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INV 2014

«Nadie es como nosotros»/

Identidades y territorialidades en la invención de Copacabana

Júlia O'Donnell

Artículo | Revista

Resumen

Hoy día, Copacabana es una de las playas más famosas del mundo entero. Presentada en diversos contextos como símbolo de la ciudad de Río de Janeiro, o incluso del ser brasileño, ella concentra una serie de imágenes. En ocasiones positivas, asociadas a un estilo de vida playero, en otras negativas, vinculadas a la gran heterogeneidad social del barrio que la circunda. Este texto busca comprender los procesos de construcción material y simbólica de Copacabana, observando los mecanismos a través de los cuales determinados segmentos sociales hicieron del barrio un territorio asociado al prestigio y la distinción. Para ello, la investigación se concentró en las primeras tres décadas del siglo XX, periodo en el que Copacabana pasó de ser una lejana área a convertirse en un barrio de elite, asociado a un estilo de vida moderno y sofisticado.

Palabras Claves

Río de Janeiro, Copacabana, historia cultural urbana, modos de vida, turismo, imagen de ciudad.

Abstract

Today, Copacabana is one of the most famous beaches in the world. Presented in different contexts as a symbol of the city of Rio de Janeiro or, even more, the Brazilian being itself, it gathers a series of images. In positive sense, associated with a beach lifestyle; in negative, associated with the great social heterogeneity of the neighborhood that surrounds it. This text seeks to understand the processes of material and symbolic construction of Copacabana, observing the mechanisms by which certain social segments made the neighborhood a territory associated with prestige and distinction. To do this, the research focused on the first three decades of the twentieth century, a period in which Copacabana grew from being a remote area to become an elite neighborhood associated with a modern and sophisticated lifestyle.

Keywords

Rio de Janeiro, Copacabana, urban cultural history, lifestyle, tourism, city image.

1. Introducción

La escritora inglesa María Graham dejó, en su libro Diario de un viaje a Brasil de 1824, el siguiente registro: “Junto a un alegre grupo fuimos cabalgando hacia un pequeño fuerte que defiende una de las bahías detrás de la Praia Vermelha, desde donde se obtienen algunas de las más bellas vistas de este lugar. Los bosques cercanos son bellísimos y producen enormes cantidades de una fruta llamada cambucá, mientras que en los cerros se encuentran frecuentemente zorrillos y armadillos” (1956: 301).

Diez años más tarde, Jean Baptiste Debret describió, en su Viaje pintoresco e histórico a Brasil (1834), el siguiente escenario: “En medio de la arena hay una pequeña iglesia sobre una planicie, sin embargo, a la derecha aparece un segundo plano, formado por un grupo de montañas que entran al mar y esconden la sinuosidad del banco de arena. En los extremos de éste aparecen los cultivos, reputados por las deliciosas piñas que en ellos se producen”.

Copacabana vista desde Leme, 1900.

Figura 1. Copacabana vista desde Leme, 1900.

A pesar que las descripciones correspondan a relatos de viajantes europeos al entonces Imperio de Brasil –y cuyo foco está puesto en los atributos naturales y pintorescos del paisaje-, ambos extractos se asemejan entre sí: los dos se refieren a lo que hoy corresponde al barrio de Copacabana. No es necesario conocer la zona para también sentir esa sensación de desconcierto que despiertan estas caracterizaciones. Conocida en todo el mundo, Copacabana hace justicia seguramente al texto que presenta, hoy día, una popular enciclopedia virtual:

“Copacabana es uno de los barrios más famosos de la ciudad de Río de Janeiro. Ubicado en la zona sur de la ciudad, Copacabana tiene cerca de 150.000 habitantes provenientes de todas las clases sociales, y su playa tiene la forma de una medialuna, apodada como la Princesita del Mar. Barrio de bohemia, glamour y riqueza, Copacabana originó muchas canciones, libros, punturas y fotografías, convirtiéndose en referencia turística de Brasil. Copacabana es uno de los barrios más bellos, cosmopolitas, democráticos y pujantes de la ciudad, capaz de atraer un enorme número de turistas a sus más de 80 hoteles, llenos especialmente para Año Nuevo y Carnaval. A fin de año los tradicionales fuegos artificiales pueden ser contemplados por todos desde la arena, en un festival que atrae una multitud de personas, tanto locales como turistas. Durante el resto del año, el bordemar es también el espacio para una variedad de otros eventos, como shows nacionales e internacionales” [1].

A primera vista percibimos que el fragmento recién citado no describe solamente el desarrollo espacial y demográfico de aquella bucólica región que encantara a extranjeros con sus cambucás, tatus y piñas. No es difícil deducir que esta representación actual del barrio no está limitada a una (impresionante) narrativa numérico-espacial que, desde el inicio, enfatiza en que el área tiene una de las mayores densidades demográficas de todo el mundo (Velho, 1982). Observamos, por ejemplo, que existe una clara referencia a la presencia de diferentes “clases sociales” en el barrio, dato que es inmediatamente reforzado con la utilización del adjetivo “democrático”. Bohemia, glamour, riqueza, multitud, cosmopolitismo y turismo son algunas de las palabras empleadas en la descripción, que corresponden, en gran medida, al sentido común asociado al barrio. Esa idea que se asocia a quienes viven o transitan diariamente por allí, o inclusive a los que tienen una relación con la famosa playa a través de las transmisiones anuales de la “mayor celebración de año nuevo del mundo”.

Copacabana puede también ser retratada a partir de su perfil urbanístico: son 100 manzanas divididas por setenta y ocho calles, cinco avenidas, seis pasajes y tres calles en pendiente, en un área de 7,84 km2. La vía de mayor extensión es la Avenida Atlántica, con 4.150 metros y un flujo diario promedio de treinta mil vehículos. Podemos complejizar aun más el cuadro agregando que en el año 2000 la población del barrio era de 141 mil habitantes (número que aumenta hasta los 161 mil si incluimos en la cuenta al barrio de Leme), en contraste a las 297 personas que vivían allí en 1906. Entre 1920 (17 mil habitantes; 1,5% del total de la población de la ciudad) y 1970 (250 mil; 6%), el crecimiento demográfico fue de un explosivo 1.500%, mucho mayor al del total de la ciudad, que creció en el mismo periodo en un 240% (Velho, 1987). Sin embargo, en las últimas tres décadas la población de Copacabana se redujo cerca de un 40%, en una tendencia que trajo consigo además un aumento de la proporción de personas mayores de 60 años de edad. En 1969, 98,8% de las viviendas del barrio correspondían a departamentos (Velho, 1987) –cifra ligada al boom de expansión física y demográfica del área desde finales de la Segunda Guerra-, mientras que en 1933 apenas 6 de 214 construcciones tenías más de cinco pisos [2]. Copacabana ha sido, sin dudas, siempre exagerada.

Desde el primer al último extracto, y considerando la pequeña serie de datos que recién presentamos, podemos observar el surgimiento de algo más que un barrio: lo que se vislumbra es el desarrollo de una región de la ciudad –la “zona sur”- entendida como un estilo de vida. A partir de la enorme diferencia existente entre los fragmentos reseñados, acá proponemos investigar algunas pistas que nos ayuden a comprender tanto las transformaciones socio-espaciales que experimentó esta área de la ciudad, como también el proceso de consolidación de connotaciones y asociaciones dadas a Copacabana y la zona sur de Río de Janeiro, en cuanto a determinados ethos y visiones de mundo (Geertz, 1989) [3].

En diversos textos, provenientes de guías turísticas, crónicas, novelas, notas de prensa, avisos publicitarios y trabajos académicos, diversos aspectos del barrio fueron (y continúan siendo) presentados, discutidos y cuestionados, desde muy diversas perspectivas, conformando un repertorio variado de múltiples interpretaciones. Copacabana, en sus virtudes y vicios, en sus obviedades y contradicciones, es leída por algunos como una metonimia de Río de Janeiro, mientras que otros la tratan como un lugar sui generis dentro de la ciudad. En ocasiones también aparece -y no es raro que ello ocurra- como símbolo de una melancólica decadencia, pues para algunos persiste como la representación de proyectos individuales de movilidad social. En sus tantos significados como múltiples territorialidades, Copacabana tiene variadas lecturas dentro del imaginario urbano carioca: no sólo en su relación con la ciudad como un todo, sino que también (y pensamos que principalmente) en su posición dentro de la llamada “zona sur”.

2. Pensar Copacabana

Mapear la producción crítica que toma a Copacabana como objeto de investigación y discusión implica volver sobre los trabajos reunidos sobre dos ejes principales: por un lado, discutir la narrativa histórica, que bajo la forma de libros de memorias o investigaciones dentro del marco de la historiografía examina el impresionante crecimiento físico y poblacional del barrio a lo largo del siglo XX. Por otra parte, examina la producción de los estudios urbanos, que han visto en Copacabana un locus privilegiado para analizar las dinámicas propias de las sociedades complejas.

Aunque este trabajo busca establecer diálogos con los más diversos tipos de materiales producidos en relación al barrio, es importante señalar, desde un comienzo, su deuda con el segundo eje recién descrito y, especialmente con el trabajo pionero desarrollado por Gilberto Velho en sus investigaciones de finales de la década de 1960, publicadas en A utopia urbana en 1973. Atento a la vida cotidiana y los estilos de vida de los habitantes de una gran ciudad, el autor toma una de las características más marcadas del barrio a finales de los sesenta, su heterogeneidad, para discutir la visión de mundo de uno de los grupos sociales residentes, la clase media white-collar. A partir de un intenso trabajo de campo basado en observaciones participantes al interior de un edificio de departamentos mono-ambiente, Velho mapeó los significados que este grupo social asigna a Copacabana, para quien el barrio se constituye como la puerta de acceso a todo un universo de status y prestigio que entrega, de modo amplio, la zona sur de Río de Janeiro.

Pionero en el campo de los estudios urbanos en Brasil, A utopia urbana logró develar, a través del análisis de prácticas y representaciones, una Copacabana profundamente vinculada al despliegue de estrategias de ascenso social. Utilizando tres variables-base –estratificación social, ideología y residencia-, analiza las respuestas dadas a la siguiente pregunta hecha a sus entrevistados: “¿Por qué vino a vivir a Copacabana?” (Velho, 1982: 15). Con ello, el trabajo buscaba identificar, además de algunas características del barrio, una dinámica que abarcaba a toda la ciudad de Río de Janeiro y que sustentaban lo que Velho denominó una “ideología copacabanense” (Velho, 1982: 8).

No son pocas las investigaciones herederas del trabajo de Gilberto Velho. En las últimas décadas ha venido consolidándose con fuerza una tradición de estudios urbanos en Brasil, que relacionando enfoques provenientes desde la antropología y la sociología, pasando por la historiografía, la geografía y la planificación urbana, ha logrado ofrecer una variada gama de estudios sobre y en la ciudad. Copacabana es objeto y escenario de muchos de estos trabajos, sea como locus de la organización social de un tipo de prostitución en clubes nocturnos (Gaspar, 1985); escenario para el desarrollo de la escena musical de la bossa nova en la década de 1950 (Meneses, 2008); como el espacio de trabajo de cierto perfil de vendedores ambulantes (Quezada, 2008); como caso privilegiado de estudio sobre la diferenciación socio-espacial (Rangel, 2003), entre muchos otros. Además de compartir su interés por comprender las dinámicas urbanas del área, estos trabajos tienen un denominador común: Copacabana no es vista sólo como un barrio, sino también como parte de la ya consolidada zona sur de Río de Janeiro.

Aunque profundamente enraizado con la tradición de los estudios urbanos –y de forma más amplia con el estudio de las sociedades complejas-, el trabajo que originó este artículo buscaba establecer un diálogo con una noción presente apenas marginalmente en los trabajos recién mencionados: la idea de un proceso histórico. Por ello, se buscó un diálogo con variados estudios que en su momento propusieron reconstruir la historia de Copacabana (Berger, 1960; Cardoso, 1986; Cardoso y otros, 1986), pero alejándonos de una narrativa estrictamente histórica: lo que debía primar era la idea de cultura. En otras palabras, la premisa básica es -en línea con los principios de Clifford Geertz- comprender la cultural como “un patrón de significados transmitido históricamente, incorporado a través de símbolos; un sistema de concepciones heredadas expresadas en formas simbólicas, por medio de las cuales las personas se comunican, perpetúan y desarrollan sus conocimientos y actividades cotidianas” (1979: 103).

Esta investigación busca vincular historia y cultura, intentando entender las dinámicas y negociaciones presentes en el proceso de construcción, a lo largo de las primeras décadas del siglo XX, de la “ideología copacabanense” de la que nos hablaba Gilberto Velho. Siguiendo a Geertz buscamos comprender las formas en que los significados asociados a los íconos de la vida en Copacabana –la playa, el prestigio, el cosmopolitismo, etc.- fueron construidos y re-elaborados en aquel periodo. Con ello intentamos comprender también la particular gama de culturas urbanas y estilos de vida vinculados a un particular conjunto urbanístico.

Dicho de otra forma, toda la investigación está atravesada por el esfuerzo por desnaturalizar la unidad-símbolo “Copacabana”, analizando las pistas recogidas de variados testimonios, que hablan -cada cual a su manera- de la construcción de connotaciones asociadas a este barrio y, de forma más amplia, a un área de la ciudad que se abre sobre el Océano Atlántico.

3. Deconstruir Copacabana

Puede ser difícil para el visitante que recorre las calles de Copacabana encontrar una expresión explícita de esa “ideología copacabanense”, orgullosamente señalada por los informantes encontrados por Gilberto Velho en A utopia urbana. Al lado de la belleza natural de la playa y los cerros que lo rodean, el barrio convive con una serie de problemas urbanos. La favelización, el vagabundeo, el ruido, los problemas del tráfico vehicular, la desmesurada verticalización y las multitudes disputando un pedazo de la vereda, son todos elementos del paisaje cotidiano del área, que a primera vista dista bastante de los signos de prestigio, status y civilidad descubiertos por Velho.

¿Cómo puede entenderse entonces la persistencia del barrio de Copacabana evocado como símbolo de distinción social? La respuesta a esta pregunta nos obliga a pensar históricamente las dinámicas que gestaron y desarrollaron esa identidad del barrio, llevándonos a las primeras décadas del siglo XX. Dicho de otra forma, el proceso sólo puede ser comprendido si asumimos su historicidad específica, dejando en claro la necesidad de establecer, desde ya, una mirada retrospectiva.

La primera de las operaciones que debemos hacer es, por ejemplo, desnaturalizar la localización geográfica de Copacabana en el mapa de la ciudad. Hoy la definimos como un barrio de la zona sur de Río de Janeiro, fronterizo con los barrios de Botafogo, Leme, Lagoa e Ipanema; aquella caracterización no sería suficiente para que María Graham hubiese visitado, sin mayores dificultades, los bucólicos arrabales de la ciudad. En un Río de Janeiro completamente ajeno a la vida playera, la Copacabana de mediados del siglo XIX no era más que un vasto territorio, cuya pertenencia a la trama urbana era, a lo menos, discutible.

Apertura del túnel y carro 22 - Juan Gutierrez, 1892 (MHN Br.)

Figura 2. Apertura del túnel y carro 22 – Juan Gutierrez, 1892 (MHN Br.)

En el año 1892 fue abierto el túnel da Real Grandeza (actual Túnel Velho), vinculando la zona con el ya bastante urbanizado barrio de Botafogo. Allí nacía, junto al tránsito de los tranvías, el Río de Janeiro Atlántico, primero asociado al descanso y la salubridad, algunas décadas más tarde como símbolo de la civilidad y la modernidad. La prensa lo catalogaba como el “Nuevo Río”, homologando al barrio con el resto de la ciudad. Bajo sus alas surgirían luego Leme, Ipanema y, más tarde, Leblon. En parte como fruto de la especulación inmobiliaria que operó sobre el área, el Nuevo Río representaba un nuevo territorio para la ciudad, así como nuevas formas de vivir y encarnar los propios principios de urbanidad. Queda claro entonces que el análisis de este periodo de Copacabana implica pensarla más allá de las actuales representaciones territoriales y simbólicas asociadas al barrio. Por momentos, en este artículo Copacabana será entendido como metonimia de la ciudad, tal como aparece un muchos de los discursos nativos presentes en las fuentes consultadas [4].

La popularización de las actividades balnearias –fuertemente inspirado por lo que sucedía desde hace algunos años en Europa y Estados Unidos- y la creciente atención a los déficit en el modelo de ocupación urbana de principios del siglo XX, contribuyeron a que el Nuevo Río encabezase titulares de prensa a lo largo de la década de 1910. La década siguiente no es sólo el periodo en que el barrio adquiere figuración nacional e internacional –por ejemplo, con la inauguración del Copacabana Palace Hotel en 1923-, sino que es también el tiempo cuando se expresa nítidamente el deseo de determinado segmento de los residentes del área por construir una identidad que respondiese, con claridad, a los adjetivos “playero” (praiano) [5] y “aristocrático”.

Durante el transcurso de la década de 1930, con el surgimiento masivo de los edificios de departamentos, el perfil del barrio se transformaría rápidamente, hasta que, en la década de 1940 con la dinamización del mercado inmobiliario de la ciudad (Velho, 1982), el paisaje físico y social de Copacabana se vería drásticamente modificado. Esta investigación observa el movimiento de creación, ascenso y declive relativo del discurso identitario de un segmento de la sociedad carioca que buscaba prestigio y status en Copacabana.

4. ¡Copacabanenses, uníos!

Una vez determinados un tiempo y un espacio donde desarrollar las etnografías que dan forma a este texto, podemos comenzar a definir a los “nativos” cuyas prácticas y discursos hicieron posible entender la vida cotidiana y las representaciones dadas a ella. Acá nos referimos a aquellos sujetos que, como residentes, transeúntes u observadores de los barrios atlántico, contribuyeron activamente a la construcción y divulgación de una representación identitaria que, en bajo sus términos, correspondía a una “aristocracia moderna”. Profundamente identificados con un proyecto de modernización, estos sujetos se constituyeron detrás de una serie de prácticas como bañarse en el mar y hacer deporte, de su gusto por la vida cosmopolita y los bungalows. Asimismo, los une su rechazo enfático a cualquier signo de desorden urbano presentes en el barrio –favelas, ferias libres, vendedores ambulantes, etc.- y, sobre todo, al desenfrenado entusiasmo por la sociabilidad playera.

En ese sentido, vale destacar la centralidad de la categoría “aristocracia” como elemento clave de la representación que este grupo social se asigna a sí mismo. En el contexto histórico brasileño, marcado por un régimen monárquico particularmente largo –durante buena parte del siglo XIX Brasil era la única monarquía dentro de una América Latina ya dividida en repúblicas soberanas-, tomar aquella designación no es un hecho fortuito. A pesar de existir en la opinión pública una fuerte asociación entre régimen republicano y modernización, a lo largo de las primeras décadas del siglo XX todavía estaba muy presente, especialmente entre los miembros de la antigua corte, una memoria positiva respecto al periodo monárquico. Esto queda reflejado en un segmento de la población que asocia status y aristocracia. Ciertos habitantes del Nuevo Río, buscando afirmarse como portadores de una auténtica marca de distinción social en un contexto donde las jerarquías del antiguo régimen eran puestas en entredicho, quisieron rescatar el léxico históricamente vinculado a la tradición imperial. Dotándose de los signos de máximo prestigio, quisieron presentarse como los miembros naturales de una élite. Sin embargo, también quisieron definirse como “modernos”, buscando alejarse del recuerdo obsoleto del Brasil pre-republicano. Con ello intentaban distanciarse, por ejemplo, de la aristocracia residente en Botafogo, cuyo prestigio estaba directamente vinculado al antiguo orden político y urbano.

Ilustración en el periódico Beira-Mar, 1924

Figura 3. Ilustración en el periódico Beira-Mar, 1924

Agrupados detrás de valores y visiones de mundo compartidos, este grupo hizo del periódico Beira-Mar un importante vehículo de comunicación, así como un medio de articulación identitaria. Inaugurada en 1922, esta publicación se presentaba como el órgano de defensa de los intereses de la CIL, sigla acuñada para referirse a una unidad territorial formada por Copacabana, Ipanema y Leme. El nuevo territorio, así como las nuevas experiencias urbanas que allí se vivían, sostenían aquel discurso moderno-aristocrático. En ese sentido, es posible afirmar que estos sujetos se articulaban en torno a un “proyecto playero-civilizatorio” [6], que era la base y el resultado de una auto-representación identitaria, cuya materialización dependía de la consolidación de determinados hábitos y patrones de sociabilidad.

Es importante advertir que el proceso de construcción de aquellas representaciones debe ser examinado con atención, observando las categorías que sustentan los discursos vehiculizados por aquellos sujetos. En ese sentido, es imprescindible examinar las disputas existentes, tomando como punto de partida la heterogeneidad y variedad de experiencias y costumbres, inherente a las complejas sociedades moderno-contemporáneas (Velho, 2003; Simmel, 1971; Wirth, 1964). En este caso específico, esa heterogeneidad se expresaba en luchas por el uso del espacio, ya sea en cuanto a usos residenciales, de tránsito o de ocupación cotidiana –buena parte de la información puede ser mapeada, a partir de datos derivados de categorías acusatorias utilizadas por algunos de los sujetos, en relación a ciertos comportamientos e tipos sociales, como se verá más adelante.

Una advertencia al lector antes de continuar. Al tomar Copacabana y los barrios atlánticos como objeto de investigación y centro de la problemática presentada, tuvimos siempre un interés mayor: discutir un periodo de intenso crecimiento urbano y poblacional de la ciudad de Río de Janeiro, marcada por un evidente agravamiento de las problemáticas urbano-territoriales. Generalmente, los investigadores se han centrado en dos aspectos de este periodo: por un lado ha existido un abundante número de pesquisas centradas en las transformaciones del Río de Janeiro de la belle époque [7], que han tenido cierto desinterés por las dinámicas urbanas de los años siguientes –lo más recurrente ha sido una historiografía centrada en la efervescencia política y cultural del periodo. Asimismo, el grueso de los trabajos ha constatado cómo los acontecimientos político-culturales que marcaron el inicio de la Primera República tuvieron fuerte impacto sobre la constitución física y simbólica de Río de Janeiro como ciudad capital [8].

Considerando estos puntos, decidimos que antes que tratar a Copacabana como una realidad (y representación) sui generis, nuestra intención sería pensar a la ciudad de Río de Janeiro en un momento crucial de su construcción física e identitaria, a partir del caso de Copacabana. Por lo mismo se trata, ineludiblemente, de lidiar con la noción de territorialidad y la propia definición de espacio. En este sentido sirve volver sobre Simmel, para quien:

“El espacio es una forma que en sí misma no produce efecto alguno. Sin duda en sus modificaciones se expresan las energías reales; pero no de otro modo que el lenguaje expresa los procesos de pensamiento, los cuales se desarrollan en las palabras pero no por las palabras […] No son las formas de la proximidad o distancia espaciales las que producen los fenómenos de la vecindad o extranjería, por evidente que eso parezca. Estos hechos son producidos exclusivamente por factores espirituales […] Lo que tiene importancia social no es el espacio, sino el eslabonamiento y conexión de las partes del espacio, producidos por factores espirituales” (1939: 644).

El principio de territorialidad desde el cual se desarrolla este trabajo presupone que el espacio (o la espacialidad) importa como variable socio-cultural (y por lo tanto antropológica), pues es tratado como una realidad que se materializa a partir de las acciones recíprocas que allí se suceden. O, como afirma Simmel, lo que realmente importa para los propósitos de este trabajo no es el espacio en sí mismo, sino más bien “el acto de llenar un espacio” (1939: 645). Sabiendo esto, podemos reflexionar sobre la identidad territorial imaginada (y materializada), considerando los límites del Río Atlántico no sólo como un hecho espacial con efectos sociológicos, sino como un hecho sociológico con una forma espacial.

Más que pensar en sujetos promoviendo una identidad playero-aristocrática para los barrios atlánticos a partir de su posición en un espacio cartográficamente definido, lo que nos importa es analizar los mecanismos a través de los cuales se produce la transmisión simbólica, que hacía posible que los sujetos se articulasen –gracias a canales efectivos de comunicación- detrás de un mismo proyecto. Por ello es importante tomar la sugerencia que nos hace Anselm Strauss, quien pensaba que “lo importante, entonces, acerca de un mundo social es su red de comunicaciones y símbolos compartidos, que le dan cierta sustancia al mundo y que le permiten a las personas ‘pertenecer’ a él” (1960: 180) [9].

En un sentido similar, partimos de la idea que “todo episodio denso de la historia cultural urbana enseña que la ciudad y sus representaciones se producen mutuamente. No hay ciudad sin representaciones de ella, y las representaciones no solo decodifican el texto urbano en conocimiento social, sino que inciden en el propio sentido de la transformación material de la ciudad” (Gorelik, 2004:13). De este modo, para intentar comprender las múltiples dimensiones del crecimiento de Copacabana en relación a la construcción de esta identidad “playero-civilizatoria”, es importante atender no sólo los diálogos establecidos entre habitantes del área en un determinado momento, sino que también analizar los mecanismos histórico-culturales que redefinieron el equilibrio entre los agentes.

5. Los rieles de la historia

Copacabana, como escenario, se transformó poco en los años comprendidos por la visita de María Graham y la Proclamación de la República, que elevara a Río de Janeiro como capital federal de Brasil. Poblada mayoritariamente por pescadores, su paisaje, hasta finales del siglo XIX su paisaje estaba compuesto por chozas, parcelas y chacras, el Fuerte Reducto de Leme y la pequeña iglesia de Nuestra Señora de Copacabana –de la que el barrio hereda el nombre. Aislado por dos grandes cerros del entonces pujante barrio de Botafogo, el acceso a Copacabana exigía grandes esfuerzos. En 1878, el médico Figueiredo de Magalhães abrió el primer establecimiento de baños en las playas oceánicas de la ciudad, la Casa de Convalecencia de Copacabana, inaugurando además un sistema de transporte por el cerro de Barroso –que separa Copacabana de la Rua da Passagem, en Botafogo. Tal como esa, otras iniciativas privadas fueron sumándose al esfuerzo por ocupar la región. Esta empresa incluyó, además de inversiones en infraestructura, verdaderas campañas de propaganda de la división predial del área. Copacabana era, en aquel momento, un proyecto.

Ya en la década de 1880 se iniciaron las negociaciones para discutir la factibilidad de un proyecto de ramales ferroviarios por el borde costero. A pesar que se pensaba sería una obra costosa, difícil de realizar –pues construir un túnel que abriese una ruta entre los cerros sería una hazaña- y con un lento retorno de su inversión, la Compañía Jardim Botânico asumió el riesgo. El informe de la empresa, datado de 1884, deja en claro ese optimismo: “Dentro de un lustro, aquel desierto del Sahara se convertirá en una gran población, hacia donde se dirigirá la población de esta ciudad, buscando los beneficios para la salud y las amenidades de su clima, así como los excelentes baños en el mar, tal como se practica en las ciudades costeras de Europa” [7]. En julio de 1892 se inauguraba la línea de tranvía que vinculaba Copacabana con el resto de la ciudad.

Estación de tranvías, 1892 (MHN Br.)

Figura 4. Estación de tranvías, 1892 (MHN Br.)

Al comenzar las operaciones de sus viajes por el borde mar, la Compañía Jardín Botánico desarrolló una intensa campaña publicitaria para promocionar el nuevo espacio de la ciudad que abría, ofreciendo desplazamientos gratuitos y promocionándose como los siguientes anuncios: “¿Quiere gozar de buena salud? Vaya a Copacabana. Varios servicios de tranvías”; “Paseo agradable y bebidas: Copacabana. Tranvías hasta las dos de la mañana”. Inclusive algunos versos: “Lindas señoritas, caballeros chic / desaparecí de las calles, salí de la polvareda tóxica / no existen lugares para picnic como los de Copacabana”. Otro ejemplo: “¡Elegantes caballeros sofisticados / Dandys de guantes y habanos! / Para un flirteo no existe nido mejor / que el de Copacabana”. Una última muestra: “País de hijos raquíticos / frágiles, cadavéricos y neuróticos / Que los privas de mangos y plátanos / ¡Al mar! ¡A los aires salinos! / Donde recuperen el rubor y el vigor / A Copacabana!” [8].

Copacabana se anunciaba como promesa de salud y calma, donde era posible gozar de las ventajas de la vida moderna (como coquetear, hacer un picnic o moverse con velocidad), sin privarse de los placeres del contacto con la naturaleza. El barrio, recién incorporado al perímetro urbano de la capital federal, condensaba dentro suyo al orgullo civilizatorio junto al gusto nacional por la naturaleza tropical. Para las arcas municipales, la nueva región representaba una nueva fuente de ingresos. Para los cariocas, un nuevo estilo de vida.

Con la apertura del túnel, Copacabana vivió un rápido desarrollo. En 1904 era inaugurado el Túnel de Leme, y junto a él nuevas líneas de tranvía que llevarían a los cariocas al área atlántica de la ciudad. En 1905, bajo la administración de Pereira Passos, fue anunciada la construcción de la Avenida Atlántica (inaugurada en 1906 bajo la gestión de Souza Aguiar). Con la Avenida llegaron también las piedras portuguesas, destinadas a la creación de las veredas, icónicas marcas del barrio y de la ciudad. Asimismo, en el mismo año, el alcalde de Río de Janeiro reglamentó las construcciones de Copacabana, garantizando la exención tributaria a los nuevos inmuebles del borde costero.

Copacabana 1907 - Col. Elísio Belchior

Figura 5. Copacabana 1907 – Col. Elísio Belchior

A pesar de la fuerte inversión en el área –que daba inicio a un progresivo proceso de estratificación social de este lugar de la ciudad-, Copacabana mantenía, en 1908, el aspecto bucólico que tanto encantaba a los viajeros del siglo XIX. Aquel año O Copacabana, el primer periódico del barrio (1907-1919), publicaba el siguiente texto:

“¡Copacabana querida! Cómo te venero, playa incomparable en una noche la de hoy, en que tus arenas y tus casitas blancas brillan, con encanto, bajo la claridad sagrada de la luna llena […] Seguimos algunos metros, algunos minutos más, ya se distinguían perfectamente las luces de los focos de iluminación de Copacabana; ya se escuchaba el ruido de la ciudad, y también se oían las olas del mar, en su melodía monótona y triste. Ahora, caminábamos por sobre las piedras mojadas, […] y por todos lados el silencio” (16 de enero de 1908).

Copacabana c.1910

Figura 6. Copacabana c.1910

Dos de los más conocidos cronistas de las primeras décadas del siglo XX, Lima Barreto y Paulo Barreto (conocido como João do Rio), también dejaron, en diferentes momentos, sus testimonios sobre Copacabana. Allí no sólo registraron los bordes del nuevo barrio, sino que describieron, principalmente, las nuevas formas de sociabilidad estimuladas por los hábitos playeros recién adquiridos. Lima Barreto, en 1905, hablaba de un domingo en la arena de Leme:

“La playa se extiende, gradual y armónicamente, desde el cerro de Leme hasta la pequeña iglesia […] Las olas, de un color verde claro, reventaban en franjas de espuma antes de llegar a la playa. El aire acariciaba y el viento mimaba con su susurrar. Las personas que allí estaban hacían un picnic. Gente simple que, encerrada en sus casas por una semana, un mes, un año, quien sabe, respiraba ese día al aire libre. Había un diputado y una familia, lo que ni resta ni altera mi observación”.

Organizados por las autoridades y los clubes locales, y convertidos rápidamente en pasatiempo de las clases menos favorecidas que se volcaban sobre las playas de Leme y de Copacabana, los picnics se popularizaban, siguiendo a la construcción de la Avenida Atlántica, la abertura de los túneles y la consolidación de un sistema regular y eficiente de tranvías. Once años más tarde, João do Rio, ya entonces uno de los más importantes periodistas de la ciudad, sin caer en una descripción bucólica apuntaba a una nueva Copacabana, emergida bajo el signo de la distinción:

“La playa se extendía del cerro negro de Leme al promontorio de la pequeña iglesia, junto a la avenida, que como franja avanza en paralelo. Había un reluciente tono negro en el asfalto, marcado por el tránsito de los automóviles […] A un costado de la avenida, el bazar arquitectónico de las construcciones: brillantes y cómodas casas holandesas, ‘villas’ como las de la Costa Azul, palacios estridentes de un mal gusto imponente, chalets abominables, terrazas, miradores, barandas, muchariebes [10] de aspecto renacentista, otros rococó, de estilo moderno, de belleza bizantina […] En los balcones, en las terrazas, en los jardines, en los portones, la fachada continua de edificios se animaba con la gente. Un té tomado al aire libre, señoras, niñas y caballeros vestidos de blanco conversando, las risas y los automóviles yendo y viniendo como criaturas riéndose, todos comunicaban una alegría suave e inmensa […] La playa estaba llena de gente también. En ciertos puntos, caballeros y damas compartían una mesa y bebían algo; en otros, grupos de observadores; y en toda la extensión de la playa, el movimiento de una multitud casi desnuda de bañistas, multitud que se adentraba un poco en el verde líquido del mar y se envolvía con el ruidoso oleaje. En un momento mi espíritu corrompido y mundano recordó Ostende, Niza” (1920: 79-83).

Avenida Atlantica, 1919

Figura 7. Avenida Atlantica, 1919

Con claridad pueden distinguirse diferencias significativas entre las dos narrativas. La primera retrata una playa de hábitos diurnos, repleta de trabajadores que, gozando de la libertad que entrega un día feriado, disfrutan en sus trajes de paseo, realizan picnics y juegos. Mientras que la segunda crónica presenta una playa caracterizada por el “bazar arquitectónico”, los “automóviles”, el “té” y los bañistas “casi desnudos”. Once años y muchas inversiones separaban aquella Copacabana casi democrática del desfile aristocrático descrito por João do Rio. Al final de la década, como podemos ver en el siguiente texto de Lima Barreto, ya las miradas y billeteras estaban definitivamente volcadas hacia el mar:

“Las arenas de Copacabana, Leme, Vidigal, etc. han recibido los cariños de los acelerados reformadores. No se entiende cómo una ciudad se extenderá sobre suelos quemados y estériles, azotados por los vientos, y cuyas calles y avenidas sufren con las furias de las mareas altas” (Careta, 1 de Enero de 1921).

Avenida Atlantica, 1919

Figura 8. Avenida Atlantica, 1919

Lima Barreto percibía, con algo de amargura, un proceso que se mostraría como irreversible con el pasar de los años: la creciente valorización de la región oceánica de la ciudad, en desmedro de las áreas centrales y la periferia. En 1919, el alcalde Paulo de Frontin duplicó las vías de la Avenida Atlántica, ofreciendo a los transeúntes un bandejón central con jardineras y un sistema de iluminación de tal intensidad que le valió, pocos años después, la denominación de “Princesita del Mar”, pues la línea de postes en la noche asemejaba un collar de perlas.

Copacabana - Augisto Malta, 1919

Figura 9. Copacabana – Augisto Malta, 1919

En términos socio-culturales, el Brasil de la década de 1920 experimentó una oleada de reformas, mientras se levantaban a diario las banderas de justicia, alfabetización, prensa libre, salud, sufragio universal, ciudadanía y progreso (Conniff, 2006: 80). En medio de una verdadera presión por la búsqueda de una “autenticidad nacional”, la capital miraba, y se deslumbraba, con la llegada de novedades como los rascacielos, los clubes, la invasión masiva de automóviles, la arquitectura art nouveau, el charleston y el jazz. Asimismo, el cine se popularizaba –en 1928, ya existían 77 salas en la ciudad-, constituyéndose como una fuente importante de referencias respecto a los comportamientos posibles que podían adoptar las personas (Conniff, 2006).

En Copacabana, además de la espectacular valorización inmobiliaria –mil veces a lo largo de la década-, el cosmopolitismo dictaba las reglas. Las antiguas casas y chozas, que convivían antes escasamente con algunos bungalows, daban ahora espacio a nuevas viviendas, habitadas por una única familia, que disfrutaban de su patio y el acceso a la playa. Asimismo, el barrio era espectador privilegiado de dos de los mayores fenómenos de la cultura urbana carioca de los años veinte: el crecimiento de las favelas y la aparición paralela de una nueva clase media, en sintonía con algunos valores y hábitos de consumo de la sociedad norteamericana.

Playa y Hotel Copacabana Palace, c. 1920.

Figura 10. Playa y Hotel Copacabana Palace, c. 1920.

El barrio de Copacabana comenzaba a aparecer en las páginas de los grandes periódicos y en los escritos de los autores más conocidos de la época, ahora como sinónimo de calidad de vida, salud y, evidentemente, modernidad. En 1923, con la inauguración del Copacabana Palace Hotel, el barrio se asociaría directamente al ocio y, principalmente, a las clases más ricas de la sociedad carioca. El hotel fue construido por el empresario Octávio Guinle entre 1919 y 1923, atendiendo el pedido del entonces Presidente de la República Epitácio Pessoa (1919-1922), que deseaba un gran hotel de turismo en la capital del país, que ayudase a hospedar al gran número de visitantes esperados para la gran Exposición del Centenario de la Independencia de Brasil, de 1922. El hotel fue el primer gran edificio de Copacabana, cuyo diseño fue realizado por el arquitecto francés Joseph Gire, quien se inspiró en dos famosos hoteles de la Riviera Francesa: el Negresco, en Niza, y el Carlton, en Cannes. Las palabras del cronista de Beira-Mar muestran el tono de entusiasmo con que la construcción fue recibida:

“Copacabana, el bello rincón de Río de Janeiro moldeado por las maravillosas playas y cerros cubiertos por la más exuberante vegetación, se transforma día a día. A sus incomparables bellezas naturales se suman las fantásticas obras del hombre, convirtiéndola en el lugar más encantador de todo el mundo. Ahora mismo, gracias a un patriótico puñado de brasileños que prefieren vincular sus nombres a la grandeza y progreso de su tierra, que vivir, como tantos otros, disfrutando de sus fortunas. Copacabana puede hoy día sacar a relucir frente a la vista de los maravillados extranjeros que nos visitan –y también de los propios brasileños-, el majestuoso monumento de arte que es el ‘Copacabana Palace Hotel’ (Beira-Mar, 22 de agosto de 1923).

6. Una civilización playera

La inauguración del Copacabana Palace no dejaba espacio a dudas: el barrio pasaba a ocupar un lugar estratégico en el mapa de la elegancia y sofisticación carioca, constituyéndose como la más perfecta escenificación del encuentro de la civilización moderna y la pujante naturaleza tropical. La construcción del hotel no fue la única expresión de los nuevos tiempos: hacia parte de una serie de producción de imágenes y discursos, que hacía del barrio el lugar natural de la elegancia.

El mismo año de la inauguración del hotel (1923), uno de los colaboradores de Beira-Mar, bajo el seudónimo de João da Praia, ofrecía el siguiente texto a los lectores del periódico de Copacabana:

“La vida a este lado de los túneles es siempre más activa que en cualquier otro barrio de la ciudad. No es necesario investigar mucho para llegar a esa conclusión. Copacabana es el lugar de la salud y, por lo mismo, el lugar donde se nota más la actividad vital. Quien recorre todos los alrededores habitados por las familias que respiran los aires de la encantadora Guanabara –estableciendo un punto de comparación con lo que podríamos observar en Copacabana-, verifica, desde luego, que los contrastes son chocantes. La topografía, el clima, los hábitos, la costumbre, las construcciones, los trajes, en todo son completamente distintos. Pareciera que lo único que se mantiene similar es el acento al hablar, aunque pareciera que incluso ello se modificará. Los tranvías y los autobuses muestran la fisonomía de quienes viven una vida saludable, bajo un régimen de actividad física y buena alimentación. No es casual que los médicos de Leme, de Ingrejinha [11], de Ipanema y de Leblon anden asustados por la falta de clientes. El número de consultas es evidentemente mayor que el de clientes. Los pocos que todavía consultan a los galenos en sus consultorios, apenas van a pedirle consejos, es decir, algunas pautas respecto a cómo tomar baños en el mar, qué alimentos pueden consumirse sin engordar -las prescripciones para adelgazar son ávidamente disputadas, especialmente entre las señoras. Mientras en la periferia todas las semanas es abierta una nueva farmacia, aquí muchas cierran o se transforman en perfumerías. Sin duda esto sucede por Dios, el máximo higienista, cuida por la salud de Copacabana” (Beira-Mar, 7 de octubre de 1923).

El texto no puede ser más esclarecedor: constatando la diferencia visible y natural entre los habitantes de Copacabana y los del resto de la ciudad, João da Praia comienza definiendo la vida en la zona “de este lado de los túneles”, en base a su mayor “actividad vital”. Aquella característica no parecía ser lo suficientemente demostrativa de los “chocantes” contrastes que se exhibirían a cualquier observador dispuesto a las comparaciones. Al final, la pujante “actividad vital” de los barrios atlánticos se expresaba en un amplio y generoso diferencial, que incluyendo desde la geografía hasta los trajes, y pasando por las costumbres y las edificaciones, que hacía del copacabanense un tipo social particular en medio de la capital de la República.

El entusiasmo del autor iba incluso más lejos. No satisfecho con enumerar los criterios de diferenciación in situ, João de Praia defiende que los signos de distinción llegaban a ser tan fuertes que lograban inscribirse en el cuerpo de los residentes de Copacabana, volviéndose reconocibles en el resto de la ciudad. Fuere por la creación de un acento propio o en la fisonomía de sus cuerpos “saludables” –asociadas a lo que define como un “régimen de actividades físicas y buena alimentación”-, los cilenses [12] podían ser fácilmente identificables en cualquier lugar, inclusive al interior del anonimato del viaje a bordo del tranvía. Como una evidente actualización del discurso higienista que venía desde mediados del siglo anterior, el cronista no esconde su orgullo de hablar del reemplazo de farmacia por perfumerías como señal evidente de una evolución en el camino civilizatorio. La valorización de esta área de la ciudad se basaba, en buena parte, de la salud que allí se promovía.

João da Praia logra articular su discurso con destreza; al argumento de la superioridad incuestionable del barrio y sus habitantes –inscrita en la naturaleza de su topografía, su clima y la fisonomía de sus residentes- agrega los símbolos de una distinción científicamente comprobable. Contrastando Copacabana con su máxima oposición simbólica –los suburbios-, el Río Atlántico resignificaba la ideología higienista, llevándola al plano de la estética, los cuidados y la exposición del cuerpo. Bellos, fuertes y saludables, los miembros de la élite de Copacabana afirmaban su superioridad más allá de los elementos de la cultura y civilización stricto sensu. Con sus propios cuerpos intentaban hacer justicia a los títulos que representaban: una verdadera aristocracia, definida ya no como una condición heredada, sino que en el sentido etimológico de la palabra: el “gobierno de los mejores”. Elegidos por la naturaleza y por Dios (el “máximo higienista”), y siguiendo al pie de la letra los principios de la ciencia y la civilización, la aristocracia copacabanense parecía no dudar respecto al repertorio de prácticas y distinciones que podía darle unidad simbólica.

La continuación de la misma crónica permite ver cómo la construcción de la identidad de este segmento tenía, además, una segunda implicancia: una vez elegidos por Dios y la naturaleza, también se constituían, inexorablemente, como la nata de la alta sociedad:

“Actualmente Su Excelencia el Sr. Alcalde es nuestro coterráneo, en la verdadera acepción de la palabra. Pisa, como nosotros, las arenas saladas de estas playas. Copacabana es, lógicamente, la metrópolis del municipio neutro [13]. Que nos sirva de esperanza. Muy pronto recibiremos la noticia del mejoramiento que la Dirección de Obras acordó realizar en nuestras calles y plazas. Y no se diga que no lo merecemos. Somos de los mejores contribuyentes, tenemos a nuestro favor la naturaleza, atendemos siempre a tiempo las exigencias que nos hacen para embellecer a la más elegante ciudad del mundo. Es hacia nosotros donde mira el extranjero contemplativo y ávido de emociones estéticas. Aquí es donde todos se deslumbran frente al mar, delante de los cerros, bajo el brillo de nuestro sol, que es el más dorado de todos. Si todo ello tiene un encanto tan especial, tan característico, tenemos el derecho a exigir que nosotros también recibamos los cariños que no se distribuyen indistintamente, pues no todos son como nosotros”.

João da Praia abre este fragmento recordando que el entonces alcalde de la ciudad, Alaor Prata, era residente de Copacabana, para enseguida defender la idea “cierta” que el barrio representaba a la metrópolis dentro de la ciudad de Río de Janeiro. Tomando su acepción etimológica, el término metrópolis designa “al vientre de la ciudad”, lo que enfatiza su idea de definir al barrio como el centro de la vida urbana de la capital. Las líneas que siguen no dejan dudas sobre los criterios empleados para definir aquella centralidad: además de la distinción “natural”, largamente trabajada en el fragmento anterior, el autor ahora habla en nombre de un colectivo, que reivindica su posición en base a su rol de “mejores contribuyentes” y, en buena medida, responsables del embellecimiento de la ciudad. Se percibe que su discurso evoca, junto a los símbolos naturales, físicos y civilizatorios, una evidente identidad de clase, basada en evidencias que muestran que “no todos son como nosotros”. Más que una fortuita circunstancia, la auto-evocada distinción aristocrática de los cilenses descansaba –aunque sin ser declarada explícitamente- sobre un sólido discurso de merecimiento.

Avenida Atlantica, 1930

Figura 11. Avenida Atlantica, 1930

Premunidos de un fuerte discurso “barrio-céntrico”, los colaboradores de Beira-Mar se presentaban como voceros de la aristocracia local, a la que caracterizaban en sus páginas como poseedora de una superioridad en los planos de la naturaleza, la ciencia, la civilización y la religión, así como en la propia estructura social. Naturalizando los parámetros de una estratificación social que progresivamente se verificaba en los criterios de distribución espacial de los cariocas por las distintas áreas de la ciudad. Sin dudas que ellos hacían una traducción bastante peculiar de las discusiones en torno a la relación naturaleza-cultura, que de diversas formas aparecía en los amplios debates respecto al carácter nacional brasileño. El texto que sigue a continuación, de 1925, articula de manera bastante directa varios de estos aspectos:

“Copacabana, por su excepcional topografía, por su selecta sociedad, por la belleza física que tiene, por lo ameno de su clima, teniendo balnearios excepcionales sin comparación, será siempre el lugar escogido, el punto chic buscado insistentemente y preferido por los ‘belletristas’ que aman a las emociones, así como por quienes tienen el suficiente capital acumulado y desean seguir invirtiendo […] Los psicólogos señalan que el alma está entrelazada de tal manera con la región en que uno nació, que co-participa de su gracia y su belleza”.

“¿Será así?

“Bien parece que el regionalismo del hábitat, del territorio, imprime al espíritu humano algo del ambiente en que se nace”.

Evocando argumentos referidos a la influencia del medio sobre el espíritu humano, el autor buscaba reforzar los principios de una imagen identitaria, fundamentada en la construcción de una distinción que se pretendía auto-evidente. Entrelazando hábitat, territorio e individualidad, el texto entrega argumentos científicos, buscando dar un golpe a cualquier escepticismo respecto a la legitimidad con que había sido naturalizada la superioridad copacabanense.

El tono con que el cronista evoca (y naturaliza) la idea de un “regionalismo” recuerda parte del trabajo de Pierre Bourdieu, quien afirmaba que las categorías del pensamiento respecto al mundo social deben ser analizadas observando su historicidad (1998: 107). Esto ofrece un interesante camino para desnaturalizar la categoría “región”. De acuerdo al autor, “la búsqueda de criterios ‘objetivos’ de identidad ‘regional’ […] no debe hacernos olvidar que, en la práctica social, esos criterios […] son objeto de representaciones mentales, es decir, de actos de percepción y apreciación, de conocimiento y reconocimiento, en que los agentes colocan sus intereses y presuposiciones sobre objetos y actos, estrategias simbólicas que tienen la función de representar mentalmente lo que los otros pueden concebir acerca de estas propiedades y sus portadores”.

De este modo, un análisis de las categorías nativas con las que se refería a sí misma la aristocracia del Río Atlántico -en su búsqueda por sedimentar una identidad “barriocéntrica”- sólo puede ser llevada adelante si tomamos en cuenta el presupuesto de “incluir en lo real a la representación de lo real”. Para ello es necesario interpretar las estrategias discursivas, así como las prácticas que las generan, dentro del campo de las disputas simbólicas. Al final, y siguiendo a Bourdieu, lo que está en juego es las naturalización de aquellas características regionales.

“Es el poder de imponer una visión del mundo social a través de los principios de la división, que cuando se asignan a un conjunto del grupo cobran sentido, generan consenso sobre ese mismo sentido y, particularmente, sobre la identidad y unidad del grupo. Esto permite la existencia de una identidad y unidad del grupo” (Bourdieu, 1998: 113).

Más que un reflejo mimético de una verdad levantada por un grupo y socialmente sacramentada, lo que revelan las categorías auto-afirmativas, empleadas exhaustivamente por los residentes de Copacabana, son estrategias de representación identitaria, replicadas a una escala grupal y enraizadas territorialmente. Podemos afirmar entonces que la aristocracia cilense se presentaba como una unidad en el plano discursivo, apostando a distinguirse a través del efecto de sus categorías simbólicas en un campo más amplio de luchas representacionales, que sucedían tanto en toda la ciudad, como dentro de los propios barrios atlánticos.

En la práctica, los aristócratas playeros parecían tener una idea bastante clara de los modelos de progreso, civilización y modernidad a los cuales deseaban afiliarse. Las recurrentes menciones que se hacían en las páginas de Beira-Mar a los balnearios europeos y norteamericanos, marcaban una distinción: la excelencia de Copacabana sólo podía compararse a con los balnearios extranjeros, de ninguna manera nacionales. Presentada como “hermana de Miami y Niza” [14], de “Biarritz, La Costa Azul, Deauville y otras playas famosas” [15], la playa de Copacabana podía, en la siempre entusiasta opinión del cronista Théo Filho, sólo competir con las playas más hermosas del mundo, sin envidiarle nada a ninguna otra [16]. Existían incluso quienes colocaban a la playa brasileña en una posición de superior, tal como lo hizo Ramiz Galvão, para quien la curva copacabanense era “más bella que la Promenade des Anglais de Niza” [17], o como Sylvio Moreaux, quien describía Copacabana como “la más linda, grandiosa y poética playa del mundo, al lado de la cual empalidecen Miami y Palm Beach, Deauville y Biarritz” [18].

Celosa de su modelo urbano-playero, la alta sociedad de Copacabana encontraba en las páginas del periódico de su barrio el espacio perfecto para divulgar su modelo de civilidad y modernización, expresada en la liviandad de algunas columnas que describían un día en la playa:

“Quienes valoran la salud, la belleza y la fuerza, irán hacia el océano […] La blanca faja de arena representan los más variados matices. Por acá los toldos de lona listada cobijando a las familias de bañistas, que vestían en la mañana dominical vestían tan elegantes como en la tarde de un jueves […] Por allí también hay grupos vistosos de señoritas con sus trajes de baño de colores, protegiéndose del sol con pequeñas sombrillas adornadas, que apenas las protegían de quemar sus rostros. Saliendo de las aguas una sirena, una hermosa mujer, de impecable forma, con su cuerpo adornado con un paño verde, da una vuelta por la playa antes de volver al mar. Grupos felices corren, juegan al tenis, e inclusive al foot-ball. Las olas son atravesadas por temerarios nadadores, que desatienden el límite marcado por la canoa del salvavidas. A lo lejos pasan botes de pescadores. Balsas, veleros y lanchas a motor son a veces alcanzadas por los bañistas. Un aeroplano volando bajo hace un ruido ensordecedor, desviando la atención de todos hacia el aire. Viejos, jóvenes, niños, todos juegan, todos estallan de risa durante las horas de sol. Uno se pregunta si es que la gente fuerte es la que puede divertirse despreocupadamente, o si más bien son los deportes y pasatiempos de playa los que los hacen pasarlo bien. En Copacabana, la playa tiene un estilo característico y especial. La playa es el barrio. Quien experimenta la playa siente la vida de Copacabana” [19].

El fragmento muestra cómo salud, vigor, elegancia y playa hacían parte del mismo repertorio dentro del universo simbólico de la élite de Copacabana. Centrándose en las actividades balnearias, la aristocracia local veía en la suma de vida saludable, actividad física, el bucólico paisaje de los pescadores y el ruido súbito del avión construyen la más perfecta traducción de los valores sobre los cuales buscaba construir y difundir su identidad.

Los testimonios revelan un esfuerzo colectivo, en el sentido del establecimiento de una red de significados (Geertz, 1979) propia, sobre la cual construir un discurso legitimador de su identidad. Buscando afirmar su superioridad frente a los demás habitantes de la ciudad, los aristócratas de los barrios atlánticos construían para sí una representación identitaria basada no sólo en su posición económica, sino que principalmente en un modelo de status, con límites bastante claros [20].

Beira-Mar, 1931

Figura 12. Beira-Mar, 1931

 

7. Consideraciones finales

Quien transite hoy por Copacabana tendrá dificultades para descifrar el sentido profundo atribuido al barrio por aquellos residentes, que a lo largo de las primeras décadas del siglo XX, se empeñaron en hacer del lugar un símbolo de elegancia y modernidad. Entre los grandes edificios de departamentos mono-ambientes, los mendigos y una serie de grandes problemas urbanos, la Copacabana del siglo XXI reúne, en una misma ecuación simbólica, el prestigio del pasado y los males del presente.

El trabajo que originó este texto tuvo como principal objetivo el de comprender el proceso de construcción simbólica del barrio, que es, sin dudas, uno de los símbolos turísticos de Brasil. El crecimiento desenfrenado de las favelas, la gran densificación habitacional y un paisaje urbano un tanto caótico no impiden que Copacabana siga asociada al glamour y a un determinado modelo de status, como bien muestra el texto extraído de Wikipedia reproducido al comienzo del texto.

Un siglo nos separa de los primeros intentos de asociatividad en el barrio, tendientes a fundar un nuevo modelo de elegancia y experimentación urbana. Sin embargo, este intervalo temporal no nos impide buscar en las representaciones del pasado muchos de las trazas de sentidos que componen la Copacabana de hoy. En ese sentido, más que una historia sobre las particularidades de un barrio, esta investigación ha buscado reflexionar sobre algunos aspectos de un proceso, cuya fuerza ha venido renovándose sin tregua en la historia de Río de Janeiro: la permanente elaboración y consolidación de mecanismos de estratificación social del espacio, en una ciudad tan marcada por la belleza como por las contradicciones.

Referencias Bibliográficas

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Recibido el 28 de mayo de 2014, aprobado el 6 de junio de 2014. Traducido por Rodrigo Millán.

Julia O’Donnell, Escola de Ciências Sociais, Cpdoc-FGV. E-mail: juliagodonnell[at]gmail.com

[1] http://pt.wikipedia.org/wiki/Copacabana, accedido en 10/7/2013.

[2] Datos del Censo Predial de 1933.

[3] De acuerdo a Clifford Geertz (1989: 143-4), “en las discusiones antropológicas recientes, los aspectos morales (y estético) de una cultura particular, así como los elementos valorativos, fueron agrupados bajo el término ethos, mientras que los aspectos cognitivos y existenciales fueron designados con la expresión ‘visión de mundo’. El ethos de un pueblo es tono, el carácter y la calidad de su vida, su estilo moral y estético; es la actitud subyacente en relación a sí mismo y el mundo que lo circunda. La visión de mundo que ese pueblo tiene es el marco conceptual que elaborar a partir de la realidad, su concepto de la naturaleza, de sí mismo, de la sociedad”.

[4] En ese sentido, podemos desde ya determinar la unidad analítica del barrio en los términos de Cordeiro y Costa, que entienden tales territorios como “subregiones urbanas de tamaños y configuraciones variables, designadas habitualmente como barrios, constituyen unidades socio-espaciales problemáticas en sí mismas. Permeables y, no obstante, identificables, no sólo en los ritmos de una práctica social cotidiana etnografiable, como también en las imágenes resultantes de un entramado coproducido endógena y exógenamente; y sobre todo, como participantes activos en la permanente construcción cultural de las variadas mitografías, imágenes y narrativas que cada ciudad escoge para vestirse” (Cordeiro y Costa, 1999: 60).

[5] El termino original “praiano” será traducido, de acá en adelante como “playero” (N. del T.).

[6] De acuerdo con Velho (2003: 27), el proyecto “se formula y es elaborado dentro de un campo de posibilidades, circunscrito histórica y culturalmente, tanto en términos de la propia noción de individuo, como respecto a los tópicos, prioridades y paradigmas culturales existentes”.

[7] Ver, por ejemplo, Benchimol (1990), Damazio (1996), Needel (1993) y Sussekind (1987), entre otros.

[8] Tales consideraciones sólo pueden ser debidamente dimensionadas, en el marco de esta investigación, si tomásemos en cuenta que Copacabana constituía un importante área simbólica de una ciudad que respondía al título de capital desde 1763, cuando pasó a ser sede del Vice-Reino de Brasil. La vocación de la ciudad para convertirse en centro del poder se comenzaría a configurar, en 1808, con la llegada de la Familia Real, siendo reforzada en 1815, cuando la colonia de Brasil fue elevada a la condición de Reino –pasando a formar parte del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarves. En 1822, con la declaración de independiencia, Río de Janeiro fue escogida como la capital del Imperio de Brasil. El fin del período monárquico no disminuiría la centralidad de Río de Janeiro, pues en 1899 fue nombrada capital de la República de Brasil. Esta condición la mantendría hasta 1960, cuando la capital del país fue trasladada a Brasilia. En una definición aplicable a cualquier nación, la ciudad-capital, como creación política al servicio de la unidad administrativa, tiene una función civilizatoria, en cuanto hace posible reunir los aparatos materiales y simbólicos del poder. Al discutir tal concepto para el caso carioca, Margarida de Souza Neves (1991) destacó el período de implantación del régimen republicano, cuando la ciudad pasó a encarnar los deseos del nuevo proyecto nacional, convirtiéndose en capital de la nueva federación.

[9] Del inglés en el original: “The important thing, then, about a social world is its network of communication, and the shared symbols, which give the world some substance and which allow people to ‘belong’ to it” (1960:180) (N. del T.).

[10] Los muchariebes son edifícios de arquitectura de inspiración árabe (N. del T.).

[11] Igrejinha hace referencia al sector próximo a la histórica pequeña iglesia de Copacabana. (N. del T.).

[12] Cilenses es una denominación de la época dada a los residentes de Copacabana. Debe su nombre a la sigla CIL, que quiere decir Copacabana-Ipanema-Leme (N. del T.).

[13] “Municipio neutro” fue la designación a la administración de la ciudad de São Sebastião do Rio de Janeiro, entre el 12 de agosto de 1834 –cuando fue proclamado el Acto Adicional a la Constitución de 1824- y el 15 de noviembre de 1889, momento de la Proclamación de la República.

[14] Beira-Mar, 5 de julio de 1925.

[15] Beira-Mar, 3 de octubre de 1931.

[16] Beira-Mar, 17 de abril de 1937.

[17] Beira-Mar, 28 de octubre de 1933.

[18] Beira-Mar, 18 de marzo de 1928.

[19] Beira-Mar, 28 de octubre de 1923.

[20]  En ese sentido, es posible pensar en aquel segmento social como un “grupo de status”, en un sentido weberiano, cuya definición se relaciona especialmente con criterios de honor expresados en la expectativa de un estilo de vida específico por parte de los que desean pertenecer al círculo. Según Weber (1969: 61), “a diferencia de las clases, los grupos de status constituyen normalmente comunidades”, aunque con contornos generalmente amorfos, en los cuales la situación de igualdad se traza exclusivamente sobre los criterios de estimación social.