Louis Wirth nace el 28 de agosto de 1897 en el pueblo de Gemunden, un villorrio de novecientos habitantes en la provincia de Hesse, a pocos kilómetros del Rhin. Tuvieron que pasar diez años para que los padres del joven Louis se decidieran a darle hermanos. Cuando lo hicieron trajeron al mundo a tres niños y dos niñas.
Joseph Wirth, el padre de Louis, era -tal como su padre y el padre de su padre antes que él- un próspero marchante de ganado y un respetado miembro de la comunidad judía de Gemunden. La propiedad que los Wirth habitaban había pasado de generación en generación por la familia paterna por más de cuatrocientos años. La madre de Louis, Rosalie Lorig, era la hija de una pudiente y antigua familia judía de la aldea vecina. Los Lorig llevaban sobre sus hombros una larga tradición rabínica, y al igual que los Wirth, una vasta historia vinculada a la actividad ganadero-comercial.
A la altura de sus orígenes, la casa de los Wirth era el centro social de la comunidad judía de Gemunden, comunidad que no alcanzaba la veintena de familias. Era ya una costumbre trasladarse donde los Wirth los sábados después del servicio religioso. En la casa de los Wirth se discutían asuntos doctrinales y los «eventos mundiales» (los varones) y se jugaba a las cartas (las damas). Los niños se entretenían correteando entre las chacras y llegada la tarde, por más que suplicaran unos minutos extra de diversión, los padres eran inflexibles en enviarlos al baño y a prepararse para la escuela religiosa a la que obligatoriamente debían asistir cada domingo, para complementar la formación secular de la Volks-schule.
La vida del joven Louis y sus hermanos, entonces, no era de azúcar. Louis, después de la escuela, que ya lo sobrecargaba de disciplina (siendo zurdo, la Volks-shule lo normalizó en el uso de la mano diestra), ayudaba a su padre en el campo. A veces Louis y sus hermanos se sentaban sobre el heno, y mirando los verdes del valle del Rhin, imaginaban sus vidas transpuestas de su natal Gemunden a la ciudad, un lugar que en las palabras de su hermano aparecía como «la encarnación de la buena vida -menos trabajo y más tiempo libre para dedicarse a intereses intelectuales» (Wirth, 1964: 334). Pero esa vida de luces y tiempo libre y flaneur no estaba en el horizonte de los Wirth. Louis sería aprendiz de mercader en Frankfurt, y tarde o temprano, se convertiría en un mayorista ganadero y habitaría en la vivienda que había pertenecido orgullosamente a su familia desde siempre, tal como su padre.
Judaísmo ortodoxo, Germania rural, aldea ganadera. Louis Wirth crece, para utilizar la terminología que él mismo ayudaría a construir,en lo más profundo del universo folk europeo. Pero su vida da un vuelco imprevisto. La profunda preocupación de Rosalie por la educación de sus hijos le hace convencer a Joseph de enviar a Louis a Estados Unidos con Isaac, el hermano gemelo de ésta. A la edad de 14 años, Louis llega a Omaha, Nebraska.
En Omaha, Louis se convierte en un estudiante excepcional, pierde todo rastro de acento alemán y en 1914 gana una beca para proseguir su college en la Universidad de Chicago. Comenzaba la Primera Guerra Mundial y Louis, el joven muchacho judío de Gemunden, participaba en protestas políticas y se introducía en la doctrina marxista vía A. W. Small, el fundador -literalmente- del departamento de sociología de la Universidad de Chicago, el primero de su tipo en el país. Toma cursos con el propio Small, con G. H. Mead, y obviamente, con los fundadores de la Chicago School, Park, Burgess y Thomas, quienes no tuvieron dificultad en trasmitirle a Louis, ya hechizado con la vida urbana, su pasión por el estudio de la ciudad.
En 1922, después de once años, Louis vuelve a Gemunden para presentar a su novia, Mary Bolton, una muchacha de Kentucky criada bajo las estrictas direcciones de su padre (un devoto de la Iglesia de Bryan, una rama fundamentalista del protestantismo baptista). Louis se casaría con Mary un año después. Louis era el primer Wirth en casarse con una gentil, y es altamente probable que Mary fuese la primera Bolton en casarse con un joven judío. Dos jóvenes, enamorados el uno del otro y de su libertad, los Wirth-Bolton eran en sí mismos la Gemeinschaft-Gesellschaft convertida en biografía. Adelantándonos al tema central de este artículo, se podría decir que si «Urbanism as a way of life» fuese una película, los Wirth-Bolton serían sus protagonistas. Louis y Mary traerían dos niñas al mundo. Demás está decirlo, a las niñas Wirth «les fue alentado un agnosticismo con claras connotaciones ateas», en las propias palabras de Elizabeth, la menor de ellas (Wirth, 1964: 337).
Después de un breve paso por la Universidad de Tulane en Nueva Orleáns, donde fue despedido por sus relaciones con la comunidad afro-americana de la ciudad, Louis fue premiado con la beca del Social Science Research Council, con la cual viajaría junto a su familia a Francia y Alemania. Ahí Louis trabaja con Sombart, von Wiese y -especialmente- con Manheim. Ideology and utopia (1936) es el resultado de la larga correspondencia que Wirth mantuvo con este último.
A su regreso a Estados Unidos, en 1931, Wirth es contratado por el departamento de sociología de la Universidad de Chicago. Todavía convaleciente de la crisis del ’29, la administración Roosevelt consideró como su primerísima prioridad la solución de los graves problemas urbanos que azotaban a las ciudades norteamericanas. Fueron tiempos memorables. La sociología, por primera vez en la historia, salió de las aulas para integrarse a los equipos técnicos gubernamentales. Aun más, este impulso ayudó a consolidar el emergente campo de los estudios urbanos. Y Chicago, y el departamento de sociología de su más prestigiosa universidad, estaba en el corazón de esta efervescencia. En palabras de Hannerz (1980), la Escuela de Chicago será reconocida como «el comienzo de los estudios urbanos modernos y como el más importante corpus de investigación social sobre una ciudad particular en el mundo contemporáneo» (p. 20) (la traducción es mía).
Wirth fue pieza fundamental en este periodo. En 1935 es nombrado consultor del National Resources Planning Board, y como tal publica en 1937 el clásico Our cities: their role in the national economy, para muchos la primera utilización de sociología profesional en el diseño y aplicación de políticas públicas.
En 1938 publica «Urbanism as a way of life» (UWoL) y pasa a la historia.
El argumento de UWoL es sencillo. Ingenuo dirían algunos. Y efectivamente, mirado desde la distancia del tiempo y de los acontecimientos, UWoL queda mejor acompañado de Durkheim y Simmel que de Lefebvre y Harvey; es decir, vibra en una frecuencia más sintonizada con sus antecedentes de la sociología de fines del siglo 19 que con los pensadores de la segunda mitad del siglo 20 que AWoL ayudará tan enfáticamente a formar.
AWoL es básicamente la traducción formal de la transición Gemunden-Chicago vivida por Wirth. Sin entrar en detalles, AWoL sostiene que «lo urbano», la condición que más profundamente distingue la vida moderna de aquella tradicional-rural, no es una condición espacial ni mucho menos una delimitación demográfica o productiva, sino una conducta, una forma de vida. Wirth se apura en aclarar que esta way of life está determinada por las singulares características de la ciudad en tanto entidad material -específicamente su tamaño, su densidad y su heterogeneidad. Sin embargo, cuando hablamos de «lo urbano» no nos referimos a la aglomeración de actividades en un espacio dado (tamaño), ni a la relación de éstas con respecto al espacio que ocupan (densidad); ni siquiera a la diversidad de credos, razas y personalidades que el tamaño y la densidad de la ciudad traen consigo. Para Wirth «lo urbano» es el efecto que el tamaño, la densidad y la heterogeneidad de la ciudad tienen sobre el carácter social de la vida colectiva; por lo tanto, el tipo particular de conducta que la ciudad define. ¿Cuáles son las características de la vida colectiva en la ciudad? Contactos sociales impersonales, superficiales, transitorios y segmentados; debilitamiento de las relaciones primarias y su consecuente sustitución por aquellas de tipo secundarias; y la promoción de una perspectiva relativista, y por ende, una mayor tolerancia a la diferencia y libertad de acción. Gemunden vs. Chicago.
Como todo clásico, el argumento de AWoL está conformado por varias capas, cada una apuntando a disciplinas y ámbitos distintos. Para la Sociología (la mayúscula es intencional) AWoL entra en el linaje de las teorías de la modernización y su auto-estabilización, linaje que comienza en Durkehim, pasa por Parsons y termina ya sea en Luhmann o en las contemporáneas teorías del capital social, a las que AWoL da su gran aporte.
Desde esta perspectiva, AWoL entra a la cancha reafirmado la clásica matriz del proceso de modernización y su efecto en la vida colectiva: lo rural/tradicional = strong ties, lo urbano/moderno = weak ties. Las dudas asaltan de inmediato. La definición dada por Wirth de «lo urbano» y la pulcritud con la que la diferencia de «lo rural» parecen contrahechas y escasamente aplicables en la ciudad/sociedad contemporánea. La primera luz de alerta fue dada por Oscar Lewis (1970), vía crítica a Redfield, al sostener que la vida barrial en los sectores populares de Ciudad de México, habitados fundamentalmente por emigrantes de zonas rurales, más se parecía a la de los lugares de origen de sus vecinos que a la actitud blasé del supuesto individuo urbano-moderno. Gans (1982) y Jacobs (1961) llegaron a conclusiones similares en sus estudios del enclave italiano en South Boston y una larga literatura en teoría urbana desde el primer Soja (1989) hasta el último Michael P. Smith (2001) pasando por Sandercock (1998) y Zukin (1995), subrayan las contradicciones entre la metrópolis contemporánea y cualquier versión del proyecto moderno.
No obstante AWoL, después del ataque post-colonial que sufrieron las teorías de la modernización, ha encontrado adeptos. Un ejemplo, a mi juicio tan notable como preocupante, es la teoría de la «economía creativa» de Richard Florida (2002 y 2004). Este profesor de la George Mason University sostiene que los vínculos débiles crean menos comunidad, pero también menos dependencia. En otras palabras, el capital social también tiene rendimientos negativos como la exclusión, la homogeneidad y el aislamiento. Basado en una serie de análisis estadísticos, Florida (2004) sostiene que regiones fuertes en capital social tienden a ser menos innovadoras, relativamente viejas, étnicamente homogéneas, poco tolerantes, low-tech y económicamente desaventajadas, mientras que aquellas con altos niveles de capital creativo (altas tasas de empleados en el sector cultural, artístico, académico y científico) tienden a todo lo contrario. El argumento de Florida, que se sustenta en una serie de pensadores -entre ellos el propio Wirth-, plantea que el motor económico de las regiones no está en la fuerza de sus vínculos (por ejemplo, Putnam, 1993), sino en la capacidad para crear entornos creativos, flexibles y diversos. En términos de Wirth, para crear ambientes urbanos.
Pero AWoL tiene una segunda capa de significado, a mi juicio aun más importante. AWoL saca a «la ciudad» del determinismo arquitectónico-espacial para colocarla en el ámbito de las ciencias sociales y las humanidades, y de este modo abrir un nuevo (y desconocido) horizonte teórico y analítico. AWoL funda lo que hoy llamamos urbanismo o estudios urbanos, ni más ni menos. Digamos que Wirth sólo culmina un largo proceso que empieza con Durkheim, Tonnies y Simmel (incluso con la polis de Aristóteles) y que en el camino va recibiendo estímulos de Baudelaire y Benjamin. Pero ninguno de estos pensadores hizo de esta traducción a la ciudad como objeto de la teoría social, un programa formal. AWoL es una teoría de la modernización pero también una teoría de la ciudad, ya no en tanto entidad geográfica o política sino como un sentido a la Luhmann. Y si «lo urbano» es hoy en día una condición difícilmente separable de «lo social», una condición tensionada y conformada por redes espaciales y geográficas pero también simbólicas, mediáticas, económicas y migratorias, todas éstas en constante negociación local-nacional-global, entonces AWoL se convierte de nuevo en una teoría de la modernización, pero ahora mucho más compleja y rica. Si ciudad = mundo, como tan gráficamente lo señalan Koolhaas et al. (2000), entonces vía Wirth mundo = forma de vida, o de modo más abstracto, mundo = cotidianidad (e inmediatamente me siento tentado a decir mundo = estar-en-él y así regresar a Wirth, aquel joven de Gemunden convertido en sociólogo de la Escuela de Chicago, de vuelta a sus orígenes y sentarlo en el olimpo del Pensamiento Alemán, pero puede ser algo exagerado).
La idea de «lo urbano» como una cotidianidad se ha transformado en la piedra filosofal del urbanismo contemporáneo. La definición de «lo urbano» dada por Wirth puede ser poco feliz para algunos, pero su gesto teórico quedará para siempre. Es, en último término, el argumento que Castells esgrime en La cuestión urbana (contra Lefebvre), la raison d’etre detrás de Sennett, la bandera de lucha de M. P. Smith y el punto 0 en la L. A. School de Dear et al. Qué más. Un clásico.
Sólo a modo de coda, durante los ’40 Wirth se convierte en un gran orador y, de alguna manera, en un gran político. Sus amigos aún recuerdan sus ovacionados discursos en sindicatos y barrios marginales, donde era usualmente invitado. En 1944 fue nombrado Director de la Illinois Post-War Planning Comisión y su producción académica bajó en intensidad. Con todo, en 1946 fue nombrado presidente de la American Sociological Association, y en 1950 el primer presidente de la International Sociological Association. Louis Wirth fallece sorpresivamente el 10 de mayo de 1952, minutos después de terminar una conferencia en Albany, New York. Y si tuviese que adivinar, yo diría que sus últimas imágenes fueron junto a Joseph y Rosalie en Gemunden, tal vez junto a sus hermanos en esas tardes de sábado cuando anochecía en el valle del Rhin y los verdes pasaban a rojos y su madre los llamaba a cenar, rápido que se enfría.
Referencias Bibliográficas
Gans, H. (1982). The urban villagers: group and class in the life of Italian-Americans. Nueva York: Free Press.
Florida, R. (2002). The rise of the creative class: and how it’s transforming work, leisure, community and everyday life. Nueva York: Basic Books
_________ (2004). Cities and the creative class. Nueva York: Routledge.
Hannerz, U. (1980). Exploring the city: inquiries toward an urban anthropology. Nueva York: Columbia University Press.
Jacobs, J. (1961). The death and life of great American cities. Nueva York: Vintage Books.
Koolhaas, R. et al. (2000). Mutations. Barcelona: ACTAR.
Lewis, O. (1970). The culture of the vecindad in Mexico City: two case studies. Nueva York: Random House.
Putnam, R. (1993). Making democracy work: civic traditions in modern Italy. Princeton: Princeton University Press.
Sandercock, L. (1998). Towards Cosmopolis: Planning for Multicultural Cities. Nueva York : J. Wiley
Smith, M. P. (2001). Transnational urbanism: locating globalization. Cambridge, MA: Blackwell Publishers.
Soja, E. (1989). Postmodern geographies: the reassertion of space in critical social theory. Nueva York : Verso.
Wirth, L. (1964). On cities and social life. Chicago: Chicago University Press.
Zukin, S. (1995). The cultures of cities. Cambridge, MA : Blackwell.
Manuel Tironi es Sociólgo y Magister en Desarrollo Urbano. MSc (c) en Urban Planning, University of Cornell. Email: met37@cornell.edu