30/03/2015

Obituario: Luis Ladrón de Guevara

Tomás Errázuriz

Blog | breves

Luis Ladrón de Guevara

Luis Ladrón de Guevara [1926-2015]

Escribo para recordar, para no olvidar ese tiempo largo y pausado que inundaba todo en la oficina de Luis durante sus últimos años. No había apuro, no existía el apremio, todo demoraba. Hasta que uno se acostumbraba como quien se ajusta a la luz del sol de la tarde al despertar de una siesta. Los tiempos del tráfico de las calles, de las innumerables tareas por hacer, de la vida doméstica, de las compras, los viajes y las noticias que nunca paran, quedaban todos suspendidos en la calle frente a su puerta, en el preciso momento en que tocábamos el timbre y sus perros Perfidia y Fopiano anunciaban nuestra llegada en una competencia de ladridos. Entonces aparecía Luis, silencioso, encorvado y sorteando de memoria una espesa enredadera que había nacido con él. Sacaba la llave del candado de algún rincón entre las ramas sobre su cabeza y nos saludaba sin poder disimular una ligera sonrisa en la que acusaba el entusiasmo del niño que sabe que está por hacer aquello que más le gusta. Tal como lo veníamos repitiendo hace un par de años, al menos dos veces por semana, estábamos ahí para mirar y conversar sobre fotografías. “Cuidado” decía siempre al ver que nosotros otra vez no recordábamos que la reja abría hacia afuera.

Cruzábamos la casa y nos dirigíamos hacia su oficina a través de un patio ocupado por enormes filodendros y naranjas maduras, peligrosamente repartidas entre los pastelones. Sin necesidad de mirar para saber que estaban ahí, Luis nos guiaba hasta la puerta de lo que era su otra casa. Una sencilla puerta de madera y una pequeña ventana custodiaban una pieza inundada por incontables negativos, positivos, copias de contactos, folletos, libros y archivadores viejos. Una vez dentro, los varios grados menos de temperatura nos recordaban que se había cruzado el último umbral, que finalmente estábamos ahí. Cada uno ocupaba la silla que tenía asignada y en ella permanecíamos por horas, parándonos sólo para alcanzar un folleto, sacar un nuevo sobre de negativos o ir -como decía Luis- a “las casitas”.

Doblados sobre la mesa de luz, nos turnábamos una extraña lupa, que aunque no había sida hecho para mirar negativos, revelaba generosamente todos sus detalles y texturas. Avanzábamos lento. Cada una de las imágenes tenía su tiempo que debíamos respetar religiosamente. Este era el tiempo que Luis tardaba en volver entre sus recuerdos al momento en que la había tomado; era el tiempo que había esperado por aquella imagen perfecta antes de apretar el disparador; era el tiempo de todas las veces que volvería luego sobre el negativo y todos los usos que éste tendría; era el tiempo en que la imagen recién tomada recordaba otra tomada en el pasado y, sin buscarlo, aparecía una serie. Detrás de cada fotografía había una historia. Nada había sido hecho al azar.

Revisamos miles de negativos, positivos, copias de contacto, folletos. Visitamos lugares recónditos, desaparecidos, olvidados; asistimos al nacimiento de las grandes obras de ingeniería y arquitectura de la segunda mitad del siglo XX en Chile; recorrimos la geografía física y social del país desde los años cuarenta hasta el dos mil; presenciamos procesos como la modernización del agro y de la minería, y el acelerado crecimiento de nuestras ciudades; vimos de cerca el oficio de obreros, mineros, albañiles, temporeros, ingenieros, técnicos, arquitectos, empaquetadores y empresarios; tuvimos acceso a sus expectativas y sueños, pero también a su cansancio y sus preocupaciones; conocimos a Salvador Allende en la intimidad de su hogar; entramos al taller de Lily Garafulic y apreciamos los paisajes costeros frente a los cuales Laureano Guevara instalaba su atril para pintar.

Aunque confieso que las primeras semanas estaba ansioso por avanzar, por alcanzar metas y cumplir así con los compromisos asumidos con las instituciones que nos apoyaban, pronto comprendí que no era sólo una investigación. Entendí que eran inútiles los intentos por acelerar las conversaciones, encontrar rápido un folleto o avanzar más de prisa entre los miles de negativos. Cada imagen abría una historia, un universo de personas, lugares y pensamientos que Luis rememoraba con cariño y respeto. Todas tenían un lugar, una razón de ser y mostraban algo que ameritaba, a los ojos de Luis, detenerse y recordar. Supe entonces que nunca alcanzaríamos a ver todas las imágenes; que no tenía sentido. Dejé de mirar la hora y me dedique a escuchar y observar con cuidado. Aprendí a quedarme en una imagen por largo rato hasta descubrir lo que sólo el tiempo develaba.

Ahora que sólo quedan las fotografías y las historias que en esos pocos años alcancé a escuchar, escribo para recordar, para volver a escuchar el sonido de mi respiración interrumpido por el rumor silencioso y cortés de las historias de Luis. La voz del joven barítono que tarareaba piezas de Schubert y Bach, y que la mayor parte del tiempo, callaba. Escribo para escuchar ese hondo silencio que a ratos sonaba como la voz de Luis. Un silencio reflexivo, acogedor y siempre afable. Un silencio al que uno se acostumbra fácil y sobre el cual luego se quiere volver.

Luis Ladrón de Guevara

Tomás Errázuriz es historiador y Doctor en Arquitectura y Urbanismo. Co-Autor del libro Luis Ladrón de Guevara: fotografía e industria en Chile.

Cuenta Flickr de Luis Ladrón: https://www.flickr.com/photos/ladrondeguevara/