel de desagregación de los datos ofrecidos al público por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Álvarez, 2009; Linares, 2010; Perren, 2011; Molinatti, 2013), aunque difiere el análisis a gran escala según el caso.

A su vez, resulta importante diferenciar entre escalas de naturaleza estadística y la de una medición cualitativa, las cuales no necesariamente coincidirán en los estudios. Debemos definir, entonces, la escala «para cada una de las tres dimensiones que hemos distinguido» (Sabatini y Sierralta, 2006: 17). En este sentido, es prioritario evitar el problema de «la observación de ‘fragmentos'» (Capron y González, 2006: 72) que varios estudios sobre barrios populares o barrios cerrados construían, aislando y petrificando a sus objetos de análisis, perdiendo la mirada de totalidad de «una observación multiescalar que capte las interrelaciones y la lógica organizacional» (Capron y González, 2006: 74).

5. Consideraciones finales: contextualizar la segregación residencial latinoamericana

Desde la década de 1990, la segregación residencial se ha tematizado en los estudios urbanos latinoamericanos como un problema a resolver. El legado norteamericano y europeo ha permitido un desarrollo interesante de este campo, pero ha generado inconvenientes. Por ello, luego de más de veinte años, proponemos una definición contextual de segregación residencial que permita descentrar el fenómeno de lo meramente socioeconómico que ha hegemonizado estas investigaciones en América Latina.

Descolonizar estos estudios nos devuelve la utilidad de repensar el lugar de la raza y de lo étnico en estos procesos, con la limitación que implican nuestros sistemas nacionales de estadística, obligándonos a trabajar con metodologías mixtas. Reconstruir las formas en que se produce socialmente la residencia y releer el lugar de la migración son posibilidades interesantes para comprender la dimensión procesual de este fenómeno y cómo se entrelazan clase, nacionalidad, etnia y raza.

Recuperar la potencia de trabajar en una perspectiva multiescalar y sobre escenarios considerados periféricos para los estudios urbanos, como las ciudades intermedias, nos permiten comprender que la escala no es meramente un problema metodológico a resolver, sino la posibilidad de un entendimiento más acabado sobre un fenómeno. Atender a las ciudades o las áreas metropolitanas como totalidades, abre la posibilidad de evitar los problemas de la fragmentación. Pero, más importante aún, permite generar una perspectiva propia que produzca recomendaciones de política pública acorde a las ciudades intermedias latinoamericanas, históricamente poco trabajadas en la academia.

En consecuencia, sugerimos experimentar con estrategias metodológicas mixtas que utilicen técnicas cuantitativas y cualitativas. Esto entraña un desafío, dado que en los estudios sobre segregación residencial han existido «pocos intentos de desarrollar estrategias mixtas y complementarias con varias entradas de análisis» (Capron y González, 2006: 65). Sin embargo, creemos que es central experimentar formas distintas de trabajar porque coincidimos con Ruiz Tagle y López cuando sostienen que para «construir una visión alternativa de la segregación residencial debemos actualizar nuestras metodologías a fin de adaptarlas a la especificidad de nuestros contextos socioculturales, y elaborar construcciones teóricas que utilicen una racionalidad crítica, más allá de lo empíricamente evidente» (Ruiz Tagle y López, 2014: 43).

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Recibido el 4 de febrero de 2015, aprobado el 9 de abril de 2015.

Sergio Kaminker, Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas, CONICET/ Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. E-mail: sakaminker@gmail.com.

[1] En particular deseamos agradecer los aportes y cuestionamientos realizados en el Simposio de apoyo a tesistas de América Latina del Instituto Lincoln de Estudios del Suelo, en especial a los Dres. Sabatini y Smolka y a la Dra. Cravino. Sus comentarios sirvieron de provocación para escribir el presente artículo y repensar el aporte de la pesquisa en curso.

[2] El destacado es propio.

[3] El resaltado es del original.

[4] Dentro de la amplia gama de artículos publicados sobre índices de segregación residencial recomendamos los trabajos de Massey y Denton (1988). Para una revisión de esa mirada, resulta esencial el trabajo de Sabatini y Sierralta (2006) y el de Ruiz Tagle y López (2014) que critica a estos últimos.