«- ¿Qué va a hacer usted a Sonora? -dijo el Cerdo. El viejo dudó un momento antes de responder, como si se le hubiera olvidado hablar. – Voy a conocer, dijo. Aunque el Cerdo no estaba seguro. Tal vez dijo aprender y no conocer. – ¿Hermosillo? -dijo el Cerdo. – No, Santa Teresa -dijo el viejo-. ¿La conoce usted? – No -dijo el Cerdo-, he estado un par de veces en Hermosillo, dando conferencias sobre literatura, hace tiempo, pero nunca en Santa Teresa. – Creo que es una ciudad grande -dijo el viejo. – Es grande, si -dijo el Cerdo-, hay fábricas, y también problemas. No creo que sea un lugar bonito.»
«La ciudad, como toda ciudad, era inagotable. Si uno seguía avanzando, digamos, hacia el este, llegaba un momento en que los barrios de clase media se acababan y aparecían, como un reflejo de lo que sucedía en el oeste, los barrios miserables, que aquí se confundían con una orografía más accidentada: cerros, hondanadas, restos de antiguos ranchos, cauces de ríos secos que contribuían a evitar el agolpamiento.»
«Hacia el oeste la ciudad era muy pobre, con la mayoría de las calles sin asfaltar y un mar de casas construidas con rapidez y materiales de desecho. En el centro la ciudad era antigua, con viejos edificios de tres o cuatro plantas y plazas porticadas que se hundían en el abandono y calles empedradas que recorrían a toda prisa jóvenes oficinistas en mangas de camisa e indias con bultos a la espalda, y vieron putas y jóvenes macarras holgazaneando en las esquinas, estampas mexicanas extraídas de una película de blanco y negro.»
«Amalfitano encendió la luz y revisó la cerradura de la ventana. Rosa se despertó, le preguntó qué le pasaba. No qué pasaba, sino qué le pasaba. Debo de tener una cara horrible, pensó Amalfitano. Se sentó en una silla y le dijo que estaba demasiado nervioso, que había creído oír ruidos, que estaba arrepentido de haberla traído a esta ciudad infectada.»
«Entraron por el sur a Santa Teresa y la ciudad les pareció un enorme campamento de gitanos o de refugiados dispuestos a ponerse en marcha a la más mínima señal.»
«Por lo que respecta a las mujeres muertas en 1995, la primera se llamaba Aurora Muñoz Álvarez y su cadáver se encontró en el arcén de la carretera Santa Teresa-Cananea. Había muerto estrangulada. Tenía veintiocho años y vestía unas mallas verdes, una playera blanca y unos tenis color rosa. Según el forense, había sido golpeada y azotada: en su espalda aún se podían apreciar las marcas de un cinturón de cinta ancha (…). Según los testigos presenciales, quienes en ningún momento pensaron que se trataba de un secuestro, Aurora Muñoz se subió a un Peregrino de color negro en compañía de dos tipos a quienes parecía conocer.»
«- Es usted bastante joven -dijo Fate. – Aún así tengo miedo. Y necesito compañía. Esta mañana pasé con mi carro por los alrededores de la cárcel de Santa Teresa y por poco no me da un ataque de histeria. – ¿Tan horrible es? – Es como un sueño -dijo Guadalupe Roncal-. Parece una cárcel viva. – ¿Viva? – No sé cómo explicarlo. Más viva que un edificio de departamentos, por ejemplo. Mucho más viva. Parece, no se sorprenda usted de lo que voy a decir, una mujer destazada. Una mujer destazada, pero todavía viva. Y dentro de esa mujer viven los presos.»
«Y finalmente dijo: estoy hablando de las mujeres bárbaramente asesinadas en Santa Teresa, estoy hablando de las niñas y de las madres de familia y de las trabajadoras de toda condición y ley que cada día aparecen muertas en los barrios y en las afueras de esta industriosa ciudad del norte de nuestro estado. Hablo de Santa Teresa. Hablo de Santa Teresa.»
«Dos días después de aparecer el cuerpo de la primera víctima de agosto fue encontrado el cuerpo de Emilia Escalante Sanjuán, de treintaitrés años, con profusión de hematomas en el tórax y el cuello. El cadaver se halló en el cruce entre Michoacán y General Saavedra, en la colonia Trabajadoras (…). Emilia Escalante Sanjuán vivía en la colonia Morelos, al oeste de la ciudad, y trabajaba en la maquiladora NewMarkets. Tenía dos hijos de corta edad y vivía con su madre, a quien había mandado traer desde Oaxaca, de donde era originaria. No tenía marido, aunque una vez cada dos meses salía a las discotecas del centro, en compañía de amigas del trabajo, en donde solía beber e irse con algún hombre. Medio puta, dijeron los policías».
«El infierno es como Ciudad Juárez, que es nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasogado de nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos.» -Roberto Bolaño, Entre paréntesis.
* Ricardo Greene es Antropólogo Visual y Director de Bifurcaciones.
** Todas las citas son de Roberto Bolaño y provienen de «2666», con la excepción de la última que es de su obra «Entre paréntesis».
*** Todas las imágenes fueron tomadas por el autor desde Google Maps, Street view.