En la serie de historietas de Mafalda, la representación de Buenos Aires está dominada por la idea de una ciudad que se disputa entre la metrópolis y la pequeña gran aldea: de un lado, la ciudad como una técnica que lo invade todo, el lugar de la contaminación, la pobreza y el hacinamiento; del otro, el barrio mítico donde Mafalda y sus amigos recorren libres las calles, juegan en la plaza y compran en el almacén.
En esta reseña nos concentraremos en la primera parte de esta idea.
Preparándose para las vacaciones de verano (fig. 1), Mafalda le pide a su mamá que le describa el lugar donde irían de veraneo. La madre alude con entusiasmo a un lugar con “maravillosos lagos rodeados de montañas, y bosques hermosísimos”. Se observan edificios por la ventana, que se aglomeran en el espacio urbano y emanan humo por sus chimeneas. Mafalda pregunta “¿y quién hizo todo eso tan lindo?”, a lo que su madre responde “todo eso tan lindo lo hizo Dios”. El último cuadro muestra a Mafalda junto a su madre, mientras la primera dice “Qué lástima que aquí le dieran la licitación a otros”.
Esta tira sugiere que para pasar las vacaciones hay que abandonar la ciudad, pero no para ir a otra ciudad sino para conectarse con la naturaleza, con lo puro y verdadero. Como señala Capel, “parecería que se vive en las ciudades porque no hay otro remedio, y que si se pudiera se saldría de ellas sin vacilar” (2001:1). Se veranea entonces en un lugar de cualidades naturales que destacan porque la ha hecho Dios, a diferencia de la ciudad que la hacen los hombres. La tira da cuenta de la imperfección de la creación humana y su contraposición a creación divina, la naturaleza.
Ya en el lugar de veraneo (Bariloche, fig. 2), Mafalda observa con ojos alucinados el paisaje de maravillosos lagos rodeados de montañas y bosques hermosísimos. Sus padres la observan encantados. Su mamá pregunta “¿y, Mafalda? ¿Qué te parece?”, a lo que Mafalda responde: “¡¡Dios mío!! ¡esto es tan hermoso, que los hombres se las van a ver en figurillas para echarlo a perder!”. El cuadro en el que Mafalda dice aquello, muestra a la familia como unos puntos minúsculos inmersos en el paisaje, utilizando una escala que demuestra la pequeñez del hombre frente a la naturaleza. La tira sintetiza así la conquista del hombre sobre la naturaleza de la siguiente manera: el hombre es una pequeña parte de la naturaleza, pero avanza sobre aquella, echándola a perder.
En la fig. 3, y a través de Felipe, Quino retoma el debate sobre la vida en la ciudad y la vida en el campo. Felipe trasluce una visión negativa sobre la vida en la ciudad y la acompaña de una valoración positiva de la vida en espacios no urbanos: “¡cómo quisiera estar en el campo todo rodeado de verde…, y de vaquitas mugiendo dulcemente…”. Mafalda, sin embargo, desestima las valoraciones de su amigo, desdibujando la idealización de la vida en el ámbito rural.
Recordemos aquí a Sarlo, quien afirma que “Modernidad, modernización y ciudad aparecen entremezclados como nociones descriptivas, como valores y como procesos materiales e ideológicos” (1998: 26). Veamos cómo fueron esos procesos en la Ciudad de Buenos Aires.
La desigualdad urbana
El carácter cosmopolita y moderno de la Ciudad de Buenos Aires no estuvo consolidado hasta las primeras décadas del S. XX. Hasta ese entonces, la ciudad conservaba los rasgos característicos de la Gran Aldea. En el S. XIX existía cierto consenso en la intelectualidad criolla de que Buenos Aires debía constituirse en una ciudad moderna, y en aquel proyecto se disputaban dos modelos de ciudad contrapuestos: el europeo, en que la ciudad se renueva sobre sí misma, y el anglosajón, en el que se abandona lo viejo y la ciudad se renueva “yéndose a otra parte” (Gorelik, 2004).
Sarmiento, quien adhería al segundo de los modelos, creó los bosques de Palermo, en un intento poco exitoso de afectar la estructura urbana de la ciudad. Torcuato de Alvear, quien adhería, en cambio, al modelo europeo, llevó a cabo la remodelación de la Plaza de Mayo y la creación de la Avenida que lleva ese nombre. Estos proyectos se realizaron respetando la tradicional cuadrícula de la ciudad criolla (en forma de damero, conforme a las Leyes de Indias), con el fin de evitar el crecimiento caótico de la ciudad producto de las oleadas inmigratorias de origen europeo que comenzaban a sucederse en el país.
En 1898, el poder público extiende el trazado en forma de cuadrícula con el fin de cubrir las extensiones vacías que se habían incorporado a la ciudad en 1887. Aquella cuadrícula fue la que homogeneizó el centro de la ciudad con sus suburbios populares, evitando (en ese momento) situaciones de segregación. En 1930, Buenos Aires poseía infraestructura urbana en todo el territorio, y el transporte eléctrico y los subtes acortaban las distancias (e incorporan la velocidad al ritmo de la ciudad).
En paralelo a aquella consolidación se producía la segunda expansión de Buenos Aires, esta vez sobre el territorio metropolitano y a partir de la llegada de migrantes rurales que venían atraídos por las ofertas laborales originadas en el marco de la industrialización. Se produce un incremento de la población que pasa de 5.209.149 en 1947 a 7.453.337 en 1960 y a 9.247.788 en 1970 en la Región Metropolitana de Buenos Aires (Di Virgilio, Arqueros, Guevara, 2007).
Con el fin de canalizar la necesidad de vivienda, los gobiernos peronistas inician la política de loteos populares, que consistió en la subdivisión de terrenos en áreas rurales sin servicios ni infraestructura urbana. Las familias podían comprar los lotes en cuotas y acceder a la vivienda propia a través de un largo proceso de autoconstrucción. Aunque realizada de manera deficiente, la política permitió la construcción de barrios populares cuya identidad se forjó en torno a la propiedad y al esfuerzo del asalariado para acceder a ella por vía legal. Aquella política confluyó con: la extensión de las redes de ferrocarril, que disminuyó la distancia desde los sectores periféricos al centro de la ciudad, la transformación del conurbano en el principal cordón industrial, la redistribución del ingreso a favor de los asalariados y el otorgamiento de créditos para vivienda destinados a los sectores asalariados (Merklen, 2002).
En la fig. 4, Mafalda y su familia vuelven en tren (el transporte por excelencia en esos años) de sus vacaciones en alguna playa de la provincia de Buenos Aires. Mientras sus padres duermen, Mafalda observa por la ventanilla del tren el paisaje y piensa “mirar por la ventanilla del tren es como mirar el país por televisión”. En el cuadro siguiente, Mafalda visualiza un rancho y finalmente concluye “lástima que la televisión tenga mejores programas que el país”. El cuadro muestra una vivienda donde habita una familia en condiciones de precariedad. Detrás del rancho se observa una fábrica, y en el segundo y en el último cuadro se observa, en tercer plano, un tendido eléctrico.
Aunque Mafalda hace referencia al país, la secuencia transcurre en el área periurbana de la provincia de Buenos Aires. Si bien la tira no alude a ninguna de estas cuestiones de manera explícita, las imágenes posibilitan interpretar la tira como una denuncia de las condiciones de vida de las familias durante el proceso de urbanización del área metropolitana de Buenos Aires. Como señala Gorelik: “Si en los años del cambio de mitad de siglo la mitad de la población de Buenos Aires era extranjera, y de allí salió su coloración europea, hacia 1946 los migrantes de ‘tierra adentro’ llegaban al 40 por ciento de la población metropolitana, y en 1960 constituían el 90 por ciento de la población trabajadora masculina y el 59 por ciento de la femenina, pero así y todo no modificaron aquella autorepresentación de excepcionalidad en el concierto de las ciudades latinoamericanas” (2004: 92).
La fuerza simbólica de aquella Buenos Aires europea otorgó cierta (auto) distinción a la ciudad central. Durante la expansión del área metropolitana, la ciudad opera un repliegue institucional y cultural sobre sí misma con fin de preservar esa identidad. La Av. General Paz, fue (y sigue siendo) la frontera material y simbólica de la “ciudad europea”.
Ahora bien, Mafalda fue escrita en su mayoría entre el segundo gobierno peronista y el tercer gobierno de ese signo político. El peronismo supo captar con habilidad la simpatía de los sectores populares y tuvo, sobre todo en los dos primeros períodos, una constante apelación a los asalariados en sus discursos y sus políticas. Como consecuencia de estos procesos, la identidad del conurbano bonaerense se forjó de manera diferenciada a la de la Ciudad de Buenos Aires. En este sentido, los relatos acerca del 17 de octubre exhiben el horror de los habitantes de la ciudad ante el espectáculo de aquellas masas de cabecitas negras que arribaban al territorio de la Ciudad reclamando por su líder.
Sarlo señala que “la calle es el lugar, entre otros, donde diferentes grupos sociales realizan sus batallas de ocupación simbólica” (1998: 30). Aquella disputa, permanece aún hoy presente en el imaginario colectivo de los habitantes de la ciudad y Quino, la retrata con exactitud en una de sus tiras (fig. 5).
Mafalda y Susanita caminan por las calles de la Ciudad de Buenos Aires y se cruzan con una persona en situación de calle. Ambas se lamentan sobre la situación de aquella persona y Mafalda señala que “habría que dar techo, trabajo, protección y bienestar a los pobres”, a lo que Susanita responde “¿para qué tanto? Bastaría con esconderlos”. Mafalda la mira entre disgustada y sorprendida.
La tira forma parte del libro titulado “Así es la cosa Mafalda”, publicado en los primeros años del gobierno de Onganía. Años más tarde, el último gobierno militar (1976-83) retoma el imaginario que Quino denunciara, y bajo la política de que “a la ciudad hay que merecerla”, lleva a cabo numerosas acciones con el fin de esconder a los pobres.
Los males de la modernidad
La gran mayoría de las tiras de Mafalda, que tienen por contexto a la Ciudad de Buenos Aires, fueron realizadas apenas unas décadas después de que esta se transformara en una ciudad propiamente moderna. Sin embargo, como se verá, todas las tiras podrían estar relatando procesos similares a los recorridos por cualquier gran urbe.
Louis Wirth señala que “el comienzo de lo que es distintivamente moderno en nuestra civilización se caracteriza por el crecimiento de las grandes ciudades. En ninguna parte ha estado la humanidad más alejada de su naturaleza orgánica que bajo las condiciones de vida de las grandes ciudades” (2005: 1). Quino, como veremos, aborda extensamente esta tensión tanto desde el punto de vista psicológico y sociológico como desde el punto de vista del medioambiente.
La fig. 6 muestra en primer cuadro un colectivo circulando a alta velocidad que hecha combustible a Mafalda y a una persona de edad avanzada. Desde el punto de vista del medioambiente, las personas son parte de la naturaleza, motivo por el cual el cuadro puede leerse también como el avasallamiento de la máquina hacia la naturaleza. En el segundo cuadro, Mafalda oye una conversación donde una persona a través de su relato introduce el tema de la racionalización del espacio. El espacio racionalizado opera como un factor que obstaculiza y/o reprime el ciclo familiar tradicional y por tanto las personas deben adecuarse a las condiciones de vida urbanas, en vez de en sentido inverso. Mafalda continúa entonces su camino y en el tercer cuadro se la muestra observando flores plásticas en una vidriera. El cuadro introduce nuevamente la oposición naturaleza-ciudad. Finalmente, nuestra protagonista reflexiona con gesto preocupado: “me pregunto si la vida moderna no estará teniendo más de moderna que de vida”. Aquella frase alude primero a la vida moderna como un todo que remite a una adecuación entre el desarrollo de la vida en el contexto de su entorno, y a continuación separa a la vida de su condición de moderna (“no tendrá más de moderna que de vida”) señalando que existen otros modos de vida posibles, en apariencia menos alienados.
Para analizar la cuestión medioambiental, y del predominio de la máquina sobre el hombre, se seleccionaron las siguientes tiras.
En las dos primeras tiras (figs. 7 y 8), Mafalda hace alusión explícita al daño que produce el automóvil (la máquina) sobre su organismo (la naturaleza). No sólo se destaca el combustible que emana de los autos, sino también el humo que sale de las chimeneas de los edificios. De esta manera, Quino señala que el modo de vida moderno y la infraestructura que permite que aquel modo de vida se desarrolle, se vuelve en contra del hombre, dañándolo. En este sentido, la segunda tira, muestra a Mafalda intentando protegerse de aquel daño y a una persona bajo los efectos de ese daño.
La tercera tira (fig. 9) muestra varios automóviles circulando a gran velocidad por una avenida, y a un conjunto de personas en el medio de ella avenida esperando una oportunidad para terminar de cruzar. En la calle que corta la avenida, se observa una persona que casi es arrollada por un automóvil. Mafalda pregunta “Mamá ¿los autos son seres que atacan al hombre para protegerse de qué?”, resaltando que la ciudad está diseñada para el automóvil y en función del automóvil, en vez de para el hombre y en función del hombre (Capel, 2001).
Las tres tiras acentúan, de manera diferenciada, que la ciudad tiene su propia dinámica y que el hombre, así como es insignificante ante el poder de la naturaleza, también es insignificante ante la ciudad, sólo que la segunda es producto de su propia creación.
En el mismo sentido, vale destacar que todos aquellos males (el combustible de los automóviles, el humo de las chimeneas, la velocidad de los automóviles) son activados bajo una acción humana. La denuncia está entonces dirigida hacia la manera en que se desarrollan las relaciones sociales: en la ciudad, los hombres se relacionan a través de la indiferencia. Como señaló Weber, el aumento cuantitativo involucra así un cambio en el carácter de las relaciones sociales (2001). Simmel, por su parte, diría sobre esta cuestión que “los más profundos problemas de la vida moderna manan de la pretensión del individuo de conservar la autonomía y peculiaridad de su existencia frente a la prepotencia de la sociedad” (1986: 247).
En «La metrópolis y la vida mental», Simmel profundiza sobre aquella cuestión, exponiendo que “la vida urbana requiere del hombre una cantidad de conciencia diferente de la que le extrae la vida rural”. En consecuencia, “el tipo metropolitano de hombre desarrolla una especie de órgano protector que lo protege contra aquellas corrientes y discrepancias de su medio que amenazan con desubicarlo; en vez de actuar con el corazón, lo hace con el entendimiento” (2005: 2). Simmel opone así el “cálculo” (la racionalidad) que modela la conducta de los sujetos en la ciudad a la conducta no racional que identifica con la vida rural.
En el primer cuadro de la fig. 10, Mafalda y Guille -su hermanito- van cantando en voz alta, un hombre se da vuelta mirándolos con desconcierto pero los chicos siguen cantando mientras ingresan al edificio donde viven. En el ascensor, una vecina se indigna con aquella conducta, preguntando: “¿no les enseñaron sus padres un poco de urbanidad?”. Con esta pregunta, la señora sugiere que la vida en ciudad tiene reglas, y que aquellas reglas excluyen cualquier expresión abierta de la personalidad del sujeto. En la ciudad, se espera que el sujeto actúe de manera “superficial, impersonal”, que oculte y/o reprima sus emociones. Mafalda responde a esta pregunta de la siguiente manera: “Sí, pero por suerte nos urbanizaron sin pavimentarnos la naturalidad”, destacando así el carácter positivo de conservar comportamientos fuera del espectro de la frivolidad y de la indiferencia. Por otro lado, “sin pavimentarnos la naturalidad” alude a la represión sobre lo emocional y a la coerción sobre la personalidad, que deriva de la urbanidad.
Nuevamente la racionalidad que domina la vida urbana, se contrapone a lo natural asociado a todo aquello que no es racional. Todo aquello, lo sintetiza bien Wirth cuando afirma que en la ciudad “tendemos a adquirir y a desarrollar una sensibilidad para un mundo de artefactos y nos alejamos cada vez más del mundo de la naturaleza” (2005: 8).
Reflexiones finales
En este recorrido he intentado rescatar las problemáticas del modo de vida moderno en las grandes metrópolis, y algunas de las tensiones que están latentes en estas grandes ciudades a partir de la mirada de Mafalda. A través de los personajes de la tira, Quino denuncia: 1) la mirada elitista que se ciñe sobre la ciudad central; 2) los adelantos de la técnica y su presencia en las ciudades, y los efectos que provocan sobre el ser humano en particular, y el medioambiente en general; y 3) la tensión entre el modo de vida en las ciudades y la represión sobre la personalidad que deben ejercer los sujetos para auto-preservarse.
Quino cristaliza esta última cuestión a través de la reflexión de Mafalda “me pregunto si la vida moderna no estará teniendo más de moderna que de vida”. Las tiras que se eligieron dan cuenta del efecto arrollador de la técnica sobre la naturaleza, y del predominio del cálculo sobre el costado más sensorial, más irracional y primario de la personalidad de los sujetos.
En la ciudad las flores son de plástico; el modo de vida urbano implica la creación de máquinas que atacan al hombre; la racionalidad que prima en el contacto con los otros, deja de ser exclusividad de las relaciones sociales hacia fuera, para instalarse en el interior de las personalidades individuales hasta modelar la vida misma. En este sentido, pareciera que la ciudad es producto de la racionalidad del hombre, pero termina racionalizando también la vida del hombre y al hombre mismo. De alguna manera, la inquietud que presenta Quino en Mafalda es la misma que desliza Berman cuando dice que “ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos” (2008: 1). En este sentido, la frase “…no estará teniendo más de moderna que de vida?” recuerda a la jaula de hierro de Weber (2001), en la que el hombre moderno ha desaparecido como sujeto.
Referencias Bibliográficas
Berman, M. (2008) Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. México: Siglo veintiuno editores.
Capel, H. (2001) “Gritos amargos sobre la ciudad”, en Perspectivas Urbanas, N° 1. Disponible en www.etsav.upc.es/urbpersp/
Di Virgilio, G. (2009) “La región metropolitana de Buenos Aires”. En http://www.lahn.utexas.org/
Frisby, D. (2007) Paisajes urbanos de la modernidad. Exploraciones críticas. Buenos Aires: Prometeo
Gorelik, A. (2005) Miradas sobre Buenos Aires. Historia cultural y crítica urbana. Buenos Aires: Siglo veintiuno editores
Merklen, D. (2002) “Un pobre es un pobre. La sociabilidad en el barrio: entre las condiciones y las prácticas”, en Margen. Revista de Trabajo Social. Buenos Aires.
Quino (2001) Toda Mafalda. Buenos Aires: Ediciones de la Flor.
Sarlo, B. (1998) Borges, un escritor en las orillas. Siglo XXI: Buenos Aires.
Simmel, G. (1986) “Las grandes urbes y la vida del espíritu” en El individuo y la libertad. Barcelona
_________ (2005) “La metrópolis y la vida mental”, en Bifurcaciones revista de estudios culturales urbanos, N° 4. Disponible en www.bifurcaciones.cl
Walgner, S. (2001). «Textos e investigación», en Toda Mafalda. Buenos Aires: Ediciones de la Flor
Weber, M. (2001) La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Madrid: Editorial Alianza
Wirth, L. (2005) “El urbanismo como modo de vida”, en Bifurcaciones revista de estudios culturales urbanos, N° 2. Disponible en www.bifurcaciones.cl
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